“ L A P O L Í
T I C A E S U N
V E H Í C U L O F U N D A M E N
T A L … ”
Papa Francisco
MENSAJE
DEL PAPA FRANCISCO para la Jornada Mundial de oración
por la paz
1
de enero de 2019
En
su mensaje, el Santo Padre afirmó que “la
política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad
del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un
servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de
opresión, marginación e incluso de destrucción”.
CONTENIDO
-
“Paz
en esta casa”
-
El
desafío de una buena política
-
Una
política al servicio de los Derechos Humanos
-
Los
vicios de la política
-
Una
buena política
-
No a
la guerra y no a la estrategia del miedo
-
Un gran proyecto de paz
A continuación, el texto completo
del mensaje del Papa Francisco.
1. “PAZ A
ESTA CASA”
Jesús, al enviar a sus discípulos en
misión, les dijo: «Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta
casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no,
volverá a vosotros» (Lucas 10,5-6). Dar
la paz está en el centro de la misión de los discípulos de Cristo. Y este
ofrecimiento está dirigido a todos los hombres y mujeres que esperan la paz en
medio de las tragedias y la violencia de la historia humana.
La “casa”
mencionada por Jesús es cada familia, cada comunidad, cada país, cada
continente, con sus características propias y con su historia; es sobre todo
cada persona, sin distinción ni discriminación. También es nuestra “casa común”: el planeta en el que Dios nos ha colocado
para vivir y al que estamos llamados a cuidar con interés.
Por tanto, este es también mi deseo al
comienzo del nuevo año: “Paz a esta casa”.
2. EL DESAFÍO
DE UNA BUENA POLÍTICA
La paz es como la esperanza de la que
habla el poeta Charles Péguy; es como una flor frágil que trata de florecer entre las piedras de la violencia.
Sabemos bien que la búsqueda de poder a cualquier precio lleva al abuso y a la
injusticia. La política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía
y la actividad del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a ella no la
viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un
instrumento de opresión, marginación e
incluso de destrucción.
Dice Jesús: «Quien quiera ser el primero,
que sea el último de todos y el servidor de todos» (Marcos 9,35). Como
subrayaba el Papa san Pablo VI: «Tomar
en serio la política en sus diversos niveles -local, regional, nacional y
mundial- es afirmar el deber de cada
persona, de toda persona, de conocer cuál es el contenido y el valor de la
opción que se le presenta y según la cual se busca realizar colectivamente el bien de la ciudad, de la nación, de la
humanidad».
En efecto, la función y la
responsabilidad política constituyen un desafío permanente para todos los que
reciben el mandato de servir a su país, de proteger a cuantos viven en él y de
trabajar a fin de crear las condiciones para un futuro digno y justo. La
política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad
y la dignidad de las personas, puede convertirse verdaderamente en una forma
eminente de la caridad.
3. CARIDAD Y
VIRTUDES HUMANAS para una política al servicio de los derechos humanos y de la
paz
El Papa Benedicto XVI recordaba que «todo cristiano está llamado a esta caridad,
según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis (organización
ciudadana) […] El compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la
caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y
político. […] La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y
sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios
universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana».
Es un programa con el que pueden estar de
acuerdo todos los políticos, de cualquier procedencia cultural o religiosa que
deseen trabajar juntos por el bien de la
familia humana, practicando aquellas virtudes humanas que son la base de
una buena acción política: la justicia, la equidad, el respeto mutuo, la
sinceridad, la honestidad, la fidelidad.
A este respecto, merece la pena recordar las “bienaventuranzas del político”,
propuestas por el cardenal vietnamita François-Xavier Nguyễn Vãn Thuận,
fallecido en el año 2002, y que fue un fiel testigo del Evangelio:
1.
“Bienaventurado
el político que tiene una alta consideración y una profunda conciencia de su
papel.
2.
Bienaventurado
el político cuya persona refleja credibilidad.
