S A C E R D O CI O, C E L I B A T O …
2ª parte.
Recopilación de
textos. PR. Marzo de 2017.
….
CONTENIDO: 2ª parte.
8.
Todos
sacerdotes como Jesús, X. Pikaza
9.
Contra
el sacerdocio de la mujer, J. I. González
2ª parte: Celibato
10.
Celibato
en la historia de la Iglesia, I. Pérez
11.
Jaque
mate al celibato obligatorio J. J. Tamayo
12.
Celibato
opcional, Movimiento para el celibato opcional
13.
Celibato
y misericordia, R. González
14.
Crisis
de la vida religiosa, papa Francisco
3ª parte: Diaconizas
15.
Diaconado
femenino, Emilia Robles
16.
No
quieren ser diaconizas, A. Aradillas
Conclusión
17.
Jesús fue laico, J. Miranda
Aparecida 209-210.
CONTENIDO: 1ª parte.
Presentación: Un nuevo culto centrado en el Reino, PR.
CONTENIDO: 1ª parte
1.
Urgente renovación del clero,
M. Velásquez
2.
Sacerdocio y CEBs, E.
Hoornaert
3.
Por una Iglesia sin clérigos,
J. Pérez
4.
Movimiento de Sacerdotes
casados, E. Hoornaert
5.
Clericalismo, J. M. Castillo
6.
Curas para promoción personal
J. M. Castillo
7.
‘El hábito no hace el monje’,
P. Mallo
8.
El sacerdocio en la carta a
los Hebreos, J. Housset
9. LA
NOVEDAD DE JESUS,
TODOS SOMOS SACERDOTES, Xavier Pikaza.
Presento,
por primera vez, las síntesis que he hecho de la primera parte (Páginas 1 a la
118) y de la segunda (119 a 223) del libro La novedad de Jesús. Todos somos
sacerdotes, Xabier Pikaza, Ed. Nueva Utopía, Madrid 2014). Cumplo así mi
propósito y es pero reporte satis facción, luz y voluntad renovadora a los que
las están esperando y a cuantos las lean por primera vez. Benjamín Forcano.
A
MODO DE PREÁMBULO
Des de siempre se nos ha hablado del sacerdocio
común, como algo propio de todos los cristianos. Pero, ha servido de bien poco.
Es el sacerdocio, que es el de Jesús, y que representa una mutación sustancial
con respecto al sacerdocio del pueblo judío y de otras culturas del Antiguo
Oriente, es el único existente en la Iglesia católica, pero ha pasado a
ser exclusivo de los hoy llamados clérigos .
El sacerdocio de Jesús no necesita de templos, ritos
y sacrificios, ni de especiales intermediarios entre Dios y los hombres; es
distinto y se condensa en el amor que rige y mueve toda s u vida, no en otro
tipo de sacrificio externo, violento, oficiado por intermediarios sagrados.
Hay que volver al origen y retomar el Evangelio,
porque nos hemos alejado de él, otorgando el título de sacerdotes, únicamente a
una élite,- la clase clerical-, contrapuesta al laicado y erigida s obre él
como una categoría superior, con poderes que la elevan sobre el resto de los
fieles.
Admitir que la Iglesia se compone de dos categorías:
una clerical y otra laical, con des igualdad entre ambas, es introducir algo
contrario a la condición y dignidad sacerdotal de todo cristiano, fundadas en
el sacerdocio de Jesús. En el Vaticano II, aparecen aún dos eclesiologías, no
armonizadas. Así, en LG 10 se dice: “El sacerdocio común de los fieles y el
sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque su diferencia es esencial,
no sólo gradual, sin embargo se ordena el uno para el otro, porque ambos
participan, del modo suyo propio, del único sacerdocio de Cristo”.
Es el único texto donde se señala que la diferencia
es esencial, pero sin fundamentar en qué y por qué. El sacerdocio de Jesús se
comunica y opera en todos según lo que es. Y así se caminó en la primitiva
Iglesia. Asignar a un “grupo” -los hoy clérigos - una participación singular y
específica de ese sacerdocio hasta el extremo de establecer una diferencia
esencial, es un invento posterior. El Vaticano II recalca en mil partes la
posesión y comunión de todos en el sacerdocio de Jesús y en virtud de ella
queda descartada toda desigualdad, discriminación o subordinación. El
sacerdocio “jerárquico” no responde al sacerdocio de Jesús ni tiene sentido en
la primitiva Iglesia. Será, a lo más, una de las tareas o servicios que
producirá y designará la comunidad sacerdotal, pero nunca en el sentido de
transferirle un valor o dimensión nueva que le de plenitud en el obispo y en
menor grado en el presbítero.
El sacerdocio de Jesús es laical en él y en
consecuencia está en todos, y creará en las comunidades cuantas funciones,
tareas, carismas o servicios (ministerios) sean necesarios. Es bueno cuestionar
ciertos procedimientos eclesiásticos, que no encajan ni de lejos con la praxis
y enseñanza de Jesús y también con la manera de ser y obrar de la Iglesia primitiva.
El tema de la excomunión aplicada y comentada estos días a personas cristianas,
no hay por donde reconocerlo confrontado con el Evangelio y el vivir de los
cristianos del comienzo.
Como he dicho, ilustra sobremanera y sugiere modos
de obrar distintos el estudio que un buen y reconocido biblista como Xabier
Pikaza acaba de hacer: “La novedad de Jesús: todos somos sacerdotes”. Estudio
sereno, riguroso, super-documentado y que ayuda a poner en su lugar el poder
abusivo de la clase clerical. En este momento de crisis y de inevitable y
creativa renovación según propugna el Papa Francisco, se necesitan estudios
así, para entender, aclarar y estimular propuestas que seguramente a muchos van
a sorprender. Los caminos, que ahí se abren al futuro y que hay que ensayar y
crear son innovadores, fecundos seguramente, si sabemos asumirlos
responsablemente. Nada tienen que ver con el capricho, la indisciplina, o la
rebeldía instintiva u otros motivos que algunos puedan imaginar. Surgen y hay
que crear nuevas soluciones.
Paz y bien.
(Cfr.
Xabier Pikaza, La novedad de Jesús: todos somos sacerdotes, Nueva Utopía,
Página 224).
1ª parte: VOLVER AL COMIENZO
Reemplazar el sacerdocio jerárquico por el
sacerdocio de Jesús, que es el de todos
INTRODUCCION
La razón del tema es clara. Nos encontramos, tras
dos mil años de historia, con que el tema del sacerdocio cristiano ha entrado
en gravísima crisis: los llamados a continuar con la figura tradicional del
sacerdocio no responden ni llegan y, al mismo tiempo, la escasez de los existentes
y el envejecimiento de la mayor parte, ponen al des cubierto una brecha que
amenaza el modelo eclesiológico bipolar Clérigos/Laicos.
Puede que la ausencia de vocaciones sea un factor
importante en es te fenómeno. Pero, independientemente de él, se muestra otro
aspecto que considero radical para es clarecer lo que está pasando y alumbrar
un nuevo futuro: ¿Se trata simplemente de una crisis vocacional o más bien de
un retomar el Evangelio y ver si el sacerdocio de Jesús, propio de todo
cristiano, se ha mantenido en su recorrido histórico en lo que de verdad es o
se lo ha reemplazado por otro, que lo trastrueca profundamente?
Dada la preponderancia absoluta que la figura del
sacerdote, tal como la conocemos hoy, ha adquirido por siglos en la cristiandad,
a muchos les parece más que temerario cuestionar esta figura y suscitará -de
ello no tengo duda- asombro, dudas y protestas inacabables.
No es mi tención entrar a describir la peculiar
personalidad del clérigo, que le lleva a renunciar a la propia autonomía y
libertad para cumplir incondicionalmente la norma del sistema clerical
establecido, sino ver si la figura clerical dominante responde al nuevo
sacerdocio de Jesús, con las consecuencias que esto conlleva para sus
seguidores.
