E
L J E S Ú S H I S T Ó R I C O
Recopilación de
textos
Guayaquil, Pedro Pierre (PR), 2016.
ÍNDICE DEL FOLLETO
Presentación
1.
“El Jesús que
creo”, Pedro Pierre (2016).
2.
Jesús y su
época, escuela CEBs (2016) y claretianos (2010).
3.
“Mensaje
laico de Jesús”, José García, 2014.
4.
“Jesús antes
del cristianismo”, Alberto Nolan, 2009.
5.
“Los milagros
de Jesús”, Jesús Peláez, 2011.
6.
“María
magdalena”, socorro vivas, 2016.
7.
“Repensar la
resurrección”, Andrés Torres, 2016.
8.
Jesús cristo
es el señor, Pedro Pierre.
Anexo: “Arqueología y Biblia”,
José M. Vigil, 2015.
Índice
detallado de las temáticas anteriores.
BREVE
PRESENTACIÓN
Muchos escritos y libros salen
sobre Jesús, en particular sobre su aspecto histórico. Al limitarnos a un Jesús
Hijo de Dios, nos quedábamos en las nubes, sin mayor incidencia en la realidad
y el interés de nuestros conciudadanos.
El Concilio y el despertar de los
pobres en América Latina, especialmente en las Comunidades Eclesiales de Base,
nos han exigido redescubrir el Jesús histórico, su misión del Reino, su impacto
en la realidad social y religiosa de su tiempo. Mucho camino se ha recorrido,
lastimosamente poco repercutido al nivel de las parroquias (y tal vez de los
Seminarios). Esta falencia fortalece una interpretación fundamentalista del
Evangelio, lo que nos aleja de las nuevas generaciones.
He aquí una serie de textos que
tratan de ponernos en contacto con las búsquedas bíblicas sobre Jesús en su
tiempo, diferenciando el Cristo de la fe del Jesús de Nazaret. Que nos ayudemos
a comunicar estas novedades para una evangelización que retome el proyecto de
Jesús y confirme la capacidad transformadora que tienen el Evangelio y el Reino
tanto para nuestra Iglesia como para la sociedad.
1. E L
J E S Ú S Q U E C R E O,
Pedro Pierre.
Una nueva
visión de Jesucristo
cambia la manera
de ver, creer y
vivir.
Guayaquil, PR. Abril de 2016.
CONTENIDO
El arranque del Concilio Vaticano 2°
1.
Del Cristo de
la fe al Jesús histórico
2.
La Iglesia al
servicio del Reino
3.
Contemplativos
en la acción
Conclusión abierta: El pluralismo religioso - “¡No hay otro mundo!”
Anexos:
-
Pablo 6° (1975):
“El Anuncio del Evangelio”, números 6,7 y 30.
-
Juan Pablo 2°:
“Necesidad de la Teología de la liberación”, a los obispos de Brasil, abril 9
de 1986.
Marcos 8,27-32: “Para ustedes, ¿quién soy yo’”
Filipenses 2,6-11: La encarnación de Jesús.
EL ARRANQUE DEL
CONCILIO VATICANO 2° (1962-65): Ser una Iglesia pobre y servidora.
A
los 50 años del Concilio Vaticano 2°, miramos su importancia a la recepción que
se ha hecho de sus orientaciones, en particular en América Latina, el único
continente que ha hecho una reunión episcopal para aplicarlo a nuestra
realidad, en Medellín, Colombia, 1968. Esta reunión marca el cambio de visión
sobre la Iglesia, Cristo y la comprensión de nuestra misión.
Tal
vez lo que ha dado un giro más novedoso es nuestra percepción sobre Jesucristo:
-
Se ha destacado
su dimensión histórica,
-
La prioridad del
Reino sobre la Iglesia que está a su servicio,
-
Nuestra
espiritualidad: ‘Contemplativos en la acción’, o sea, reconocer a Dios en
nuestra realidad.
Esa
es la experiencia personal que he hecho en América Latina en estos 40 años de
mi presencia en este continente y que voy a presentar a continuación.
A. DEL CRISTO DE LA FE
AL JESÚS HISTÓRICO
1.
Del Cristo
de la fe…
-
Casi
exclusivamente se nos enseñó el Cristo de la fe: el Mesías de los milagros, es
el Señor resucitado sentado a la derecha del Padre, el Hijo único de Dios, la
2ª persona de la Trinidad, el Rey de los Reyes y Señor de los Señores…
-
Bien poco se nos
hablaba del Jesús histórico, y menos todavía de la realidad de Palestina en su
tiempo.
Había que entender sus palabras y sus acciones tal
como se las describía en los Evangelios, sin tomar en cuento la comprensión que
tenía cada comunidad cristiana de él.
Era
un Cristo triunfante en un cielo lejano.
2.
… Al Jesús
histórico.
-
Ya muchos años
antes del Concilio, se decía que “con los Evangelios sabemos más sobre las
comunidades cristianas en las que se los escribió que sobre el mismo Jesús”.
-
Las ciencias
modernas se pusieron a investigar sobre la Biblia, la verdad de sus aseveraciones
históricas y geográficas. Nos revelaron que la realidad era diferente de la
descripción que hacían los Evangelios y descubrimos que el objetivo de los
Evangelios era más teológico que histórico. Ahora tenemos muchas conclusiones
de las investigaciones arqueológicas, históricas, sociológicas, lingüísticas,
gráficas… que no podemos pasar por alto.
-
Progresaron las
investigaciones cristológicas, en particular sobre el Jesús histórico, la
situación político-económica y socio-religiosa de Palestina, las palabras de
Jesús que eran específicamente de él, el sentido de los milagros llamados
‘signos’ por el evangelista Juan, la experiencia de la resurrección y de las
apariciones…
-
Llegamos a
preguntarnos quién fue Jesús, que dijo, cómo vivió, por qué murió y resucitó,
cuando comenzó su culto en las comunidades, cuál es el núcleo del mensaje de
Jesús, por qué cada comunidad cristiana lo interpretó de una manera diferente,
porque se lo subió al cielo mientras vino a encarnarse… Y mucho se ha escrito
sobre todos estos temas.
Esta
nueva visión de Jesús, la vamos a compartir entre nosotros.
B. LA IGLESIA AL
SERVICIO DEL REINO
1.
Otra
novedad que irrumpió con fuerza fue el lugar y la misión de la Iglesia frente a
la misión de Jesús: el Reino.
Descubrimos que la misión de Jesús no era tanto
hablarnos de Dios, sino del Reino de Dios, o sea, de la voluntad de Dios.
-
Sobre la Iglesia
se nos dijo que, a lo mejor Jesús no quiso inaugurar ninguna nueva religión ni
tampoco unas Iglesias, sino que instituyó un ‘movimiento al servicio del
Reino’. “¡Jesús vino para el Reino y aparecieron las Iglesias bien pocas al
servicio del Reino!”
-
El papa Pablo 6°
encendió la llama en 1975, con su carta “El anuncio del Evangelio en el mundo
contemporáneo: “Solamente el reino es pues absoluto y todo el resto es
relativo”, o sea, lo mismo que había dicho el mismo Jesús: “Busquen primero el
Reino de Dios y lo demás vendrá por añadidura” (Mateo 6,33).
-
Entonces
descubrimos que el Reino era un conjunto de nuevas relaciones a hacer
acontecer: nuevas relaciones de uno consigo mismo, de uno con los demás, de
todos con todos, de todos con la naturaleza y con Dios… nuevas relaciones en
las estructuras sociales, políticas, económicas, culturales… más conformes a
los criterios del Reino.
-
Se valoró la
expresión del Concilio: “La Iglesia es el Pueblo de Dios”, o sea, el conjunto
de los bautizados al servicio de los cuales está la jerarquía, siendo primero
el sacerdocio de los mismos bautizados.
2.
Los
aportes de las Comunidades Eclesiales de Base a la nueva concepción de la
Iglesia.
1.
Actualizaron
la Iglesia de los pobres:
o Las CEBs comenzaron en Brasil por los años 1955 con
monseñor Antonio Fragoso y se expandieron por toda América Latina.
o Recuperaron el sueño del papa Juan 23 cuando
proclamaba en vísperas del Concilio (1961): “La Iglesia es y debe ser la
Iglesia de los pobres”. El cardenal italiano Giacomo Lercaro (Bolonia, Italia)
llegó a decir que “la Iglesia de los pobres es el tema del Concilio”.
o Se beneficiaron del ‘Pacto de las Catacumbas’ que
hicieron, al final del Concilio (1965), 42 obispos mayoritariamente
latinoamericanos del grupo autollamado “Iglesia de los Pobres”: decidían vivir
pobremente y al servicio de los pobres.
2.
Concretaron
de la Opción por los pobres:
o “Porque creemos que la revisión del comportamiento
religiosos y moral de los hombres debe reflejarse en ámbito del proceso
político y económico de nuestros países, invitamos a todos, sin distinción de
personas, a aceptar y asumir las causas de los pobres, como si estuvieran
aceptando y asumiendo su propia causa, la causa misma de Cristo (Mateo 25,40)”
(Obispos latinoamericanos en Puebla, México, 1979 [Mensaje 3]).
o “La Iglesia está vivamente comprometida en la causa de
la solidaridad, porque la considera como su misión, su servicio, como verificación
de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente Iglesia de los pobres”
(Papa Juan Pablo 2º en 1981 en su Carta sobre ‘El Trabajo humano’ [‘Laborem
exeercens’], 8).
3.
Son
el caldo de cultivo de la teología de la liberación
o Nuevamente el papa Pablo 6º en su misma carta: ‘El
anuncio del Evangelio’ (30) encendía la llama: “La Iglesia… tiene el deber de
anunciar la liberación de millones de seres humanos, … el deber de ayudar a que
nazca esta liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea total.”
o Después de las 2 declaraciones del cardenal Ratzinger
(1984 y 1985) contra ‘cierta’ teología de la liberación, escribía el papa Juan
Pablo 2º a los obispos de Brasil, el 9 de abril del 1986: “Estamos convencidos
de que la teología de la liberación es no sólo oportuna, sino útil y
necesaria”.
4.
Nos
orientan hacia otra práctica del sacerdocio ordenado y de los demás ministerios
eclesiales
o El mayor sacerdocio según el Concilio es de los
bautizados al servicio del cual está el sacerdocio ordenado: “Ofrézcanse a Dios
como un sacrificio agradable a él” (Romanos 12,1), es decir, presentarse
delante de Dios como un pueblo fraternal.
o El documento de Aparecido afirma que las CEBs son
“escuela para nuevos ministerios” (178).
El
papa Francisco retoma muchos de estos aspectos en la reforma de la Iglesia.
C. CONTEMPLATIVOS EN LA
ACCIÓN
Esta nueva visión de Jesús y de la
Iglesia, nos ha llevado a una nueva espiritualidad: encontrar a Dios y escuchar
su voz en la realidad cotidiana, en especial en la vida de los pobres.
1.
Nuestra
espiritualidad es contemplación…
-
La encarnación de
Jesús nos ha enseñado que la realidad es el primer lugar de nuestro encuentro
con Dios, con Jesús resucitado y con el crecimiento del Reino. No se trata sólo
de conocer a Jesús, sino de reconocerlo en la vida diaria. La opción por los
pobres nos da nuevos criterios: optar por los pobres es optar por sus causas,
es decir, optar por su manera de pensar, actuar y creer, porque “de ellos es el
Reino de Dios” (Mateo 5,3).
2.
…
contemplación en y desde la acción
-
El Espíritu está
a la obra en muchas partes, pero especialmente en los pobres: la voz de los
pobres, su actuar, su religiosidad, su fe es expresión privilegiada de la
acción del Espíritu entre nosotros.
-
Nuestras
actividades no son solamente un servicio al Reino, son respuesta a las llamadas
del Espíritu en la realidad, en particular la del mundo de los pobres.
D. PARA CONCLUIR: NOS
ABRIMOS A NUEVAS… NOVEDADES.
Tener
nuevas visiones de Jesús y de la Iglesia nos exige abrirnos a otras novedades
que son los nuevos desafíos.
1.
Desafío
del pluralismo religioso
-
Descubrimos que
el ecumenismo y el pluralismo religioso es una necesidad.
-
Tenemos que
aprender los unos de los otros sobre Dios, Jesús, el Reino, la espiritualidad…
2.
El descubrimiento
que “¡No hay otro mundo!”
-
Dios no está
fuera de nuestro mundo ni fuera de nosotros, sino que es el alma de este mundo
y la vida y el amor en nosotros.
-
Hay que repensar
el cielo y el infierno, la oración, la devoción a los santos, los milagros, la
espiritualidad…
Que está convivencia nos ayude a expresar todas estas
novedades y a emprender nuevos caminos para responder mejor a los llamados de
Dios hoy.
ANEXOS: Documentos de los papas Pablo 6°
y Juan Pablo 2°
1. LA EVANGELIZACIÓN
DEL MUNDO CONTEMPORANEO, Pablo 6°, 1975: números 7, 8 y 30.
“Jesús primer
evangelizador
7. Durante el Sínodo, los
obispos han recordado con frecuencia esta verdad: Jesús mismo, Evangelio de
Dios (Cf. Mc. 1,1; Rom. 1-3), ha sido el primero y el más grande evangelizador.
Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su
existencia terrena.
Evangelizar: ¿Qué
significado ha tenido esta palabra para Cristo? Ciertamente no es fácil
expresar en una síntesis completa el sentido, el contenido, las formas de
evangelización tal como Jesús lo concibió y lo puso en práctica. Por otra
parte, esta síntesis nunca podrá ser concluida. Bástenos, aquí recordar algunos
aspectos esenciales.
El anuncio del reino de
Dios
8. Cristo, en cuanto
evangelizador, anuncia ante todo un reino, el reino de Dios, tan importante
que, en relación a él, todo se convierte en "lo demás", que es dado
por añadidura (Cf. Mt. 6, 33). Solamente el reino es pues absoluto y todo el
resto es relativo. El Señor se complacerá en describir de muy diversas maneras
la dicha de pertenecer a ese reino, una dicha paradójica hecha de cosas que el
mundo rechaza (Cf. Mt. 5, 3-12), las exigencias del reino y su carta magna (Cf.
Mt. 5-7), los heraldos del reino (Cf. Mt. 10), los misterios del mismo (Cf. Mt.
13), sus hijos (Cf. Mt. 18), la vigilancia y fidelidad requeridas a quien
espera su llegada definitiva (Cf. Mt. 24-25).
Un mensaje de
liberación
30. Es bien sabido en qué
términos hablaron durante el reciente Sínodo numerosos obispos de todos los continentes
y, sobre todo, los obispos del Tercer Mundo, con un acento pastoral en el que
vibraban las voces de millones de hijos de la Iglesia que forman tales pueblos.
Pueblos, ya lo sabemos, empeñados con todas sus energías en el esfuerzo y en la
lucha por superar todo aquello que los condena a quedar al margen de la vida:
hambres, enfermedades crónicas, analfabetismo, depauperación, injusticia en las
relaciones internacionales y, especialmente, en los intercambios comerciales,
situaciones de neocolonialismo económico y cultural, a veces tan cruel como el
político, etc. La Iglesia, repiten los obispos, tiene el deber de anunciar la
liberación de millones de seres humanos, entre los cuales hay muchos hijos
suyos; el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar testimonio de la
misma, de hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la evangelización.”
2. EL PAPA JUAN PABLO
2° CONFIRMÓ LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN
Carta
a los obispos de Brasil, abril 9 de 1986.
5, b: “Estamos
convencidos, nosotros y ustedes, de que la teología de la liberación es no sólo
oportuna, sino útil y necesaria”.
Párrafo completo:
“En la medida en que se empeña por
encontrar aquellas respuestas justas - imbuidas de rica comprensión con la
Iglesia en este país, tan eficaces y constructivas como es posible y al mismo
tiempo consonantes y coherentes con las enseñanzas del Evangelio, de la
Tradición viva y del Magisterio de la Iglesia -, estamos convencidos, nosotros
y ustedes, de que la teología de la liberación es no sólo oportuna, sino útil y
necesaria. Ella debe constituir una nueva etapa – en estrecha conexión con las
anteriores – de aquella reflexión teológica iniciada con la tradición
apostólica y continuada con los grandes padres y doctores, con el Magisterio ordinario
y extraordinario y, en la época más reciente, con el rico patrimonio de la
Doctrina social de la Iglesia que van de la ‘Rerum novarum’ (1891) a la
‘Laboren exercens’ (1984)”.
2. LA
REALIDAD DE PALESTINA
EN TIEMPOS DE JESÚS
OBJETIVOS
-
Tener una visión
de la realidad económica y política de Palestina en tiempos de Jesús.
-
Ubicar las
acciones de Jesús en un contexto de movimientos populares y liberadores de su
época.
1ª parte:
VISIÓN DE LA REALIDAD DE PALESTINA EN TIEMPOS DE JESÚS.
Texto original de la Escuela de Formación CEBs, 2016.
CONTENIDO
Introducción
1.
La dominación
romana
2.
El cobro de
impuestos
3.
Los militares en
la palestina de Jesús
4.
La visión
profética de Juan Bautista
Resumen
INTRODUCCIÓN
En
esta unidad el alumno se informará sobre las condiciones sociales de Palestina
en la época en que Jesús llevó a cabo su predicación; el alumno observará que
ésta tuvo lugar en el contexto de una opresión cotidiana que el imperio romano
ejerció sobre los judíos a lo largo de casi dos siglos (63a.c - 132d.c). Un
periodo de sometimiento imperial que se sumaba a una historia de sucesivas
opresiones que desde tiempos remotos habían recaído sobre Palestina.
Centrando
nuestra atención en la época del sometimiento romano por ser éste el trasfondo
histórico de la predicación de Jesús, se describirán dos elementos centrales
del dominio romano: por una parte, el cobro de impuestos practicado como
sistema de expropiación económica a través del cual se sufragaba la vida
fastuosa de las élites citadinas a costa del empobrecimiento de los campesinos;
y, por otra parte, la represión militar que ejercida de manera cotidiana
sofocaba cualquier conato de desobediencia. Hacia el final de la unidad se
sitúa la predicación de Juan Bautista como una denuncia profética contra los
abusos cometidos por los romanos; denuncia que prefigura la propuesta
liberadora de Jesús.
Además
de apoyarnos en el Nuevo Testamento para acercarnos a aquella realidad
histórica retratada en los evangelios, nos remitiremos a las recientes investigaciones
del teólogo José Antonio Pagola expuestas en su libro Jesús. Aproximación
histórica; obra que ponemos a su disposición para complementar el estudio de la
unidad.
Los
conocimientos adquiridos en esta unidad servirán al alumno para recordar que en
la predicación de Jesús hay una denuncia de la injusticia, y la propuesta de
una convivencia entre los seres humanos basada en un principio diferente. La
comprensión de ello ayudará a reconocer en nuestro tiempo la continuidad de
injusticias semejantes, y a orientar una respuesta contra éstas análoga a
aquella que diera Jesús frente a los abusos cometidos por el imperio romano en
contra de su pueblo.
A. LA DOMINACIÓN ROMANA
La
Palestina sufrió durante siglos un proceso continuo de dominación y opresión.
En verdad, el Reino del Norte conoció su caída en el 722 a. C., y el Reino del
Sur en el 587 a. C. El pueblo de Palestina pasó por la dominación de los
babilonios, de los medos, de los persas, de los griegos y, en tiempos del Nuevo
Testamento, de los romanos. Son siglos de dominación cultural, opresión
política y expropiación económica, empobreciendo gradualmente a la población de
Palestina.
Los
romanos conquistaron Palestina en el 63 a. C., con la toma de Jerusalén por
Pompeyo, permanecieron en Palestina hasta el año 132 d. C., con un alto grado
de violencia contra la población, a través de saqueos, esclavización y cobro de
impuestos (tributos) altísimos. El Evangelio de Mateo, aunque escrito años
después de la muerte de Jesús, retrata muy bien esa realidad, indicando que
Jesús, el carpintero de Nazaret, tenía un buen conocimiento de esa dura
realidad de su pueblo: "Jesús recorría todas las ciudades y poblados,
enseñando en sus sinagogas, predicando la Buena Noticia del Reino y curando
todo tipo de dolencias y enfermedades. Viendo a las multitudes, Jesús tuvo
compasión, porque estaban cansadas y abatidas, como ovejas sin pastor"
(Mt. 9,35-36).
Según
las investigaciones de José Antonio Pagola (2), “para facilitar la
administración y el control de un territorio tan inmenso, Roma había dividido
el Imperio en provincias regidas por un gobernador que era el encargado de
mantener el orden, vigilar la recaudación de impuestos e impartir justicia. Por
eso, cuando, aprovechando las luchas internas surgidas entre los gobernantes
judíos, Pompeyo intervino en Palestina, lo primero que hizo fue reordenar la
región y ponerla bajo el control del Imperio. Roma terminaba así con la
independencia que los judíos habían disfrutado durante ochenta años gracias a
la rebelión de los Macabeos. Galilea, lo mismo que Judea, pasaba a pertenecer a
la provincia romana de Siria. Era el año 63 a. C.
Los
judíos de Palestina pasaron a engrosar las listas de “pueblos subyugados” que
Roma ordenaba inscribir en los monumentos de las ciudades del Imperio. Cuando
un pueblo era conquistado tras una violenta campaña de guerra, la “victoria”
era celebrada de manera especialmente solemne. El general victorioso encabezaba
una procesión cívico-religiosa que recorría las calles de Roma: la gente podía
contemplar no solo los ricos expolias de la guerra, sino también a los reyes y
generales derrotados, que desfilaban encadenados para ser después ritualmente
ejecutados. Debía quedar patente el poder militar de los vencedores y la
humillante derrota de los vencidos. La gloria de estas conquistas quedaba
perpetuada luego en las inscripciones de los edificios, en las monedas, la
literatura, los monumentos y, sobre todo, en los arcos de triunfo levantados
por todo el Imperio. Se conocen más de trescientos. El más famoso y
significativo para nosotros es, sin duda, el arco de Tito, en el centro de
Roma, donde se ensalza la victoria de este general romano que destruyó
Jerusalén el año 70.
Los
pueblos subyugados no debían olvidar que estaban bajo el Imperio de Roma. La
estatua del emperador, erigida junto a la de los dioses tradicionales, se lo
recordaba a todos. Su presencia en templos y espacios públicos de las ciudades
invitaba a los pueblos a darle culto como a su verdadero “señor”. La apoteosis
de Octavio, declarado Augusto (“Sublime”), y su aclamación como “Salvador” del
mundo, portador de "paz” y “prosperidad” para toda la humanidad, propició
decisivamente el culto al emperador, que se desarrolló sobre todo en Oriente.
Pero,
sin duda, el medio más eficaz para mantenerlos sometidos era utilizar el
castigo y el terror. Roma no se permitía el mínimo signo de debilidad ante los
levantamientos o la rebelión. Las legiones podían tardar más o menos tiempo,
pero llegaban siempre. La práctica de la crucifixión, los degüellos masivos, la
captura de esclavos, los incendios de las aldeas y las masacres de las ciudades
no tenían otro propósito que aterrorizar a las gentes. Era la mejor manera de
obtener la "fides" o lealtad de los pueblos.
Basta
recordar algunos de los episodios más graves ocurridos en Palestina y relatados
por Flavio Josefo: en tomo al año 53 o 52 a. c, cuando faltaban unos cincuenta
para que naciera María Magdalena, el general Casio hizo esclavos a treinta mil
(!) judíos en los alrededores de Tariquea (Magdala), en las riberas del lago de
Galilea; el año 4 a. e, cuando Jesús tenía dos o tres años, el general Varo
incendió Séforis y las aldeas de su alrededor, luego destruyó completamente
Emaús y, por último, tomó Jerusalén, haciendo esclavos a un número incontable
de judíos y crucificando a unos dos mil.
La
destrucción de Jerusalén llevada a cabo por Tito en agosto del año 70, y
descrita de manera espeluznante por Flavio Josefo, hace palidecer todas las
acciones anteriores. Según el historiador judío, las tropas romanas solo
buscaban “destruir” la ciudad y “asolar la tierra” para castigar y aterrar al
pueblo judío para siempre. Roma siguió en Palestina su costumbre de no ocupar
los territorios sometidos, sino de gobernarlos por medio de soberanos, a ser posible
nativos, que ejercían su autoridad como vasallos o “clientes” del emperador.
Eran estos quienes, en su nombre, controlaban directamente a los pueblos, a
veces de manera brutal.
Herodes
el Grande fue sin duda el más cruel. Jesús no lo conoció, pues nació poco antes
de su muerte. Nunca fue un rey amado por los judíos. Hijo de una rica familia
idumea, fue considerado siempre un intruso extranjero al servicio de los
intereses de Roma. Para el Imperio, sin embargo, era el vasallo ideal que
aseguraba sus dos objetivos principales: mantener una región estable entre
Siria y Egipto, y sacar el máximo rendimiento a aquellas tierras por medio de
un rígido sistema de tributación.” (Pagola ver libro citado p. 11 y 12)
B. EL COBRO DE LOS
IMPUESTOS
Dice
J. A. Pagola, págs. 19-22, que “en una sociedad agraria como la de Jesús, la
propiedad de la tierra es de importancia vital. ¿Quién controlaba las tierras
de Galilea? En principio, los romanos consideraban los territorios conquistados
como bienes pertenecientes a Roma; por eso exigían el correspondiente tributo a
quienes los trabajaban. En el caso de Galilea, gobernada directamente por un
tetrarca-vasallo, la distribución de las tierras era compleja y desigual.
Probablemente,
Antipas heredó grandes extensiones de tierras fértiles que su padre, Herodes el
Grande, poseía en el valle de Yizreel, al sur de las montañas de Nazaret. Tenía
también propiedades en los alrededores de Tiberíades; ello le dio facilidades
para construir la nueva capital y colonizarla con gentes del entorno. Según
Flavio Josefo, Antipas obtenía como renta de sus tierras de Perea y Galilea
doscientos talentos (La guerra judía II, 95). Además de controlar sus propias
posesiones, los soberanos podían asignar tierras a miembros de su familia,
funcionarios de la corte o militares veteranos. Estos grandes terratenientes
vivían de ordinario en las ciudades, por lo que arrendaban sus tierras a los
campesinos del lugar y las vigilaban por medio de administradores que actuaban
en su nombre. Los contratos eran casi siempre muy exigentes para los
campesinos. El propietario exigía la mitad de la producción o una parte
importante, que variaba según los resultados de la cosecha; otras veces
proporcionaba el grano y lo necesario para trabajar el campo, exigiendo fuertes
sumas por todo ello. Los conflictos con el administrador o los propietarios
eran frecuentes, sobre todo cuando la cosecha había sido pobre. Hay indicios de
que, en tiempos de Jesús, estos grandes propietarios fueron haciéndose con
nuevas tierras de familias endeudadas, llegando a controlar buena parte de la
Baja Galilea.
Había,
claro está, muchos campesinos que trabajaban tierras de su propiedad, ayudados
por toda su familia; por lo general eran terrenos modestos situados no lejos de
las aldeas. Había también bastantes que eran simples jornaleros que, por una
razón u otra, se habían quedado sin tierras. Estos se movían por las aldeas
buscando trabajo sobre todo en la época de la cosecha o la vendimia; recibían
su salario casi siempre al atardecer de la jornada; constituían una buena parte
de la población y muchos de ellos vivían entre el trabajo ocasional y la
mendicidad.”
Uno
de los rasgos más característicos de las sociedades agrícolas del Imperio
romano era la enorme desigualdad de recursos que existía entre la gran mayoría
de la población campesina y la pequeña elite que vivía en las ciudades. Esto
mismo sucedía en Galilea. Eran los campesinos de las aldeas los que sostenían
la economía del país; ellos trabajaban la tierra y producían lo necesario para mantener
a la minoría dirigente. En las ciudades no se producía; las elites necesitaban
del trabajo de los campesinos. Por eso se utilizaban diversos mecanismos para
controlar lo que se producía en el campo y obtenían de los campesinos el máximo
beneficio posible. Este era el objetivo de los tributos, tasas, impuestos y
diezmos. Desde el poder, esta política de extracción y tributación se legitima
como una obligación de los campesinos hacia la elite, que defiende el país,
protege sus tierras y lleva a cabo diversos servicios de administración. En
realidad, esta organización económica no promovía el bien común del país, sino
que favorecía el bienestar creciente de las elites…
1.
El primero
en exigir el pago del tributo era Roma
El tributum solí, correspondiente a las tierras
cultivadas, y el tributum capitis, que debía pagar cada uno de los miembros
adultos de la casa. Al parecer, el tributum soli consistía en pagar un cuarto
de la producción cada dos años; por el tributum capitis, cada persona pagaba un
denario al año: los varones a partir de los catorce años y las mujeres desde
los doce. Se pagaba en especie o en moneda: a los administradores les agradaba
recibir el tributo en grano para evitar las crisis de alimentos que se
producían con frecuencia en Roma. Flavio Josefo habla del “trigo del César que
estaba depositado en las aldeas de la Alta Galilea” (Autobiografía, 71). Los
tributos servían para alimentar a las legiones que vigilaban cada provincia,
para construir calzadas, puentes o edificios públicos y, sobre todo, para el
mantenimiento de las clases gobernantes. Negarse a pagarlos era considerado por
Roma como una rebelión contra el Imperio, y eran los reyes vasallos los
responsables de organizar la recaudación. No es posible saber a cuánto podía
ascender. Se estima que, en tiempos de Antipas, podía representar el 12% o 13%
de la producción. Sabemos que, según el historiador romano Tácito, significaba
una carga muy pesada para los campesinos. Según Tácito, hacia el año 17, cuando
Jesús tenía veintiuno o veintidós años, Judea, exhausta por los tributos, pidió
a Tiberio que los redujera; no sabemos la respuesta del emperador. Sin embargo,
Sanders está probablemente en lo cierto cuando observa que la situación de los
campesinos de Egipto y del norte de África, los dos grandes “graneros” de Roma,
era todavía peor.
2.
También
Antipas, como su padre, tenía su propio sistema de impuestos.
De ordinario se contrataba a recaudadores que, después
de pagar al soberano una determinada cantidad, se aplicaban a extraer de las gentes
el máximo beneficio. En los evangelios aparecen con frecuencia los “publicanos”
(telonai) o “recaudadores de impuestos”. Parece que hay que diferenciar, al
menos, tres niveles: las grandes familias a las que Roma confiaba la
recaudación de sus tributos; estas familias, que buscaban también su propio
interés, tenían sus siervos, que llevaban a cabo el “trabajo sucio” de la
recaudación en las aldeas del campo o en los embarcaderos del lago; los “jefes
de publicanos” (architelonai), como Zaqueo, que contrataban con las clases
dirigentes la recaudación de una determinada zona; por último, los “publicanos”
(telonai), que son siervos e incluso esclavos que llevan a cabo directamente el
antipático trabajo de la recaudación, al servicio de los grandes recaudadores y
de los jefes de publicanos. Son estos, probablemente, quienes se acercan a
Jesús.
3.
Las tasas
debieron de ser fuertes.
Solo así pudo llevar adelante Herodes el Grande su
ambicioso programa de construcciones. Algo semejante sucedió en tiempos de
Jesús, cuando Antipas, en el corto período de veinte años, reconstruyó la
ciudad de Séforis, incendiada por los romanos, y edificó enseguida la nueva
capital Tiberíades. Los campesinos de Galilea lo tuvieron que sentir en los
impuestos.
No sabemos si terminaban aquí las cargas o también
desde el templo de Jerusalén se les exigían otras tasas sagradas. En el período
asmoneo, antes de que Roma impusiera su Imperio, los gobernantes de Jerusalén
extendieron a Galilea el tradicional y complicado sistema judío de diezmos y
primeros frutos. Se consideraba una obligación sagrada hacia Dios, presente en
el templo, y cuyos representantes y mediadores eran los sacerdotes. Al parecer,
llegaba a representar hasta el 20% de la cosecha anual. Lo recogido en el
campo, más el impuesto de medio shékel que todo judío adulto debía pagar cada
año, servía en concreto para socorrer a sacerdotes y levitas que, conforme a lo
prescrito por la ley, no tenían tierras que cultivar y para costear los
elevados gastos del funcionamiento del templo y para mantener a la aristocracia
sacerdotal de Jerusalén. La recaudación se llevaba a cabo en los mismos
pueblos, y los productos se almacenaban en depósitos del templo para su
distribución. Roma no suprimió este aparato administrativo y, bajo Herodes, se
siguieron recaudando diezmos…
4.
La carga
total era, probablemente, abrumadora.
A muchas familias se les iba en tributos e impuestos
un tercio o la mitad de lo que producían. Era difícil sustraerse a los
recaudadores. Ellos mismos se presentaban para llevarse los productos y
almacenarlos en Séforis, principal ciudad administrativa, o en Tiberíades. El
problema de los campesinos era cómo guardar semilla suficiente para la
siguiente siembra y cómo subsistir hasta la siguiente cosecha sin caer en la
espiral del endeudamiento. Jesús conocía bien los apuros de estos campesinos
que, tratando de sacar el máximo rendimiento a sus modestas tierras, sembraban
incluso en suelo pedregoso, entre cardos y hasta en zonas que la gente usaba
como sendero (Parábola del sembrador Marcos 4,3-8).
5.
El
fantasma de la deuda era temido por todos.
Los miembros del grupo familiar se ayudaban unos a
otros para defenderse de las presiones y chantajes de los recaudadores, pero
tarde o temprano bastantes caían en el endeudamiento. Jesús conoció Galilea
atrapada por las deudas. La mayor amenaza para la inmensa mayoría era quedarse
sin tierras ni recursos para sobrevivir. Cuando, forzada por las deudas, la
familia perdía sus tierras, comenzaba para sus miembros la disgregación y la
degradación. Algunos se convertían en jornaleros e iniciaban una vida penosa en
busca de trabajo en propiedades ajenas. Había quienes se vendían como esclavos.
Algunos vivían de la mendicidad y algunas de la prostitución. No faltaba quien
se unía a grupos de bandidos o salteadores en alguna zona inhóspita del país.
Según E. W. Stegemann / W. Stegemann, el endeudamiento y la expropiación de los
pequeños agricultores son los signos de la época romana.”
En
síntesis, como dicen los Evangelios, “las multitudes estaban cansadas y
abatidas" es la manera de mostrar cómo el pueblo de la época era robado a
través de los impuestos pesadísimos, que hacían de la vida de los pobres un
infierno. La expresión afirma que el pueblo está como oveja esquilada, oveja de
la que se sacó la lana. De hecho, el cobro de los impuestos, por parte de los
romanos, se hacía así:
-
25% de toda
cosecha y de los productos de los artesanos,
-
11% de anona o
corvéia (impuesto para la manutención de las tropas romanas en Palestina),
-
10% de aduana
(una pequeña parte de este impuesto quedaba para el Estado Judío).
Tenemos,
pues, un total de 46% de impuestos que eran recaudados por los romanos. Estaba
además el cobro de aproximadamente el 14% de los impuestos que se recaudaban
para el Templo, referentes a las Primicias (primeros frutos de la tierra), a
los Primogénitos (los primeros nacidos entre los animales y las personas, de
sexo masculino), al Diezmo (10% de toda la cosecha y de la producción, yendo
una parte para los pobres) y a la Didracma (ofrenda anual, dada en dinero,
igual para todos). El total de impuestos llega al 60% de toda la producción.
La
población se quedaba con menos de la mitad de lo que producía. Ese proceso iba
empobreciendo cada vez más al pueblo. ¡Y los pobres se iban quedando cada vez
más pobres! Jesús de Nazaret no es alguien ajeno a esa problemática. Por el
contrario, su predicación y su práctica van a revelar la injusticia presente en
su época.
C. LOS MILITARES EN LA
PALESTINA DE JESÚS
A
partir del análisis de los testimonios del Nuevo Testamento, Néstor O. Míguez
(5) afirma que la presencia militar acompañó a Jesús como amenaza y símbolo de
muerte, desde la cuna hasta la tumba. Y no solo como trasfondo global de la
presencia de Roma en la Palestina del primer siglo. Los soldados aparecen como
actores de primer nivel justamente al principio y al final del Evangelio, como
agentes de muerte. Es Mateo quien relata la intervención de Herodes en el
nacimiento de Jesús y su orden de exterminar a los infantes de los alrededores
de Belén (Mt 2,16). Probablemente los ejecutores de esta orden macabra -aunque
no desacostumbrada- fueron los soldados de la guardia personal de Herodes.
Todos los evangelios señalan la participación directa de los soldados en la
tortura y ejecución de Jesús, y Mateo destaca también la presencia de los
soldados romanos junto al sepulcro de Jesús (Mt 27,65-66 y 28,12-15). Varios
otros pasajes ponen en evidencia la presencia constante de los militares como
factor constitutivo de la realidad en la cual opera Jesús.
Miguez
afirma además que es conveniente, por lo tanto, tener una idea de la forma y
significado de la presencia militar en la Palestina de los evangelios. Esta
presencia debe inscribirse en el hecho total del control romano en la región.
Herodes el Grande fue el último gobernante de la región que contó con alguna
fuerza militar propia. A partir del 4 a.C., pues, debemos pensar que toda la
presencia militar está constituida por tropas romanas. Las tropas estacionadas
en Palestina no eran numerosas. Las legiones, compuestas por ciudadanos
romanos, galos y españoles sobre todo, estaban en Siria, a buena distancia para
intervenir en caso de necesidad, pero no se veían. En el territorio de “Judea”
solo había auxiliares, griegos, sirios o samaritanos, pues los judíos estaban
exentos de todo servicio militar.
Esta
presencia militar abanderada por la famosa Pax Romana otorgaba “paz y
seguridad” a los propietarios y comerciantes, pero condenaba al hambre y la
represión a los humildes. Estas prácticas represivas estaban combinadas con
prácticas persuasivas como sobornos destinados principalmente a ganar el favor
de las clases dirigentes y pudientes de las naciones conquistadas. Es en este
sentido que deben entenderse algunas de las menciones de militares
“bondadosos”. Esta labor estaba a cargo de los oficiales, por lo que no debe
llamar la atención que algunos centuriones aparezcan como amigables en los
relates evangélicos. Asimismo, es posible que excepcionalmente alguno, a nivel
personal, fuera sensibilizado por la piedad judía. Ahora bien, estas menciones
ocasionales de oficiales “amigables” se ha prestado a ciertas exageraciones
voluntaristas. La realidad es que la presencia militar en Palestina, y
especialmente en Judea y en Jerusalén, distaba mucho de ser amistosa. El propio
Flavio Josefo, uno de los favorecidos por esa política de Roma, nos relata
algunos episodios en que se percibe la dura represión en la que vivía el pueblo
común.
Así,
el mismo Pilatos que crucificó a Jesús, aparece como responsable de muchas
otras muertes de las que no pudo “lavarse las manos”, y el empleo de tácticas
que nos resultan conocidas... Poco después provocó [Pilatos] una nueva revuelta
gastando para la construcción de un acueducto el tesoro sagrado llamado
corbonas, para traer agua de la distancia de cuatrocientos estadios. El pueblo
se indignó y rodeó vociferando el tribunal de Pilatos, que se encontraba en
Jerusalén. Previendo la sedición, el procurador había tomado la precaución de
mezclar con la multitud una tropa de soldados armados pero vestidos de civil,
con orden de no usar espadas y de atacar a los manifestantes con garrotes.
Desde lo alto de su tribunal dio la señal convenida. Los judíos perecieron en
gran número, unos por los golpes, otros aplastados por lo que huían. La
multitud, atónita ante la matanza, se redujo a silencio.
Ante
la presencia de los “sicarios” que aprovechaban los disturbios para cometer
actos que hoy llamaríamos “terroristas” en su oposición a la dominación romana
y sus aliados, el régimen reacciona con una represión indiscriminada que
nuevamente expone a los más débiles (ancianos, niños, mujeres), que son los que
constituyen objetivos fáciles de los garrotes o los que son atropellados y
aplastados en una multitud zarandeada por el pánico.
Es
propio de la represión militar (entonces y ahora) el cargar sobre el pueblo
como conjunto. La multitud misma es su enemigo, porque representa el camino de
la manifestación frente al poder de los que carecen de poder. Con los
dirigentes se negocia, al pueblo se lo reprime. Al hablar de la represión
militar el historiador Flavio Josefo, nos cuenta este episodio siniestro: “El
pueblo se había reunido en gran cantidad, para celebrar la fiesta de los panes
ácimos, y en el tejado del pórtico del Templo se instaló una cohorte romana, porque
es costumbre que fuerzas armadas vigilen las fiestas, para prevenir los
desórdenes fáciles de producirse en las grandes aglomeraciones. Uno de los
soldados, recogiéndose el manto, se agachó de manera indecente, volviendo el
trasero hacia los judíos, e hizo oír un ruido que concordaba con su postura.
Este espectáculo indignó a la multitud, quien exigió a gritos que Cumano -
[procurador romano en Judea en 48-52] castigara al soldado. Varios jóvenes, más
ardientes y algunos revoltosos de la plebe se armaron de piedras y apedrearon a
los soldados. Cumano, temiendo un ataque de todo el pueblo contra su persona,
envió refuerzos de infantería, que se distribuyeron en los pórticos. Los
juicios, víctimas del pánico, huyeron del Templo, buscando refugio en la ciudad.
En las puertas se empujaron con tanta violencia, tratando de salir, que se
derribaban entre sí pisoteando a los caídos. Perecieron más de treinta mil,
convirtiéndose la fiesta en duelo para la nación entera y llantos en todas las
familias” (Flavio Josefo, Libro II, capítulo 12).
Comenta
Miguez que uno puede sospechar que la cifra de muertos puede ser algo
exagerada. Pero no se puede desconocer la naturaleza de la ofensa como propia
de la soberbia con la que los soldados tratan al pueblo. Si bien este episodio,
por lo grotesco, llama la atención, la historia de estas Guerras de los judíos
nos ofrece varios incidentes similares. Y la constante de que el pueblo humilde
es el principal objeto de esta represión aparece una y otra vez en el relato,
así como las características genocidas de las acciones de conquista.
En
síntesis, se puede afirmar con Miguez que “el verdadero lugar de la comprensión
de lo militar en el testimonio de los evangelios, está en la tensión entre el
pueblo humilde y los gobernantes (las “clases dirigentes” judías aliadas al
poder romano), o si se prefiere, entre el proyecto de liberación de Jesús y las
fuerzas de la Pax Romana (como lo expresa Caifás, Jn 11,47-51). Es también en
este contexto, y no en el de una interioridad que surge, históricamente
bastante más tarde, que debe leerse la palabra de Jesús en Juan: “Les concedo
la paz, mi paz les doy. No según el modo en que el mundo les da la paz, yo se
las doy. No sea conmocionada su vida ni se asusten” (Jn 14,27). La paz de Jesús
se presenta aquí como la antítesis de la paz obtenida por los soldados, al
precio de la opresión de los pueblos. La paz de Jesús, su proyecto de vida, no
se obtiene creando conmoción y terror en el pueblo humilde, sino poniendo la
vida en amor. Es en este marco en el que se debe analizar el lugar de lo
militar en el Evangelio y en la vida de Jesús.”
D. LA VISIÓN PROFÉTICA
DE JUAN BAUTISTA
Juan
el Bautista surge en Palestina entre los años 27 y 28 del primer siglo. Las
principales fuentes que mencionan la actividad de Juan son: Marcos 1,2-11;
6,17-29; fuente Q (Lucas 3,7-9; 3,16-17; 7,24-28; 16,16 / / Mateo 3,7-10;
3,11-12; 11,7-11; 11,12-13); Flavio Josefo en Antigüedades de los judíos 18,5,
2.
Dice
Pagola que “Juan era de familia sacerdotal rural. Su rudo lenguaje y las
imágenes que emplea reflejan el ambiente campesino de una aldea. Juan rompe con
el templo y con todo el sistema de ritos de purificación y perdón vinculados a
él. No sabemos qué le mueve a abandonar su quehacer sacerdotal. Su
comportamiento es el de un hombre arrebatado por el Espíritu. No se apoya en
ningún maestro. No cita explícitamente las Escrituras sagradas. No invoca
autoridad alguna para legitimar su actuación. Abandona la tierra sagrada de
Israel y marcha al desierto a gritar su mensaje.”
Juan
era un conocedor de la situación de sometimiento y represión romana y su
mensaje era tajante y directo frente a las prácticas militares. Dice Lucas
3,14: “También le preguntaron unos soldados, diciendo: ¿Qué haremos nosotros? Y
les dijo: No opriman a nadie, ni calumnien, y conténtense con su salario”.
Míguez en el estudio citado nos dice que a través de estas indicaciones podemos
entrever algunas prácticas de la relación de la soldadesca con el pueblo común.
No es seguro que estos soldados quisieran acercarse al movimiento de Juan,
ansiosos del mensaje de salvación. Lucas destaca que algunos publicanos
vinieron con la intención de ser bautizados (Lc 3,12). De los soldados solo
dice que preguntaron. Difícilmente los soldados se mostrarán interesados en el
movimiento de Juan por razones altruistas, siendo necesariamente extranjeros.
