“
TE HE
AMADO ”
‘ Sobre el
amor hacia los
pobres ’
Primera
Carta del papa León 14, octubre de 2025.
Título: “‘DILEXI TE’ (‘Te he amado’ – Apoc. 3,9),
SOBRE EL AMOR HACIA LOS POBRES”
ÍNDICE
1.
‘Te
he amado’, Carta del papa León 14.
Presentación de Pedro Pierre
2.
‘Te
he amado’, Carta del papa León 14.
Resumen por Pedro Pierre
3.
“‘Te
he amado’: Sobre el amor hacia los pobres”, papa León 14.
Texto de la Carta papal
4.
‘Te
he amado’, Carta del papa León 14.
Comentarios de Pedro Pierre
5.
“Dios
no olvida al más pequeño”: Libro póstumo de Gustavo Gutiérrez
Prefacio del papa Francisco
PALABRAS
DEL ESCRITOR FRANCÉS GEORGES BERNANOS
“El destino del mundo está
en manos de las naciones pobres…
Las últimas oportunidades
del mundo están en manos de las naciones pobres o empobrecidas.
Por generosa y magnánima
que sea, una nación opulenta no sería capaz de apresurarse a reformar un
sistema económico y social que le ha dado prosperidad.
Ahora bien, si el mundo no
se reforma, está perdido.
La conclusión obvia es que
en un sistema así, el hombre ya no vale nada, y quienes se someten a él ya no
son hombres, sino criaturas que han abdicado de su libertad y dignidad.
A partir de entonces, la
esperanza está más que nunca en manos de los pobres, de aquellos que no se
resignan a este orden, o a quienes este orden no puede absorber.
Yo digo que el mundo será
salvado por los Pobres, y precisamente por esa clase de pobres que acabo de
describir, aquellos que la sociedad moderna elimina en su marcha sin
destruirlos, porque no son más capaces de adaptarse a ella que ella es capaz de
asimilarlos, hasta que su ingeniosa paciencia tarde o temprano se impone a su
ferocidad.”
En su libro ‘Les Enfants
humilliés’ (Los Niños humillados), Ed. Gallimard, 1949.
I.
"YO TE HE AMADO": SENCILLEZ, CLARIDAD Y CONTUNDENCIA"
RD - 18.10.2025 | Pedro Pierre
Algunas frases claves de la carta pastoral
del papa León XIV 'Dilexi te'
"El papa León XIV acaba de publicar una Carta
apostólica sobre los pobres y la opción por los pobres"
"Se trata de una continuidad con los caminos
abiertos por el papa Francisco y su aporte personal relacionado con la Doctrina
Social de la Iglesia iniciada por su predecesor el papa León XIII"
"En una Iglesia mayoritariamente conservadora, es
una verdadera hazaña haberse atrevido a poner a los pobres y la opción por los
pobres en el centro de la Iglesia"
"Actualmente la solidaridad de los cristianos
ecuatorianos con nuestros hermanos indígenas demuestra la solidez de su fe y la
calidad de su seguimiento de Jesús de Nazaret"
"José Manuel Vidal de 'Religión Digital' de
Madrid, España, calificó tal Carta de “revolución dulce del Papa sereno…”
El papa León XIV acaba de publicar una Carta
apostólica sobre los pobres y la opción por los pobres. Retoma un borrador dejado el papa
Francisco. Esta carta ha de representar la ‘hoja de ruta’ del papa León XIV: Se
trata de una continuidad con los caminos abiertos por el papa Francisco
y su aporte personal relacionado con la Doctrina Social de la Iglesia iniciada
por su predecesor el papa León XIII; éste a finales del siglo 19 escribió
su Carta “Nuevas situaciones” (Rerum novarum, 1891) sobre las inhumanas relaciones
laborales de los obreros de aquella época.
La Carta del papa León XIV llama la atención
por su sencillez, su claridad y su contundencia.En una Iglesia
mayoritariamente conservadora, es una verdadera hazaña haberse atrevido a poner
a los pobres y la opción por los pobres en el centro de la Iglesia. José Manuel Vidal de ‘Religión Digital’ de Madrid,
España, calificó tal Carta de “revolución dulce del Papa sereno: ‘Dilexi te’ recoge en palabras de fuego
una tradición de misericordia y denuncia, que hunde sus raíces en el Evangelio,
en el magisterio latinoamericano y en la revolución de Francisco".
He aquí unas cuantas frases claves de la Carta
papal.
VER
LA REALIDAD ESCANDALOSA DE LA POBREZA CRECIENTE
1. “El cambio de época que estamos afrontando
hace más necesario reconocer que la realidad se ve mejor desde los
márgenes y que los pobres son sujetos de una inteligencia específica,
indispensable para la Iglesia y la humanidad. Sólo desde esta cercanía real y
cordial podemos acompañarlos adecuadamente en su camino de liberación.
2. Las
mujeres son doblemente pobres.
Entre ellas encontramos constantemente los más admirables gestos de heroísmo
cotidiano. La falta de equidad es la raíz de los males sociales.
3. A veces se percibe en algunos movimientos o
grupos cristianos la carencia o incluso la ausencia
del compromiso por el bien común de la sociedad y, en particular, por
la defensa y la promoción de los más débiles y desfavorecidos.
ILUMINARNOS
CON LA PALABRA DE DIOS Y LOS DOCUMENTOS ECLESIALES
4. El
cristiano no puede considerar a los pobres sólo como un problema social; éstos son una ‘cuestión familiar’, son
‘de los nuestros’.
5. La condición de los pobres representa un
grito que, en la historia de la humanidad, interpela constantemente
nuestra vida, nuestras sociedades, los sistemas políticos y económicos, y
especialmente a la Iglesia.
6. No estamos en el horizonte de la
beneficencia, sino de la Revelación; el contacto con quien no
tiene poder ni grandeza es un modo fundamental de encuentro con
el Señor de la historia.
7. No se
puede amar a Dios sin extender el propio amor a los pobres. El amor al prójimo representa la prueba
tangible de la autenticidad del amor a Dios. Son dos amores distintos, pero
inseparables.
8.Cuando la
Iglesia se arrodilla para romper las nuevas cadenas que aprisionan a los pobres, realiza su
vocación más profunda. Amar al Señor allí donde Él está más desfigurado, se
convierte en signo de la Pascua.
9. La
Iglesia, si quiere ser de Cristo, debe ser la Iglesia de las Bienaventuranzas, una Iglesia que hace espacio a los
pequeños y camina pobre con los pobres, un lugar en el que los pobres tienen un
sitio privilegiado.
10. Los
pobres son quienes nos evangelizan para que todos reconozcamos la misteriosa sabiduría que Dios
quiere comunicarnos a través de ellos.
ACTUAR
INDIVIDUAL Y COLECTIVAMENTE
11. Es
preciso seguir denunciando la dictadura de una economía que mata y reconocer que mientras las
ganancias de unos pocos crecen, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos
del bienestar.
12. Las estructuras de injusticia deben
ser reconocidas y destruidas con la fuerza del bien, a través de un cambio de
mentalidad, pero también con la ayuda de las ciencias y la técnica, mediante el
desarrollo de políticas eficaces en la transformación de la sociedad.
13. Siempre debe recordarse que la
propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación individual e
íntima con el Señor. La propuesta es más amplia: es el Reino de Dios.
14. La solidaridad es
luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta
de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y
laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero. Es un
modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares.
CONCLUSIÓN
15. Ya sea a través del trabajo que
ustedes realizan, o de su compromiso por cambiar las
estructuras sociales injustas, o por medio de esos gestos sencillos de
ayuda, muy cercanos y personales, será posible para aquel pobre sentir que
las palabras de Jesús son para él: «Yo te he amado».”
Ahora los cristianos no podemos decir: “No he sabido”. La fe va con el compromiso por una
liberación integral. Eso fue el compromiso de Jesús, el mensaje de los primeros
cristianos, el ejemplo de los innumerables mártires latinoamericanos, el
testimonio de las Comunidades Eclesiales de Base y es el actual grito de los
empobrecidos que son mayoría en nuestro país y nuestro continente. Hagamos
realidad la esperanza de Dios, de los pobres y la nuestra también.
Actualmente la solidaridad de los cristianos
ecuatorianos con nuestros hermanos indígenas demuestra la solidez de su fe y la
calidad de su seguimiento de Jesús de Nazaret. “El amor al prójimo representa la prueba tangible de
la autenticidad del amor a Dios”, escribe el papa León XIV.
II. “TE HE AMADO” (Dilexi te): ‘SOBRE EL AMOR
HACIA LOS POBRES’
Papa
León XIV
Resumen, Pedro Pierre, oct. 2025.
INTRODUCCIÓN
1.
“TE HE AMADO” (Apocalipsis 3,9): “Reconocerán que te he
amado”.
Expresión
dirigida a una Comunidad cristina primitiva, sin relevancia ni recursos y
expuesta a la violencia y al desprecio.
“A
pesar de tu debilidad, obligaré a tus enemigos a que se postren delante de ti”
(Ap 3,8-9). Este texto evoca las palabras del cántico de María:
«Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a
los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías» (Lc 1,52-53).
2.
Esta declaración de amor del Apocalipsis remite a la carta encíclica Dilexit nos
que el Papa Francisco ha
escrito sobre el amor divino y humano de Cristo.
Jesús se identifica «con los más pequeños
de la sociedad» y cómo con su amor, entregado hasta el final, muestra la
dignidad de cada ser humano, sobre todo cuando es más débil, miserable y
sufriente.
Contemplar
el amor de Cristo «nos ayuda a prestar más atención al
sufrimiento y a las carencias de los demás, nos hace fuertes para participar
en su obra de liberación.
3.
El Papa Francisco estaba preparando, en los últimos
meses de su vida, una exhortación apostólica sobre el cuidado de la
Iglesia por los pobres y con los pobres, titulada Dilexi te,
imaginando que Cristo se dirigiera a cada uno de ellos diciendo: no tienes
poder ni fuerza, pero «yo te he amado»
Habiendo
recibido como herencia este proyecto, me alegra hacerlo mío -añadiendo algunas
reflexiones- y proponerlo al comienzo de mi pontificado, compartiendo el deseo
de mi amado predecesor de que todos los cristianos puedan percibir la
fuerte conexión que existe entre el amor de Cristo y su llamada a acercarnos a
los pobres.
También
yo considero necesario insistir sobre este camino de santificación, porque en
el “llamado a reconocerlo en los pobres y sufrientes se revela el mismo corazón
de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo
intenta configurarse”.
CAPÍTULO 1: ALGUNAS PALABRAS
INDISPENSABLES
4.
Los discípulos de Jesús criticaron a la mujer que le había
derramado un perfume muy valioso sobre su cabeza.
Pero
el Señor les dijo: «A los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no
me tendrán siempre» (Mt 26,8-9.11). Aquella mujer había comprendido
que Jesús era el Mesías humilde y sufriente sobre el que debía derramar
su amor.
La
sencillez de este gesto revela algo grande. Ningún gesto de afecto, ni siquiera
el más pequeño, será olvidado, especialmente si está dirigido a quien vive en
el dolor, en la soledad o en la necesidad, como se encontraba el Señor en aquel
momento.
5.
El afecto por el Señor se une al afecto por los pobres.
«Cada
vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40).
No estamos en el horizonte de la beneficencia, sino de la Revelación; el
contacto con quien no tiene poder ni grandeza es un modo fundamental de
encuentro con el Señor de la historia. En los pobres Él sigue teniendo algo
que decirnos.
6.
“¡No te olvides de los pobres!”: Recomendación al papa francisco
en el día de su elección. Preocupación constante de Pablo (Gálatas 2,10).
Opción de san Francisco de Asís… que nunca dejará de inspirarnos.
7.
Fue él, hace ocho siglos, quien provocó un renacimiento evangélico entre los
cristianos y en la sociedad de su tiempo.
Al
joven Francisco, antes rico y arrogante, le impactó encontrarse con la realidad
de los marginados.
El
impulso que provocó no cesa de movilizar el ánimo de los creyentes y de muchos
no creyentes, y ha cambiado la historia.
“La antigua historia del buen samaritano ha sido el paradigma de la
espiritualidad del Concilio”, dijo el papa Pablo
6°.
Estoy
convencido de que la opción preferencial por los pobres genera una renovación
extraordinaria tanto en la Iglesia como en la sociedad, cuando
somos capaces de liberarnos de la autorreferencialidad y conseguimos escuchar
su grito.
8.
“Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos
de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos.
Por eso he bajado a librarlo […]. Ahora ve, yo te envío” (Ex 3,7-8.10).
Se
trata de la revelación de Dios a Moisés junto a la zarza ardiente.
Dios
se muestra solícito hacia la necesidad de los pobres: «Clamaron al Señor, y él
hizo surgir un salvador» ( Jc 3,15). Por eso, escuchando el
grito del pobre, estamos llamados a identificarnos con el corazón de
Dios, que es premuroso con las necesidades de sus hijos y especialmente de los
más necesitados.
Permaneciendo
indiferentes a este grito, el pobre apelaría al Señor contra nosotros y
seríamos culpables de un pecado (cf. Dt 15,9), alejándonos del
corazón mismo de Dios.
9.
La condición de los pobres representa un grito que, en la
historia de la humanidad, interpela constantemente nuestra vida,
nuestras sociedades, los sistemas políticos y económicos, y especialmente a la
Iglesia.
En
el rostro herido de los pobres encontramos impreso el sufrimiento de los
inocentes y, por tanto, el mismo sufrimiento de Cristo.
Existen
muchas formas de pobreza: aquella de los que no tienen medios de
sustento material, la pobreza del que está marginado socialmente y no tiene
instrumentos para dar voz a su dignidad y a sus capacidades, la pobreza moral y
espiritual, la pobreza cultural, la del que se encuentra en una condición de
debilidad o fragilidad personal o social, la pobreza del que no tiene derechos,
ni espacio, ni libertad.
10.
El compromiso en favor de los pobres y con el fin de remover las causas
sociales y estructurales de la pobreza, aun siendo importante en los últimos
decenios, sigue siendo insuficiente.
Vivimos
en una sociedad que privilegia políticas marcadas por numerosas desigualdades
y, por tanto, a las viejas pobrezas se agregan otras nuevas, más sutiles y
peligrosas.
11.
Al compromiso concreto por los pobres también es necesario asociar un cambio
de mentalidad que pueda incidir en la transformación cultural.
La ilusión de una felicidad
que deriva de una vida acomodada, mueve a muchas personas a tener una visión de
la existencia basada en la acumulación de la riqueza y del éxito social a toda
costa, que se ha de conseguir también en detrimento de los demás y
beneficiándose de ideas sociales y sistemas políticos y económicos injustos,
que favorecen a los más fuertes.
Eso
significa que todavía persiste -a veces bien enmascarada. una cultura que
descarta a los demás sin advertirlo siquiera y tolera con indiferencia
que millones de personas mueran de hambre o sobrevivan en condiciones indignas
del ser humano.
12.
Nos preocupan particularmente las graves condiciones en las que se encuentran
muchísimas personas a causa de la falta de comida y de agua. Cada
día mueren varios miles de personas por causas vinculadas a la malnutrición.
Recordemos
que doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de
exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con
menores posibilidades de defender sus derechos. Sin embargo, también entre
ellas encontramos constantemente los más admirables gestos de heroísmo cotidiano
en la defensa y el cuidado de la fragilidad de sus familias.
13.
Hay reglas económicas que resultaron eficaces para el crecimiento, pero no así
para el desarrollo humano integral. Aumentó la riqueza, pero con inequidad.
Se entiende por personas pobres
los individuos, las familias y los grupos de personas cuyos recursos
(materiales, culturales y sociales) son tan escasos que no tienen acceso a las
condiciones de vida mínimas aceptables en el Estado miembro en que viven.
No
se deben ignorar las grandes diferencias que existen entre los
países y las regiones.
14.
Los pobres no están por casualidad o por un ciego y amargo
destino.
15.
También los cristianos, en muchas ocasiones, se dejan contagiar por actitudes
marcadas por ideologías mundanas o por posicionamientos políticos y económicos
que llevan a injustas generalizaciones y a conclusiones engañosas.
No
es posible olvidar a los pobres si no queremos salir fuera de la corriente viva
de la Iglesia que brota del Evangelio y fecunda todo momento histórico.
CAPÍTULO 2: DIOS OPTA POR LOS
POBRES
1.
LA OPCIÓN POR LOS POBRES
16.
Dios es amor misericordioso y su proyecto de amor, que se extiende y se realiza
en la historia, es ante todo su descenso y su venida entre nosotros para liberarnos
de la esclavitud, de los miedos, del pecado y del poder de la muerte.
Para
compartir los límites y las fragilidades de nuestra naturaleza humana, Él mismo
se hizo pobre, nació en carne como nosotros, lo hemos conocido en la pequeñez
de un niño colocado en un pesebre y en la extrema humillación de la cruz, allí
compartió nuestra pobreza radical, que es la muerte.
La
opción de Dios por los pobres que nació en la Asamblea de Puebla, ha sido
integrada en el Magisterio universal.
Dios
quiso inaugurar un Reino de justicia, fraternidad y solidaridad, pidiéndonos
una opción firme y radical a favor de los más débiles.
17. En numerosas páginas del Antiguo Testamento Dios
se presenta amigo y liberador.
Por
medio de los profetas denuncia las inequidades en prejuicio a los
más débiles y exhorta a renovar el culto porque no se puede rezar ni ofrecer
sacrificios mientras se oprime a los más débiles y a los más pobres.
El
corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres. Todo el
camino de nuestra redención está signado por los pobres.
Jesús,
Mesías pobre
18.
Toda la historia veterotestamentaria de la predilección de Dios por los
pobres y el deseo divino de escuchar su grito encuentra en Jesús de
Nazaret su plena realización.
“Se
anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a
los hombres. Y presentándose con aspecto humano» (Flp 2,7).
Se
trata de una pobreza radical, fundada sobre su misión de revelar el
verdadero rostro del amor divino (cf. Jn 1,18; 1
Jn 4,9).
“Ya
conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo
pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza” (2 Co 8,9).
19.
El Evangelio muestra que esta pobreza incidió en cada aspecto de la vida
de Jesús.
-
Nacimiento:
“No había lugar para ellos en el albergue” (Lc 2,7).
-
Muy
pronto, para salvarlo de la muerte, sus padres huyeron a Egipto
(cf. Mt 2,13-15).
-
Al
inicio de la vida pública, fue expulsado de Nazaret después de haber anunciado
que en Él se cumple el año de gracia del que se alegran los pobres
(cf. Lc 4,14-30).
-
Jesús
se presenta al mundo no sólo como Mesías pobre sino como Mesías de los pobres y
para los pobres.
-
No
hubo un lugar acogedor ni siquiera a la hora de su muerte, ya que lo condujeron
fuera de Jerusalén para crucificarlo (cf. Mc 15,22).
20.
Cuando el pequeño Jesús fue presentado en el Templo por José y María, sus
progenitores ofrecieron una pareja de tórtolas o de pichones (cf. Lc 2,22-24),
que era la ofrenda de los pobres (cf. Lev. 12,8).
Jesús
realizaba el oficio de artesano carpintero (cf. Mc 6,3). Se
trata de una categoría de personas que vivían de su trabajo manual.
Además, al no poseer tierras, eran considerados inferiores respecto a los
campesinos.
Jesús,
junto con sus discípulos, arrancaban espigas para comer mientras atravesaban
los campos (cf. Mc 2,23-28), y esto sólo le era permitido
a los pobres.
“Los
zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del
hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Mt 8,20; Lc 9,58).
Jesús
es un maestro itinerante, cuya pobreza y precariedad es signo de su
vínculo con el Padre y es lo que se le pide también a quien quiere
seguirlo en el camino del discipulado.
21.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él
me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres” (Lc 4,18;
cf. Is 61,1).
Jesús
se presenta como Aquel que viene a manifestar en el hoy de la historia la
cercanía amorosa de Dios, que es ante todo obra de liberación
para quienes son prisioneros del mal, para los débiles y los pobres.
Jesús
proclama: “¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les
pertenece!” (Lc 6,20).
La
Iglesia, si quiere ser de Cristo, debe ser la Iglesia de las Bienaventuranzas,
una Iglesia que hace espacio a los pequeños y camina pobre con los pobres, un
lugar en el que los pobres tienen un sitio privilegiado (cf. St 2,2-4)
22.
A la pobreza se añadía el peso de la vergüenza social, alimentado por la
convicción de que la enfermedad y la pobreza estuvieran vinculadas a
algún pecado personal. Jesús se opuso con firmeza a ese modo de pensar,
afirmando que Dios “hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la
lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5,45).
Es
más, dio un vuelco completo a esa concepción: «Hijo mío, […] recuerda que has
recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él
encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento» (Lc 16,25).
23.
Entonces es claro que de nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a
los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los
más abandonados de la sociedad.
¿Por
qué, aun cuando las Sagradas Escrituras son tan precisas a propósito de los
pobres, muchos continúan pensando que pueden excluir a los pobres de sus
atenciones y su lugar fundamental en el pueblo de Dios?
2.
LA MISERICORDIA HACIA LOS POBRES EN LA BIBLIA
24.
El apóstol Juan escribe: «¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama
a su hermano, a quien ve?» (1 Jn 4,20).
Jesús
retoma los dos antiguos mandamientos: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,5) y
«amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18) fundiéndolos
en un único mandamiento.
25.
En otros textos se encuentra una enseñanza que también invita al respeto -por
no decir incluso al amor- del enemigo: “Si ves al asno del que te
aborrece, caído bajo el peso de su carga, no lo dejarás abandonado; más aún,
acudirás a auxiliarlo junto con su dueño” (Ex 23,4-5).
26.
Es innegable que el primado de Dios en la enseñanza de Jesús va acompañado de
otro punto fijo: no se puede amar a Dios sin extender el propio amor a los
pobres. El amor al prójimo representa la prueba tangible de la
autenticidad del amor a Dios: “Si nos amamos los unos a los otros, Dios
permanece en nosotros” (1 Jn 4,12.16). Son dos amores
distintos, pero inseparables.
Todo acto de amor hacia el prójimo es de
algún modo un reflejo de la caridad divina: «Les aseguro que cada vez que lo
hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40).
27. Se recomiendan las obras de
misericordia, como signo de la autenticidad del culto que, mientras alaba a
Dios, seamos todos imagen de Cristo y de su misericordia hacia los más débiles.
Se trata de abrirnos a la gratuidad que
circula entre aquellos que se aman y que, por eso, ponen todo en común. A este respecto, Jesús aconseja: “Cuando des un banquete,
invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de
ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte!» (Lc 14,12-14).
28.
La gran parábola del juicio final (cf. Mt 25,31-46),
que es también una descripción gráfica de la bienaventuranza de los
misericordiosos. Allí el Señor nos ofrece la clave para alcanzar nuestra
plenitud, porque si buscamos esa santidad que agrada a los ojos de Dios, en
este texto hallamos precisamente un protocolo sobre el cual seremos
juzgados.