3.
Bienaventurado
el político que trabaja por el bien común y no por su propio interés.
4.
Bienaventurado
el político que permanece fielmente coherente.
5.
Bienaventurado
el político que realiza la unidad.
6.
Bienaventurado
el político que está comprometido en llevar a cabo un cambio radical.
7.
Bienaventurado
el político que sabe escuchar.
8.
Bienaventurado
el político que no tiene miedo.”
Cada renovación de las funciones
electivas, cada cita electoral, cada etapa de la vida pública es una
oportunidad para volver a la fuente y a los puntos de referencia que inspiran
la justicia y el derecho. Estamos convencidos de que la buena política está al
servicio de la paz; respeta y promueve
los derechos humanos fundamentales, que son igualmente deberes recíprocos,
de modo que se cree entre las generaciones presentes y futuras un vínculo de
confianza y gratitud.
4. LOS VICIOS
DE LA POLÍTICA
En la política, desgraciadamente, junto a
las virtudes no faltan los vicios, debidos tanto a la ineptitud personal como a distorsiones
en el ambiente y en las instituciones. Es evidente para todos que los
vicios de la vida política restan credibilidad a los sistemas en los que ella
se ejercita, así como a la autoridad, a las decisiones y a las acciones de las
personas que se dedican a ella.
Estos vicios, que socavan el ideal de una
democracia auténtica, son la vergüenza de la vida pública y ponen en peligro la
paz social: la corrupción -en sus
múltiples formas de apropiación indebida de bienes públicos o de
aprovechamiento de las personas-, la negación
del derecho, el incumplimiento de
las normas comunitarias, el enriquecimiento
ilegal, la justificación del poder
mediante la fuerza o con el pretexto arbitrario de la “razón de Estado”, la
tendencia a perpetuarse en el poder,
la xenofobia y el racismo, el rechazo al cuidado de la Tierra, la explotación ilimitada de los recursos naturales por un beneficio
inmediato, el desprecio de los que
se han visto obligados a ir al exilio.
5. LA BUENA
POLÍTICA promueve la participación de los jóvenes y la confianza en el otro
Cuando el ejercicio del poder político
apunta únicamente a proteger los intereses de ciertos individuos privilegiados,
el futuro está en peligro y los
jóvenes pueden sentirse tentados por la desconfianza, porque se ven condenados
a quedar al margen de la sociedad, sin la posibilidad de participar en un
proyecto para el futuro.
En cambio, cuando la política se traduce,
concretamente, en un estímulo de los jóvenes talentos y de las vocaciones que
quieren realizarse, la paz se propaga en las conciencias y sobre los rostros.
Se llega a una confianza dinámica, que significa “yo confío en ti y creo
contigo” en la posibilidad de trabajar
juntos por el bien común.
La política favorece la paz si se
realiza, por lo tanto, reconociendo los carismas y las capacidades de cada
persona. «¿Hay acaso algo más bello que una mano tendida? Esta ha sido querida
por Dios para dar y recibir. Dios no la ha querido para que mate (cf. Génesis
4,1ss) o haga sufrir, sino para que cuide y ayude a vivir. Junto con el corazón
y la mente, también la mano puede hacerse un instrumento de diálogo».
Cada
uno puede aportar su propia piedra para la construcción de la casa común. La auténtica vida política, fundada en
el derecho
y en un diálogo leal entre los protagonistas, se renueva con la
convicción de que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí
mismos una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales,
intelectuales, culturales y espirituales.
Una confianza de ese tipo nunca es fácil
de realizar porque las relaciones humanas son complejas. En particular, vivimos
en estos tiempos en un clima de desconfianza que echa sus raíces en el miedo al
otro o al extraño, en la ansiedad de perder beneficios personales y,
lamentablemente, se manifiesta también a nivel político, a través de actitudes
de clausura o nacionalismos que ponen en cuestión la fraternidad que tanto
necesita nuestro mundo globalizado.