Esta
pregunta bien puede tener un sentido cuestionador (¿qué puede saber éste, que
pretende decirle a todos lo que deben hacer?), acusador (probar una oposición
al régimen romano, como tantas veces se han interpretado algunas de las
preguntas a Jesús) o incluso sarcástico (¿qué puede decirle un profeta sin
poder a los representantes del poder absoluto?). La respuesta del Bautista
refleja la condición del pueblo humilde. Lo que señala a los soldados es el
tipo de padecimientos al que someten cotidianamente a la población. La cuestión
no pasa por “la violencia” como tema, o la legitimidad de lo militar. Surge de
la cotidianeidad, de las formas de violencia más “normales” de la represión, la
que no recurre a la fuerza de las armas desenvainadas, sino a la
discrecionalidad asentada por el poder de policía. Poder que se apoya en la
legalidad que otorga la hegemonía política y militar de Roma. Es posible que
Juan se refiriera a prácticas regulares de los soldados, reconocidas en muchos
casos por la legislación romana.
Así,
el “no opriman a nadie” puede leerse como un rechazo del llamado “derecho de
carga”. Todo soldado o magistrado podía exigir a cualquier transeúnte que le
llevara su carga (la llamada “impedimenta” militar, ropa, alimento, etc.). Al
derecho de imponer llevar carga, deben agregarse otros de similar
característica: la obligación de dar alojamiento a los soldados por parte de
los particulares, y en algunos casos incluso de sustentarlos económicamente.
Todos los vecinos estaban sometidos a esta carga, los particulares debían dejar
a los soldados un tercio de la casa, salvo los que hospedaban a algún oficial
con rango de ilustres, porque en ese caso debían cederle la mitad... Podemos
imaginar lo que esto podía llegar a significar para los vecinos comunes de las
aldeas de Galilea y Judea, que normalmente apenas alcanzaban el nivel de
subsistencia. “No opriman a nadie”, según la respuesta del Bautista, era, en
alguna medida, pedir a los soldados la renuncia a este derecho que su condición
de tropas de ocupación les confería.
Algunas
traducciones acertadamente interpretan “oprimir” como “extorsionar”. La
práctica de un “derecho de protección” era también común. Mucho se ha hablado de
las exacciones de los publicanos. Pero las prebendas de los soldados, como
hemos visto, no les iban a la zaga. La legislación romana más tardía muestra
una preocupación por los abusos de la soldadesca a su paso por aldeas,
mercados, etc. El solo surgimiento de la legislación alcanzaría para demostrar
la existencia de estas prácticas. El grado de avaricia era tal que obligó a los
romanos a limitar mediante la legislación a sus propios soldados, ante el
riesgo de destruir las economías regionales. La segunda cláusula de la
respuesta de Juan el Bautista, “no levanten calumnia”, debe explicarse por
motivos similares. Ante cualquier incidente, la acusación de un soldado podía
significar la muerte. Aun si se dudara de la historicidad fáctica de este
diálogo, deberá admitirse que el problema debe haber sido lo suficientemente
frecuente como para que esta “recomendación” de Juan se trasmitiera al
Evangelio. Estas “calumnias”, llevadas a juicio, hacían prácticamente imposible
la defensa legal del vecino pobre, especialmente si carecía de la ciudadanía
romana.
Así,
calumnia y extorsión se unían en la carga cotidiana de la presencia militar en
la Palestina de Jesús. Extorsión, opresión y calumnias eran parte de las
“armas” de que también disponía el soldado del Imperio frente a los humildes
habitantes de poblados y aldeas. Con esto acrecentaba su ya de por sí
envidiable, a los ojos del pueblo común, capacidad económica. Los sueldos
militares fueron cambiando en distintas épocas el Imperio. No obstante, si el
tiempo de Augusto puede servirnos como guía, podemos señalar que el salario más
bajo de un suboficial era de 3.000 sestercios (750 denarios). Los centuriones
más que cuadruplicaban esa cifra. Siendo el denario el salario normal diario,
es de suponer que el nivel de vida de cualquier soldado superaba holgadamente
el de los vecinos, que además debían cederle parte de la casa cuando les era
requerido. “Contentarse con su salario” era, más que una recomendación ética,
una defensa real de la gente común, expuesta a la ambición incontrolable de los
que ya de por sí recibían mucho por controlarlos a ellos.
De
esta manera, la exhortación del Bautista no debe entenderse como una serie de
principios éticos abstractos aplicables al “buen soldado”, sino como una
denuncia profética de los abusos militaristas contra el pueblo humilde, como
una defensa de los sometidos frente a las prácticas de represión. No es
casualidad que Lucas señale, tras esta respuesta, que el pueblo común estaba “a
la expectativa, preguntándose en sus corazones acerca de Juan, si no sería éste
el Mesías”.
RESUMEN DE LA UNIDAD
-
En esta unidad
hemos visto que Palestina sufrió durante siglos un proceso continuo de
dominación y opresión que inició desde la sumisión a los babilonios y continuó
con los medos, persas y griegos, hasta llegar a la invasión de la región por el
Imperio Romano. Siglos de dominación cultural, opresión política y expropiación
económica que empobrecieron a su población. Desde la “conquista” romana hasta
el año 132 d. C., predominó la violencia contra la población, que además estaba
sometida a un altísimo cobro de impuestos.
-
Hemos visto cómo
Jesús tuvo que enfrentar una situación muy difícil, tensa, de represión
permanente a causa del poderío del imperio romano. Jesús fue testigo de los
sufrimientos del pueblo, pero no solo fue un testigo imparcial, él se vio
afectado y tuvo que buscar la manera de sobrevivir en un contexto de violencia
permanente. La posición de Jesús ante esta realidad fue frontal y de suma a los
movimientos que se oponían a la dominación de los poderosos. El paso de la
adolescencia a la juventud de Jesús se vio envuelto en un contexto de masacres,
represión romana, persecución, revueltas y crucifixiones masivas. Es muy
posible que su inconformidad con esta realidad llevara a Jesús a hacerse
discípulo de Juan el Bautista, profeta crítico de las injusticias que toda esa
situación implicaba para el pueblo palestino.
-
Nace Jesús
entonces en medio del descontento popular, lo cual tuvo que incidir o
repercutir en su formación política. Jesús no da la espalda a los pobres, antes
por el contrario asume su causa, pero lo que resulta novedoso es la forma
alternativa de responder con una propuesta liberadora que abrió caminos de vida
a los pueblos del mundo que ayer como hoy enfrentan sistemas imperiales.
En
la próxima unidad podremos ver que la propuesta de Jesús se sintetiza en el
Reino de Dios. El Reino que llegó, que se hizo realidad y al cual debemos
acceder para poder responder proféticamente como Jesús a nuestra realidad de
hoy.
NOTAS
1. ONIMUS, J., Jésus en direct, Paris, Desclée de Brouwer, 1999, p. 28.
2. José Antonio Pagola,
teólogo, ha escrito un libro llamado “Jesús, aproximación histórica”, versión
que ponemos a su disposición como anexo en esta unidad.
3. MESTERS, C., en RIBLA, 1 (1988/1), pp. 72-80.
4. MESTERS, C., op. cit., p.76.
5. NÉSTOR O. MÍGUEZ en Revista RIBLA No. 8 (1991) pp.15- 25 CLAI
www.clailatino.org
2ª parte: EL MOVIMIENTO POPULAR Y SUS DIVERSAS
EXPRESIONES EN TIEMPOS DE JESÚS.
A partir de un trabajo bíblico de los Claretianos.
Resumen PR. 2010.
ÍNDICE
1.
Unas 2 etapas
antes del nacimiento de Jesús
2.
Las grandes
tensiones en los años de Jesús
3.
Reaparece los
profetas
La
doble esclavitud creó una situación confusa, sin alternativa de solución. Había
divisiones y conflictos en todos los niveles de la vida: en lo económico,
social, político, ideológico, cultural y religioso. Es por esta situación sin
salida que el movimiento popular de la época estaba en un proceso de
radicalización: buscaba sus propios caminos fuera de la religión oficial y de
la represión romana. Poco a poco se iba transformando en un movimiento
profético amplio que llamaba al Pueblo a regresar a su origen, es decir, a la
Alianza con Dios mediante el proyecto social igualitario de Moisés. Jesús se incorporó
en este proceso de radicalización del movimiento popular. Vamos a analizar
ahora las varias etapas de este Movimiento Popular desde la llegada de los
Romanos.
A. UNAS 2 ETAPAS HASTA
EL NACIMIENTO DE JESÚS
1.
Una rebelión
popular sin rumbo, del 63 al 37 antes de Jesús (a. C.).
Nunca
el pueblo de Jesús aceptó la dominación romana. Las pequeñas revueltas eran
destruidas en cuanto aparecían.
2.
Represión
y desarticulación del movimiento popular, del 37 al 4 a. C. en el período de
Herodes.
Fue el tiempo de una mayor organización por la
presencia de líderes que levantaban al pueblo. Pero todo terminaba en matanzas
terribles. Jesús nació en esa época, al final del gobierno de Herodes, entre el
año 4 y 6 a. C.
B. LAS GRANDES
TENSIONES EN LOS AÑOS DE JESÚS
1.
Revoluciones
mesiánicas, del 4 a. C. al 6 d. C.
Fue el tiempo de Arquelao, cuya primera acción el día
de su posesión fue matar a miles de judíos presentes en Jerusalén. Los líderes
de este período apelaban a las antiguas promesas hechas a David y se presentaban
como ‘Rey y Mesías’. La represión romana fue lenta, pero violenta: Séforis,
capital de Galilea, apenas a ocho kilómetros de Nazaret, fue arrasada y su
población esclavizada. Jerusalén se rindió y escapó de la destrucción, pero dos
mil revoltosos fueron presos y crucificados alrededor de la ciudad.
En esa época,
el niño Jesús salía de la infancia y entraba en la adolescencia: ‘crecía en
sabiduría, estatura y gracia delante de Dios y de los hombres. (Lucas 2,52).
2.
Celo por
la ley y tiempo de revisión, del 6 al 27 d. C.
En el año 6 dC., después de la destrucción de Séforis,
Roma asumió directamente el control de la Palestina mediante gobernadores
romanos. El gobierno judío continuaba en las manos del Sumo Sacerdote, nombrado
por Roma. Un censo fue decretado para reorganizar la administración interna y
garantizar el cobro del tributo. Esto provocó una fuerte reacción popular,
inspirada en el celo por la Ley. Esta época marcó otro paso más en este proceso
de radicalización de la lucha del pueblo: esto preparó el movimiento de los
'zelotes', guerrilleros contra los romanos.
En este período, el joven Jesús, llegando a la edad de
doce años, comenzaba a participar plenamente de la vida de la comunidad. Vivía
en el campo de Nazaret y trabajaba de sus manos, y ayuda a la gente de su
región prestando servicios como carpintero. Y esto durante casi veinte años,
desde los 12 hasta los 30 años de edad.
C. REAPARECEN LOS
PROFETAS, del 27 al 69 d. C.
1.
Un
sinnúmero de Profetas.
El primero fue Juan Bautista, a su alrededor creció un
enorme movimiento. Poco después vino Jesús. Después, llegaron otros profetas:
en los años 36, 45, 56 y 60, según el historiador por Flavio Josefo.
2.
¿Qué
pretendían estos profetas, y qué significaban para el pueblo?
Querían rehacer la historia: convocaban al pueblo para
el nuevo éxodo, anunciaban el comienzo de un nuevo Año Jubilar, o sea, la
liberación de los pobres y pedían un cambio en el modo de vivir. Como en el
tiempo de Moisés, quieren revivir la Alianza y el proyecto igualitario de
Moisés.
3.
Actitud de
las autoridades, tanto judías como romanas.
Vivían ajenos al movimiento popular y no percibían la
gravedad del momento ni la necesidad de un cambio radical en el rumbo del país.
Tampoco eran capaces de reconocer la llegada del Reino en medio de los pobres
(Mateo 11,25). Pilato pensaba que Jesús era un revoltoso igual que Barrabás
(Marcos 15,7) y lo confundió con los anteriores reyes mesiánicos (Marcos 15.9),
que eran unos ‘ladrones e impostores’.
4.
La espera
del Reino de Dios
El pueblo era como un rebaño sin pastor (Mateo 9,36).
Vivía a la espera de algo nuevo, algo como la llegada del Reino. Fue en este
contexto bien preciso que Jesús recibió y asumió su misión de Profeta. Él
sentía dolor de su Pueblo (Marcos 6,34; 8,2) y quiso congregarlo en torno al
Reino de Dios (Lucas 13,34). Situándose dentro del proceso amplio del
movimiento popular, lo ayudó a dar un paso más, el paso que faltaba. Desveló el
llamado de Dios y reveló la presencia del Reino entre los pobres (Mateo 4,17).
3. EL
MENSAJE LAICO DE
JESÚS DE NAZARET, José
M. García M.
Jornadas anuales de CPS. MADRID 2014.
18 de Octubre de 2014. (anaxagoras54@gmail.com).
ÍNDICE
1.
Jesús fue un
profeta laico
2.
Las 3 mayores
características del profeta Jesús
Itinerante. – Subversivo. – Amenazado.
3.
La laicidad
del mensaje de Jesús
-
Las
Bienaventuranzas
-
La misión de los
72 discípulos
-
El juicio final
4.
Mensaje
subversivo de Jesús
5.
Opciones
preferenciales de Jesús por los perdidos y los últimos.
Se va a hablar del mensaje laico de Jesús.
De
entrada, nos podemos preguntar ¿Por qué precisamente es laico el mensaje de
Jesús? Porque desde nuestra fe, parecería como que todo lo que viene de Jesús
tendría que ser un mensaje religioso, lo mismo que lo que viene de un médico
tiene que ver con las enfermedades, o lo que viene de un economista tiene que
ver con el dinero, así lo que tiene que ver con Jesús tiene que ser religioso,
es lo propio de la religión cristiana. Pero, ¿por qué precisamente laico? Es lo
que vemos a ver, y por eso, comprobamos que ya en este enunciado hay un
problema. Y consiste en el conflicto que se da entre la religión y el mensaje
de Jesús. Se trata del conflicto entre lo laico y lo religioso.
Y
en ese conflicto entre lo laico y lo religioso, Jesús opta por lo laico, y
rechaza la religión es decir, opta por el “laos”, por el pueblo, en sus dos
acepciones, como pueblo elegido y como “ojos”, pueblo, que se traduce como
muchedumbre, como multitud. Entendemos que la religión consiste en una relación
con Dios que se realiza por medio (relación “mediada”) de mediadores asociados
a jerarquías, es decir, el clero (papa, obispos, curas), que entrañan un
sistema de ritos, rangos y poderes sagrados, que implican dependencia,
obediencia, sumisión y subordinación a superiores que son invisibles. El
mensaje de Jesús es laico, no es religioso. Él fue un profeta laico que anunció
un mensaje tan profundamente humano que llega a toda la humanidad, tan
profundamente laico que es subversivo al no acomodarse al orden establecido.
(Permítanme una nota de erudición:
-
La palabra
“laos·, pueblo, sale 55 veces en el Evangelio y tiene el significado teológico
de pueblo elegido.
-
La palabra
“demos”, pueblo, sale solo 4 veces y significa pueblo desde el punto de vista
sociológico.
-
Y la palabra
“ojlós”, pueblo, se repite 175 veces y significa esa muchedumbre de pobres, de
campesinos, de niños, de gente inculta y analfabeta, de gente que no tiene
nada, de enfermos, de vagabundos, de mujeres embarazadas, de prostitutas, de
ladrones, etc.
El
pueblo lo forman esas multitudes que seguían a Jesús, Mt. 4:25 Lo siguieron
grandes multitudes procedentes de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y
Transjordania. Mt. 5:1 Al ver Jesús las multitudes subió al monte, se sentó y
se le acercaron sus discípulos. Mt. 7:28 Al terminar Jesús este discurso, las
multitudes estaban impresionadas de su enseñanza.)
Vamos
a examinar este conflicto en tres apartados para tratar de verlo con la mayor
claridad posible. Jesús es un profeta laico, el mensaje de Jesús es universal y
su mensaje es subversivo.
A. JESÚS FUE UN PROFETA
LAICO
Solo
un laico como Jesús puede predicar un mensaje laico, no religioso. Jesús fue un
profeta laico. No fue sacerdote, ni funcionario de la religión, ni maestro de
la ley, ni nada parecido. Es más, Jesús vivió y habló de tal manera que pronto
entró en conflicto con los dirigentes de la religión de su tiempo, los
sacerdotes y los funcionarios del Templo, que eran los representantes oficiales
de “lo religioso” y “lo sagrado”. Jesús no es un líder religioso, al estilo de
Nelson Mandela, Martín Lutero King, o Gandhi, o Dalai Lama. (Aunque sean
también profetas de nuestro tiempo). Y los cristianos no somos seguidores de un
líder religioso, sino que seguimos a un Profeta laico.
El
líder es una persona que es seguida por otros que se someten a su autoridad.
Suelen tener un indiscutible peso moral o político o espiritual entre la gente.
Jesús cita frecuentemente a los profetas de Israel y explica su misión como
cumplimiento de la profecía de Isaías: “El Espíritu del Señor descansa sobre
mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres,
a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en
libertad a los oprimidos, a proclamar el año favorable del Señor”.
Un
profeta no es el que pronostica el porvenir, el profeta no es un adivino. “Es
un hombre llamado por Dios para trasmitir su palabra, para orientar a sus
contemporáneos el camino a seguir en sus vidas”. Jesús es el último de los
profetas de Israel. Es el que anuncia el Reino de Dios, aunque no lo define, es
el que anuncia la liberación de los pobres.
Jesús
fue un profeta que vivió de tal manera que en cuanto empezó a actuar y hablar
en público, entró en conflicto con los responsables de la religión, los
teólogos, y los más estrictos observantes. Jesús no aceptó la religión de su
tiempo. Lo central en la vida de Jesús no fue lo religioso, sino lo humano y la
humanidad. Jesús se puso de parte de la vida y de la felicidad de los seres
humanos. Jesús fue un piadoso israelita que tuvo una fuerte experiencia de
Dios, a quien llamaba Padre y que fomentaba la oración no en el templo, sino en
el monte, en sitios solitarios y silenciosos. La religiosidad de Jesús no
estuvo vinculada al templo ni a los rituales sagrados. Porque la Religión
siempre fomenta la desigualdad y también la sumisión.
Dos
principios netamente humanos, la libertad y la igualdad, enunciados en el art,
2 de los Derechos Humanos, chocan frontalmente con la religión. Porque la
religión es jerarquía y obediencia y produce desigualdad y sumisión. Por
supuesto, jerarquía y obediencia a Dios. Pero no sólo a Dios. Sino jerarquía y
obediencia a Dios a través de los “mediadores”, es decir, del clero (papa,
obispos, curas) que son parte esencial en la religión. Ahora bien, jerarquía es
lo mismo que desigualdad (de rangos, dignidades, poderes, categorías…). Y
jerarquía es lo mismo que sometimiento, de unos (los que obedecen) a otros (los
que mandan). Sometimiento en dogmas, ritos, normas, tradiciones…). Por tanto,
donde hay religión no puede haber libertad, ni puede haber igualdad. Lo cual no
quiere decir que donde hay relación con Dios no pueda haber libertad, ni pueda
haber igualdad. Una cosa es la relación con Dios. Y otra cosa es la relación
con la religión de lo sagrado, con sus jerarquías y sus consiguientes
desigualdades y sumisiones. Jesús es contrario a la religión, no fundó ninguna
religión.
Jesús
es el profeta de la libertad. Cumplió perfectamente la profecía de Isaías de
proclamar la libertad a los cautivos de la ley religiosa, y la libertad a los
oprimidos por el sistema. Pensó y actuó completamente independiente, al margen
de la mentalidad oficial impuesta por la religión establecida y por la política
del imperio. Jesús ofrece una visión diferente de la oficial, mira al mundo
desde abajo, una mirada a ras de suelo capaz de darle la vuelta a lo que
existe. No se sometió a los dictámenes de las jerarquías políticas y religiosas
de su tiempo. Por no someterse a ese imperio de la ley, Jesús fue perseguido,
insultado, amenazado, juzgado, condenado y ejecutado por los representantes
jerárquicos y mandatarios de la religión del templo. Y por las amenazas y
condenas de los poderosos del imperio romano.
La
religión y la política fomentan la mentalidad sumisa, para mantener su poder. Y
sabemos por experiencia que la sumisión sin condiciones, (porque lo ha dicho el
papa o los Obispos, o lo ha dicho el Presidente del Gobierno) nos da seguridad.
Es un hecho que la Iglesia da abundantes muestras de estar más interesada en
imponer deberes a la gente, que en defender los derechos de los ciudadanos. Y
esto es lo que, desemboca en un sistema “moralmente empobrecido”. Porque
fomenta y desarrolla en las personas caracteres de servilismo, de infantilismo,
que suplica y espera los “favores” del amo, del patrono, del superior o del
jerarca que gobierna. El mensaje de Jesús es todo lo contrario, nos ofrece
libertad.
Todo
esto es lo que explica por qué Jesús no se pone de parte de la jerarquía, sino
que se puso de parte de “los últimos”. Y se enfrentó con “los primeros”. Estuvo
siempre con los de abajo, no con los de arriba. También se puso de parte de “los
pequeños” (los niños), y se enfrentó a “los grandes” (los sumos sacerdotes). De
la misma manera que tuvo conflictos con “los poderosos” y se hizo amigo de “los
débiles” (cf. Lc 1, 51-53). En otras palabras, Jesús se puso de parte de las
víctimas del sistema religioso-político, que se basa y se mantiene sobre el
fundamento de las jerarquías sagradas, los poderes sagrados, las dignidades que
vienen de arriba, de los privilegios que merecen los dignatarios de “dios” …
Jesús
vivió de tal manera que su relación con el templo fue tal que las jerarquías de
la religión se dieron cuenta de que lo que ellos representaban y lo que Jesús
representaba eran dos cosas incompatibles. Por eso los jerarcas de la religión
lo condenaron a muerte (cf. Jn 11, 47-53). Pero la religiosidad de Jesús fue
una religiosidad alternativa a la judía, una religiosidad que no soporta las
ataduras con los poderes del orden presente: el honor, el dinero, el poder,
para someter a los demás.
Jesús
fue un hombre, “nacido de mujer”. Pero, en aquel hombre se reveló Dios. Por
tanto, en Jesús, Dios se fundió y se confundió con lo humano. Lo que aparece en
los evangelios es que las tres grandes preocupaciones de Jesús fueron:
-
que la gente esté
sana, no enferma (curaciones);
-
que la gente no
pase hambre (comidas)
-
las relaciones
humanas, o sea que sepamos respetarnos, tolerarnos, ayudarnos, entendernos y
querernos. Esa es la clave de los grandes intereses de Jesús.
Lo
cual quiere decir que Jesús planteó una religiosidad totalmente laica, de forma
que sólo desde la laicidad, es posible entender el Evangelio y vivirlo.
B. LAS CARACTERÍSTICAS
ESENCIALES DE JESÚS COMO PROFETA SE PUEDEN RESUMIR EN ESTOS TRES ASPECTOS
1.
Jesús es
un profeta itinerante.
Jesús no es un hombre que se queda en su casa de
Nazaret, tampoco se instala en Cafarnaúm, sino que recorre las aldeas de
Galilea. Su predicación fue en Galilea. (Mc. 1,14). Jesús, para realizar su
misión docente, no se fue a la capital, Jerusalén, ni siquiera a la importante
provincia de Judea. Jesús se fue enseguida a una región lejana, habitada por
humildes campesinos y pescadores pobres. Esto significa que la primera decisión
importante que tomó Jesús, fue la de irse a vivir y a desarrollar su actividad,
a predicar su mensaje, en la región donde está el pueblo más pobre y
desheredado, a Galilea. Al llegar a una aldea Jesús busca el encuentro con los
vecinos. Se acerca a las casas deseando paz a las madres y a los niños.
Recorrió casi todos los pueblos situados en torno al lago. El profeta es un
hombre público: su lugar es la calle, la plaza pública, los senderos, el campo.
Se halla en contacto directo con su mundo, con los vecinos, con los campesinos
pobres. Va a la sinagoga donde los vecinos se reúnen los sábados. Conoce el
desencanto de la gente, la opresión de los políticos, el lujo de los poderosos.
2.
Jesús es
un profeta subversivo.
Lo que la gente percibe de su predicación es que Jesús
pone en cuestión la soberanía absoluta y exclusiva del emperador romano. Para
entrar en el Reino hay que salirse del imperio de Roma. No es posible servir a
dos señores. No es posible aceptar el Reino acogiendo a Dios Padre, defensor de
los pobres, y seguir al mismo tiempo acumulando riquezas a costa de ellos. Por
eso, entrar en el Reino, aceptar los valores del Reino, es salirse de ese
imperio donde tratan de imponerse los jefes de las naciones y los poderosos del
dinero. De esto hablaremos más adelante.
3.
Jesús es
un hombre amenazado.
Es amenazado porque no invita a la gente a la
resignación, sino a la lucha esperanzada. La actual situación tiene que
cambiar. Lo que anuncia es el Reino que tal y como él lo presentaba tenía que
ser algo muy sencillo al alcance de aquellas gentes. Lo primero de todo y lo
más importante es la Vida y la felicidad de la gente, luego vendrá la religión.
No quiere que se hagan falsas ilusiones, sino que recuperen su dignidad. Jesús
comunica su propia experiencia de Dios, no la que se venía repitiendo en todas
partes de modo convencional. Eso no satisface a nadie. El anuncio del Reino es
una denuncia de la injusticia y la opresión. Hoy, el anuncio del Reino es
anunciar una sociedad alternativa, proclamar que “otro mundo es posible”, otro
mundo donde no reinen los imperios, ni los césares, ni los falsos dioses como
el Dinero y el Mercado. Jesús anuncia la liberación de los pobres, una vida
humana digna para todos. Los poderes políticos y religiosos no podían soportar
semejante lenguaje y le perseguían y amenazaban de muerte constantemente. El
que yace en la cruz es un delincuente, condenado por no someterse al poder
religioso ni al poder político. A su lado están dos subversivos políticos (es
lo que significa la palabra griega “lestai”) no entre dos vulgares ladrones
como nos han dicho tantas veces.
C. EL MENSAJE LAICO DE
JESÚS ES UN MENSAJE UNIVERSAL
El
mensaje de Jesús por ser laico es universal. Porque lo laico es aquello que
pertenece al pueblo, a aquello que somos todos y en lo que coincidimos todos,
es decir, en la igualdad, porque todos somos seres humanos, al margen de toda
creencia o etnia, cultura o ideología. Todos pertenecemos a la única raza
humana que existe en el Planeta Tierra. Abarca a toda la humanidad de todos los
tiempos y culturas, es lo más profundo de la existencia humana.
Jesús
presenta un mensaje que va más allá de cualquier religión, está destinado no
solo al pueblo elegido, sino a toda la humanidad, a todos los seres humanos.
Jesús es patrimonio de la humanidad, no solo de los creyentes. Rebasa
completamente las fronteras de la Iglesia católica y las demás iglesias
cristianas. Nos ha dado a conocer a Dios, como Padre, como dador de vida, que
quiere la vida y la felicidad para todos los seres humanos, sin ninguna
distinción de razas ni de credos, porque todos son sus hijos e hijas. La
inmensa mayoría son pobres, en la actualidad suman más de las 2/3 partes de la
humanidad. Esta es su elección y su predilección. El Dios de Jesús es el mismo
dios que el Dios de los musulmanes, o budistas o protestantes, hinduistas,
sintoístas o confucionistas. Existe un solo dios.
D. LA LAICIDAD DEL
MENSAJE DE JESÚS
Hay
tres pasajes que indican la amplitud y la laicidad del mensaje: una, lo
encontramos en las bienaventuranzas, otra, en la misión de los 72, y la
tercera, en el juicio final.
1.
La fuerza
de las llamadas Bienaventuranzas no está en su religiosidad, sino en la
alternativa laica que promete.
El reino de Dios se traduce hoy por la sociedad
alternativa. El reino está presente no en lo religioso sino en lo laico, en lo
que coinciden todos los seres humanos, y se identifica con lo ético, con la
forma de vivir. La formulación laica de las llamadas bienaventuranzas se da en
hoja aparte.
2.
La misión
a los 72 discípulos
En esa misión lo que Jesús encomienda a los 72
discípulos no es ninguna tarea religiosa, tal como sería enseñar una doctrina,
dar una catequesis, organizar unas celebraciones rituales, o imponer unos
mandamientos divinos. Nada de eso. Lo que les encarga es una tarea secular,
laica. ¿En qué consiste? En remediar en lo posible el sufrimiento humano:
“curad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad demonios (Mt,
10,8). Es decir, en su conjunto, se trata de curar las heridas que ha producido
ese sistema político-religioso que reinaba en Israel y que se parece mucho al
que tenemos ahora. Y además, todo eso darlo de balde, sin cobrar nada. Jesús no
encomendó a los discípulos una misión religiosa, sino una misión humanitaria.
3.
En el
relato del Juicio Final
Todos sabemos cuál es el criterio de Jesús: en ese
mensaje a todas las naciones, lo definitivo en el momento culminante de enjuiciar
nuestra vida, no tendrá nada que ver con la religión, sino con lo que hagamos o
dejemos de hacer, con los más necesitados y excluidos de la sociedad. Es decir,
con los que tienen hambre, con los emigrantes, los enfermos, los presos, las
prostitutas.
E. EL MENSAJE LAICO DE
JESÚS ES UN MENSAJE SUBVERSIVO
Jesús
no fundó la Iglesia, ni la religión, sino un movimiento de fe, implantando en
el mundo una revolución. En el Evangelio de Lucas, en el interrogatorio ante
Pilatos, las masas le gritan tratando de acusarle: “Este subvierte (solivianta)
al pueblo enseñando por todo el país empezando en Galilea”. Soliviantar, es
“inducir a alguien a la oposición o a la rebeldía”: incitar, agitar, alborotar.
El verbo griego ‘ἀνασείω’ aparece solo dos veces en el NT: Mc 15,11: “Pero los
sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir que les soltara mejor a
Barrabás”. Y en (Lc 23,5) el pueblo, la muchedumbre, le acusa ante Pilato;
“Ellos (la gente) insistían: Solivianta al pueblo enseñando por todo el país
judío; empezó en Galilea y ha llegado hasta aquí.”
(Otra nota erudita: Lucas 23:5. La traducción literal es: “Ellos
insistían diciendo que solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, empezando
desde Galilea hasta aquí”.
-
El verbo
“anaseíô” аνασειω está compuesto por la preposición “ana” y el verbo original
“seíô”. Este verbo significa “agitar, sacudir, hacer temblar”. De este verbo
deriva “seismós” de donde viene nuestro “seismo”, terremoto.
-
La preposición
“aná” significa “arriba, hacia arriba”. Es muy significativo el verbo
“anístemi” (ana-hístemi), que significa “colocar hacia arriba, levantar” y que
es el verbo que se utiliza con frecuencia para designar la resurrección: “Dios
lo levantó de entre los muertos” o simplemente “Dios lo levantó, lo resucitó”.
Aquí significa levantar al pueblo contra los de arriba.)
‘Soliviantar’
significa mover el ánimo de la gente para inducirle a adoptar una actitud
rebelde u hostil en orden a cambiar el orden público y moral, dice el Diccionario
de Lengua. La manera de soliviantar que tiene Jesús no es violenta, es
“enseñando”. La enseñanza es una forma de subvertir el orden establecido: poner
las cosas patas arriba. Jesús no estaba de acuerdo con la escala de valores de
aquella sociedad que no es muy distinta de la nuestra de ahora. Lo de arriba lo
pone abajo. Lo que consideramos como perdido es lo que vale, lo que todo el
mundo estima que es bueno, no es tan bueno. Lo que se tiene por poder es
debilidad. Siempre prevalece la vida sobre la muerte, la verdad sobre la
mentira, la libertad sobre la dependencia. Y siempre el amor por encima de
todo.
La
subversión consiste en tratar de sentar los pilares de una sociedad que no se
basa en los valores del dinero, el prestigio y el poder, sino en la libertad,
la justicia y el amor. Jesús desplazó lo central de la religión de su tiempo,
el Templo, la Ley y los sacerdotes, hacia lo humano y la humanidad. Se pone de
parte de la vida y de la felicidad de todos los seres humanos. El centro de la
religión no está en lo dogmático, ni en lo ritual, ni en lo sagrado, sino en lo
ético. Jesús nos ofrece un “proyecto de vida”, no una serie de prácticas
religiosas. Para Jesús lo sagrado es lo humano, no lo religioso. El proyecto de
Jesús (laico) es incompatible con el proyecto de la religión. Jesús rechaza la
religión de un Dios excluyente y un Dios violento. Jesús no se identifica con
ninguna religión. Tampoco con el cristianismo. Creer en el Evangelio es sacar
de nosotros mismos todo lo que es más humano, lo más común de todos los seres
humanos, se trata de otra forma distinta de ver el mundo, de entender la
sociedad, de crear la verdadera fraternidad que respeta los derechos humanos.
No a una espiritualidad desencarnada, sino una vuelta al Jesús histórico que
nos anunció un Dios-Padre misericordioso y compasivo, un Dios-Amor que quiere
entrañablemente a todos sus hijos, y que denunció a los poderosos que oprimen,
y se comprometió con los pobres y excluidos. Menos religión y más seguimiento
de Jesús. Seguir a Jesús supone ir detrás de él, renunciar a la seguridad que
da el sistema y cargar con la cruz de buscar en cada momento el auténtico modo
de acompañarle. Y eso se resume en cuatro afirmaciones que Jesús hizo:
-
“No podéis servir
a Dios y al dinero”,
-
“No deis a ningún
César lo que es de Dios”,
-
“Sed compasivos,
como vuestro Padre celestial es compasivo” y
-
“Los últimos
serán los primeros”.
Jesús
está por el cambio, no puede dejar las cosas como están, porque el mundo que él
vivía era injusto: unos vivían muy bien a costa de otros que lo estaban pasando
mal. Jesús no puede quedarse impasible, mirando para otro lado, al ver las
masas arrastrándose por la pobreza y la miseria. “Se me conmueven las entrañas
al ver a esta gente”. (Mc. 8,2). Lo cómodo es seguir como siempre sin cambiar
nada. La indiferencia es la que se queda con los brazos cruzados, no hace nada
ante el dolor ajeno. Y esto hace más daño que la misma violencia que causa el
sufrimiento humano. No parece que la Iglesia quiera cambiar cosas importantes
para la fe de los creyentes.
Un paréntesis subversivo respecto a la institución Iglesia:
-
Mientras siga
mandando y gobernando la Curia Romana, otra Iglesia es imposible.
-
Mientras siga
vigente el actual Código de Derecho Canónico que entroniza al Papa como un Rey Absoluto,
otra Iglesia es imposible.
-
Mientras esta
institución eclesiástica siga atada y bien atada a este Capitalismo perverso,
otra Iglesia es imposible.
-
Mientras siga
formando parte de las estructuras de esta Globalización financiera y
especulativa, esta Iglesia no puede abrir la boca para pronunciar el Mensaje de
Jesús.
-
Mientras no
sea capaz de reconocer los Derechos humanos dentro y los exija hipócritamente
fuera, otra Iglesia es imposible.
-
Mientras siga
existiendo el Vaticano como Estado pontificio con sus riquezas, su cuerpo
diplomático y su poder político, otra Iglesia es imposible,
-
Mientras
continúe en el entramado político, económico, jurídico y social del mundo de
los ricos, es imposible que pueda decir una palabra al mundo de los
empobrecidos. Se encuentra situada en la línea base del Sistema que hace cada
vez más pobres a los pobres, y más ricos a los ricos. Ha olvidado completamente
la sentencia de Jesús que dice que “no se puede servir a dos señores, no podéis
servir a servir a Dios y al Capital”.
Esta Iglesia no existe, no tiene nada que ver con el Mensaje de Jesús.
Después
de este paréntesis, vamos a ver, finalmente, las dos preferencias escandalosas
de Jesús: los perdidos y los últimos.
F. OPCIONES
PREFERENCIALES DE JESÚS
1.
Preferencia
por los perdidos
Las parábolas son un ejemplo claro de la rebeldía de
Jesús ante el orden establecido. Aparecen dos grupos de personas: la gente
respetable y la gente insignificante, los don nadie, las mujeres, los enfermos,
los que no figuran en esta sociedad. En estas parábolas Jesús hace patente que
lo que tendría que ser lo normal en la vida, es lo “raro”. Estas parábolas
presentan la vida tal y como es y por otra parte la vida tal y como tendría que
ser o como podría ser. ¿Es normal que el hijo que dilapidó toda la fortuna de
su padre y viviendo desenfrenadamente le organicen una fiesta por todo lo alto
cuando vuelve a casa? Este es el hijo perdido, nada de “hijo pródigo”, hijo
perdido. Jesús pone la vida al revés. Tiene preferencia, tiene un cariño
especial por los perdidos. Jesús hace fiesta, se alegra, por la vuelta de su
hijo que “estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y se le ha
encontrado” (Lc. 15.24). Igual le pasa con la oveja perdida (Lc. 15,6). Lo
mismo que con la moneda que había perdido la mujer. Tiene menos valor el hijo
mayor que se queda en casa. Tienen menos valor las 99 ovejas que se quedan en
el redil, o el resto del dinero que tiene en su casa la mujer, que lo que ha
perdido. Lo que para la mayoría no tiene valor, lo que está perdido, eso es lo
que prefiere Jesús. ¿Quiénes son los que pierden y quienes los que ganan? Jesús
vino buscando los “balas perdidas” para salvarlos. Todo lo contrario de lo que
podría hacer el Derecho Canónico.
2.
Preferencia
por los últimos
Jesús lo dice muy claramente: “Los últimos serán los
primeros” (Mc 10,31). Frente al reinado del dinero y del poder Jesús introduce
una pasión en la historia: que los últimos dejen de serlo, que la sociedad les
de la primacía para construir un mundo sin últimos ni primeros o, al menos, con
la menor desigualdad posible entre seres humanos convocados a ser hermanos. La
pasión por el Reino de Dios, es decir, por la realidad histórica, se convierte
en pasión cristiana por la primacía de los últimos. Jesús crea una especial sensibilidad
e interés por conocer y transformar las condiciones de vida en que se
encuentran los últimos de cada sociedad y de la humanidad en su conjunto.
Realiza una fuerte crítica y denuncia de los mecanismos de riqueza y poder que
causan esa situación, y un comportamiento por la emancipación de los
empobrecidos que tienen que constituir el centro de toda la vida colectiva
hasta que dejen de serlo. A Dios solo se le puede acoger construyendo un mundo
que tenga como primera meta la dignidad de los últimos.
Los últimos son los más necesitados de todo, de
comida, de aprecio social y humano, a los que no se les reconocen sus derechos,
los analfabetos, los que viven sin dignidad, esos, los pobres, los parados, los
sin techo, los que tienen hambre, los que desprecia casi todo el mundo, los
inmigrantes, los que viven años y años en campamentos de supervivencia, es
decir, los últimos, los nadie, los olvidados, los que sobran en esta sociedad,
todos esos son los primeros para Jesús, los que requieren toda su atención. Se
trata de una inversión radical de los valores y de la situación establecida.
Jesús corta por lo sano y lo dice sin rodeos “El que quiera ser el primero, que
sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9,35). Jesús es un raro, un
hombre extraño, todo lo saca de quicio. Un subversivo.
Como
conclusión, y ya termino, podemos decir que el Mensaje de Jesús es laico,
porque es lo más humano, y al mismo tiempo es lo más universal. Y lo más humano
y lo más universal es casi siempre lo más subversivo. Y podemos añadir que lo
más humano es también poder confiar plenamente en otro ser humano. Que estas
jornadas nos puedan servir para confiar un poco más en esa deliciosa y
conflictiva humanidad de Jesús.
Publicado por Carismatico Ec para IGLESIA DE A PIE -
Ecuador por la paz y la reivindicación el 10/21/2014.
4. JESÚS
ANTES DEL CRISTIANISMO , Alberto
Nolan
Resumen, mayo de 2009. PR. Sacado de “Libros
virtuales” en http://koinonia.org
ÍNDICE
1.
Tiempos de
crisis ayer y hoy
2.
Las opciones
de Jesús
3.
Las curaciones
4.
Testigo del
perdón de Dios
5.
La buena
noticia del Reino
6.
La venida del
Reino
7.
La
confrontación
8.
Quién es ese
hombre
9.
La fe en
Jesús
De
alguna manera, Jesús vivió el fin de una época, la del imperio romano y la de
su propia nación. Al darse cuenta de esto, buscó con su vida y su mensaje
aportar una respuesta a esta situación. Frente a la crisis global de
civilización que estamos viviendo, ¿qué nos pude decir hoy Jesús que nos
permita dar un paso cualitativo al servicio de la vida y de la organización social
y religiosa? ¿De qué manera puede ser válida su propuesta para nosotros?
A. TIEMPOS DE CRISIS
AYER Y HOY
Se ve un gran parecido entre el tiempo de
Jesús y el nuestro: estar en víspera de una catástrofe. Hoy la violencia se
hace cada vez más presente y más mortífera y puede acabar con la vida y la
existencia de nuestro planeta.
En tiempos de Jesús, quien
anuncia primero el fin de un tiempo es Juan Bautista. El remedio que propone es
que todas las gentes de Palestina se conviertan: así se podrá evitar la
desaparición. De hecho la destrucción de Jerusalén ocurrió en el año 70 y la
dispersión de los judíos en 135, por obra de los romanos.
B. LAS OPCIONES DE
JESÚS
Jesús vivió en esa misma época.
Para responder al llamado de Dios de aportar su grano de arena, primero se
identificó con Juan Bautista, pero luego inventó su propia propuesta.
1.
Primera
opción: seguir a Juan Bautista
Jesús decidió entrar en la visión y la opción de Juan
Bautista, para luego apartarse de ella. Pensaba Juan Bautista que se acercaba
el fin del mundo Y la solución era lograr una gran conversión de todo el pueblo
para preparar la venida de un salvador. Jesús se une a Juan Bautista y se hace
bautizar por él, para “encontrar” a este salvador. Esa fue la primera decisión
de Jesús.
2.
Segunda
opción: los pobres y oprimidos
Pero Jesús no se quedó sólo en un cambio personal.
Optó por un cambio estructural, tanto de la religión como de la sociedad. Y
optó para que sean los pobres los autores de este cambio personal y
estructural.
Jesús no era de la clase de los más pobres sino de la
clase media. Lo que lo llevó a hacer esta opción es la compasión que sentía por
la situación inhumana en la que se encontraban los más pobres: eran las
víctimas del sistema religioso y social. Por eso llora sobre Jerusalén al
pensar que “no quedará de ella piedra sobre piedra” si no hace caso a su
mensaje.
En tiempos de Jesús, los pobres abarcaban todos los
marginados y excluidos de la religión y de la sociedad que eran la inmensa
mayoría. Hizo el propósito de liberarlos y ayudarles a liberarse: creyó que
ellos eran capaces de conformarse en el Reino de Dios.
C. LAS CURACIONES
1.
En tiempos
de Jesús la medicina era muy rudimentaria.
Existían curanderos y exorcistas con irregular éxito.
Jesús actúo de manera diferente: no invocaba a Dios sobre ellos, sino que
confiaba en el poder de la fe, es decir, por una parte, su propia santidad de
él Jesús y, por otra, en la capacidad de la fe presente en cada persona: “Tu fe
te ha curado”. Para Jesús, la persona que tiene fe se asemeja a Dios: todo lo
puede. La fe “desplaza montañas”. Mientras Juan confiaba en el bautismo de
conversión, Jesús confía en el poder de la fe. No se trata de la fe en
doctrinas ni dogmas, sino de la fe en sí mismo, en su capacidad de curarse, de
lograr lo que se propone. En este caso la fe es el convencimiento de que algo
bueno tiene que suceder porque lo bueno triunfa sobre lo malo: es participar
del poder del mismo Dios.
2.
Lo
contrario de la fe es el fatalismo.
El fatalismo se había vuelto dominante en tiempos de
Jesús: nada se podía hacer. La práctica de Jesús fue despertar esta fe en los
pobres y oprimidos. La fe de Jesús surgía de sus acciones y convicciones, de
tal manera que sus oyentes querían tener la fe de Jesús: “Aumenta nuestra fe”.
Los discípulos de Jesús eran los que habían asumido su fe, y esta fe podía ser
despertada en otros, en todos, por el contacto personal: a eso fueron enviados
por Jesús.
3.
Un milagro
es un acontecimiento no habitual.
En tiempos de Jesús, se lo relaciona con Dios porque
se creía que Dios estaba tras todo acontecimiento bueno y fuera de lo normal.
No es necesaria pensar que se realizaba fuera de las leyes de la naturaleza,
como se suele pensar hoy. Nuestro maravilloso mundo es mucho más complejo y
llena de posibilidades, más allá de lo que podemos imaginarlo. “Lo hicieron
porque creyeron que no era imposible”.
4.
En cuanto
a si Jesús hizo milagros…
Parece las primeras comunidades cristianas insistían
principalmente en sus dichos y parábolas. Se piensa que Marcos, para dar sabor
a un texto de solo palabras y parábolas, añadiera acontecimientos milagrosos
que se contaban entre los pobres: ellos habían sido muy impactados por los
hechos de Jesús. Mateo y Lucas siguieron el mismo camino; Juan tuvo sus propias
fuentes, por eso habla de “signos milagrosos”. A pesar de no estar favorable en
hacerlo, Jesús realizó curaciones milagrosas, pero los milagros no eran para
Jesús lo más importante y decisivo. Sus milagros provienen de su capacidad de
compasión: liberar a la gente de sus sufrimientos y de su resignación fatalista
al sufrimiento. También quería despertar este poder milagroso, nacido de la
compasión, en todas las demás personas.