Las
palabras fuertes y claras del Evangelio deberían ser vividas sin comentario,
sin elucubraciones y excusas que les quiten fuerza.
29.
En la primera comunidad cristiana el programa de caridad derivaba
directamente del ejemplo de Jesús, de las mismas palabras del Evangelio.
La Carta de Santiago dedica mucho espacio al problema de la relación
entre ricos y pobres, lanzando a los creyentes dos
enérgicos llamados que cuestionan su fe: “¿De qué le sirve a uno, hermanos
míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? La
fe, si no va acompañada de las obras, está completamente muerta” (St 2,14-17).
30. «Su oro y su plata se han herrumbrado,
y esa herrumbre dará testimonio contra ustedes y devorará sus cuerpos como un
fuego. ¡Ustedes han amontonado riquezas, ahora que es el tiempo final! Sepan
que el salario que han retenido a los que trabajaron en sus
campos está clamando, y el clamor de los cosechadores ha llegado
a los oídos del Señor del universo” (St 5,3-5). ¡Qué fuerza tienen
estas palabras, aunque prefiramos hacernos los sordos!
“Si
alguien vive en la abundancia, y viendo a su hermano en la necesidad, le
cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios?” (1 Jn 3,17).
31.
¿Para qué complicar lo que es tan simple? Los aparatos conceptuales están para
favorecer el contacto con la realidad que pretenden explicar, y no para
alejarnos de ella.
32.
Un claro ejemplo eclesial de compartir los bienes y asistir a los
pobres lo encontramos en la vida cotidiana y en el estilo de la primera
comunidad cristiana.
Reorganizan
la asistencia a las viudas (cf. Hch 6,1-6) pidiendo a la
comunidad que busquen personas sabias y estimadas a quienes confiar el servicio
de las mesas, mientras ellos se ocupaban de la predicación de la Palabra.
33.
Cuando Pablo fue a Jerusalén a consultar a los apóstoles para asegurarse de
«que no corría o no había corrido en vano» (Ga 2,2), le pidieron que
no se olvidase de los pobres (cf. Ga 2,10). Por esta
razón, organizó varias colectas para ayudar a las comunidades necesitadas.
Entre las motivaciones que ofrece para este gesto se debe resaltar la
siguiente: «Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9,7).
“El
que se apiada del pobre presta al Señor, y él le devolverá el bien que hizo”
(Pr 19,17).
“Den,
y se les dará. […] Porque la medida con que ustedes midan también se usará para
ustedes» (Lc 6,38).
“Entonces
despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar” (Is 58,8).
Los
primeros cristianos estaban convencidos de ello.
34.
A lo largo de los siglos, estas páginas de las primeras Comunidades cristianas
han interpelado los corazones de los cristianos a amar y a realizar obras de
caridad, como semillas fecundas que no cesan de producir fruto.
CAPÍTULO 3: UNA IGLESIA PARA
LOS POBRES
35.
“¡Ah! ¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!”, papa
Francisco.
Existe
un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres.
1.
LA VERDADERA RIQUEZA DE LA IGLESIA
37.
San Pablo refiere que entre los fieles de la naciente comunidad cristiana no
había «muchos sabios, ni muchos poderosos, ni muchos nobles» (1
Co 1,26).
Ya
en los albores del cristianismo los apóstoles impusieron las manos sobre siete
hombres elegidos por la comunidad -los diáconos- y, en cierta
medida, los integraron en su propio ministerio, instituyéndolos para el
servicio -en griego, diakonía- de los más pobres (cf. Hch 6,1-5).
El
primer discípulo en dar testimonio de su fe en Cristo con el derramamiento de
su propia sangre fuera san Esteban, que formaba parte de este
grupo.
38.
Poco más de dos siglos después, otro diácono manifestará su adhesión a
Jesucristo en modo semejante, uniendo en su vida el servicio a los pobres y el
martirio: san Lorenzo
Les
mostró a los pobres, diciendo: “Estos son los tesoros de la
Iglesia”.
Los
Padres de la Iglesia y los pobres
39.
Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia reconocieron en el pobre un
acceso privilegiado a Dios.
San Ignacio de Antioquía, por ejemplo, camino del
martirio: “Considerad a los que tienen una opinión diferente sobre la gracia de
Jesucristo, que vino a nosotros: ¡Cómo se oponen al pensamiento de Dios!
No se preocupan por el amor, ni por la viuda, ni por el huérfano, ni por el
oprimido, ni por el prisionero o el liberto, ni por el hambriento o el
sediento”.
El
obispo de Esmirna, Policarpo, recomendaba precisamente a los
ministros de la Iglesia que cuidaran de los pobres: “Los presbíteros
traigan de vuelta a los descarriados, visiten a todos los enfermos, no
descuiden a la viuda, al huérfano y al pobre”.
40.
San Justino explicaba al emperador que los cristianos llevaban a
los necesitados todo lo que podían, porque veían en ellos hermanos y hermanas
en Cristo.
La Iglesia naciente no separaba el creer de la acción social:
la fe que no iba acompañada del testimonio de las obras, como había enseñado
Santiago, se consideraba muerta (cf. St 2,17).
San Juan Crisóstomo
41.
Entre los Padres orientales, quizá el predicador más ardiente de la justicia
social sea san Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla.
“¿Quieres honrar el Cuerpo de Cristo?
No permitas que sea despreciado en sus miembros, es decir, en los pobres que no
tienen qué vestir, ni lo honres aquí en el templo con vestiduras de seda,
mientras fuera lo abandonas al frío y a la desnudez.
Así
también tú debes prestarle el honor que Él mismo ha ordenado, distribuyendo tus
riquezas entre los pobres. Dios no necesita vasos de oro, sino almas de
oro.
Si los fieles no encuentran a Cristo en los pobres, tampoco lo
encontrarán en el altar, continúa: «¿De qué serviría, al fin y al
cabo, adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si Él muere de hambre en la
persona de los pobres? Primero da de comer al que tiene hambre y luego adorna
su mesa con lo que sobra”.
Entendía
la Eucaristía, por tanto, también como una expresión sacramental de la caridad
y la justicia que la precedían, la acompañaban y debían darle continuidad en el
amor y la atención a los pobres.
42.
La caridad no es una vía opcional, sino el criterio del verdadero culto. Crisóstomo
denunciaba con vehemencia el lujo exacerbado, que convivía con la indiferencia
hacia los pobres. La atención que se les debe prestar, más que una mera
exigencia social, es una condición para la salvación.
Afirmaba
que “no dar a los pobres es robarles, es defraudarles la vida,
porque lo que poseemos les pertenece”.
San Agustín
43.
Agustín tuvo como maestro espiritual a san Ambrosio, que insistía en la
exigencia ética de compartir los bienes: “Lo que das al pobre no es tuyo,
es suyo porque te has apropiado de lo que fue dado para uso
común”.
44.
“Atended a vuestros hermanos, si necesitan algo; dad, si Cristo está en
vosotros, incluso a los extranjeros”.
Para
Agustín, el pobre no es sólo alguien a quien se ayuda, sino la presencia
sacramental del Señor.
45.
“He recibido alojamiento y daré una casa. He sido visitado en la enfermedad y
daré salud. Fui visitado en la cárcel y daré libertad. El pan que se dio a mis
pobres se consumió; el pan que yo daré restaura las fuerzas, sin acabarse
nunca»
46.
Esta mirada cristocéntrica y profundamente eclesial lleva a sostener que las
ofrendas, cuando nacen del amor, no sólo alivian la necesidad del hermano, sino
que también purifican el corazón de quien da y está dispuesto a la conversión
47.
La Iglesia reconoce en los pobres el rostro de Cristo y en los bienes el
instrumento de la caridad.
48.
La teología patrística fue práctica, apuntando a una Iglesia pobre y para los
pobres.
Cuidar
a los enfermos
49.
La compasión cristiana se ha manifestado de manera peculiar en el cuidado de
los enfermos y los que sufren.
San Cipriano, durante una peste en la ciudad de Cartago,
donde era obispo, recordaba a los cristianos la importancia del cuidado de los
infectados
En
los enfermos, los miembros de la Iglesia tocan ‘la carne sufriente de
Cristo’.
50.
Se hizo famosa la expresión de san Juan de Dios, fundador la
Orden Hospitalaria: “¡Haced el bien, hermanos!”
fundó
La regla la Orden de san Camilo de Lelis ordena “servir a todos
los enfermos con el mismo afecto que una madre amorosa suele asistir a su único
hijo enfermo”.
En
hospitales, campos de batalla, prisiones y calles, los camilos encarnaron la
misericordia de Cristo Médico.
51.
Muchas mujeres consagradas se desempeñaron en la atención
sanitaria de los pobres. Las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl,
las Hermanas Hospitalarias, las Pequeñas Siervas de la Divina Providencia
y tantas otras Congregaciones femeninas se convirtieron en una presencia
maternal y discreta en los hospitales, asilos y residencias de ancianos.
Santa Luisa de Marillac escribía a sus
hermanas, las Hijas de la Caridad, recordándoles que habían «recibido una
bendición especial de Dios para servir a los pobres enfermos en los
hospitales».
52.
En el gesto de limpiar una herida, la Iglesia proclama que el Reino de
Dios comienza entre los más vulnerables: “Estaba […] enfermo, y me
visitaron” (Mt 25,35.36).
El
cuidado de los pobres en la vida monástica
53.
La vida monástica, nacida en el silencio de los desiertos, fue desde sus
inicios un testimonio de solidaridad. Los monjes lo dejaban todo
para encontrar, en este despojo radical, al Cristo pobre.
Para
Basilio Magno, la hospitalidad y el cuidado de los necesitados
eran parte integrante de la espiritualidad monástica.
54.
Construyó en Cesarea alojamientos, hospitales y escuelas para los pobres y los
enfermos.
Demostraba
así que para estar cerca de Dios hay que estar cerca de los pobres.
55.
San Benito elaboró una Regla que se convertiría en la columna
vertebral de la espiritualidad monástica europea: «Mostrad sobre todo un
cuidado solícito en la recepción de los pobres y los peregrinos, porque sobre
todo en ellos se recibe a Cristo».
56.
La regla del compartir, del trabajo común y de la asistencia a los
vulnerables estructuraba una economía solidaria, en contraste con la
lógica de la acumulación.
57.
Además de la asistencia material, los monasterios desempeñaron un papel
fundamental en la formación cultural y espiritual de los más humildes.
Eran
lugares donde el necesitado encontraba pan y remedios, pero también dignidad y
palabra.
58.
El monasterio es lugar de escucha y de acción, de adoración y de compartir.
Para
san Bernardo de Claraval, gran reformador de la Orden
Cisterciense, la compasión no era una opción accesoria, sino el camino real
para seguir a Cristo.
Liberar
a los cautivos
59.
Desde los tiempos apostólicos, la Iglesia ha visto en la liberación de
los oprimidos un signo del Reino de Dios. Jesús mismo, al iniciar su
misión pública, proclamó: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha
consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a
anunciar la liberación a los cautivos» (Lc 4,18).
Esta
misión liberadora se prolongó a lo largo de los siglos mediante acciones
concretas, especialmente cuando el drama de la esclavitud y el cautiverio marcó
sociedades enteras.
60.
Cuando muchos cristianos eran capturados o esclavizados en las guerras,
surgieron dos Órdenes religiosas: la Orden de la Santísima Trinidad,
Redención de Cautivos (trinitarios), fundada por san Juan de Mata y san Félix
de Valois, y la Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced
(mercedarios), fundada por san Pedro Nolasco con el apoyo de san Raimundo de
Peñafort, dominico.
Los
trinitarios tenían el lema “Gloria a Ti, Trinidad, y a los cautivos
libertad”.
los
mercedarios añaden un cuarto voto a los votos religiosos de pobreza,
obediencia y castidad: el testimonio de la caridad que puede ser heroica al ofrecer
la propia vida a cambio de la libertad de los esclavizados.
61.
La espiritualidad original de estas Órdenes estaba profundamente arraigada en
la contemplación de la cruz, muestra de la máxima solidaridad de Cristo.
“No
hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13).
La
caridad cristiana, cuando se encarna, se convierte en liberadora. Y la
misión de la Iglesia, cuando es fiel a su Señor, es siempre proclamar la
liberación.
Cuando
la Iglesia se arrodilla para romper las nuevas cadenas que aprisionan a los
pobres, se convierte en signo de la Pascua.
62.
Esto es un servicio preferencial de la Iglesia: «Esta es la libertad que nos ha
dado Cristo» (Ga 5,1). Y esa libertad no es sólo interior:
se manifiesta en la historia como amor que cuida y libera de todas las
ataduras.
2.
TESTIGOS DE LA POBREZA EVANGÉLICA
63.
En el siglo XIII, ante el crecimiento de las ciudades, la concentración de
riquezas y la aparición de nuevas formas de pobreza, el Espíritu Santo suscitó
en la Iglesia un nuevo tipo de consagración: las Órdenes mendicantes.
Adoptaron
una vida itinerante, sin propiedades personales ni comunitarias, confiando
plenamente en la Providencia. No sólo servían a los pobres: se hacían pobres
con ellos. Consideraban la ciudad como un nuevo desierto y a los marginados
como nuevos maestros espirituales.
Los franciscanos, los dominicos, los agustinos y los carmelitas
representaron una revolución evangélica, en la que el estilo de vida sencillo y
pobre se convierte en un signo profético para la misión, reviviendo la
experiencia de la primera comunidad cristiana (cf. Hch 4,32).
El testimonio de los mendicantes desafiaba tanto la opulencia clerical como la
frialdad de la sociedad urbana.
64.
San Francisco de Asís se convirtió en el icono de esta primavera
espiritual. Tomando la pobreza como esposa, quiso imitar al Cristo pobre,
desnudo y crucificado. En su Regla, pide a los hermanos que de “nada se
apropien, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y como peregrinos y forasteros en
este siglo, sirviendo al Señor en pobreza y humildad, vayan por limosna
confiadamente”
Francisco
no fundó un servicio social, sino una fraternidad evangélica.
65.
Santa Clara de Asís, inspirada por Francisco, fundó la Orden de
las Damas Pobres, más tarde llamadas clarisas.
Su vida orante y oculta fue un grito contra
la mundanidad y una defensa silenciosa de los pobres y olvidados.
66. Santo Domingo de Guzmán
fundó la Orden de Predicadores.
Libres
del peso de los bienes terrenos, los frailes dominicos podían dedicarse mejor a
la obra principal, es decir, a la predicación.
Al vivir entre los pobres, aprendían la verdad del Evangelio “desde
abajo”, como discípulos del Cristo humillado.
67.
Las Órdenes mendicantes fueron, así, una respuesta viva a la exclusión y la
indiferencia.
Enseñan
que la Iglesia es luz sólo cuando se despoja de todo, y que la santidad pasa
por un corazón humilde y volcado en los pequeños.
La
Iglesia y la educación de los pobres
68.
Desde los primeros tiempos, los cristianos se dieron cuenta de que el
saber libera, dignifica y acerca a la verdad. Para la Iglesia, enseñar
a los pobres era un acto de justicia y de fe.
69.
En el siglo XVI, san José de Calasanz, impresionado por la falta
de instrucción y formación de los jóvenes pobres de la ciudad de Roma…
En
el siglo XVII san Juan Bautista de La Salle, dándose cuenta de la
injusticia causada por la exclusión de los hijos de obreros y campesinos del
sistema educativo de Francia en aquel tiempo, fundó los Hermanos de las
Escuelas Cristianas
70.
Ya en el siglo XIX, también en Francia, san Marcelino Champagnat
fundó el Instituto de los Hermanos Maristas de las Escuelas cristianas
En
Turín, san Juan Bosco inició la obra salesiana
71.
Muchas Congregaciones femeninas fueron también protagonistas de
esta revolución pedagógica. Las ursulinas, las monjas de la Orden de la
Compañía de María Nuestra Señora, las Maestras Pías y
muchas otras fundadas especialmente en los siglos XVIII y XIX ocuparon espacios
donde el Estado estaba ausente.
72.
Para la fe cristiana, la educación de los pobres no es un favor, sino un
deber.
Acompañar
a los migrantes
73.
La experiencia de la migración acompaña la historia del pueblo de Dios.
Abraham parte sin saber adónde va; Moisés conduce a un pueblo peregrino por el
desierto; María y José huyen con el Niño a Egipto. El mismo Cristo, que «vino a
los suyos, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11), vivió entre
nosotros como extranjero. Por eso, la Iglesia siempre ha reconocido en los
migrantes una presencia viva del Señor, que en el día del juicio dirá a los que
estén a su derecha: «Estaba de paso, y me alojaron» (Mt 25,35).
74.
En el siglo XIX, cuando millones de europeos emigraban en busca de mejores
condiciones de vida, dos grandes santos se destacaron en la atención pastoral
de los migrantes: san Juan Bautista Scalabrini y santa Francisca Javier
Cabrini.
75.
La tradición de la actividad de la Iglesia con y para los migrantes continúa y
hoy ese servicio se expresa en iniciativas como los centros de acogida para
refugiados, las misiones en las fronteras y los esfuerzos de Cáritas
Internacional y otras instituciones.
La
Iglesia, como madre, camina con los que caminan. Donde el mundo ve una amenaza,
ella ve hijos; donde se levantan muros, ella construye puentes.
Al
lado de los últimos
76.
Los más pobres entre los pobres -los que no sólo carecen de
bienes, sino también de voz y de reconocimiento de su dignidad- ocupan un
lugar especial en el corazón de Dios. Son los preferidos del Evangelio, los
herederos del Reino (cf. Lc 6,20).
77.
Santa Teresa de Calcuta, canonizada en 2016, se convirtió en un
icono universal de la caridad vivida hasta el extremo en favor de los más
indigentes, descartados por la sociedad.
78.
En Brasil, santa Dulce de los Pobres, conocida como “el ángel
bueno de Bahía”, encarnó el mismo espíritu evangélico con rasgos brasileños.
79.
Se podría recordar también a san Benito Menni y las Hermanas
Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, junto a las personas con
discapacidades; a san Carlos de Foucauld entre las comunidades
del Sahara; a santa Katharine Drexel, junto a los grupos más
desfavorecidos de Norteamérica; a la hermana Emmanuelle con los
recolectores de basura en el barrio de Ezbet El Nakhl, en la ciudad de El
Cairo; y a muchísimos más.
San Juan Pablo II nos
recordaba que «en la persona de los pobres hay una presencia especial [de
Cristo], que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos».
Movimientos
populares
80.
Me refiero a un “conjunto de personas que no caminan como individuos sino como
el entramado de una comunidad de todos y para todos, que no puede
dejar que los más pobres y débiles se queden atrás”.
81.
Estos líderes populares saben que la solidaridad «también es
luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta
de trabajo, la tierra y la vivienda, la negación de los derechos sociales y
laborales. Es enfrentar los destructores efectos del imperio del dinero.
Los
movimientos populares, efectivamente, nos invitan a superar esa idea de las
políticas sociales concebidas como una política hacia los
pobres, pero nunca con los pobres, nunca de los
pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos.
CAPÍTULO 4: UNA HISTORIA QUE
CONTINÚA
El
siglo de la Doctrina Social de la Iglesia
82.
El aporte de la Doctrina Social de la Iglesia tiene en sí una raíz popular que
no se debe olvidar: La aceleración de las transformaciones tecnológicas y
sociales de los últimos dos siglos.
Ofrece
una auténtica fuente de enseñanzas referidas a los pobres que encontramos en
distintos espacios:
83.
Unas Cartas encíclicas:
-
Con
“Nuevas situaciones” (Rerum novarum, 1891)
el papa León 13 afrontó la cuestión de la explotación
laboral.
-
Con
“Madre y Maestra” (Mater et Magistra (1961)
del papa Juan 23 se hizo promotor de una justicia de
dimensiones mundiales.
84.
Con el Concilio Vaticano 2° se perfila la necesidad de una nueva
forma eclesial, más sencilla y sobria, dirigida a resolver el gran problema de
la pobreza en el mundo.
-
Al
convocar el Concilio, el papa Juan 23 (1961): “La Iglesia se
presenta como es y como quiere ser, como Iglesia de todos, en particular como
la Iglesia de los pobres”,
-
En
1962, durante el Concilio, el cardenal Giacomo Lercaro: “El
misterio de Cristo en la Iglesia es siempre el misterio de Cristo en los
pobres… En cierto sentido es el único tema de todo el Vaticano II”.
-
En
1964, durante el Concilio, el papa Pablo 6° advierte: “La representación de
Cristo en el pobre es universal, todo pobre refleja a Cristo; la del Papa es
personal”.
-
El
mayor documento pastoral del Concilio “Alegría y Esperanza’
(Gaudium et spes, 1965), afirmó con fuerza el destino universal de los bienes
de la tierra y la función social de la propiedad: “La propiedad muchas veces se
convierte en ocasión de ambiciones y graves desórdenes… Quien se halla en
situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo
necesario para sí (69. 71).”
85.
Los últimos papas
-
En su
Carta “El desarrollo de los Pueblos” (Populorum progressio, 1967) Pablo
6° proclama que “nadie puede reservarse el uso exclusivo lo que supera
a la propia necesidad cuando a los demás les falta lo necesario”.
-
87. En
su Carta sobre “La preocupación social” (Solicitudo rei sociales, 1987), Juan
Pablo 2° afirma que la cuestión del trabajo adquiere importancia cuando
queremos pensar en el rol activo de los pobres en la renovación de la Iglesia y
de la sociedad” (42).
-
88. En
su Carta “Caridad de verdad” (Caritas in veritate, 2012) Benedicto 16
reconoce que “el hambre depende de la falta un sistema de instituciones
económicas capaces, tanto de asegurar que se tenga acceso al agua y a la comida
de manera regular y adecuada” (12).
-
En la Instrucción sobre algunos aspectos de la
“Teología de la liberación” (1984) escribe: “La preocupación por la
pureza de la fe ha de ir unida a la preocupación por aportar, con una vida
teologal integral, la respuesta de un testimonio eficaz de servicio al prójimo,
y particularmente al pobre y al oprimido” (XI, 18).
-
88. En
“La Alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium, 2013) Francisco ha
reconocido que en casi todos los países de América Latina se sintió fuertemente
la identificación de la Iglesia con los pobres y la participación activa en su
rescate.
“La caridad es la fuente a la que debe
hacer referencia todo compromiso para “resolver las causas estructurales de la
pobreza” (202).
Es preciso seguir denunciando la “dictadura
de una economía que mata” (EG 56).
89. En su Carta “Nos ha amado” (Dilexit nos,
2024) nos ha recordado cómo el pecado social toma la forma de “estructura de
pecado” en la sociedad (183).
El
martirio de san Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, fue al
mismo tiempo un testimonio y una exhortación viva para la Iglesia.
Estructuras
de pecado que causan pobreza y desigualdades extremas
90.