Esto supone, primero de todo, fijar el significado
original del sacerdocio jesuánico y comprobar si, a lo largo de la historia, lo
hemos sabido mantener o nos hemos apartado de él. Puedo adelantar que el
estudio arroja luz en el sentido de que, a partir del siglo III, esa figura
primordial fue adquiriendo rasgos y cualidades, que lo sustraían a la comunidad
y se la reservaba a una minoría, como categoría superior al margen de la
comunidad.
El inicio y el recorrido histórico nos traen hasta
el mundo de hoy y entonces podemos confrontar si el retrato actual del
sacerdote concuerda o no con el del comienzo.
EL
SACERDOCIODE JESUS
- El
sacerdocio como poder en el tiempo de Jesús
En
las diversas culturas del Antiguo Oriente, existían los sacerdotes. Eran
intermediarios entre Dios y los hombres (el mismo “patriarca” o rey del clan,
que eran sacerdotes, estaban en simbiosis con Dios); suscitaban su poder y lo
controlaban en lugares y fiestas determinadas; eran creadores de santidad
ritual y especialistas en sacrificios.
Dentro
del pueblo judío, siglos antes de Jesús, aparecen también santuarios y grupos
sacerdotales (levitas), especialistas en sacrificios. El Código Sacerdotal
(libros Levítico y Números) hablan del Sumo Sacerdote como autoridad máxima,
representante de Dios y delegado del Rey persa, quien una vez por año tiene que
penetrar en el “Sancta Sanctorum” (lo más Sagrado) del templo para interceder
por el pueblo.
Hasta
la conquista romana (64 a. C) se mantiene esta situación y, a partir de ella,
las funciones se dividen: un Gobernante romano con poder civil y un Sacerdote
con autoridad religiosa.
- Jesús
fue un laico
Metido
Jesús en su vida pública, se lo conoce y actúa él como un laico, en la línea de
los profetas y de los pretendientes mesiánicos, de los sanadores carismáticos y
de los sabios populares. En el punto culminante de su vida, Jesús sube a
Jerusalén y se enfrenta con los sacerdotes. Sube a Jerusalén, pero no para
“legalizar” sus ritos y someterse a la autoridad de los Sumos Sacerdotes, sino
para mostrar que el templo ya no tiene valor s agrado para el pueblo.
A
muchos sacerdotes actuales, les sorprenderá que se diga de Jesús que fue un
laico. Considero de gran utilidad sintetizar lo que el citado Xavier Pikaza
desarrolla sobre es te punto (Cfr. La novedad de Jesús: todos somos sacerdotes,
pp. 13-31).
“El
sacerdocio de Jesús coexiste en El desde su condición de laico. El Hijo del
hombre, humano a cabalidad, no se atribuyó títulos de honor, pues títulos y
honores los tenían otros (sacerdotes y rabinos, presbíteros, pontífices y
obispos -inspectores), sino que actuó como un simple ser humano, sin tareas
oficiales, ordenaciones jurídicas, ni documentaciones acreditativas. No se
llamó sacerdote, ni recibió las sagradas órdenes, sino que fue un judío
marginal, de origen galileo y de extracción campesina, obrero de la
construcción (albañil o carpintero) sin tierras propias.
Jesús
tuvo la certeza de que el tiempo se había cumplido y que Dios le impulsaba a
proclamar la llegada del Reino, que él
debía empezar ofreciendo a los enfermos, marginados y excluidos de
Israel, para abrirlo después por medio de ellos a todos los hombres y mujeres,
siempre a partir de los pobres. Se sintió Mesías enviado de Dios Abba, creador
y amigo de los hombres, pero no quiso hacerse rey con poder político, ni fue
sacerdote o guerrero sagrado, sino que pareció y actuó simplemente como un
hombre, anunciando salud para los enfermos, plenitud para los pobres y
reconciliación para todos. Así lo dijo y lo vivió sin cátedras, templos,
palacios, en el “bazar” abierto de la calle y el camino.
Jesús,
pues, era un laico o seglar, sin estudios ni titulaciones especiales, al
interior de las tradiciones de Israel (en una línea profética), pero fuera de
las instituciones poderosas de su entorno (templo, posible rabinato). Creía que
Dios era Padre de todos los hombres, creó un movimiento de sabiduría singular,
curación integral y comunión entre los marginados de su entorno, a quienes iba
despertando, acompañando y animando, pues ellos eran destinatarios y herederos
del Reino de Dios, que es vida para los enfermos y hartura para los hambrientos
y expulsados de la sociedad establecida (Cf. Mt 5,3; 11,5; Lc 6,20; 7,22).
Era
un marginal y, como tal, es taba convencido de que sólo en el margen (fuera de
las instituciones del sistema), podía plantarse la obra de Dios, la nueva
humanidad porque el Reino pertenece a los pobres; no empleó métodos de
reclutamiento y separación clasista, no adiestró a un posible grupo de
combatientes, ni fundó una agrupación de especialistas de la ley ni un resto de
“puros” frente a la masa perdida. No apeló al dinero, ni a las armas, ni educó
un plantel de funcionarios, sino que vivió directamente en el bazar abierto de
la vida.
Habló
con imágenes que todos podían entender y actuó con gestos hacia los excluidos y
necesitados que todos podían asumir. Compartió la comida a campo abierto con
aquellos que venían a su lado y mostró un cuidado especial por los niños,
enfermos y excluidos de la sociedad.
No
fue un soñador cándido, ajeno a la sociedad (un simple contra-cultural), pero
tampoco un hombre del orden social o religioso. No se lo podía asemejar a los
fariseos, que daban primacía a la ley; él colocaba el servicio y el amor a los
pobres por encima de las normas nacionales. No fue un hombre del sistema, pero
tampoco un outsider utópico. Fue profeta mesiánico y hombre carismático, al
margen de la buena sociedad, pero supo ponerse en el centro de la gran plaza de
la vida y promover la convivencia, desde un amor a Dios, que hace posible el
perdón y la libertad entre hombres. La religión no era a su juicio, un sistema
de organización sagrada, sino una experiencia directa de comunicación gratuita
con Dios y entre los hombres.
Dos
eran sus principios:
-
Creía en Dios y en su nombre actuaba.
-
Fue amigo de los pobres. Ellos fueron
los primeros destinatarios de su mensaje.
Quiso
ser universal des de las zonas campesinas donde habitaban los humildes. En su
mensaje cabían todos, por encima de las leyes de separación nacional, social o
religiosa. Se rodeó de seguidores y amigos, algunos de los cuales dejaban casas
y posesiones para estar con Él. Convocó a doce discípulos especiales, los hizo
mensajeros del nuevo Israel y los mandó a anunciar la llegada del Reino, sin
que tuvieran autoridad administrativa o sacral alguna (no eran sacerdotes) sino
como corazón de la nueva humanidad reconciliada.
Presentó
su causa ante el gran Sanedrín, sin armas, pero los sacerdotes, secuestradores
del Dios del Templo, le acusaron ante Pilato, y pensaron que condenándole a
muerte acallarían su voz y destruirían su utopía mesiánica, que era peligrosa,
por universal e igualitaria. Murió entre otros dos “bandidos”. Su delito fue
amar y anunciar un Reino universal, pues el amor es peligroso para el sistema
del templo y del imperio.
De
manera que, en el comienzo real de la Iglesia, están los pobres, a cuyo
servicio debían ponerse los Doce y los restantes seguidores. Dentro de su
movimiento mesiánico, sin una filosofía especial, sin una fórmula social
particular, sin un programa económico o político, militar o religioso, aparecía
él simplemente como un hombre amigo de todos y, en especial, de los pobres y
excluidos: “Por aquellas fechas vivió Jesús, un hombre sabio… autor de hechos
extraordinarios y maestro de gentes que gustaban de alcanzar la verdad. Y,
aunque condenado por Pilato a morir en la cruz, las gentes que le habían amado
anteriormente, tampoco dejaron de hacerlo después. Y hasta el día de hoy no ha
des aparecido la raza de los cristianos, así llamados en honor de él” (Flavio
Josefo).