D. TESTIGO DEL PERDÓN
DE DIOS
1.
La opción
de Jesús por los pobres
Jesús optó por identificarse con los pobres, con
gentes de otra clase que él. Eso era inconcebible en su tiempo, porque era
aprobarlos, mientras la religión oficial los consideraba como desperdicios y
pecadores. Eso fue otro “milagro” de Jesús: juntarse con los pobres. Esta práctica
se llama la “comunidad de mesa” que Jesús practicaba en su casa de Cafarnaúm,
donde la conversación importaba más que la comida: “Hagan esto en memoria mía”.
2.
Revalorizó
a los pobres
Al invitar a los pobres y pecadores a su mesa y a ir a
comer a sus casas, Jesús le permitió superar la vergüenza, la humillación y el
sentido de culpa. Les dio un sentimiento de dignidad y de libertad: Jesús
liberó a los pobres de su cautividad. Además, al considerar a Jesús como un
profeta y un hombre de Dios, los pobres se sentían también aceptados y
perdonados por Dios. Jesús vivía el ejemplo del “padre pródigo” que acoge a su
hijo, habiéndolo perdonado de antemano.
3.
Sentido de
las curaciones
También las curaciones de Jesús podían ser vistas como
signos de perdón de Dios, ya que eran consideradas como la consecuencia de un
pecado personal o familiar. “Tus pecados son perdonados”, dijo Jesús a la mujer
que le ungió los pies de perfume y al paralítico que le trajeron abriendo un
espacio por el techo de la casa.
4.
Las 3
parábolas de la misericordia: buscar
y encontrar la oveja perdida, la moneda extraviada y al hijo perdido
Demuestran que Dios mismo se alegra de la búsqueda y
acogida de los pobres y pecadores, y los ha perdonado incondicionalmente. Jesús
hacía sentir a los demás libres y seguros.
E. LA BUENA NOTICIA DEL
REINO
1.
El Reino
de Dios
Para explicar su obra liberadora, Jesús recorrió a un
texto de Isaías particularmente significativa: aquel que leyó en la sinagoga de
Nazaret. La buena noticia a los pobres es la de su liberación. La venida del
Reino de Dios es para los pobres y oprimidos. Las bienaventuranzas que proclamó
Jesús para los pobres no tienen nada que ver con el cielo ni con una recompensa
en otra vida: “El Reino está en medio de ustedes”, porque van a dejar de ser
pobres. El Reino es una nueva comunidad, o sea una sociedad de personas
políticamente estructurada. El Reino “no es de este mundo” significa que sí,
está en este mundo, pero no es mundano, no se organiza según las normas de los
reinos de este mundo. En el mundo, Satanás sigue deteniendo el poder: con el
Reino anunciado por Jesús, se sustituye a Satanás por Dios, el mal por el bien.
Esa es la liberación que vino a traer Jesús.
2.
El Reino y
el Dinero
Dios y el Dinero son como 2 amos: la búsqueda del uno
se opone a la posesión del otro. Los 2 son incompatibles. Los dichos de Jesús
acerca del dinero son los más duros del Evangelio. Siempre se ha buscado
marginarlos o suavizarlos. El Reino es de los pobres, y los ricos, mientras
siguen siéndolo, no pueden entrar en él. En sus parábolas, el rico es condenado
por el mero hecho de serlo. El milagro de la multiplicación de los panes y los
peces fue el milagro del compartir: las cosas tienden a multiplicarse cuando se
comparten. Eso era lo que había entendido muy bien la primera comunidad
cristiana.
3.
El Reino y
el prestigio
En tiempos de Jesús, el prestigio era más importante
que el dinero: cada cual tenía su lugar fijado en la escala social. El
prestigio dependía del linaje, la riqueza, la autoridad, la educación y la
virtud reconocida. Los derechos y privilegios eran proporcionales al rango
social de cada cual. Los “sin prestigios” eran los excluidos de la sociedad.
Jesús se opuso a todo lo que significaba el prestigio porque lo asimilaba a una
de las estructuras fundamentales del mal. Al afirmar Jesús que el Reino es de
los niños, quería indicar que el Reino es de los que no tienen estatus, como
era el caso de aquellos. Todos podían entrar en el Reino, pero a condición de
dejar sus posesiones y su prestigio, haciéndose de los últimos y servidores de
todos. De la misma manera en que Jesús no promete a los pobres la riqueza sino
la plena satisfacción de sus necesidades, del mismo modo no promete a los
pequeños prestigio sino pleno reconocimiento de su dignidad de seres humanos.
Eso era pasar a ser personas. Esto no se puede dar sin una restructuración
total de la sociedad.
4.
El Reino y
el poder
La concepción del poder es otra diferencia entre el
Reino propuesto por Jesús y el de Satanás. Toda sociedad tiene que ver con el
poder, es decir con estructuras y lugar de decisión: eso es lo que llamamos
“política”. Jesús anunciaba que el Reino, el poder político divino, estaría en
manos de los pobres y los oprimidos. El poder del Reino de los pobres no va a
ser un poder de dominación y opresión, basado en la fuerza y la violencia: ese
es el poder del reino de Satanás; más bien, será de servicio, igualdad y
libertad, basado en el amor.
Las autoridades del tiempo de Jesús tenían un poder de
dominación basado en la interpretación de la ley. Jesús se opuso al mal uso de
la ley, que pasó a ser una carga insoportable, cuando tenía que ser un servicio
para la libertad y la fraternidad: “El sábado es para el hombre…”. El objeto de
la ley, que Jesús venía a llevar a su plenitud, es “la justicia, la
misericordia y la fidelidad”, o sea usar la ley para resolver las necesidades
humanas.
5.
El Reino y
la solidaridad
El reino de Satanás tiene solidaridad, pero ésta es
egoísta y exclusivista: uno ama a quien lo ama. En el Reino de Dios, la
solidaridad es universal: “Amen a sus enemigos”. No se trata por ejemplo de no
amar a la familia, sino de incluirla en una solidaridad más amplia. El
fundamento de esta solidaridad es la compasión, es decir esta emoción que surge
a la vista de una persona pasando necesidad, tal como sucedió al “buen
samaritano”.
6.
Un tiempo
nuevo
Para los palestinos como Jesús, el conocer el tiempo y
la historia no era cuestión de conocer fechas ni acontecimientos - tiempo
cuantitativo -, sino de conocer la clase de tiempo de que se trata - tiempo
cualitativo: “tiempo de llorar o reír, de guerra o de paz, de plantar o
arrancar…”. Se trata de nombrar la cualidad de lo que está sucediendo: no había
tanto sucesión de acontecimientos como identificación. Esto les permitía
entender el presente. Cuando no lo entendían, pensaban que Dios iba a
intervenir para dar sentido a lo que estaba ocurriendo. Ésta era la misión de
los profetas: descifrar el sentido del tiempo. Si el futuro iba a ser
totalmente diferente, se trataba de una nueva era.
Al anunciar la venida del Reino de Dios, Jesús
anunciaba un tiempo totalmente nuevo. El tiempo anunciado por Juan era de
condenación y miedo; el tempo anunciado por Jesús es de liberación y alegría:
“El vino nuevo en odres nuevos”. Para Jesús, los signos de esta novedad eran la
acogida de su mensaje por los pobres, las curaciones, la expulsión de los
demonios… manifestando que Dios viene no para castigar sino para salvar.
El Dios de Jesús era totalmente diferente del de la
concepción de sus compatriotas y es, en muchos casos, totalmente diferente del
de muchos cristianos de hoy. Para Jesús Dios se había compadecido de las
“ovejas perdidas de la casa de Israel”. Por esta razón el padre de la parábola,
cuando regresa su hijo, no lo rechaza ni reniega de él, no exige disculpas ni
que lo compense económicamente, no lo castiga ni lo reprende, no le pide
explicaciones. Lo que hace es abrazarlo, alegrarse y celebrar una fiesta. Por
esta razón Jesús llamaba a Dios “abba” o sea “papito”. Es el sentido de “la
señal de Jonás” el cual se irrita cuando Dios decide no castigar a los
ninivitas: “¿Y no voy a tener yo compasión de Nínive?”. Con Jesús Dios aparece
“cambiado”, por eso los tiempos también han cambiado: de ahora en adelante es
el tiempo de los pobres y oprimidos.
¿No estaremos viviendo un
tiempo semejante? ¿No estaremos dejando atrás el “tiempo de Juan Bautista”, el
tiempo de las condenas y de los castigos? ¿No estará llegando el tiempo de los
pobres y los oprimidos? ¿No estará terminándose en tiempo de las catástrofes
humanitarias por causa de la maldad humana organizada en sistema político y
económico?
F. LA VENIDA DEL REINO
SEGÚN JESÚS
El Reino es una utopía, es decir
algo más grande de nuestras posibilidades actuales. Pero la fe de Jesús hacía
pensar que “para Dios nada es imposible”. Jesús quería crear las condiciones
que hagan posible al hombre ser libre para que se decida a eso. Para Jesús, el
Reino es una conquista y un don que se recibe de Dios. En esto consiste el
milagro: desencadenar este poder en cada persona, porque es un poder que está a
la vez en nosotros y más grande que nosotros. Para Jesús, este poder nacía de
la fe que lo libera en nuestro mundo interior. Jesús no descartó ningún
esfuerzo para despertar esta fe en el Reino: esa era la buena nueva que lo
hacía hablar, vivir, hacer curaciones, entregar la vida. Cuando esta fe será
bastante fuerte y extendida en el mundo, se producirá el milagro del Reino.
La fe en el Reino no es sólo la
creencia en esta verdad, sino la decisión de comenzar a hacerlo realidad en la
vida propia. La transformación del corazón y de la mente tiene que ir a la par
de un cambio de vida y de estructuras. Esa es la verdad del Reino: es la plena
realización de la humanidad. Si es verdad, es posible. Esta fe nace de la
compasión: los sufrimientos de la humanidad no son su destino; su destino son
la libertad y el amor. La fe, la esperanza y la compasión son las semillas del
Reino que viene, tan pequeñas como el “grano de mostaza” que se hace un arbusto
muy grande.
Pero, ¿existe la posibilidad que
llegue este Reino anunciado por Jesús? Esa era la fe de Jesús. Para él, la
garantía de esta fe era la existencia de Dios. Creer en Dios era creer que el
bien triunfará del mal, de la mentira, del poder de Satanás. Jesús pensaba en
la venida próxima del Reino porque intuía la destrucción de su pueblo por los
romanos. Había que escoger entre el Reino y la catástrofe. El Reino era “el
tesoro escondido y la perla preciosa” que hay que descubrir y elegir, más allá
de todo el resto. La inminencia del Reino no era una certeza sino una
oportunidad.
De allí proviene la necesidad y la
urgencia de la misión, sin “mirar atrás”, sin perder tiempo a “enterrar a los
muertos” ni a “visitar a los amigos en el camino”. Hay que “dejarlo todo” por
permitir esta oportunidad de la venida del Reino. Esto era lo urgente para la
Palestina de Jesús que iba a su destrucción. Había que hacer posible que en
lugar de la catástrofe viniera el Reino. Quiénes hubieran puesto su seguridad
en el dinero, el poder, el prestigio, lo perderían todo, tanto en el Reino como
en la catástrofe. En el Reino, estas falsas seguridades no tienen cabida: no es
que habrían sido excluidos del Reino, sino que se habrían excluidos ellos
mismos. A Jesús no le falló la profecía, le falló la gente…
G. LA CONFRONTACIÓN
1.
Política y
religión
Jesús fue procesado, sentenciado y ejecutado por el
procurador romano Poncio Pilato, acusado de alta traición, la de querer
“restaurar la nación palestina” contra la voluntad de los romanos. En ese
período miles de rebeldes fueron crucificados a la manera de Jesús. ¿En qué
sentido fue político y revolucionario Jesús?
Hay que decir primero que en tiempos de Jesús no se
hacía diferencia entre política y religión. El problema de los judíos con los
romanos era un problema político-religioso. Lucas, en los primeros capítulos,
presenta a Jesús como el “liberador de Israel” del yugo romano. Jesús se
propuso esta liberación, pero no de la manera que lo esperaban sus
compatriotas. Para Jesús como para los profetas, sin la transformación del
corazón y del mismo Israel, sería imposible la liberación de cualquier tipo de
imperialismo. Si los judíos seguían dando culto al dinero, al poder y al
prestigio, el derrocamiento de los romanos no los hubiera hecho más libres.
Jesús buscaba un mundo cualitativamente distinto: el Reino de Dios. Jesús
percibió que la opresión y explotación no era la exclusividad de los judíos. La
protesta de las autoridades judías contra Roma era hipócrita, porque la
dominación romana les quitaba dinero. Ese es el sentido de la frase de Jesús:
“Den al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”. Para Jesús, no
sólo había que derribar el dominio romano, sino el dominio judío… por el camino
de la compasión.
La “política” de Jesús era mucho más profunda y
radical que la, interesada, de las autoridades judía, los Zelotes y los
Esenios. Jesús desenmascaró las estructuras políticas, económicas y religiosas
porque eran al servicio del dinero, el poder y el prestigio, y no al servicio
de la compasión y la solidaridad. El salario dado por igual a todos los
trabajadores de la parábola no es injusto con referencia a los que trabajaron
más, sino que el patrón sintió compasión por los que llegaron más tarde y les
dio a todos un denario, o sea lo que necesitaban para vivir dignamente ese día.
La “justicia” de los primeros carecía de compasión. El hijo mayor de la
parábola reclama a su padre porque no comparte su compasión con el hijo
“perdido y encontrado”.
Jesús no apoyó a los Zelotes ni a los Esenios por ser
demasiados políticos, sino por ser demasiados religiosos: no era la compasión
que los movía, sino sólo el celo por la ley. Los que movía a los Fariseos,
Sacerdotes, Escribas… a oprimir a los pobres era su fanatismo religioso. Esto
los excluía del Reino; no era el caso de “los pecadores y las prostitutas”,
porque eran más listos a reconocer su maldad y a entrar en el Reino. Jesús
estaba atareado en una revolución de la religión, de la política y de toda la
vida.
2.
El
incidente del templo
Después de poco tiempo se unieron en Jesús 2
circunstancias: la oposición a Jesús de parte de los dirigentes judíos que lo
querían matar y las expectativas mesiánicas de gran parte del pueblo que lo
querían hacer rey. Por sentir que no era una situación propicia, Jesús se
retiró en lugares solitarios para la instrucción de sus discípulos. Lo que le
dio a Jesús fama nacional, fue el incidente de la “purificación del templo”,
que Juan sitúa al principio de su ministerio y los demás evangelistas al final.
La preocupación de Jesús provenía de los abusos
relacionados con el dinero y los negocios en torno al templo de Jerusalén: eso
era la explotación económica de la devoción y piedad populares con la
complicidad de los sumos sacerdotes. Jesús hizo esto con un grupo de sus
discípulos: ¿cómo iba a botar sólo a tanta gente? Fue un gesto premeditado e
impactante: Jesús estaba a la cabeza de la expulsión con “un látigo”; lograron
que no volvieran a entrar más en el Templo (tal como lo da a entender Mateo).
El tumulto fue algo significativo ya que las autoridades judías vinieron a
buscar un compromiso con Jesús. Pero esto no era más que una maniobra temporal:
las autoridades no lo podían permitir más influencia por parte de Jesús y
decidieron “acabar con él”. Por eso, un tiempo (¿largo?), Jesús se convirtió en
fugitivo fuera de su propia región. Al regresar a Jerusalén “no se mostraba en público”
… Él y sus discípulos eran buscados y hasta necesitaban defenderse: “¡Venda su
manto y compre un espada”!
3.
La
tentación de la violencia
Los judíos esperaban un Mesías que les gobernara como
rey, para restaurar el reino de Israel. Jesús no aceptó ser esta clase de
“rey”: lo veía como una tentación de Satanás. Esto pasó una primera vez cuando
la gran concentración donde se “multiplicaron los panes”. Al ver que lo querían
hacer rey, después de haber obligado a sus discípulos a retirarse y despedido a
la gente, Jesús se retiró en un lugar solitario. La segunda ocasión fue con
Pedro cuando le dijo que era “el Mesías” y que se guardara de “subir a
Jerusalén”: Jesús le prohibió afirmar tales cosas y le dijo que era para él
¡“Satanás”! Pedro pensaba en términos de poder y de fuerza.
No existe prueba de que Jesús pensara que la fuerza y
la violencia no deberían ser empleadas jamás. Usó la fuerza para sacar a los
mercaderes del templo; invitó a tomar espadas para protegerse… Sí, pensaba que
el reino no pude ser alcanzado por la fuerza. La cuestión era: ¿No podía la
situación actual exigir utilizar la fuerza y la violencia para logra la conversión
y la liberación? En el tiempo y las circunstancias que les tocó vivir, Jesús
decidió que el empleo de la fuerza sería perjudicial. Es posible que Jesús
hubiera aceptado ser rey-Mesías si todo el pueblo hubiera aceptado el camino
del Reino, porque no hubiera sido un título de honor, sino de servicio. Por
otra parte, los paganos hubieran sido introducidos en el Reino no por el poder
de las armas sino por la fuerza de la fe y de la misericordia de todo un
pueblo.
4.
La función
del sufrimiento y de la muerte
Los judíos tenían una larga tradición de sufrimientos
y persecuciones. Eran capaces de luchar y de morir antes que abandonar el
cumplimiento de la ley. La figura de los profetas se confundía con la de
mártires. Además, la muerte era considerada como un tributo ofrecido a Dios y
una expiación de los pecados personales y colectivos.
Jesús y sus discípulos estaban dispuestos a la
persecución y a la entrega de la propia vida, tal como lo firmaron Jesús y
Pedro. La buena nueva de Jesús llamaba “bienaventurados” a los perseguidos por
el Reino. Seguir a Jesús exigía renuncia a toda posesión, poder y prestigio,
abandono de la familia: “negarse a sí mismo” y “tomar la cruz”. Jesús sabía que
acabar con la opresión de los pobres le iba a traer muchos sufrimientos y tuviera
que pagar el precio alto de tal opción. La compasión es capaz de aniquilar el
sufrimiento ajeno, pero a condición de sufrir con y en nombre de los que
sufren.
Por esta causa, Jesús aceptó el don de su vida: “Quien
salve su vida la perderá y quien pierda su vida, la salvará”. Jesús no pensaba
en recobrarla en un mundo futuro: la vida se salva cuando se la entrega. El que
teme la muerte, ya está muerto, mientras que quien ha perdido el temor a la
muerte, vive de verdad. Jesús veía su muerte como un servicio: moría él para
que otros puedan vivir.
Jesús decidió morir en Jerusalén. Quería despertar la
fe en el Reino a partir de su muerte en la capital; por eso “subió a Jerusalén”
para enfrentar la muerte, consciente y libremente, sin saber cuáles iban a ser
las circunstancias exactas. Jesús creía en la resurrección, pero ignoraba las
circunstancias. La expresión “resucitar al 3º día” pueda ser que no sea de
Jesús; sus discípulos no hubieran sido tan incrédulos frente a ella. Jesús
simplemente confiaba en Dios sobre lo que quedaría de él, de sus palabras, de
su vida y de su muerte. Él tenía que cumplir la misión de hacer lo imposible
para que llegara el Reino. El resto pertenecía a Dios.
5.
El proceso
Los evangelistas buscan disculpar a Pilato para hacer
ver que los judíos eran más culpables que él. Los judíos lo entregaron a Pilato
porque Jesús se decía “Mesías o Rey de los judíos”. Era conveniente para los
judíos que Jesús no alborotara a la gente haciéndole creer que ya venía el
Reino. Un alboroto no gustaría a Pilato y vendría alguna matanza: “Más vale que
un solo hombre muera…”. No había motivos religiosos, sino intereses del Sumo
Sacerdote, Caifás, para mantener con los romanos relaciones normales y
beneficiosas. Este, al entregar a Jesús, colaboraba con Pilato para evitar
cualesquiera desmanes. Hubo 2 traiciones: la de Judas que entregó a Jesús a las
autoridades judías y la de las autoridades judías al entregarlo a Pilato.
Caifás no fue a la altura del reto que suponía Jesús ni tampoco Pilato.
Lo más notable del proceso es que Jesús no se defendió
ni justificó su conducta, sino que guardaba silencio, diciendo unas pocas
palabras. El silencio de Jesús condenaba a los que lo acusaban y condenaban.
Pilato no buscaba la verdad sino su tranquilidad, por eso lo condenó a muerte.
Los discípulos quedan muy mal: Judas lo entregó, Pedro
lo negó y los demás huyeron. Sólo Jesús superó la prueba de ir hasta lo máximo.
Su verdad silenciosa juzga a todo hombre, según se va ubicando, con Jesús o
contra Jesús, con su proyecto o contra él.
H. “¿QUIÉN ES ESE
HOMBRE?”
Se subestima a Jesús de 2 maneras:
cuando se lo reduce al “mayor maestro religioso” y cuando se insiste mucho en
su divinidad. Hay que ver a Jesús como hombre, el “hombre perfecto”, de
extraordinaria independencia, de inmenso valor, de profundidad excepcional, de
autenticidad sin precedente. Su grandeza está en su humanidad. Para él, ninguna
tradición era tan sagrada que no pudiera ser cuestionada, ninguna autoridad tan
grande que no pudiera ser contradicha, ninguna doctrina tan fundamental que no
pudiera ser cambiada. En Jesús no hay rastro de miedo. No se sentía disminuido
al convivir con los pobres, los pecadores, las mujeres, las prostitutas, los
enfermos… En todo momento se sentía libre, sin ser jamás hipócrita.
No
se atribuyó ningún de los títulos que le solemos dar, ni siquiera “hijo del
hombre” porque eso no era ningún título. Era una manera de decir simplemente
“yo, como hombre”, tal vez con un fuerte toque de dignidad y solidaridad con
todos los hombres. La identidad de Jesús es su humanidad y deseaba ser aceptado
sin ningún título ni función especial. Prefirió manifestarse como servidor,
apoyando esto por el lavado de los pies de sus discípulos y los cantos del
Siervo sufriente de Isaías.
Jesús tenía autoridad,
pero, curiosamente, no sobre las personas que hubieran tenido que obedecerle,
sino sobre los demonios, las enfermedades, el viento, el agua… Su autoridad
sobre el mal venía el poder de su fe y del poder de despertar la fe en los demás.
Jesús era seguro de sí mismo y quería que los demás también lo fueran, con
relación a él, a ellos mismos y a la venida del Reino. Estaba seguro de la
verdad de sus palabras y sus opciones, y quería que se obedeciera esa verdad,
porque “la verdad les hará libres”. La verdad no necesita ser probada, se
satisface a sí misma: esa era la convicción de Jesús.
Jesús
anidaba una experiencia única de estrecha intimidad con Dios, hasta llamarlo
“papito Dios” (abba). Esa experiencia del “abba” era la experiencia de Dios
como padre compasivo. Esto significaría que Jesús experimentaba el poder
creador de la compasión y del amor: la compasión y el amor poseían a Jesús y lo
acercaban a Dios. “El que ama, conoce a Dios”. Si Dios es compasivo, hay
esperanza para la humanidad: el bien triunfará sobre el mal y el Reino vendrá.
La “solidaridad” de Jesús con Dios le reveló la necesaria solidaridad con el
hombre y con la naturaleza hasta las últimas consecuencias.
I. LA FE EN JESÚS
1.
La fe de
los discípulos
Jesús no fundó una organización, sino que inspiró un
movimiento. Luego dicho movimiento se transformó en organización. El
“movimiento de Jesús” era formado de gentes muy distintas: pobres, campesinos,
mujeres, zelotes, fariseos, publicanos, maestros de la ley, judíos de la diáspora,
galileos, samaritanos, gentiles… Luego cada uno de estos grupos recordó a Jesús
a su manera. Al mismo tiempo se tuvo la sensación que Jesús era insustituible,
aún después de su muerte. Experimentaron que la presencia de Jesús los seguía
guiando e inspirándolos: era la herencia de su Espíritu que seguía viva. Los 12
sintieron que Jesús había continuado con ellos después de su muerte, y las
mujeres que habían encontrado la tumba vacía: Jesús había resucitado.
Luego descubrieron los discípulos que nadie podía ser
más grande que Jesús. Dios lo habrá exaltado a su derecha, haciéndole Mesías,
Señor, Piedra angular, Hijo predilecto… Jesús fue comprendido como ruptura
decisiva en la historia de la humanidad: su palabra era Palabra de Dios.
2.
La fe
nuestra
Creer en Jesús hoy significa compartir estas mismas
opiniones sobre él. Si relegamos en un segundo lugar a Jesús y lo que
representa, lo estamos negando: Jesús es un asunto de vida o de muerte. Negar
su divinidad es entregar a otros dioses. En la juventud, Jesús está vivo,
mientras ha muerto el “Dios tradicional”. Jesús dio una nueva imagen de Dios:
creó una ruptura. No se trata de rechazar el Antiguo Testamento sino
reinterpretarlo a partir de las palabras y los hechos de Jesús: Dios es ese
padre-madre absolutamente compasivo con toda la humanidad. Ese Dios no desea
ser temido ni obedecido, sino ser reconocido en los pobres y oprimidos, para el
compromiso irrevocable de su liberación. En Jesús se unió lo humano y lo
divino: por eso se sentía en total armonía con Dios.
La fe queda entonces definida no tanto como creencias
sino como el modo de creer y vivir a la manera de Jesús. No se trata de repetir
lo que dijo e hizo Jesús, sino de interpretar los signos actuales de los
tiempos y enfrentarlos con el espíritu de Jesús, partiendo siempre de la
compasión con todos los que pasan hambre, enfermedades, humillación, opresión,
explotación… Se trata de valorar la dignidad de toda persona y defenderla
cuando está pisoteada. Se trata de liberarnos juntos desde los procesos
populares, a la manera de Jesús.
En los signos de los tiempos habrá que reconocer como
fuerzas del mal, todas aquellas que actúan contra el hombre, contra la vida,
contra la naturaleza. El sistema de organización mundial está gobernado por
Satanás. La liberación de estas estructuras de pecado va a la par de una
conversión personal: convertirse a la compasión para luchar por derribarlas,
con todas sus consecuencias. El único poder para lograrlo es una fe que crea en
ello, porque la fe en el poder del bien, de la verdad y de la belleza, o sea el
poder de Dios. Nuestros incentivos son los de Jesús: la fe y la compasión.
Si no luchamos por la
venida del Reino, nuestro mundo va irremediablemente a la catástrofe. Si
dejamos que se conmueva los cimientos mismos de nuestra vida, descubriremos que
Jesús ha despertado en nosotros. Si luchamos para la liberación de la
humanidad, haremos la experiencia de que la alternativa del Reino está en
marcha. Pero, la decisión es nuestra.
5. LOS MILAGROS
DE JESÚS EN
LOS EVANGELIOS SINÓPTICOS :
Posibilidad e
historicidad. Jesús PELÁEZ.
CONTENIDO
1)
Posibilidad
del milagro
-
Santo Tomás de
Aquino
-
Benedicto 16
-
Rudolf Bultmann
-
Reflexiones
2)
Historicidad
del milagro
-
Precisiones en
torno a los milagros del Evangelio
-
Los milagros de
Jesús y la historia
El
material narrativo referido a los milagros en sentido amplio (señales y
prodigios, exorcismos, curaciones y resurrecciones o reanimaciones de muertos)
ocupa en el Nuevo Testamento un lugar privilegiado, especialmente en los
Evangelios y en los Hechos de los Apóstoles (1). Este material, sin embargo, no
es homogéneo y está formado por relatos de milagro, propiamente dichos,
sumarios en los que se alude a la actividad taumatúrgica de Jesús y citas o
alusiones a dicha actividad.
Para
situar el estudio del milagro en su contexto adecuado es preciso hacer una
observación previa: Jesús no tuvo en su tiempo la exclusiva de los milagros,
pues según el Nuevo Testamento también obraron milagros (ya fuesen curaciones,
resurrecciones de muertos o exorcismos) los discípulos de Jesús, Pablo, los
adeptos de los fariseos (Lc 11,19), un personaje anónimo que no pertenecía al
grupo de discípulos (Lc 9,49) y diversos miembros de las comunidades cristianas
primitivas que tenían el don de curaciones o de exorcismos (1 Cor
12,9.10.28-30; 2 Santiago 5,14-16). Por lo demás, de los falsos mesías y
profetas se dice en los evangelios que harán señales y prodigios que no hay que
creer (Mc 13,22; Mt 24,24).
El
tratamiento de los milagros de Jesús plantea al lector moderno dos cuestiones
al menos:
-
La primera
versa sobre la posibilidad del milagro
y proviene del concepto mismo de milagro, que se rechaza a priori antes de
cualquier examen de los textos. El hombre de hoy está convencido de que los
milagros pertenecen al pasado, a otra mentalidad. Como heredero del
racionalismo, lo que pone en duda no es ya la historicidad del milagro, sino su
misma posibilidad. En su mentalidad, todo fenómeno que se declare
"milagro" posee una explicación natural que hay que descubrir.
-
La segunda
cuestión se sitúa a nivel histórico y
puede formularse así: ¿los relatos de milagro del Nuevo Testamento refieren
hechos realmente sucedidos o son más bien el producto de un desarrollo
cristológico efectuado bajo el influjo de la fe en Jesús, cuya finalidad fue la
de presentarlo como un taumaturgo u hombre divino, a la manera de los hombres
divinos de la época?
Nuestro
trabajo tratará de dar respuesta a estas dos cuestiones.
A. POSIBILIDAD DEL
MILAGRO
Ni
los evangelistas ni los Padres de la Iglesia se cuestionaron la posibilidad del
milagro (2). Los Padres insisten ante todo en el carácter de "signos de
salvación" que tienen los milagros, considerándolos desde el punto de
vista de la fe. Los milagros y lo milagroso ocupa menos lugar en su teología
especulativa que en sus sermones o meditaciones. Respecto a la posibilidad del
milagro su actitud no es crítica, sino dogmática y consiguientemente
apologética: se interesan ante todo por el encuentro del creyente con Dios a
través de este signo que se le dirige, sin plantearse ni cuestionar en modo
alguno su posibilidad y dando por supuesta su historicidad.
-
San Agustín
Con San Agustín el estudio de los milagros da un paso
adelante: el milagro no ocurre contra la naturaleza, sino contra lo que
nosotros conocemos de ella (3), por eso lo define en estos términos:
"Llamo milagro a lo que es contrario a la expectativa o la capacidad de
aquél que lo admira" (4), y para subrayar lo inexacto de nuestra manera de
hablar dice: "Nosotros, impropiamente, decimos que Dios hace algo
contrario a la naturaleza cuando es contrario a nuestro conocimiento de ella. Y
llamamos naturaleza a lo que no es más que el curso acostumbrado y conocido por
nosotros de la naturaleza". .. Y añade: "Pues Dios, creador y origen
de todas las naturalezas, no hace nada contra la naturaleza, y a cada cosa le
resultará natural lo que él haga, puesto que de él proviene todo el orden, el
ritmo y la regulación de la naturaleza"(5). Para San Agustín, en el milagro
no hay excepción alguna a las leyes de la naturaleza, pues la excepción de una
ley física, en cuanto prevista por Dios desde toda la eternidad, pasa a formar
parte de la misma ley."
Con esta mentalidad, San Agustín hace en su tratado De
Trinitate una enumeración de relatos bíblicos que considera
"milagros", entendidos como "hechos inusitados o
insólitos". Para él son milagros "la lluvia que Dios envió gracias a
la oración de Elías, los truenos que acompañaban la manifestación de Dios en el
Sinaí, la conversión del agua en vino en Caná, el reverdecimiento de la vara de
Aarón, la conversión del bastón de Moisés en serpiente, la resurrección de los
muertos en Ezequiel, la producción inicial de las especies, la procreación sin
unión de sexos, la conversión del pecador y los prodigios de los magos del
faraón. En su tratado De Genesi ad litteram, también considera milagros la
creación de Eva de la costilla de Adán, el nacimiento virginal de Cristo, la
fecundidad de Sara, anciana y estéril, el discurso de la burra de Balón, etc...
De esta enumeración se
deduce la indefinición del concepto de milagro en este autor. Fenómenos
meteorológicos (truenos, lluvia), mágicos (prodigios de los magos o vara de
Moisés), simbólicos (resurrección de los muertos de Ezequiel) y legendarios
(reverdecer de la vara de Aarón, discurso de la burra de Balón) son
considerados milagros. Debido a planteamientos teológicos, San Agustín llama
igualmente milagro al nacimiento virginal de Cristo, la fecundidad de Sara o la
conversión del pecador. Otros fenómenos que no se plantean en las Escrituras,
como la producción inicial de las especies y la procreación sin unión de sexos,
los considera también milagros, guiado por planteamientos de carácter
filosófico.
-
Santo Tomás de
Aquino
Santo Tomás representa el polo opuesto a San Agustín y
su definición de milagro sentó cátedra en la posteridad. Para éste, Dios actúa
en los milagros al margen de las causas segundas o al menos de las causas
conocidas por nosotros. De este modo reconoce un sólo tipo de milagro, el
obrado por Dios, o por Jesús, verdadero Dios, cuando el efecto producido en la
naturaleza, personas o cosas, trasciende las fuerzas de toda naturaleza creada,
humana o angélica. El milagro es algo que tiene lugar al margen del orden
natural (prometer ordinen totis natura), quedando relegado su carácter de signo
a un segundo plano. Con este planeamiento, le da un giro de 180 grados al
concepto de milagro.
Pero Santo Tomás no se limita, como San Agustín, a
enumerar los milagros, sino que los clasifica en cuatro grupos según afecten a
sustancias espirituales, cuerpos celestes, hombres y creaturas irracionales, a
saber:
-
Sustancias
espirituales como demonios o
ángeles (liberación de los hombres del poder de los demonios, apariciones de
ángeles en el nacimiento, resurrección y ascensión de Jesús).
-
Cuerpos
celestes: la estrella en el cielo
en el nacimiento de Jesús o el oscurecerse del sol (tinieblas) en su muerte.
-
Hombres. Entre los milagros que afectan a los hombres
distingue dos grupos: unos atañen al cuerpo, como las curaciones y
resurrecciones de muertos; otros, al alma y a los comportamientos humanos como
el hecho de Leví que lo deja todo para seguir a Jesús, o de Jesús que
"arroja a los que vendían y compraban en el templo" o la escena del
huerto en la que, a las palabras de Jesús, los que lo buscaban
"retrocedieron y cayeron a tierra", etc.
-
Creaturas
irracionales. En este cuarto
grupo se encuentran los relatos de la pesca milagrosa, la multiplicación de los
panes, la didracma en la boca del pez, la higuera seca, pero también diversos
fenómenos que acompañaron a la muerte de Jesús como el rasgarse del velo del
templo, el abrirse de los sepulcros y el temblor de tierra rompiendo las rocas,
etc.
Por
esta clasificación se puede comprobar que Santo Tomás agrupo bajo el concepto
de milagro hechos del género más diverso. Santo Tomás se muestra más interesado
por el taumaturgo y el hecho del milagro en sí que por el beneficiario del
mismo y el significado de la actuación del taumaturgo, no cuestionándose en ningún
momento la posibilidad del milagro ni su historicidad, que la da por supuesta.
Subrayando el carácter de prodigio que tiene el milagro, Santo Tomás se ha
olvidado de su carácter de signo, interesándose del qué y no del por qué y el
para qué del milagro. La mentalidad de los Padres está más cerca del concepto
de milagro de los Evangelios que la de Santo Tomás, que será el punto de
partida para la crítica racionalista a los milagros al dar una definición de
milagro ajena a los textos bíblicos: el milagro como algo que tiene lugar al
margen del orden natural (praeter ordinem totius naturae).
A
una clasificación semejante a la de Santo Tomás llegaría por otro camino R.
Bultmann algunos siglos después, como puede verse por el cuadro adjunto (6):
Santo Tomás |
Bultmann |
milagros sobre las
sustancias espirituales milagros sobre los
cuerpos celestes milagros sobre los
hombres milagros sobre las
creaturas irracionales |
exorcismos narraciones históricas o
leyendas curaciones o
resurrecciones de muertos milagros de naturaleza |
-
Benedicto XIV
La dimensión de signo que tiene todo milagro se
recuperaría con Benedicto XIV quien, siendo cardenal, escribió una obra sobre
los milagros que más tarde, ya de pontífice, refrendó con dos cartas
apostólicas en las que acepta denominar también milagros a los realizados por
medio de ángeles u hombres, durante su vida o después de la muerte. Benedicto
XIV distingue unos milagros mayores -aquellos que, según Sto. Tomás,
"sobrepasan los poderes y facultades de la naturaleza invisible e
incorpórea, visible y corpórea": son los obrados por Dios; y otros
menores: "los realizados por un poder creado, desconocido para nosotros,
al margen del orden natural que conocemos". Como puede constatarse, la
definición de Sto. Tomás se mantiene.
Para que haya milagro, sin embargo, no basta con que
el hecho trascienda las fuerzas inherentes al mundo visible, sino que es
necesario que éste se realice con una finalidad religiosa, por lo que para
Benedicto XIV los milagros realizados por demonios no son tales, sino
pseudomilagros, cuando actúan como instrumentos o ministros de Dios para
castigar a los malos. Esta segunda nota -la finalidad religiosa- que debe tener
todo milagro servirá para distinguir los verdaderos de los falsos milagros, en
orden a los procesos de canonización de los santos.
-
Rudolf
Bultmann
Frente a la postura fideísta que representa la
aceptación de la posibilidad del milagro, se alza la postura racionalista que,
partiendo grosso modo de la definición de milagro de Santo Tomás, como
excepción de las leyes de la naturaleza, niega la posibilidad del milagro o no
se interesa por dar respuesta a esta pregunta, por considerarla de poca
importancia para el creyente
La conocida frase de Evely "Nuestros mayores
creían gracias a los milagros; nosotros creemos a pesar de ellos" (7) pone
de manifiesto que los milagros son para el creyente moderno más un obstáculo
para su fe que una ayuda. Algo semejante había dicho varios siglos antes
Rousseau, uno de los padres de la cultura moderna: "El apoyo que se quiere
dar a la fe es el mayor obstáculo contra ella. Quitad del evangelio los
milagros, y toda la tierra quedará a los pies de Jesucristo" (8).
Esto es lo que intuía probablemente R. Bultmann cuando
escribió que "la fe cristiana no tiene el más mínimo interés en probar la
posibilidad o la realidad de los milagros de Jesús en cuanto sucesos del
pasado" y que "lo contrario sería simplemente un error" (9).
Para Bultmann sólo hay una acción de Dios que supera las leyes de la naturaleza
y, por tanto, un único milagro: la revelación. Por eso "la mayoría de los
relatos de milagro contenidos en los evangelios son leyendas o por lo menos
están revestidos de leyenda". Bultmann no niega que Jesús realizase
ciertas acciones que, en su espíritu y en el de sus contemporáneos, fuesen
consideradas milagro, pero dice que nosotros no estamos ni mucho menos
obligados a creer que éstas escapen, como fenómenos visibles y objetivos, del
determinismo de la naturaleza. Para Bultmann, al igual que para los
racionalistas, milagro es, siguiendo la definición que arranca de Santo Tomás,
"algo que tiene lugar al margen del orden natural"; todo milagro
supone, por tanto, una excepción a las leyes de la naturaleza; y, como tal excepción,
es imposible.
Bultmann (10) distingue entre Mirakel (milagro) y
Wunder (prodigio). Por Mirakel entiende un suceso que constituye una excepción
en las leyes de la naturaleza; en este sentido afirma que el milagro no es
posible. La fe, para Bultmann, no se interesa por el Mirakel, sino por el
Wunder, esto es, por el acontecimiento en la naturaleza reconocido como obra de
Dios. Bultmann deja, por tanto, a un lado el hecho al que se refiere el relato
de milagro y se queda con su significado. Lo que le importa no es la realidad
histórica que subyace al relato, muchas veces imposible de descubrir,
explicable por causas naturales o simplemente inexistentes, sino el sentido que
tiene el relato de milagro para la fe del creyente, independientemente del
hecho al que se refiera.
En consecuencia, se pregunta Bultmann qué es lo que ha
podido originar los relatos de milagro, para concluir que la imagen de
Jesús-taumaturgo ha nacido del ambiente judío, que atribuía a los rabinos
hechos maravillosos, y del ambiente helenístico, que los atribuía a taumaturgos
como Apolonio de Tiana. Según Bultmann, el cristianismo no se habría extendido
de no haber sido presentado Jesús como taumaturgo, de modo que los milagros
fueron inventados por quienes narraban tales historias. Pensando así, Bultmann
entregaba sin reservas los milagros a la crítica histórica, para que fuese ésta
y no la fe la que tuviera la última palabra sobre los hechos y su historicidad.
Heredero del racionalismo, Bultmann interpreta
filosóficamente la mentalidad científica de nuestro tiempo y declara que los
milagros son ininteligibles en un mundo sometido a la ciencia: "Los
milagros del Nuevo Testamento se han acabado como milagros... No es posible
utilizar la luz eléctrica y los aparatos de radio, acudir en los casos de
enfermedad a los remedios médicos y a las clínicas modernas, y al mismo tiempo
creer en el mundo de los espíritus y de los milagros del NT. El que crea que
puede hacerlo hace incomprensible e imposible para nuestro tiempo el mensaje cristiano
(11).
Con este prejuicio filosófico, Bultmann suprime la
posibilidad de llegar a través de los relatos de milagro a los auténticos
hechos de Jesús, olvidando que los evangelistas confiesan transmitir no
solamente las palabras de Jesús, sino también sus obras (Lc 1,1; cf. Jn 21,25).
Con anterioridad a Bultmann, diversos autores
contribuyeron, con su forma de pensar, a considerar que los milagros eran más
obstáculo que ayuda para la fe. R. Latourelle ha reunido en el capítulo segundo
de su obra Milagros de Jesús y teología del milagro (12) una lista de autores,
anteriores a Bultmann, cuyo pensamiento ha sido la causa originante de que el
hombre de hoy se sienta incómodo ante los milagros. Transcribimos algunos
textos de diversos autores:
-
Baruc Spinoza en su Tractatus teologico-politicus (Hamburgo 1670)
dice: "Si en la naturaleza ocurriera algo que contradijera sus leyes
universales, estaría también en contradicción con el decreto, con el
entendimiento y con la naturaleza de Dios; y si se admitiese que Dios actúa en
contra de las leyes de la naturaleza, sería preciso admitir también que actúa
en contra de su propia naturaleza, lo cual sería totalmente absurdo". Y
añade refiriéndose a los milagros: "No hay duda de que todo lo que se narra
en la Escritura ha sucedido naturalmente siguiendo las leyes de la naturaleza,
como todo cuanto acontece".
-
David Hume (1711-1776) en su Ensayo sobre el entendimiento
humano no niega que el cristianismo haya estado acompañado de milagros en sus
comienzos, pero considera que es insensato hablar hoy de ellos. A juicio de
Hume, "la gran mayoría de los hombres es un montón de beatos, de
ignorantes, de gente astuta y de bribones".
-
Voltaire, en su Diccionario filosófico, insiste en la línea de
Spinoza: "Un milagro es la violación de las leyes matemáticas, divinas,
inmutables, eternas. Por esta sola razón, un milagro es una contradicción in
terminis". Dios "no podía descomponer su máquina, a no ser para que
funcionara mejor; pues bien, está claro que, siendo Dios, hizo esta inmensa
máquina tan buena como pudo; si hubiese visto que en ella podría surgir alguna
imperfección derivada de la naturaleza, habría buscado el remedio desde el
principio; así, no habría que cambiar nada". Imaginarse que Dios ha hecho
milagros en favor de los hombres, de esas "hormigas", de ese
"puñado de barro", es indigno de Dios. "Atreverse a suponer
milagros en Dios es realmente insultarle (si es que los hombres pueden insultar
a Dios). Es decirle: eres débil e inconsecuente. Por tanto, es absurdo creer en
los milagros; esto es injuriar en cierto modo a la divinidad". Para
Voltaire: contar milagros es "transcribir tonterías injuriosas a la
divinidad"; creer en ellos es demostrar que uno es un imbécil".
-
Kant, por su parte (1724-1804), en La religión dentro de
los límites de la razón pura (1793) no niega la posibilidad teórica del
milagro, pero considera absurdo empeñarse en establecer la autenticidad
histórica de los milagros de Jesús o de cualquier otro.
Frente
a esta postura racionalista de los siglos XVIII-XIX se reafirmó una apologética
de cuño barato que llega hasta principios de nuestro siglo y que utiliza el
milagro para defender las excelencias de la fe cristiana y de su fundador. Esta
postura apologética está bien representada en el catecismo para uso de las
diócesis de Francia (año 1947) que decía así: "Un milagro es un hecho
extraordinario realizable únicamente por el poder de Dios... Jesucristo
demostró que es Dios cumpliendo las profecías y haciendo numerosos milagros...
El mayor milagro de Jesucristo fue resucitarse a sí mismo. Fue la máxima prueba
de que es Dios..." Este argumento hace agua por todos sitios, pero ha sido
durante bastante tiempo moneda corriente. Por ese camino resulta imposible ser
creyente y hombre moderno al mismo tiempo.
REFLEXIONES
Tras este recorrido vemos
cómo la posibilidad del milagro no se cuestiona prácticamente hasta el
racionalismo que, parte precisamente de la definición de milagro dada por Santo
Tomás, como excepción de las leyes de la naturaleza. Hagamos ahora unas breves
reflexiones:
1.