Las Conferencias del Episcopado Latinoamericano en Medellín (1968), Puebla
(1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007) constituyen etapas
significativas también para toda la Iglesia.
-
En
Medellín, los obispos se pronunciaron en favor
de la opción preferencial por los pobres: «Cristo nuestro Salvador vivió en la
pobreza, centró su misión en el anuncio a los pobres de su liberación y fundó
su Iglesia como signo de esa pobreza entre los hombres” (14,7).
-
Puebla
confirmó la decisión de Medellín con una opción franca y profética en favor de
los pobres, y calificó las estructuras de injusticia como “pecado social”.
El
cambio de época que estamos afrontando hace más necesario reconocer que la
realidad se ve mejor desde los márgenes y que los pobres son sujetos de una
inteligencia específica, indispensable para la Iglesia y la humanidad.
Los
pobres como sujetos
99.
La Conferencia de Aparecida insiste en la necesidad de considerar
a las comunidades marginadas como sujetos capaces de crear su propia
cultura, más que como objetos de beneficencia. Esto implica
que dichas comunidades tienen el derecho de vivir el Evangelio, de celebrar y
comunicar la fe según los valores presentes en su cultura.
La
experiencia de la pobreza les da la capacidad para reconocer aspectos de la
realidad que otros no son capaces de ver, y por esta razón la sociedad necesita
escucharlos. Lo mismo vale para la Iglesia.
En
Evangelii gaudium (2013) del papa Francisco: Aparece
claramente la necesidad de que “todos nos dejemos evangelizar” por los
pobres, y que todos reconozcamos “la misteriosa sabiduría que Dios quiere
comunicarnos a través de ellos" (198)
“Sólo
desde esta cercanía real y cordial podemos acompañarlos adecuadamente en su
camino de liberación” (199)
CAPÍTULO 5: UN DESAFÍO
PERMANENTE
103.
Debemos sentir la urgencia de invitar a todos a sumergirse en este río de luz y
de vida que proviene del reconocimiento de Cristo en el rostro de los
necesitados y de los que sufren.
El amor a los que son pobres es la garantía evangélica de una Iglesia
fiel al corazón de Dios.
…
buscando, desde ellos, la transformación de su situación.
104.
Debemos sentir la urgencia de invitar a todos a sumergirse en este río de luz y
de vida que proviene del reconocimiento de Cristo en el rostro de los
necesitados y de los que sufren.
El
buen samaritano de nuevo
105.
Vuelve la pregunta que interpela a cada uno en primera persona: “¿Con quién te
identificas?” (Francisco, ‘Todos hermanos”, 64).
107.
“Ve, y procede tú de la misma manera” que el Buen Samaritano (Lc 10,37)
En la Carta ‘Todos somos hermanos’, el papa
Francisco da una dimensión colectica a la
parábola del Bien Samaritano: “Todos tenemos responsabilidad sobre el herido
que es el pueblo mismo y todos los pueblos de la tierra” (79).
“La solidaridad es luchar contra las causas
estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y
de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los
destructores efectos del Imperio del dinero. Es un modo de hacer historia y eso
es lo que hacen los movimientos populares” (116).
“Es necesario fomentar no únicamente una
mística de la fraternidad sino al mismo tiempo una organización mundial más
eficiente para ayudar a resolver los problemas acuciantes de los abandonados
que sufren y mueren en los países pobres” (165). “Ese torrente de energía
moral surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino
común y a su vez es bueno promover que estos movimientos, estas experiencias de
solidaridad que crecen desde abajo, desde el subsuelo del planeta” (169).
----------------------------------
Un
desafío ineludible para la Iglesia de hoy
109.
Los pobres son quienes nos evangelizan. ¿De qué manera? Los
pobres, en el silencio de su misma condición, nos colocan frente a la realidad
de nuestra debilidad.
“Este
rico no fue castigado precisamente por robar lo ajeno, sino porque malamente
reservó para sí solo los bienes
110.
La opción preferencial por los pobres, es decir, el amor de la
Iglesia hacia ellos es determinante y pertenece a su constante tradición, la
impulsa a dirigirse al mundo en el cual, no obstante el progreso
técnico-económico, la pobreza amenaza con alcanzar formas gigantescas.
Para
adentrarse en serio en el misterio de la Encarnación, en cambio, es necesario
especificar que el Señor se hace carne, carne que tiene hambre, que tiene sed,
que está enferma, encarcelada.
111.
Los pobres están en el centro de la Iglesia.
112.
Es necesario recordar que la religión, especialmente la cristiana, no puede
limitarse al ámbito privado, como si los fieles no tuvieran que preocuparse
también de los problemas relativos a la sociedad civil y de los acontecimientos
que afectan a los ciudadanos.
113.
Cualquier comunidad de la Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir
tranquila sin ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los
pobres vivan con dignidad, también correrá el riesgo de la disolución
114.
Hay quienes siguen diciendo: “Nuestra tarea es rezar y enseñar la verdadera
doctrina”. Pero, desvinculando este aspecto religioso de la promoción integral,
agregan que sólo el gobierno debería encargarse de ellos, o que sería mejor
dejarlos en la miseria, para que aprendan a trabajar.
A
veces, sin embargo, se asumen criterios pseudocientíficos para decir que la
libertad de mercado traerá espontáneamente la solución al problema de la
pobreza.
O
incluso, se opta por una pastoral de las llamadas élites, argumentando que, en
vez de perder el tiempo con los pobres, es mejor ocuparse de los ricos, de los
poderosos y de los profesionales, para que, por medio de ellos, se puedan
alcanzar soluciones más eficaces.
Es
fácil percibir la mundanidad que se esconde detrás de estas opiniones
Aún
hoy, dar
115.
Es bueno dedicar una última palabra a la limosna.
Esta
nos invita al menos a detenerse y a mirar al pobre a la cara, a tocarle y
compartir con él algo de lo suyo.
116.
No podemos correr el riesgo de dejar a una persona abandonada a su suerte, sin
lo indispensable para vivir dignamente
«El
hombre generoso será bendecido, porque comparte su pan con el pobre» (Pr 22,9).
117.
«Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y
acumulen un tesoro inagotable en el cielo» (Lc 12,33).
119.
Permanecer en el mundo de las ideas y las discusiones, sin gestos personales,
asiduos y sinceros, sería la perdición de nuestros sueños más preciados.
120.
Ya sea a través del trabajo que ustedes realizan, o de su compromiso por
cambiar las estructuras sociales injustas, o por medio de esos gestos sencillos
de ayuda, muy cercanos y personales, será posible para aquel pobre sentir que
las palabras de Jesús son para él: «Yo te he amado» (Ap 3,9).
Dado
en Roma, junto a San Pedro, el 4 de octubre, memoria de san Francisco de Asís,
del año 2025, primero de mi Pontificado.
“TE HE AMADO”: SOBRE EL AMOR HACIA LOS POBRES
Papa León 14
La
primera exhortación apostólica de León XIV: ‘Delexi te’. - 09.10.2025.
1. «Te he amado» (Ap 3,9), dice
el Señor a una comunidad cristiana que, a diferencia de otras, no tenía ninguna
relevancia ni recursos y estaba expuesta a la violencia y al desprecio: «A
pesar de tu debilidad […] obligaré […] a que se postren delante de ti» (Ap 3,8-9).
Este texto evoca las palabras del cántico de María: «Derribó a los poderosos de
su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a
los ricos con las manos vacías» (Lc 1,52-53).
2. La declaración de amor del Apocalipsis
remite al misterio inextinguible que el Papa Francisco ha profundizado en la encíclica Dilexit nos sobre el amor divino y humano
del Corazón de Cristo. En ella hemos admirado el modo en el que Jesús se
identifica «con los más pequeños de la sociedad» y cómo con su amor, entregado
hasta el final, muestra la dignidad de cada ser humano, sobre todo cuando es
«más débil, miserable y sufriente». Contemplar el amor de Cristo «nos
ayuda a prestar más atención al sufrimiento y a las carencias de los demás, nos
hace fuertes para participar en su obra de liberación, como instrumentos para
la difusión de su amor».
3. Por esta razón, en continuidad con la
encíclica Dilexit nos, el Papa
Francisco estaba
preparando, en los últimos meses de su vida, una exhortación apostólica sobre
el cuidado de la Iglesia por los pobres y con los pobres, titulada Dilexi
te, imaginando que Cristo se dirigiera a cada uno de ellos diciendo: no
tienes poder ni fuerza, pero «yo te he amado» (Ap 3,9). Habiendo
recibido como herencia este proyecto, me alegra hacerlo mío —añadiendo algunas
reflexiones— y proponerlo al comienzo de mi pontificado, compartiendo el deseo
de mi amado predecesor de que todos los cristianos puedan percibir la fuerte
conexión que existe entre el amor de Cristo y su llamada a acercarnos a los
pobres. De hecho, también yo considero necesario insistir sobre este camino de
santificación, porque en el «llamado a reconocerlo en los pobres y sufrientes se
revela el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas,
con las cuales todo santo intenta configurarse».
CAPÍTULO
1: ALGUNAS PALABRAS INDISPENSABLES
4. Los discípulos de Jesús criticaron a la
mujer que le había derramado un perfume muy valioso sobre su cabeza: «¿Para qué
este derroche? —decían— Se hubiera podido vender el perfume a buen precio para
repartir el dinero entre los pobres». Pero el Señor les dijo: «A los pobres los
tendrán siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre» (Mt 26,8-9.11).
Aquella mujer había comprendido que Jesús era el Mesías humilde y sufriente
sobre el que debía derramar su amor. ¡Qué consuelo ese ungüento sobre aquella
cabeza que algunos días después sería atormentada por las espinas! Era un gesto
insignificante, ciertamente, pero quien sufre sabe cuán importante es un
pequeño gesto de afecto y cuánto alivio puede causar. Jesús lo comprende y
sanciona su perennidad: «Allí donde se proclame esta Buena Noticia, en todo el
mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo» (Mt 26,13).
La sencillez de este gesto revela algo grande. Ningún gesto de afecto, ni
siquiera el más pequeño, será olvidado, especialmente si está dirigido a quien
vive en el dolor, en la soledad o en la necesidad, como se encontraba el Señor
en aquel momento.
5. Y es precisamente en esta perspectiva
que el afecto por el Señor se une al afecto por los pobres. Aquel Jesús que
dice: «A los pobres los tendrán siempre con ustedes» (Mt 26,11)
expresa el mismo concepto que cuando promete a los discípulos: «Yo estaré
siempre con ustedes» (Mt 28,20). Y al mismo tiempo nos vienen a la
mente aquellas palabras del Señor: «Cada vez que lo hicieron con el más pequeño
de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40). No estamos en el
horizonte de la beneficencia, sino de la Revelación; el contacto con quien no
tiene poder ni grandeza es un modo fundamental de encuentro con el Señor de la
historia. En los pobres Él sigue teniendo algo que decirnos.
San Francisco
6. El Papa Francisco, recordando la elección de su nombre, contó que,
después de haber sido elegido, un cardenal amigo lo abrazó, lo besó y le dijo:
«¡No te olvides de los pobres!». Se trata de la misma recomendación hecha
a san Pablo por las autoridades de la Iglesia cuando subió a Jerusalén para
confirmar su misión (cf. Ga 2,1-10). Años más tarde, el
Apóstol pudo afirmar que fue esto lo que siempre había tratado de hacer (cf. v.
10). Y fue también la opción de san Francisco de Asís: en el leproso fue Cristo
mismo quien lo abrazó, cambiándole la vida. La figura luminosa del Poverello
nunca dejará de inspirarnos.
7. Fue él, hace ocho siglos, quien provocó
un renacimiento evangélico entre los cristianos y en la sociedad de su tiempo.
Al joven Francisco, antes rico y arrogante, le impactó encontrarse con la
realidad de los marginados. El impulso que provocó no cesa de movilizar el
ánimo de los creyentes y de muchos no creyentes, y «ha cambiado la
historia». El mismo Concilio Vaticano II, según las palabras de san Pablo VI, se encuentra en este camino: «la antigua
historia del buen samaritano ha sido el paradigma de la espiritualidad del
Concilio». Estoy convencido de que la opción preferencial por los pobres
genera una renovación extraordinaria tanto en la Iglesia como en la sociedad,
cuando somos capaces de liberarnos de la autorreferencialidad y conseguimos
escuchar su grito.
El grito de los pobres
8. A este respecto, hay un texto de la
Sagrada Escritura al que siempre es necesario volver. Se trata de la revelación
de Dios a Moisés junto a la zarza ardiente: «Yo he visto la opresión de mi
pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus
capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo
[…]. Ahora ve, yo te envío» ( Ex 3,7-8.10). Dios se
muestra solícito hacia la necesidad de los pobres: «clamaron al Señor, y él
hizo surgir un salvador» ( Jc 3,15). Por eso, escuchando el
grito del pobre, estamos llamados a identificarnos con el corazón de Dios, que
es premuroso con las necesidades de sus hijos y especialmente de los más
necesitados. Permaneciendo, por el contrario, indiferentes a este grito, el
pobre apelaría al Señor contra nosotros y seríamos culpables de un pecado
(cf. Dt 15,9), alejándonos del corazón mismo de Dios.
9. La condición de los pobres representa un
grito que, en la historia de la humanidad, interpela constantemente nuestra
vida, nuestras sociedades, los sistemas políticos y económicos, y especialmente
a la Iglesia. En el rostro herido de los pobres encontramos impreso el
sufrimiento de los inocentes y, por tanto, el mismo sufrimiento de Cristo. Al
mismo tiempo, deberíamos hablar quizás más correctamente de los numerosos
rostros de los pobres y de la pobreza, porque se trata de un fenómeno variado;
en efecto, existen muchas formas de pobreza: aquella de los que no tienen
medios de sustento material, la pobreza del que está marginado socialmente y no
tiene instrumentos para dar voz a su dignidad y a sus capacidades, la pobreza
moral y espiritual, la pobreza cultural, la del que se encuentra en una
condición de debilidad o fragilidad personal o social, la pobreza del que no
tiene derechos, ni espacio, ni libertad.
10. En este sentido, se puede decir que el
compromiso en favor de los pobres y con el fin de remover las causas sociales y
estructurales de la pobreza, aun siendo importante en los últimos decenios,
sigue siendo insuficiente. Esto también porque vivimos en una sociedad que a
menudo privilegia algunos criterios de orientación de la existencia y de la
política marcados por numerosas desigualdades y, por tanto, a las viejas
pobrezas de las que hemos tomado conciencia y que se intenta contrastar, se
agregan otras nuevas, en ocasiones más sutiles y peligrosas. Desde este punto
de vista, es encomiable el hecho de que las Naciones Unidas hayan puesto la
erradicación de la pobreza como uno de los objetivos del Milenio.
11. Al compromiso concreto por los pobres
también es necesario asociar un cambio de mentalidad que pueda incidir en la
transformación cultural. En efecto, la ilusión de una felicidad que deriva de
una vida acomodada mueve a muchas personas a tener una visión de la existencia
basada en la acumulación de la riqueza y del éxito social a toda costa, que se
ha de conseguir también en detrimento de los demás y beneficiándose de ideales
sociales y sistemas políticos y económicos injustos, que favorecen a los más fuertes.
De ese modo, en un mundo donde los pobres son cada vez más numerosos,
paradójicamente, también vemos crecer algunas élites de ricos, que viven en una
burbuja muy confortable y lujosa, casi en otro mundo respecto a la gente común.
Eso significa que todavía persiste —a veces bien enmascarada— una cultura que
descarta a los demás sin advertirlo siquiera y tolera con indiferencia que
millones de personas mueran de hambre o sobrevivan en condiciones indignas del
ser humano. Hace algunos años, la foto de un niño tendido sin vida en una playa
del Mediterráneo provocó un gran impacto y, lamentablemente, aparte de alguna
emoción momentánea, hechos similares se están volviendo cada vez más
irrelevantes, reduciéndose a noticias marginales.
12. No debemos bajar la guardia respecto a
la pobreza. Nos preocupan particularmente las graves condiciones en las que se
encuentran muchísimas personas a causa de la falta de comida y de agua. Cada
día mueren varios miles de personas por causas vinculadas a la malnutrición. En
los países ricos las cifras relativas al número de pobres tampoco son menos
preocupantes. En Europa hay cada vez más familias que no logran llegar a fin de
mes. En general, se percibe que han aumentado las distintas manifestaciones de
la pobreza. Esta ya no se configura como una única condición homogénea, más
bien se traduce en múltiples formas de empobrecimiento económico y social,
reflejando el fenómeno de las crecientes desigualdades también en contextos
generalmente acomodados. Recordemos que «doblemente pobres son las mujeres que
sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se
encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos. Sin embargo,
también entre ellas encontramos constantemente los más admirables gestos de
heroísmo cotidiano en la defensa y el cuidado de la fragilidad de sus
familias». Si bien en algunos países se observan cambios importantes, «la
organización de las sociedades en todo el mundo todavía está lejos de reflejar
con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma dignidad e idénticos
derechos que los varones. Se afirma algo con las palabras, pero las decisiones
y la realidad gritan otro mensaje», sobre todo si pensamos en las mujeres más
pobres.
Prejuicios ideológicos
13. Más allá de los datos —que a veces son
“interpretados” en modo tal de convencernos que la situación de los pobres no
es tan grave—, la realidad general es bastante clara: «Hay reglas económicas
que resultaron eficaces para el crecimiento, pero no así para el desarrollo
humano integral. Aumentó la riqueza, pero con inequidad, y así lo que ocurre es
que “nacen nuevas pobrezas”. Cuando dicen que el mundo moderno redujo la
pobreza, lo hacen midiéndola con criterios de otras épocas no comparables con
la realidad actual. Porque en otros tiempos, por ejemplo, no tener acceso a la
energía eléctrica no era considerado un signo de pobreza ni generaba angustia.
La pobreza siempre se analiza y se entiende en el contexto de las posibilidades
reales de un momento histórico concreto». Sin embargo, más allá de las
situaciones específicas y contextuales, en un documento de la Comunidad
Europea, en 1984, se afirmaba que «se entiende por personas pobres los
individuos, las familias y los grupos de personas cuyos recursos (materiales,
culturales y sociales) son tan escasos que no tienen acceso a las condiciones
de vida mínimas aceptables en el Estado miembro en que viven». Pero si
reconocemos que todos los seres humanos tienen la misma dignidad,
independientemente del lugar de nacimiento, no se deben ignorar las grandes
diferencias que existen entre los países y las regiones.
14. Los pobres no están por casualidad o
por un ciego y amargo destino. Menos aún la pobreza, para la mayor parte de
ellos, es una elección. Y, sin embargo, todavía hay algunos que se atreven a
afirmarlo, mostrando ceguera y crueldad. Obviamente entre los pobres hay
también quien no quiere trabajar, quizás porque sus antepasados, que han
trabajado toda la vida, han muerto pobres. Pero hay muchos -hombres y mujeres-
que de todas maneras trabajan desde la mañana hasta la noche, a veces
recogiendo cartones o haciendo otras actividades de ese tipo, aunque este
esfuerzo sólo les sirva para sobrevivir y nunca para mejorar verdaderamente su
vida. No podemos decir que la mayor parte de los pobres lo son porque no hayan
obtenido “méritos”, según esa falsa visión de la meritocracia en la que
parecería que sólo tienen méritos aquellos que han tenido éxito en la vida.
15. También los cristianos, en muchas
ocasiones, se dejan contagiar por actitudes marcadas por ideologías mundanas o
por posicionamientos políticos y económicos que llevan a injustas
generalizaciones y a conclusiones engañosas. El hecho de que el ejercicio de la
caridad resulte despreciado o ridiculizado, como si se tratase de la fijación
de algunos y no del núcleo incandescente de la misión eclesial, me hace pensar
que siempre es necesario volver a leer el Evangelio, para no correr el riesgo
de sustituirlo con la mentalidad mundana. No es posible olvidar a los pobres si
no queremos salir fuera de la corriente viva de la Iglesia que brota del
Evangelio y fecunda todo momento histórico.
CAPÍTULO
2: DIOS OPTA POR LOS POBRES
La opción por los pobres
16. Dios es amor misericordioso y su
proyecto de amor, que se extiende y se realiza en la historia, es ante todo su
descenso y su venida entre nosotros para liberarnos de la esclavitud, de los
miedos, del pecado y del poder de la muerte. Con una mirada misericordiosa y el
corazón lleno de amor, Él se dirigió a sus criaturas, haciéndose cargo de su
condición humana y, por tanto, de su pobreza. Precisamente para compartir los
límites y las fragilidades de nuestra naturaleza humana, Él mismo se hizo
pobre, nació en carne como nosotros, lo hemos conocido en la pequeñez de un
niño colocado en un pesebre y en la extrema humillación de la cruz, allí
compartió nuestra pobreza radical, que es la muerte. Se comprende bien,
entonces, por qué se puede hablar también teológicamente de una opción
preferencial de Dios por los pobres, una expresión nacida en el contexto del
continente latinoamericano y en particular en la Asamblea de Puebla, pero que
ha sido bien integrada en el magisterio de la Iglesia sucesivo. Esta “preferencia”
no indica nunca un exclusivismo o una discriminación hacia otros grupos, que en
Dios serían imposibles; esta desea subrayar la acción de Dios que se compadece
ante la pobreza y la debilidad de toda la humanidad y, queriendo inaugurar un
Reino de justicia, fraternidad y solidaridad, se preocupa particularmente de
aquellos que son discriminados y oprimidos, pidiéndonos también a nosotros, su
Iglesia, una opción firme y radical en favor de los más débiles.
17. Se comprenden en esta perspectiva las
numerosas páginas del Antiguo Testamento en las que Dios es presentado como
amigo y liberador de los pobres, Aquel que escucha el grito del pobre e
interviene para liberarlo (cf. Sal 34,7). Dios, refugio del
pobre, por medio de los profetas —recordemos en particular a Amós e Isaías—
denuncia las iniquidades en perjuicio de los más débiles y dirige a Israel la
exhortación a renovar también el culto desde dentro, porque no se puede rezar
ni ofrecer sacrificios mientras se oprime a los más débiles y a los más pobres.
Desde el comienzo, la Escritura manifiesta con mucha intensidad el amor de Dios
a través de la protección de los débiles y de los que menos tienen, hasta el
punto de poder hablar de una auténtica “debilidad” de Dios para con ellos. «El
corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres […]. Todo el camino
de nuestra redención está signado por los pobres».
Jesús, Mesías pobre
18. Toda la historia veterotestamentaria de
la predilección de Dios por los pobres y el deseo divino de escuchar su grito
—que he evocado brevemente— encuentra en Jesús de Nazaret su plena
realización. En su encarnación, Él «se anonadó a sí mismo, tomando la
condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con
aspecto humano» ( Flp 2,7), de esa forma nos trajo la
salvación. Se trata de una pobreza radical, fundada sobre su misión de revelar
el verdadero rostro del amor divino (cf. Jn 1,18; 1
Jn 4,9). Por tanto, con una de sus admirables síntesis, san Pablo
puede afirmar: «Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que,
siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza»
(2 Co 8,9).