Sólo
en este fondo de amor se puede entender a Jesús, profeta galileo marginado, en
contacto directo con los excluidos, dentro de una sociedad dominada por un
imperio implacable (cuyo César se proclamaba rey divino), mientras parecía que
el Dios nacional y/ o judío, secuestrado por los jerarcas del templo, callaba.
Jesús murió fracasado, pero su fracaso mostró que era verdad lo que había
vivido y anunciado. Algunos de sus seguidores des cubrieron que él estaba vivo
y así reiniciaron el más prodigios o de los caminos mesiánicos de la historia”.
- El
testimonio de Pablo: La Iglesia sacerdotal, muchos ministerios.
El
grupo que más próximamente seguía a Jesús, nunca se sintió un “cuerpo
sacerdotal exclusivo” sobre el resto de los creyentes. Nos lo cuenta Pablo, que
escribió sus Cartas a los 20 años de la muerte y pascua de Jesús. Todos, según
él, constituyen una Iglesia sacerdotal que crea y des arrolla muchos
ministerios.
Necesitamos
releer sus enseñanzas (Corintios, Romanos, Gálatas…) para recuperar este
sacerdocio frente a otras posteriores interpretaciones. Tres cosas claras
recalca Pablo:
a)
El Cristo mesiánico, cuerpo entero de la
Iglesia
Según
Pablo, el Cristo mesiánico es como un CUERPO donde todos son miembros de todos,
sin cabeza superiora ni cuerpo subordinado. Dicho cuerpo despliega diversos
carismas, unificados por el amor.
-
Unos, vinculados a la PALABRA: Profecía,
Enseñanza, Consuelo.
-
Otros, vinculados a la ACCION: Diaconía
(asistencia comunitaria), Participación (entrega de los bienes a favor de los
demás), Presidencia (dirección de los asuntos comunes), Acción Misericordiosa
(ayuda personal humana).
Entre
todos los carismas hay comunicación y encuentro y por ellos todos los
cristianos son unos ministros de los otros. El carisma de la PRESIDENCIA viene
reseñado como el último y a nadie de quienes lo ejercen se le llama obispo o
presbítero, ni se lo concibe como sacerdote.
Pablo
invierte, además, una experiencia religiosa de tipo jerárquico, que era
dominante en el entorno helenista. Cada cristiano debe servir a los demás,
especialmente a los que conforme al honor del entorno eran menos honrados; para
la Iglesia son los más importantes los que menos tienen, pueden y saben.
Allí
donde la Iglesia posterior se siente afirmando la unidad del Cuerpo desde una
jerarquía sagrada, de tipo episcopal o presbiteral, definida como signo de Dios
o su Cristo, ella podrá ser platónica o romana, pero no paulina o cristiana.
La
novedad descubierta por Pablo es que en el Cuerpo eclesial no hay jerarquías
superioras, que se imponen, ni funciones exclusivas de varones (o mujeres) pues
todos han sido llamados al servicio mutuo. El contexto social romano y
helenista frenó esta novedad y así ha quedado en la Iglesia católica hasta
tiempos actuales.
b)
Actualidad de Pablo:
superar el jerarquismo sacral y la exclusión de las mujeres.
Estamos
en los comienzos del tercer milenio, conocemos el peso de los condicionamientos
helénico-romanos, que hoy podemos revisar y superar. El Cuerpo mesiánico es
para todos encuentro igualitario en Cristo, superando el jerarquismo sacral y
la exclusión de las mujeres.
Pablo
habla de mujeres (Evodia y Sintique) y de grupos de colaboradores donde
predominan las mujeres (Tebe, Prisca, Aquila, María, Junia, Trifena y Trifosa,
Pérsida…). Mujeres que se han es forzado por la causa de Jesús pero sin que en
ningún momento las designe como inferiores o subordinadas al varón, están a su
mismo nivel, al igual que él son “atletas” del Evangelio, portadoras del
mensaje de Jesús. Estas mujeres son apóstoles (testigos de Jesús, servidoras de
la comunidad y dirigentes (presidentes) de iglesias domésticas, como sucede
también en otras comunidades cristianas. Sus ministerios han brotado de manera
normal, según las necesidades apostólicas y organizativas de la Iglesia, por
iniciativa de Pablo y de sus iglesias conforme al carisma del Espíritu Santo.
Todavía
por entonces no se ha implantado en la Iglesia el patriarcalismo, que triunfará
con las Cartas Pastorales (escritas por discípulos de Pablo) imponiendo una
estructura de poder que es, en principio, extraña al Evangelio.
- Sucesores
de Pablo, comienza el patriarcalismo
Conocemos
las Cartas de la Cautividad (Colosenses y Efesios) y las Cartas Pas torales (1
y 2 Timoteo y Tito), escritas por discípulos de Pablo, entre el 70-90 d.C. El mismo
autor Xabier Pikaza resume así las innovaciones que s e introdujeron: “Es tas
Cartas expresan un esquema jerárquico de organización social no fundada en los
pobres y excluidos, sino que responde a una casa-familia rica, con buen amo,
mujer, hijos y criados. (Cf. Ef. 2,21; 4,12.16.29). (Ídem, pg. 75).
“Aunque
el carisma paulino pervive en ellas, sus autores tienen miedo de la libertad
cristiana (quizás por temor al gnosticismo). Por eso, apelan a la autoridad,
tanto en línea de tradición (mantener lo dado), como de organización (obedecer
a presbíteros, obispos) para establecer las iglesias como grupos honorables,
con orden y limpieza administrativa, siguiendo el ejemplo del buen judaísmo
(retorno a un tipo de ley, que Pablo había superado) y el testimonio del
imperio romano, sistema eficiente de personas y pueblos…
Se
vuelve primordial un tipo de organización parecida a la que existe en el
entorno. Los presbíteros-obispos, padres de la casa eclesial, acogen a los que
vienen y enseñan a todos, son servidores de la palabra/oración. Lógicamente,
las Pastorales no promueven la misión (no hay apóstoles) ni la experiencia
directa de Jesús (no hay profetas), sino que mantienen el depósito de la fe, la
buena doctrina de la tradición, por unos ministros bien estructurados” (Ídem,
págs. 90-91).
Podemos
subrayar que en este tiempo comienzan a profesionalizarse las tareas del
Evangelio y se asumen los principios de honor social, que Jesús había superado
expresamente realizando seguramente la mayor inversión de la historia
cristiana.
- Reinterpretación
de los ministerios desde una perspectiva sacral
En la
Iglesia primitiva los diversos ministerios en ningún momento se identifican con
un tipo de “sacerdocio”, propio del culto judío o pagano. El sacerdocio de
Jesús se entiende de una forma nueva y como tal se aplica a la Iglesia entera.
No esperemos que Pedro, Santiago, Juan o la Magdalena se presenten como
sacerdotes, con elementos del antiguo Israel y del entorno helenista y romano.
Pero,
es a partir del s. III d.C. que la Iglesia ha reinterpretado sus ministerios
desde una perspectiva sacral, con elementos del antiguo Israel y del entorno
helenista y romano. De este modo, los fieles llegan a perder s u “carácter”
sacerdotal y se vuelven meros laicos.
a)
El ritual y sacerdocio de Jesús se
identifica con su propia vida.
La
Carta de los Hebreos sabe a heterodoxa, en cuanto rechaza el ritual de
Jerusalén con su templo y sacerdotes y presenta el sacerdocio de Jesús como
nuevo y más antiguo que el mismo de Jerusalén, tal como aparece con Melquisedec
antes del ritual del Levítico y del Templo.
Hay
entonces cristianos helenistas que rechazan y superan el templo con sus
sacerdotes y no muestran ninguna nostalgia por la destrucción del templo (año
70 d. C) sino que esperan la reconstrucción final en el verdadero templo y
sacerdocio de Jesús. Retornar al sistema sacral es una equivocación. Hebreos
dice que hay que vivir el sacerdocio de Jesús sin templo ni sacerdotes
superiores, con un nuevo sacerdocio.