Considerar
el milagro como una excepción de las leyes de la naturaleza
Esto resulta anacrónico si se aplica a los milagros de
los evangelios. En tiempos de Jesús no se cuestionaba la posibilidad del
milagro ni se conocían las leyes -tampoco hoy- de la naturaleza para poder
determinar lo que las sobrepasa o las viola. Por otra parte, científicamente
hablando, no parece que exista hoy seguridad sobre el contenido y límites de
las leyes naturales, sino más bien la sospecha de que las conocemos poco,
provisionalmente y sólo dentro de unos márgenes limitados.
No parece, por tanto, que sea legítimo tomar como
punto de partida para tratar los milagros de Jesús la tesis de que existen unas
leyes inquebrantables de la naturaleza y que, a partir de éstas, el creyente
venga a decir que Dios se manifiesta quebrantándolas, y el incrédulo afirme que
esas leyes no se quebrantan jamás. El punto de partida sería más bien este
otro, mucho menos pretencioso: se pueden desbordar las expectativas humanas en
lo referente a aquello que el hombre experimenta como frontera. Esta es la
sensación que dan los milagros del Nuevo Testamento. Nuestra palabra milagro
viene del latín miraculum (thauma en griego) que significa
"admirable" y que traduce probablemente el hebreo peléh cuya raíz
significa "separar": lo admirable es entonces lo no-normal, lo
distinto o separado; pero como veremos, éste no es el término preferido para
designar los milagros del Nuevo Testamento, donde todo lo que apunta al milagro
como signo maravilloso y aparatoso es considerado negativamente. Por otro lado,
el prodigio se presenta en la Biblia con frecuencia producido por una causa
natural: en Ex 14,21 el abrirse de las aguas del mar en dos, milagro fundante
del Éxodo, se describe así: "envió Dios un viento que apartó las
aguas". El prodigio sobrepasa las fuerzas actuales del hombre, pero sin
violar ninguna ley natural.
Si hubiera que elegir entre el concepto de milagro de
San Agustín o Santo Tomás, nos quedaríamos con el del primero, para quien el
milagro no es una excepción de las leyes naturales, sino más bien prueba del
desconocimiento que tenemos nosotros de las mismas, añadiéndole con Benedicto
XIV, la finalidad religiosa que todo milagro tiene en los evangelios: ser señal
evidente de la llegada del reinado de Dios.
2.
Separar el
milagro del signo, el hecho del significado
Así lo hizo Bultmann, negando o prescindiendo del
hecho, pero afirmando su significado, parece una postura cómoda y preconcebida,
basada en un prejuicio: la negación de la posibilidad del milagro.
Anteriormente se ha aludido a la intención de los evangelistas de referir no
sólo las palabras de Jesús, sino también sus hechos. Los milagros ocupan un
lugar tan importante en el relato evangélico que cuesta mucho admitir que sean
pura ficción literaria. Baste con pensar que, en el evangelio de Marcos, los
relatos de milagro representan el 31% del total del texto, es decir, 209
versículos de los 666 que tiene. En los diez primeros capítulos, consagrados al
ministerio público de Jesús (fuera de la pasión), la proporción se eleva a 209
de 425 versículos, es decir, el 47%. Es imposible concebir en los evangelios la
enseñanza de Jesús sin los milagros que la acompañan. Así lo entiende el
evangelista Mateo (4,23) cuando dice: "Recorría Jesús toda Galilea,
enseñando en sus sinagogas, predicando el evangelio del reino y curando todas
las enfermedades y dolencias del pueblo". La enseñanza de Jesús consiste
en predicar el evangelio del reino y en curar las enfermedades. La predicación
resulta de este modo inseparable de la acción sanadora de Jesús.
3.
Diferenciar
las situaciones
Parece poco convincente afirmar la autenticidad
histórica de las palabras de Jesús y negar la de sus milagros de modo global.
Otra cosa es que se admitan como auténticos todos los milagros que narran los
evangelios tal y como los refieren; pero de ahí a negar cualquier sustrato
histórico a dichos relatos de milagro, hay un abismo, como veremos más
adelante.
4.
Cómo
definir los milagros
Si los milagros son posibles o no, dependerá de la
definición o concepción que tengamos del milagro. En todo caso, ha de
admitirse, que ciertas actuaciones de Jesús en los evangelios fueron
consideradas milagrosas incluso por sus adversarios. Más que el hecho en sí, es
el modo de realizarlo lo que da carácter de milagro a un determinado hecho y,
sobre todo, el simbolismo o significado de dicha actuación que el protagonista
reivindica o los presentes deducen. Si hubiera que dar una definición o mejor
describir el concepto de milagro según se deduce de los relatos evangélicos,
podría decirse que milagro es "una acción realizada con la finalidad de
superar una adversidad o cubrir una carencia o necesidad acaecida a un
individuo o grupo humano; esta adversidad es de por sí insuperable por la naturaleza
de la misma o por el modo en que se realiza; la acción del taumaturgo, mediante
la que supera la adversidad inicial, no pertenece al género de lo cotidiano y
habitual e introduce en el misterio de su persona y de la novedad del reinado
de Dios que se anuncia con ella como próximo".
En
conclusión, el tratamiento del milagro se ha sacado de quicio. El evangelio es
ajeno a la cuestión sobre la posibilidad del milagro y no da una definición de
lo que entiende por milagro. Es anacrónico afirmar que los evangelistas
consideraban los milagros como excepciones de las leyes de la naturaleza, pues
ellos se movían en otras coordenadas. Inmersos en un mundo donde la
intervención de lo sobrenatural se aceptaba sin discusión, no se cuestionaron
la posibilidad del milagro.
B. HISTORICIDAD DEL
MILAGRO
En
la primera parte de este trabajo se ha mostrado cómo el problema del milagro no
estriba tanto en si es posible o no, sino en su misma definición. La definición
de milagro sobre la que se basa el racionalismo para negar su posibilidad es
ajena a los evangelios, escritos en una época en la que el conocimiento de las
fuerzas de la naturaleza era muy deficiente y en la que no se cuestionaba, como
hoy, la intervención de dioses o seres divinos en el mundo. De ahí que la
definición de milagro de Sto. Tomás no parezca adecuada y hayamos propuesto
otra más acorde con la mentalidad de los evangelistas.
En
esta segunda parte se pretende responder a la pregunta sobre la historicidad de
los milagros: ¿Se puede afirmar que Jesús hizo milagros o mejor, que los
relatos de milagro de los evangelios refieren grosso modo hechos auténticos de
Jesús? ¿O son estos más bien leyendas o desarrollos cristológicos, escritos con
la finalidad de presentar la figura de Jesús elevada a categoría de taumaturgo
u hombre divino a la usanza de la época?
Para
dar respuesta a estas preguntas haremos en primer lugar algunas precisiones en
torno al corpus de relatos de milagro de los evangelios sinópticos; a
continuación, se planteará la cuestión de la historicidad global de la
actuación taumatúrgica de Jesús, esto es, si Jesús fue realmente taumaturgo;
finalmente, haremos un breve apunte sobre el grado de historicidad de los
distintos grupos de relatos de milagro según la clasificación más común.
a)
Precisiones
en torno al corpus de relatos de milagro de los evangelios
a)
El
vocabulario del milagro.
La palabra "milagro" proviene del latín
miraculum "hecho admirable", y éste, a su vez, de mirari
"asombrarse, admirarse". El significado de esta palabra apunta
fundamentalmente a la reacción del hombre ante las acciones milagrosas; este
matiz de admiración o asombro está recogido en la palabra griega thauma, de la
que deriva en castellano taumaturgo, término que se comenzó a emplear en el s.
XIX para referirse al que hace juegos de manos, al prestidigitador y,
finalmente, al que obra milagros.
En los evangelios sinópticos son varios los términos
que aluden al milagro en sí, al poder del taumaturgo o a la reacción de los
presentes. Un repaso al vocabulario del milagro ayudará a perfilar el concepto
de milagro que tenían los evangelistas:
-
dynamis (fuerza o actuación con fuerza; en plural, dynameis
obras potentes) es el término más común en los sinópticos para referirse al
poder curativo de Jesús manifestado en exorcismos o curaciones (cf. Mc 6,4;
9,39; Lc 4,36; 5,17; 6,19; 9,1). De treinta y siete veces que aparece en los
sinópticos esta palabra, diecisiete se emplea en este sentido. Curiosamente
este término no aparece ni en los relatos de reanimación de cadáveres ni en los
milagros de naturaleza. Con un significado semejante aparece la expresión ta
erga (obras) en Mt 11,2.19 y Lc 24,19.
-
thauma (maravilla) no aparece en los sinópticos, pero sí sus
derivados thaumazô, thaumastos y thaumasion. En siete ocasiones (de veintitrés)
se utiliza thaumazô "admirarse" para indicar la reacción de los
presentes ante diversas obras de poder de Jesús; thaumasion
"admirable" aparece una vez en Mt 21,15, referido a las curaciones de
ciegos y cojos realizadas por Jesús, por lo que tienen de admirables; thaumastê
(admirable) aparece dos veces en la cita del Sal 118, 22-23, indicando una
actuación sorprendente de Dios (cf. Mt 21,42 y su paralelo Mc 12,11). El
término paradoxon, con el sentido de algo admirable por inesperado, se utiliza
en Lc 5,26 tras la curación del paralítico donde los presentes comentan:
"hemos visto cosas increíbles (paradoxa)".
-
teras (prodigio)
aparece dos veces en plural formando pareja con sêmeion (señal), en la
expresión sêmeia kai terata (señales y prodigios). Esta expresión, aunque en
orden invertido, terata kai semeia, procede de los LXX y es típica de Éxodo y
Deuteronomio, donde se alude con ella a los prodigios que Dios hizo con el
pueblo en el desierto, como signos de su presencia. Sin embargo, los tiempos en
que el pueblo necesitaba prodigios y señales han quedado atrás para los
evangelistas, pues sêmeia kai terata tiene un valor negativo en los sinópticos
y se refiere a señales aparatosas y prodigios en el cielo que no se han de
creer y que realizarán los falsos profetas y mesías para confundir a los
elegidos (cf. Mt 22,24 y su paralelo Mc 13,22).
-
sêmeion (signo, señal), sin formar pareja con teras, aparece
veintisiete veces en los evangelios sinópticos e indica frecuentemente una
señal o acontecimiento extraordinario o significativo. Suele tener sentido
peyorativo: una señal que piden a Jesús sus enemigos y que Jesús no dará. Así
en Mt 16,1-4 (cf. 12,38; Mc 8,11-12; Lc 11,29-32) se dice que "salieron
unos fariseos y empezaron a discutir con él, exigiéndole, para tentarlo, una
señal (sêmeion) del cielo. Dando un profundo suspiro dijo: “¡Cómo! ¿esta
generación exige una señal (sêmeion)? Os aseguro que a esta generación no se le
dará señal (sêmeion) (Mc 8,11)”. Previamente el evangelista ha presentado a
Jesús dando de comer a los judíos (primer reparto de panes, Mc 6,30-44) y a los
paganos (segundo reparto, Mc 6-8). Los fariseos no aceptan un mesías que sitúe
por igual a judíos y paganos y dé a ambos de comer; por eso le piden una señal
de poder al estilo de las de Moisés (13).
Ni teras ni sêmeion, utilizados en sentido de señal de
poder, gozan, por tanto, de la simpatía de los evangelistas. Jesús se niega a
hacer señales o prodigios. Estos tienen poco o nada que ver con el milagro,
quedando desacreditados por Jesús En los evangelios aparece de modo claro que
Jesús no acepta el milagro como "espectáculo" o signo de poder, y no
se presta al juego circense del más difícil todavía.
b)
No
es oro todo lo que reluce
Aclarada la terminología, resulta interesante dar un
repaso al corpus de milagros de los evangelios sinópticos. Remedando el
proverbio "no es oro todo lo que reluce" se puede decir abiertamente
que en los evangelios no es "relato de milagro todo lo que se ha
considerado tal".
No son relatos de milagro las perícopas evangélicas que
se incluyen dentro del género de lo "maravilloso o extraño": algunas
de ellas, como la resurrección, la ascensión o la concepción virginal, no
pueden ser objeto de estudio histórico, dadas las dificultades que ofrece el
género literario que las envuelve; otras, como la transfiguración o la teofanía
en el bautismo, están tan cargadas de conceptos o imágenes del AT que pueden
considerarse más que hechos acaecidos, lenguaje figurado altamente simbólico.
Otras, consideradas como relatos de milagro en los catálogos de milagros, no
son tales: por ej. la escena del impuesto del templo en la que se recoge la
orden de Jesús a Pedro: "ve al mar y echa el anzuelo; coge el primer pez
que saques, ábrele la boca y encontrarás una moneda; cógela y págales por mí y
por ti" (Mt 17,24-27). Este relato queda interrumpido aquí y no se dice si
Pedro ejecutó la orden y si encontró lo que Jesús le había dicho. Si es un
relato de milagro, no está completo. De igual modo el relato de la maldición de
la higuera que queda seca (Mc 11,12-14. 20-25 y su paralelo Mt 21, 18-22) no
beneficia a ninguna persona (tampoco a la higuera) y es, a juicio de los
autores, una alegoría sobre la fuerza operativa de la fe y una invitación a
creer.
Descartadas
estas perícopas, son muy numerosos todavía los relatos de milagro de los
evangelios sinópticos:
-
Doce referidos por tres evangelistas, y en un caso como
Mateo 20,29-34 y 9,27-31 en dos versiones; en total, treinta y siete;
-
Seis referidos por dos evangelistas: doce relatos en
total;
-
Nueve narrados por un evangelista. A excepción de Mt
9,32-34, los ocho restantes son material propio y exclusivo del evangelio de
Lucas.
Todos reunidos suman cincuenta y ocho relatos
diferentes que narran veintisiete milagros distribuidos de este modo: dieciocho
en Marcos, diecinueve en Mateo y veintiuno en Lucas. De éstos habría que
eliminar, como he mostrado en mi obra Los milagros de Jesús en los evangelios
sinópticos (14), cuatro que no deben considerarse relatos de milagro, a saber:
los dos repartos de panes, Jesús camina por el mar y la pesca abundante, por lo
que en realidad los evangelios sinópticos contienen cincuenta y cuatro relatos
de milagro que narran veinticuatro milagros distintos.
c)
"Menos
beneficiarios" de lo que parece
La cifra de veinticuatro milagros puede rebajarse aún,
pues algunos son duplicación de un mismo relato. Los autores están de acuerdo
en afirmar que Mt 20,29-34 es un desarrollo de Mt 9,27-31 (curación de los dos
ciegos); igualmente Lc 17,11-19 está montado a partir de Mc 1,39-45 (15).
El número de beneficiarios de las curaciones
efectuadas por Jesús varía igualmente según versiones: Mc 10,46 habla de un
ciego; Mt 20,30, de dos; Mc 5,2, de un poseso; Mt 8,28, de dos; Mc 1, 39-45, de
un leproso que en Lc 17,11-19 son diez. En la escena del huerto de Getsemaní,
solamente en el evangelio de Lucas (22,47-53) cura Jesús la oreja del siervo
del centurión; Mc 14,43-52 y Mt 26,47-56 refieren la intervención violenta,
pero no la curación.
d)
Una
oferta diversificada
El material de relatos de milagro de los sinópticos no
es homogéneo. Frente a unos que refieren el hecho de la curación de un paciente
de modo sobrio y esquemático, casi con total ausencia de detalles, (la curación
de la suegra de Pedro, Mc 1,29-31 y par.), hay otros cuyo estilo aparece más
novelado (la curación del endemoniado de Gerasa (Mc 5, 1-20). Unos, (el
paralítico de Cafarnaúm, Mc 2,1-13 y par.), difícilmente hallan paralelo en el
Antiguo Testamento; otros parecen escritos sobre clichés veterotestamentarios,
como la reanimación del hijo de la viuda de Naím (Lc 7,11-17) construida a
partir de 1 Re 17,17-24 (reanimación del hijo de la viuda de Sarepta, realizada
por Elías). En ambos casos se trata de un varón, hijo de madre viuda, muerto,
devuelto a la vida por el tacto y la palabra del taumaturgo y entregado por
éste a la madre. Al utilizar calcos veterotestamentarios da la impresión de que
el evangelista pone más el acento en mostrar quién es Jesús que en decir qué
hizo. Al hacer Jesús lo que Elías, Lucas anuncia que Jesús es el que tenía que
venir, figura que se identificaba en la tradición judía con Elías, que,
arrebatado al cielo en un carro de fuego, habría de volver al final de los
tiempos (2 Re 2,12) (16).
Por
la adversidad que Jesús repara, el material de relatos de milagro es también
muy variado: hay exorcismos, curaciones, reanimaciones de muertos y milagros de
naturaleza.
e)
Las
dificultades aumentan
La situación se vuelve más compleja si se tiene en
cuenta que las versiones de un mismo relato de milagro transmitido por doble o
triple tradición suelen ser bastante libres. Cada evangelista refiere el
milagro a su modo y manera, desde su óptica o ideología. Un ejemplo claro
resulta de la comparación de las distintas versiones de la curación de la
hemorroísa que ponemos a continuación en columnas paralelas:
Mt 9, 20-22 |
Mc 5, 25-34 |
Lc 8, 43-48 |
20 En esto una mujer que
sufría de flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás Acercándose por detrás
entre la multitud 21 pensando: "Con
sólo tocarle el manto, me curo" 22 Jesús se volvió y al
verla le dijo: ¡Ánimo, hija! Tu fe te ha curado. |
25 Y una mujer que
llevaba doce años con un flujo de sangre 26y que había sufrido mucho por obra
de muchos médicos y se había gastado todo lo que tenía sin aprovecharle nada,
sino más bien poniéndose peor y le tocó el borde del
manto, Le tocó el manto, 28
porque se decía: "Si le toco aunque sea la ropa, me curo" y le tocó
el borde del manto o29 Inmediatamente se
secó la fuente de su hemorragia y notó en su cuerpo que estaba curada de
aquel tormento en el acto se le cortaron los flujos 30 Jesús, dándose cuenta
en seguida de la fuerza que había salido de él, se volvió entre la multitud
preguntando: ¿Quién me ha tocado la ropa? 31 Los discípulos le contestaron:
¿Estás viendo que la multitud te apretuja y sales preguntando "quién me
ha tocado”? 32 El miraba alrededor para distinguir a la que había sido. 33 La
mujer, asustada y temblorosa, consciente de lo que había ocurrido, se acercó,
se le echó a los pies y le confesó la verdad 34 Él le dijo: Hija, tu
fe te ha curado. Vete en paz y sigue sana de tu tormento. |
43 Una mujer que padecía
flujos de sangre desde hacía doce años y que había malgastado toda su fortuna
en médicos sin que ninguno pudiera curarla 44 se acercó por detrás 45 Jesús preguntó.
¿Quién me ha tocado? Mientras todos decían que ellos no, le replicó Pedro:
Pero, Maestro, si la gente te aprieta y te estruja. 46 Jesús dijo. Alguno me
ha tocado, porque yo he sentido que una fuerza ha salido de mí. 47 La mujer,
al verse descubierta, se acercó temblorosa, se le echó a los pies y explicó delante
de todos por qué lo había tocado y cómo se había curado en el 48 Él le dijo: Hija, tu
fe te ha curad., vete en paz. |
Si los tres evangelistas refieren el mismo hecho (la
curación de una mujer con un desarreglo crónico), las circunstancias de esta curación
son difíciles de determinar en concreto:
-
¿Había oído la
mujer hablar de Jesús como dice Marcos? Mateo y Lucas omiten este dato.
-
Mateo no alude
para nada al hecho de que la mujer había sufrido mucho por obra de médicos y
que se había gastado su fortuna, sin hallar remedio;
-
¿Tocó la mujer el
borde del manto como afirman Mt y Lc o el manto simplemente?
¿Se
curó antes de que le hablase Jesús como en Marcos y Lucas o después como parece
en Mateo?
-
¿Por qué ha
omitido Mateo la escena de Mc y Lc en la que se muestra a Jesús tratando de
averiguar quién lo había tocado?
Estas
variantes deben poner alerta ante el hecho mismo de la curación que ha podido
ser utilizado para intereses particulares de cada evangelista. Dicho de otro
modo, para los evangelistas el hecho y sus circunstancias no son tan
importantes cuanto su significado, pudiéndose alterar con libertad aquéllos
para ponerlos al servicio del mensaje que se desea transmitir. Lo que anda en
juego es la imagen de Jesús que cada evangelista quiere transmitir.
Todos estos puntos deben
ser tenidos en cuenta para enjuiciar desde el punto de vista histórico la
actividad taumatúrgica de Jesús en general o cada milagro en particular.
b)
Los
milagros de Jesús y la historia
Tras estas precisiones de carácter literario, queda
abordar directamente el tema de la historicidad de los milagros para ver si los
relatos de milagro tienen un núcleo o referente histórico. Dicho de otro modo:
¿obró Jesús milagros? Para responder a esta pregunta hay que dar dos
pasos:
-
Analizar la
historicidad global de la actividad taumatúrgica de Jesús tratando de dar
respuesta a la pregunta de si fue taumaturgo el Jesús de la historia o si su
actividad taumatúrgica le fue atribuida más bien por sus seguidores sin base
histórica alguna.
-
Una vez
respondida esta pregunta, habría que analizar uno a uno cada relato de milagro
para determinar, en la medida de lo posible, su historicidad. Este segundo paso
no lo daremos, pues requeriría mucho tiempo, aunque no eludiremos un somero
pronunciamiento sobre la historicidad de los diversos tipos de relato de
milagro de los evangelios.
c)
La
historicidad global de la actividad taumatúrgica de Jesús
Bajo este apartado trataremos tres puntos: la visión
peculiar que Jesús tuvo de sus propias actuaciones taumatúrgicas, la imagen que
se tenía del mesías esperado y los testimonios exteriores a los evangelios que
apuntan hacia una actividad taumatúrgica de Jesús.
d)
Los
milagros de Jesús según Jesús
Hay tres logia o dichos de Jesús considerados por la
mayoría de los autores "palabras auténticas (ipsissima verba) del Jesús
histórico", en los que éste se pronuncia sobre su actividad taumatúrgica.
Los tres provienen de la fuente Q (17):
-
Mt 11,20-24 =
Lc 10,13-15: "Se puso entonces
(Jesús) a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todas sus potentes
obras (dynameis), por no haberse enmendado: (¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti,
Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho las potentes obras que,
en vosotras, hace tiempo que habrían mostrado su arrepentimiento con sayal y
ceniza. Pero os digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a
Sidón que a vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿piensas encumbrarte hasta el cielo?
Bajarás al abismo (Is 14,13-15); porque si en Sodoma se hubieran hecho las
potentes obras que se han hecho en ti, habría durado hasta hoy. Pero os digo
que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti". Corozaín,
Betsaida y Cafarnaúm son las tres ciudades a las que va dirigida esta
recriminación. Jesús alude por tres veces a las potentes obras (dynameis)
realizadas en ellas. El hecho de nombrarse tres ciudades da a entender que
Jesús se refiere a milagros que debió hacer en público, no en secreto. Estos
milagros deberían haber llevado a sus habitantes a la enmienda. Sin embargo, Jesús
fracasó en su objetivo, pues sus habitantes no se arrepintieron. Por eso estas
tres ciudades correrán, según Jesús, peor suerte que Tiro y Sidón (ciudades
paganas) y que Sodoma (prototipo de ciudad pecadora). La fuente Q ha conservado
este logion en el que Jesús se pronuncia sobre sus milagros. El dicho parece
ser antiquísimo y remontarse a los dichos auténticos del Jesús histórico (18).
En él se refiere Jesús al fracaso de su actividad taumatúrgica cuyo fin era la
conversión al evangelio de las tres ciudades citadas.
-
Mt 12, 22-28
(cf. Mt 12,22-36) = Lc 11,20 (cf. Lc 11,14-26): "Si yo echo los demonios con poder de Belcebú,
vuestros adeptos, ¿con poder de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán
vuestros jueces. En cambio, si yo echo los demonios con el Espíritu de Dios,
señal que el reinado de Dios ha llegado hasta vosotros. ¿Cómo podrá uno meterse
en la casa del fuerte y saquear sus bienes si primero no lo ata?" Con
anterioridad a esta escena Jesús había curado a un endemoniado ciego y mudo.
Los fariseos afirman que lo ha hecho con el poder de Belcebú, jefe de los
demonios. Jesús se defiende del ataque con estas palabras: "Todo reino
dividido queda asolado, y ninguna ciudad o familia dividida podrá mantenerse en
pie. Pues si Satanás echa a Satanás, es que se ha enfrentado consigo mismo; y
entonces, ¿cómo podrá mantenerse en pie su reinado? Además, si yo echo los
demonios con poder de Belcebú, vuestros adeptos, ¿con poder de quién los echan?
Por eso ellos mismos serán vuestros jueces..." Según este texto, Jesús se
consideró exorcista, si bien sus adversarios pensaban que actuaba con el poder
de Belzebú, príncipe de los demonios. Para muchos autores, la afirmación de que
el poder de Jesús proviene de Satanás no pudo haber sido inventada por la
comunidad y confirma la autenticidad histórica de su actuación como exorcista
(19).
-
Mt 11,2-6
(7-19) = Lc 7,18-23: "Juan se
enteró en la cárcel de las obras (ta erga) que hacía Jesús y mandó dos
discípulos a preguntarle: ¿Eres tú el que tenía que venir o esperamos a otro?
Jesús les respondió: Id a contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: Ciegos
ven y cojos andan, leprosos quedan limpios y sordos oyen, muertos resucitan y
pobres reciben la buena noticia (Is 26,19). Y ¡dichoso el que no se escandalice
de mí!". Siguen unas palabras de Jesús sobre Juan y el juicio de Jesús
acerca de esta generación. Y concluye: "Pero la sabiduría de Dios ha
quedado justificada por sus obras". En este texto Jesús aduce como prueba
de su identidad las obras (ta erga) realizadas por él. Algunos autores sienten
reticencias a la hora de aceptarlo como proveniente del Jesús histórico, pues
parece más bien una creación literaria de la comunidad primitiva con vistas a
someter la figura de Juan a Jesús. Este logion sin embargo, a juicio de R.
Latourelle, también tiene tintes de verosimilitud histórica, aunque menos que
los dos anteriores (20).
En los tres textos comentados, Jesús habla de sus
exorcismos y curaciones. En el tercero, de ciegos que ven, cojos que andan,
leprosos que quedan limpios, sordos que oyen, muertos que resucitan... al mismo
nivel de pobres que reciben la buena noticia (la liberación es el milagro:
nivel simbólico). Todos estos hechos muestran que el reinado de Dios ha
llegado.
a)
La imagen
del mesías esperado
Hay otro camino para afirmar la historicidad del Jesús
taumaturgo: ver si la imagen de mesías que tenían los contemporáneos de Jesús
exigía presentarlo como taumaturgo de modo que ésta se hubiese originado en la
comunidad cristiana primitiva con la finalidad de adecuar a Jesús como Mesías a
la imagen del mesías esperado. Sin embargo, ninguno de los títulos que el
cristianismo primitivo confirió a Jesús implicaba que se le considerase como un
taumaturgo que ejerció su poder sobre posesos y enfermos. En cuanto Mesías, Hijo
del Hombre, Hijo de Dios, rabí (Mt 23, 8.10) o profeta, Jesús no debía, a los
ojos de quienes le designaron con estos títulos, realizar los milagros que le
atribuyen los evangelios. Es abusivo sostener que los prodigios realizados por
Moisés, Elías y Eliseo llevaron necesariamente a la idea de un Cristo que
sobrepasó a todos ellos en poderes sobrenaturales. Si bien es verdad que los
relatos del Antiguo Testamento contribuyeron a la redacción de ciertos
episodios milagrosos de los evangelios, el profeta del fin de los tiempos, con
el que a veces fue identificado Jesús, no tiene nunca la misión de curar
enfermedades. Tampoco estaban dispuestos los discípulos a colocar a Jesús entre
los curadores milagrosos. Una cosa, en efecto, era esperar, de acuerdo con Is 35,5
ss., que en el tiempo de la salvación desaparecería la enfermedad y otra
convertir al Mesías en agente personal de tal desaparición: ni la Biblia ni la
tradición judía ofrecen indicio de esta convicción.
Ni siquiera se debe subrayar que con la invocación del
título hijo de David los evangelistas evocan a Salomón, personaje cuya
sabiduría, según ciertas concepciones populares judías, incluía los dones de
exorcismo y curación. Aunque sea preciso revisar los rasgos estrictamente
políticos que se suelen atribuir al Mesías judío, el tema de un Mesías
taumaturgo no estaba suficientemente afianzado como para hacer surgir de la
nada un Jesús curador como consecuencia obligada de su mesianidad.
Por todas estas razones, si el historiador puede hacer
una afirmación, la siguiente no parece arbitraria: al presentar a Jesús bajo
los rasgos de un exorcista y un curador, la iglesia primitiva, lejos de
inventar, se limitó a conservar el recuerdo de uno de los aspectos esenciales
de su actividad (21).
Otro dato a favor de la historicidad de las
actuaciones taumatúrgicas de Jesús es el hecho de que la comunidad primitiva,
que prescinde en su predicación prácticamente de todas las anécdotas de la vida
del Jesús terreno, no silencia su carácter de taumaturgo (cf. Hch 2,22 y
20,38).
b)
Testimonios
exteriores
Dos testimonios extraevangélicos avalan a Jesús como
mago, dato que puede interpretarse como vago reflejo de su actividad
taumatúrgica (22):
-
Existe una
alusión del mártir Justino quien, en
su obra dirigida a los judíos precisamente, se lamenta de que "se
atrevieron a llamar mago a Jesús" (Diálogo con Trifón, 69,7). A nuestro
juicio, Justino no habría sentido la necesidad de quejarse por esta
interpretación y de responder a ella, si tal interpretación no se hubiera
producido efectivamente.
-
El segundo
texto es un famoso pasaje del Talmud babilónico que dice así: "En la víspera de pascua fue
colgado Jesús. Un pregonero marchó cuarenta días delante de él: "va a ser
lapidado porque ejerció la magia, sedujo a Israel y lo apartó (de Dios). Todo
el que conozca algún justificante, venga y argumente a favor de él. Como no se
le hallaron atenuantes, fue colgado la víspera de pascua" (Sanedrín 43a).
La mayoría de los autores (con alguna excepción, por ejemplo, J. Jeremías)
atribuyen este texto a Jesús. En todo caso, el judaísmo posterior se lo ha
aplicado. Klausner, autor judío, afirma lo siguiente en su obra Jesús de
Nazaret, precursora de otras obras posteriores de autores judíos sobre Jesús: "Las
autoridades del Talmud no negaban que Jesús obró signos y milagros, pero los
miraban como actos de brujería" (23) . Esta acusación, de magia, sin
embargo, no entró en el proceso de Jesús como causa de su muerte. En los
evangelios se le acusa de blasfemia ante el sanedrín y de subversión ante
Pilatos, pero nunca de magia. Esto apunta a que, sin negar la historicidad
global de Jesús taumaturgo, su actividad taumatúrgica no debió ser tan
llamativa como para considerarlo causa de su muerte. Sería más tarde cuando el
argumento tomaría fuerza y los milagros experimentarían un proceso de
amplificación y elaboración simbólica.
-
No obstante, el
crédito global concedido a la tradición no prejuzga la historicidad de cada uno
de los relatos de milagro de los evangelios. Por más que las consideraciones
precedentes permitan atribuir a los milagros de Jesús un fondo de verdad
histórica, no se puede excluir a priori la hipótesis de una ampliación
redaccional tejida a partir de un dato inicial, y esto tanto más cuanto que
parece verosímil la posibilidad de un amoldamiento al tipo de la anécdota
milagrosa tal como aparece documentada en la literatura de la época. En todo
caso, citando a Theissen, deberíamos hablar al menos de un núcleo histórico en
los relatos de milagro globalmente considerados (24). Sería preferible hablar
tal vez con S. Légasse de un eco o corteza histórica de estos relatos (25).
c)
Historicidad
de cada relato de milagro en particular
Respecto a la historicidad de cada relato de milagro
en particular, debemos afirmar que cada relato merece un estudio histórico
detenido que tenga por marco lo ya dicho. Pero si tuviéramos que hacer una
opción por el grado de historicidad de los distintos tipos de relatos de
milagro, la nuestra sería la siguiente:
Los relatos de exorcismo y curación, especialmente
aquellos que se encuentran en contexto polémico, tienen tinte de ser los más
verosímiles desde el punto de vista histórico.
Las reanimaciones de cadáveres o resurrecciones de
muertos pueden gozar de una razonable sospecha: en los sinópticos se nos
transmiten dos: la del hijo de la viuda de Naím y la de la hija de Jairo. De
éstas, la que tiene más tinte de verosimilitud histórica es la de la hija de
Jairo por su ambiente palestino, si bien puede pensarse que se trataba de una
curación que se amplió más tarde a resurrección: de hecho, la niña se presenta
al principio gravemente enferma y cuando Jesús llega a la casa está ya muerta.
En este relato, no obstante, hay marcas claras que dan a entender que no se
trata de un suceso histórico; el final es iluminador al respecto: Jesús llega a
la casa en duelo, reanima el cadáver de la niña y le dice a los padres que no
se lo digan a nadie, dato que resucita chocante desde el punto de vista
histórico ya que a la puerta de la casa se agolpaba la gente. El juego de
palabras: "no está muerta, sino dormida" nos sitúa también en la
pista del simbolismo cristiano de la muerte como sueño (cementerio =
dormitorio, frente a necrópolis = ciudad de los muertos).
El relato de la reanimación del hijo de la viuda de
Naím está construido en paralelo con 1 Re 17,17-24 que cuenta la reanimación
del hijo de la viuda de Sarepta. La intencionalidad de Lucas es presentar en su
evangelio a Jesús como Elías que tenía que venir. Aquí lo presenta haciendo lo
que Elías había hecho.
En último lugar, los milagros de naturaleza (tempestad
calmada, repartos de panes, Jesús camina por el agua, pesca abundante) son los
que merecen menos crédito histórico. En mi trabajo ya citado sobre Los milagros
de Jesús (26) he mostrado cómo estos no pertenecen ni siquiera al género de
relato de milagro, como se deduce de su análisis funcional. El elemento
simbólico predomina tanto en ellos que se puede pensar con razón que no estamos
ante relatos de milagro sino de manifestación de la persona de Jesús que da de
comer por igual a judíos y paganos (panes), que tiene atributos divinos (que
camina sobre el mar) o que invita a la misión en la escena de la pesca
abundante (27).
Pero si es difícil afirmar que Jesús curó a tal o cual
enfermo o expulsó el espíritu impuro de alguien, hay un sustrato histórico en
todos estos relatos que apunta a hechos auténticos de la vida de Jesús:
o
su praxis
liberadora (exorcismos),
o
su confrontación
con la sinagoga, los fariseos y los círculos de poder que alienaban al hombre
(endemoniado sinagoga, hombre de la mano seca),
o
su no aceptación
de la marginación por diversos motivos religiosos (leproso, hemorroísa,
paralítico de Cafarnaúm),
o
su acogida de las
clases marginadas de la sociedad (cojos, ciegos, tullidos, paralíticos)
o
y su apertura
hacia los paganos (tempestad calmada, endemoniado de Gerasa, hija de la
sirofenicia, criado del centurión, segundo reparto de panes).
Por los demás, los relatos de milagro que se nos han
conservado elevan a categoría de símbolo y paradigma la actuación del Jesús de
la historia y son una invitación a hacer otro tanto. Expresan simbólicamente
los auténticos comportamientos del Jesús histórico. Más que proceso de
legendarización, como decía Bultmann, ha habido una ampliación o elaboración
simbólica a partir de un hecho o actuación curativa de Jesús, cuyo núcleo
histórico es muy difícil de aislar en cada relato.
Las palabras de J. Jeremías sobre la historicidad de
los milagros siguen vigentes: "Por consiguiente, aun aplicando normas
rigurosamente críticas a las historias de milagros, vemos que siempre queda un
núcleo que puede captarse históricamente. Jesús realizó curaciones que fueron
asombrosas para sus contemporáneos. Se trata primariamente de la curación de padecimientos
psicógenos, principalmente de las que los textos califican de expulsiones de
demonios, realizadas por Jesús con una breve orden; pero se trata también de la
curación de leprosos en el sentido amplio en que entonces se entendía esta
enfermedad, de paralíticos y ciegos. Se trata de acontecimientos que están en
la línea de lo que la medicina llama terapia de superación".
Estas curaciones no fueron importantes sólo para la
tradición, sino también para Jesús quien resumió su actividad evangelizadora con
estas palabras: "Id a decir a ese don nadie: Yo, hoy y mañana, seguiré
curando y echando demonios; al tercer día habré acabado" (Lc 13,32).
Jesús Peláez.
Universidad de Córdoba, España. jpel-aez@uco.es
Notas
(1) La lista completa de
milagros de los Evangelios y Hechos de los Apóstoles puede verse en X.
Léon-Dufour (ed.), Los milagros de Jesús según el Nuevo Testamento, Madrid
1979, 362-64.
Fuera de los Evangelios y
de los Hechos de los Apóstoles, las citas sobre milagros o signos prodigiosos
no son muchas, a saber: Rom 15,19 (señales y prodigios de Pablo); 1 Cor 1,22
(Pablo alude a las señales reclamadas por los judíos); 1 Cor 12,9.10.28-30
(carismas en la comunidad primitiva: dones para curar y obras extraordinarias);
2 Cor 12,12 (alusión de Pablo a las señales, portentos y milagros que ha
obrado, como signo de su carácter apostólico); Gál 3,5 (los prodigios que Dios
obra en la comunidad); 1 Tes 1,5 (la buena noticia se manifiesta como una
fuerza (dynamis), término técnico para designar el poder curativo); 2 Tes 2,9
(la venida del impío... con ostentación de poder, portentos y prodigios
falsos); Heb 2,4 (portentosas señales de Dios y variados milagros); Sant
5,14-16 (la unción con aceite y la oración que cura) y Ap 16,4 (el ángel que
derrama el cuenco en los ríos y manantiales y se convierten en sangre). ¶
(2) Para lo que sigue véase
mi obra Los milagros de Jesús en los evangelios sinópticos. Morfología e
interpretación, Institución San Jerónimo - Ed. Verbo Divino, Valencia 1984,
27-55. En esta obra se propone una nueva clasificación de los relatos de
milagro en tres grupos, basada en el análisis funcional, a saber: relatos de
encuentro, de mediación y de confrontación. Los prodigios que afectan a la
naturaleza, tras un análisis atento del contenido de sus funciones, no son
considerados relatos de milagro, sino "de manifestación". Cada
evangelista sinóptico ha configurados su concepción del milagro dentro de uno
de los grupos propuestos: Mateo, relatos de encuentro; Marcos, de mediación, y
Lucas, de confrontación. Los relatos del grupo cuarto, llamados "de
manifestación", invitan a una relectura simbólica de todos los relatos de
milagro (véanse pp. 94-100 y 156-166 de la obra citada). En esta misma obra se
hace un estudio pormenorizado de otras clasificaciones propuestas como las de
G. Theissen, Urchristliche Wundergeschichten. Ein Beitrag zur
formgeschichtlichen Erforschung der synoptischen Evangelien, Gütersloh 1974; H.
J. Held, "Mathew as Interpreter of the miracle stories" en Bornkamm,
Barth and Held, Tradition and Interpretation in Matthew, Londres 1963,
traducción del original alemán Überlieferung und Auslegung in
Matthäusevagelium, Neukirchen 1960; R. Pesch, So liest Mann synöptisch.
Anleitung und Kommentar zum Studium der Synoptischen Evangelien, II-III,
Frankfurt 1976 dedica estos dos cuadernos al estudio de los milagros en los
sinópticos y sigue con leves retoques la clasificación de G. Theissen, al igual
que X. Léon-Dufour en "Estructura y función del relato de milagro" en
Id. (ed.), Los milagros de Jesús según el Nuevo Testamento, Madrid 1979,
277-330. Esta obra en colaboración aborda el estudio de los milagros desde la
perspectiva de la historia, de la historia de las formas, del análisis
estructural, del semiótico, sicoanalítico, etc., estudiando también el género
de "relato de milagro" en el Antiguo Testamento, la literatura
rabínica y helenística). Un estudio interesante y sugerente sobre la función de
los relatos de milagro en el evangelio de Marcos es el de R. Schmücker,
"Zur Funktion der Wundergeschichten im Markusevangelium", ZNW 84
(1993) 1-26, con abundante bibliografía y discusión de autores. ¶
(3) De civitate Dei, 20,
1,8,2.¶
(4) De utilitate credendi,
16,34.¶
(5) Contra Faustum, 26,3.¶
(6) Bultman atribuye los
relatos de milagro a dos tradiciones: la tradición de los dichos de Jesús,
entre los que se encuentran apotegmas de diversas clases y la tradición del
material narrativo o historias de milagros. Como pertenecientes al primer grupo
(la tradición de los dichos de Jesús) cita varias curaciones, que son ocasión
de controversia: la curación del hombre con el brazo atrofiado (Mc 3,1-6), la
curación de un hidrópico (Lc 14,1-6), la curación de la mujer encorvada (Lc
13,10-17) y la curación del paralítico (Mc 2,1-12 y par.); también varios apotegmas
o pasajes cuyo punto culminante es un dicho de Jesús expresado de modo conciso:
la curación de los diez leprosos (Lc 17,11-19), la hija de la mujer sirofenicia
(Mc 7,24- 31 y par.), el centurión de Cafarnaúm (Mt 8,5-13 y Lc 7,1-10) y el
impuesto del templo (Mt 17,24-27). Con los del segundo grupo (la tradición del
material narrativo o historias de milagros, Bultman hace dos subgrupos:
curaciones y milagros de naturaleza. Entre las curaciones cita: el endemoniado
de Gerasa (Mc 5,1-21 y par.), el niño epiléptico (Mc 9,14-27 y par.) y el
endemoniado mudo (Mt 9,32-34); la suegra de Pedro (Mc 1,29-31 y par.), el
leproso (Mc 1,40-45 y par.) y el paralítico de Cafarnaúm (Mc 2,1-12 y par.); el
ciego de Jericó (Mc 10,46-52) y dos ciegos (Mt 9,27-31); la hemorroísa y la
hija de Jairo (Mc 5,21-43 y par) y el hijo de la viuda de Naín (Lc 7,11-17).
Las curaciones incluyen, por lo que se ve, exorcismos, curaciones propiamente
dichas y resurrecciones de muertos. Los milagros de naturaleza que cita
Bultmann son la tempestad calmada (Mc 4,37-41 y par.), el caminar por el mar
(Mc 6,45-52 y par.), el dar de comer a cuatro mil (Mc 8,1-9 y par.), la pesca
milagrosa (Lc 5,1-11), la higuera maldita y seca (Mc 11,12- 14,20 y par.) y el
impuesto del templo (Mt 17,24-27). Cf. R. Bultmann, Die Geschichte der
Synoptischen Tradition, Tubinga 1921.
Por su parte, M. Dibelius,
(Die Formgeschichte des Evangeliums, Tubinga 1919), fundador con Bultmann de la
denominada "escuela de las formas", al clasificar los relatos de
milagro, distingue entre paradigmas y cuentos. Los paradigmas son narraciones
breves de las que se echa mano en la predicación como ejemplos. El centro de
estas narraciones lo ocupa una palabra de Jesús. Entre los paradigmas cita dos
relatos de milagro: la curación del paralítico (Mc 2,1-12) y la curación del
hombre del brazo atrofiado (Mc 3,1-6); paradigmas, aunque de tipo menos puro,
son la curación del endemoniado de la sinagoga (Mc 1,23-27) y la curación del
hidrópico (Lc14,1-6). Los cuentos son relatos que se caracterizan por una mayor
amplitud de estilo así como por su colorido. Entre ellos, Dibelius cita ocho
relatos de milagro de Marcos y uno de Lucas: la tempestad en el mar (Mc
4,35-41), el endemoniado de Gerasa (Mc 5, 1-20), la hija de Jairo y la
hemorroísa (Mc 5,21-43), la multiplicación de los panes (Mc 6,35-44), Jesús
camina por el mar (Mc 6,45-52), el sordomudo (Mc 7,32-37), el ciego de Betsaida
(Mc 8,22-26), el niño epiléptico (Mc 9,14-29) y la resurrección del hijo de la
viuda de Naín (Lc 7,11-17). De estos nueve, seis son curaciones; los restantes,
"historias de milagros" (Wundergeschichten). Según Dibelius, la
comunidad primitiva ha utilizado estos relatos de milagro para la predicación
misionera (paradigmas) o para oyentes habituados a las maravillas de Dios
(cuentos).¶
(7) L. Evely, L'évangile
sans mythes, Paris 1970, 29; trad. española: El evangelio sin mitos, Atenas,
Madrid 1972.¶
(8) Cit. por J. I. González
Faus, Clamor del Reino. Estudio sobre los milagros de Jesús, Sígueme, Salamanca
1992, 15.17.¶
(9) R. Bultmann, Glauben
und Verstehen, I, Tubinga, 21954, 221. Cf. R. Latourelle, Milagros de Jesús y
teología del milagro, Sígueme 1990, 29-41. ¶
(10) "A propos du problème du miracle", Foi et Comprehénsion
1(1970)240-257.¶
(11) R. Bultmann, L'interpretation du Nouveau Testament, Paris 1955, 143. ¶
(12) Sígueme 1990, 29-41. ¶
(13) En el paralelo de
Mateo (12,38) Jesús les dará la señal de Jonás: la resurrección, comienzo de un
mundo nuevo de hermanos reconciliados; en Lucas (11,29-32) la señal es Jonás
que pregona el perdón de Dios para los habitantes de Nínive: Dios perdona a
quien se arrepiente, sea judío o no. ¶
(14) Institución San
Jerónimo, Valencia 1984.¶
(15) Algo similar sucede
con el relato de los panes de Marcos y su paralelo en Mateo. Ambos evangelistas
conservan dos versiones, una palestina y otra helenística (Mc 6,33-46, cf. Mt
14,18-23a; y Mc 8,1-9, cf. Mt 15,32-39); en su lugar paralelo, Lucas pone solo
una versión (Lc 9,10b-17). Del mismo modo, en el primer reparto de panes (Mc
6,44) hay cinco mil personas y sobran doce cestos; en el segundo (Mc 8,9)
cuatro mil y sobran siete espuertas; en los paralelos de Mateo (14,21 y 15,38),
a la cifra de cinco o cuatro mil se añade la frase "sin mujeres ni
niños". ¶
(16) Los repartos de panes
de los sinópticos tienen también su fuente literaria en el libro de Eliseo
quien dio de comer a cien personas con veinte panes de cebada (cf. 2 Re
4,42-44). El esquema literario es similar: Una orden de Elíseo: "dáselos a
la gente, que coman"; una pregunta del criado: ") ¿Qué hago yo con
esto para cien personas?" y un resultado paralelo: "el criado se los
sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor".¶
(17) Véase R. Latourelle,
"Los milagros de Jesús según Jesús", en Milagros de Jesús y Teología
del milagro, Sígueme, Salamanca 1990, 53-65, a quien seguimos. Sobre el
problema de la historicidad en general de los milagros de Jesús puede verse S.