19. En efecto, el Evangelio muestra que
esta pobreza incidió en cada aspecto de su vida. Desde su llegada al mundo,
Jesús experimentó las dificultades relativas al rechazo. El evangelista Lucas,
narrando la llegada a Belén de José y María, ya próxima a dar a luz, observa
con amargura: «No había lugar para ellos en el albergue» (Lc 2,7).
Jesús nació en condiciones humildes; recién nacido fue colocado en un pesebre
y, muy pronto, para salvarlo de la muerte, sus padres huyeron a Egipto
(cf. Mt 2,13-15). Al inicio de la vida pública, fue expulsado
de Nazaret después de haber anunciado que en Él se cumple el año de gracia del
que se alegran los pobres (cf. Lc 4,14-30). No hubo un lugar
acogedor ni siquiera a la hora de su muerte, ya que lo condujeron fuera de
Jerusalén para crucificarlo (cf. Mc 15,22). En esta condición
se puede resumir claramente la pobreza de Jesús. Se trata de la misma exclusión
que caracteriza la definición de los pobres: ellos son los excluidos de la
sociedad. Jesús es la revelación de este privilegium pauperum
(privilegio de los pobres). Él se presenta al mundo no sólo como Mesías
pobre sino como Mesías de los pobres y para los pobres.
20. Hay algunos indicios a propósito de la
condición social de Jesús. En primer lugar, Él realizaba el oficio de artesano
o carpintero, téktōn (cf. Mc 6,3). Se trata
de una categoría de personas que vivían de su trabajo manual. Además, al no
poseer tierras, eran considerados inferiores respecto a los campesinos. Cuando
el pequeño Jesús fue presentado en el Templo por José y María, sus progenitores
ofrecieron una pareja de tórtolas o de pichones (cf. Lc 2,22-24),
que según las prescripciones del libro del Levítico (cf. 12,8) era la ofrenda
de los pobres. Un episodio evangélico significativo es el que relata cómo
Jesús, junto con sus discípulos, arrancaban espigas para comer mientras
atravesaban los campos (cf. Mc 2,23-28), y esto —espigar los
sembrados— sólo le era permitido a los pobres. Jesús mismo, luego, dice de sí:
«Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del
hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20; Lc 9,58).
Él, en efecto, es un maestro itinerante, cuya pobreza y precariedad es signo de
su vínculo con el Padre y es lo que se le pide también a quien quiere seguirlo
en el camino del discipulado, precisamente para que la renuncia a los bienes, a
las riquezas y a las seguridades de este mundo sean signo visible de la
confianza en Dios y en su providencia.
21. Al comienzo de su ministerio público,
Jesús se presenta en la sinagoga de Nazaret leyendo el libro del profeta Isaías
y aplicándose a sí mismo la palabra del profeta: «El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena
Noticia a los pobres» (Lc 4,18; cf. Is 61,1). Él,
por tanto, se presenta como Aquel que viene a manifestar en el hoy de la
historia la cercanía amorosa de Dios, que es ante todo obra de liberación para
quienes son prisioneros del mal, para los débiles y los pobres. se presenta
como Aquel que viene a manifestar en el hoy de la historia la cercanía amorosa
de Dios, que es ante todo obra de liberación para quienes son prisioneros del
mal, para los débiles y los pobres. Él
abre los ojos a los ciegos, cura a los leprosos, resucita a los muertos y
anuncia la buena noticia a los pobres; Dios se acerca, Dios los ama (cf. Lc 7,22).
Esto explica por qué Él proclama: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el
Reino de Dios les pertenece!» (Lc 6,20). En efecto, Dios muestra
predilección hacia los pobres, a ellos se dirige la palabra de esperanza y de
liberación del Señor y, por eso, aun en la condición de pobreza o debilidad, ya
ninguno debe sentirse abandonado. Y la Iglesia, si quiere ser de Cristo, debe
ser la Iglesia de las Bienaventuranzas, una Iglesia que hace espacio a los
pequeños y camina pobre con los pobres, un lugar en el que los pobres tienen un
sitio privilegiado (cf. St 2,2-4).
22. Los indigentes y enfermos, incapaces de
procurarse lo necesario para vivir, se encontraban muchas veces obligados a la
mendicidad. A esto se añadía el peso de la vergüenza social, alimentado por la
convicción de que la enfermedad y la pobreza estuvieran vinculadas a algún
pecado personal. Jesús se opuso con firmeza a ese modo de pensar, afirmando que
Dios «hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos
e injustos» (Mt 5,45). Es más, dio un vuelco completo a esa
concepción, como queda bien ejemplificado en la parábola del rico epulón y del
pobre Lázaro: «Hijo mío, […] recuerda que has recibido tus bienes en vida y
Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el
tormento» (Lc 16,25).
23. Entonces es claro que «de nuestra fe en
Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la
preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la
sociedad». Muchas veces me pregunto por qué, aun cuando las Sagradas
Escrituras son tan precisas a propósito de los pobres, muchos continúan
pensando que pueden excluir a los pobres de sus atenciones. Por el momento,
sigamos aún en el ámbito bíblico e intentando reflexionar sobre nuestra
relación con los últimos de la sociedad.
La misericordia hacia los pobres en
la Biblia
24. El apóstol Juan escribe: «¿Cómo puede
amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?» (1
Jn 4,20). Del mismo modo, en su réplica al doctor de la ley, Jesús
retoma los dos antiguos mandamientos: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,5) y
«amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18) fundiéndolos en un
único mandamiento. El evangelista Marcos recoge la respuesta de Jesús en estos
términos: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único
Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma,
con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos» (Mc 12,29-31).
25. El pasaje citado del Levítico exhorta a
honrar al conciudadano, mientras en otros textos se encuentra una enseñanza que
también invita al respeto —por no decir incluso al amor— del enemigo: «Si
encuentras perdido el buey o el asno de tu enemigo, se los llevarás
inmediatamente. Si ves al asno del que te aborrece, caído bajo el peso de su
carga, no lo dejarás abandonado; más aún, acudirás a auxiliarlo junto con su
dueño» (Ex 23,4-5). De todo esto se trasluce el valor intrínseco
del respeto a la persona: cualquiera, incluso el enemigo, si se encuentra en
dificultad, merece siempre nuestra ayuda.
26. Es innegable que el primado de Dios en
la enseñanza de Jesús va acompañado de otro punto fijo: no se puede amar a Dios
sin extender el propio amor a los pobres. El amor al prójimo representa la
prueba tangible de la autenticidad del amor a Dios, como asevera el apóstol
Juan: «Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios
permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros.
[…] Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece
en él» (1 Jn 4,12.16). Son dos amores distintos, pero inseparables.
Incluso en los casos en los que la relación con Dios no es explícita, el Señor
mismo nos enseña que todo acto de amor hacia el prójimo es de algún modo un
reflejo de la caridad divina: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el
más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40).
27. Por esta razón se recomiendan las obras
de misericordia, como signo de la autenticidad del culto que, mientras alaba a
Dios, tiene la tarea de disponernos a la transformación que el Espíritu puede
realizar en nosotros, para que seamos todos imagen de Cristo y de su
misericordia hacia los más débiles. En este sentido, la relación con el Señor,
que se expresa en el culto, pretende también liberarnos del riesgo de vivir
nuestras relaciones en la lógica del cálculo y del interés, para abrirnos a la
gratuidad que circula entre aquellos que se aman y que, por eso, ponen todo en
común. A este respecto, Jesús aconseja: «Cuando des un almuerzo o una cena, no
invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos
ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al
contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los
paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo
retribuirte!» (Lc 14,12-14).
28. La llamada del Señor a la misericordia
para con los pobres ha encontrado una expresión plena en la gran parábola del
juicio final (cf. Mt 25,31-46), que es también una descripción
gráfica de la bienaventuranza de los misericordiosos. Allí el Señor nos ofrece
la clave para alcanzar nuestra plenitud, porque «si buscamos esa santidad que
agrada a los ojos de Dios, en este texto hallamos precisamente un protocolo
sobre el cual seremos juzgados». [16] Las palabras fuertes y claras del Evangelio
deberían ser vividas «sin comentario, sin elucubraciones y excusas que les
quiten fuerza. El Señor nos dejó bien claro que la santidad no puede entenderse
ni vivirse al margen de estas exigencias suyas».
29. En la primera comunidad cristiana el
programa de caridad no derivaba de análisis o de proyectos, sino directamente
del ejemplo de Jesús, de las mismas palabras del Evangelio. La Carta de
Santiago dedica mucho espacio al problema de la relación entre ricos y pobres,
lanzando a los creyentes dos enérgicos llamados que cuestionan su fe: «¿De qué
le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso
esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o
una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: “‘Vayan en paz,
caliéntense y coman’, ¡y no les da lo que necesitan para su cuerpo! Lo mismo
pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta” (St 2,14-17).
30. «Su oro y su plata se han herrumbrado,
y esa herrumbre dará testimonio contra ustedes y devorará sus cuerpos como un
fuego. ¡Ustedes han amontonado riquezas, ahora que es el tiempo final! Sepan
que el salario que han retenido a los que trabajaron en sus campos está
clamando, y el clamor de los cosechadores ha llegado a los oídos del Señor del
universo. Ustedes llevaron en este mundo una vida de lujo y de placer, y se han
cebado a sí mismos para el día de la matanza» (St 5,3-5). ¡Qué
fuerza tienen estas palabras, aunque prefiramos hacernos los sordos! En la
Primera Carta de san Juan encontramos una exhortación parecida: «Si alguien
vive en la abundancia, y viendo a su hermano en la necesidad, le cierra su
corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios?» (1 Jn 3,17).
31. Lo que dice la Palabra revelada «es un
mensaje tan claro, tan directo, tan simple y elocuente, que ninguna
hermenéutica eclesial tiene derecho a relativizarlo. La reflexión de la Iglesia
sobre estos textos no debería oscurecer o debilitar su sentido exhortativo,
sino más bien ayudar a asumirlos con valentía y fervor. ¿Para qué complicar lo
que es tan simple? Los aparatos conceptuales están para favorecer el contacto
con la realidad que pretenden explicar, y no para alejarnos de ella».
32. Por otra parte, un claro ejemplo
eclesial de compartir los bienes y asistir a los pobres lo encontramos en la
vida cotidiana y en el estilo de la primera comunidad cristiana. Podemos
recordar en particular el modo en el que fue resuelta la cuestión de la
distribución cotidiana de ayuda a las viudas (cf. Hch 6,1-6).
Se trataba de un problema difícil de resolver, porque algunas de estas viudas,
que provenían de otros países, eran desatendidas por ser extranjeras. De hecho,
el episodio relatado por los Hechos de los Apóstoles pone de manifiesto un
cierto descontento por parte de los helenistas, que eran judíos de cultura
griega. Los apóstoles no responden con un discurso doctrinal abstracto, sino
que, volviendo a poner en el centro la caridad hacia todos,
33. Cuando Pablo fue a Jerusalén a
consultar a los apóstoles para asegurarse de «que no corría o no había corrido
en vano» (Ga 2,2), le pidieron que no se olvidase de los pobres
(cf. Ga 2,10). Por esta razón, organizó varias colectas para
ayudar a las comunidades necesitadas. Entre las motivaciones que ofrece para
este gesto se debe resaltar la siguiente: «Dios ama al que da con alegría» (2
Co 9,7). A aquellos entre nosotros que somos poco propensos a gestos
gratuitos, sin ningún interés, la Palabra de Dios nos indica que la generosidad
para con los pobres es un verdadero bien para quien la practica; de hecho,
comportándonos así, somos amados por Dios de modo especial. En efecto, las
promesas bíblicas dirigidas a quien da con generosidad son muchas: «El que se
apiada del pobre presta al Señor, y él le devolverá el bien que hizo» (Pr 19,17).
«Den, y se les dará. […] Porque la medida con que ustedes midan también se
usará para ustedes» (Lc 6,38). «Entonces despuntará tu luz como la
aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar» (Is 58,8). Los primeros
cristianos estaban convencidos de ello.
34. La vida de las primeras comunidades
eclesiales, narrada en el canon bíblico y que ha llegado a nosotros como
Palabra revelada, se nos ofrece como ejemplo a imitar y como testimonio de la
fe que obra por medio de la caridad, y que continúa como exhortación permanente
para las generaciones venideras. A lo largo de los siglos, estas páginas han
interpelado los corazones de los cristianos a amar y a realizar obras de
caridad, como semillas fecundas que no cesan de producir fruto.
CAPÍTULO
3: UNA IGLESIA PARA LOS POBRES
35. Tres días después de su elección, mi
predecesor expresó a los representantes de los medios de comunicación su deseo
de que la Iglesia mostrara más claramente su cuidado y atención hacia los
pobres: «¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!».
36. Este deseo refleja la conciencia de que
la Iglesia «reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador
pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en
ellos a Cristo». En efecto, habiendo sido llamada a configurarse con los
últimos, en ella «no deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten
este mensaje tan claro [...]. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo
inseparable entre nuestra fe y los pobres». A este respecto, tenemos
abundantes testimonios a lo largo de los casi dos mil años de historia de los
discípulos de Jesús.
La verdadera riqueza de la Iglesia
37. San Pablo refiere que entre los fieles
de la naciente comunidad cristiana no había «muchos sabios, ni muchos
poderosos, ni muchos nobles» (1 Co 1,26). Sin embargo, a pesar de
su propia pobreza, los primeros cristianos tienen clara conciencia de la
necesidad de acudir a aquellos que sufren mayores privaciones. Ya en los
albores del cristianismo los apóstoles impusieron las manos sobre siete hombres
elegidos por la comunidad y, en cierta medida, los integraron en su propio
ministerio, instituyéndolos para el servicio —en griego, diakonía—
de los más pobres (cf. Hch 6,1-5). Es significativo que el
primer discípulo en dar testimonio de su fe en Cristo con el derramamiento de
su propia sangre fuera san Esteban, que formaba parte de este grupo. En él se
unen el testimonio de vida en la atención a los necesitados y el martirio.
38. Poco más de dos siglos después, otro
diácono manifestará su adhesión a Jesucristo en modo semejante, uniendo en su
vida el servicio a los pobres y el martirio: san Lorenzo. Del relato de
san Ambrosio comprendemos que Lorenzo, diácono en Roma en el pontificado
del Papa Sixto II, al ser obligado por las autoridades
romanas a entregar los tesoros de la Iglesia, «al día siguiente trajo consigo a
los pobres. Cuando le preguntaron dónde estaban los tesoros que había
prometido, les mostró a los pobres, diciendo: “Estos son los tesoros de la
Iglesia”». Al narrar este episodio, Ambrosio pregunta: «¿Qué mejores
tesoros tendría Cristo que aquellos en los que él mismo dijo que
estaba?». Y, recordando que los ministros de la Iglesia nunca deben
descuidar el cuidado de los pobres y, menos aún, acumular bienes en beneficio
propio, afirma: «Es necesario que cada uno de nosotros cumpla con esta
obligación con fe sincera y providencia perspicaz. Sin duda, si alguien desvía
algo para su propio beneficio, eso es un delito; pero si lo da a los pobres, si
rescata al cautivo, eso es misericordia».
Los Padres de la Iglesia y los pobres
39. Desde los primeros siglos, los Padres
de la Iglesia reconocieron en el pobre un acceso privilegiado a Dios, un modo
especial para encontrarlo. La caridad hacia los necesitados no se entendía como
una simple virtud moral, sino como expresión concreta de la fe en el Verbo
encarnado. La comunidad de fieles, sostenida por la fuerza del Espíritu Santo,
se encuentra arraigada en la cercanía a los pobres, que en ella no son un
apéndice, sino parte esencial de su cuerpo vivo. San Ignacio de Antioquía, por
ejemplo, camino del martirio, exhortaba a los fieles de la comunidad de Esmirna
a no descuidar el deber de la caridad para con los más necesitados,
advirtiéndoles que no procedieran como los que se oponían a Dios: «Considerad a
los que tienen una opinión diferente sobre la gracia de Jesucristo, que vino a
nosotros: ¡cómo se oponen al pensamiento de Dios! No se preocupan por el amor,
ni por la viuda, ni por el huérfano, ni por el oprimido, ni por el prisionero o
el liberto, ni por el hambriento o el sediento». El obispo de Esmirna,
Policarpo, recomendaba precisamente a los ministros de la Iglesia que cuidaran
de los pobres: «Los presbíteros también sean compasivos, misericordiosos con
todos. Traigan de vuelta a los descarriados, visiten a todos los enfermos, no descuiden
a la viuda, al huérfano y al pobre, sino que sean siempre solícitos en el bien
ante Dios y los hombres». A partir de estos dos testimonios, constatamos
que la Iglesia aparece como madre de los pobres, lugar de acogida y de
justicia.
40. San Justino, por su parte, en su
primera Apología, dirigida al emperador Adriano, al Senado y al pueblo romano,
explicaba que los cristianos llevaban a los necesitados todo lo que podían,
porque veían en ellos hermanos y hermanas en Cristo. Al escribir sobre la
asamblea de oración del primer día de la semana, destacaba que, en el centro de
la liturgia cristiana, no se puede separar el culto a Dios de la atención a los
pobres. En efecto, en un momento determinado de la celebración, «los que tienen
algo y quieren, cada uno según su libre voluntad, dan lo que les parece bien, y
lo que se ha recogido se entrega al presidente. Él lo distribuye a los
huérfanos y viudas, a los que por enfermedad u otra causa están necesitados, a
los que están en las cárceles, a los extranjeros de paso, en una palabra, se
convierte en el proveedor de todos los que se encuentran indigentes». Así,
se da testimonio de que la Iglesia naciente no separaba el creer de la acción
social: la fe que no iba acompañada del testimonio de las obras, como había
enseñado Santiago, se consideraba muerta (cf. St 2,17).
San Juan Crisóstomo
41. Entre los Padres orientales, quizá el
predicador más ardiente de la justicia social sea san Juan Crisóstomo,
arzobispo de Constantinopla entre los siglos IV y V. En sus homilías, exhortaba
a los fieles a reconocer a Cristo en los necesitados: «¿Quieres honrar el
Cuerpo de Cristo? No permitas que sea despreciado en sus miembros, es decir, en
los pobres que no tienen qué vestir, ni lo honres aquí en el templo con
vestiduras de seda, mientras fuera lo abandonas al frío y a la desnudez [...].
En el templo, el Cuerpo de Cristo no necesita mantos, sino almas puras; pero en
la persona de los pobres, Él necesita todo nuestro cuidado. Aprendamos, pues, a
reflexionar y a honrar a Cristo como Él quiere. Cuando queremos honrar a
alguien, debemos prestarle el honor que él prefiere y no el que más nos gusta
[...]. Así también tú debes prestarle el honor que Él mismo ha ordenado,
distribuyendo tus riquezas entre los pobres. Dios no necesita vasos de oro,
sino almas de oro». Afirmando con claridad meridiana que, si los fieles no
encuentran a Cristo en los pobres a su puerta, tampoco lo encontrarán en el
altar, continúa: «¿De qué serviría, al fin y al cabo, adornar la mesa de Cristo
con vasos de oro, si Él muere de hambre en la persona de los pobres? Primero da
de comer al que tiene hambre y luego adorna su mesa con lo que sobra». Entendía
la Eucaristía, por tanto, también como una expresión sacramental de la caridad
y la justicia que la precedían, la acompañaban y debían darle continuidad en el
amor y la atención a los pobres.
42. Así pues, la caridad no es una vía
opcional, sino el criterio del verdadero culto. Crisóstomo denunciaba con
vehemencia el lujo exacerbado, que convivía con la indiferencia hacia los
pobres. La atención que se les debe prestar, más que una mera exigencia social,
es una condición para la salvación, lo que atribuye a la riqueza injusta un
peso de condena: «Hace mucho frío y el pobre yace en harapos, moribundo y
helado, castañeteando los dientes, con un aspecto y un atuendo que deberían
conmoverte. Tú, sin embargo, calentito y ebrio, pasas de largo. ¿Y cómo quieres
que Dios te libre de la infelicidad? [...] A menudo adornas con muchas
vestiduras variadas y doradas un cadáver insensible, que ya no percibe el
honor. Sin embargo, desprecias a aquel que siente dolor, que está desgarrado,
torturado, atormentado por el hambre y el frío, y te preocupa más la vanagloria
que el temor de Dios». Este profundo sentido de la justicia social le
lleva a afirmar que «no dar a los pobres es robarles, es defraudarles la vida,
porque lo que poseemos les pertenece».
San Agustín
43. Agustín tuvo como maestro espiritual a
san Ambrosio, que insistía en la exigencia ética de compartir los bienes: «Lo
que das al pobre no es tuyo, es suyo. Porque te has apropiado de lo que fue
dado para uso común». Para el obispo de Milán, la limosna es justicia
restaurada, no un gesto paternalista. En sus sermones, la misericordia adquiere
un carácter profético: denuncia las estructuras de acumulación y reafirma la
comunión como vocación eclesial.
44. Formado en esta tradición, el santo
obispo de Hipona enseñó a su vez el amor preferencial por los pobres. Pastor
vigilante y teólogo de rara clarividencia, comprendió que la verdadera comunión
eclesial se expresa también en la comunión de los bienes. En sus Comentarios a
los Salmos, recuerda que los verdaderos cristianos no dejan de lado el amor a
los más necesitados: «Atended a vuestros hermanos, si necesitan algo; dad, si
Cristo está en vosotros, incluso a los extranjeros». Este compartir los
bienes brota, por tanto, de la caridad teologal y tiene como fin último el amor
a Cristo. Para Agustín, el pobre no es sólo alguien a quien se ayuda, sino la
presencia sacramental del Señor.
45. El Doctor de la Gracia veía en el
cuidado a los pobres una prueba concreta de la sinceridad de la fe. Quien dice
amar a Dios y no se compadece de los necesitados, miente (cf. 1
Jn 4,20). Al comentar el encuentro de Jesús con el joven rico y el
«tesoro en el cielo» que está reservado a quienes dan sus bienes a los pobres
(cf. Mt 19,21), Agustín pone en boca del Señor las siguientes
palabras: «Recibí tierra y daré el cielo. Recibí cosas temporales y daré a
cambio bienes eternos. Recibí pan, daré la vida. […] He recibido alojamiento y
daré una casa. He sido visitado en la enfermedad y daré salud. Fui visitado en
la cárcel y daré libertad. El pan que se dio a mis pobres se consumió; el pan
que yo daré restaura las fuerzas, sin acabarse nunca». El Altísimo no se
deja vencer en generosidad por aquellos que le sirven en los más necesitados;
cuanto mayor es el amor a los pobres, mayor es la recompensa por parte de Dios.