La
institución sacerdotal de Aarón (templo, culto y ritos de Jerusalén) desaparece
y llega el nuevo sacerdocio de Jesús (Heb 9,11-12). Desaparece el rito externo
con su violencia sacrificial y emerge la vida personal, gratuita, que Jesús
regala a Dios ofreciéndola a favor de los humanos. Culmina así su camino
penetrando en el templo de los cielos y queda sin sentido la liturgia de Israel
(Heb 10,4-9). El único “sacrificio” es la vida. En esa línea, Jesús sí que es
sacerdote, al expresar en su humanidad el ser divino y vivir en amor hacia los
demás: “No olvidéis de hacer el bien y ayudaros mutuamente. Estos son los
sacrificios que agradan a Dios” (Heb 13,14).
Todos
los creyentes, por la ofrenda de nuestra vida, quedamos integrados en el
sacerdocio de Jesús. Todo intento de aplicar este sacerdocio a la función
sacral de unos jerarcas (obispos o presbíteros) que se llamarían sacerdotes,
carece de sentido.
El
texto de los Hebreos condena, paradójicamente, el orden levítico con sus
sacerdotes y sacrificios especiales. Pero, una parte de la Iglesia cristiana,
en contra de los Hebreos, ha recuperado y expresado el simbolismo sacral del
templo de Jerusalén (y la sacralidad greco-romana) en su organización y
liturgia, en línea del Antigua Testamento. Ha llegado, pues, el momento de
volver a la letra y espíritu de Hebreos, que es tanto como asumir el carácter
existencial y comunitario del sacerdocio de Jesús. La comunidad profesa una
espiritualidad sacerdotal no reservada para algunos miembros superiores o
especiales de la Iglesia.
Y
esta misma enseñanza aparece en (1 Pedro y Apocalipsis): el sacerdocio es un
don del pueblo entero, todos los cristianos auténticos son sacerdotes, todos
forman el Reino, esperando la llegada de la nueva Jerusalén: “Todos los
miembros de la comunidad, fieles al testimonio de Jesús y dispuestos a entregar
la vida en la lucha final de la historia, se vuelven sacerdotes de este gran
“sacrificio” que es el amor que se mantiene firme en medio de la persecución”
(X. Pikaza, Ídem, p. 108).
- Las
gran inversión
Grupos
de cristianos, después del 150, intentaron separar el cristianismo de su base
israelita. La Iglesia reaccionó defendiendo su origen israelita, su
independencia y sus propios ministerios sacralizados.
“En
ese contexto la Iglesia sufrió una re-sacralización judía, una jerarquización
helenista y una organización imperial romana. De esa manera, a partir del 200
dC., la Iglesia se estructuró y expandió como cuerpo social y religioso, con un
sacerdocio nuevamente “elitista”, de unos pocos, mientras que el judaísmo
rabínico se centraba en las tradiciones laicales de la Misná…
Los
cristianos apelaron pronto a una visión jerárquica del gobierno reinterpretando
su culto en una línea sacral, de manera que sus sacerdotes aparecerán como un
orden superior de humanidad, en contra de la experiencia de Jesús y de la
primera Iglesia que vinculó el nuevo sacerdocio a la comunidad cristiana.
Dentro
de una visión ontológica de la realidad y de la Iglesia, los de arriba
(obispos, presbíteros) se presentarán como signo de Dios, en contra del Evangelio,
que supo des cubrir a Dios en los últimos del mundo, en los pobres y excluidos
de la sociedad. Esta jerarquización se vincula con la filosofía griega y el
imperio romano en cuyo entorno se introdujo el cristianismo. Mientras el
judaísmo rabínico rompía sus relaciones con el helenismo para recuperar su
matriz semita (hebrea, aramea), el cristianismo asumía desde la perspectiva de
Jesús la filosofía jerárquica griega (platónica y estoica) y un tipo de
organización romana (sacralizando así la autoridad).
Esta
fue la gran inversión. Ella pudo “salvar” al cristianismo (evitando el riesgo
de disolución gnóstica del Evangelio), pero lo hizo a costa de un elemento muy
importante del mismo evangelio, que es la identificación del sacerdocio con la
vida cristiana, es decir, con el amor comunitario abierto a Dios” (X. Pikaza,
Ídem, 112-115).
- Bautismo
y Eucaristía
En
línea con lo dicho, conviene encuadrar el origen y significado del BAUTISMO y
EUCARISTIA como dos de los signos laicales primordiales de pertenencia a la
Iglesia.
a)
Bautismo.
Muy
pronto los discípulos, tras la expresión pascual de Jesús, bautizaban a los
creyentes, indicando que “morían” para servir a la vida. El bautismo en agua
fue la primera institución (signo) visible de los seguidores de Jesús.
El
bautismo era un RECUERDO del bautismo de Jesús donde él recibe la misión de
ponerse al servicio de los hermanos. En ese momento, Jesús se dispone a
proclamar el triunfo de la vida de Dios a través del perdón y de los excluidos
del sistema.
El
bautismo aparece como un rito vinculado a la VIDA, al alcance de todos, signo
de la salvación realizada por Cristo. Habiéndose cumplido la espera, Dios por
medio del Espíritu, revela su obra en el rito entendido como don de Dios y
compromiso al servicio de los demás: para realizar en el mundo lo mismo que
Jesús.
Como
el agua es un rito UNIVERSAL, símbolo de un nuevo nacimiento en amor e
igualdad. Es también un rito SECULAR, plenamente LAICAL, que puede realizarse
por cualquiera de los creyentes y no por un grupo especializado de sacerdotes
(que no existían). Jesús no fue al templo de Jerusalén a bautizarse ni a pedir
permiso a los sacerdotes para poder bautizar. En la comunidad de los suyos,
todos eran “sacerdotes” al estilo suyo, y todos podían bautizar.
b)
Eucaristía
La
eucaristía es una experiencia, vivida entre los discípulos, como COMIDA
COMPARTIDA y RECUERDO de la vida de Jesús.
-
Comida tenida en el campo con sus
seguidores y con el pueblo, sin ningún rito.
-
Comida que les recordaba la cena de des
pedida de Jesús, la última, con sus palabras: “Cuando os reunáis, haced esto en
memoria de mí”, palabras dirigidas a ellos como representantes de la totalidad
de los que le habían de seguir.
-
Comida que les servía para unirse,
vincularse, recordar que él es taba vivo, después de haber muerto por anunciar
el Reino, y acrecentar entre ellos el conocimiento, el amor y la unidad como
cuerpo mesiánico.
-
Comida normal, al uso cotidiano del
lugar, sin ser preparada por un cuerpo de sacerdotes ni liturgos especiales. A
partir de los años 40, se había hecho un modelo universal, pero ajeno al modelo
del sacerdocio de los sacerdotes de Jerusalén.
-
Comida, y no rito sacrificial para ser
repetido por sacerdotes profesionales. San Pablo, en ningún momento habla de
quién debe presidir esa “comida” integrada por el Pan y el Vino. Le preocupa
cómo se vive y cómo ayuda a los que en ella participan. La regulación de la
presidencia está ausente. Preside, dentro de la casa familiar, uno u otro,
hombre o mujer, sin aludir para nada a un ordo de sacerdotes que se atribuyera
tal tarea como propia. Cómo entra más adelante el modelo patriarcal, lo explica
con claridad y rigor Xabier Pikaza.
2ª parte: LA IGLESIA DE JESUS UNA SOCIEDAD DE
IGUALES
Señala
en forma prospectiva el camino abierto, para que sea recorrido por lo
que debe ser el estilo de vida de la Iglesia con sus ministerios mesiánicos.
De la majestad de la catedral a la
sencillez de la plaza pública.
A.