Légasse, "El historiador en busca del hecho" en X. Léon- Dufour
(ed.), Los milagros de Jesús según el Nuevo Testamento, Madrid 1979, 109-143. ¶
(18) Según R. Latourelle,
o.c., 55-57, hay serios indicios para considerar este logion perteneciente a
las ipsissima verba Jesu:
- J. Jeremias (Teología del
Nuevo Testamento, I, Salamanca, Sígueme 51985, 21-43) ha puesto de relieve el fuerte
sustrato arameo de este logion que trasluce varios rasgos típicos del arameo,
la lengua hablada de Jesús: construcción en paralelismo, uso del pasivo divino
(egeneto, egnethesan, genomenai), estilo rítmico, asonancia entre Betsaida y
Sidón, más sensible en arameo que en griego.
- El término empleado para
designar la actividad taumatúrgica de Jesús (dynameis) es característico de la
tradición más antigua.
- Corozaín no se nombra en
ningún otro sitio en el Nuevo Testamento, dato del que se deduce que la
comunidad primitiva no sintió ninguna curiosidad por esta ciudad ni quiso dar
publicidad al fracaso de Jesús en ella.
- En contra de lo que hará
la iglesia primitiva, este texto narra el fracaso de los milagros de Jesús,
actitud que es diferente a la que adopta la comunidad primitiva como aparece en
Hch 2,22: "Pedro habla y dice: "Os hablé de Jesús, el Nazareno,
hombre que Dios acreditó ante vosotros, realizando por su medio, prodigios y
señales, como vosotros mismos sabéis"; en Hch 10,38 dice: "Vosotros
conocéis muy bien el hecho de Jesús de Nazaret que pasó haciendo el bien y
curando a todos los sojuzgados por el diablo, porque Dios estaba con él".
En estos dos textos, los milagros sirven para acreditar a Jesús.
- Este logion manifiesta
varias características del mensaje de Jesús: la llamada a la enmienda, la
argumentación a partir de los milagros y no de la resurrección, lo cual está
más en conformidad con el contexto prepascual. ¶
- (19) Según R. Latourelle,
o.c., 53-55, hay suficientes indicios que apuntan a la autenticidad histórica
de una actividad de Jesús como exorcista, que tampoco se pone en duda por sus
adversarios.
- Exorcismos y llegada del
reinado de Dios se relacionan en este texto. Según las esperanzas judías, el
mesías tenía que destruir el reino del pecado, y al mismo tiempo triunfar sobre
la enfermedad y la muerte, que son la concreción del imperio y del dominio de
Satanás sobre el hombre. Para la apocalíptica judía, cuando llegara el reinado
de Dios, los demonios serían encadenados (Testamento de Henoc 10,3; Testamento
de Leví 18,12). La mención del reinado, concepto arcaico en los evangelios,
aparece en conexión con la victoria sobre Satanás y se menciona aquí en
términos emparentados con los del kerigma primitivo: "Se ha cumplido el
tiempo y el reinado de Dios está cerca" (Mc 1,14).
La conciencia que muestra
Jesús de ser el vencedor de Satanás aparece también en Mc 3,22-27 en la
parábola del más fuerte. Mt 10,24 refiere cómo lo identifican con Belcebú:
"Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo. Ya
le basta al discípulo con ser como su maestro y al esclavo como su amo. Y si al
cabeza de familia le han puesto de mote Belcebú, (cuánto más a los de su
casa)."
Este logion está en
relación con otro texto de Lc 10,18 que dice así: "Los setenta regresaron
muy contentos y le dijeron: -Señor, hasta los demonios se nos someten por tu
nombre. Él les contestó: -¡Ya veía yo que Satanás caería del cielo como un
rayo! Yo os he dado la potestad de pisar serpientes y escorpiones y todas las
fuerzas del enemigo; y nada podrá haceros daño. Sin embargo, no sea vuestra
alegría que se os someten los espíritus; sea vuestra alegría que vuestros
nombres está escritos en el cielo". ¶
(20) Cf. ibidem, 57-65,
donde se argumenta de este modo: Si Juan es presentado en la iglesia primitiva
como aquel que da testimonio abiertamente de Cristo (Jn 1,7.15) no se comprende
el tono vacilante de la pregunta: ¿eres tú el que ha de venir o esperamos a
otro?; tampoco sería de esperar de la comunidad cristiana un título
cristológico tan impreciso (el que ha de venir ho erkhomenos), que no aparece
ni en el judaísmo ni en el cristianismo.
Este logion está de acuerdo
con el tema fundamental de la enseñanza de Jesús: el reino; con el de la
predicación de la buena nueva a los pobres (parábolas y bienaventuranzas); con
la forma habitual de responder de Jesús a la delicada cuestión del mesianismo:
él no se afirma Mesías, pero remite a sus obras. Lo que garantiza a Jesús como
Mesías son sus hechos: que consisten en aliviar el yugo de todos los que
sufren.¶
(21) E. Trocmé, ["Un
Christianime sans Jésus-Christ?", NTS 38 (1992) 321-336] se expresa así al
respecto: "Si hay en la tradición numerosos relatos de curaciones
milagrosas y exorcismos, es ciertamente porque Jesús actuó como sanador en un
cierto número de situaciones y se ganó una reputación de poder y de generosidad
ante sus paisanos y ante los pescadores de Galilea, para quienes los males más
graves eran incurables con los remedios habituales..."¶
(22) Véase J. I. González
Faus, Clamor del Reino. Estudio sobre los milagros de Jesús, Sígueme, Salamanca
1982, 132.135.¶
(23) Jesus of Nazaret,
Londres 1925, pág. 27; trad. castellana: Jesús de Nazaret, Buenos Aires 1971. ¶
(24) Theissen va más lejos
al decir que ve en los relatos de milagro evangélicos "acciones históricas
provocadas por el Jesús histórico, en las cuales la figura histórica (de Jesús)
se intensifica más allá de toda medida.¶
(25) "El historiador
en busca del hecho" en X. Léon-Dufour, Los milagros de Jesús según el
Nuevo Testamento, Madrid 1979, 128, nota 84. ¶
(26) Cf. nota 2.¶
(27) Si se quiere seguir
adelante por el camino de la indagación de la historicidad de cada uno de los
milagros de Jesús referidos por los evangelios, hay a disposición del estudioso,
entre otros, tres criterios básicos que aplicados a los relatos de milagro se
pueden formular así:
- El criterio del
testimonio múltiple: "la existencia de fuentes diversas e independientes
entre sí ayuda a determinar la historicidad de un determinado relato de
milagro".
- El criterio de
discontinuidad: "se puede considerar como auténtico un relato evangélico
cuyo contenido no puede reducirse a las c concepciones del judaísmo o a las de
la Iglesia primitiva o, mejor aún, a las dos simultáneamente.
- El criterio de
conformidad: "un relato de milagro está más en línea de la historia cuanto
más conforme esté con el mensaje característico de Jesús, con lo que se
considera su estilo de vida (sencillez, sobriedad, autenticidad o manifestación
de amor). Véase a este respecto "Criterios de autenticidad histórica"
en R. Latourelle, o.c., 70-85. ¶
(28) Teología del Nuevo
Testamento, 115. ¶
6. EL
MINISTERIO DE MARÍA
MAGDALENA, Socorro VIVAS.
Un referente
performativo para la mujer hoy
Bogotá, Colombia. Voices marzo 2016.
ÍNDICE
1)
María
Magdalena según los libros canónicos
-
Mujer apóstol. –
Amada por Jesús. – Sin lazos familiares.
-
Atestigua la
muerte de Jesús. - Testimonia, con miedo, de su resurrección.
2)
María
Magdalena en el círculo de los apóstoles
3)
María
Magdalena y la mujer de hoy
Mi
propósito es mostrar el trabajo realizado por María Magdalena, según lo
presentan los evangelios. Destacar en sus acciones las características propias
del apostolado, según la época e identificar en ellas y en su lenguaje
elementos dinamizadores, “provocativos” y performativos para la mujer en la
iglesia. No se trata de presentar un tema en sí mismo en cuanto al ministerio
de esta mujer, sino una propuesta como un camino a seguir.
A. ¿QUIÉN DICE QUE ERA
MARÍA MAGDALENA SEGÚN LOS LIBROS CANÓNICOS?
María
de Magdala, o Miriam de Magdala, llamada así en referencia a su lugar de
origen. Una ciudad portuaria y también colonia de pescadores, situada en la
orilla occidental del lago Genesaret. Es un personaje controvertido en la
tradición canónica. De su personalidad, hay dos imágenes que se han transferido
en el inconsciente colectivo: por una parte, testigo de la resurrección y, por
otra parte, prostituta arrepentida. Se dice que fue una discípula/apóstol de
Jesús de Nazaret. Apoyó su causa, con su presencia y bienes. Fue una líder en
las primeras comunidades cristianas.
Se
le atribuye ser la primera testigo de la resurrección del Maestro. De ella se
sabe poco y la búsqueda de su figura histórica hay que complementarla en
diferentes textos. Los evangelios canónicos, como también en la lectura de los
textos apócrifos. Fue curada por Jesús y que de ella expulsó siete demonios.
Afirmación que intenta presentar un proceso de transformación. Sabemos que el
número siete es simbólico. Significa unidad. Con ello, se nos dice acerca de
María Magdalena, que después de esta “curación”, personifica una mujer nueva.
No
existe ningún texto, dentro o fuera de los Evangelios, que indique que María
Magdalena fue prostituta o pecadora pública. Sin embargo, por razones no
conocidas explícitamente, a partir del siglo III, sus acciones públicas fueron
ocultadas y enfatizado el oficio de la prostitución, o pecadora, o la mujer que
lavó los pies de Jesús -en el Evangelio de Lucas. El papel que desempeñó
Magdalena en su relación con Jesús nos muestra que no podía ser la mujer
prostituta de la interpretación errónea de los textos canónicos. Abandonada,
fue acogida por Jesús, que expulsa los demonios de su cuerpo. En todo esto, es
evidente la unión de la posesión demoníaca con la sexualidad. Por otra parte,
en los evangelios extracanóncios Magdalena deja de ser prostituta del ejército
romano para seguir a Jesús, imagen que refuerza este apelativo que no
corresponde a la que presentan los evangelios.
En
el Nuevo Testamento, sólo los evangelios (Marcos, Mateo, Lucas y Juan) nos
ofrecen informaciones sobre su personalidad y la actividad apostólica. Destaco
algunas representativas, que nos servirán para evidenciar su rol en la iglesia
naciente.
1.
Mujer apóstol
La interpretación tradicional, en los libros
canónicos, no identifica a María Magdalena como apóstol, sí podemos percibir
ese tono en los textos: se cita a María Magdalena en primer lugar entre las
mujeres que acompañan a Jesús desde el inicio de su misión en Galilea:
-
“A
continuación fue recorriendo ciudades y pueblos proclamando la Buena Noticia
del reino de Dios. Lo acompañaban
los doce y algunas mujeres que había sanado de espíritus inmundos y de
enfermedades: María Magdalena, de la que había salido siete demonios (Lc
8,1.3).
-
Estaban
allí mirando a la distancia muchas mujeres que habían acompañado y servido a Jesús desde
Galilea. Entre ellas estaban María Magdalena, María, madre de Santiago y José,
y la madre de los Zebedeos. (Mt 27,55-56).
-
Estaban allí
mirando a distancia algunas mujeres, entre ellas María Magdalena, María, madre
de Santiago el Menor y de José, y Salomé, quienes, cuando estaba en Galilea, le
habían seguido y servido; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén
(Mc 15,40-41).
Ser citada en primer lugar y andar con Jesús, son
datos importantes para comprender el ministerio apostólico de María Magdalena.
Estos relatos presentan a las mujeres de manera distinta a las multitudes. Se
detiene a nombrarlas y a decir qué hacían siguiendo a Jesús. Magdalena estaba
con Jesús desde los inicios de su ministerio en Galilea. Es uno de los aspectos
que justifica su título de apóstol. Así, como les pasó a Pedro, Juan y los
demás varones que seguían a Jesús. A Pedro, también se le cita como el primero
entre los hombres apóstoles. Magdalena aparece de forma discreta como líder
apostólica en los canónicos. Y si es citada de esa manera, pese al contexto es
porque realmente la comunidad la identificó como tal.
Los evangelios intentan reducir el papel de Magdalena
cuando afirman que ella y otras mujeres servían a Jesús con sus bienes. La
tradición procura mostrar que apóstol no es lo mismo que discípulo: el apóstol
habría estado al lado de Jesús desde el comienzo de su misión hasta la
ascensión y, también, como testigo de su resurrección (Hch 1,21-22). La
tradición neotestamentaria, sugiere, que, en un principio, Jesús reservó ese
título a los doce apóstoles.
Magdalena acompañó a Jesús y fue la primera que
presenció su resurrección. Jesús la llama por el nombre y le encarga que
anuncie que resucitó. ¿Hay otra prueba mayor que ésta? Entonces, ¿por qué no
era considerada apóstol? El motivo por el cual callaban parece ser otro: el
machismo, la cultura patriarcal, la misoginia y todas las esferas de exclusión
de la mujer, quizá también este sea una de las razones por las cuales la
quisieron hacerla aparecer como mujer prostituta para restarle credibilidad a
su liderazgo. Pareciera que sus acciones y palabras se desprecian solamente por
el hecho de ser mujer.
2.
Mujer
discípula amada por Jesús
Cuando Jesús muere en la cruz, tres mujeres, tres
Marías, están junto a la tumba: María, su madre; María, la mujer de Cleofás, y
María Magdalena. Jesús ve al discípulo amado y le ofrece como madre a su propia
madre. Uno debe cuidar de la vida del otro. Entre los especialistas se discute
el número exacto de personas que estaban al pie de la cruz.
-
Esther de
Boer trabaja la hipótesis de que al pie de la cruz estaban solamente Magdalena
y María, la madre de Jesús. En
este caso, María Magdalena sería la "hermana", es decir, la prima o
cuñada de la madre de Jesús, y ésta, por primera vez, no sería mencionada sólo
como "madre de", sino también como "María de Cleofás". Boer
cuando dice que María Magdalena tal vez podía ser "el discípulo
amado". Jesús estaría dando a María, su madre, un nuevo hijo, a saber, María
Magdalena. El término "hijo", según de Boer, no significa
necesariamente un varón. Se puede pensar que más de una vez un término
gramaticalmente masculino puede señalar también a una mujer.
-
En la
tradición, es a Juan quien se le llama discípulo amado. La nueva interpretación de Boer, es provocadora.
Estaríamos diciendo, que el discípulo amado, podría ser María Magdalena.
Posteriormente a la resurrección de Jesús, recibió en su casa a la madre de
Jesús: “Después dice al discípulo: ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento
el discípulo se la llevó a casa (Jn 19,27). Con ello, los dos polos opuestos
-María, la madre de Jesús, y Magdalena- estarían unidos y así el origen y la
vocación de Jesús fueron colocados uno al lado de otro. María la pura y
Magdalena la pecadora se unen.
Por otra parte, es posible la explicación de que
Magdalena fuera la discípula amada, pero dado el contexto en que fue escrito y
la presión de la ortodoxia del momento, referido a las mujeres, es impensable
que esto sucediera, por tanto, se colocó “amado” junto al nombre de Juan. Si
observamos la secuencia de los hechos, nos damos cuenta que Magdalena no pierde
tiempo para ir a la tumba, mientras que Juan, desaparece de la escena.
3.
Mujer
poseída por siete demonios
“Lo acompañaban los doce y algunas mujeres que había sanado
de espíritus inmundos y de enfermedades: María Magdalena, de la que habían
salido siete demonios” (Lc 8,2). ¿Cuál es el significado de este hecho en la
vida de Magdalena? ¿Por qué siete demonios? "Demonio" es un término
originario de la cultura griega, la cual creía que era un espíritu de un
fallecido que tenía poderes sobrenaturales o incluso un ser intermedio entre la
divinidad y el ser humano.
En Mc 16,9 el demonio aparece incorporado al espíritu
inmundo. Unirse a la llamada de Jesús significaba liberarse del demonio. Jesús
expulsó siete demonios de Magdalena, un número perfecto para quienes se oponían
al Reino. Magdalena venció todas las fuerzas del mal que le impedían estar con
Dios. Vivido este episodio, ella queda preparada para ser apóstol y no abandona
a Jesús ni después de su muerte.
Por otro lado, se puede afirmar que en Lucas la
enfermedad no está ligada a una simple disfunción orgánica, sino que comprende
la integración de la persona en el contexto o espacio que habita, en su
relación familiar y social. También tiene que ver con el sistema cognoscitivo
compartido. Tiene como objetivo hacer posible o facilitar la vida con sentido,
pero puede entrar en crisis en ciertos momentos y para ciertas personas. Lo
importante no es la descripción del aspecto morboso de la enfermedad como tal,
sino la construcción cultural en el momento.
Elisa Estévez afirma que todo padecimiento físico deja
ver el desequilibrio y la trasgresión de las fronteras sociales. Refleja una
anomalía en la estructura y organización que estos grupos se han impuesto a sí
mismos. Lo cual significa que la comprensión de los males físicos está ligada a
las principales creencias del Mediterráneo antiguo acerca de la valoración de
la naturaleza humana, de su definición de las identidades personales y de los
roles desempeñados en la sociedad. Por tanto, la curación, antes que la
recuperación del estado físico, representa un restablecimiento de la armonía
social y del puesto que la persona ocupa en ella.
Dicho lo anterior, podemos decir, que, en los relatos
de Lucas, hay abundantes curaciones realizadas a mujeres, lo cual podría tener
que ver con la identidad de roles de ellas, en ese medio social, y con el
liderazgo y el papel que Magdalena estaba desempeñando en esas comunidades.
4.
Mujer sin
lazos familiares
Otras mujeres que aparecen en el Nuevo Testamento
siempre lo hacen asociadas a su marido, a su hijo o a su casa (María, madre de
Jesús; María, mujer de Cleofás...); Magdalena, sin embargo, es nombrada en los
textos sin parentesco. Siempre unida al nombre de Jesús por haberla liberado de
los siete demonios. Por tanto, Jesús es el único varón que perfila su persona y
su identidad frente a la construcción del reino de Dios, según lo anunciaba
Jesús.
5.
Mujer que
atestigua la muerte de Jesús
Magdalena está a los pies de la cruz en el momento de
la muerte de Jesús. Cuando José de Arimatea preparó la sepultura de Jesús,
Magdalena, junto con María, la madre de Santiago, acompañó el desarrollo de los
acontecimientos. Sentada cerca de la tumba, miró que el cuerpo se colocaba en
la piedra sepulcral. No huyó, como Pedro. Bien sabido es que el testimonio de
una mujer en esa época no era tenido en cuenta. En cambio, la palabra de Pedro,
por ser varón si contaba. Por eso, negó su cercanía con Jesús, sabía que le
podía acarrear la muerte. Magdalena, mujer y amada, sabía que su amado no podía
morir.
6.
Mujer que
testimonia la resurrección: "He visto al Señor"
La comunidad joánica conservó la memoria de que María
Magdalena fue la mujer que vio y habló con el Resucitado (Jn 20,1-18). Fue sola
a la tumba para visitar el cuerpo de Jesús. También Mateo, Marcos y Lucas
relatan que Magdalena fue al sepulcro con María, la madre de Santiago, Juana,
Salomé y otras mujeres (Mt 28,1; Mc 16,1; Lc 24,10) Sin embargo, hay que tener
en cuenta que a la redacción del evangelio del Marcos se agregó -capítulo
9,1-9-, según la opinión de los exégetas, dice que Jesús resucitó en la
madrugada del primer día de la semana y que se apareció primero a María
Magdalena, de quien había; expulsado siete demonios.
La alegría de la resurrección incitó en ella el deseo
de anunciar el acontecimiento a sus hermanos, compañeros de su ministerio. Los
evangelios canónicos organizan el texto de tal modo, que Pedro tuvo que ir a la
tumba para confirmar que Magdalena estaba diciendo la verdad (Lc 24,12) Volvió
sorprendido porque vio solamente el sudario no el cuerpo de Jesús. La comunidad
de Marcos dice que los apóstoles no creyeron en el testimonio de las mujeres
(Mc 10,16).
Magdalena termina su intervención en los evangelios
hablando con la firmeza de quien mucho ama y cree: "He visto Al
Señor" (Jn 20,18). El Evangelio de María Magdalena profundiza en ese ver.
De todas formas, Pedro y Andrés se muestran escépticos ante el testimonio de
María Magdalena.
7.
Mujer que
experimenta miedo de anunciar que Jesús resucitó
La comunidad de Marcos nos ha dicho que María
Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé, compraron aromas y fueron en la
madrugada del primer día de la semana al sepulcro para ungir a Jesús. Cuando
llegaron al lugar, vieron que la piedra había sido movida y que el cuerpo no
estaba allí. Un joven vestido de blanco les dirige la palabra y les dice que
deben comunicar a los discípulos y a Pedro que Jesús ha resucitado y que lo
verán en Galilea. Temblorosas y con miedo, Magdalena y las mujeres huyeron y no
contaron eso a nadie (Mc 16,18). Esa narración, contraria a las demás, quiso
mostrar que también las fieles mujeres, como Pedro y los otros discípulos,
vacilaron en la fe. Ellas no esperaban ser las primeras testigos de este
acontecimiento. Aunque su nombre no se cita de forma explícita, María Magdalena
estaba con los discípulos en el momento de la venida del Espíritu Santo, en
Pentecostés (Hch 2,1-12).
Este breve perfil presentado de María Magdalena sería
incompleto si no se hablara de ella, con la imagen más popular y desprestigiada
que se la ha conocido en la historia: prostituta arrepentida. Los evangelios
canónicos no dicen que María Magdalena era una prostituta. El texto de Lc
7,36-50, el de la pecadora que unge los pies de Jesús, no dice que era ella.
Aquí me uno al análisis que hace Freitas Faria al
respecto: “La comunidad lucana dice que Jesús andaba por ciudades y pueblos
predicando y que estaba acompañado de mujeres, entre las cuales se encontraba
Magdalena, aquella de la que había expulsado siete demonios. Pero, surge la
pregunta, en el caso de que fuere ella: ¿por qué la comunidad lucana iba a
omitir su nombre? Además, Magdalena aparece en el texto posterior con el
adjetivo de ex poseída. ¿Podría ser que este calificativo ha llevado a la
Iglesia a identificarla con la mujer prostituta? Si la comunidad de Lucas
supiera que la prostituta que ungió a Jesús era Magdalena, no tendría motivos
para no decirlo. Si situamos el texto de la pecadora en los comienzos de la
vida pública de Jesús, la comunidad de Lucas quiso mostrar que todos los
pecadores, como los que siguen al Maestro, deben tener un lugar en la
comunidad. Por tanto, la interpretación de Lc 7,36-50, que continuó después en
la devoción popular y en el arte, fue un error histórico de los padres de la
Iglesia Muy posiblemente, este análisis favorecía el espíritu machista de los
comienzos del cristianismo. Así, Magdalena quedó subestimada en su papel de
líder apostólica. Se ha ocultado el liderazgo como apóstol de esta mujer que
vistas las características de liderazgo que desempeñó, según la nombran los
evangelios, no cabe duda de su ministerio como apóstol”.
Por otra parte, desde 1960, la Iglesia católica, en el
concilio Vaticano II, reconoció que esta confusión era un error y corrigió las
lecturas del día en que se conmemora la memoria de esta mujer. De esto hace ya
casi cinco décadas. El capítulo 8 del evangelio de Juan, en el que Jesús se
opone a la lapidación de una mujer anónima, acusada de adulterio por unos
varones también anónimos. En este momento, en medio de la sacralidad de una
fiesta y del templo, Jesús está haciendo unas revelaciones sobre sí mismo,
sobre su misión, sobre el Padre. Como parte de estas revelaciones, con una simple
frase: “el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”, desbarata al
menos ocho siglos de prácticas abusivas contra la mujer, sustentadas en la Ley
de Moisés y en la doble moral machista de los varones. Se evidencia que, a
Magdalena, discípula y apóstol de Jesús, le ha sido ocultada y silenciada su
liderazgo, su memoria histórica como mujer creyente. Las propuestas de los
textos del Nuevo Testamento son diversas y complementarias. Los evangelios
canónicos concuerdan en afirmar que Magdalena tiene una presencia significativa
en la pascua de Jesús.
Por otro lado, la literatura apócrifa de los dos
primeros siglos la identifica y la reconoce también como una mujer importante,
promotora de comunidades y siempre al servicio del seguimiento de Jesús de
Nazaret.
B. MAGDALENA EN EL
CÍRCULO DE LOS APÓSTOLES
La
cuestión de la pertenencia de mujeres al círculo de los apóstoles cada vez está
representando mayor importancia en relación con el debate acerca de la posible
ordenación de mujeres. El interés se concentra especialmente en el resultado
del estudio de algunos datos bíblicos como hemos visto anteriormente, pero en
especial, el que hace referencia al papel desempeñado por María Magdalena en
cuanto a la pertenencia de ella al grupo de mujeres que se cuentan entre el
grupo de discípulos de Jesús. A ellas no se las denomina formalmente
“discípulas”. Pero se dice de ellas que “seguían” a Jesús, que le “servían”,
que “habían subido” con él desde Galilea a Jerusalén. En el marco de estas
relaciones se dice con frecuencia que los discípulos “no comprendían”. Acerca
de las mujeres no se dice esto. En contraste con los discípulos que habían
huido, tres mujeres -según Mc 15,48: María Magdalena y María de José observaban
dónde lo habían puesto (Mc 16, ss.)- son testigos de la muerte y sepultura del
Señor.
1.
El envío
de María Magdalena
“Le dice Jesús: Déjame que todavía no he subido al
Padre. Ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre, el Padre de ustedes, a mi
Dios, El Dios de ustedes” (Jn 20,17) y el cumplimiento del encargo de
predicación: “María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: He visto al
señor y me ha dicho esto” (Jn 20,18) indican que la cristofanía no debe
entenderse como una revelación privada sin ninguna importancia para la
comunidad pospascual. Aquí podemos constatar cómo, mientras en la historia de
la recepción del Evangelio, la expresión ‘ver al Señor’ formaliza la base del
apostolado universal y perpetuo de Pedro y Pablo, en el asunto de Magdalena,
pareciera que su función apostólica quedara reducida a un servicio de
mensajería a corto plazo.
Según los criterios apostólicos, Magdalena podría
haber sido el primer apóstol, especialmente porque Pablo, en 1Cor 9,1, legitima
su propia autoridad como apóstol: “Pero, ¿no soy libre?, ¿no soy apóstol?, ¿no
he visto a Jesús Señor nuestro?, ¿no son ustedes mi obra de apóstol al servicio
del Señor?” Es cierto que su papel como apóstol no puede provenir del mundo
textual del evangelio de Juan, ya que éste no hace uso del término apóstol como
tal, sin embargo, la representación joánica tiene importantes consecuencias
para la reconstrucción histórica del cristianismo primitivo y su
correspondiente recepción.
Por otra parte, en algunos testimonios patrísticos y
medievales, María de Magdala es nombrada explícitamente como “apostóla” (título
otorgado por la Iglesia occidental). Los evangelios presentan a Magdalena como
una testigo fiel desde el comienzo de los milagros de Jesús en Galilea hasta su
muerte en la cruz y, según la concepción reflejada en Hch 1,21ss, no se la
considera como digna del apostolado debido a su género. Lucas tiene una
concepción cerrada del apostolado como circunscrito al grupo de los Doce
(aunque originalmente tal concepción era abierta). Este paradigma se justifica
como único referente de continuidad, autenticidad y legitimidad de la misión
primitiva, hecho que modificó de manera fundamental la visión histórica del
cristianismo primitivo.
2.
El
ministerio de María Magdalena
Visto lo anterior, y ante la pregunta de si María
Magdalena estuvo en el círculo de apóstoles y si desempeñó un ministerio como
tal. Bien sabemos que los textos no se podrían referir a ella abiertamente cómo
apóstol, dado el contexto patriarcal en que surgen los textos, así, como
también por un lenguaje utilizado totalmente de corte masculino y en cuanto a
oficio y roles destinados a las mujeres en aquella época. Sin embargo, podemos
tener algunas claridades al respecto.
El testimonio del grupo de mujeres galileas, con María
de Magdala a la cabeza, representa el vínculo entre el Jesús prepascual y el
Cristo resucitado, en relación con las figuras clave de la profesión de fe
primitiva. Respecto a la búsqueda de un referente común en las historias de la
mañana pascual, se puede decir, que las mujeres con su presencia, anuncio y
compromiso contribuyeron a la constitución de la comunidad de seguidores de
Jesús, de tal modo que “el asunto de Jesús” tiene continuidad tras la fase
crítica de la crucifixión. María de Magdala es mencionada en primer lugar, y su
papel sobresaliente queda evidenciado en la tradición de la protofanía.
A pesar de que su rol varía en cada uno de los
evangelios, todos están de acuerdo en destacar su ejemplar desempeño en el
discipulado. Se puede dibujar un itinerario que va desde su seguimiento y
Diakonia prepascual hasta la misión de predicar y ser testigo, aspectos que son
comparables a los asumidos por Pablo, reconocido como apóstol. Con relación a
María de Magdala, existía una tradición más amplia, aunque sólo se encuentra
algunos datos en el Nuevo Testamento, especialmente en Jn 20,1ss: “El primer
día de la semana, muy temprano, cundo todavía estaba oscuro, María Magdalena va
al sepulcro y observa que la piedra está retirada del sepulcro...” En los
evangelios canónicos, solo en este pasaje se le otorga la palabra, a diferencia
de los otros discípulos que guardaban silencio, ella hablaba aquí con las
personas que aparecen. No la presentan como parte del grupo de las mujeres, a
diferencia de los sinópticos. En cambio, en los textos gnósticos, se la
relaciona con las enseñanzas y milagros de Jesús, como su interlocutora. Los
círculos gnósticos cristianos, conocedores de la tradición de su primado como
testigo del resucitado, la representan como la portadora apostólica más
significativa de la tradición. El ejemplo más significativo se encuentra en el
Evangelio según María, en donde se retoma Jn 20: la ascensión de Jesús hacia el
Padre de Jn 20,17 se desarrolla en una visión de la ascensión del alma a la
esfera celestial, al mismo tiempo que se tematiza explícitamente un conflicto
apostólico entre María y Pedro. Aquí, como en otros escritos apócrifos, se
contrapone una discípula llena del Espíritu con el representante del primado
masculino. Este escrito tiene cuestionamientos como: la posición de liderazgo
de Pedro, la legitimidad de su predicación o incluso su derecho a hablar,
mientras que María de Magdala, representante de las mujeres en el grupo de
seguidores de Jesús, así como de las mujeres en la comunidad, encarna las
pretensiones de autoridad femeninas.
¿Es posible que muchos de los seguidores de María,
como consecuencia de una marginalización de las tradiciones centradas en las
mujeres, así como de una opresión progresiva de las posiciones de liderazgo
femeninas, encontraran un “lugar” en grupos gnósticos que adoptaron el
significado original de la Magdalena como la testigo y receptora de la
revelación del Resucitado?
C. MAGDALENA Y LAS
MUJERES HOY
Ante
distintas comprensiones en la lectura de los textos que presentan a Magdalena
como discípula, apóstol, la pecadora que unge a Jesús, María de Magdala y María
de Betania, en la historia de la Iglesia, ha prevalecido la comprensión de ella
como una prostituta arrepentida que sigue a Jesús. Renuncia a su “vida de
pecado o entrega a los hombres en la prostitución”. Y, aquella mujer que lideró
un proceso importante en la comunidad primitiva del cristianismo, como apoyo
incondicional de Jesús de Nazaret, queda en un segundo plano o han sido
silenciada para los creyentes de hoy.
Este
silenciamiento ha permanecido en la Iglesia de Occidente durante 14 siglos.
Mientras que la Iglesia de Oriente ha propuesto identidades diferentes para
estas dos representaciones (la pecadora arrepentida y la discípula a quien
Jesús resucitado se evidencia). Por otra parte, el Concilio Vaticano II intenta
separar estas dos imágenes otorgadas a Magdalena. Sin embargo, aún hoy, algunos
predicadores, leen un texto evangélico en el que muestran a Magdalena como
primera testigo de la resurrección y enseguida hacen una predicación acerca de
la historia de la prostituta arrepentida. Tal pareciera, que esta es una imagen
que atrae mucho más a los varones que la imagen de una mujer líder eclesial.
Hoy,
gracias al aporte de las ciencias sociales y a otra clase de aproximaciones al
análisis de textos bíblicos, permite ofrecer nuevos matices acerca de ella y
del grupo de mujeres que seguían y apoyaban a Jesús. Si reconocemos la
pertinencia de la teología paulina en cuanto al origen de la Iglesia dada por
la autoridad de los/las testigos/as de la muerte y resurrección de Jesús de
Nazaret, tendríamos que asumir responsablemente la centralidad de la misión de
Magdalena como uno de los cimientos de esa comunidad en sus inicios.
Reconocimiento que la Iglesia institucional ha desconocido y que la tradición
ha recogido, pero no siempre valorado. Esta tensión eclesial también la hemos
evidenciado en el canon. Sin embargo, al leer el cuarto evangelio en
contrataste con los sinópticos, nos damos cuenta del peso de la tradición de
las mujeres que el texto tiene. La eclesiología consignada en el evangelio de
Juan es más igualitaria y presenta a la mujer con un papel más significativo.
La
tensión vivida no solamente en la comunidad cristiana primitiva, sino en la
historia de la Iglesia por ocultar o silenciar este trabajo de liderazgo de
Magdalena, es también, la tensión que viven en las iglesias muchas mujeres que
ejercen un liderazgo significativo, pero que las estructuras de poder
patriarcales, intentan ocultar. Tensión eclesial que muestra los juegos de
poder e intencionados en el manejo de mujeres líderes. Así, como también, en la
manera como se narra la historia, cuando se hace del lado de los “ganadores” o
“triunfadores”, desconociendo el trabajo de las mujeres.
Es
importante devolver o visualizar la identidad y el papel de María Magdalena en
los evangelios y en la historia de la Iglesia, también es importante recuperar
la identidad de otras tantas, en los evangelios, en la Iglesia y en el mundo de
hoy, que dejan huella con su trabajo silencioso, subversivo, o resiliente. Sus
acciones se tornan en modelo de servicio de discipulado, y de anuncio
“apostólico” a la Iglesia de hoy.
Afirmar
que María Magdalena no fue una prostituta arrepentida no es descontaminarla de
su ser de mujer y/o de su sexualidad... se trata por el contrario de
desenmascarar una mentira y de mostrar el contexto en el que se produce y el
porqué de este proceso histórico de acallamiento de su labor. El verdadero
impacto de Magdalena y de otras mujeres en la historia del cristianismo,
posiblemente no se llegue a descubrir en su total dimensión hoy, pero sí es
claro que nuestra labor desde la teología es avanzar en este camino, porque la
distorsión y el silencio del ejercicio ministerial son una deuda que mujeres y
varones creyentes tenemos hoy con nuestra propia historia de vida y con el
pasado.
No
puedo finalizar este artículo sin hacer alusión al sentido y significado que el
lenguaje comporta para las personas hoy. Si consideramos la significación del
lenguaje que a diario utilizamos, él nos acerca a las realidades más sutiles y
de pronto imperceptibles, como a las realidades trascendentes y de sentido que
marcan u orientan nuestra existencia. El lenguaje cotidiano, en lo referido a
la llamada experiencia de fe, puede estar cargado de religiosidad y aquello que
se expresa a través de éste, puede proponer contenidos teológicos, que al ser
comunicados pueden provocar diferentes reacciones en quienes escuchan o reciben
estas palabras. La pregunta que surge es: ¿qué aspectos o características hace
que este lenguaje pueda significar más para quien lo escucha? ¿En qué medida
puede ser provocador, motivante? ¿O, por el contrario, dispersador?
Cuando el lenguaje
religioso cotidiano está en la posibilidad de suscitar nuevos sentidos y
preguntarse acerca de las prácticas, también está en la posibilidad de generar
nuevas transformaciones en las mismas. Así, podremos decir que estas prácticas
han significado algo y han producido un efecto significativo. En otras
palabras, es importante el valor que tienen las palabras en producir un efecto.
Podemos hablar de un lenguaje autoimplicativo. Es la posibilidad de incluirse
en el acto hablante, en el contenido lógico de lo expresado. Hecho que conlleva
a “estar afectado por las palabras pronunciadas”, por tanto, he pronunciado una
palabra con sentido transformador.
Cuando
el lenguaje ordinario es capaz de generar sentidos y preguntar por las prácticas
produciendo transformaciones en las mismas, tenemos que decir que este ha
significado algo y ha producido el efecto significado. A estos factores, efecto
y significación se refiere la teoría de la performatividad del lenguaje y desde
esta consideración de la performatividad, es decir, la capacidad que tiene la
palabra de producir un efecto, nos remitimos igualmente a la autoimplicación, o
sea la capacidad de estar incluido el sujeto que habla en el contenido lógico
de lo dicho; esto conlleva el que soy afectado por el discurso pronunciado en
el juego complejo de los elementos sintácticos, semánticos y pragmáticos que me
señalan que he pronunciado una palabra con sentido transformador.
Por
tanto, no es lo mismo hablar de Magdalena como aquella mujer arrepentida,
convertida que sigue a Jesús. Que “anunciarla” y “nombrarla” como aquella que
estuvo presente en los momentos significativos en la vida Jesús, como también
en su Pascua y la misión que ejerció en todo el proceso constructivo de la
iglesia primitiva. No es lo mismo que la mujer de hoy sea nombrada como
“pecadora, o “culpable”, y se le invite a la conversión y siga a Jesús. Que ser
nombrada, con palabras claves que se pueden ver y seguir en Pedro, Pablo y el
grupo de los apóstoles fieles a la misión del Reino.
Notas
1. Cfr. FREITAS FARIA, J.,
El otro Pedro y la otra Magdalena según los apócrifos. Una lectura de género,
136.
2. Bien sabido es el
contexto patriarcal en que fueron escritos estos textos y la posterior pugna al
interior de las comunidades nacientes por opacar el desempeño de las mujeres en
el movimiento de Jesús.
3. Cfr. Mt 10, 1-4; Mc 3,
13-19; Lc 6, 12-16. Quizá, la intención fuese conectarlos con las doce tribus
de Israel: Mt 19, 28; Lc 22, 30.
4. Cfr. FREITAS FARIA, J.,
El otro Pedro y la otra Magdalena según los apócrifos. Una lectura de género,
119.
5. Cfr. DE BOER, Esther.
María Magdalena, más allá del mito, 34.
6. Citado por Ángela
BERLIS, "Een magnetisch veld: María Magdalena van Mágdala", en Maria
van Nazaret – Schrif, nº 205, Tilburg, 2003, 9.
7. Cfr. DEN BORN, A., Van,
Dicionário enciclopédico da Bíblia, Vozes, Petrópolis, 1987, 365-366.
8. Cfr. De FREITAS FARIA.
El otro Pedro y la otra Magdalena según los apócrifos. Una lectura de género,
119.
9. Cfr. BERNABÉ, Carmen.
María Magdalena y los siete demonios. En: María Magdalena. De apóstol a
prostituta y amante, 48-49.
10. ESTÉVEZ, Elisa. El
poder de una mujer creyente, 97.
11. Cfr. De FREITAS FARIA.
El otro Pedro y la otra Magdalena según los apócrifos. Una lectura de género, 123.
12. Cfr. ibíd. 126.
13. Cfr. 1 Cor 15,8ss; Gal
1,10-17 con las mismas fórmulas primitivas de experiencia de vocación y
revelación que se encuentran en Jn 18, puestas en boca de María
14. También se puede
confrontar con estos textos: “Por último se me apareció a mí, que soy como un
aborto. Porque yo soy el último entre los apóstoles y no merezco el título de
apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios. Gracias a Dios soy lo que soy, y
su gracia en mí no ha resultado estéril, ya que he trabajado más que todos
ellos; no yo, sino l agracia de Dios conmigo. Con todo, tanto yo como ellos,
proclamamos lo mismo y esto es lo que ustedes han creído” (1Cor 15,8-11).
“¿Busco acaso la aprobación de los hombres? ¿O la de Dios? ¿Intento agradar a
los hombres? Si todavía quisiera agradara los hombres, no sería servidor de
Cristo...” (Gal 1,10ss).
15. Juan introduce el
término de mensajero y enviado (Jn 13,16). No hace alusión al término apóstol,
sino discípulo, pero las características con las que se refiere a éste son las
mismas.
16. Cfr. TASCHL-ERBER,
Andrea. María Magdalena ¿Primer apóstol?, en NAVARRO Mercedes - PERRONI
Marinella (eds.),
Los Evangelios.
Narraciones e historia, Verbo Divino, Estella 2011, 446.
17. Ibíd. 453.
18. El libro de los Salmos
maniqueos (s IV) (Sal 187) Jesús la envía a los Once, que, en lugar de ser
pescadores de hombres, han vuelto a su antigua tarea de pescadores, con la
finalidad d reconducir esta ovejas perdidas a su pastor. También, en otro lugar
en donde se enumera a los discípulos, se la describe como “la que arroja la
red” para capturar a los otros once que están perdidos (Sal 192,21ss). Citado
por Taschl-Erber, María Magdalena, ¿Primer Apóstol?, 543.
19. TASCHL-ERBER, A.,
ibíd., 454.
20. Cfr. 1 Tm 2ss.
21. AUSTIN señala tres
clases de actos hablantes: 1. Acto locucionario, el hecho de decir algo, 2.
Acto ilocucionario, aquello que se realiza al decir algo, 3. Acto
perlocucionario, aquello que se realiza por el hecho de haber realizado un acto
ilocucionario. El acto ilocucionario es la propuesta hecha para este contexto
de recuperar la identidad propia de María de Magdala, es decir, un hecho
performativo; y el perlocucionario, es aquel que genera una acción de
transformación, de performatividad. Cfr. ¿Cómo hacer cosas con palabras?, 94
7. R E P E N S A R L A
R E S U R R E C C I Ó N,
Andrés Torres Q.
La fe
en común en
la diferencia de
las interpretaciones
http://www.servicioskoinonia.org/relat/321.htm - Abril
16.
ÍNDICE
1.
La tarea
actual
- Lo común de la fe
- La inevitable diversidad de la teología
2.
La génesis
de la fe en la resurrección
- La resurrección en el Antiguo Testamento
- La resurrección de Jesús en el Nuevo Testamento
- Lo nuevo de la resurrección de Jesús
3.
El modo y
el ser de la resurrección
- Consideraciones previas
- El sepulcro vacío
- Las apariciones
- “Primogénito de entre los muertos”
4.
Las
consecuencias
- Resurrección e inmortalidad
- Resucitados en Cristo
- Jesús, ‘el primogénito de los difuntos’
5.
Consideración
final
Este
texto es el epílogo del libro de Andrés TORRES QUEIRUGA, «Repensar la
resurrección» (Trotta, Madrid 2003), que trata de hacer un resumen del propio
libro. No hemos corregido las huellas de este su carácter de epílogo ni sus
referencias a páginas anteriores del libro. Agradecemos al autor y a la
editorial su gentileza, y recomendamos a los lectores su lectura completa
Llegados
al final de un largo y sinuoso recorrido, no sobra intentar poner en claro su
resultado fundamental. Un resultado que, como el enunciado del título trata de
indicar, presenta un carácter claramente dialéctico. Por un lado, la reflexión
ha procurado moverse siempre dentro de aquella precomprensión común de la que,
de un modo u otro, parten todos los que se ocupan de la resurrección (por eso
dan por supuesto que tratan del mismo asunto). Por otro, ha sido en todo
momento consciente de que lo en apariencia “común” está ya siempre -y por
fuerza- traducido conforme a los patrones de las interpretaciones concretas. La
presentada en este libro es una de ellas. Por eso se ha esforzado en todo
momento por moverse dentro de la fe común y al mismo tiempo no ha ocultado
nunca su libertad para elaborar su peculiar propuesta dentro de la diferencia
teológica.