46. Esta mirada cristocéntrica y
profundamente eclesial lleva a sostener que las ofrendas, cuando nacen del
amor, no sólo alivian la necesidad del hermano, sino que también purifican el
corazón de quien da y está dispuesto a la conversión, «pues las limosnas pueden
servirte para redimir los pecados de la vida pasada, si cambias de
vida». Son, por así decirlo, el camino ordinario de conversión de quien
desea seguir a Cristo con corazón indiviso.
47. En una Iglesia que reconoce en los
pobres el rostro de Cristo y en los bienes el instrumento de la caridad, el
pensamiento agustiniano sigue siendo una luz segura. Hoy, la fidelidad a las
enseñanzas de Agustín exige no sólo el estudio de sus obras, sino la
disposición a vivir con radicalidad su llamada a la conversión, que incluye
necesariamente el servicio de la caridad.
48. Muchos otros Padres de la Iglesia,
tanto orientales como occidentales, se pronunciaron sobre la primacía de la
atención a los pobres en la vida y misión de cada fiel cristiano. Sobre este
aspecto, en resumen, se puede afirmar que la teología patrística fue práctica,
apuntando a una Iglesia pobre y para los pobres, recordando que el Evangelio
sólo se anuncia bien cuando llega a tocar la carne de los últimos, y
advirtiendo que el rigor doctrinal sin misericordia es una palabra vacía.
Cuidar a los enfermos
49. La compasión cristiana se ha
manifestado de manera peculiar en el cuidado de los enfermos y los que sufren.
A partir de los signos presentes en el ministerio público de Jesús —que curaba
a ciegos, leprosos y paralíticos—, la Iglesia entiende como parte importante de
su misión el cuidado de los enfermos, en los que con facilidad reconoce al
Señor crucificado. San Cipriano, durante una peste en la ciudad de Cartago,
donde era obispo, recordaba a los cristianos la importancia del cuidado de los
infectados al afirmar: «Esta epidemia que parece tan horrible y funesta pone a
prueba la justicia de cada uno y examina el espíritu de los hombres,
verificando si los sanos sirven a los enfermos, si los parientes se aman
sinceramente, si los señores tienen piedad de los siervos enfermos, si los
médicos no abandonan a los enfermos que imploran». La tradición cristiana
de visitar a los enfermos, de lavar sus heridas, de consolar a los afligidos no
se reduce a una mera obra de filantropía, sino que es una acción eclesial a
través de la cual, en los enfermos, los miembros de la Iglesia «tocan la carne
sufriente de Cristo».
50. En el siglo XVI, san Juan de Dios, al
fundar la Orden Hospitalaria que lleva su nombre, creó hospitales modelo que
acogían a todos, independientemente de su condición social o económica. Su
famosa expresión “¡Haced el bien, hermanos!” se convirtió en el lema de la
caridad activa con los enfermos. Contemporáneamente, san Camilo de Lelis fundó
la Orden de los Ministros de los Enfermos —los camilos—, asumiendo como misión
servir a los enfermos con total dedicación. Su regla ordena que «cada uno
solicite al Señor la gracia de tener un afecto maternal hacia su prójimo para
poderlo servir con todo amor caritativo, en el alma y el cuerpo; porque
deseamos —con la gracia de Dios— servir a todos los enfermos con el mismo
afecto que una madre amorosa suele asistir a su único hijo enfermo». En hospitales, campos de batalla,
prisiones y calles, los camilos encarnaron la misericordia de Cristo Médico.
51. Cuidando a los enfermos con cariño
maternal, como una madre cuida de su hijo, muchas mujeres consagradas
desempeñaron un papel aún más difundido en la atención sanitaria de los pobres.
Las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, las Hermanas Hospitalarias, las
Pequeñas Siervas de la Divina Providencia y tantas otras Congregaciones
femeninas se convirtieron en una presencia maternal y discreta en los
hospitales, asilos y residencias de ancianos. Llevaban medicinas, escucha,
presencia y, sobre todo, ternura. Construyeron, a menudo con sus propias manos,
estructuras sanitarias en zonas sin asistencia médica. Enseñaban higiene,
atendían partos, medicaban con sabiduría natural y fe profunda. Sus casas se
convertían en oasis de dignidad donde nadie era excluido. El toque de la
compasión era el primer remedio. Santa Luisa de Marillac escribía a sus
hermanas, las Hijas de la Caridad, recordándoles que habían «recibido una
bendición especial de Dios para servir a los pobres enfermos en los
hospitales».
52. Hoy, ese legado continúa en los
hospitales católicos, los puestos de salud en las regiones periféricas, las
misiones sanitarias en las selvas, los centros de acogida para toxicómanos y
los hospitales de campaña en las zonas de guerra. La presencia cristiana junto
a los enfermos revela que la salvación no es una idea abstracta, sino una
acción concreta. En el gesto de limpiar una herida, la Iglesia proclama que el
Reino de Dios comienza entre los más vulnerables. Y, al hacerlo, permanece fiel
a Aquel que dijo: «Estaba […] enfermo, y me visitaron» (Mt 25,35.36).
Cuando la Iglesia se arrodilla junto a un leproso, a un niño desnutrido o a un
moribundo anónimo, realiza su vocación más profunda: amar al Señor allí donde
Él está más desfigurado.
El cuidado de los pobres en la vida
monástica
53. La vida monástica, nacida en el
silencio de los desiertos, fue desde sus inicios un testimonio de solidaridad.
Los monjes lo dejaban todo —riqueza, prestigio, familia— no sólo por despreciar
las riquezas del mundo — contemptus mundi—, sino para encontrar, en
este despojo radical, al Cristo pobre. San Basilio Magno, en su Regla, no veía
contradicción entre la vida de oración y recogimiento de los monjes y la acción
en favor de los pobres. Para él, la hospitalidad y el cuidado de los necesitados
eran parte integrante de la espiritualidad monástica, y los monjes, incluso
después de haberlo dejado todo para abrazar la pobreza, debían ayudar a los más
pobres con su trabajo, ya que «para poder socorrer a los necesitados, es
evidente que debemos trabajar con diligencia [...]. Este modo de vida es
provechoso no sólo para someter el cuerpo, sino también por la caridad hacia el
prójimo, para que, por medio de nosotros, Dios provea lo suficiente a los
hermanos más débiles».
54. Construyó en Cesarea, donde era obispo,
un lugar conocido como Basilíades, que incluía alojamientos, hospitales y
escuelas para los pobres y los enfermos. El monje, por lo tanto, no era sólo un
asceta, sino un servidor. Basilio demostraba así que para estar cerca de Dios
hay que estar cerca de los pobres. El amor concreto era criterio de santidad.
Orar y cuidar, contemplar y curar, escribir y acoger: todo era expresión del
mismo amor a Cristo.
55. En Occidente, san Benito de Nursia
elaboró una Regla que se convertiría en la columna vertebral de la
espiritualidad monástica europea. En ella, la acogida de los pobres y los
peregrinos ocupa un lugar de honor: «Mostrad sobre todo un cuidado solícito en
la recepción de los pobres y los peregrinos, porque sobre todo en ellos se
recibe a Cristo». No se trataba sólo de palabras: los monasterios
benedictinos fueron, durante siglos, lugares de refugio para viudas, niños
abandonados, peregrinos y mendigos. Para Benito, la vida comunitaria era una
escuela de caridad. El trabajo manual no sólo tenía una función práctica, sino
que también formaba el corazón para el servicio. El compartir entre los monjes,
la atención a los enfermos y la escucha de los más frágiles preparaban para
acoger a Cristo, que llega en la persona del pobre y el extranjero. La
hospitalidad monástica benedictina permanece hasta hoy como signo de una
Iglesia que abre las puertas, que acoge sin preguntar, que cura sin exigir nada
a cambio.
56. Los monasterios benedictinos, con el
tiempo, se convirtieron en lugares que contrastaban la cultura de la exclusión.
Los monjes cultivaban la tierra, producían alimentos, preparaban medicinas y
los ofrecían, con sencillez, a los más necesitados. Su trabajo silencioso fue
fermento de una nueva civilización, donde los pobres no eran un problema que
resolver, sino hermanos y hermanas que acoger. La regla del compartir, del
trabajo común y de la asistencia a los vulnerables estructuraba una economía
solidaria, en contraste con la lógica de la acumulación. El testimonio de los
monjes mostraba que la pobreza voluntaria, lejos de ser miseria, es camino de
libertad y comunión. No sólo ayudaban a los pobres: se hacían cercanos a ellos,
hermanos en el mismo Señor. En las celdas y claustros se formaba una mística de
la presencia de Dios en los pequeños.
57. Además de la asistencia material, los
monasterios desempeñaron un papel fundamental en la formación cultural y
espiritual de los más humildes. En tiempos de peste, guerra o hambre, eran
lugares donde el necesitado encontraba pan y remedios, pero también dignidad y
palabra. Allí se educaba a los huérfanos, se formaba a los aprendices y se
instruía a los campesinos en técnicas agrícolas y en la lectura. El saber se
compartía como don y responsabilidad. El abad era a la vez maestro y padre, y
la escuela monástica era un lugar de liberación por la verdad. Porque, como
escribe Juan Casiano, el monje debe caracterizarse por «la humildad de corazón
[…], que no conduce a la ciencia que hincha, sino a la que ilumina por medio de
la plenitud de la caridad». Al formar conciencias y transmitir sabiduría, los
monjes contribuyeron a una pedagogía cristiana de inclusión. La cultura,
marcada por la fe, se compartía con sencillez. El saber, cuando está iluminado
por la caridad, se convierte en servicio. De ese modo, la vida monástica se
revelaba como un estilo de santidad y una forma concreta de transformación de
la sociedad.
58. La tradición monástica enseña, por
tanto, que la oración y la caridad, el silencio y el servicio, las celdas y los
hospitales, forman un único tejido espiritual. El monasterio es lugar de
escucha y de acción, de adoración y de compartir. San Bernardo de Claraval,
gran reformador de la Orden Cisterciense, «reclamó con decisión la necesidad de
una vida sobria y moderada, tanto en la mesa como en la indumentaria y en los
edificios monásticos, recomendando la sustentación y la solicitud por los
pobres». Para él, la compasión no era una opción accesoria, sino el camino
real para seguir a Cristo. La vida monástica, por lo tanto, cuando es fiel a su
vocación original, muestra que la Iglesia sólo será plenamente esposa del Señor
cuando sea también hermana de los pobres. El claustro no es un mero refugio del
mundo, sino una escuela en la que se aprende a servirlo mejor. Allí donde los
monjes abrieron sus puertas a los pobres, la Iglesia reveló con humildad y
firmeza que la contemplación no excluye la misericordia, sino que la exige como
su fruto más puro.
Liberar a los cautivos
59. Desde los tiempos apostólicos, la
Iglesia ha visto en la liberación de los oprimidos un signo del Reino de Dios.
Jesús mismo, al iniciar su misión pública, proclamó: «El Espíritu del Señor
está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la
Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos» (Lc 4,18).
Los primeros cristianos, incluso en condiciones precarias, rezaban y asistían a
los hermanos y hermanas encarcelados, como atestiguan los Hechos de los
Apóstoles (cf. 12,5; 24,23) y diversos escritos de los Padres. Esta misión
liberadora se prolongó a lo largo de los siglos mediante acciones concretas,
especialmente cuando el drama de la esclavitud y el cautiverio marcó sociedades
enteras.
60. Entre finales del siglo XII y
principios del XIII, cuando muchos cristianos eran capturados en el
Mediterráneo o esclavizados en las guerras, surgieron dos Órdenes religiosas:
la Orden de la Santísima Trinidad, Redención de Cautivos (trinitarios), fundada
por san Juan de Mata y san Félix de Valois, y la Orden de la Bienaventurada
Virgen María de la Merced (mercedarios), fundada por san Pedro Nolasco con el
apoyo de san Raimundo de Peñafort, dominico. Estas comunidades de consagrados
nacieron con el carisma específico de liberar a los cristianos esclavizados,
poniendo a disposición sus bienes y a menudo ofreciendo su propia
vida a cambio. Los trinitarios, con el lema Gloria Tibi Trinitas et
captivis libertas (Gloria a Ti, Trinidad, y a los cautivos libertad),
y los mercedarios, que añaden un cuarto voto a los votos religiosos de
pobreza, obediencia y castidad, dieron testimonio de que la caridad puede ser
heroica. La liberación de los cautivos era expresión del amor trinitario: un
Dios que libera no sólo de la esclavitud espiritual, sino también de la
opresión concreta. El gesto de rescatar de la esclavitud y de la prisión se
considera una prolongación del sacrificio redentor de Cristo, cuya sangre es el
precio de nuestro rescate (cf. 1 Co 6,20).
61. La espiritualidad original de estas
Órdenes estaba profundamente arraigada en la contemplación de la cruz. Cristo
es el Redentor de los cautivos por excelencia, y la Iglesia, su cuerpo,
prolonga este misterio en el tiempo. Los religiosos no veían en el rescate
una acción política o económica, sino un acto casi litúrgico, una ofrenda
sacramental de sí mismos. Muchos entregaron sus propios cuerpos para sustituir
a los prisioneros, cumpliendo literalmente el mandamiento: «No hay amor más
grande que dar la vida por los amigos» ( Jn 15,13). La
tradición de estas Órdenes no cesó. Al contrario, inspiró nuevas formas de
acción frente a las esclavitudes modernas: la trata de personas, el trabajo
forzoso, la explotación sexual, las distintas adicciones. La caridad
cristiana, cuando se encarna, se convierte en liberadora. Y la misión de la
Iglesia, cuando es fiel a su Señor, es siempre proclamar la liberación. Aún en
nuestros días, en los que existen «millones de personas —niños, hombres y
mujeres de todas las edades— privados de su libertad y obligados a vivir en
condiciones similares a la esclavitud», dicha herencia es continuada por
estas Órdenes y por otras Instituciones y Congregaciones que actúan en las
periferias urbanas, las zonas de conflicto y los corredores migratorios. Cuando
la Iglesia se arrodilla para romper las nuevas cadenas que aprisionan a los
pobres, se convierte en signo de la Pascua.
62. No se puede concluir esta reflexión
sobre las personas privadas de libertad sin mencionar a los reclusos que se
encuentran en los distintos centros penitenciarios de preventivos y de penados.
A este respecto, cabe recordar las palabras que el Papa Francisco dirigió a un
grupo de ellos: «Para mí, entrar en una cárcel es siempre un momento
importante, porque la cárcel es un lugar de gran humanidad […]. De humanidad
probada, a veces fatigada por dificultades, sentimientos de culpa, juicios,
incomprensiones, sufrimientos, pero al mismo tiempo cargada de fuerza, de deseo
de perdón, de deseo de rescate». Este deseo, entre otros, también fue
asumido por las Órdenes redentoras como un servicio preferencial a la Iglesia.
Como proclamaba san Pablo: «Esta es la libertad que nos ha dado Cristo» ( Ga 5,1).
Y esa libertad no es sólo interior: se manifiesta en la historia como amor que
cuida y libera de todas las ataduras.
Testigos de la pobreza evangélica
63. En el siglo XIII, ante el crecimiento
de las ciudades, la concentración de riquezas y la aparición de nuevas formas
de pobreza, el Espíritu Santo suscitó en la Iglesia un nuevo tipo de
consagración: las Órdenes mendicantes. A diferencia del modelo monástico
estable, los mendicantes adoptaron una vida itinerante, sin propiedades
personales ni comunitarias, confiando plenamente en la Providencia. No sólo
servían a los pobres: se hacían pobres con ellos. Consideraban la ciudad como
un nuevo desierto y a los marginados como nuevos maestros espirituales. Estas
Órdenes, como los franciscanos, los dominicos, los agustinos y los carmelitas,
representaron una revolución evangélica, en la que el estilo de vida sencillo y
pobre se convierte en un signo profético para la misión, reviviendo la
experiencia de la primera comunidad cristiana (cf. Hch 4,32).
El testimonio de los mendicantes desafiaba tanto la opulencia clerical como la
frialdad de la sociedad urbana.
64. San Francisco de Asís se convirtió en
el icono de esta primavera espiritual. Tomando la pobreza como esposa, quiso
imitar al Cristo pobre, desnudo y crucificado. En su Regla, pide a los hermanos
que de «nada se apropien, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y como peregrinos
y forasteros en este siglo, sirviendo al Señor en pobreza y humildad, vayan por
limosna confiadamente, y no deben avergonzarse, porque el Señor se hizo pobre
por nosotros en este mundo». Su vida fue un continuo despojarse: del
palacio al leproso, de la elocuencia al silencio, de la posesión al don total.
Francisco no fundó un servicio social, sino una fraternidad evangélica. Entre
los pobres veía hermanos e imágenes vivas del Señor. Su misión era estar con
ellos, por una solidaridad que superaba las distancias, por un amor compasivo.
Su pobreza era relacional: lo llevaba a hacerse cercano, igual, más aún, menor.
Su santidad brotaba de la convicción de que sólo se recibe verdaderamente a
Cristo en la entrega generosa de sí mismo a los hermanos.
65. Santa Clara de Asís, inspirada por
Francisco, fundó la Orden de las Damas Pobres, más tarde llamadas clarisas. Su
lucha espiritual consistió en mantener fielmente el ideal de la pobreza
radical. Rechazó los privilegios pontificios que podrían garantizar la
seguridad material de su monasterio y, con firmeza, obtuvo del Papa Gregorio IX
el llamado Privilegium Paupertatis, que garantizaba el derecho a
vivir sin poseer ningún bien material. Esta opción expresaba la confianza total
en Dios y la conciencia de que la pobreza voluntaria era una forma de libertad
y de profecía. Clara enseñaba a sus hermanas que Cristo era su única herencia y
que nada debía oscurecer la comunión con Él. Su vida orante y oculta fue un
grito contra la mundanidad y una defensa silenciosa de los pobres y olvidados.
66. Santo Domingo de Guzmán, contemporáneo
de Francisco, fundó la Orden de Predicadores con otro carisma, pero con la
misma radicalidad. Deseaba anunciar el Evangelio con la autoridad que brota de
una vida pobre, convencido de que la Verdad necesita testigos coherentes. El
ejemplo de la pobreza de vida acompañaba la Palabra predicada. Libres del peso
de los bienes terrenos, los frailes dominicos podían dedicarse mejor a la obra
principal, es decir, a la predicación. Iban a las ciudades, sobre todo a aquellas
universitarias, para enseñar la verdad de Dios. Al depender de los demás,
demostraban que la fe no se impone, sino que se ofrece. Y, al vivir entre los
pobres, aprendían la verdad del Evangelio “desde abajo”, como discípulos del
Cristo humillado.
67. Las Órdenes mendicantes fueron, así,
una respuesta viva a la exclusión y la indiferencia. No propusieron
expresamente reformas sociales, sino una conversión personal y comunitaria a la
lógica del Reino. La pobreza, en ellos, no era consecuencia de la escasez de
bienes, sino una elección libre: hacerse pequeños para acoger a los pequeños.
Como dijo Tomás de Celano sobre Francisco: «Se deja ver en él el primer amador
de los pobres, [...] despojándose de sus vestidos, viste con ellos a los
pobres, a quienes, si no todavía de hecho, sí de todo corazón intenta
asemejarse». Los mendicantes se han convertido en un signo de una Iglesia
peregrina, humilde y fraterna, que vive entre los pobres no por estrategia
proselitista, sino por identidad. Enseñan que la Iglesia es luz sólo cuando se
despoja de todo, y que la santidad pasa por un corazón humilde y volcado en los
pequeños.
La Iglesia y la educación de los pobres
68. Dirigiéndose a algunos educadores,
el Papa Francisco recordó que la educación ha sido
siempre una de las expresiones más altas de la caridad cristiana: «La vuestra
es una misión llena de obstáculos pero también de alegrías. […] Una misión de
amor, porque no se puede enseñar sin amar». En este sentido, desde los
primeros tiempos, los cristianos se dieron cuenta de que el saber libera,
dignifica y acerca a la verdad. Para la Iglesia, enseñar a los pobres era un
acto de justicia y de fe. Inspirada en el ejemplo del Maestro, que enseñaba a
la gente las verdades divinas y humanas, la Iglesia asumió la misión de formar
a los niños y a los jóvenes, especialmente a los más pobres, en la verdad y el
amor. Esta misión tomó forma con la fundación de Congregaciones dedicadas a la
educación popular.
69. En el siglo XVI, san José de Calasanz,
impresionado por la falta de instrucción y formación de los jóvenes pobres de
la ciudad de Roma, en unas salas anejas a la iglesia de Santa Dorotea en el
Trastevere, creó la primera escuela pública popular gratuita de Europa. Era la
simiente de la que después se desarrollaría, no sin dificultades, la Orden de
Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, llamados
escolapios, con el fin de transmitir a los jóvenes «la ciencia profana, al igual
que la sabiduría del Evangelio, enseñándoles a descubrir en sus acontecimientos
personales y en la historia la acción amorosa de Dios creador y
redentor». De hecho, podemos considerar a este valiente sacerdote como «el
verdadero fundador de la escuela católica moderna, que busca la formación
integral del hombre y está abierta a todos». Animado por la misma
sensibilidad, en el siglo XVII san Juan Bautista de La Salle, dándose cuenta de
la injusticia causada por la exclusión de los hijos de obreros y campesinos del
sistema educativo de Francia en aquel tiempo, fundó los Hermanos de las
Escuelas Cristianas, con el ideal de ofrecerles educación gratuita, una sólida
formación y un ambiente fraternal. La Salle veía el aula como un lugar para el
desarrollo humano, pero también para la conversión. Sus escuelas combinaban la
oración, el método, la disciplina y el compartir. Cada niño era considerado un
don único de Dios y el acto de enseñar un servicio al Reino de Dios.
70. Ya en el siglo XIX, también en Francia,
san Marcelino Champagnat fundó el Instituto de los Hermanos Maristas de las
Escuelas, «sensible a las necesidades espirituales y educativas de su época,
especialmente a la ignorancia religiosa y a las situaciones de abandono que
vivía particularmente la juventud», dedicándose de lleno, en una época en
la que el acceso a la educación era todavía privilegio de unos pocos, a la
misión de educar y evangelizar a los niños y jóvenes, sobre todo a los más
necesitados. Con el mismo espíritu, en Turín, san Juan Bosco inició la obra
salesiana, basada en los tres principios del “sistema preventivo” —razón,
religión y amor— y el beato Antonio Rosmini fundó el Instituto de la
Caridad, en el que la “caridad intelectual” —junto con la “material” y, en la
cúspide, la “espiritual-pastoral”— se presentaba como una dimensión
indispensable para cualquier acción caritativa que mirase al bien y al
desarrollo integral de la persona.