EMPEZAR DE NUEVO: COEXISTENCIA DE DOS ECLES IOLOGÍAS
El Vaticano II quiso volver a sus
orígenes, anteriores al siglo XI, (Iglesia gregoriana 1073-1085) y aun antes
del siglo III para recuperar las cosas como fueron al principio. De esa
herencia vivimos hasta el Vaticano II. Pero el concilio no pudo incluir armónicamente
(Lumen Gentium 1964; Gaudium et Spes 1965) las dos visiones de Iglesia. De
hecho, aparece dominante una eclesiología de comunión, pero en el plano
jurisdiccional y práctico se hace más explícita una eclesiología jerárquica.
-
En el primer modelo: “Iglesia = Pueblo
de Dios”, lo primero es la iglesia sacerdotal y, dentro de ella a su servicio,
se instituyen los ministerios.
-
En el segundo, se parte de un grupo al
que el mismo Cristo habría instituido como “dirigentes sacerdotes” (apóstoles,
obispos…) para regir la Iglesia. Dicho grupo posee por encima del pueblo el
poder s agrado, ha dominado y ha hecho que nada cambiase. Se ha seguido
hablando de iglesia de comunión pero en realidad ha dominado la eclesiología
del sacerdocio jerárquico, que es la que se admite y repite s in más.
El problema de fondo es que se ha
descartado la identidad del sacerdocio de Jesús, propia de toda la Iglesia, y
de los ministerios que le pertenecen. Se trata, por tanto:
-
De reconstruir una experiencia y piedad
sacerdotal, propias de todos los cristianos, no exclusiva de clérigos. Ni el
Papa ni los Obispos son más sacerdotes que un “simple” cristiano.
-
Sólo cuando los ministerios se los vea
como tareas de todo el pueblo de Dios se podrá hablar de renovar esos
ministerios, en la línea de un servicio evangélico y comunitario. Y sólo así
surgirán vocaciones nuevas, de varones y mujeres, casados o solteros, de
servicios eclesiales.
B.
LA NOVEDAD CRIS TIANA: un nuevo templo, el amor y comunión de los creyentes.
Los primeros grupos cristianos se relacionaban desde
la memoria de Jesús crucificado, aceptando, en parte, la forma organizativa de
las casas y las sinagogas, y en las que se vinculaban por amor, gratuitamente,
desde los pobres.
Su misma comunión les hace ser cristianos, identificados
en una misma fe. Les congregaba el amor de Dios y la esperanza de su Reino, tal
como se había manifestado en Jesús. Ninguno de los ministros, que había en sus
grupos, se arrogaba un poder sacerdotal sobre los otros, pues ese “poder”
pertenecía a todos. La esencia de su vida cristiana era una experiencia de
comunicación creyente, personal y social, una forma de vida compartida sin
apelar al dinero, no un dogma ni una espiritualidad intimista.
La fe en Cristo y de unos en otros, los libra y los
hace vivir dando la vida los unos a los otros: “Su misma comunión eclesial, les
hace ser cristianos” (Pg. 127), sin que previamente sean cristianos y luego
tengan que reunirse. El sistema judío, helenista y romano heredado, cumplió su
función, pero ha ido perdiendo consistencia y hoy se impone retornar al primer
momento de la Iglesia, que vuelve a vincularnos con los pobres: los expulsados
y fracasados de la historia.
Pasamos así de una estructura jerárquica a un
movimiento de comunicación inmediata de la vida, que infunde un impulso de amor
en lo social, que los organiza entre sí con una diversidad de servicios y no
como un orden de doble categoría: superiores y más altos unos e inferiores y
subordinados, otros.
Surge un nuevo templo donde compartir experiencias y
enriquecerse unos a otros desde el anuncio del Reino de Dios. “Salir de la
catedral para situarse en la plaza de la vida” (Págs. 129-130) y convivir
espontáneamente con los expulsados del sistema, sin tener que pasar por el
control de los sacerdotes o maestros de la Ley. Ni estructura Imperial ni
Templo sino Dios, sin intermediarios superiores, en reconocimiento de la vida
de los otros y aportando la propia, para des cubrir de esa manera al Dios de
los pobres. S implemente, vivir amándose mutuamente, en una comunión donde
caben y tienen la Palabra los más pobres.
No se necesitaban, por tanto, modelos de poder
centralizado para acoger, cultivar y regalar la vida como Jesús, para cultivar
la presencia de Dios y construir un nuevo Templo: la misma creación era el
Templo de Dios. “El orden de la catedral viene de fuera, como una dictadura que
se impone sobre la piedra y la madera muerta, “obra de las manos” de los
hombres; la Iglesia de Jesús es el “edificio nuevo” que se identifica con el
mismo amor y comunión de los creyentes, que van creando su propia humanidad
(Pg.131).
- Una
red amor y comunión: la nueva catedral.
El
principio del cristianismo supuso en el siglo I que Jesús estableciera una
forma nueva de comunicación, expresada en el Sermón de la Montaña, que como
“mano invisible” divina, se fue expandiendo desde abajo; se dio un tipo de
intercambio personal y social que antes no existía. Esta experiencia se
vinculaba a Jesús, presente espontáneamente en múltiples gestos y contactos,
promovidos y organizados por la experiencia del Señor resucitado en la plaza de
los acontecimientos diarios y no por una jerarquía más alta.
La
Iglesia crece en espacios donde la vida se comparte libremente y con amor. Es a
vida no es una catedral, (sin alma) construida, sino una red de conexiones que
se hacen y recrean incesantemente. El espíritu de Jesús daba unidad aes a red
de relaciones sociales.
Mirada
así, la Iglesia más que una catedral (con un Papa, unos obispos y unos
sacerdotes-presbíteros controlando desde fuera) es como un bazar en el que se
da la experiencia de hombres y mujeres que se aman, poseídos por el espíritu de
Cristo, en comunión múltiple de vida. O, mirada des de dentro, es el “templo
vivo donde cada una de sus piedras (cada creyente) crece y comparte con los
otros un organismo nunca imaginado de comunicación y vida personal. De esa
manera, sin catedrales ni posiciones de privilegio, Jesús hizo de s u Iglesia
un edificio de piedras vivas, un cuerpo mesiánico” (Págs. 134-135).
- Salir
de la catedral para des cubrir, en medio de los pobres, el Evangelio.
Jesús
no encerró a sus seguidores en una catedral, ni los trató como menores, sino
que los miró como libres y responsables, reyes de sí mismos, como hijos de
Dios-Padre, y contando con ministerios no jerárquicos. El Nuevo Testamento no
conoce ministerios “sacerdotales” de un orden superior, sino ministerios
fraternales, propios del sacerdocio universal de Cristo en línea de servicio:
presidir, (presbiterado), supervisar (episcopado), y que ponen en crisis el modelo
que culmina con el Papa y los obispos que él nombra, alejados de la fraternidad
y del Evangelio.
Papa,
Obispos y Presbíteros son sacerdotes por pertenecer a la comunidad sacerdotal
de la Iglesia, a la que sirven y de la que reciben la Palabra y el Sacramento.
Esta comunidad cristiana es fruto del amor infinito de Dios , que nada imponen
y no de un orden de poder papal o episcopal que se ejerce al estilo de la
filosofía griega y del imperio romano, que se configura de arriba a abajo, con
la dignidad de unos hombres más altos y sabios, que son los que gobiernan: “En
este sentido, la “potestad ” (suprema, plena, universal e inmediata) de la
Iglesia (representada por el Papa) es el amor compasivo, universal con que s e
aman los creyentes, en apertura a todos los hombres, de manera que podemos
decir que el mismo amor es “Obispo” y Papa” (amigo/a, hermano/hermana…) de la
Iglesia (Pg. 139).
La
unidad y autoridad cristianas residen en la comunión multiforme de los
creyentes. Lo que de verdad ayuda a realizar sus objetivos no es el poder ni
otro tipo de consenso y presencia.
C.
LA REVOLUCIÓN CRISTIANA S E REALIZA FUERA DEL PODER
La conversión (revolución) cristiana ha de hacerse
desde fuera del poder, no como suele hacerse en la vida económica y política de
los pueblos. En la Iglesia de Jesús, no es que el Papa y los Obispos puedan
regalar nada a la comunidad (más autonomía) sino que actúan para que todos
puedan amarse en libertad, y organizarse por sí mismas, manteniendo dialogal y
ministerialmente la comunión entre ellas.