Hacerlo
con la responsabilidad exigida por un tema tan serio ha complicado, no sé si
más de lo necesario, la exposición, oscureciendo tal vez tanto la intención
como el contenido preciso del mismo resultado. Ahora, con el conjunto a la
vista, resulta más fácil percibir tanto la marcha del proceso reflexivo como su
estructura global y sus líneas principales. De hecho, la impresión de conjunto,
unida a un repaso del índice sistemático, sería tal vez suficiente, y conviene
tenerlo delante. El epílogo trata únicamente de mostrar de manera todavía más
simplificada las preocupaciones y los resultados fundamentales.
A. LA TAREA ACTUAL
1.
Lo común
de la fe
Preocupación básica ha sido en todo momento insistir
en la comunidad e identidad fundamental del referente común que las distintas
teologías tratan de comprender y explicar, pues eso hace más evidente el
carácter secundario y relativo de las diferencias teóricas[1]. Algo que puede
aportar serenidad a la discusión de los resultados, reconociendo la legitimidad
del pluralismo y limando posibles tentaciones de dogmatismo.
Fue ya una necesidad en las primeras comunidades
cristianas. Porque, aunque, como bien reflejan los escritos paulinos, también
en ellas había fuertes discusiones, no por eso deja de percibirse un amplio
fondo común, presente tanto en las distintas formulaciones como en las
expresiones litúrgicas y en las consecuencias prácticas. Esa necesidad se
acentúa en la circunstancia actual, tan marcada por el cambio y el pluralismo,
pues también hoy la comunidad cristiana vive, y necesita vivir, en la
convicción de estar compartiendo la misma fe. Tal vez hoy por hoy, más que a
una visión teológica unitaria, sólo sea posible aspirar a la comunidad de un
“aire de familia”; pero, mantenido en el respeto dialogante, eso será
suficiente para que las “muchas mansiones” teóricas no oculten la pertenencia a
la casa común (cf. Jn 14, 2).
Hace tiempo lo había expresado insistiendo en la
necesidad de “recuperar la experiencia de la resurrección”[2], ese humus común,
rico y vivencial, previo a las distintas teorías en que desde sus comienzos la
comunidad cristiana ha ido expresando su fe. Tal experiencia se manifestó
fundamentalmente como una doble convicción de carácter vital, transformador y
comprometido. Respecto de Jesús, significa que la muerte en la cruz no fue lo
último, sino que a pesar de todo sigue vivo, él en persona; y que, aunque de un
modo distinto, continúa presente y actuante en la comunidad cristiana y en la
historia humana. Respecto de nosotros, significa que en su destino se ilumina
el nuestro, de suerte que en su resurrección Dios se revela de manera plena y
definitiva como “el Dios de vivos”, que, igual que a Jesús, resucita a todos
los muertos; en consecuencia, la resurrección pide y posibilita un estilo
específico de vida que, marcada por el seguimiento de Jesús, es ya “vida eterna”.
2.
La
inevitable diversidad de la teología
Afirmado esto, todo lo demás es secundario, pues lo
dicho marca lo común de la fe. La teología viene luego, con sus diferencias
inevitables y, en principio, legítimas, mientras se esfuercen por permanecer
dentro de ese ámbito, versando sobre “lo mismo”, de manera que las diferencias
teóricas no rompan la comunión de lo creído y vivido.
Eso sitúa y delimita la importancia del trabajo
teológico, pero no lo anula en modo alguno ni, por tanto, lo exime de su responsabilidad.
Porque toda experiencia es siempre experiencia interpretada en un contexto
determinado, y sólo dentro de él resulta significativa y actualizable. La
apuesta consiste en lograr una interpretación correcta, que recupere para hoy
la experiencia válida para siempre. Pero el cambio puede hacerse mal, anulando
la verdad o la integridad de la experiencia; o puede hacerse de modo
insuficiente, dificultándola e incluso impidiéndola: no entrando ni dejando
entrar -según la advertencia evangélica- en su comprensión y vivencia actual. Y
lo cierto es que la ruptura moderna ha supuesto un cambio radical de paradigma,
de suerte que obliga a una reinterpretación muy profunda. Esta situación
aumenta lo delicado y aun arriesgado de la tarea; pero por lo mismo la hace
también inesquivable, so pena de hacer absurdo e increíble el misterio de la
resurrección.
El trabajo de reinterpretación precisa ir en tres
direcciones distintas, aunque íntimamente solidarias:
-
una apunta hacia
la dilucidación histórico-crítica del origen, explicitación y consolidación de
la experiencia;
-
otra, hacia el
intento de lograr alguna comprensión de su contenido, es decir, del ser de la
resurrección y del modo como se realiza;
-
finalmente, otra
intenta dilucidar las consecuencias, tanto para la vida en la historia como
para el destino más allá de la muerte. De suyo, la última dirección es la más
importante, pero, dado que la conmoción del cambio se produjo sobre todo en las
dos primeras, ellas son las que han ocupado mayor espacio en la discusión
teológica. Tampoco en este estudio ha sido posible escapar a ese
“desequilibrio”, aunque se ha intentado compensarlo en lo posible.
B. LA GÉNESIS DE LA FE
EN LA RESURRECCIÓN
El
cambio cultural se manifestó en dos fenómenos principales. El primero fue el fin
de la lectura literal de los textos, que, haciendo imposible tomarlos como un
protocolo notarial de lo acontecido, ha obligado a buscar su sentido detrás del
tenor inmediato de la letra. El segundo consistió en el surgimiento de una
nueva cosmovisión, que ha obligado a leer la resurrección en coordenadas
radicalmente distintas a las presupuestas en su versión original.
En
la nueva comprensión de la génesis influyó e influye sobre todo el primero.
Porque el fin del fundamentalismo forzó un cambio profundo en la lectura y al
mismo tiempo ha proporcionado los medios para llevarlo a cabo. Los ha
proporcionado no sólo porque, al romper la esclavitud de la letra, abría la
posibilidad de nuevos significados, sino también porque, al introducirla en la
dinámica viva de la historia de la revelación, la cargaba de un realismo
concreto y vitalmente significativo. Lo cual vale tanto para el Antiguo como
para el Nuevo Testamento.
1.
La
resurrección en el Antiguo Testamento
Ha sido, en efecto, importante recordar el Antiguo
Testamento y remontarse de algún modo al duro aprendizaje que supuso. Con sus
dos caminos principales.
- El primero
(que tal vez debiera haber recibido una atención aun mayor) remite a la
vivencia de la profunda comunión con Dios. Comunión que, sin negar la aspereza
de la vida terrena y sin tener todavía claridad acerca del más allá de la
misma, permitió intuir que su amor es “fuerte como la muerte” (Cant 8, 6). Por
eso la conciencia de la fidelidad divina fue capaz de dar sentido a la terrible
ambigüedad de la existencia, tal como aparece, por ejemplo, en el salmo 73: “Mi
cuerpo y mi corazón se consumirán, pero Dios es para siempre mi roca y mi
suerte” (v. 26).
- El segundo camino pasa por la aguda experiencia de contraste entre el
sufrimiento del justo y la intolerable injusticia de su fracaso terreno. Como
se anuncia con claridad ya en los Cantos del Siervo y se formula de manera
impresionante con los mártires de la lucha macabea (cf. 2 Mac 7), sólo la idea
de resurrección podía conciliar el amor fiel de Yahvé con el incomprensible
sufrimiento del justo.
Un fruto importante de este recuerdo es que los largos
siglos sin creencia clara en el otro mundo enseñan, en vivo, que la auténtica
fe en la resurrección no se consigue con una rápida evasión al más allá, sino
que se forja en la fidelidad de la vida real y en la autenticidad de la
relación con Dios. Además es muy probable que en esos textos encontrase Jesús
un importante alimento para su propia experiencia; y, con seguridad, ahí lo
encontraron los primeros cristianos para su comprensión del destino del
Crucificado.
2.
La
resurrección de Jesús en el Nuevo Testamento
Esa herencia preciosa pasó al Nuevo Testamento como
presupuesto fundamental, que no debe olvidarse, porque constituía el marco de
vivencia y comprensión tanto para Jesús como para la comunidad. La fe en la
resurrección de los muertos estaba ya presente en la vida y en la predicación
del Nazareno: la novedad que introduce la confesión de la suya, se realiza ya
dentro de esta continuidad radical.
En este sentido, no es casual, y desde luego resulta
esencial, la atención renovada a su vida para comprender la génesis y el
sentido de la profunda reconfiguración que el Nuevo Testamento realiza en el
concepto de resurrección heredado del Antiguo. La vida de Jesús y lo creído y
vivido en su compañía constituyeron sin lugar a dudas una componente
fundamental del suelo nutricio donde echó raíces lo novedoso y específico de la
experiencia pascual.
Dos
aspectos sobre todo tuvieron una enorme fuerza de revelación y convicción.
- En primer lugar, la conciencia del carácter “escatológico” de la misión de Jesús, que
adelantaba y sintetizaba en su persona la presencia definitiva de la salvación
de Dios en la historia: su destino tenía el carácter de lo único y definitivo.
- En estrecha dialéctica con él, está, en segundo lugar, el hecho terrible de la
crucifixión, que parecía anular esa presencia. La durísima “experiencia de
contraste” entre, por un lado, la propuesta de Jesús, garantizada por su
bondad, su predicación y su conducta, y, por otro, su incomprensible final en
la mors turpissima crucis, constituía una “disonancia cognoscitiva” de tal
magnitud, que sólo con la fe en la resurrección podía ser superada (un proceso
que, a su manera, había adelantado ya el caso de los Macabeos).
El hecho de la huida y ocultamiento de los discípulos
fue, con toda probabilidad, históricamente cierto; pero su interpretación como
traición o pérdida de la fe constituye una “dramatización” literaria, de
carácter intuitivo y apologético, para demostrar la eficacia de la
resurrección. En realidad, aparte de lo injusta que resulta esa visión con unos
hombres que lo habían dejado todo en su entusiasmo por seguir a Jesús, resulta
totalmente inverosímil. Algo que se confirma en la historia de los grandes
líderes asesinados, que apunta justamente en la dirección contraria, pues el
asesinato del líder auténtico confirma la fidelidad de los seguidores: la fe en
la resurrección, que los discípulos ya tenían por tradición, encontró en el
destino trágico de Jesús su máxima confirmación, así como su último y pleno
significado. Lo expresó muy bien, por boca de Pedro, el kerygma primitivo:
Jesús no podía ser presa definitiva de la muerte, porque Dios no podía
consentir que su justo “viera la corrupción” (cf. Hch 2, 24-27).
3.
Lo nuevo
en la resurrección de Jesús
La conjunción de ambos factores -carácter definitivo y
experiencia de contraste- hizo posible la revelación de lo nuevo en la resurrección
de Jesús: él está ya vivo, sin tener que esperar al final de los tiempos (que
en todo caso empezarían con él); y lo está en la plenitud de su persona, ya sin
el menor asomo de una existencia disminuida o de sombra en el sheol. Lo que se
esperaba para todos (al menos para los justos) al final de los tiempos, se ha
realizado en él, que por eso está ya exaltado y plenificado en Dios. Y desde
esa plenitud -única como único es su ser- sigue presente en la comunidad,
reafirmando la fe y relanzando la historia.
Tal novedad no carecía, con todo, de ciertos
antecedentes en el Antiguo Testamento y en el judaísmo intertestamentario
(piénsese en las alusiones a los Patriarcas, a Elías o al mismo Bautista ); y,
aunque menos, tampoco era totalmente ajena al entorno religioso medio-oriental
y helenístico, con Dioses que mueren y resucitan o con personajes que se hacen
presentes después de muertos . De todos modos, el carácter único de la persona
y la misión de Jesús, hizo que, por la seguridad de su vivencia, por su
concreción histórica y por su carácter plena e individualizadamente personal,
la fe en su resurrección supusiese un avance definitivo en la historia de la
revelación. De nadie se había hablado así: nunca, de ninguna persona se había
proclamado con tal claridad e intensidad su estar ya vivo, plenamente
“glorificado” en Dios y presente a la historia.
Los textos, leídos críticamente, no permiten una
reconstrucción exacta del proceso concreto por el que se llegó a esta visión
específica. Lo claro es el resultado. Y de los textos resulta que esa
convicción firme, esa fe en la resurrección actual de Jesús y en la permanencia
de su misión se gestó y se manifestó en vivencias extraordinarias de su nuevo
modo de presencia real, que, en aquel ambiente cargado de una fortísima
emotividad religiosa, los protagonistas interpretaron como “apariciones”. En
todo caso, como tales fueron narradas a posteriori en el Nuevo Testamento, en
cuanto explicitación catequética y teológica del misterio que se intentaba
transmitir. En ese mismo marco se forjaron también las narraciones acerca de la
“tumba vacía”.
El carácter teológico de las narraciones es lo
decisivo: ahí se expresa su intención y radica su enseñanza; a través de ellas
se nos entrega el objeto de la fe. Dada su composición por escritores que,
fuera del caso de Pablo (tan peculiar en muchos aspectos), no habían sido
testigos directos, sino que escriben basados en recuerdos y relatos ajenos,
entre cuatro y siete décadas más tarde, no pueden considerarse sin más como descripciones
de acontecimientos fácticos, tal como los narrarían, por ejemplo, un cronista o
un historiador actuales. De suerte que la interpretación más concreta de lo
sucedido fácticamente constituye una delicada y compleja tarea hermenéutica,
que ha de tener en cuenta el distinto marco cultural y los nuevos instrumentos
de lectura crítica. Circunstancia que resulta decisiva a la hora de interpretar
el modo de la resurrección y del ser mismo del Resucitado.
C. EL MODO Y EL SER DE
LA RESURRECCIÓN
1.
Consideraciones
previas
De entrada, conviene insistir una vez más en que el
problema se mueve ahora en un nivel distinto del anterior: allí se describía lo
fundamental de la experiencia, aquí se intenta una mayor clarificación
conceptual. Como queda dicho y repetido a lo largo de toda la obra, lo
intentado en este nivel no pretende nunca cuestionar la verdad del anterior, y
las discrepancias en él no tienen por qué significar una ruptura de la unidad
de fe expresada en el primero. Pertenecen más bien al inevitable y legítimo
pluralismo teológico.
Si antes influía sobre todo la caída del
fundamentalismo, ahora es el cambio cultural el que se deja sentir como
prioritario. Cambio en la visión del mundo, que, desdivinizado, desmitificado y
reconocido en el funcionamiento autónomo de sus leyes, obliga a una re-lectura
de los datos. Piénsese de nuevo en el ejemplo de la Ascensión: tomada a la
letra, hoy resulta simplemente absurda. Cambio también en la misma teología
que, justamente por efecto de esos dos factores, se halla en una situación
nueva, sobre todo -tal como queda indicado al principio (1.6)- por lo que
respecta a la concepción de la creación, la revelación y la cristología. La
acción de Dios no se concibe bajo un patrón intervencionista y “milagroso”, que
no responde a la experiencia ni religiosa ni histórica y que amenazaría la
trascendencia divina. La revelación no es un “dictado” milagroso y autoritario
que deba tomarse a la letra. Y la cristología no busca lo peculiar de Jesús en
su apartamiento sobre-naturalista, sino en su plena realización de lo humano:
la cristología como realización plena de la antropología, la divinidad en la
humanidad.
En este sentido, resulta hoy de suma importancia tomar
en serio el carácter trascendente de la resurrección, que es incompatible, al
revés de lo que hasta hace poco se pensaba con toda naturalidad, con datos o
escenas sólo propios de una experiencia de tipo empírico: tocar con el dedo al
Resucitado, verle venir sobre las nubes del cielo o imaginarle comiendo, son
pinturas de innegable corte mitológico, que nos resultan sencillamente
impensables.
Como resultado, no es la exégesis de detalle la que
acaba decidiendo la interpretación final, sino la coherencia del conjunto. Esa
exégesis es necesaria, y gracias a ella estamos donde estamos. Pero sus
resultados llevan sólo al modo peculiar como los hagiógrafos interpretaban la
resurrección con los medios de su cultura. Ahora toca justamente hacer lo mismo
con los medios de la nuestra. Por eso no se trata únicamente de que las
discusiones exegéticas de los puntos concretos acaben muchas veces en tablas:
“no se puede refutar esto, pero tampoco se puede probar lo contrario”; sino que
es la entera visión de conjunto la que se mueve en busca de una nueva “figura”
de la comprensión. Esta figura es la que, en definitiva, convence o no
convence, según resulte significativa y “realizable” en la cultura actual o
aparezca como incomprensible desde sus legítimas preguntas o incompatible con
sus justas exigencias.
Finalmente, también ahora conviene ir por pasos, de lo
más claro a lo más discutible. Lo cual además tiene dos ventajas importantes:
permite ver el avance ya realizado, que en realidad es enorme; y puede ayudar a
descubrir la verdadera dirección del cambio que se está produciendo. El sentido
histórico bien administrado no sólo aporta serenidad a la discusión, sino que
de ordinario aumenta la lucidez para percibir el futuro.
2.
El
sepulcro vacío
No es exageración optimista hablar de lo enorme del
cambio ya acontecido. Entre un manual preconciliar y un tratamiento actual,
incluso de los más conservadores, la distancia es astronómica, tanto en lo
cuantitativo del espacio dedicado, como en lo cualitativo del modo de ver la
resurrección.
Desde luego, ya nadie confunde la resurrección con la
revivificación o vuelta a la vida de un cadáver. Ni por tanto se la pone en
paralelo ni, menos, se la confunde con las “resurrecciones” narradas no sólo en
la Biblia, atribuidas a Eliseo, a Jesús o a Pablo (que, por otra parte, casi
nadie toma a la letra), sino también en la cultura del tiempo, como en el caso
de Apolonio de Tiana. La resurrección de Jesús, la verdadera resurrección,
significa un cambio radical en la existencia, en el modo mismo de ser: un modo
trascendente, que supone la comunión plena con Dios y escapa por definición a
las leyes que rigen las relaciones y las experiencias en el mundo empírico.
Por eso ya no se la comprende bajo la categoría de
milagro, pues en sí misma no es perceptible ni verificable empíricamente. Hasta
el punto de que, por esa misma razón, incluso se reconoce de manera casi
unánime que no puede calificarse de hecho histórico. Lo cual no implica, claro
está, negar su realidad, sino insistir en que es otra realidad: no mundana, no
empírica, no apresable o verificable por los medios de los sentidos, de la
ciencia o de la historia ordinaria.
Puede afirmarse que estas ideas constituyen hoy un
bien común de la teología. Pero sucede que el estado de “transición entre
paradigmas” que caracteriza la situación actual no siempre permite ver con
claridad las consecuencias: afirmado el principio nuevo, se sigue operando
muchas veces con los conceptos y presupuestos viejos. Algo claro y hasta
sorprendente cuando un mismo autor, después de reconocer de manera expresa que
la resurrección no es un milagro, se aplica a matizarlo diciendo que no es un
milagro “espectacular” (como si de alguien se dijese que está muerto, pero sólo
“un poco” muerto). Pasa sobre todo con los problemas del sepulcro vacío y las
apariciones. Con desigual intensidad, sin embargo.
En el caso del sepulcro vacío se han dado más pasos.
Exegéticamente no es posible decidir la cuestión, pues, en puro análisis
histórico, hay razones serias tanto para la afirmación como para la negación.
Pero se ha producido un cambio importante, en el sentido de que son ya muchos
los autores que no hacen depender la fe en la resurrección de la postura que se
adopte al respecto: se reconoce que pueden creer en ella tanto los que piensan
que el sepulcro ha quedado vacío como los que opinan lo contrario.
La opción por tanto depende, en definitiva, del marco
teológico en que se encuadra. Y la verdad es que, superadas las adherencias
imaginativas que representan al Resucitado como vuelto a una figura (más o
menos) terrena, y tomado en toda su seriedad el carácter trascendente de la
resurrección, la permanencia o no del cadáver pierde su relevancia. El
resultado vivencial y religioso es el mismo en ambos casos. Una realidad
personal tan identificada con Dios, cuya presencia se puede vivir simultáneamente
en una aldea de África o en una metrópoli europea, que no es visible ni
tangible: en una palabra, una realidad que está totalmente por encima de las
leyes del espacio y del tiempo, no puede guardar ninguna relación material con
un cuerpo espacio-temporal. Más aún, tal relación no parece resultar pensable,
pues la desaparición del cadáver debería obedecer o a una aniquilación (lo cual
anularía sin más la relación) o a una transformación tan cualitativamente
diversa que parece anular igualmente toda posibilidad de relación (ninguna ley
mundana vale para la persona resucitada). Tan invisible e intangible es el
Resucitado para quien afirma que el sepulcro quedó vacío, como para quien
afirma lo contrario.
Esto es importante, porque lo que, en el fondo y con
toda legitimidad, pretende salvaguardar la afirmación de la tumba vacía es la
identidad del Resucitado; que es también lo que se busca expresar con el
simbolismo de la “resurrección de la carne”. Pero, aparte de que ni siquiera en
la vida mundana puede considerarse sin más el cuerpo como el verdadero soporte
de la identidad, puesto que sus componentes se renuevan continuamente, parece
claro que la preservación de la identidad ha de buscarse en el ámbito de
categorías estrictamente personales. Aunque estamos en una de las más arduas
cuestiones de la antropología, lo fundamental es que la identidad se construye
en el cuerpo, pero no se identifica con él. Lo que el cuerpo vivo ha
significado en esa construcción se conserva en la personalidad que en él y desde
él se ha ido realizando; no se ve qué podría aportar ahí la transformación (?)
del cuerpo muerto, del cadáver.
El cómo sucede esto constituye, sin duda -y para
cualquier concepción-, un oscurísimo misterio, puesto que, por definición, está
más allá de las leyes mundanas. Sólo cabe barruntarla mediante una “lógica de
la simiente”: ¿quién podría, de no comprobarlo a posteriori, ver como posible
la continuidad entre la bellota y el roble? Ya lo dijera san Pablo: “se siembra
corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se
siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita
un cuerpo espiritual” (1 Cor 15, 42-44).
Por otra parte, rota la linealidad literal de las
narraciones, resulta muy difícil, si no imposible, interpretar con un mínimo de
coherencia el supuesto contrario. ¿Qué sentido podría tener el tiempo
cronológico en que el cadáver permanecería en la tumba, para ser “revivificado”
en un momento ulterior? ¿Qué tipo de identidad personal sería la del Resucitado
mientras espera la “revivificación” del cadáver? ¿Qué significaría esa mezcla
de vida trascendente y espera cronológico-mundana?
En cambio, dentro de la irreductible oscuridad del
misterio, todo cobra coherencia cuando se piensa la muerte como un tránsito,
como un “nuevo nacimiento”, en el que la persona “muere hacia el interior de
Dios”; algo así como si del “útero” mundano la persona se alumbrase hacia su
vida definitiva: “llegado allí, seré verdaderamente persona”, dijo san Ignacio
de Antioquía. Y el Cuarto Evangelio ve en la cruz la “hora” definitiva, en la
que la “elevación” (hýpsosis) es simultáneamente muerte física en lo alto de la
cruz y “glorificación” en el seno del Padre. Morir es ya resucitar:
resurrección-en-la-muerte.
3.
Las apariciones
En realidad, al menos en la medida en que las
apariciones se toman como percepción sensible (sea cual sea su tipo, su
claridad o su intensidad) del cuerpo del Resucitado, el problema es
estrictamente paralelo al anterior. Porque de ese modo no sólo se vuelve a
interpretar necesariamente la resurrección como “milagro”, sino que se
presupone algo contradictorio: la experiencia empírica de una realidad
trascendente. Pero aquí la percepción del problema no ha cambiado tanto como en
el caso anterior; de suerte que muchos que no hacen depender la fe en la
resurrección de la admisión del sepulcro vacío, sí lo hacen respecto de las
apariciones. La razón es también distinta: si antes preocupaba la preservación
de la identidad del Resucitado, ahora se cree ver en las apariciones el único
medio de garantizar la objetividad y la realidad misma de la resurrección.
Pero esa impresión sólo es válida, si permanece
prisionera de la antigua visión, sobre todo en dos puntos fundamentales. El
primero, seguir tomando la actuación de las realidades trascendentes bajo la
pauta de las actuaciones mundanas, que interferirían en el funcionamiento de la
realidad empírica y que, por tanto, se podrían percibir mediante experiencias
de tipo sensible. El segundo, conservar un concepto extrinsecista y autoritario
de revelación, como verdades que se le “dictarían” al revelador y que los demás
deben aceptar sólo porque “él dice que Dios se lo dijo”. Dado lo complejo y
delicado de la cuestión, una aclaración fundamentada debe remitir al detalle de
lo explicado en el texto. Aquí es preciso limitarse a unas indicaciones
someras.
- La primera, recordar que la experiencia puede ser real
sin ser empírica; o, mejor, sin
que su objeto propio tenga sobre ella un efecto empírico directo. Se trata de
experiencias cuyo objeto propio (no empírico) se experimenta en realidades
empíricas. El caso mismo de Dios resulta paradigmático. Ya la Escritura dice
que “nadie puede ver a Dios” (cf. Éx. 33, 20), y, sin embargo, la humanidad lo
ha descubierto desde siempre. Ese es el verdadero significado de las “pruebas”
de su existencia: responden a un tipo de experiencias con realidades empíricas
-sentimiento de contingencia, belleza del mundo, injusticia irreparable de las
víctimas... -en las que se descubre la existencia de Dios, pues sólo contando
con ella pueden ser comprendidas en toda su verdad.
Esto hace que tales experiencias resulten tan
peculiares y difíciles. Pero ese es su modo de ser, y no cabe otra alternativa.
Por eso son tan chocantes posturas como las de Hanson, pretendiendo que, para
que él creyese en su existencia, Dios tendría que aparecérsele empíricamente,
visible y hablando como un Júpiter tonante, registrable en vídeo y en
magnetófono. Bien mirado, eso no sólo sería justamente la negación de su
trascendencia, sino incluso, como ha argüido Kolakowski, constituiría una
contradicción lógica. Y por lo mismo, pretender para Dios un tipo de
experiencia empírica, como en el caso de la famosa “parábola del jardinero” de
Anthony Flew, es el modo de hacer imposible la (de)mostración su existencia.
Muchos teólogos que se empeñan en exigir las
apariciones sensibles para tener pruebas empíricas de la resurrección, no
acaban de comprender que eso es justamente ceder a la mentalidad empirista, que
no admite ningún otro tipo de experiencia significativa y verdadera.
Paradójicamente, con su aparente defensa están haciendo imposible su aceptación
para una conciencia actual y justamente crítica. Por lo demás el mismo sentido
común, si supera la larga herencia imaginativa, puede comprender que “ver” u
“oír” algo o a alguien que no es corpóreo sería sencillamente falso, igual que
lo sería tocar con la mano un pensamiento. Y una piedad que tome en serio la fe
en el Resucitado como presente en toda la historia y la geografía humana
-“donde están dos o tres, reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de
ellos” (Mt 18, 20)-, no puede pensar para él un cuerpo circunscribible y
perceptible sensorialmente.
(Y nótese que cuando se intenta afinar, hablando, por
ejemplo, de “visiones intelectuales” o “influjos especiales” en el espíritu de
los testigos, ya se ha reconocido que no hay apariciones sensibles. Y, una vez
reconocido eso, seguir empeñados en mantener que por lo menos vieron “fenómenos
luminosos” o “percepciones sonoras”, es entrar en un terreno ambiguo y
teológicamente no fructífero, cuando no insano. Esto no niega la veracidad de
los testigos -si fueron ellos quienes contaron eso, y no se trata de
constructos simbólicos posteriores-, ni tampoco que el exegeta pueda discutir
si histórico-críticamente se llega o no a ese dato. Lo que está en cuestión es
si lo visto u oído empíricamente por ellos es el Resucitado o son sólo
mediaciones psicológicas -semejantes, por ejemplo, a las producidas muchas
veces en la experiencia mística o en el duelo por seres queridos- que en esas
ocasiones y para ellos sirvieron para vivenciar su presencia trascendente, y
tal vez incluso ayudaron a descubrir la verdad de la resurrección. Pero repito
eso no es ver u oír al Resucitado; si se dieron, fueron experiencias sensibles
en las que descubrieron o vivenciaron su realidad y su presencia).
- Con esto enlaza la segunda indicación: la revelación puede descubrir la verdad sin ser un
dictado milagroso. Basta pensar que tal fue el caso para la misma resurrección
en el Antiguo Testamento: lejos de ser un dictado, obedeció a una durísima
conquista, apoyada en la interpretación de experiencias concretas, como la
desgracia del justo o el martirio de los fieles; experiencias que sólo contando
con la resurrección podían ser comprendidas. Así se descubrió -se reveló- la
resurrección que alimentó la fe de los (inmediatos) antepasados y de los
contemporáneos de Jesús. Resurrección real, porque responde a una experiencia
reveladora, que no por no ser empírica dejó de llevar a un descubrimiento
objetivo.
Lo que sucede es que la novedad de la resurrección de
Jesús, en lugar de ser vista como una profundización y revelación definitiva
dentro de la fe bíblica, tiende a concebirse como algo aislado y sin conexión
alguna con ella. Por eso se precisa lo “milagroso”, creyendo que sólo así se
garantiza la novedad. Pero, repitámoslo, eso obedece a un reflejo inconsciente
de corte empirista. No acaba de percibirse que, aunque no haya irrupciones
milagrosas, existe realmente una experiencia nueva causada por una situación
inédita, en la que los discípulos y discípulas lograron descubrir la realidad y
la presencia del Resucitado. La revelación consistió justamente en que
comprendieron y aceptaron que esa situación sólo era comprensible porque estaba
realmente determinada por el hecho de que Dios había resucitado a Jesús, el
cual estaba vivo y presente de una manera nueva y trascendente. Manera no
empírica, pero no por menos sino por más real: presencia del Glorificado y
Exaltado.
Si la resurrección no fuese real, todo perdería para
ellos su sentido. Sin la resurrección, Cristo dejaría de ser él y su mensaje
quedaría refutado. Dios permanecería en su lejanía y en su silencio frente a la
terrible injusticia de su muerte. Y ellos se sentirían abandonados a sí mismos,
perdidos entre su angustia real y una esperanza tal vez para siempre
decepcionada. Todo cobró, en cambio, su sentido cuando descubrieron que Jesús
había sido constituido en “Hijo de Dios con poder” (Rm 1, 4) y que Dios se
revelaba definitivamente como “el que da vida a los muertos” (1 Cor 15, 17-19).
Esto no pretende, claro está, ser un “retrato” exacto
del proceso, sino únicamente desvelar su estructura radical. Estructura
universalizable, que sigue siendo fundamentalmente la misma para nosotros y que
por eso, cuando se nos desvela gracias a la ayuda “mayéutica” de la
interpretación apostólica, puede resultarnos significativa y -en su modo
específico- “verificable”. Creemos porque “hemos oído” (fides ex auditu: Rm 10,
17); pero también porque, gracias a lo oído, nosotros mismos podemos “ver” (cf.
Jn 4, 42, episodio de la Samaritana y sus paisanos). Tal es el realismo de la
fe, cuando se toma en serio y no, según diría Kant, como algo puramente
“estatutario”. No, por tanto, un mero aceptar “de memoria”, afirmando a, lo
mismo que se podría afirmar b o c; sino afirmar porque la propia y entera vida
se siente interpretada, interpelada, comprometida y salvada por eso que se
cree.
4.
“Primogénito
de los muertos”
Esto último, contextualizado por lo dicho en los
puntos anteriores, permite un paso ulterior, creo que de suyo natural, pero que
de entrada puede resultar sorprendente, puesto que se aparta de lo que
espontáneamente se viene dando por supuesto. Como siempre sucede en la
revelación, lo que se descubre estaba ya ahí. Se descubre gracias a que una
circunstancia especial, por su “extrañeza” (oddness, en la terminología de I.
T. Ramsey), despierta la atención del “profeta” o revelador, haciéndolo “caer
en la cuenta”: “¡El Señor estaba en este lugar, y yo no lo sabía!” (Gén 18,
16).
Mostrémoslo con algún ejemplo, que no precisa ser
literal en todos sus detalles. Dios ha estado siempre al lado de las víctimas
contra la opresión injusta; pero fue la peculiar circunstancia de Egipto la que
permitió a la genialidad y fidelidad religiosa de Moisés “caer en la cuenta” de
esa presencia. Pero eso no significa que Dios haya empezado a ser liberador
cuando lo descubrió Moisés. A pesar de eso, hubo un comienzo real, no un simple
“como si” teórico, pues la nueva conciencia abrió nuevas posibilidades reales
para la acogida humana y por tanto para la penetración de la acción liberadora
del Señor en la historia). Lo mismo -para acercarnos más a nuestro caso-sucede
con la paternidad divina. Cuando Jesús en su peculiar experiencia (con todo lo
que ella implicaba) logró verla, vivirla y proclamarla con definitiva e
insuperable claridad, no es que esa paternidad “empezase” entonces: Dios era y
es desde siempre “padre/madre” para todo hombre y mujer. Sucede únicamente que
a partir de Jesús se revela con claridad, transformando realmente la vida
humana, puesto que desde entonces la filiación puede vivirse de manera más
profunda y consecuente.
Con la resurrección sucede lo mismo. En Jesús se reveló
en plenitud definitiva lo que Dios estaba siendo desde siempre: el “Dios de
vivos”, como dijo el mismo Jesús; “el que resucita a los muertos”, como gracias
a su destino re-formularon los discípulos la fe que ya tenían en la
resurrección, confirmándola y profundizándola con fuerza definitiva.
Esta comprensión supone ciertamente un cambio en la
visión teológica; pero resulta perfectamente coherente con el experimentado por
la cristología en general, que, como queda dicho, ha aprendido a ver la
singularidad de Jesús no en el apartamiento de lo humano, sino en su plena
revelación y realización. Por eso con esta visión no se anula, sino que se
confirma la confesión de la fe: Cristo sigue siendo “el primogénito de los
muertos” (Ap 1, 15), sólo que no en el sentido cronológico de primero en el
tiempo, sino como el primero en gloria, plenitud y excelencia, como el
revelador definitivo, el modelo fundante y el “pionero de la vida” (Hch 3, 15).
De ahí esa reciprocidad íntima, auténtica perichoresis, que Pablo proclama
entre su resurrección y la nuestra: si él no ha resucitado, tampoco nosotros;
si nosotros no, tampoco él (1 Cor 15, 12-14).
Realmente, cuando se superan los innumerables clichés
imaginativos con que una lectura literalista ha ido poblando la conciencia teológica,
se comprende que esta visión es la más natural y, sobre todo, la más coherente
con un Dios que, habiendo creado por amor, no ha dejado nunca a sus hijos e
hijas entregados al poder de la muerte. Por eso la humanidad, aunque no haya
podido descubrir esta plenitud de revelación hasta la llegada de Jesús, lo ha
presentido y a su modo lo ha sabido siempre, expresándolo de mil maneras. Pero
de esto hablaremos después.
D. LAS CONSECUENCIAS
Una
de las maneras más eficaces de verificar la verdad de una teoría consiste en
examinar sus consecuencias. En ellas se despliegan su verdadero significado y
su fuerza de convicción. Respecto de la resurrección vale la pena mostrarlo
brevemente en tres frentes principales.
1.
Resurrección
e inmortalidad
El aislamiento que el estudio de la resurrección ha
sufrido respecto del proceso de la revelación bíblica fue todavía mayor
respecto de la tradición religiosa en general. En gran medida se ha querido
asegurar su especificidad, acentuando la diferencia. Pero realmente la resurrección
pertenece por su propia naturaleza a un plexo religioso fundamental y en cierto
modo común a todas las religiones: la idea de inmortalidad. Respecto de esta no
es algo aparte, sino un modo específico de tematizarla y de vivirla.
Porque es natural que cada religión interprete la
verdad común en el marco específico de su propia religiosidad. La bíblica,
desde el Antiguo Testamento, la ve sobre todo dentro de su fundamental acento
personalista: por un lado, desde la relación con un Dios cuyo amor fiel rescata
del poder de la muerte, llamando a la comunión consigo y, por otro, desde una
antropología unitaria, que no piensa en la salvación de sólo una parte de la
persona. El Nuevo Testamento hereda esta tradición, llevándola a su culminación
gracias al enorme impacto de la experiencia crística.
Ahí radica su originalidad, y es comprensible el
énfasis que se ha puesto en ella. Sin embargo, el mejor camino para asegurarla
y ofrecerla como aportación a los demás no es el de acentuar la diferencia
hasta romper la continuidad fundamental. Tal ha sucedido sobre todo al insistir
en su diferencia con la idea griega de inmortalidad. Diferencia real, puesto
que los griegos configuraban el fondo común dentro de su propio marco religioso
y filosófico. Pero no contraposición radical y totalmente incompatible, ni
mucho menos. Ya históricamente sería falso, pues es bien sabido que en la etapa
decisiva de la configuración de esta verdad la Biblia recibió un fuerte impulso
del mundo helenístico (que por su mayor dualismo antropológico hacía más fácil
vencer la apariencia de que todo acaba con la muerte). Además, como hemos
visto, en la misma Biblia no siempre era tan neta y abrupta la distinción, y
hay en ella textos que hablan como los griegos o simplemente mezclan ambas
concepciones.
Cuando se comprende la resurrección de Jesús como la
revelación definitiva de lo que “el Dios de vivos” hace con todas las personas
de todos los tiempos, resulta más fácil ver la comunidad radical. La
resurrección de Jesús de Nazaret representa algo específico y constituye una
aportación irreductible; pero es así, sobre todo, gracias a que en él se nos ha
revelado en plenitud lo ya se había revelado a su modo en las demás religiones
: que Dios resucita ya, sin esperar a un fin del mundo, y resucita plenamente,
es decir, en íntegra identidad personal (que ni es sólo el “alma” ni está a la
espera de ser completada con el “cuerpo” rescatado de su estado de cadáver).
Eso no vacía sin más de significado la expectación de
una “resurrección al final de los tiempos”. Significado verdadero e importante,
pero no en el sentido mitológico de una reunión final de la humanidad en el
“valle de Josafat”, sino en el de una esperanza de comunión plena. La comunidad
de los resucitados, en efecto, no está completa y clausurada en sí misma,
desinteresada de la historia. Mientras esta no se cierre, mientras quede
alguien en camino, hay una expectación e incompletud real, una comunión de
presencia dinámica hasta que culmine el proceso por el que, con toda la humanidad
reunida, “Dios será todo en todos” (1 Cor 15, 28).
Lo decisivo es que esta visión cristiana no tiene por
qué ser presentada como algo aislado y excluyente, sino como una concreción de
la verdad común. Esto es muy importante para un tiempo en el que el diálogo de
las religiones ha cobrado una relevancia trascendental. La resurrección bíblica
no renuncia a la propia riqueza, sino que la ofrece como aportación a la
búsqueda común. Y, al mismo tiempo, comprende que hay aspectos en los que
también ella puede enriquecerse con la aportación específica de las demás
religiones. Se ha intentado muchas veces con la transmigración y existen
intentos interesantes desde las religiones africanas y amerindias. En todo
caso, lo decisivo es el reconocimiento de la fraternidad a través de la fe en
este misterio y del diálogo en la búsqueda de su mejor comprensión.
2.
Resucitados
con Cristo
Hasta aquí hemos insistido sobre todo en la primera de
las preguntas kantianas: qué podemos saber de la resurrección. Ahora cumple
decir algo de la segunda: qué debemos hacer desde la fe en ella. Se trata de su
dimensión más inmediatamente práctica, con dos aspectos fundamentales.
- El primero es el problema del mal. La cruz lo hace visible en todo su horror; la
resurrección muestra la respuesta que desde Dios podemos vislumbrar.
La
cruz, en efecto, permite ver de modo casi intuitivo que el mal resulta
inevitable en un mundo finito, pues Dios sólo podría eliminarlo a costa de
destruir su propia creación, interfiriendo continuamente en ella y anulándola
en su funcionamiento: para librar a Jesús del patíbulo, tendría que suprimir la
libertad de los que lo condenaron o suspender las leyes naturales para que los
instrumentos no lo dañasen o las heridas no le causasen la muerte... Además, si
lo hacía con él, ¿por qué no con las demás víctimas de la tortura, de la
guerra, de las catástrofes, de las enfermedades...? Pero entonces ¿qué sería
del mundo? Equivaldría simple y llanamente a su anulación. Comprender esta
inevitabilidad fue tal vez la “última lección” que Jesús tuvo que aprender en
la cruz (cf. Hbr 5, 7), pues su tradición religiosa lo inclinaba seguramente a
pensar que Dios intervendría en el último momento para librarlo.
La
vivencia del Abbá y la fidelidad a la misión le permitieron comprender que Dios
no nos abandona jamás y que -como había descubierto el libro de Job- la
desgracia no es un signo de su ausencia, sino una forzosidad causada por la
finitud del mundo o por la malicia de la libertad finita. Pero también -más
allá de Job- que por eso mismo Dios está siempre a nuestro lado, acompañándonos
cuando nos hiere el mal y apoyándonos en la lucha contra él; sobre todo,
asegurando nuestra confianza en que el mal no tiene la última palabra, aunque
no siempre resulte fácil verlo, principalmente cuando la muerte parece darle el
triunfo definitivo. Los evangelistas intuyen esta dialéctica, cuando se atreven
a poner en los labios de Jesús, por un lado, el grito de la interrogación
angustiada: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34; Mt
27, 46); y, por otro, las palabras de la entrega confiada: “En tus manos pongo
mi vida” (Lc 23, 46).
Por
parte de Dios, la resurrección fue la respuesta: es la respuesta. Gracias a la
fidelidad de Jesús, paradójicamente para nosotros resulta más fácil de
comprender: lo que para él fue una dura conquista, nosotros podemos acogerlo ya
en la claridad de la fe. Y también, sacar las consecuencias teológicas. Por un
lado, el carácter trascendente de la resurrección no permite esperar “milagros”
divinos, sino que convoca a la praxis histórica, colaborando con Dios en su
lucha contra el mal: es el único encargo -el “mandamiento nuevo”- que nos deja
Cristo. Pero, por otro, su carácter real y definitivo es lo único que nos
permite responder a la terrible pregunta por las víctimas, que, muertas, nada
pueden esperar de soluciones desde la historia: sólo la resurrección puede
ofrecer una salida a “la nostalgia de que el verdugo no triunfe definitivamente
sobre su víctima”.
Basta
con pensar en la importancia de este tema en la teología de la liberación y en
su repercusión en el diálogo con la teoría crítica, de Horkheimer a Habermas,
para percatarse de la importancia de esta consecuencia.
- El segundo aspecto –la vida eterna- enlaza con este. Quien resucita es el Crucificado: su vida, la vida
últimamente real y auténtica, no es rota por el terrible trauma de la muerte,
sino que es acogida y potenciada –glorificada- por el Dios que resucita a los
muertos. No se trata de una vida distinta y superpuesta, sino de su única vida,
ahora revelada en la hondura de sus latencias y realizada en la plenitud de sus
potencias (para usar la terminología de Ernst Bloch). La resurrección ni es una
“segunda” vida ni una simple “prolongación” de la presente (lo cual, como
muchos han visto, sería un verdadero horror, un auténtico infierno), sino el
florecimiento pleno de esta vida, gracias al amor poderoso de Dios.
Es
importante insistir en esto, pues incluso algunos teólogos caen aquí en una
interpretación reductora, arguyendo que la resurrección implicaría una
devaluación de la vida terrena. Todo lo contrario, bien entendida, supone su
máxima potenciación. La Escritura misma lo ve, sobre todo en el Cuarto
Evangelio, hablando de vida eterna. Una vida que ya ahora, reconociéndose
radicada de manera irrompible en el mismo ser divino, confiere un valor
literalmente infinito a todo su ser y a todos sus logros: “ni siquiera un vaso
de agua quedará sin recompensa” (cf. Mc 9,41; Mt 10, 42).
Por
eso la esperanza de la resurrección no significa una escapada al más allá, sino
una radical remisión al más acá, al cultivo auténtico de la vida y al
compromiso del trabajo en la historia. Fue lo que, frente al abuso de los
“entusiastas” -que creyéndose ya resucitados despreciaban esta vida, sea en la
renuncia ascética, sea en el abuso libertino-, comprendió la primera comunidad
cristiana. Tal fue con seguridad el motivo principal por el que se escribieron
los evangelios: recordar el que el Resucitado es el Crucificado, que su
resurrección se gestó en su vida de amor, fidelidad y entrega. La vida eterna,
la que se encontrará a sí misma plenamente realizada en la resurrección, es la
misma que, igual que Cristo, se vive aquí y ahora en toda radicalidad, la que
se gesta en el seguimiento. Por eso se retomó, como modelo y llamada, la
concreción de su vida histórica: viviendo como él, resucitaremos como él.
3.