71. Muchas Congregaciones femeninas fueron
también protagonistas de esta revolución pedagógica. Las ursulinas, las monjas
de la Orden de la Compañía de María Nuestra Señora, las Maestras Pías y muchas
otras fundadas especialmente en los siglos XVIII y XIX ocuparon espacios donde
el Estado estaba ausente. Crearon escuelas en pequeños pueblos, en los
suburbios y en los barrios obreros. La educación de las niñas, en particular,
se convirtió en una prioridad. Las religiosas alfabetizaban, evangelizaban, trataban
de cuestiones prácticas de la vida cotidiana, elevaban el espíritu a través del
cultivo de las artes y, sobre todo, formaban conciencias. Su pedagogía era
sencilla: cercanía, paciencia, dulzura. Enseñaban a través de la vida, antes
que con palabras. En tiempos de analfabetismo generalizado y de exclusión
estructural, estas mujeres consagradas eran faros de esperanza. Su misión era
formar el corazón, enseñar a pensar, promover la dignidad. Combinando una vida
de piedad y dedicación al prójimo, combatieron el abandono con la ternura de
quien educa en nombre de Cristo.
72. Para la fe cristiana, la educación de
los pobres no es un favor, sino un deber. Los pequeños tienen derecho a la
sabiduría, como exigencia básica para el reconocimiento de la dignidad humana.
Enseñarles es afirmar su valor, darles las herramientas para transformar su
realidad. La tradición cristiana entiende que el conocimiento es un don de Dios
y una responsabilidad comunitaria. La educación cristiana forma no sólo
profesionales, sino personas abiertas al bien, a la belleza y a la verdad. Por
eso, la escuela católica, cuando es fiel a su nombre, se convierte en un
espacio de inclusión, formación integral y promoción humana. Así, conjugando fe
y cultura, se siembra futuro, se honra la imagen de Dios y se construye una
sociedad mejor.
Acompañar a los migrantes
73. La experiencia de la migración acompaña
la historia del pueblo de Dios. Abraham parte sin saber adónde va; Moisés
conduce a un pueblo peregrino por el desierto; María y José huyen con el Niño a
Egipto. El mismo Cristo, que «vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11),
vivió entre nosotros como extranjero. Por eso, la Iglesia siempre ha reconocido
en los migrantes una presencia viva del Señor, que en el día del juicio dirá a
los que estén a su derecha: «Estaba de paso, y me alojaron» (Mt 25,35).
74. En el siglo XIX, cuando millones de
europeos emigraban en busca de mejores condiciones de vida, dos grandes santos
se destacaron en la atención pastoral de los migrantes: san Juan Bautista
Scalabrini y santa Francisca Javier Cabrini. Scalabrini, obispo de Piacenza,
fundó los Misioneros de San Carlos para acompañar a los migrantes en sus
comunidades de destino, ofreciéndoles asistencia espiritual, jurídica y
material. Veía en los migrantes destinatarios de una nueva evangelización,
alertando sobre los riesgos de la explotación y la pérdida de la fe en tierra
extranjera. Respondiendo con generosidad al carisma que el Señor le había
concedido, «Scalabrini miraba más allá, miraba hacia el futuro, hacia un mundo
y una Iglesia sin barreras, sin extranjeros». Santa Francisca Cabrini, nacida en Italia y
naturalizada estadounidense, se convirtió en la primera ciudadana de los
Estados Unidos en ser canonizada. Para cumplir su misión de atender a los
emigrantes, cruzó el Atlántico varias veces e «impulsada por una singular
audacia, empezó de la nada la construcción de escuelas, hospitales y orfanatos
para multitud de desheredados que se aventuraban a buscar trabajo en el nuevo
mundo, sin conocer la lengua y sin medios que les permitieran una inserción
digna en la sociedad norteamericana, en la que a menudo eran víctimas de
personas sin escrúpulos. Su corazón materno, que no se resignaba jamás, llegaba
a ellos dondequiera que se encontraran: en los tugurios, en las cárceles y en
las minas». En el Año Santo de 1950, el Papa Pío XII la proclamó patrona de todos los
migrantes.
75. La tradición de la actividad de la
Iglesia con y para los migrantes continúa y hoy ese servicio se expresa en
iniciativas como los centros de acogida para refugiados, las misiones en las
fronteras y los esfuerzos de Cáritas Internacional y otras instituciones. El
Magisterio contemporáneo reafirma claramente este compromiso. El Papa Francisco recordaba que la misión de la Iglesia
junto a los migrantes y refugiados es aún más amplia, insistiendo en que «la
respuesta al desafío planteado por las migraciones contemporáneas se puede
resumir en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. Pero estos
verbos no se aplican sólo a los migrantes y a los refugiados. Expresan la
misión de la Iglesia en relación a todos los habitantes de las periferias
existenciales, que deben ser acogidos, protegidos, promovidos e
integrados». Y añadía: «Cada ser humano es hijo de Dios. En él está
impresa la imagen de Cristo. Se trata, entonces, de que nosotros seamos los
primeros en verlo y así podamos ayudar a los otros a ver en el emigrante y en
el refugiado no sólo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una
hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la
Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más
justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno y
una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el Evangelio». La
Iglesia, como madre, camina con los que caminan. Donde el mundo ve una amenaza,
ella ve hijos; donde se levantan muros, ella construye puentes. Sabe que el
anuncio del Evangelio sólo es creíble cuando se traduce en gestos de cercanía y
de acogida; y que en cada migrante rechazado, es Cristo mismo quien llama a las
puertas de la comunidad.
Al lado de los últimos
76. La santidad cristiana florece, con
frecuencia, en los lugares más olvidados y heridos de la humanidad. Los más
pobres entre los pobres —los que no sólo carecen de bienes, sino también de voz
y de reconocimiento de su dignidad— ocupan un lugar especial en el corazón de
Dios. Son los preferidos del Evangelio, los herederos del Reino (cf. Lc 6,20).
Es en ellos donde Cristo sigue sufriendo y resucitando. Es en ellos donde la
Iglesia redescubre la llamada a mostrar su realidad más auténtica.
77. Santa Teresa de Calcuta, canonizada en
2016, se convirtió en un icono universal de la caridad vivida hasta el extremo
en favor de los más indigentes, descartados por la sociedad. Fundadora de las
Misioneras de la Caridad, dedicó su vida a los moribundos abandonados en las
calles de la India. Recogía a los rechazados, lavaba sus heridas y los
acompañaba hasta el momento de la muerte con una ternura que era oración. Su
amor por los más pobres entre los pobres la llevaba no sólo a atender sus
necesidades materiales, sino también a anunciarles la buena noticia del
Evangelio: «Queremos proclamar la buena nueva a los pobres de que Dios los ama,
de que nosotros los amamos, de que ellos son alguien para nosotros, de que
ellos también han sido creados por la misma mano amorosa de Dios, para amar y
ser amados. Nuestros pobres son grandes personas, son personas muy queribles,
no necesitan nuestra lástima y simpatía, necesitan nuestro amor comprensivo.
Necesitan nuestro respeto, necesitan que les tratemos con dignidad». Todo esto
nacía de una profunda espiritualidad que veía el servicio a los más pobres como
fruto de la oración y del amor, que generan la verdadera paz, como recordaba
el Papa Juan Pablo II a los peregrinos que habían acudido a
Roma para su beatificación: «¿Dónde encontró la madre Teresa la fuerza para
ponerse completamente al servicio de los demás? La encontró en la oración y en
la contemplación silenciosa de Jesucristo, de su santo Rostro y de su Sagrado
Corazón. Lo dijo ella misma: “El fruto del silencio es la oración; el fruto de
la oración es la fe; el fruto de la fe es el amor; el fruto del amor es el
servicio; y el fruto del servicio es la paz” [...]. La oración colmó su corazón
de la paz de Cristo y le permitió irradiarla a los demás». Teresa no se
consideraba una filántropa ni una activista, sino esposa de Cristo crucificado,
a quien servía con amor total en los hermanos que sufrían.
78. En Brasil, santa Dulce de los Pobres,
conocida como “el ángel bueno de Bahía”, encarnó el mismo espíritu evangélico
con rasgos brasileños. Refiriéndose a ella y a otras dos religiosas canonizadas
en la misma celebración, el Papa Francisco recordó el amor que profesaban a los
más marginados de la sociedad y afirmó que las nuevas santas «nos muestran que
la vida consagrada es un camino de amor en las periferias existenciales del
mundo». La hermana Dulce enfrentó la precariedad
con creatividad, los obstáculos con ternura, la carencia con fe inquebrantable.
Comenzó acogiendo a enfermos en un gallinero, y desde allí fundó una de las
mayores obras sociales del país. Atendía a miles de personas al día, sin perder
nunca su dulzura. Se hizo pobre con los pobres por amor al sumamente Pobre.
Vivía con poco, rezaba con fervor y servía con alegría. Su fe no la alejaba del
mundo, sino que la sumía aún más profundamente en los dolores de los últimos.
79. Se podría recordar también a san Benito
Menni y las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, junto a las
personas con discapacidades; a san Carlos de Foucauld entre las comunidades del
Sahara; a santa Katharine Drexel, junto a los grupos más desfavorecidos de
Norteamérica; a la hermana Emmanuelle con los recolectores de basura en el
barrio de Ezbet El Nakhl, en la ciudad de El Cairo; y a muchísimos más. Cada
uno a su manera descubrió que los más pobres no son meros objetos de compasión,
sino maestros del Evangelio. No se trata de “llevarlos a Dios”, sino de
encontrarlo entre ellos. Todos estos ejemplos enseñan que servir a los pobres
no es un gesto de arriba hacia abajo, sino un encuentro entre iguales, donde
Cristo se revela y es adorado. San Juan Pablo II nos recordaba que «en la persona de
los pobres hay una presencia especial [de Cristo], que impone a la Iglesia una
opción preferencial por ellos». Por lo tanto, cuando la Iglesia se inclina
hasta el suelo para cuidar de los pobres, asume su postura más elevada.
Movimientos populares
80. Debemos reconocer también que, a lo
largo de la historia cristiana, la ayuda a los pobres y la lucha por sus
derechos no han implicado sólo a los individuos, a algunas familias, a las
instituciones o a las comunidades religiosas. Han existido, y existen, varios
movimientos populares, integrados por laicos y guiados por líderes populares,
muchas veces bajo sospecha o incluso perseguidos. Me refiero a un «conjunto de
personas que no caminan como individuos sino como el entramado de una comunidad
de todos y para todos, que no puede dejar que los más pobres y débiles se
queden atrás. […] Los líderes populares, entonces, son aquellos que tienen la
capacidad de incorporar a todos. […] No les tienen asco ni miedo a los jóvenes
lastimados y crucificados».
81. Estos líderes populares saben que la
solidaridad «también es luchar contra las causas estructurales de la pobreza,
la desigualdad, la falta de trabajo, la tierra y la vivienda, la negación de
los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del
imperio del dinero […]. La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es
un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos
populares». Por esta razón, cuando las distintas instituciones piensan en
las necesidades de los pobres se requiere «que incluyan a los movimientos
populares y animen las estructuras de gobierno locales, nacionales e
internacionales con ese torrente de energía moral que surge de la incorporación
de los excluidos en la construcción del destino común». Los movimientos
populares, efectivamente, nos invitan a superar «esa idea de las políticas
sociales concebidas como una política hacia los pobres, pero
nunca con los pobres, nunca de los pobres y
mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos». Si los
políticos y los profesionales no los escuchan, «la democracia se atrofia, se
convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va
desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la
dignidad, en la construcción de su destino». Lo mismo se debe decir de las
instituciones de la Iglesia.
CAPÍTULO
4: UNA HISTORIA QUE CONTINÚA
El siglo de la Doctrina Social de la Iglesia
82. La aceleración de las transformaciones
tecnológicas y sociales de los últimos dos siglos, llena de trágicas
contradicciones, no sólo ha sido sufrida, sino también afrontada y pensada por
los pobres. Los movimientos de trabajadores, de mujeres y de jóvenes, así como
la lucha contra la discriminación racial, han dado lugar a una nueva conciencia
de la dignidad de los marginados. También el aporte de la Doctrina Social de la Iglesia tiene en sí esta raíz popular que no
se debe olvidar; sería inimaginable su relectura de la revelación cristiana en
las modernas circunstancias sociales, laborales, económicas y culturales sin
los laicos cristianos lidiando con los desafíos de su tiempo. A su lado
trabajaron religiosas y religiosos, testigos de una Iglesia en salida de los
caminos ya recorridos. El cambio de época que estamos afrontando hace hoy aún
más necesaria la continua interacción entre los bautizados y el Magisterio,
entre los ciudadanos y los expertos, entre el pueblo y las instituciones. En
particular, se reconoce nuevamente que la realidad se ve mejor desde los
márgenes y que los pobres son sujetos de una inteligencia específica,
indispensable para la Iglesia y la humanidad.
83. El Magisterio de los últimos ciento
cincuenta años ofrece una auténtica fuente de enseñanzas referidas a los
pobres. De ese modo, los Obispos de Roma se han hecho voz de nuevas
conciencias, tomadas en consideración para el discernimiento eclesial. Por
ejemplo, en la carta encíclica Rerum novarum (1891), León XIII afrontó la cuestión del trabajo,
poniendo al descubierto la situación intolerable de muchos obreros de la
industria, proponiendo la instauración de un orden social justo. Otros
pontífices también se han expresado en esta misma línea. Con la encíclicaMater et Magistra (1961) san Juan XXIII se hizo promotor de una justicia de
dimensiones mundiales: los países ricos no podían permanecer indiferentes ante
los países oprimidos por el hambre y la miseria, sino que estaban llamados a
socorrerlos generosamente con todos sus recursos.
84. El Concilio Vaticano II representa una etapa fundamental en
el discernimiento eclesial en relación a los pobres, a la luz de la Revelación.
Si bien en los documentos preparatorios este tema fue marginal, desde el
radiomensaje del 11 de septiembre de 1962, a un mes de la apertura del
Concilio, san Juan XXIII centró la atención sobre el mismo con
palabras inolvidables: «La Iglesia se presenta como es y como quiere ser, como
Iglesia de todos, en particular como la Iglesia de los pobres». Fue pues
el gran trabajo de obispos, teólogos y expertos preocupados por la renovación
de la Iglesia ―con el apoyo del mismo san Juan XXIII― lo que reorientó el
Concilio. Es fundamental la naturaleza cristocéntrica, es decir, doctrinal y no
sólo social, de tal fermento. Numerosos padres conciliares, en efecto, favorecieron
la consolidación de la conciencia, bien expresada por el cardenal Lercaro en su
memorable intervención del 6 de diciembre de 1962, de que «el misterio de
Cristo en la Iglesia es siempre, pero sobre todo hoy, el misterio de Cristo en
los pobres», y de que «no se trata de un tema más, sino que en cierto
sentido es el único tema de todo el Vaticano II». El arzobispo de Bolonia,
preparando el texto de esta intervención, anotaba: «Esta es la hora de los
pobres, de los millones de pobres que están en toda la tierra, esta es la hora
del misterio de la Iglesia madre de los pobres, esta es la hora del misterio de
Cristo sobre todo en el pobre». Se perfilaba de ese modo la necesidad de
una nueva forma eclesial, más sencilla y sobria, que implicase a todo el pueblo
de Dios y a su figura histórica. Una Iglesia más semejante a su Señor que a las
potencias mundanas, dirigida a estimular en toda la humanidad un compromiso
concreto para resolver el gran problema de la pobreza en el mundo.
85. San Pablo VI, con ocasión de la apertura de la segunda sesión del
Concilio, retomó el tema planteado por su predecesor respecto a la Iglesia que
mira con particular interés «a los pobres, a los necesitados, a los afligidos,
a los hambrientos, a los enfermos, a los encarcelados, es decir, mira a toda la
humanidad que sufre y que llora; ésta le pertenece por derecho
evangélico». En la Audiencia general del 11 de noviembre de
1964, subrayó que
«el pobre es representante de Cristo» y, acercando la imagen del Señor en los
últimos a la que se manifiesta en el Papa, afirmó: «La representación de Cristo
en el pobre es universal, todo pobre refleja a Cristo; la del Papa es personal.
[…] El pobre y Pedro pueden coincidir, pueden ser la misma persona, revestida
de una doble representación: la de la pobreza y la de la autoridad». De
ese modo, el vínculo intrínseco entre la Iglesia y los pobres era expresado
simbólicamente con una original claridad.
86. En la constitución pastoral Gaudium et
spes,
actualizando la herencia de los Padres de la Iglesia , el
Concilio afirmó con fuerza el destino universal de los bienes de la tierra y la
función social de la propiedad que deriva de ello: «Dios ha destinado la tierra
y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En
consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos […]. Por tanto, el
hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee
como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no
le aprovechen a él solamente, sino también a los demás. Por lo demás, el
derecho a poseer una parte de bienes suficiente para sí mismos y para sus
familias es un derecho que a todos corresponde. […] Quien se halla en situación
de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario
para sí. […] La misma propiedad privada tiene también, por su misma naturaleza,
una índole social, cuyo fundamento reside en el destino común de los bienes.
Cuando esta índole social es descuidada, la propiedad muchas veces se convierte
en ocasión de ambiciones y graves desórdenes». [82] Esta convicción fue impulsada nuevamente
por san Pablo VI en la encíclica Populorum progressio, donde leemos que nadie puede considerarse
autorizado a «reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad
cuando a los demás les falta lo necesario». En su intervención en las Naciones
Unidas, el Papa Montini se presentó como el abogado de los pueblos pobres, solicitando a la comunidad
internacional la edificación de un mundo solidario.
87. Con san Juan Pablo II se consolida, al menos en el ámbito
doctrinal, la relación preferencial de la Iglesia con los pobres. Su magisterio
ha reconocido, en efecto, que la opción por los pobres es una «forma
especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual
da testimonio toda la tradición de la Iglesia». En la encíclica Sollicitudo rei socialis escribe también que hoy, vista la
dimensión mundial que ha adquirido la cuestión social, «este amor preferencial,
con las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas
muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre
todo, sin esperanza de un futuro mejor: no se puede olvidar la existencia de
esta realidad. Ignorarlo significaría parecernos al “rico epulón” que fingía no
conocer al mendigo Lázaro, postrado a su puerta (cf. Lc 16,19-31)».
Su enseñanza sobre el trabajo adquiere importancia cuando queremos pensar en el
rol activo de los pobres en la renovación de la Iglesia y de la sociedad,
dejando atrás el paternalismo de la mera asistencia de sus necesidades
inmediatas. En la encíclicaLaborem exercens afirma que
«el trabajo humano es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión
social».
88. Frente a las múltiples crisis que han
caracterizado el comienzo del tercer milenio, la lectura de Benedicto XVI se hace más marcadamente política.
Así, en la carta encíclicaCaritas in veritate afirma que «se ama al prójimo tanto
más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a
sus necesidades reales». Además, observa que «el hambre no depende tanto
de la escasez material, cuanto de la insuficiencia de recursos sociales, el más
importante de los cuales es de tipo institucional. Es decir, falta un sistema
de instituciones económicas capaces, tanto de asegurar que se tenga acceso al
agua y a la comida de manera regular y adecuada desde el punto de vista nutricional,
como de afrontar las exigencias relacionadas con las necesidades primarias y
con las emergencias de crisis alimentarias reales, provocadas por causas
naturales o por la irresponsabilidad política nacional e internacional».
89. El Papa Francisco ha reconocido cómo, además del magisterio de los
Obispos de Roma, en los últimos decenios se han hecho cada vez más frecuentes
los posicionamientos adoptados por las Conferencias episcopales nacionales y
regionales al respecto. Por ejemplo, él pudo testimoniar en primera persona el
compromiso particular del episcopado latinoamericano al reflexionar sobre la
relación de la Iglesia con los pobres. En el período postconciliar, en casi
todos los países de América Latina se sintió fuertemente la identificación de
la Iglesia con los pobres y la participación activa en su rescate. Fue el
corazón mismo de la Iglesia el que se conmovió ante tanta gente pobre que
sufría desempleo, subempleo, salarios inicuos y estaba obligada a vivir en
condiciones miserables. El martirio de san Óscar Romero, arzobispo de San
Salvador, fue al mismo tiempo un testimonio y una exhortación viva para la
Iglesia. Él sintió como propio el drama de la gran mayoría de sus fieles y los
hizo el centro de su opción pastoral. Las Conferencias del Episcopado
Latinoamericano en Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida constituyen
etapas significativas también para toda la Iglesia. Yo mismo, misionero durante
largos años en Perú, debo mucho a este camino de discernimiento eclesial, que
el Papa Francisco ha sabido unir sabiamente al de otras Iglesias
particulares, especialmente las del Sur global. Ahora quisiera referirme a dos
temas específicos de este magisterio episcopal.
Estructuras de pecado que causan pobreza y
desigualdades extremas
90. En Medellín, los obispos
se pronunciaron en favor de la opción preferencial por los pobres: «Cristo
nuestro Salvador, no sólo amó a los pobres, sino que “siendo rico se hizo
pobre”, vivió en la pobreza, centró su misión en el anuncio a los pobres de su
liberación y fundó su Iglesia como signo de esa pobreza entre los hombres.
[...] La pobreza de tantos hermanos clama justicia, solidaridad, testimonio,
compromiso, esfuerzo y superación para el cumplimiento pleno de la misión
salvífica encomendada por Cristo». Los obispos afirmaron con fuerza que la
Iglesia, para ser plenamente fiel a su vocación, no sólo debe compartir la
condición de los pobres, sino también ponerse de su lado, comprometiéndose
diligentemente en su promoción integral. La Conferencia de Puebla, ante el
agravamiento de la pobreza en América Latina, confirmó la decisión de Medellín
con una opción franca y profética en favor de los pobres, y calificó las
estructuras de injusticia como “pecado social”.
91. La caridad es una fuerza que cambia la
realidad, una auténtica potencia histórica de cambio. Es la fuente a la que
debe hacer referencia todo compromiso para «resolver las causas estructurales
de la pobreza», y llevarlo a cabo urgentemente. Hago votos, por lo tanto,
para «que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico
diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la
apariencia de los males de nuestro mundo», porque «se trata de escuchar el
clamor de pueblos enteros, de los pueblos más pobres de la tierra».
92. Por lo tanto, es preciso seguir
denunciando la “dictadura de una economía que mata” y reconocer que «mientras
las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se
quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este
desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los
mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control
de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva
tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e
implacable, sus leyes y sus reglas». Aunque no faltan diferentes teorías
que intentan justificar el estado actual de las cosas, o explicar que la
racionalidad económica nos exige que esperemos a que las fuerzas invisibles del
mercado resuelvan todo, la dignidad de cada persona humana debe ser respetada
ahora, no mañana, y la situación de miseria de muchas personas a quienes esta
dignidad se niega debe ser una llamada constante para nuestra conciencia.