Hoy más que nunca, nuestras sociedades
necesitan “artesanos de la paz” que
puedan ser auténticos mensajeros y testigos de Dios Padre que quiere el bien y
la felicidad de la familia humana.
6. NO A LA
GUERRA NI A LA ESTRATEGIA DEL MIEDO
Cien años después del fin de la Primera
Guerra Mundial, y con el recuerdo de los jóvenes caídos durante aquellos
combates y las poblaciones civiles devastadas, conocemos mejor que nunca la
terrible enseñanza de las guerras fratricidas, es decir que la paz jamás puede
reducirse al simple equilibrio de la fuerza y el miedo.
Mantener
al otro bajo amenaza
significa reducirlo al estado de objeto y negarle la dignidad. Es la razón por
la que reafirmamos que el incremento de la intimidación, así como la
proliferación incontrolada de las armas son contrarios a la moral y a la
búsqueda de una verdadera concordia. El terror ejercido sobre las personas más
vulnerables contribuye al exilio de poblaciones enteras en busca de una tierra de
paz.
No son aceptables los discursos políticos
que tienden a culpabilizar a los
migrantes de todos los males y a privar a los pobres de la esperanza. En
cambio, cabe subrayar que la paz se basa
en el respeto de cada persona, independientemente de su historia, en el respeto
del derecho y del bien común, de la creación que nos ha sido confiada y de la
riqueza moral transmitida por las generaciones pasadas.
Asimismo, nuestro pensamiento se dirige
de modo particular a los niños que viven en las zonas de conflicto, y a todos
los que se esfuerzan para que sus vidas y sus derechos sean protegidos. En el
mundo, uno de cada seis niños sufre a causa de la violencia de la guerra y de
sus consecuencias, e incluso es reclutado para convertirse en soldado o rehén
de grupos armados. El testimonio de cuantos se comprometen en la defensa de la
dignidad y el respeto de los niños es sumamente precioso para el futuro de la
humanidad.
7. UN GRAN
PROYECTO DE PAZ
Celebramos en estos días los setenta años
de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que fue adoptada después
del segundo conflicto mundial. Recordamos a este respecto la observación del
Papa san Juan XXIII: «Cuando en un hombre surge la conciencia de los propios derechos, es necesario que aflore también
la de las propias obligaciones; de forma que aquel que posee determinados
derechos tiene, asimismo, como expresión de su dignidad, la obligación de
exigirlos, mientras los demás tienen el deber de reconocerlos y respetarlos».
La
paz, en efecto, es fruto de un gran proyecto político que se funda en la responsabilidad
recíproca y la interdependencia de los seres humanos, pero es también un
desafío que exige ser acogido día tras día. La paz es una conversión del
corazón y del alma, y es fácil reconocer tres dimensiones inseparables de esta
paz interior y comunitaria:
-
la paz con nosotros mismos, rechazando la intransigencia, la ira, la
impaciencia y -como aconsejaba san Francisco de Sales- teniendo “un poco de
dulzura consigo mismo”, para ofrecer “un poco de dulzura a los demás”;
-
la paz con el otro: el familiar, el amigo, el extranjero, el
pobre, el que sufre...; atreviéndose al encuentro y escuchando el mensaje que
lleva consigo;
-
la paz con la creación, redescubriendo la grandeza del don de
Dios y la parte de responsabilidad que corresponde a cada uno de nosotros, como
habitantes del mundo, ciudadanos y artífices
del futuro.
La política de la paz -que conoce bien y
se hace cargo de las fragilidades humanas- puede recurrir siempre al espíritu del Magníficat que María,
Madre de Cristo salvador y Reina de la paz, canta en nombre de todos los
hombres: «Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él
hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del
trono a los poderosos y enaltece a los humildes; […] acordándose de la
misericordia como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su
descendencia por siempre» (Lucas 1,50-55).
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