Jesús, “el
primogénito de los difuntos”
Y queda la tercera pregunta: qué nos es dado esperar
desde la fe en la resurrección. En realidad, ya queda dicho lo fundamental.
Pero hay dos puntos que importa subrayar, pues la problemática tradicional
suele dejarlos demasiado en la sombra. También en esta tercera pregunta sigue
siendo Jesús el modelo para adentrarse en la respuesta.
- En primer punto se refiere a él mismo. Hablar de Jesús como primogénito de los difuntos, en
lugar de primogénito de los “muertos”, puede sonar de entrada un tanto extraño,
incluso fuerte. A pesar de que las palabras son sinónimas, el hábito apaga la
radicalidad del significado en la primera, mientras que la variación puede
avivarla en la segunda. Porque se trata de percibir que, efectivamente, Jesús,
el Cristo, cumple la perfecta definición cristiana de un difunto: alguien que
ha muerto biológicamente, pero que en la identidad radical de su ser vive
plenamente en Dios. Lo cual nos lleva a la cuestión descuidada, no tanto en la
práctica cuanto en la teoría teológica, de nuestra relación actual con él.
Su
desaparición de la visibilidad mundana pone esa relación en una situación
peculiar. No es como la que mantenían los discípulos, que podían verle, oírle y
tocarle. Pero tampoco puede reducirse al mero recuerdo de un personaje
histórico, ni a verlo como una figura imaginaria. La resurrección dice que
Cristo está vivo hoy y que por tanto la suya es una presencia real, con la que
sólo tiene sentido una relación actual. No le vemos, pero él nos ve; no le
tocamos, pero le sabemos presente, afectando nuestras vidas y afectado por
ellas. Por eso podemos hablar con él en la oración y colaborar con él en el amor
y el servicio: “a mí me lo hacéis”. En este sentido, el recuerdo, cuidando de
que no quede reducido a mero recuerdo, puede ayudar como mediación imaginativa
para la presencia. Según el tópico kantiano: la presencia “llena” el recuerdo,
que sin él pudiera parecer “ciega”.
No
es una relación fácil, porque rompe los esquemas ordinarios de las relaciones
humanas; pero es viva y eficaz, como muestra toda la historia de la vida
cristiana. Problema importante, que preocupó de manera intensa a nuestros
místicos clásicos[3], pero que sin duda debiera recibir una atención más
expresa por parte de la teología actual.
- Esto nos lleva al segundo punto: la relación con los
difuntos. La visión que hemos
tratado de elaborar muestra con toda claridad que lo decisivo para su
comprensión es que encuentra su modelo fundante en la relación que tenemos con
Jesús, el Cristo. Y eso significa que también con ellos existe una relación de
presencia real y actual, de comunión e intercambio. A eso apunta el misterio,
precioso, de la comunión de los santos -de todos, no sólo los que están en los
altares. Un misterio que también precisa ser pensado teológicamente, para
evitar deformaciones -por ejemplo, la de utilizarlos como “intercesores”, como
si ellos nos fuesen más cercanos o favorables que Dios o Dios necesitase ser
“convencido” por ellos- y, sobre todo, para situarlo en su verdadera
fecundidad: como ánimo y compañía, como la presencia de múltiples espejos donde
se refleja la infinita riqueza de los atributos divinos, como solidaridad con
ellos en la historia.
- Un caso de especial importancia es el repensamiento de
la liturgia funeraria, muchas
veces tan terriblemente deformada, y aun comercializada a causa de su
instrumentalización como “sufragio”, cual si Dios necesitase que lo aplacásemos
para que sea “piadoso” con los difuntos. Por fortuna, en Jesús, sobre todo en
la celebración de la Eucaristía, tenemos el modelo luminoso. Igual que en su
caso, salvada claro está el carácter específico y único de su ser, también
respecto de ellos lo que ante todo hacemos es “celebrar su muerte y
resurrección”: como acción de gracias al Dios de la vida, como ejercicio
comunitario y especialmente intenso de la comunión viva y actual, como
solidaridad con el dolor de los allegados, como ánimo para la vida y, de manera
muy especial, como alimento de nuestra fe -siempre precaria, siempre amenazada-
en la resurrección.
Hay
incluso un aspecto que permite recuperar, ahora sin deformaciones, nuestra
solidaridad efectiva con ellos. Toda muerte es una interrupción y por eso todo
difunto deja inacabamientos en la tierra: sean positivos, de obras emprendidas
y no terminadas, de iniciativas que esperan continuidad; sean negativos, de
daños hechos y no reparados, de deudas no saldadas. Pues bien, aquí sí que puede
existir un verdadero “ayudar” a los difuntos: prolongando con amor su obra
auténtica o reparando en lo posible aquello que de defectuoso y negativo hayan
dejado tras de sí.
Como
se ve, hay aquí una riqueza enorme, que podría hacer de la celebración cristiana
de la muerte una honda celebración de la Vida y una fuente extraordinaria de
esperanza.
E. CONSIDERACIÓN FINAL
Al
comienzo de la obra, valiéndome de unas palabras de Spinoza, rogaba al lector
que esperase al final para hacerse un juicio sobre la misma. Ha llegado el
momento, y en ese sentido quisiera hacer algunas advertencias importantes.
Pienso sobre todo en aquellos lectores o lectoras que, tal vez poco habituados
a los resultados de la exégesis crítica y de la hermenéutica teológica, hayan
podido quedar inquietos o desconcertados ante ciertos resultados de los aquí
propuestos.
La
primera es recordar una vez más que se trata de un trabajo teológico, que, por
lo tanto, se ofrece siempre con un confesado exponente de propuesta hipotética.
El cantus firmus de la fe se difracta en variaciones que intentan expresarlo lo
mejor posible, pero que no pueden pretender identificarse con él; conscientes
incluso de que algunas veces pudieran deformarlo. Con distintos grados, claro
está: por eso más de una vez he distinguido de manera expresa lo que me parecía
común, o prácticamente común, y lo que era propuesta más minoritaria o
novedosa. En todo caso, la presentación se ha hecho siempre exponiendo las
razones en las que se apoyaba, ofreciéndose así al diálogo, abierta a la
crítica e incluso a la posible refutación -siempre, naturalmente, que se haga
también con razones- y desde luego, dispuesta a la colaboración en la búsqueda
conjunta de la verdad.
Lo
que así ha resultado es una visión global. El propósito, por tanto, no se ha
reducido a la exposición aislada de puntos concretos, sino, como insinúa el
título, a un repensamiento del conjunto. Como tal ha de considerarse, tratando
de interpretar cada parte a la luz de la totalidad y dentro de la perspectiva
global adoptada. Una perspectiva que, como reiteradamente se ha puesto de
manifiesto, quiere tomar muy en serio el cambio de paradigma cultural
introducido por la Modernidad -lo que en modo alguno significa someterse
acríticamente a él- y que se ha esforzado por mantener con claridad y rigor la
consecuencia de los supuestos adoptados. Todo resulta así discutible; pero, por
lo mismo, todo tiene también derecho a ser entendido en su marco propio y en su
intencionalidad específica.
Soy
muy consciente, y lo he avisado desde el principio, de que, si esto no se tiene
en cuenta, el libro puede dar la impresión de una teología demasiado
“idiosincrásica”, como dirían los anglosajones, o incluso de un apartarse del
camino común en algunos puntos importantes. Pero también es cierto que, cuando
se capta bien la perspectiva adoptada y el marco intelectual dentro del que se
coloca, todo, o casi todo, adquiere una clara coherencia y una fuerza
espontánea de convicción. Esa, aparte de mi propia experiencia, es al menos la
impresión de muchas personas que han acompañado esta reflexión y de aquellas
que, honrándome con su amistad, han leído el manuscrito. Al lector corresponde
decidir, libre y críticamente, cuál de los dos campos le parece el más justo y
acertado.
A
esto ha de unirse una observación de hondo calado hermenéutico y que cada vez
juzgo más importante. Pudiera parecer -y alguna vez se me ha achacado- que este
tipo de tratamiento sigue demasiado el cliché de la crítica racionalista. Nada
más lejos no sólo de mi intención, sino también de la realidad. La crítica
racionalista, situándose fuera del trabajo propiamente teológico, tiende a
identificar fe y teología; de suerte que, al detectar los fallos o la
inadecuación cultural de ésta, cree estar descalificando aquella. En cambio, lo
que aquí se ha pretendido es una consideración desde dentro, que, distinguiendo
con cuidado entre fe y teología, busca ciertamente el máximo rigor posible en
la crítica de los conceptos teológicos, pero con el preciso propósito de lograr
una mejor, más significativa y más actualizada comprensión y vivencia de la fe.
Se
comprenderá mejor lo que intento decir, aludiendo a un problema más general, e
incluso tal vez más hondo, de la relación entre la teología y la filosofía.
Hace ya bastante tiempo lo he señalado hablando de la contraposición entre el
“síndrome Morel” y el “síndrome Galot” (tomando, naturalmente, las expresiones
en sentido objetivo, sin pretender en modo alguno entrar en juicios
personales)[4]. Ambos señalan dos posibilidades en cierta manera extremas, que
hacen imposible una verdadera interfecundación.
- Georges Morel, desde el costado filosófico, ha
confrontado una filosofía exquisitamente cultivada con una teología tradicional
simplemente recibida y prácticamente aceptada como tal. El resultado fue la
percepción de una incompatibilidad cultural que acabó llevándole al abandono
del cristianismo: tal como interpretaba teológicamente algunos puntos
fundamentales de la fe, le resultaron incomprensibles e inaceptables[5].
- Jean Galot, por su parte, desde el costado teológico,
ha orientado su dedicación a la teología sin una verdadera preocupación de
actualización cultural y filosófica. El resultado fue una desconfianza
exacerbada ante toda renovación, viendo herejías en (casi) cualquier intento de
verdadera actualización[6].
Aunque
resulta siempre osado emitir un juicio sobre problemas de este calibre, me
atrevo a pensar que en ambos casos ha habido el mismo fallo de enfoque[7]. Han
partido de una especie de “sacralización” de los conceptos teológicos
recibidos, como si fuesen inamovibles y de ellos dependiese absolutamente la
fe. No tuvieron en cuenta, al menos en medida suficiente, ni la maior
dissimilitudo del Lateranense IV (cuando hablamos de Dios la desemejanza entre
nuestros conceptos y su realidad es mayor que la desemejanza) ni el principio
tomasiano de que “el término del acto de fe no es el concepto, sino la cosa
misma” (actus autem credentis non terminatur ad enuntiabile sed ad rem: 2-2, q.
1. a. 2. ad 2).
Los
conceptos teológicos son constructos que, sin dejar de ser verdaderos, no lo
son nunca de manera adecuada, y por eso precisan estar en continua revisión,
sobre todo cuando los cambios culturales dejan al descubierto su inadecuación
especialmente fuerte en un nuevo contexto. Pero, si se los sacraliza, en lugar
de poner los recursos filosóficos al servicio de su renovación y
transformación, se propende o bien a abandonarlos (caso de Morel) o bien a
fosilizarlos, sin posibilidad de actualización (caso de Galot). La realidad es
que personalmente tengo la impresión de que en ambos casos se pierde toda
oportunidad de renovación teológica.
No
estoy seguro, desde luego, de lo acertado del diagnóstico. Pero al menos, aun
en caso de que esté equivocado, sirve para expresar la intención de esta obra:
en su modesta medida trata de poner sus modestísimos conocimientos filosóficos
al servicio de la fe en la resurrección mediante el “repensamiento” de los
conceptos teológicos en que se expresa. Ese servicio representa, en definitiva,
la finalidad última de la teología y constituye por lo mismo un criterio
decisivo de su acierto o desacierto. Ha sido una preocupación de la obra, y a
la hora de emitir un juicio conviene que el lector lo tenga en cuenta,
examinando si la visión así adquirida ayuda a hacer que la fe en la
resurrección resulte hoy algo más culturalmente significativa y más
religiosamente vivenciable.
Notas
[1] A esta preocupación alude también W.
Pannenberg, cuando afirma: “Después de que se ha descrito así de manera provisional
la realidad (Sachverhalt) fundamental que tiene por contenido el anuncio
cristiano de la resurrección, pueden ser tratados los problemas vinculados con
ella y que precisan de mayor clarificación” (Systematische Theologie 2,
Göttingen 1991, 387).
[2] Me refiero al cap. V de mi libro Repensar la
Cristología, 157-178, que había sido adelantado en Recuperar la experiencia de
la resurrección: Sal Terrae 70 (1982) 196-208. Naturalmente, el tiempo
transcurrido desde la primera redacción no ha pasado en vano: ahora he
introducido algunas modificaciones significativas. Pero, en definitiva, puedo
afirmar que esta obra cumple lo allí anunciado.
[3] Cf. S. Castro, La experiencia de Jesucristo,
foco central de la mística, en F. Ruiz (ed.), Experiencia y pensamiento en san
Juan de la Cruz, Madrid 1990, 169-193; J. Martín Velasco, El fenómeno místico.
Estudio comparado, Madrid 1999, 220-231, con la bibl. fundamental.
[4] Cf. A. Torres Queiruga, Problemática actual
en torno a la encarnación: Communio 1 (1979), 45-65; también en Repensar la
Cristología, 229-235; cf. 70-72. 132.
[5] En La revelación de Dios en la realización
del hombre, cit., 316-317 (orig. gall., 273-275), trato de mostrarlo en un
ejemplo concreto.
[6] En su artículo La filiation divine du Christ.
Foi et interprétation: Greg 58 (1977) 239-275, en p. 257, descalifica como
negando la divinidad de Cristo no sólo a la teología holandesa (de entonces),
sino también a autores como J. I. González Faus, J. Sobrino y X. Pikaza; llega
incluso a aplicar la sospecha a O. González de Cardedal.
[7] Merecería también la pena estudiar el caso,
muy distinto, de Hans Urs von Balthasar. Su preocupación y su estudio fueron
fundamentalmente teológicos, sólo que en su caso, acompañados de una enorme y
reconocida competencia filosófica. Pero, a pesar del respeto que impone su
obra, no puedo evitar la sospecha de que, de manera creciente, fue dando cada
vez más por supuesta e indiscutible la validez de la teología tal como estaba
formulada; de suerte que, en lugar de aplicar su genio a renovarla, propendió a
poner su enorme saber filosófico a apuntalarla e inmunizarla frente a los
desafíos de la historia. Eso explicaría su progresivo talante apologético y su
oposición, por veces claramente injusta, a importantes y muy responsables
intentos de renovación teológica.
8. J E S U C R I S T O A Y E R
Y H O Y.
Pedro Pierre, Quito, 2003. PR.
CONTENIDO
1.
Organización
social del país de Jesús.
2.
Jesucristo es el
Señor.
3.
Palabra de
nuestros obispos latinoamericanos.
1ª
parte : ORGANIZACIÓN SOCIAL
DEL PAÍS DE
JESÚS.
Al encarnarse, Jesús no sólo se
hizo hombre como nosotros y nosotras, sino que entró a formar parte de la
organización social, económica y política de su país. Pasó 30 años viviendo,
conociendo y sufriendo la realidad de su gente. Luego, su mensaje de profeta
del Reino tenía mucho que ver con esta realidad.
A. PRIMERO, ANTES DE
JESÚS.
El Pueblo de Jesús comenzó con
Abraham, pero se conformó como tal con Moisés después de la salida de la
esclavitud de Egipto. El proyecto de este Pueblo era mantenerse fuera de toda
esclavitud, ser fiel a una alianza con Yahvé el Dios liberador de los pobres y
poner en marcha una organización igualitaria según el sueño de Dios.
1.
Con Moisés
y los Jueces, había bastante participación del Pueblo, y eso durante unos 250
años.
Este proyecto de Moisés tiene sus raíces en Abraham
que buscó a un Dios amigo y único, y por lo mismo una organización más
fraternal e igualitaria. El proyecto de Moisés maduró durante la travesía del
desierto, durante toda una generación que logró sobrevivir incorporando la
sabiduría de los Pueblos del desierto.
- La meta común era la igualdad (Levítico 19,9-18) y la
solidaridad (Deuteronomio 24,5-22).
- El poder central era compartido, primero con Moisés en
la época del desierto, luego, en Palestina por los representantes de las
distintas tribus.
- Los Jueces fueron los líderes del Pueblo al
establecerse en la Tierra Prometida. Fueron los ‘padres de la patria’ de Jesús.
Podían ser hombres o mujeres; fueron unos buenos servidores de su Pueblo: por
su mística supieron mantener vivo el ideal comenzado por Moisés.
2.
Con los
Reyes, se debilitó la organización igualitaria de Moisés a pesar de las advertencias de los profetas, en
particular Samuel (1 Reyes 8).
- Saúl fue el primer rey y David, su sucesor, reinó por
el año 1,000 antes de Jesús. Después de Salomón, el hijo de David, se dio una
división del país en 2 reinos, uno al norte alrededor de Samaria y otro al sur
en torno a Jerusalén con sólo 2 tribus.
- Los demás reyes se olvidaron del pasado y copiaron la
organización de los países vecinos. Al promover el culto de los ídolos, las
repercusiones sociales fueron desastrosas. La época de los reyes terminó con un
destierro masivo en Babilonia.
Después del exilio, se fortaleció el poder de los sacerdotes en torno a
la ley.
- Después del exilio a Babilonia del año 587 a 538, los
sacerdotes pasaron a ser los jefes del Pueblo hebreo, acaparando y controlando
los distintos poderes religioso, económico, político y judicial.
- Esa época vio 2 invasiones, la de los nuevos imperios:
primero la de los Griegos en 330, y la de los Romanos en 63 antes de Cristo.
- Los Sabios fueron quienes mantuvieron vivo el proyecto
de Dios, mediante sus proverbios, sabidurías, poesías, salmos, …
B. EN TIEMPOS DE JESÚS,
el imperio romano tenía dominada la Palestina.
1.
Los
Romanos tenían ocupado el país de Jesús,
cobrando impuestos y controlando todas las decisiones. El emperador, en Roma,
el Cesar, era considerado como dios. Su representante en Palestina era el
gobernador Poncio Pilato (Lucas 3,1-2).
2.
Las
Autoridades judías debían referirlo todo al gobernador romano antes de tomar alguna decisión. La Palestina se
componía de 3 regiones o provincias.
-
El rey Herodes
era encargado por los romanos de la provincia norteña de Galilea. Los
Samaritanos, de la provincia central de Samaria, se consideraban algo
independientes de Jerusalén. La Judea, provincia sureña tenía por capital a
Jerusalén.
-
Los grandes
propietarios, conforma el Consejo de los Ancianos: se les consultaba en
ocasiones especiales. Los sacerdotes elegían al Sumo sacerdote que era la
máxima autoridad, apoyado por una policía y un tribunal llamado Sanedrín.
-
Todo giraba en
torno al templo de Jerusalén: las finanzas, las decisiones, la justicia, la
religión. Los romanos permitían una cierta independencia religiosa.
3.
El mensaje
y la práctica de Jesús.
- Jesús entró en conflictos con estos distintos poderes
romanos y judíos, porque no eran al servicio del Pueblo, más bien lo dominaban,
lo explotaban y lo engañaban.
- Jesús anunciaba a un Dios que ama a todos, pero que
defiende prioritariamente a los pobres, a las mujeres, a los maltratados: es el
protector y liberador del pobre, del huérfano, de la viuda,...
- Su Reino es de los pobres (Lucas 6,20) y de los que
optan por tener el espíritu de los pobres y asumir sus causas (Mateo 5,3). El
mismo Jesús dio el ejemplo: nació, vivió y murió pobre entre los pobres. Su
mandamiento es el amor. Este Reino se realiza mediante la presencia de la
fraternidad, la justicia, la verdad.
- Jesús criticó todo afán de poder y de dominación, y
orientó a sus discípulos hacia el servicio (Marcos 10,35-45). Lloró sobre
Jerusalén porque no supo reconocer en él la visita de Dios que le traía la paz,
mediante una nueva manera de vivir personal y colectivamente (Lucas 19,41-44).
- María confirmó esta visión del plan de Dios en su
canto del Magníficat (Lucas 1,51-54).
C. EL REINO QUE QUISO
JESÚS.
1.
Un Pueblo
elegido por Dios para realizar su sueño.
-
Con Abraham, Dios
se reveló como único, amigo de la humanidad y portador de un proyecto de vida.
-
Con Moisés, se
manifestó como el protector y liberador de los pobres. Los quiere unidos e
iguales como Pueblo fraternal, por eso hace alianza con él, haciéndolo su
Pueblo para que Él sea su Dios.
-
Con los Profetas,
Dios comunicó que su proyecto era universal y que el Mesías, su propio Hijo, lo
implantara mediante la constitución de un Reino de justicia, fraternidad y
verdad.
2.
Las
concepciones de los diferentes grupos religiosos contemporáneos de Jesús.
En tiempos de Jesús había mucha expectativa sobre la
venida del Mesías y la llegada del Reino de Dios. El problema era que había
varias concepciones bastante diferentes de cómo iba a ser este Mesías y este
Reino.
-
Para los
Sacerdotes, Fariseos, Maestros de la Ley, el Reino consistía en la estricta
aplicación de la Ley de Moisés, y ellos eran los intérpretes oficiales de esta
Ley. Sus palabras eran ‘la verdad de Dios’. El Mesías iba a ser un rey a imagen
de David, potente y soberano.
-
Para los Esenios,
que formaron Comunidades religiosas en el desierto, apartándose del ‘mundo’
como célibes, el Reino era totalmente espiritual e iba a llegar de un momento a
otro. El Mesías era para ellos un Profeta espiritual.
-
Para los Zelotes,
el Reino era exclusivamente de los judíos y había que echar fuera a los
romanos, por todos los medios posibles, en particular con la violencia armada. Simón
el zelote y Simón Pedro tenían contactos con estos grupos. El Mesías de los
Zelotes iba a ser un nuevo liberador como Moisés.
-
Para Juan
Bautista, el Reino suponía la conversión personal y la práctica de la justicia:
el Mesías iba a eliminar a toda gente mala. El Mesías iba a ser, según Juan
Bautista, un Juez que quita de su Reino a aquellos que cometen la maldad.
3.
La
concepción original de Jesús respecto al Reino.
Jesús fue el Profeta del Reino. Esa es el título que
más conviene a Jesús. El Reino es la palabra que más utilizó Jesús, según los
evangelistas. La mayoría de las parábolas tienen que ver con el Reino.
a)
Jesús
tenía claro que el Reino era de los pobres (Lucas 6,20) y de los que optan por tener el espíritu
de los pobres y asumir sus causas (Mateo 5,3). Ellos son los herederos y
continuadores de este Reino (1° Corintios 1,22-29).
b)
La
ley del Reino es amor personal y colectivo (Juan 13,34 y 15,17). Solos los que se hacen
servidores de los demás pueden entrar en él (Juan 13,6-17).
c)
El
Reino tiene una triple dimensión:
está en nosotros, entre nosotros y por manifestarse en su plenitud. Es una
manera respetuosa de vivir consigo mismo, entre humanos, con la creación y con
Dios:
- El Reino es dignidad: porque nos valoramos personal y
colectivamente,
- El Reino es justicia: porque estamos llamados a
compartir equitativamente los bienes de la creación,
- El Reino es fraternidad, porque tenemos que convivir
como hermanos y hermanas, y finalmente,
- El Reino es belleza cuya presencia celebramos en medio
de nosotros y en la naturaleza.
d)
El
Reino está descrito en Apocalipsis como el triunfo de la una mujer - la Iglesia de los Pobres - sobre el mal (12,1-10) y
como una ciudad de hermandad y alegría - la nueva sociedad cuya semilla somos
nosotros - cuyo centro es Dios (21,1-8).
El Reino somos nosotros cuando
vivimos lo que inauguró Jesús, personal y colectivamente: ‘comenzando ya la
fiesta que vendrá’.
2ª
parte : JESÚS CRISTO
ES EL SEÑOR.
CONTENIDO: Nuestro encuentro actual es con el
resucitado.
1.
El hombre Jesús.
2.
Jesús, el
Cristo es el profeta del Reino.
3.
Señor es el
resucitado y está vivo en medio de nosotros.
4.
Nuestro
testimonio personal y colectivo.
Nuestra experiencia de Jesús es con
el resucitado, como fue el caso para San Pablo: Pablo no conoció al Jesús
humano en la tierra de Palestina, sino en el camino a Damasco. ‘¿Por qué me
persigues? - ¿Quién eres, Señor?’ (Hechos 9,4-5). Para Pablo, Jesús era el
Señor que se identificaba con sus discípulos. Hoy es en las personas donde
hacemos la experiencia de Jesucristo. No solamente se trata de conocerlo como
se conoce a un personaje histórico del pasado, sino más bien reconocerlo vivo
hoy en los demás, especialmente en los pobres y en los Pueblos marginados. Esto
es ser cristiano: somos los que seguimos a Jesús porque está vivo entre
nosotros hoy.
A
partir de ahí, nos preguntamos y buscamos saber quién fue este Jesús humano
como nosotros, qué hizo y dijo este Cristo Profeta del Reino, por qué murió y
resucitó y por qué mandó a sus discípulos para que continuaran su obra. Esto se
consigue, con las luces que nos da el Espíritu, mediante la lectura del
Evangelio personal y comunitariamente, la construcción del Reino, y también con
la ayuda de unos especialistas. Ahora, vamos a seguir 3 pasos para a entrar en
este conocimiento y reconocimiento de Jesús: el hombre, el profeta del Reino y
el Señor resucitado.
A. EL HOMBRE JESÚS: SU
IDENTIDAD Y SU VIDA HUMANA.
Para conocer al Jesús histórico,
tenemos que buscar cómo nos lo presentan los Evangelios, para descubrir allí su
rostro humano. Con la ayuda de los especialistas, encontramos lo siguiente.
1.
Su familia
era originaria de Galilea.
La Galilea está al norte de Palestina: era una región
marginada por los de la capital, al sur. Su tierra era fértil y su gente
rebelde y bulliciosa. La familia de Jesús era de condición humilde: María es
una mujer del Pueblo y José, carpintero, trabajador manual. Jesús no eligió la
capital ni una familia pudiente o de renombre, buscó la periferia, la
sencillez, la pobreza.
2.
Jesús
nació durante un viaje.
Fue en Belén, lejos de Nazaret y de Jerusalén, en el
campo, en medio de pastores, gente poco recomendable en esa época. Pero recibió
la visita de los magos, unos sabios extranjeros, que habían descubierto l señal
de su nacimiento en una estrella fugaz. Por envidias del rey Herodes que quería
matar al Niño, toda la familia tuvo que exiliarse y vivir en país extraño, Egipto.
Jesús comenzó muy tierno a sufrir las consecuencias de la pobreza y de la
realidad de los pobres.
3.
A los 12
años, tomó su primera iniciativa de joven.
Se quedó a Jerusalén, la capital, sin el permiso de
sus padres. El Templo era el centro de toda la vida: tanto de la organización
del país, como de la fe de su Pueblo. Todo se decidía allí: los sacerdotes eran
el gobierno, dictaban las leyes, tenían su policía, las finanzas… Par Jesús
había mucho que aprender en Jerusalén: una simple visita de paso no era
suficiente.
4.
Luego
fueron unos 18 años de silencio.
Jesús
se fue a encarnar en la vida de su Pueblo y de su país, para aprenderlo y
conocerlo todo.
- Conoció la naturaleza, las puestas del sol, las
montañas, los ríos, el mar, los pájaros, las flores …
- Conoció los distintos trabajos de su gente, del
campesino, del artesano, de las mujeres, de los pescadores …
- Conoció la dominación de los romanos, sus impuestos,
el simple soldado y los capitanes …
- Conoció los movimientos religiosos de su época, cada
uno con su propia visión del Reino:
. Para los sacerdotes, el
Reino se confundía con el poder bajo todas sus formas,
. Para los fariseos y
saduceos, el Reino consistía en cumplir la Ley: ellos eran los encargados de
explicarla,
. Para los zelotes, el Reino
era de los judíos, por eso había que echar fuera a los romanos hasta por medios
violentos,
. Para los esenios, el Reino
consistía en retirarse en el desierto y limitarse en lo espiritual,
. Para Juan Bautista, el
Reino era cambiar de vida para escapar a la condenación. Será con el que Jesús
se identificó más.
- Conoció también Jesús el plan de Dios, por ir, sábados
tras sábados a la sinagoga, a Jerusalén cada año, por rezar a solas con su
Padre … Jesús se adentró en la Biblia, hizo suyo el Antiguo Testamento, descubrió
el proyecto de Moisés, el mensaje de los profetas, la esperanza de los pobres,
…
Humano,
Jesús lo quedó toda su vida: sintió la sed, como en el pozo de Jacob donde
pidió a una Samaritana un poco de agua; cansando se durmió en la barca mientras
se desataba una tempestad sobre el lago de Galilea; saboreó la amistad de los
12 y de otros amigos y amigas como Lázaro, Marta y María, María Magdalena, y
las mujeres que lo acompañaron hasta el pie de la cruz; se estremeció de
alegría al ver cómo los pobres acogían su mensaje; lloró la muerte de Lázaro y
sobre su ciudad que no había ‘querido escuchar el mensaje de paz’ que él traía;
sudó sangre en el huerto de Getsemaní antes de enfrentar los maltratos, las
humillaciones, las torturas y la muerte en cruz, por seguir fiel a su misión de
mantenerse solidario con los pobres: la cruz fue el precio a pagar por esta
solidaridad; descubrió poco a poco su misión y los caminos para cumplirla; se
sintió abandonado por su Padre cuando lo crucificaban, pero confió en él hasta el
final: ‘He cumplido. Entre tus manos pongo mi espíritu’.
Jesús, humano hasta el
extremo, sigue siendo hoy nuestro compañero de camino.
B. JESÚS, EL CRISTO:
PROFETA DEL REINO.
Este Jesús humano pasó a ser el
Cristo, el Mesías, el Ungido de Dios, la Palabra de Dios, el Maestro, el Buen
Pastor, el Hijo del Hombre, … Jesús fue el Emmanuel, o sea, ‘Dios con
nosotros’; y el Emmanuel fue Jesús, o sea, ‘Salvador’. Su ministerio itinerante
duró 3 años porque los grandes de su tiempo no le dejaron más tiempo para
hablar, hacer milagros y enfrentarse con todo lo que no era a favor del Reino.
1.
Tres años
de charlas a la vez muy sencillas y muy profundas.
Jesús quiso revelar el verdadero rostro de su Padre,
manifestar su proyecto de vida, su sueño de que su Reino se haga realidad.
Quiso manifestar también cómo tienen que vivir los seres humanos para ser
felices desde ya y para siempre. Entonces Jesús se encontró con todos los que
se le cruzaban por su camino, especialmente a los pobres abandonados, a las mujeres
muy discriminadas, a los niños marginados, a los pecadores condenados… Animó a
todo aquel que buscaba una luz y lo invitaba a dar un paso más. Habló de la
vida, de los problemas, de la naturaleza, de los acontecimientos,... de tal
modo que todos y todas podían entenderlo y seguirlo.
2.
Tres años
de milagros para manifestar que el Reino ya está presente.
Para Jesús, el sueño de Dios no era un engaño o una
promesa para mañana: ya se hacía presente a través de él. Sus milagros
demostraban que un nuevo modo de vivir era posible y que el mal no tenía la
última palabra. Por él, Dios quería un mundo sin hambre, sin enfermedades, sin
llanto, sin muerte. Con él, Dios buscaba establecer la armonía del ser humano
consigo mismo, con la naturaleza, con la demás, afín que la comunión con su
Padre fuera una realidad. En él y para todos, Dios quiso que triunfaran la
vida, el amor, la felicidad. Los milagros de Jesús anticipaban esta realidad.
3.
Tres años
de conflictos que terminaron con su muerte injusta.
El pecado y la maldad no se dieron por vencidos así no
más. Jesús tuvo que pasar por muchos conflictos a lo largo de su misión: el mal
se la cruzaba por el camino en todo momento, porque anida en todos y en todas.
- Conflictos con su propia familia: esta lo creía loco y
mandaron a su madre María para que Jesús regresara a casa y se quedara
tranquilo. ‘¿Quién es mi madre, quiénes son mis hermanos? Todo aquel que hace
la voluntad de mi Padre es mi madre y mis hermanos’.
- Conflictos con su mismo pueblo, Nazaret: no creían en
él y hasta lo querían echar al barranco. ‘Pero él, pasando en medio de ellos
siguió su camino’.
- Conflictos con sus apóstoles: se disputaban el primer
lugar, dudaban de él, no entendían lo del Reino, ni de su muerte y
resurrección; Pedro le cerró el camino a Jerusalén y lo negó 3 veces: Judas lo
traicionó, todos se durmieron mientras venían a apresarlo y luego todos se
corrieron.
- Conflictos con las autoridades de su tiempo: Jesús
vino a manifestar a un Dios liberador de las personas y relaciones de igualdad
y de justicia. Los sacerdotes se habían adueñado de la religión y de la gente.
Jesús hacía tambalear su autoridad y sus privilegios: la solución fue
suprimirlo, manipulando al Pueblo y presionando a Pilato.
Estos
3 años de charlas, milagros y conflictos terminaron con su muerte, en un
fracaso aparente.
C. JESUCRISTO ES EL
SEÑOR RESUCITADO.
Dios no podía dejar que la maldad
triunfara del amor, la mentira de la verdad, la injusticia del servicio, el
odio del perdón, la muerte de la vida. Por eso, resucitó a Jesús. Desde ahí,
todo cambiaba: terminaba la desesperanza, se acababa el miedo, finalizaba la
tristeza, se hundía la muerte. Y se abrían la puerta de la esperanza, la
ventana de la confianza y el camino de la felicidad. Todo podía comenzar de
nuevo.
1.
Jesús
resucitado pasó 40 días más con sus apóstoles.
Había que finiquitar la tarea para que el proyecto del
Reino siga adelante. Había que devolver la confianza en estos apóstoles
confundidos:
- Tuvo Jesús que caminar 30 kilómetros con Dios
discípulos de Emaús par que entendieran que ‘el Mesías debía sufrir y morir
para entrar en su gloria’.
- Tuvo Jesús que seguir demostrando amistad y ternura a
sus amigos y amigas: a Magdalena que lo vio, la primera, resucitado, para que
los apóstoles descubran el valor de los pequeños, a los que habían pescado toda
una noche en vano para que el desayuno en la playa selle un compromiso sin
falla.
- Tuvo Jesús que preguntarle 3 veces a Pedro si lo amaba
de verdad para que pudiera ‘confortar a sus hermanos en la fe’ y ser la piedra
base de la Iglesia.
2.
Jesús
resucitado envió el Espíritu.
Antes de separarse de sus discípulos les dijo: ‘No
tengan miedo. Estaré con Uds. hasta que se termine este mundo. No los dejaré
huérfanos, sino que les enviaré el Espíritu’. El Espíritu iba a ser la nueva
presencia de Jesús con sus seguidores. Cada uno lo recibirá para tener la luz,
la fuerza y la sabiduría necesarias para continuar la tarea de construir el
Reino. No se encerrará exclusivamente en ningún grupo particular, sino que será
el motor del bien que se hagan cualquier parte. El Espíritu se adelantó a Pedro
cuando este iba a predicar la Buena Nueva a los gentiles, y precedió a Pablo
cuando este evangelizaba a los paganos para que sus corazones se abran al
Evangelio.
Hoy el resucitado sigue caminado con
nosotros y enviándonos su Espíritu, para que colaboremos en la obra del Reino.
D. NOSOTROS SOMOS
TESTIGOS DEL RESUCITADO.
Como nuevos discípulos de Jesús,
nos toca hacer presente al resucitado y a ayudar a otros y otras a reconocerlo,
para continuar juntos su obra: la continuación del Reino. Ahora somos su
Palabra, actualizamos sus milagros, completamos con nuestros sufrimientos ‘lo
que falta a su pasión’, hacemos real y viva su resurrección, por la fuerza de
su Espíritu. Nuestra tarea es triple: reconocerlo como resucitado, manifestar
su presencia viva y celebrarlo alegremente.
1.
Primero
reconocerlo, como lo reconoció Pablo en el camino a Damasco.
Pablo no conoció al Jesús humano como los demás
apóstoles, sino que lo reconoció resucitado. A nosotros, de igual manera, Jesús
se nos revela no solamente en la oración, la Palabra de Dios y los sacramentos,
sino sobre todo en los acontecimientos y las personas que nos rodean,
especialmente en los pobres y en las organizaciones humanas que viven los
valores del Reino. Ayudémonos a ver esta presencia constante del resucitado en
medio de nosotros y nosotras, y alimentemos nuestra oración de esta presencia
vivificadora.
2.
Luego,
comunicar este reconocimiento del resucitado.
No podemos quedarnos solo en reconocer a Jesús
resucitado. Tenemos que confesarlo, comunicarlo, primero, entre nosotros y
nosotras, luego con los que nos rodean. Esto fortalecerá nuestra esperanza y
nuestros esfuerzos de vivir según el Evangelio de Jesús; esto ayudará a
nuestros hermanos y hermanas a revivir en su fe y compromiso.
3.
En fin,
celebrarlo humana y cristianamente.
Es este tercer paso que da a nuestro vivir cristiano
su plena dimensión: la de la fiesta y las celebraciones, desde nuestra fe. Espontáneamente,
nuestra gente sencilla sabe celebrar los pequeños logros y éxitos de su vida,
de sus esfuerzos y de sus luchas. Y en estas celebraciones muchas veces están
presentes unas oraciones y una Palabra de Dios. Es un camino que hay que
valorar y acostumbrar. Estas celebraciones darán una dimensión trascendental a
lo que hacemos, buscamos y somos: como si tocáramos del dedo al cielo y al
resucitado. Luego nos será más fácil rezar, discernir la vocación y la misión
que nos toca realizar, integrarnos como comunidad viva y continuar a trabajar
por el Reino.
3ª
parte : PALABRAS DE
NUESTROS OBISPOS LATINOAMERICANOS.
1.
La Opción
por los pobres.
- ‘Porque creemos que la revisión del comportamiento
religioso y moral de los hombres se debe reflejar en el ámbito del proceso
político y económico de nuestros países, invitamos a todos, sin distinción de
clase, a aceptar y asumir la causa de los pobres como si estuviesen asumiendo
su propia causa, la causa misma de Cristo. ‘Todo lo que hicisteis a uno de mis hermanos,
por humildes que sean, a mí me lo hicisteis’ (Mateo 25,40)’ (Mensaje de Puebla
3,14).
- ‘Asumimos con
renovado ardor la opción evangélica por los pobres, en continuidad con Medellín
y Puebla... Con tal luz, invitamos a promover un nuevo orden económico, social
y político’ (Sto. Domingo 296).
2.
La
Liberación integral.
‘La Iglesia tiene el deber de anunciar la liberación
de millones de seres humanos, entre los cuales hay muchos hijos suyos; el deber
a que nazca esta liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea
total. Todo esto no e s extraño a la evangelización (Pablo VI)’ (Puebla 26).
3.
El
compromiso político de los cristianos.
‘La dedicación de muchos laicos de manera preferente a
tareas intraeclesiales y una deficiente formación política les privan de dar
respuestas eficaces a los desafíos actuales de la sociedad’ ((Sto. Domingo 96).
ANEXO: N U E V
O P A R A D I G M A A R Q U E O L Ó G I C O - B Í
B L I C O
El desafío
de la nueva
arqueología, José M. Vigil.
Voices, JM Vigil. Dic 2015.
ÍNDICE
1.
La visión
arqueológica de la Biblia
2.
Lo que está
en juego
- Para Israel
- Para las religiones abrahámicas
- Para el cristianismo
- Para la antropología y la teología de la religión
4.
Pistas de
reflexión
5.
¿Nuevo
conflicto fe y ciencia?
6.
¿Nueva
teología de la religión?
7.
Una nueva
época religiosa
Con
esta actitud nueva, por la cual la arqueología se ha emancipado y ha dejado de
entenderse a sí misma como al servicio de la demostración del relato bíblico,
este nuevo paradigma arqueológico nos da una visión muy diferente de la
realidad histórica que pueda haber detrás del relato bíblico, en palabras de
Finkelstein.
A. LA VISIÓN
ARQUEOLÓGICA DE LA BIBLIA
En
dos siglos de investigación científica, la búsqueda de los patriarcas nunca dio
resultados positivos. La supuesta migración hacia el Oeste de tribus
provenientes de la Mesopotamia con destino a Canaán, se reveló ilusoria. La
arqueología ha probado que en esa época no se produjo ningún movimiento masivo
de población. El texto bíblico da indicios que permiten precisar el momento de
la composición final del libro de los Patriarcas. Por ejemplo, la historia de
los patriarcas está llena de camellos. Sin embargo, la arqueología revela que
el dromedario sólo fue domesticado cuando se acababa el segundo milenio
anterior a la era cristiana y que comenzó a ser utilizado como animal de carga
en Medio Oriente mucho después del año 1000 a.C.
Según
la Biblia, los descendientes del patriarca Jacob permanecieron 430 años en
Egipto antes de iniciar el éxodo hacia la Tierra Prometida, guiados por Moisés,
a mediados del siglo XV a.C. Otra posibilidad es que ese viaje se haya
producido dos siglos después. Los textos sagrados afirman que 600.000 hebreos
cruzaron el Mar Rojo y que erraron durante 40 años por el desierto antes de
llegar a Canaán, pasando por el monte Sinaí, donde Moisés selló la alianza de
su pueblo con Dios. Sin embargo, los archivos egipcios, que consignaban todos
los acontecimientos administrativos del reino faraónico, no conservaron ningún rastro
de una presencia judía durante más de cuatro siglos en su territorio. Tampoco
existían, en esas fechas, muchos sitios mencionados en el relato. Las ciudades
de Pitón y Ramsés, que habrían sido construidas por los hebreos esclavos antes
de partir, no existían en el siglo XV a.C.
En
cuanto al Éxodo, desde el punto de vista científico no resiste el análisis. En
efecto, desde el siglo XVI a.C., Egipto había construido en toda la región una
serie de fuertes militares, perfectamente administrados y equipados. Nada,
desde el litoral oriental del Nilo hasta el más alejado de los pueblos de
Canaán, escapaba a su control. Casi dos millones de israelitas que hubieran
huido por el desierto durante 40 años tendrían que haber llamado la atención de
esas tropas. Sin embargo, ni una estela de la época hace referencia a esa
gente. Ni siquiera hay rastros dejados por esa gente en su peregrinación de 40
años. Hemos sido capaces de hallar rastros de minúsculos caseríos de 40 o 50
personas. A menos que esa multitud nunca se haya detenido a dormir, comer o
descansar: no existe el menor indicio de su paso por el desierto.
Cfr.
su entrevista concedida a Luisa Corradini, del diario La Nación, Buenos Aires,
el 25 de enero de 2006 en la edición impresa.
Tampoco
existieron las grandes batallas mencionadas en los textos sagrados. La
orgullosa Jericó, cuyos muros se desplomaron con el sonar de las trompetas de
los hebreos, era entonces un pobre caserío. Tampoco existían otros sitios
célebres, como Bersheba o Edom. No había ningún rey en Edom para enfrentar a
los israelitas. Esos sitios existieron, pero mucho tiempo después del Éxodo,
mucho después del surgimiento del reino de Judá.
Los
hebreos nunca conquistaron Palestina, porque ya estaban allí. Los primeros
israelitas eran pastores nómadas de Canaán que se instalaron en las regiones
montañosas en el siglo XII a.C. Allí, unas 250 comunidades muy reducidas
vivieron de la agricultura, aisladas unas de otras, sin administración ni
organización política. Todas las excavaciones en la región exhumaron vestigios
de poblados con silos para cereales, pero también de corrales rudimentarios.
Esto nos lleva a pensar que esos individuos habían sido nómadas que se
convirtieron en agricultores. Pero ésa fue la tercera ola de instalación
sedentaria registrada en la región desde el 3500 a.C. Esos pobladores pasaban
alternativamente del sedentarismo al nomadismo pastoral con mucha facilidad.
Tampoco
en el caso de la monarquía unificada con David y Salomón la arqueología ha sido
capaz de encontrar pruebas del imperio que nos legó la Biblia: ni en los
archivos egipcios ni en el subsuelo palestino. David, sucesor del primer rey,
Saúl, probablemente existió entre 1010 y 970 a.C. Una única estela encontrada
en el santuario de Tel Dan, en el norte de Palestina, menciona "la casa de
David". Pero nada prueba que se haya tratado del conquistador que evocan
las Escrituras, capaz de derrotar a Goliat. Es improbable que David haya sido
capaz de conquistas militares a más de un día de marcha de Judá. La Jerusalén
de entonces, escogida por el soberano como su capital, era un pequeño poblado,
rodeado de aldeas poco habitadas. ¿Dónde el más carismático de los reyes
hubiera podido reclutar los soldados y reunir el armamento necesarios para
conquistar y conservar un imperio que se extendía desde el Mar Rojo, al Sur,
hasta Siria, al Norte? Salomón, constructor del Templo y del palacio de
Samaria, probablemente tampoco haya sido el personaje glorioso que nos legó la
Biblia.
Ni
David ni Salomón son citados en un solo documento conocido de Egipto ni de
Mesopotamia. Cfr. INKELSTEIN, La Biblia desenterrada, 2001, 130.