93. En la encíclica Dilexit nos, el Papa Francisco ha recordado cómo el pecado social toma la forma
de “estructura de pecado” en la sociedad, que «muchas veces […] se inserta en
una mentalidad dominante que considera normal o racional lo que no es más que
egoísmo e indiferencia. Este fenómeno se puede definir “alienación social”». Se
vuelve normal ignorar a los pobres y vivir como si no existieran. Se presenta
como elección racional organizar la economía pidiendo sacrificios al pueblo,
para alcanzar ciertos objetivos que interesan a los poderosos; mientras que a
los pobres sólo les quedan promesas de “gotas” que caerán, hasta que una nueva
crisis global los lleve de regreso a la situación anterior. Es una auténtica
alienación aquella que lleva sólo a encontrar excusas teóricas y no a tratar de
resolver hoy los problemas concretos de los que sufren. Lo decía ya san Juan Pablo II: «Está alienada una sociedad que, en sus
formas de organización social, de producción y consumo, hace más difícil la
realización de esta donación y la formación de esa solidaridad interhumana».
94. Debemos comprometernos cada vez más
para resolver las causas estructurales de la pobreza. Es una urgencia que «no
puede esperar, no sólo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de
ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e
indigna y que sólo podrá llevarla a nuevas crisis. Los planes asistenciales,
que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas
pasajeras». La falta de equidad «es raíz de los males sociales». En
efecto, «muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son
iguales para todos».
95. Resulta que «en el vigente modelo
“exitista” y “privatista” no parece tener sentido invertir para que los lentos,
débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida». La pregunta
recurrente es siempre la misma: ¿los menos dotados no son personas humanas?
¿Los débiles no tienen nuestra misma dignidad? ¿Los que nacieron con menos
posibilidades valen menos como seres humanos, y sólo deben limitarse a
sobrevivir? De nuestra respuesta a estos interrogantes depende el valor de
nuestras sociedades y también nuestro futuro. O reconquistamos nuestra dignidad
moral y espiritual, o caemos como en un pozo de suciedad. Si no nos detenemos a
tomar las cosas en serio continuaremos así, de manera explícita o disimulada,
legitimando «el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el
derecho de consumir en una proporción que sería imposible generalizar, porque
el planeta no podría ni siquiera contener los residuos de semejante
consumo».
96. Entre las cuestiones estructurales —que
no es posible imaginar que se resuelvan de lo alto y que requieren ser asumidas
lo antes posible— está el tema de los lugares, los espacios, las casas y las
ciudades donde los pobres viven y transitan. Lo sabemos, «¡qué hermosas son las
ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y
que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las
ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que
conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro!». Al mismo
tiempo, «no podemos dejar de considerar los efectos de la degradación
ambiental, del actual modelo de desarrollo y de la cultura del descarte en la
vida de las personas». De hecho, «el deterioro del ambiente y el de la
sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta».
97. Por consiguiente, es responsabilidad de
todos los miembros del pueblo de Dios hacer oír, de diferentes maneras, una voz
que despierte, que denuncie y que se exponga, aun a costo de parecer
“estúpidos”. Las estructuras de injusticia deben ser reconocidas y destruidas
con la fuerza del bien, a través de un cambio de mentalidad, pero también con
la ayuda de las ciencias y la técnica, mediante el desarrollo de políticas
eficaces en la transformación de la sociedad. Siempre debe recordarse que la
propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación individual e íntima con
el Señor. La propuesta es más amplia: «es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43);
se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre
reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia,
de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia
cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Buscamos su Reino».
98. En fin, un documento que al principio
no fue bien acogido por algunos, nos ofrece una reflexión siempre actual: «A
los defensores de “la ortodoxia”, se dirige a veces el reproche de pasividad,
de indulgencia o de complicidad culpables respecto a situaciones de injusticia
intolerables y de los regímenes políticos que las mantienen. La conversión
espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia
y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos a
todos, y especialmente a los pastores y a los responsables. La preocupación por
la pureza de la fe ha de ir unida a la preocupación por aportar, con una vida
teologal integral, la respuesta de un testimonio eficaz de servicio al prójimo,
y particularmente al pobre y al oprimido».
Los pobres como sujetos
99. Un don fundamental para el camino de la
Iglesia universal está representado por el discernimiento de la Conferencia de
Aparecida, donde los obispos latinoamericanos explicitaron que la opción
preferencial de la Iglesia por los pobres «está implícita en la fe cristológica
en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su
pobreza». En el documento se contextualiza la misión en la actual
situación del mundo globalizado, con sus nuevos y dramáticos desequilibrios, y
los obispos, en el mensaje final, escriben: «Las agudas diferencias entre ricos
y pobres nos invitan a trabajar con mayor empeño en ser discípulos que saben
compartir la mesa de la vida, mesa de todos los hijos e hijas del Padre, mesa
abierta, incluyente, en la que no falte nadie. Por eso reafirmamos nuestra
opción preferencial y evangélica por los pobres».
100. Al mismo tiempo, el documento
—profundizando un tema ya presente en las Conferencias precedentes del
episcopado de América Latina— insiste en la necesidad de considerar a las
comunidades marginadas como sujetos capaces de crear su propia
cultura, más que como objetos de beneficencia. Esto implica
que dichas comunidades tienen el derecho de vivir el Evangelio, de celebrar y
comunicar la fe según los valores presentes en su cultura. La experiencia de la
pobreza les da la capacidad para reconocer aspectos de la realidad que otros no
son capaces de ver, y por esta razón la sociedad necesita escucharlos. Lo mismo
vale para la Iglesia, que debe valorizar positivamente la manera “popular” que
ellos tienen de vivir la fe. Un hermoso texto del documento final de Aparecida
nos ayuda a reflexionar sobre este punto, para encontrar la actitud correcta:
«Sólo la cercanía que nos hace amigos nos permite apreciar profundamente los
valores de los pobres de hoy, sus legítimos anhelos y su modo propio de vivir
la fe. [...] Día a día, los pobres se hacen sujetos de la evangelización y
de la promoción humana integral: educan a sus hijos en la fe, viven una
constante solidaridad entre parientes y vecinos, buscan constantemente a Dios y
dan vida al peregrinar de la Iglesia. A la luz del Evangelio reconocemos su
inmensa dignidad y su valor sagrado a los ojos de Cristo, pobre como ellos y
excluido entre ellos. Desde esta experiencia creyente, compartiremos con ellos
la defensa de sus derechos».
101. Todo esto comporta la presencia de un
aspecto en la opción por los pobres que debemos recordar constantemente: esta
opción, en efecto, exige de nuestra parte «una atención puesta en el
otro […]. Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación
por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien. Esto
implica valorar al pobre en su bondad propia, con su forma de ser, con su
cultura, con su modo de vivir la fe. El verdadero amor siempre es
contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino
porque él es bello, más allá de su apariencia. […] Sólo desde esta cercanía
real y cordial podemos acompañarlos adecuadamente en su camino de
liberación». Por esta razón, dirijo un sincero agradecimiento a todos los
que han escogido vivir entre los pobres; es decir, a aquellos que no van a
visitarlos de vez en cuando, sino que viven con ellos y como ellos. Esta es una
opción que debe encontrar lugar entre las formas más altas de vida evangélica.
102. En esta perspectiva, aparece
claramente la necesidad de que «todos nos dejemos evangelizar» por los
pobres, y que todos reconozcamos «la misteriosa sabiduría que Dios quiere
comunicarnos a través de ellos». Crecidos en la extrema precariedad,
aprendiendo a sobrevivir en medio de las condiciones más difíciles, confiando
en Dios con la certeza de que nadie más los toma en serio, ayudándose
mutuamente en los momentos más oscuros, los pobres han aprendido muchas cosas
que conservan en el misterio de su corazón. Aquellos entre nosotros que no han
experimentado situaciones similares, de una vida vivida en el límite,
seguramente tienen mucho que recibir de esa fuente de sabiduría que constituye
la experiencia de los pobres. Sólo comparando nuestras quejas con sus
sufrimientos y privaciones, es posible recibir un reproche que nos invite a
simplificar nuestra vida.
CAPÍTULO
5: UN DESAFÍO PERMANENTE
103. He decidido recordar esta bimilenaria
historia de atención eclesial a los pobres y con los pobres para mostrar que
ésta forma parte esencial del camino ininterrumpido de la Iglesia. El cuidado
de los pobres forma parte de la gran Tradición de la Iglesia, como un faro de
luz que, desde el Evangelio, ha iluminado los corazones y los pasos de los
cristianos de todos los tiempos. Por tanto, debemos sentir la urgencia de
invitar a todos a sumergirse en este río de luz y de vida que proviene del
reconocimiento de Cristo en el rostro de los necesitados y de los que sufren.
El amor a los pobres es un elemento esencial de la historia de Dios con
nosotros y, desde el corazón de la Iglesia, prorrumpe como una llamada continua
en los corazones de los creyentes, tanto en las comunidades como en cada uno de
los fieles. La Iglesia, en cuanto Cuerpo de Cristo, siente como su propia
“carne” la vida de los pobres, que son parte privilegiada del pueblo que va en
camino. Por esta razón, el amor a los que son pobres —en cualquier modo en que
se manifieste dicha pobreza— es la garantía evangélica de una Iglesia fiel al
corazón de Dios. De hecho, cada renovación eclesial ha tenido siempre como
prioridad la atención preferencial por los pobres, que se diferencia, tanto en
las motivaciones como en el estilo, de las actividades de cualquier otra
organización humanitaria.
104. El cristiano no puede considerar a los
pobres sólo como un problema social; estos son una “cuestión familiar”, son “de
los nuestros”. Nuestra relación con ellos no se puede reducir a una actividad o
a una oficina de la Iglesia. Como enseña la Conferencia de Aparecida, «se nos
pide dedicar tiempo a los pobres, prestarles una amable atención, escucharlos
con interés, acompañarlos en los momentos más difíciles, eligiéndolos para
compartir horas, semanas o años de nuestra vida, y buscando, desde ellos, la transformación
de su situación. No podemos olvidar que el mismo Jesús lo propuso con su modo
de actuar y con sus palabras».
El buen samaritano de nuevo
105. La cultura dominante de los inicios de
este milenio instiga a abandonar a los pobres a su propio destino, a no
juzgarlos dignos de atención y mucho menos de aprecio. En la encíclica Fratelli tutti el Papa Francisco nos invitaba a reflexionar sobre la parábola del
buen samaritano (cf. Lc 10,25-37), precisamente para
profundizar en este punto. En dicha parábola vemos que, frente a aquel hombre
herido y abandonado en el camino, las actitudes de aquellos que pasan son
distintas. Sólo el buen samaritano se ocupa de cuidarlo. Entonces vuelve la
pregunta que interpela a cada uno en primera persona: «¿Con quién te
identificas? Esta pregunta es cruda, directa y determinante. ¿A cuál de ellos
te pareces? Nos hace falta reconocer la tentación que nos circunda de
desentendernos de los demás; especialmente de los más débiles. Digámoslo, hemos
crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y
sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos
acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las
situaciones hasta que estas nos golpean directamente».
106. Y nos hace mucho bien descubrir que
aquella escena del buen samaritano se repite también hoy. Recordemos esta
situación de nuestros días: «Cuando encuentro a una persona durmiendo a la
intemperie, en una noche fría, puedo sentir que ese bulto es un imprevisto que
me interrumpe, un delincuente ocioso, un estorbo en mi camino, un aguijón
molesto para mi conciencia, un problema que deben resolver los políticos, y
quizá hasta una basura que ensucia el espacio público. O puedo reaccionar desde
la fe y la caridad, y reconocer en él a un ser humano con mi misma dignidad, a
una creatura infinitamente amada por el Padre, a una imagen de Dios, a un
hermano redimido por Jesucristo. ¡Eso es ser cristianos! ¿O acaso puede
entenderse la santidad al margen de este reconocimiento vivo de la dignidad de
todo ser humano?». ¿Qué hizo el buen samaritano?
107. La pregunta se vuelve urgente, porque
nos ayuda a darnos cuenta de una grave falta en nuestras sociedades y también
en nuestras comunidades cristianas. El hecho es que muchas formas de
indiferencia que hoy encontramos «son signos de un estilo de vida generalizado,
que se manifiesta de diversas maneras, quizás más sutiles. Además, como todos
estamos muy concentrados en nuestras propias necesidades, ver a alguien
sufriendo nos molesta, nos perturba, porque no queremos perder nuestro tiempo
por culpa de los problemas ajenos. Estos son síntomas de una sociedad enferma,
porque busca construirse de espaldas al dolor. Mejor no caer en esa miseria.
Miremos el modelo del buen samaritano». Las últimas palabras de la
parábola evangélica —«Ve, y procede tú de la misma manera» ( Lc 10,37)—
son un mandamiento que un cristiano debe oír resonar cada día en su
corazón.
Un desafío ineludible para la Iglesia de
hoy
108. En una época particularmente difícil
para la Iglesia de Roma, cuando las instituciones imperiales estaban colapsando
bajo la presión de los bárbaros, san Gregorio Magno amonestaba a sus fieles de
este modo: «Todos los días, si lo buscamos, hallamos a Lázaro, y, aunque no lo
busquemos, le tenemos a la vista. Ved que a todas horas se presentan los pobres
y que ahora nos piden ellos, que luego vendrán como intercesores nuestros.
[...] No perdáis el tiempo de la misericordia; no hagáis caso omiso de los remedios
que habéis recibido». No sin valentía, él desafiaba los prejuicios
generalizados hacia los pobres, como los de quienes los consideraban
responsables de su propia miseria: «Cuando veis que algunos pobres hacen
algunas cosas reprensibles: no los despreciéis, no desconfiéis, porque tal vez
la fragua de la pobreza purifica el exceso de alguna maldad pequeñísima que los
mancha». No pocas veces, la riqueza nos vuelve ciegos, hasta el
punto de pensar que nuestra felicidad sólo puede realizarse si logramos prescindir
de los demás. En esto, los pobres pueden ser para nosotros como maestros
silenciosos, devolviendo nuestro orgullo y arrogancia a una justa humildad.
109. Si es verdad que los pobres son
sostenidos por quienes tienen medios económicos, también se puede afirmar con
certeza lo contrario. Esta es una sorprendente experiencia corroborada por la
misma tradición cristiana y que se vuelve un verdadero punto de inflexión en
nuestra vida personal, cuando caemos en la cuenta de que justamente los pobres
son quienes nos evangelizan. ¿De qué manera? Los pobres, en el silencio de su
misma condición, nos colocan frente a la realidad de nuestra debilidad. El
anciano, por ejemplo, con la debilidad de su cuerpo, nos recuerda nuestra
vulnerabilidad, aun cuando buscamos esconderla detrás del bienestar o de la
apariencia. Además, los pobres nos hacen reflexionar sobre la precariedad de
aquel orgullo agresivo con el que frecuentemente afrontamos las dificultades de
la vida. En esencia, ellos revelan nuestra fragilidad y el vacío de una vida
aparentemente protegida y segura. Al respecto, volvemos a escuchar estas
palabras de san Gregorio Magno: «Nadie, pues, se cuente seguro diciendo: Ea, yo
no robo lo ajeno, sino que disfruto buenamente de los bienes que he recibido;
porque este rico no fue castigado precisamente por robar lo ajeno, sino porque
malamente reservó para sí solo los bienes que había recibido. También le llevó
al infierno esto: el no vivir temeroso en medio de su felicidad, el hacer
servir a su arrogancia los dones recibidos, el no tener entrañas de caridad».
110. Para nosotros cristianos, la cuestión
de los pobres conduce a lo esencial de nuestra fe. La opción preferencial por
los pobres, es decir, el amor de la Iglesia hacia ellos, como enseñaba san Juan Pablo II, «es determinante y pertenece a su
constante tradición, la impulsa a dirigirse al mundo en el cual, no obstante el
progreso técnico-económico, la pobreza amenaza con alcanzar formas
gigantescas». La realidad es que los pobres para los cristianos no son una
categoría sociológica, sino la misma carne de Cristo. En efecto, no es
suficiente limitarse a enunciar en modo general la doctrina de la encarnación
de Dios; para adentrarse en serio en este misterio, en cambio, es necesario
especificar que el Señor se hace carne, carne que tiene hambre, que tiene sed,
que está enferma, encarcelada. «Una Iglesia pobre para los pobres empieza con
ir hacia la carne de Cristo. Si vamos hacia la carne de Cristo, comenzamos a
entender algo, a entender qué es esta pobreza, la pobreza del Señor. Y esto no
es fácil».
111. El corazón de la Iglesia, por su misma
naturaleza, es solidario con aquellos que son pobres, excluidos y marginados,
con aquellos que son considerados un “descarte” de la sociedad. Los pobres
están en el centro de la Iglesia, porque es desde la «fe en Cristo hecho pobre,
y siempre cercano a los pobres y excluidos, [que] brota la preocupación por el
desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad». En el corazón
de cada fiel se encuentra «la exigencia de escuchar este clamor [que] brota de
la misma obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros, por lo cual no
se trata de una misión reservada sólo a algunos».
112. A veces se percibe en algunos
movimientos o grupos cristianos la carencia o incluso la ausencia del
compromiso por el bien común de la sociedad y, en particular, por la defensa y
la promoción de los más débiles y desfavorecidos. A este respecto, es necesario
recordar que la religión, especialmente la cristiana, no puede limitarse al
ámbito privado, como si los fieles no tuvieran que preocuparse también de los
problemas relativos a la sociedad civil y de los acontecimientos que afectan a
los ciudadanos.
113. En realidad, «cualquier comunidad de
la Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir tranquila sin ocuparse
creativamente y cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con dignidad
y para incluir a todos, también correrá el riesgo de la disolución, aunque
hable de temas sociales o critique a los gobiernos. Fácilmente terminará sumida
en la mundanidad espiritual, disimulada con prácticas religiosas, con reuniones
infecundas o con discursos vacíos».
114. No estamos hablando sólo de la
asistencia y del necesario compromiso por la justicia. Los creyentes deben
darse cuenta de otra forma de incoherencia respecto a los pobres. En verdad,
«la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención
espiritual […]. La opción preferencial por los pobres debe traducirse
principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria». No
obstante, esta atención espiritual hacia los pobres es puesta en discusión por
ciertos prejuicios, también por parte de cristianos, porque nos sentimos más a
gusto sin los pobres. Hay quienes siguen diciendo: “Nuestra tarea es rezar y
enseñar la verdadera doctrina”. Pero, desvinculando este aspecto religioso de
la promoción integral, agregan que sólo el gobierno debería encargarse de
ellos, o que sería mejor dejarlos en la miseria, para que aprendan a trabajar.
A veces, sin embargo, se asumen criterios pseudocientíficos para decir que la
libertad de mercado traerá espontáneamente la solución al problema de la pobreza.
O incluso, se opta por una pastoral de las llamadas élites, argumentando que,
en vez de perder el tiempo con los pobres, es mejor ocuparse de los ricos, de
los poderosos y de los profesionales, para que, por medio de ellos, se puedan
alcanzar soluciones más eficaces. Es fácil percibir la mundanidad que se
esconde detrás de estas opiniones; estas nos llevan a observar la realidad con
criterios superficiales y desprovistos de cualquier luz sobrenatural,
prefiriendo círculos sociales que nos tranquilizan o buscando privilegios que
nos acomodan.
Aún hoy, dar
115. Es bueno dedicar una última palabra a
la limosna, que hoy no goza de buena fama, a menudo incluso entre los
creyentes. No sólo no se practica, sino que además se desprecia. Por un lado,
confirmo que la ayuda más importante para una persona pobre es promoverla a
tener un buen trabajo, para que pueda ganarse una vida más acorde a su
dignidad, desarrollando sus capacidades y ofreciendo su esfuerzo personal. El
hecho es que «la falta de trabajo es mucho más que la falta de una fuente de
ingresos para poder vivir. El trabajo es también esto, pero es mucho, mucho
más. Trabajando nosotros nos hacemos más persona, nuestra humanidad florece,
los jóvenes se convierten en adultos solamente trabajando. La Doctrina Social de la Iglesia ha visto siempre el trabajo humano
como participación en la creación que continúa cada día, también gracias a las
manos, a la mente y al corazón de los trabajadores». Por otro lado, si aún
no existe esta posibilidad concreta, no podemos correr el riesgo de dejar a una
persona abandonada a su suerte, sin lo indispensable para vivir dignamente. Y,
por tanto, la limosna sigue siendo un momento necesario de contacto, de
encuentro y de identificación con la situación de los demás.
116. Es evidente, para quien ama de verdad,
que la limosna no exime de sus responsabilidades a las autoridades competentes,
ni elimina el compromiso organizado de las instituciones, y mucho menos
sustituye la lucha legítima por la justicia. Sin embargo, invita al menos a
detenerse y a mirar al pobre a la cara, a tocarle y compartir con él algo de lo
suyo. De cualquier manera, la limosna, por pequeña que sea, infunde pietas en
una vida social en la que todos se preocupan de su propio interés personal.
Dice el libro de los Proverbios: «El hombre generoso será bendecido, porque
comparte su pan con el pobre» (Pr 22,9).
117. Tanto el Antiguo como el Nuevo
Testamento contienen auténticos himnos a la limosna: «Pero tú sé indulgente con
el humilde y no le hagas esperar tu limosna, […] que el tesoro encerrado en tus
graneros sea la limosna, y ella te preservará de todo mal» (Si 29,8.12).
Y Jesús retoma esta enseñanza: «Vendan sus bienes y denlos como limosna.
Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo»
(Lc 12,33).
118. A san Juan Crisóstomo se le atribuía
esta exhortación: «La limosna es el ala de la oración; si no le das alas a la
oración, no volará». Y san Gregorio Nacianceno concluía una de sus
célebres oraciones con estas palabras: «En verdad, si en algo confiáis en mí,
siervos de Cristo, hermanos y coherederos, mientras llega el momento, visitemos
a Cristo, curemos a Cristo, alimentemos a Cristo, vistamos a Cristo, hospedemos
a Cristo, honremos a Cristo; no sólo en la mesa, como algunos; ni con perfumes,
como María; no sólo en el sepulcro, como José de Arimatea; ni con lo relativo a
la sepultura, como Nicodemo, que amaba a Cristo a medias; ni con oro, incienso
y mirra, como los Magos, anteriores a los mencionados; sino puesto que el Señor
del universo quiere misericordia y no sacrificio […], ofrezcámosle esa
compasión por medio de los necesitados y de los que ahora se encuentran
arrojados por tierra, para que, cuando salgamos de aquí abajo, seamos recibidos
en las moradas eternas».
119. Hay que alimentar el amor y las
convicciones más profundas, y eso se hace con gestos. Permanecer en el mundo de
las ideas y las discusiones, sin gestos personales, asiduos y sinceros, sería
la perdición de nuestros sueños más preciados. Por esta sencilla razón, como
cristianos, no renunciamos a la limosna. Es un gesto que se puede hacer de
diferentes formas, y que podemos intentar hacer de la manera más eficaz, pero
es preciso hacerlo. Y siempre será mejor hacer algo que no hacer nada. En todo
caso nos llegará al corazón. No será la solución a la pobreza mundial, que hay
que buscar con inteligencia, tenacidad y compromiso social. Pero necesitamos
practicar la limosna para tocar la carne sufriente de los pobres.