La autoridad es de los oprimidos y expulsados, lo
que significa que la Iglesia tiene puesto su corazón en los pobres y
entregándose y amando a ellos manifiesta que posee el amor de Dios y revela la
verdad del Evangelio. De esta manera, la unión en el amor mutuo se
presencializa el amor de Cristo entre los hombres y da a entender que lo
primero es: cultivar la libertad y comunión del Evangelio y no cambiar las
instituciones o las verdades definidas de la fe.
- ¿Celebración
de un nuevo concilio?
La celebración
de un nuevo concilio Vaticano III, que asegure nuevas estructuras de la
jerarquía, que solucione desde arriba el tema del celibato, ordenación de las
mujeres, poderes de los obispos, función del Papa…, tras saber que las mayoría
de los obispos han sido nombrados en una línea sacral y fundamentalista, no s
ería representativo de la Iglesia ni de la dinámica del Evangelio ni
participarían como conviene las otras Iglesias.
Lo
primero y más importante es que las Iglesias busquen caminos desde abajo, mientras
sirven a los pobres, aprendiendo a compartir los sufrimientos de los expulsados
y abrir con ellos un camino de libertad. El celebrar lo tienen los pobres, con
autoridad propia, que los constituye en concilio permanente. Entonces, el
concilio deja de ser un acto separado, y se convierte en un lugar donde unos y
otros regalan y comparten la vida. Un concilio demostrado en la vida diaria,
con formas concretas de presencia y servicio a los pobres, con la oferta de la
Palabra y el Pan, de dignidad y comunión de amor.
“Por
coherencia histórica y evangélica, los dirigentes de la Iglesia deben volver al
lugar donde es tuvo Jesús y los primeros cristianos: entre los hambrientos y
marginados del imperio antiguo y así redescubrir y recrear la catolicidad del
Evangelio” (Págs. 146-147).
Lo
que une a la Iglesia no son dogmas ni leyes, ni unas jerarquías superiores,
sino la mutación evangélica mostrada en el amor mutuo y en el pan compartido, y
en el perdón que brota des de los mismos pecadores perdonados. Así surgió y
operó la declaración fundacional del primer concilio de Jerusalén: “Nos ha
parecido al Espíritu Santo y a nosotros…” (Hechos 15,28).
Des
de esa comunión, puede haber funciones diversas (1 Corintios 12,14). El Dios de
Jesús habla a cada uno, en su intimidad, pero en común con otros. Potenciar la
vida de comunidad para no caer en el individualismo ni en manipulaciones
impositivas, requiere que las comunidades celebren por sí mismas, como derecho
propio, el bautismo y la eucaristía, abriendo la puerta a nuevos creyentes. La
eucaristía misma, celebrada por la comunidad en el nombre de Jesús, hace
posible el surgimiento de una comunidad, con dones diferentes, pero todos al
servicio del mismo cuerpo eclesial.
- Sacerdocio
común, nuevos ministerios
“Puede
que, en general, los “jerarcas” actuales de la Iglesia sean personas
sacrificadas y de gran altura moral. Pero la institución del poder sagrado no
responde al evangelio. Los sacerdotes muy legales de Jerusalén condenaron a
Jesús, pretendidamente mesiánico. Pero muchos seguidores de aquel, han vuelto a
establecer un tipo de sacerdote semejante al anterior” (Págs. 150-151).
Conviene,
pues, distinguir una autoridad de funcionarios pendientes del funcionamiento y
producción de la máquina-sistema, esclavos a sueldo, de otra que busca el
encuentro directo, abierto a todos, especialmente a los carentes de dignidad y
expulsados del sistema. Esta autoridad, testigo del Reino, regala vida y está
al servicio de la comunidad.
-
La organización de la burocracia
sacerdotal que ha configurado la historia de Europa, alzándose como clase
elegida, inviolable, nobleza espiritual, de halo divino no es la que
corresponde al Nuevo Testamento y, en consecuencia, no puede seguir recibiendo
honores de casta superior. A partir de la ilustración (siglo XVIII) sobrevienen
las ciencias y el capitalismo, que se añaden a un pasado cristiano, con un pres
ente de globalización neoliberal.
-
En este proceso, la Iglesia católica, a
partir de la ruptura del protestantismo, intensificó su unificación
jerárquico-burocrática, destacando el sentido universal (católico) del
Evangelio, pero quedaba convertida en sistema que no salvaguardaba la libertad
de personas y comunidades.
El
cambio cultural y la dinámica del evangelio han puesto en crisis estos modelos
de autoridad. El ministro católico del futuro, como creyente que forma parte
del pueblo sacerdotal, realizará su tarea en servicio de la comunidad en la
línea de Cristo. Esta visión se está gestando ya en diversos lugares y formas,
sin que los más interesados por la Iglesia oficial, no logren verlo. Es te
camino no olvida el pasado, pero no se encierra en él.
Frente a este futuro, se pueden diseñar tres tipos
de ministerios, insuficientes:
-
El del clérigo, que aparece al lado de
la catedral o de la nobleza medieval o barroca, llamado a extinguir y que
pronto será objeto de museo, ajeno al Evangelio.
-
El del clérigo, que sigue funcionado
como si los lacios fueran clientes de una jerarquía de la que reciben servicios
espirituales.
-
El del clérigo que, al ritmo actual del
mercado, trata de cuidar y programar su oferta para aumentar sus ventas.
- La
autoridad del sacerdocio común: el mensaje y vida de Jesús
Tal
como hemos ido viendo, el ministerio cristiano no es un poder de sistema,
separable de los fieles; no es un honor añadido a los ministros; ni es una
habilidad para atraer más clientes, sino que es la vida misma de los fieles. No
hay nada ni nadie por encima de los fieles, constituidos en verdad definitiva
con su amor mutuo y su comunión con la Palabra y el Pan.
En el
principio, pues, está el “sacerdocio común”, que el mensaje y vida de Jesús
ofrece a todos los que quieran escucharle, por lo que “en la iglesia no hay
lugar para consagrados especiales, ni sedes santas, ni santos lugares, o
personas, ropas, canciones o colores ofrecidos a Dios por ser distintos. No hay
para Jesús un mundo de Dios por arriba, sino que el mundo de abajo (pobres y
expulsados) es presencia de Dios (Págs. 160-161).
Todo
en la iglesia es mundano y laical y, a la vez, sagrado, expresión de su
misterio. Y la misión cristiana consiste en cultivar la vida de Dios en este
mundo. A la Iglesia, para ser lo que Jesús le ha confiado, le basta con la
Palabra y el Amor mutuo, al estilo de Jesús. Le sobran los edificios, y planes
burocráticos; le sobra el capital, el activismo y la propaganda de mercado, y
le basta con la vida misma de los fieles.
En un
segundo momento, y desde ese sacerdocio común, se podrá hablar de ministerios
especiales al servicio de la misión y comunión cristiana.
C.
LO PRIMERO DE TODO EL SACERDOCIO DE BASE
Unida por la Palabra y el pan, la iglesia expresa su
identidad en el camino concreto de la finitud y fragilidad de la vida humana,
del nacimiento y muerte de los hombres. Celebrar la presencia de Dios en este
espacio de fragilidad supone que, a diferencia de una visión jerárquica y s
agrada de los ministros, los bautizados pueden proclamar y compartir el pan por
sí mismos, cumpliendo con las palabras de Jesús: “Donde estén dos o tres
reunidos en mi nombre… allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20).
La tradición posterior invirtió la experiencia de
Jesús. Ahora, es momento de recuperar el sacerdocio de base. Aun cuando no sea
oficial, “siempre que un grupo de cristianos se reúna, de buena fe, en nombre
de Jesús, escuche su palabra, e invoque su memoria en el Pan y en el Vino
compartidos, podemos y debemos afirmar que existe eucaristía, encarnación
sacramental de Dios, por Cristo, Iglesia” (Pg. 164).