Diferentes
autores ponen seriamente en duda la existencia de una estructura urbana
desarrollada en Jerusalén antes del siglo VIII antes de nuestra era. De hecho,
las actuales ruinas de la «ciudad de David» están muy lejos de permitir pensar
que fueran la base administrativa de un imperio davídico como el descrito por
la Biblia. También la «teoría documentaria» caería por el suelo, al ser
igualmente imposible un cuerpo instruido de escribas que fuese autor del
documento yahvista supuestamente escrito en Jerusalén durante el reinado de
David o Salomón.
Hacia
fines del siglo VII a.C. hubo en Judá un fermento espiritual sin precedentes y
una intensa agitación política. Una coalición heteróclita de funcionarios de la
corte sería responsable de la confección de una saga épica compuesta por una
colección de relatos históricos, recuerdos, leyendas, cuentos populares,
anécdotas, predicciones y poemas antiguos. Esa obra maestra de la literatura
–mitad composición original, mitad adaptación de versiones anteriores– pasó por
ajustes y mejoras antes de servir de fundamento espiritual a los descendientes
del pueblo de Judá y a innumerables comunidades en todo el mundo.
El
núcleo del Pentateuco fue concebido, entonces, quince siglos después de lo que
creíamos. El objetivo fue religioso. Los dirigentes de Jerusalén lanzaron un
anatema contra la más mínima expresión de veneración de deidades extranjeras,
acusadas de ser el origen de los infortunios que padecía el pueblo judío.
Pusieron en marcha una campaña de purificación religiosa, ordenando la
destrucción de los santuarios locales. A partir de ese momento, el templo que
dominaba Jerusalén debía ser reconocido como único sitio de culto legítimo por
el conjunto del pueblo de Israel. El monoteísmo moderno nació de esa
innovación.
Esta
nueva visión arqueológica no se limita al campo de la Biblia Judía, el Primer
Testamento para los cristianos; abarca también al mundo de su Segundo
Testamento. En palabras de Thomas Sheehan: Los expertos sobre las Escrituras
cristianas dicen que Jesús fue visto por sus contemporáneos como un profeta
carismático muy humano, que procuró una reforma del judaísmo de su tiempo. No
tuvo intenciones de fundar una nueva religión que le hubiese tenido a él mismo
como centro, se hubiera abierto a los gentiles y hubiese sucedido al judaísmo.
Mucho menos estuvo preocupado por la sucesión apostólica de los obispos, tan
querida a la Iglesia Católica y a la Anglicana. Su predicación se dirigió a los
judíos, no a los gentiles, sobre una reinterpretación benigna de la Ley judía y
de las tradiciones.
Estos
mismos expertos –cristianos o no– afirman que sobre la base de las
investigaciones histórico-científicas del Nuevo Testamento, Jesús no se
presentó a sí mismo como el Mesías (el Cristo). De hecho, rechazó que le
aclamaran como tal. Mucho menos él pensó nunca que fuese Dios, igual a su Padre
del cielo, de la forma como el tardío evangelio de Juan (ca. 100 dC.) lo
presenta. Jesús no predicó sobre sí mismo, sino sobre el Reino de Dios, el
empoderamiento otorgado por Dios en favor de los menos afortunados: los
empobrecidos, los impuros, los social y religiosamente marginados. Llamó a la
metanoia –no al arrepentimiento, como es traducida habitualmente la expresión–
una conversión radical a una vida de justicia y de misericordia. Jesús se
presentó como un judío santo, como los que habría muchos en la Palestina de su
tiempo, y como ellos fue también.
El nuevo paradigma
arqueológico-bíblico conocido por sus sorprendentes hechos, llamados milagros.
A este respecto, el padre John P. Meier, experto católico, después de un
exhaustivo análisis de los cuatro evangelios, afirma que sólo once de los
treinta y dos milagros atribuidos a Jesús por los evangelistas tienen la
posibilidad de responder a un acontecimiento histórico, sin que se trate
necesariamente de un acontecimiento milagroso.
Véase
el Foreword de Thomas SHEEHAN al libro de John VAN HAGEN, Rescuing Religion,
Polebridge Press, Salem, Oregon, EEUU, p. viii-ix.
Algunos
expertos dicen que Jesús esperaba una irrupción cósmica apocalíptica por parte
de Dios para establecer su Reino en la tierra. Otros ven a Jesús más como un
profeta escatológico («el tiempo de convertirse es ahora»), no apocalíptico (o
sea sin esperar una catástrofe que acabara con el mundo). Apocalíptico o
escatológico, el retrato elaborado por estos expertos no encaja en el marco de
las doctrinas cristianas sobre Jesús como Segunda Persona de la Trinidad para
redimir del pecado a la humanidad. Y más: los expertos actuales, excepto
algunos como el obispo anglicano N.T. Wright, no encuentran ninguna evidencia
de que la resurrección de Jesús fuese un hecho histórico que tuvo lugar en una
determinada tumba cerrada tres días después de su ejecución.
Como
se deja ver fácilmente, se trata de un cambio radical frente a la visión
tradicional, tenida por indubitablemente histórica, en el campo de la
arqueología relacionado con las religiones abrahámicas y con el pueblo de
Israel. La historia que está por detrás de los relatos bíblicos no
históricos...
Pero
el desafío que hoy nos hace la nueva arqueología no se reduce a su labor
«deconstructiva». La nueva «arqueología» –tomada ésta en toda la amplitud de su
sentido, gracias a su casi inabarcable interdisciplinariedad– no se limita a
cuestionar la historicidad fáctica de los textos, sino que trata sobre todo de
descubrir, de sacar a la luz el proceso vivo de la creación de los textos
bíblicos: quiénes estuvieron detrás de su composición y de su recomposición una
y otra vez, en qué circunstancias, con qué propósitos, en qué momentos, tal vez
inimaginablemente angustiosos o complejos. Por detrás de los textos aparece
toda una historia diferente, más allá de lo que creíamos que era literalmente
histórico y que hoy estamos descubriendo que no lo es. Por detrás del relato
textual bíblico aparece un relato humano diferente, hasta ahora desconocido, y
éste sí, muy histórico.
Así,
respecto a los escritos básicos de la Biblia Hebrea (del Génesis a los libros
de los Reyes), hoy ya creemos saber, parece que casi con plena seguridad, que
han sido compuestos en dos momentos peculiares, el del reinado del Rey Josías y
el llamado «período persa», con el retorno de los exiliados de Babilonia.
El
Rey Josías (639-609 aC.) representa el momento de Judá en que ha desaparecido
el reino del Norte, que le hacía permanentemente sombra, y es ahora cuando a
Judá, que progresa en población, en riqueza y en cultura, se le presenta la
posibilidad de extenderse hacia el Norte e incorporar todas las tierras
históricas en un solo reino pan-israelita. Es el momento en que Josías y los
suyos crean una interpretación global de su historia pasada capaz de trasmitir
la utopía de un Israel elegido por Dios y destinado a un futuro de gloria.
En
el período persa (538-330 aC), tras el exilio, el pueblo está viviendo una
postración no sólo física, económica y política, sino sobre todo moral, en la
pequeña provincia de Yehud. Se encuentran fracasados, humillados,
desorientados. Su Dios no pudo mantener sus promesas, y fue derrotado a manos
de un imperio –y un dios– más fuertes. Pero aquellas élites religiosas
pensantes están tratando de reconciliar sus sueños de pueblo elegido de Yahvé
con aquella realidad tan frustrante. Con la fuerza creativa de su religiosidad,
en medio de unas circunstancias desesperadas, encuentran la oportunidad de
rehacer su fe, y lo hacen reenfatizando su identidad como pueblo escogido.
Estos judíos ven la mano de Dios en Ciro, enviado por Yahvé para dar una nueva
oportunidad a su pueblo. Intuyen que Dios en realidad continúa dando cuenta de
la realidad, que no está derrotado, sino que simplemente ha permitido el
castigo del pueblo, hasta casi su destrucción total, por causa de sus pecados,
para poder restablecerlo con una exhibición de poder. «Presentando a Dios como
transcendente y como rector soberano de la historia, estos escritores judíos
estaban construyendo el monoteísmo, la fe en un Dios único» –hoy parece ya
probado que hasta entonces Israel era politeísta.
Fue
durante el período persa cuando estos israelitas llegaron a creer en un dios
supranacional, cósmico, señor del Universo. Vinieron a ser monoteístas,
creyentes en un Dios que los había destinado a un proyecto grandioso. «Se
escribieron a sí mismos dentro de los relatos que crearon, reivindicando ser
los sobrevivientes y por tanto los herederos de las promesas: el resto de
Israel». Muchos arqueólogos no creen hoy día que haya conexión real entre estos
judíos del siglo VI en Yehud y los israelitas (o cananeos) del 1200. Sólo en
este momento, en el siglo VII, y no antes, se puede hablar de una
alfabetización difundida hacia el campo desde la capital que permitieran el
influjo real de la utilización de las escrituras.
Véanse
las excelentes reflexiones de VAN HAGEN (ibid, 19), a quien sigo aquí de cerca.
- No sólo parece que antes de esas fechas Israel era
politeísta, sino que parece probada la presencia y el culto a Asherá, la esposa
de Yahvé. DEVER, W.G., Did God Have a Wife? Archeology and folk religion in ancient
Israel, Eerdmans, Cambridge UK, 2005. El sancta sanctorum del templo
descubierto en el tell de Arad, trasladado al Museo de Israel en Jerusalén,
parece demostrarlo clara y concretamente.
- VAN HAGEN, ibíd. a.e.c. Según estos autores «la
narración desde Abraham a David es un mito fundacional, como el que Virgilio
creó en su Eneida sobre la fundación mítica de Roma por Eneas. Los relatos
sobre Abraham, Moisés y David sirvieron para crear la conexión con el Dios de
las promesas: ellos eran el pueblo elegido de Dios y aquella era la tierra que
Dios les había dado, al margen de lo que pensara el imperio de turno»
La
fuerza religiosa de aquel pequeño pueblo, pobre y oprimido, humillado en su
propia tierra, les permitió recrearse a sí mismos como el pueblo elegido del
Dios único de toda la tierra, destinado a heredar una historia de triunfo y a
recibir el reconocimiento futuro de todos los pueblos. Con los relatos bíblicos
básicos, creados en este período persa, ocurrió lo contrario de lo que suele
ocurrir: los vencidos escribieron la historia, su propia historia, y se
inscribieron a sí mismos dentro de una epopeya magnífica por encima de todos
los pueblos, de la mano del Dios del monoteísmo radical, redefiniendo su
religión y transformando su propia identidad.
Esta
«nueva información» que las ciencias histórico-crítico-arqueológicas nos
ofrecen hoy socava la historicidad del contenido de las Escrituras, lo cual nos
empuja a los creyentes a re-evaluarlas: ¿qué son en realidad las Escrituras?
¿Son palabra de Dios, son palabra nuestra? ¿Qué es realmente lo que nos
transmiten, qué significa? ¿Cómo reevaluamos todo a la luz de estas nuevas
informaciones?
En
la posible decepción que puede comportarnos el descubrimiento de esta
creatividad redactora vivida en el llamado período persa -en cuanto que nos
pone al descubierto la no historicidad de unos acontecimientos que creíamos
históricamente indubitables, testimoniados por unos textos que creíamos bajados
del cielo-, podemos descubrir una oportunidad para entender la Biblia de otra
manera: no es la obra de Dios, que la envía o la dicta desde el cielo, sino que
es la obra del pueblo, de un pueblo que sufre y que en un supremo acto de
coraje, se esfuerza por descubrir un nuevo rostro de Dios, recreando la
historia y dándose a sí mismo una nueva identidad, capaz de hacerle sobrevivir
aun estando sumido en las condiciones más desesperadas. «En esta reconstrucción
arqueológico-científica de la historia judía los creyentes podemos percibir un
tipo diferente de milagro: el sentimiento religioso fue el motor que hizo
posible la supervivencia y el crecimiento espiritual». Es decir, fue que si no
lo fuese no sería posible nuestra fe; con ello continuamos siendo deudores de
paradigmas anacrónicos, que no pueden sino hacer imposible una vivencia
religiosa integralmente actualizada.
Los
profetas (y los textos) anteriores a la Cautividad no conocen a Abraham y en
general utilizan el término «padres» para designar a la generación del Éxodo
(LIVERANI, 2005, 311). Moisés no es citado nunca antes de la Cautividad, y el
Sinaí sólo es citado un par de veces (Sl 68), y sin relación a la alianza...
(LIVERANI, 2005, 334).
VAN
HAGEN, ibíd., p. 55.
Es
urgente elaborar una teología y una forma de creer que asuma explícitamente
estos hallazgos históricos; tal vez porque carecemos de ella es por lo que
mucha gente abandona la fe. Continuar con las viejas teologías es una
irresponsabilidad pastoral para con los sectores más conscientes de la moderna
sociedad culta, que ya no aguantan una epistemología mítica que da la espalda a
la historia real.
El
«relato tras el relato» al que estamos accediendo, conlleva el desafío de
reconceptuar la religión: ya no es aceptable el paradigma de una «historia de
salvación», ni de responder/creer a un Dios que ha intervenido en la historia
manifestándose/pidiéndonos una respuesta de fe. Estas metáforas quedan
superadas a la luz de los conocimientos actuales, y en el contexto de una
sociedad científicamente informada comienzan a resultar no sólo anacrónicas,
sino perjudiciales, pues lastran la religión atándola a una época cognitiva que
está destinada a morir. Antropológicamente, se hace necesaria una
«desobjetivización» de la vivencia religiosa, de la Palabra de Dios, de la
institucionalización religiosa... así como la necesidad de ir creando una
práctica religiosa coherente con este nuevo paradigma.
Si
una persona no capta toda esta «novedad», probablemente ello significa que está
instalada en un tipo de fe para el que resulta irrelevante que aquello en lo
que se cree sea un acontecimiento histórico de intervención de Dios o sea una
construcción humana; en una posición mental semejante, sí, efectivamente, el
nuevo paradigma arqueológico-bíblico no aportaría novedad significativa alguna
y resultaría irrelevante. Pero esperamos que no sea el caso de nuestros
lectores.
B. LO QUE ESTÁ EN JUEGO
Esta nueva visión que
deriva de la nueva visión arqueológico-bíblica desplaza a otra, la tradicional,
sobre la que había muchos valores en juego. Aludamos a ellos aunque sea
brevemente.
a)
Para
Israel (Estado, pueblo de Israel y religión judía)
- Está en juego en primer lugar la identidad del pueblo
de Israel. La tradición bíblica,
ha consistido en la creencia, tenida por histórica, de que Israel es un pueblo
diferente, venido de fuera de Palestina, diferente de los cananeos -el pueblo
autóctono-, creado por Dios a partir de la elección de Abraham y la Alianza que
selló con él y su descendencia. Israel sería la descendencia biológica de
aquellos patriarcas ancestrales, del pueblo judío oprimido en Egipto, que luego
del éxodo y de la peregrinación por el desierto, conquistó la tierra de Canaán
que Dios había prometido a Abraham. Si los patriarcas son sólo una figuración
religiosa, si el pueblo judío no estuvo en Egipto, ni tuvo lugar el éxodo, ni la
peregrinación por el desierto... ni por tanto Moisés, ni la Pascua, ni la
Alianza del Sinaí... ¿qué queda de la identidad de Israel? ¿Qué es el pueblo de
Israel?
- Está en juego
el derecho del pueblo y del Estado de Israel a la tierra que está ocupando. En el Parlamento de Israel se sigue invocando todavía
hoy la Biblia para fundamentar el derecho de Israel a la tierra, apelando
además concretamente a la circunscripción de los límites de Israel que en la
Biblia aparecen, como límites de la tierra que Dios mismo dio a su pueblo. Si
no hubo pueblo israelita venido de fuera de Palestina, si no hubo conquista por
la que Dios les entregara esa tierra, si los cananeos no fueron exterminados ni
eran un pueblo diferente, ¿qué derechos tiene Israel a la tierra de Palestina,
que no tengan otros pueblos que también han morado multisecularmente en ella?
- Si los relatos bíblicos que contienen esa saga
supuestamente histórica del pueblo de Israel, son una creación literaria religiosa, ¿en qué
consiste la identidad étnico-cultural del pueblo de Israel? Existe todo un
debate al respecto sobre el carácter «inventado» (construido) de la identidad
de Israel; la posición emblemática es la de Shlomo SAND, profesor de historia
de la Universidad de Tel Aviv.
- Fuera de Israel, en Occidente, son muchas las
entidades para las que Israel juega un papel simbólico. Pensemos por ejemplo, en Estados Unidos, cuya
identidad nacional está ligada al Destino Manifiesto de ser un Nuevo Israel,
puesto por Dios al servicio de la humanidad, para difundir los valores de la
libertad y la democracia, «como ciudad que se alza sobre la colina», luz para
los pueblos. La nueva perspectiva arqueológica sobre la historicidad de sus
orígenes, sin duda, aconsejará una reconsideración de esta conciencia identitaria.
b)
Para
las religiones abrahámicas
Son tres las religiones que se remiten a Abraham y a
toda la historia que la Biblia relata sobre él y su descendencia. Todo ese
patrimonio religioso escriturístico es puesto en cuestión por la nueva arqueología.
Autores muy serios hablan de «invención»
- Existe un video de la presentación pública del segundo
libro en Londres (http://youtu.be/sqj_UOdHxpk). La segunda parte del libro de
M. LIVERANI, Más allá de la Biblia, se titula «Una historia inventada», y se
subdivide en seis capítulos sobre «La invención de» los patriarcas, de la
conquista, de los jueces, del reino unido, del templo salomónico y de la Ley.
- Los descubrimientos histórico-arqueológicos obligan a
replantearse la historicidad de la Biblia, y como consecuencia de ello, es
necesario igualmente un replanteamiento de su significado
Cfr. su libro Comment le peuple juif fut inventé,
Fayard, 2008 (traducción española: La invención del pueblo judío, Akal, Madrid
2011, 350 pp; traducción al inglés: The Invention of the Jewish People, Verso,
London-NewYork 2009). El libro es el primero de una trilogía; el segundo
volumen es La invención del pueblo de Israel (The Invention of the Land of
Israel, Tel Aviv, Kinneret Zmora-Bitan Dvir, 2012; English translation by
Verso, 2012). Y el tercero es La invención del judío secular
c)
Para
el cristianismo
Como religión abrahámica, el cristianismo se siente
desafiado, en cuanto que debe reconsiderar toda la historiografía bíblica
veterotestamentaria sobre la que se apoya, pues se considera heredero sustituto
de la promesa hecha en primer lugar a Israel. Lo que actualmente hemos venido a
saber sobre Jesús y sobre los textos y tradiciones fundamentales y fundantes
del cristianismo, presenta también una visión radicalmente diferente de la que
ha sido su relato oficial durante casi dos mil años. Esta nueva visión
histórica de Jesús y de la gestación de los textos cristianos fundacionales,
presenta, estructuralmente, el mismo desafío que el nuevo paradigma
arqueológico-bíblico presenta al mundo del Antiguo Testamento.
Si es cierta la nueva visión arqueológico-histórica
sobre Jesús y sobre la redacción del Nuevo Testamento, entonces todo necesita
ser reelaborado, porque el relato tradicional se ha basado en creencias míticas
hoy demostradamente inciertas.
-
Si Jesús no quiso
fundar una Iglesia,
-
si nunca pensó
abandonar el judaísmo,
-
si nunca pensó de
sí mismo lo que hasta ahora habíamos pensado que pensó,
-
si mucho de lo
que pensábamos que dijo y que hizo no es así como fue...
-
… se hace
imperativo afrontar esta disonancia cognitiva con la que nos confronta el nuevo
paradigma arqueológico-bíblico, y recrear el conjunto; la visión anterior ya no
sirve para los hombres y mujeres informados de hoy.
«Actualmente el conocimiento del Antiguo Testamento
está en plena mutación. No ha cesado de estar en cuestión desde los comienzos
de la exégesis científica, digamos ya desde el siglo XVI, pero más todavía
desde los descubrimientos arqueológicos del último siglo... Obras muy recientes
han puesto en cuestión el conjunto de la historiografía bíblica, y autores muy
serios hablan abiertamente de la invención de la Biblia, incluso del pueblo
judío. Se sabe que todo el Pentateuco ha sido inventado en los siglos VI y V
antes de nuestra era, y toda la historia de los patriarcas y la salida de
Egipto y de la entrada en Canaán son reenviadas al mundo de la leyenda». Joseph MOINGT, Croire
quand même, Temps Présent, Paris 2010, p. 96-97.
d)
Para
la antropología y la teología de la religión
Para la visión occidental al menos, a partir de la
experiencia de los tres monoteísmos, la religión ha sido clásicamente
considerada como dotada de una entidad espiritual que derivaba directamente de
unos eventos históricos que constituían una intervención fundadora de Dios en
la historia. Desde «siempre» ha pensado así la humanidad, tal vez en la mayor
parte de las religiones. Toda religión provenía originalmente de una mano
tendida por Dios a la humanidad; nuestra religiosidad era respuesta a Dios que
había intervenido en la historia. Esta intervención era la base sobre la que
todo lo demás se apoyaba. Y aun cuando esa intervención quedaba muy lejos en el
tiempo, esta misma lejanía la protegía, al hacerla inatacable: nadie podía
probar lo contrario, mientras que bastaba la fe para creer en ella.
El nuevo paradigma arqueológico-bíblico cambia esta
situación, que había permanecido estable desde tiempos inmemoriales,
ancestrales. Hoy, la arqueología sí tiene medios para remontarse hacia atrás y
darnos cuenta crítica de aquella supuesta intervención «histórica» de Dios
sobre la que se funda cada religión. Sí puede decirnos si aquel relato
religioso es o puede ser realmente histórico, o si es construcción humana. Y
este cambio de status, obviamente, lo cambia todo, y exige elaborar una nueva
autocomprensión de nosotros mismos como adherentes a una religión.
La pregunta es: si hasta ahora, desde siempre, la
religión era una respuesta humana al Dios que había salido a nuestro encuentro
en la historia real, ¿cómo reentender la religión cuando sabemos por la ciencia
(la nueva arqueología entre otras) que la mayor parte de aquella salida de Dios
a nuestro encuentro fue una elaboración religiosa, una creencia expresada en
unos mitos geniales, una construcción nuestra? ¿Cómo ser religioso asumiendo
estos nuevos datos?
PISTAS PARA REFLEXIONAR
Este
nuevo paradigma arqueológico-bíblico es muy reciente, está apenas en su etapa
de divulgación. Todavía no ha sido acogido en la reflexión teológica. Su desafío
es enorme. Como hemos dicho, obliga a replantearse radicalmente la entidad y el
significado de la religión: a esta nueva luz, ser religiosos parece que es otra
cosa que lo que estuvimos siempre pensando. Aquí nosotros sólo queremos
sugerir/plantear varios caminos de reflexión cuya necesidad y urgencia parecen
claras.
1.
Estamos
ante un nuevo episodio del viejo conflicto fe/ciencia.
En su discurso en el acto de erección de la estatua a
Galileo en los jardines vaticanos en 1992, dijo Juan Pablo II que el conflicto
entre fe y ciencia había terminado. Pero no era cierto: el conflicto había
acabado con la astrofísica, pero continúa con otras ciencias: la antropología,
la epistemología, la cosmo-biología... están hoy en conflicto con la fe, en
cuanto ciencias. Con el abandono del paradigma de la vieja «arqueología
bíblica» es la nueva arqueología la que ha entrado también en conflicto con la
fe. Es decir, como en el caso de la astrofísica con Galileo, es ahora la nueva
arqueología la que aporta una «nueva información», que choca con informaciones
hasta ahora incluidas oficialmente en el paquete de nuestra fe. Tomábamos a
Abraham, la alianza, los patriarcas, el éxodo, la conquista de la tierra
prometida, las promesas a David... como ciertos históricamente, como intervenciones
históricas de Dios mismo en las que se apoyaba directa e indubitablemente
nuestra fe.
Y ahora la nueva arqueología nos dice que las cosas no
fueron como pensábamos, que la información sobre la que apoyábamos «nuestra
respuesta a la intervención de Dios» no es cierta. Pero no sólo eso: también
nos informa de muchos pormenores que nos ayudan a entender qué es lo que
realmente pasó, de qué se trataba realmente.
En realidad, no estamos ante nada radicalmente nuevo:
se trata de un nuevo episodio, uno más, del casi permanente conflicto
fe-ciencia. Conforme ha surgido la ciencia moderna, hace unos pocos siglos, la
ampliación que ésta ha ido haciendo del conocimiento ha entrado en zonas que la
conciencia humana religiosa había rellenado simplemente como pudo, normalmente
con creencias elaboradas por nosotros mismos mediante una epistemología mítica.
Casi todos los grandes avances científicos han
provocado reajustes que la conciencia religiosa ha tenido que hacer, al estar
ésta basada en supuestos (míticos, creenciales, acríticos) que las «nuevas
informaciones» aportadas por las ciencias, han contradicho.
Ahora ha tomado la vez la arqueología, cuando con sus
muchos nuevos procedimientos y tecnologías ha adquirido una potencia capaz de
«desenterrar la Biblia»... Y tal como en el caso del heliocentrismo la religión
tuvo que aceptar el desafío y abandonar su geocentrismo, por más que se
sintiera en él como en su propia casa, ahora la religión va a tener que
abandonar la visión clásica de «la intervención histórica de Dios, en los
orígenes mismos de la arqueología bíblica, fue fundada precisamente para
demostrar la veracidad de la Biblia. Uno de los primeros libros que patrocinó
la Fundación se tituló: «The Bible is true!». Por eso también el título del
emblemático libro ‘Y la Biblia tenía razón’, de Werner Keller, ya en el siglo
XX. Al respecto, es significativo que la edición brasileña del libro de
Finkelstein ‘La Biblia desenterrada’, se tomó la libertad de modificar el
título, publicándolo como ‘Y la Biblia no tenía razón’ (en la editorial A
Jirafa).
Utilizo la palabra, como el concepto de mito, en un
sentido plenamente positivo, hoy muy revalorizado en la antropología cultural.
Por ejemplo, seguir utilizando hoy, como referencias básicas, categorías
bíblicas míticas (creación de las especies en su situación actual, creación
especial de nuestra especie en el sexto día, Adán y Eva, estado preternatural,
pecado original...) y no incorporar plenamente los descubrimientos científicos
que la «arquelogía» biológica y paleontológica actual «desentierran», puede
resultar no sólo anacrónico, sino sobre todo dañino, al perpetuar el divorcio
fe/ciencia. Una catequesis sobre el origen de la naturaleza humana a partir del
Génesis no podría hacerse hoy responsablemente sin combinarlo, por ejemplo, con
el actual bestseller de Yuval Noah HARARI, Sapiens: a brief history of
humankind Random House, Canadá 2014. Breve historia de la Humanidad, Debate,
Barcelona 2014.
… que nos pide una respuesta de fe», lo que ha sido
hasta ahora la «fórmula dimensional», el ADN de la vivencia religiosa. La
religión necesita una nueva autocomprensión, para un futuro diferente, porque
necesita reinventarse. Reinvención que no tendría que generar desconfianza,
pues estamos descubriendo con gozo que tanto las religiones agrarias como el
acceso mismo a la dimensión espiritual fueron unas geniales invenciones
creativas «emergentes» en el proceso biocultural de nuestra hominización y
humanización.
2.
¿Una nueva
teología de la religión?
Aun a sabiendas de la inexistencia de una definición
de religión que sea comúnmente admitida, podríamos asumir provisionalmente que
las religiones del libro se han considerado a sí mismas, de alguna manera, como
la relación de los seres humanos con Dios, establecida en respuesta a su
intervención en la historia, en una serie de acciones y manifestaciones cuyo
relato revelado se conserva en la Escritura. Este tipo de religiosidad ha sido
vivida con gran conciencia de objetividad y de historicidad, como la realidad
más real, sagrada y decisiva. Así ha sido durante milenios. Esta forma de
religiosidad encajaba bien en las posibilidades cognitivas y funcionales de
nuestra especie: ha funcionado sin dificultades, haciéndonos viables y siendo,
con su poderosa fuerza evocadora de sentido, un gran medio de sobrevivencia.
Pero hoy estamos en un momento de transformación
evolutiva, causado principalmente -aunque no únicamente- por una ampliación
incesante del conocimiento en todos sus campos y dimensiones: científica,
crítica, reflexiva, retrospectiva, cósmica... Y uno de sus efectos
sorprendentes es el de poner incluso a nuestro alcance el conocimiento del
pasado del que provenimos. A partir de un cierto momento de inflexión, ahora,
cuanto más avanzamos, más retrocedemos en el tiempo, más recuperamos el pasado
de la sociedad, de la religión, de la Tierra y del cosmos incluso. No sólo el
pasado de la cultura material, sino también de la cultura también ideológica y
espiritual. Hoy tenemos tecnologías capaces de «leer» la documentación histórica
que está escrita de mil formas en las rocas, en el suelo, en el subsuelo, en
las huellas arqueológicas... pero también en los textos y sus contextos, en las
ideas y en su evolución... Es aquí donde se enmarca el desafío de la nueva
«arqueología», que nos golpea con su constatación de que el relato religioso
básico de las religiones del libro, que considerábamos básicamente
histórico-objetivo, no lo es. Lo realmente histórico es «otro relato», oculto
hasta ahora, que nos habla de una gesta de creatividad espiritual de pueblos
que, mediante su experiencia religiosa, encontraron fuerzas para sobreponerse a
situaciones desesperadas, prácticamente asediados por la muerte, y fueron
capaces de dotarse de un nuevo sentido, y de sobrevivir, con el recurso de su propia
religiosidad. Apoyada en la seguridad de la intervención histórica de Dios en
el pasado y en el futuro por venir, aquellos pueblos o comunidades hicieron de
necesidad virtud, y encontraron fuerzas para reinventarse y sobrevivir.
La hipótesis científica «emergentista» ha dejado atrás
el reduccionismo y el materialismo decimonónicos de la ciencia tradicional, que
nos empujaban a los creyentes a agarrarnos a posturas filosóficas dualistas y
espiritualistas inspiradas en el pensamiento platónico y aristotélico. Una
nueva relación entre materia, vida y espiritualidad preside la actual visión
compartida entre fe y ciencia: la historia de la evolución de los sistemas
vivientes está marcada por la continua «emergencia» de formas, facultades y
niveles nuevos. P.W. ANDERSON, «More Is Different», Science, vol. 147, nº 4047, pp.
393-396.
I. NÚÑEZ DE CASTRO, «Emergencia, vida y
autotranscendencia activa», en BERMEJO, Pensar después de Darwin, Universidad
de Comillas, Madrid 2014, p. 169-212.
Hoy sabemos que esto último es lo realmente histórico,
la verdad profunda del relato bíblico. Los relatos religiosos mismos hoy los
sabemos no históricos (33). A estas alturas del desarrollo de la ciencia hemos
perdido la capacidad de ingenuidad mítico/histórica. Por efecto del contexto
cognitivo-cultural en el que nos movemos, nuestra especie está cambiando, en
cuanto que las actuales generaciones se están volviendo incapaces de funcionar
con epistemología mítica, ya no pueden «creer» (porque «saben») en intervenciones
objetivas de Dios en la historia, ni son capaces de volver a creer en «grandes
relatos» totalizantes que unan cielo y tierra, la creación con la
escatología... Seguimos necesitando un sentido para la vida, pero ya no somos
capaces de echar mano de «grandes relatos» para construirlo. Hoy somos de otra
manera. Una religión basada en aquel tipo de instrumentos
cognoscitivo-epistemológicos empieza a no sernos ya posible.
Ni son relatos literalmente históricos, ni las
Escrituras son el relato objetivo de una intervención de Dios en la historia,
ni la historia es su significado principal, todo lo cual no quita que muchos de
sus datos y relatos concretos tengan base histórica.
La humanidad está atravesando una crisis múltiple, y a
ella se añade esta crisis del despojamiento de aquellas seguridades
supuestamente objetivas, históricas. Como nuestros antecesores, estamos
llamados a sobreponernos y a sobrevivir, a reconstruir nuestras esperanzas y
nuestro sentido para vivir, pero ha de ser sobre nuevas bases, mediante otros
mecanismos cognoscitivo-epistemológicos.
}Hemos de
hacer lo mismo que hicieron ellos: vivir, recrear la posibilidad y la potencia
de la vida, pero ahora habrá de ser en el nuevo nicho epistemológico al que
estamos accediendo. Lo nuestro será también una vivencia espiritual, como la de
ellos, pero se jugará en otro campo, con otros interlocutores y contextos. Tal
vez es el momento en que nuestra espiritualidad se está viendo forzada a
madurar (haciendo también de necesidad virtud) hasta llegar a saber vivir sin
«grandes relatos», sin cosmogonías ni mitos fundacionales, sin doctrinas
reveladas, sin verdades dogmáticas, o simplemente «sin verdades»... simplemente
en conexión con el espíritu y la fuerza de la Vida misma, telúrica y
cósmicamente percibida y hecha nuestra.
Cada vez distinguimos más y mejor la vivencia
espiritual, frente a las representaciones, mitos, relatos, categorías, gestos,
doctrinas y rituales con los que la expresamos. La vivencia espiritual es
profundidad humana, vivencia humana profunda. Las representaciones, categorías,
relatos, ritos... son simplemente los medios de los que nuestra especie se ha
valido en un determinado estadio de su desarrollo para expresar, percibir,
sentir, comunicar esa vivencia. La vivencia espiritual es una realidad humana
permanente; sus representaciones son aleatorias, contingentes, variables según
las coordenadas espacio-temporales y culturales. No obstante, estamos apenas en
el tránsito (34), en el transcurso de esta transformación. Muchas personas no
van a poder entrar por este nuevo camino, pues preferirán continuar instaladas
en la religiosidad objetivista. No es fácil cambiar de paradigma religioso, es
como volver a nacer, entrar en un mundo diferente. Pero otras muchas personas
hace tiempo que se están desligando del viejo paradigma; sienten que aquella
forma de ser religiosos ya no es viable; se sienten incómodos en ella y hasta
dudan de su legitimidad... Por eso acogen con alivio la noticia del nuevo
paradigma no objetivista: se puede ser plenamente humano, espiritual por tanto,
con los pies firmemente en el suelo del mundo cognitivo que la ciencia actual
nos posibilita. En este sentido, el nuevo paradigma arqueológico bíblico nos
ayuda a crecer evolutivamente.
34. Simón Pedro ARNOLD, La
era de la mariposa. Una espiritualidad para tiempos de crisálida. Editorial
Claretiana, Buenos Aires 2015.
Con ello, este paradigma
religioso al que la nueva arqueología nos impulsa converge con el paradigma
pos-religional (35). Ambos reclaman un nuevo modo de habérnoslas con el
tradicional concepto de religión. Es urgente una reconceptuación de la misma,
así como una nueva teología de lo religioso y de lo espiritual. Manos a la
obra.
35. Véase el número
especial de la revista HORIZONTE de la PUC de Minas de Belo Horizonte,
monográfico sobre «Paradigma pós-religional», vol. 13, número 37, 660 pp., con
la participación de los autores que más se han significado sobre el tema en los
últimos años, en: http://periódicos.pucminas.br. Puede ser recogido en un solo
archivo en servicioskoinonia.org/LibrosDigitales. Véase también la propuesta de
la EATWOT, en la revista VOICES (http://eatwot.net/VOICES), número
January-March 2012, monográfico sobre el paradigma pos-religional. José María
VIGIL
36. Cfr. A. BARUQ - H.CAZELLES,
Los libros inspirados, en A. ROBERT – A.FEUILLET (eds.), Introducción a la
Biblia, Barcelona 1965, p. 42.
37. E. SCHILLEBEECKX, Soy
un teólogo feliz, Sociedad de Educación Atenas, Madrid 1974, p. 72-73: «La
palabra de Dios es la palabra de los hombres que hablan de Dios. Decir “sic et
simplecita” que la Biblia es la palabra de Dios, no se corresponde con la
verdad. Cuando la Biblia dice: “Dios ha dicho, Cristo ha dicho...” no es Dios
que lo ha dicho, no es Cristo quien lo ha dicho en sentido estricto, sino los
hombres que han contado su experiencia de relación (72/73) con Dios».
38. «El mundo es la carta
que Dios le escribió a la Humanidad», reza una frase atribuida a Platón.
Martínez, I. y Arzuaga, J.L., Amalar, Ediciones Temas de Hoy, Madrid 2004, p.
28.
39. RAHNER, Inspiración,
en Curso Fundamental de Teología, Cristiandad, Madrid 1979, 781-790.
El
nuevo paradigma arqueológico nos invita a reconstruir tanta seguridad y
dogmatismo edificado sobre bases de barro, míticas, hoy puestas al descubierto,
para re-evaluar la validez de nuestro patrimonio simbólico, y proceder en
adelante con mucha más humildad, pidiendo además perdón a todos los que hemos
humillado en el camino por haber pensado de diferente manera
3.
Significado
para una situación axial y evolutiva: una nueva época...
Siendo un episodio más de la conflictiva relación de
la fe con la ciencia, ya hemos dicho que
este paradigma de la nueva arqueología y su desafío no representan en realidad
algo radicalmente nuevo; hemos vivido esta situación en otras ocasiones. Sin
embargo, no se puede negar que tiene un valor emblemático, porque incide en
pleno corazón de la fe religiosa, en el relato mismo que creíamos, denunciando
su carencia de fundamento histórico objetivo. Hemos estado toda la vida creyendo...
a nosotros mismos. Nunca como ahora estamos viendo que las formas religiosas
(no la sustancia de la religiosidad misma) son creación nuestra, una genial
«invención». El nuevo paradigma arqueológico nos quita la última venda de
nuestros ojos y nos invita a reconciliarnos con la verdad desnuda.
Somos la primera generación que se ve en una situación
semejante. Durante milenios, las generaciones que nos han precedido han creído
estar respondiendo, de tú a tú, a la acción de Dios, que nos habría salido al
encuentro en unos concretos acontecimientos históricos. Hasta hace menos de un
siglo -y todavía hoy- muchos cristianos han entendido su fe como el
asentimiento de confianza a palabras concretas del Jesús histórico, que nos
habría informado de que él y el Padre son uno, y de que él había venido a
decírnoslo. Todavía hoy, en los sectores conservadores y fundamentalistas, y
hasta ayer en el conjunto del cristianismo e incluso de la civilización
occidental, hemos estado convencidos de que La Biblia tenía razón y era un
relato históricamente indubitable. Somos la primera generación que se ve
desafiada a ser religiosa o espiritual sin hacer pie sobre apoyos históricos
ilusorios. Este nuevo paradigma nos obliga a inaugurar una época nueva para la
fe, o a inaugurar una religiosidad nueva, para esta época en que la nueva
arqueología nos despoja de ilusiones históricas.
En su libro A Secular Aje, Charles Taylor sugiere que
los cambios culturales de los últimos pocos siglos han creado una autenticidad.
Todos nos vemos empujados a mirar dentro de nosotros mismos y a descubrir
quiénes somos y cómo deberíamos vivir en este mundo. Taylor cree que esta
situación colectiva ha creado «una nueva era de búsqueda religiosa» (41). Tal
vez podemos decir algo semejante respecto al desafío del que estamos tratando:
si este paradigma nos desafía a superar la ingenuidad con que estábamos
creyendo, sobre la base del relato bíblico, desplazado ahora por «el relato que
está detrás del relato bíblico», ello nos obliga a basar nuestra religiosidad
en este nuevo relato... Se va a tratar de una nueva religiosidad, porque se
basa en un relato nuevo, hasta ahora desconocido.
40. «Un solo error prueba
que la Iglesia no es infalible. Un solo punto flaco prueba que un libro no es
revelado... En un libro divino todo es verdadero y no debe haber por tanto
ninguna contradicción... Un libro inspirado es un milagro; debería por lo mismo
presentarse en condiciones únicas, distintas de las de cualquier otro libro»:
E. RENÁN, Souvenirs d’enfance et de jeunesse, 160, citado por A. TORRES
QUEIRUGA, La Revelación de Dios en la realización del hombre, Cristiandad,
Madrid 1987, p. 83. Edición revisada y ampliada: Repensar la revelación. La
revelación divina en la realización humana, 2ª edición, Trotta, Madrid 2008.
La demolición de muchas de nuestras certezas
históricas relativas a la fe, que la ciencia -la nueva arqueología en este
caso- ha llevado a cabo, no es una catástrofe, ni nos aboca a un nihilismo
destructor... sino que nos invita a la aceptación de lo real, y nos da una
oportunidad de crecimiento, hacia una «calidad humana» (espiritualidad)
purificada y más profunda, más allá de los relatos míticos en los que con toda
ingenuidad nos hemos apoyado tradicionalmente y que tan bien cumplieron su
papel, que parece estar quedando superado. La religión necesita revisarlo casi
todo y reinventarse: necesita optar por un futuro diferente, un futuro que no
sea mera proyección del presente. Tal vez todo ello sea parte de la nueva «gran
transformación» que está en curso, de un segundo «tiempo axial» en el que nos
estaríamos adentrando, de una más profunda «humanización de la humanidad», o
quién sabe si de una «segunda hominización» (42).
41. Charles TAYLOR, A Secular Age, p. 473ff, «The Age of Authenticity». Van HAGEN, ibíd. 246.
42. Cfr. VIGIL, José
María, Teología del pluralismo religioso, Abya Yala, Quito 2005, cap. 17: Hacia
un nuevo tiempo axial. aren ARMSTRONG, The Great Transformation. The begining
of religious traditions, Random House, Toronto, Canada, 2006; La gran
Transformación, Paidós, Barcelona 2007. Robert BELLAH & Hans JOAS, The Axial Age and
Its Consequences, Harward University Press, London 2012. VIGIL, J.M., Humanizar la Humanidad. El papel futuro
de la religión, revista «Horizonte» 13/37 (2015) 319-359, Pontificia
Universidad Católica de Minas, Belo Horizonte, Brasil. De «segunda
hominización» hablaba ya Teilhard de Chardin, adelantándose a esta visión, en
La planétisation humaine, en Oeuvres 5, Seuil, Paris 1955-1976, p. 169. 224
José María VIGIL
Bibliografía para una
iniciación al nuevo paradigma arqueológico
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USA, 2012, 268 pp
WIKIPEDIA: arqueología,
arqueología bíblica, Finkelstein, Liverani...
Í N D I C E D E T A L L A D O.
1.
“JESUS
CRISTO ES EL SEÑO” Pedro Pierre.
- Organización social del país de Jesús.
- Jesucristo es el Señor.
- Palabra de nuestros obispos latinoamericanos.
2.
JESÚS Y SU
ÉPOCA
1ª
parte: Escuela de Formación CEBs, 2016
- La dominación romana
- El cobro de impuestos
- Los militares en la Palestina de Jesús
- La visión profética de Juan Bautista
2ª
parte: Jesús y los movimientos sociales PR, 2010.
- Unas 2
etapas antes del nacimiento de Jesús
- Las grandes
tensiones en los años de Jesús
- Reaparece
los profetas
3.
“MENSAJE
LAICO DE JESÚS”, José M. García, 2014.
- Jesús fue un profeta laico
- Las 3 mayores características del profeta Jesús: Itinerante.
– Subversivo. – Amenazado.
- La laicidad del mensaje de Jesús
. Las Bienaventuranzas
. La misión de los 72
discípulos
. El juicio final
- Mensaje subversivo de Jesús
- Opciones de Jesús por los perdidos y los últimos.
4.
“JESÚS
ANTES DEL CRISTIANISMO”, A. Nolan, 2009.
- Tiempos de crisis ayer y hoy
- Las opciones de Jesús
- Las curaciones
- Testigo del perdón de Dios
- La buena noticia del Reino
- La venida del Reino
- La confrontación
- Quién es ese hombre
- La fe en Jesús
5.
“LOS
MILAGROS DE JESÚS”, Jesús Paláez, 2011.
a)
Posibilidad
del milagro
- Santo Tomás de Aquino - Benedicto 16
- Rudolf Bultmann
- Reflexiones
b)
Historicidad
del milagro
- Precisiones en torno a los milagros del Evangelio
- Los milagros de Jesús y la historia
6.
“MARÍA
MAGDALENA”, Socorro Vivas, 2016.
a)
María
Magdalena según los libros canónicos
- Mujer apóstol. – Amada por Jesús. – Sin lazos
familiares.
- Atestigua la muerte de Jesús. - Testimonia, con miedo,
de su resurrección.
b)
María
Magdalena en el círculo de los apóstoles
c)
María
Magdalena y la mujer de hoy
7.
“REPENSAR
LA RESURRECCIÓN”, Andrés Torres, 2016.
a)
La
tarea actual
- Lo común de la fe
- La inevitable diversidad de la teología
b)
La
génesis de la fe en la resurrección
- La resurrección en el Antiguo Testamento
- La resurrección de Jesús en el Nuevo Testamento
- Lo nuevo de la resurrección de Jesús
c)
El
modo y el ser de la resurrección
- Consideraciones previas
- El sepulcro vacío
- Las apariciones
- “Primogénito de entre los muertos”
d)
Las
consecuencias
- Resurrección e inmortalidad
- Resucitados en Cristo
- Jesús, ‘el primogénito de los difuntos’
e)
Consideración
final
Anexo: “ARQUEOLOGÍA Y
BIBLIA” José M. Vigil, 2015.
1.
La visión
arqueológica de la Biblia
2.
Lo que está
en juego
- Para Israel
- Para las religiones abrahámicas
- Para el cristianismo
- Para la antropología y la teología de la religión
3.
Pistas de reflexión
-
¿Nuevo conflicto
fe y ciencia?
-
¿Nueva teología
de la religión?
4. Una
nueva época religiosa
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