120. El amor cristiano supera cualquier
barrera, acerca a los lejanos, reúne a los extraños, familiariza a los
enemigos, atraviesa abismos humanamente insuperables, penetra en los rincones
más ocultos de la sociedad. Por su naturaleza, el amor cristiano es profético,
hace milagros, no tiene límites: es para lo imposible. El amor es ante todo un
modo de concebir la vida, un modo de vivirla. Pues bien, una Iglesia que no
pone límites al amor, que no conoce enemigos a los que combatir, sino sólo
hombres y mujeres a los que amar, es la Iglesia que el mundo necesita hoy.
121. Ya sea a través del trabajo que
ustedes realizan, o de su compromiso por cambiar las estructuras sociales
injustas, o por medio de esos gestos sencillos de ayuda, muy cercanos y
personales, será posible para aquel pobre sentir que las palabras de Jesús son
para él: «Yo te he amado» (Ap 3,9).
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 4 de
octubre, memoria de san Francisco de Asís, del año 2025, primero de mi Pontificado.
IV. “TE HE AMADO” (Dilexi te): SOBRE EL AMOR
HACIA LOS POBRES
Papa
León XIV
Comentarios,
Pedro Pierre, oct. 2025.
APRECIACIÓN
GENERAL
La
Carta del papa León es una verdadera hazaña con la declaración clara y decidida
de poner a los pobres en el centro de la Iglesia para que volvamos al
Evangelio.
INTRODUCCIÓN
“Te he amado” (1-3)
El título: ‘Te he amado’,
quiere personalizar y particularizar el amor y la opción por los pobres.
Las 2 primeras referencias
bíblicas son llamativas. Apocalipsis 3,9: “A pesar de tu debilidad obligaré a
que se postren ante ti (Entonces reconocerán que te he amado)” y Lucas 1,52-53:
“Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a
los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías”.
La expresión del Apocalipsis
está dirigida a una Comunidad cristiana primitiva sin relevancia y perseguida.
Quiere significa fuertemente que Dios no se queda indiferente y actúa contra
los opresores de los pobres. Jesús se identificará con los más pequeños para
encauzarlo sobre un camino de liberación.
Desde el principio el mensaje
está claro: El Reino es ‘una obra de liberación’. Debemos trabajar de una
manera efectiva y eficaz por la liberación de los pobres, ‘configurándonos’ con
los sentimientos, el ejemplo y las opciones más profundas de Cristo.
CAPÍTULO
1: ALGUNAS PALABRAS INDISPENSABLES
1. LLAMAN LA
ATENCIÓN LAS CITAS BÍBLICAS
-
Ex 3,7-8.10: “Yo he visto la opresión de mi pueblo, que
está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces.
Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo […]. Ahora
ve, yo te envío”.
La
revelación de Dios de Dios a Moisés en la zarza ardiente va con su envío en
misión: la liberación de sus compatriotas esclavos en Egipto.
-
Éxodo
22,25-26: “Si tomas en
prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás al ponerse el sol, porque con
él se abriga; es el vestido de su cuerpo. ¿Sobre qué va a dormir, si no?
Clamará a mí, y yo le oiré, porque soy compasivo.”
-
Cf. Dt 15,9: “Si permaneciéramos indiferentes a su
grito, el pobre apelaría al Señor contra nosotros y seríamos culpables de un
pecado”.
-
Mt 26,8-9.11: “A los pobres los tendrán siempre con
ustedes, pero a mí no me tendrán siempre”. La mirada Cristiana no puede
separarse de Cristo.
-
Mt 25,40: “Cada vez que lo hicieron con el más
pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”.
En
el juicio final, la atención a los pobres es el criterio de la salvación.
-
Gálatas
2,10: “No te olvides de
los pobres!”.
-
Es la
invitación que hace a Pablo el Consejo de Ancianos, en la Asamblea Eclesial de
Jerusalén.
-
Santiago 3,15: “Clamaron al Señor, y él hizo surgir un
salvador”.
-
Dios
se muestra solícito hacia la necesidad de los pobres.
-
Citando
la subversiva carta de Santiago (2,14-17; 5,3-5) afirma de
modo contundente: “¡Qué fuerza tienen estas palabras, aunque prefiramos
hacernos los sordos!” (# 30)
2. COMENTARIOS
Se nos va refrescando la
memoria.
-
7.
“San Francisco provocó un renacimiento evangélico entre los cristianos y en la
sociedad de su tiempo.”
-
“La
antigua historia del buen samaritano ha sido el paradigma de la espiritualidad
del Concilio”, dijo Pablo 6.
-
9. Se
retoma las llamativas reflexiones de las Conferencias Episcopales
latinoamericanas sobre el rostro de Jesús en los rostros de los pobres.
El compromiso a favor de
los pobres debe remover las estructuras.
-
10.
“El compromiso en favor de los pobres y con el fin de remover las causas
sociales y estructurales de la pobreza sigue siendo insuficiente.”
-
11. Al
compromiso concreto lleva a un cambio de mentalidad que pueda incidir en la
transformación cultural.
-
12.
Las mujeres son doblemente golpeadas: por ser mujeres y por ser pobres. Entre
ellas encontramos constantemente los más admirables gestos de heroísmo
cotidiano.
-
13. Se
entiende por personas pobres los individuos que no tienen acceso a las
condiciones de vida mínimas aceptables en el Estado miembro en que viven.
-
No se
deben ignorar las grandes diferencias que existen entre los países y las
regiones.
-
14.
Los pobres no están por casualidad o por un ciego y amargo destino.
-
No es
posible olvidar a los pobres si no queremos salir fuera de la corriente viva de
la Iglesia que brota del Evangelio y fecunda todo momento histórico.
CAPÍTULO
2: DIOS OPTA POR LOS POBRES
La opción por los pobres (16)
Dios es un Dios parcial:
Opto por las víctimas de la injusticia. Ama a todos pero desde un amor
prioritario por los pobres: “¡Hacia todos, pero desde los pobres!”
Jesús, Mesías pobre
Al optar
por los pobres, Jesús opta por la pobreza y contra la miseria,
solidarizándose con la realidad y las causas de los pobres en nombre de Dios
liberador, padre y madre.
No está la Bienaventuranza de Mateo 5,3: “¡Felices
los que tienen el espíritu de los pobres!”, es decir, felices los que, no
siendo pobres, asumen la pobreza y las causas de los pobres.
No se señala la opción de
Jesús por ‘Comunidades de pobres’ ni se llega a optar por el
protagonismo de los pobres para asumir el proyecto del Reino: los 12 apóstoles,
los 72 discípulos que asumen la tarea de Jesús. Luego las primeras Comunidades
cristianas tuvieron que ‘inventar’ su seguimiento de Jesús y su compromiso por
el Reino.
Es ausente la afirmación de Jesús:
“No temas, pequeño rebaño, porque al Padre le ha parecido bien revelarte estas
cosas” (Lucas 19,21) del Reino.
No se ve a las
‘discípulas mujeres’ que siguen a Jesús desde el comienzo hasta el pie
de la cruz y que comparten sus bienes con los 12. No se señala la iniciativa de
María Magdalena que va a buscar al Resucitado, lo encuentra y recibe la misión
de anunciar su resurrección a los apóstoles, siendo “la apóstol de los
apóstoles”. Ni se habla de las mujeres diaconizas: Febe…
La opción por los pobres está muy poco
explicitada
El conjunto de la Carta sí
está en la opción por los pobres.
Pero no retoma la afirmación
de Puebla (1979. Mensaje, 3): “Porque creemos que la revisión del
comportamiento religioso y moral de los hombres debe reflejarse en el ámbito
del proceso político y económico de nuestros países, invitamos a todos, sin
distinción de clases, a aceptar y asumir la causa de los pobres, como si
estuviesen aceptando y asumiendo su propia causa, la causa misma de Cristo.
«Todo lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos, por humildes que sean, a mí
me lo hicisteis» (Mt 25,40).
CAPÍTULO
3: UNA IGLESIA PARA LOS POBRES
En general
Está claro que no se puede seguir a Cristo sin amar a
los pobres de verdad. Por eso el papa Francisco en su carta “Todos somos
hermanos y hermanas” nos deja 4 compromisos para lograr la hermandad universal
a partir de los pobres: ‘Amistad sin fronteras, amistad social, amor político y
espiritualidad liberadora’ según la parábola del buen Samaritano.
Señala a los Movimientos
populares para enfrentar el compromiso por enfrentar las causas sociales y
estructurales de la pobreza.
Se habla de reglas económicas
que privilegian el crecimiento económico, a costa del aumento de la pobreza.
Pero no se denuncia las grandes desigualdades entre países y continentes, por
la dominación de unos sobre otros. Tampoco se habla de ‘sistema’, pero no se
señala como mayor responsable de la situación mundial de la pobreza al sistema
capitalista neoliberal.
Las Iglesias primitivas… de los pobres
La Iglesia
nació de los pobres, hasta que la jerarquía y el clero se
vendiera el emperador Constantino en el siglo 4. Los monjes
conservaron una orientación evangélica. Las congregaciones religiosas
optaron por la pobreza y por los pobres porque la pobreza asemeja a Jesús de
Nazaret y trae libertad y protección contra el sistema de consumismo
capitalista.
La responsabilidad de los Centros
Educativos católicos
Las Escuelas, los Colegios y
las Universidades deberían ser Centros de Formación humana, ciudadana y
cristiana. Lastimosamente la gran mayoría forma ciudadanos
capitalistas, autoridades capitalistas y presidentes dictatoriales y fascistas.
-
¿Por
qué no se dedican a forma hombres y mujeres dignos y solidarios de los pobres?
-
¿Por
qué no forman líderes populares alternativos al sistema capitalista, maestros
de una educación liberadora en la línea de Equipos Docentes?
-
¿Por
qué no siguen la línea de educación popular de Paolo Freire, o la educación
alternativa como María Montessori, la pedagogía Montessori y Doman, los métodos educativos Waldorf, Reggio Emilia, Sudbury…? ¿Por qué no educan en la no violencia de Gandhi, en
las cosmovisiones indígenas, en la protección de la naturaleza, el cambio
climático?…
-
¿Por
qué no hay Universidades que enseñan exclusivamente la Doctrina Social de la
Iglesia, la Teología de la Liberación, la Sinodalidad siendo “las CEBs un
ejemplo de Iglesia sinodal?
En cuanto a la salud alternativa
¿Por qué no hay Centros Católicos
Superiores de formación cultural desde las sabidurías ancestrales que formen médicos y enfermeras para una
salud alternativas desde las plantas y los saberes ancestrales?
CAPÍTULO 4: UNA HISTORIA QUE
CONTINÚA
América Latina: 500 años de resistencia indígena, negra y popular
Con la colonización europea
tanto en las Américas como en África, empieza la ‘unión de la espada y de
la cruz’ fuera de unas pocas excepciones como los sacerdotes Montesinos
y Bartolomé de las Casas que fue obispo.
La Iglesia, en su conjunto de
América Latina, con el visto bueno de los papas, se hizo cómplice del
genocidio de decena de millones de indígenas y de negros durante
siglos. Mientras tanto los colonizadores mataban, violaban y saqueaban la plata
y el oro para fortalecer el sistema capitalista europeo y su industrialización.
En el siglo 20, ¡cuántos nuncios y obispos eran los grandes amigos de los
dictadores!
Los países del Norte
se enriquecieron y se desarrollaron gracias al empobrecimiento, a la
destrucción de la naturaleza y las culturas de los países del Sur. Las deudas
externas fueron el gran medio para continuar el colonialismo y el
control de los gobiernos.
A pesar del surgimiento
de la Doctrina Social de la Iglesia (1891) con el papa León 13, poco
eco encontró en la Iglesia para la defensa de los explotados y de los pobres en
general.
La primavera eclesial auspiciada por el
Concilio Vaticano 2°
Para ver un cambio
eclesial hay que esperar el Concilio Vaticano 2° (1962-65) y el papa
Francisco (2013-2025) para ver el comienzo de un cambio.
Felizmente un grupo de
obispos latinoamericanos tomaron al Concilio en serio con el pacto de
las Catacumbas (Roma, 1965). Luego en la reunión latinoamericana de Medellín
optaron por las Comunidades Eclesiales de Base, conformando la Iglesia de los
pobres. Son los “padres de la Iglesia” latinoamericana de los Pobres.
Solidarios de las CEBs, teólogos
latinoamericanos sistematizaron tanto la nueva visión que pusieron en
marcha sobre la Biblia, la Iglesia, los sacramentos, la religiosidad popular
como el compromiso social, político, liberador y revolucionario en nombre del
Evangelio de Jesús.
En las 3 últimas décadas del
siglo pasado, los regímenes militares apoyados por el gobierno norteamericano,
fueron asesinados, por ser solidarios de los pobres, una docena
de obispos, un centenar de sacerdotes, otro tanto de religiosas y miles y miles
de miembros de las CEBs.
No faltaron papas
(Juan Pablo 2° y Benedicto 16), obispos, congregaciones religiosas
(opus dei, heraldos del evangelio…) y párrocos para perseguir a
las CEBs, a los sacerdotes y teólogos de la liberación.
Ahora, 70 años después
de Concilio, siguen con los poderosos la gran mayoría de los
cardenales, obispos y sacerdotes. Los seminarios mayores siguen formando
sacerdotes clericales y fundamentalistas, muy alejados de los pobres.
El papa Francisco en 2015
lanzó el proceso de Sinodalidad en toda la Iglesia católica para
sustituir el clericalismo patriarcal y volver a una Iglesia misionera y
solidaria de los pobres. Encontró mucha resistencia en la misma Curia romana,
con los cardenales, con la mayoría de los obispos y de los párrocos.
Con un Sínodo sobre la
Amazonía, buscó avanzar, inspirándose en la 4ª Reunión Episcopal
Latinoamericana de Santo Domingo (República Dominicana), tanto en la
“inculturación del Evangelio, de la fe, de la liturgia, de los dogmas y de la
Iglesia”, como en ‘la interculturalidad’ con los pueblos indígenas.
Con esta Carta el papa León
14 confirma la continuidad de una Iglesia solidaria de los pobres con
miras a su liberación.
CAPÍTULO
5: UN DESAFÍO PERMANENTE
Dimensión colectiva e internacional de la
parábola del buen Samaritano
Ver n° 105 de la Carta del papa León 14.
En la Carta ‘Todos somos
hermanos’, el papa Francisco dio una dimensión colectica a la parábola
del Bien Samaritano: “Todos tenemos responsabilidad sobre el herido que es el
pueblo mismo y todos los pueblos de la tierra” (79).
“La solidaridad es luchar
contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de
trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y
laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero. Es un
modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares” (116).
“Es necesario fomentar no
únicamente una mística de la fraternidad sino al mismo tiempo una organización
mundial más eficiente para ayudar a resolver los problemas acuciantes de los
abandonados que sufren y mueren en los países pobres” (165).
“Ese torrente de energía
moral surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino
común y a su vez es bueno promover que estos movimientos, estas experiencias de
solidaridad que crecen desde abajo, desde el subsuelo del planeta” (169).
Comentario final: ‘La salvación de la
humanidad está en las manos de los pobres’
… en palabras del escritor francés Georges Bernanos:
"Yo
digo que el mundo será salvado por los Pobres, y precisamente por esa clase de
Pobres que acabo de describir, aquellos a los que la sociedad moderna elimina
sobre la marcha sin destruirlos, porque no son más capaces de adaptarse a ella
de lo que ella es capaz de asimilarlos, hasta que su ingeniosa paciencia tarde
o temprano se impone a su ferocidad.”
En el libro
‘Les Enfants humiliés’ (Los Niños humillados), Ed. Gallimard, 1949.
Último párrafo de la Carta del papa León
14.
120. “Ya sea a través del trabajo que
ustedes realizan, o de su compromiso por cambiar las estructuras sociales
injustas, o por medio de esos gestos sencillos de ayuda, muy cercanos y
personales, será posible para aquel pobre sentir que las palabras de Jesús son
para él: «Yo te he amado» (Ap 3,9).
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 4 de
octubre, memoria de san Francisco de Asís, del año 2025, primero de mi
Pontificado.
V. "DIOS NO OLVIDA AL MÁS PEQUEÑO"
Prefacio
del papa Francisco al libro póstumo de Gustavo Gutiérrez
L'Osservatore Romano publica extractos de
"Vivir y pensar el Dios de los pobres",
la última obra del teólogo peruano.
RD - 21.10.2025 - (Vatican News).
L'Osservatore Romano ha publicado extractos del
prefacio del papa Francisco al libro "Vivir y pensar el Dios de los
pobres", la última obra de Gustavo Gutiérrez, publicada póstumamente y
editada por Leo Guardado.
El libro, traducido al italiano por Marta Pescatori,
ha sido publicado por Editrice Queriniana con el título "Vivere e pensare
il Dio dei poveri" (Brescia, 2025, 368 páginas)
“Gustavo Gutiérrez, a lo largo de su larga vida, fue
un fiel siervo de Dios y amigo de los
pobres. Su teología moldeó la vida de la
Iglesia y sigue vigente hoy, con una frescura que abre nuevos caminos para
el seguimiento de Jesús. Nos alegramos por la publicación de este libro,
"Vivir y pensar el Dios de los pobres". A su fallecimiento, dije:
«Hoy pienso en Gustavo, Gustavo Gutiérrez. Un gran hombre, un hombre de
Iglesia que supo callar cuando era necesario, que supo sufrir cuando era
necesario y que supo dar tanto fruto apostólico y una teología tan rica».
En este último libro, Gustavo nos ofrece una vez más los frutos de su
compromiso, su oración y su reflexión. Quiero destacar en estas páginas su profunda
y perdurable fidelidad a la Iglesia a lo largo de su camino. Una fidelidad
vivida con humildad, a veces con dolor, y fundamentalmente con libertad. Ya en
la década de 1960, las inquietudes teológicas de Gustavo fueron surgiendo
gradualmente a través de su historia personal, sus estudios y su labor
pastoral.
Una nueva era se abrió con ese inmenso soplo del
Espíritu que fue el Concilio Vaticano II, en cuya cuarta sesión acompañó al
cardenal Juan Landázuri Ricketts, arzobispo de Lima, como joven teólogo. El
impulso conciliar y los textos que lo expresaron ofrecieron una base sólida y
abrieron horizontes para reorientar la labor pastoral, partiendo de la realidad
de un territorio como Latinoamérica. Muchos grupos cristianos experimentaban
desafíos, interrogantes y esperanzas derivados del poderoso clamor de los pobres
y su creciente compromiso con este mundo. «La irrupción de los pobres»,
como la llama Gustavo, exigía justicia y una forma diferente de vivir la fe, de
pensarla, de decirla; en definitiva, de ser Iglesia. Gustavo recordaba a
menudo, tanto oralmente como por escrito, las palabras de Juan XXIII del 11 de
septiembre de 1962, un mes antes de la inauguración del Concilio: «La Iglesia
se presenta como es y desea ser, como la Iglesia de todos, y particularmente la
Iglesia de los pobres». También recordaba, ya en el Aula Conciliar, la
insistencia del cardenal Giacomo Lercaro en la misma línea.
La evolución del Concilio ofreció modelos
fundamentales en esta perspectiva, pero en última instancia, este sueño de una
Iglesia de los pobres seguía siendo un horizonte abierto a seguir. El Pacto de las Catacumbas,
firmado por un grupo de Padres Conciliares, muchos de ellos latinoamericanos,
asumió esta orientación espiritual, teológica y pastoral. La Iglesia en América
Latina recibió al Concilio de diversas maneras, pero es evidente que en cada
país y en cada ámbito eclesial hubo personas y grupos -laicos, religiosos,
sacerdotes y obispos- que acogieron la letra y el espíritu del Vaticano II con
entusiasmo y dedicación. Una demostración válida de ello es la Segunda
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Medellín 1968) con San
Pablo VI quien pisó aquellas tierras.
Entre quienes
prepararon y acompañaron a Medellín se encontraba Gustavo, quien trabajó día y
noche. Gustavo, otros teólogos y pastoralistas, y muchos obispos, ya con
espíritu sinodal, tejieron una red de confianza y amistad en torno a esa
experiencia eclesial que fomentó decisiones pastorales, documentos y
reflexiones teológicas: estas marcaron, y siguen marcando, la identidad
eclesial de América Latina y el Caribe.
En la Tercera Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano, celebrada en 1979, nuestro querido Gustavo estuvo muy presente
tanto en los debates previos como durante la propia conferencia en la ciudad de
Puebla, México. Gustavo mantuvo una clara línea de continuidad con Medellín,
atento a la realidad social y eclesial, recordando siempre que la opción por
los pobres es evangélicamente central para las antiguas y nuevas formas de
pobreza. (...) Solo con el rostro de los pobres como centro
encontraremos un punto de encuentro para reconocernos en la Iglesia, en el
encuentro con las culturas en las que se desenvuelve nuestra vida de fe, en el
cuidado de la creación y en el diálogo ecuménico e interreligioso. Toda la
reflexión de Gustavo nos ha llamado a estar atentos a los innegables cambios de
nuestro tiempo, muchos de los cuales son positivos para la humanidad, incluso
fascinantes, pero que a menudo ocultan o enmascaran los aspectos más crueles e
inhumanos de nuestra realidad universal.
Su pregunta constante: "¿Cómo podemos hablar
de Dios a partir del sufrimiento de los inocentes?", sigue siendo
acuciante para los creyentes ante el poder de la injusticia y la mentira. Los
principios centrales de su teología buscan estar presentes allí donde la huella
de Dios parece borrarse del ambiente cultural. Enraizada en la liberación que
Cristo nos ofrece, su teología afirma la gratuidad del amor de Dios que nos
involucra en la historia. La teología de Gustavo permanece en la Iglesia no
como un hermoso tesoro del pasado, sino como ese "segundo
acto", una tarea siempre abierta para reflexionar sobre nuestra
experiencia vivida de Dios; una experiencia ya iniciada y vivida precisamente
donde nos hemos acercado a los heridos, abandonados al borde del camino, y
desde donde buscamos decir con humildad, con tierna convicción, a los más
pobres y a todos: "Dios te ama".
Gustavo nos ha dado las herramientas teológicas
esenciales para nunca olvidar a los pobres. En este último libro, deja muy claro que recordar a
los pobres significa mucho más que una colecta; no es una piadosa reflexión
posterior. Como enseña Pablo, es el corazón del mensaje (2 Corintios
8-9). En sintonía con este texto, conviene recordar las palabras de un ser muy
querido por Gustavo, Bartolomé de Las Casas: «Del más pequeño y del más
olvidado, Dios guarda un recuerdo muy cercano y vivo». Desde aquí, el Reino
que Jesús proclama abraza toda la creación, a cada ser humano y realidad
humana, en todo tiempo y lugar. Este es el Dios de Jesús. ”
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