Lo primero en la iglesia es el sacerdocio de base. Y
“la gran iglesia, sólo puede entenderse en forma de comunión de comunidades
autónomas, que aprenden a celebrar por sí mismas, es cogiendo para ellos sus
propios ministros” (Pg. 165).
- Los
nuevos ministros
“Los
nuevos ministros bastará con que sean hombres o mujeres de comunidad que, por
vocación personal, carisma del Espíritu y aceptación comunitaria, quieran y
puedan servir a la iglesia, sin dejar por ello su vida secular… Y lo serán
durante el tiempo en que la misma comunidad les confíe su tarea al servicio del
Reino” (Pg. 168).
Es
tos ministros deben saber discernir y decir la Palabra de Jesús, pues la
Iglesia no tiene más capital que esa palabra de libertad que es cuchan y
expanden para compartir la vida en común. Des de ese compartir Palabra y Pan,
la liturgia no es un rito separado de la vida, sino el gesto central de la
misma, que nos lleva a superar la visión egoísta de la economía y del mercado.
En
sentido estricto, aunque pueden ser uno o varios los celebrantes, los
celebrantes son todos los cristianos que comulgan entre sí al comulgar a
Cristo. Los cristianos, a diferencia de otras teorías, ofrecen la misma vida
hecha palabra que engendra y educa, cura y acoge. Dar la palabra significa que
se deja espacio al otro, para que todos seamos juntos.
- La
Iglesia, presente entre los excluidos, como red de comunidades
La
iglesia trabaja dentro del sistema económico actual, donde aparece la vida más
amenazada, introduciéndose como Dios en la historia y expresar su amor gratuito
en el amor que los hombres tienen y comparten. De esta manera, manifiesta la
vida de Dios, que triunfa sobre la muerte en espera de la resurrección: “Jesús
no fue un reformador de instituciones, ni quiso crear un orden nuevo de ritos.
Des
arrolló la creación, partiendo des de abajo, de los pobres y por eso fue
asesinado por los representantes del sistema político-religioso… El tiempo de
ciertas instituciones de tipo sagrado y de poder social, creadas
posteriormente, se están acabando y desde la raíz del Evangelio, han de surgir
nuevas comunidades que empalmen con la primera comunidad del siglo I después de
Cristo” (Pg. 174). “El cambio ha comenzado y aunque no es de esperar que lo
promueva la cúpula clerical, es te cambio debe ser cristiano, evangélico, en el
sentido más intenso de es te término” (Pg. 176).
Se
trata de abrir el Evangelio a todos los humanos, con superación de la
institución actual, pero sin abandonar a cada uno a la improvisación y al grupo
a la anarquía, sino vivir el encuentro de la Palabra y Pan con espacio y camino
para todos. Por tanto, ni jerarquía sin comunidad, ni comunidad sin jerarcas;
ni cristianos sin institución ni cristianos con instituciones fuertes sin
libertad; ni angelismo, ni improvisación, ni imposición jerárquica con sumisión
de los fieles, ni pura anarquía.
Como
en el principio, podemos compaginar la variedad de tendencias y grupos, que
brotan del mensaje de Jesús y de su Pascua, en autonomía y comunión: “Las
Iglesias se unieron como red de comunidades que se saben vinculadas por un
mismo Jesús” (Pg. 10).
- Sólo
quedan fuera, los que pretenden ser única Iglesia
La
gran Iglesia sólo rechazó a ciertos grupos judeo-cristianos que intentaron
cerrar el mensaje y vida de Jesús en unas estructuras legales de tipo nacional
(sólo para ellos), negándose a recibir en su comunión de Cristo a los paganos.
Sólo quedaron fuera de la Iglesia los que quieren ser única Iglesia: se
expulsan a sí mismos, los que expulsan a otros porque piensan y comen de
distinto modo. En la gran iglesia cristalizó la mutación evangélica, expresada
en el pacto eucarístico de las diferentes iglesias, cada una con sus ministros
y proyectos de Evangelio, pues la misma Pascua les llevaba a la unidad “carnal”
de los creyentes, un camino que sigue abierto a todos (Cfr. Pg., 183).
La
Eucaristía es un momento central de la vida, que vincula a los creyentes en
torno a una mesa, en diálogo de afecto y palabra, por encima de diferencias
ideológicas y sociales. Es comida y compromiso de entrega personal por los
demás como Jesús, en gesto que se abre a todos los humanos.
- La
Eucaristía, Cena abierta a todos
Sin
dejar de profesar la Divinidad del Cristo y s u presencia misteriosa en los
creyentes, la Eucaristía invita a quienes quieran dialogar, por ser una Cena
abierta a todos los que quieran participar en ella, situándose así en cualquier
lugar del mundo, al servicio de la humanidad entera; es una comida que se
comparte y disfruta entre todos.
“El
principio universal de la “nueva evangelización” es que tengamos pan y vino,
cereal y zumo para todos y que existan, de un modo especial, ámbitos de
encuentro hechos de palabra fraterna y comunicación universal directa” (Pg.
189). La comida compartida, propia de todos los hombres, queda como signo de
comunión, hoy que andan tan divididos, para que puedan sentarse a la mesa de la
realidad compartiendo un amor y una esperanza. Ser y sentirse católicos supone
hacerse universales, acogiendo los valores de otros, respetando su identidad
social y religiosa, sin querer convertirlos, ofreciéndoles aquello que la
Iglesia más valora, la eucaristía.
La
tradición cristiana sabe que el único Dios real es el Amor, revelado como don
de sí. Por encima de la Ley, que enaltece y desiguala, está el amor generoso,
pues da gratuitamente lo que tiene. La idolatría del Capital nace de la envidia
que nos enfrenta a unos con otros, máxima miseria que nos impide saber lo que
es amor en gratuidad, centro del ministro cristiano del amor.
- Sobre
el principio del Amor, se asientan todos los ministerios
Dios,
que ha creado todo por amor, sin pedir nada a cambio, se ha hecho carne en
nosotros, para continuar dándose gratuitamente. El capital del amor no busca
seguridades, ni ganancias, se entrega sin más seguridad que la res puesta de
los amados. Sobre ese fondo del amor, se asientan todos los ministerios. El Pan
compartido es el símbolo del regalo que de sí mismo hace cada uno a los demás,
para que vivan sin competencia ni violencia agresiva. Cada vez más, surgen
personas y grupos pequeños que se sienten llamados a vivir el Amor-Pobreza de
Dios, en un des pliegue gratuito de la vida, colaborando a que la iglesia, como
institución, deje de operar como un sistema que le procure riqueza y seguridad:
“Tras siglos de historia, con brillantes concilios y leyes, organizaciones y
doctrinas muy precisas, la Iglesia tiene que desandar ese camino, para situarse
de nuevo ante el Dios de Jesús, en gesto de pobreza radical” (Pg. 199).
Las
comunidades de la Iglesia deben renunciar a los métodos y formas del capital en
todo lo que implica edificios, poderes legales, y ventajas económicas, sociales
e ideológicas, rompiendo el sistema y regalando sus bienes a los pobres. Así
caminarán con los pobres, en generosidad de amor y podrá hablar en nombre de
ellos y hacerse fermento y código de humanidad. Abierta así, la Iglesia no
tendría necesidad de buscar unos ministros separados de la vida. Desde ese
fondo surgirán “vocaciones ministeriales” de servicio evangélico. La Iglesia
sólo es verdadera y rica en la medida en que se disuelve como institución en
línea de sistema, en favor de los pobres.
Como
comunión que es de personas, la Iglesia se alza frente al sistema capitalista
con el Amor compartido, utopía de humanidad, anunciando como los primeros
ministros el Evangelio, creando comunidades liberadas frente a los riesgos del
capital. De esta manera, la iglesia no necesitará buscar dinero para “pagar” a
sus ministros (seminario, sostenimiento,…) sino que, como comunidad de Jesús,
actuando confiadamente tendrá personas dispuestas, voluntarias y delegadas de
las comunidades al servicio del Evangelio.
El
cristianismo sin huir de este mundo refugiándose en la interioridad, está
dentro de la historia al servicio de la comunión personal de los hombres,
gratuitamente, pues nada produce para vender. Su propósito es ser eficiente en
clave de gratuidad.
D.
RECREAR Y PENSAR LA MISIÓN DE LA IGLESIA
Obviamente, la misión de la Iglesia no es comercial
a modo de conquista o negocio, ni puede presentarse como a veces ha ocurrido,
como empres a espiritual que produce bienes morales y los vende en el gran
mercado del mundo: “El tiempo de la “empres a clerical” acabó y nuestra tarea
es recrear y pensar la misión de la Iglesia, en línea evangélica, desde la
libertad y comunión de Cristo… En esta línea, la crisis de los seminarios
constituye una bendición pues nos sitúa ante la exigencia de potenciar el
ministerio de un modo cristiano, no artificial, desde la vida misma de las
comunidades” (Págs. 206-207).
El mundo entero se ha convertido en una empresa
productora ramificada en mil empresas menores, pero gobernadas por el mismo
capital-mercado. La Iglesia en cambio es una Comunidad de comunidades
caracterizada por su capacidad de ponerse al servicio de la comunión. Vive en
ella la gratuidad creadora de Jesús, que ofrece una experiencia compartida de
gratuidad personal.
Las empresas productoras son necesarias, pero
fácilmente por su dinámica acaban mercantilizándose y pierden su identidad. La
iglesia, que trabaja en términos de recibir, compartir y entregar la vida libremente,
se presenta como portadora de los siguientes ministerios:
-
Suscitadora de amor, en plena gratuidad,
para bien de todos.
-
Promotora del “nacimiento” humano en
profundidad en sí mismo (bautismo) y en los demás (eucaristía).
-
Creadora de humanidad entre quienes
están fuera del orden establecido (cojos, mancos, ciegos, pobres, expulsados,
sobrantes…) haciéndoles capaces de ver y andar, de acogerse y darse unos a
otros.
Es tos ministerios pueden realizarse sin
medios económicos, pues quienes los realizan cuentan con la vida misma, y
contribuye a expandirla ente quienes carecen de ella. “La misión de Evangelio
de la Iglesia quiere abrir un camino de humanidad para todos sobre el mundo, en
actitud de pura gracia, pues sólo la gracia es capaz de transformarlo todo”
(Pg. 212).
“Frente a la globalización del sistema,
que se impone por fuerza en el mundo, se abre así el amor de comunión gratuita
para todos los humanos. Es te amor no destruye los mecanismos del sistema en
cuanto tales (mediaciones económicas, organismos políticos, reglas del
mercado), pero quiere y puede convertirlos, poniéndolos al servicio de la
gratuidad y comunión humana.
En este contexto, apoyándonos en la
gracia de Jesús, he pres entado el sacerdocio y los ministerios de la Iglesia
como experiencia y camino de encarnación y comunión pascual, sobre las normas
del mercado, en esperanza de resurrección” (Págs. 222-223).
10 .
CONTRA EL SACERDOCIO
DE LA MUJER,
José I. González.
CONTENIDO
-
Situación eclesial actual
-
Razones históricas de esta situación
-
Peligros teológicos de esta situación
-
Ventajas de esta situación para la mujer
-
Peligros del cambio
Supongo que el título de este apunte decepcionará profundamente. Sobre todo
porque, además, yo debo reconocer que, teológicamente, no he estudiado el tema.
Y que los argumentos que suelen aducir los exegetas contra la validez de algún
pasaje neotestamentario que parecía opuesto al acceso de la mujer al ministerio
eclesial, son argumentos cada vez más serios y más dignos de atención.
¿Por qué, pues, un título tan tajante? Por una especie de atención al "hoy" de la
historia de salvación. Por esa práctica del discernimiento que no decide la
acción apelando a principios generales con pretendida igual validez para todo
momento y lugar, sino que busca y escucha la
voluntad de Dios para cada hora y cada situación concreta. Esto me parece
lo característico de toda praxis cristiana; y esto es lo que guía la breve
reflexión de esta nota.
1. SITUACIÓN ECLESIAL ACTUAL
Hay, algo que quizá no se ha dicho nunca al tratar del sacerdocio de la
mujer. Algo sobre nuestro momento eclesial que quizá resulte decisivo para el
tema. Y es lo siguiente: las mujeres constituyen en estos momentos el estamento eclesiástico menos contaminado
por el poder. Por eso ha sido también el estamento, más cercano a los pobres y
por ello, seguramente, el más cercano a Dios. El ministerio eclesial, hoy
por hoy, está demasiado travestido en poder "sagrado". Y digo
esto a nivel estructural, sin perjuicio de que luego, a nivel personal, muchos
ministros ejerzan su función con admirable espíritu, y estilo, de
servicio. Pero la tentación del poder, del protagonismo, de la
"carrera", está demasiado presente estructuralmente.
Ha
ocurrido aquí en la iglesia, una evolución parecida a la del significado de la
palabra en la sociedad civil: casi nadie sabe hoy que las palabras
"ministerio" y "ministro" significan literalmente servicio
y servidor. Nadie lo diría, ¿verdad?, cuando tiene uno que acudir a un Ministerio
del Gobierno o tiene que dirigir una instancia al "excelentísimo Señor
ministro".
2. RAZONES HISTÓRICAS DE ESTA SITUACIÓN
Pues
en la Iglesia ha ocurrido algo parecido por una larga y complicada evolución
histórica que no se puede desarrollar aquí(1). Razones simplemente prácticas
fueron llevando a concentrar en una sola
persona lo que al principio habían sido diversas funciones contrapesadas: "apóstoles,
profetas, doctores, capacidades de curación o de ayuda, cargos de gobierno”
(1 Cor. 12,28). (Fruto de esa concentración es la dificultad actual para crear
hoy en la Iglesia ministros nuevos. Ahí está el fracaso de la reinstauración
del diaconado: simplemente es que no hay tarea para ellos; o se trata de una
tarea tan auxiliar y tan mínima que no parece requerir una ordenación
ministerial).
Pero
sigamos aludiendo a la evolución histórica: épocas de crisis y de dificultad, o
de necesidad de reforma, aconsejaron concentraciones de autoridad que, de
circunstanciales, se convirtieron en definitivas. Como esas situaciones no
tenían demasiada justificación evangélica, se recurrió al Antiguo Testamento,
reinstaurando toda una terminología de "poder sagrado" cuya
dinámica (como ya es sabido) acabó llevando incluso al poder político. Se
recurrió igualmente a la visión neoplatónica de las
jerarquías del ser, de las que debían ser reflejo las jerarquías de la tierra.
Reaparecieron entonces palabras como "sacerdote" y
"pontífice" (puente), que el Nuevo Testamento había evitado
deliberadamente para referirse a los servicios de la iglesia. El necesario
ejercicio de la autoridad se facilitó mucho al identificarlo con un ejercicio
de poder. Se facilitó, pero también se falsificó: porque el evangelio de Jesús
había tenido la audacia de dificultar el
ejercicio de la autoridad al separarla en buena parte del poder y acercarla
cada vez más al servicio. Y este punto era muy importante para Jesús, porque
con él creía revelar la identidad de un Dios que, siendo la "autoridad
máxima", se ha relacionado con los hombres renunciando a todo poder divino
y prefiriendo resultar perdedor con la libertad que salir triunfador con su
Poder. A este Dios es al que los cristianos solemos llamar "el único Dios
vivo y verdadero". Esto es el abc de los que creemos, y yo quisiera
creerlo profundamente.
3. PELIGROS TEOLÓGICOS DE ESTA SITUACIÓN
Digo
que quisiera creerlo profundamente, porque no es fácil de creer. Y la
dificultad de esta fe radica en que -por un lado- nadie niega la necesidad de autoridad para toda
comunidad, laica o religiosa. Pero -por otro lado- esto no es razón para que
olvidemos que la autoridad conecta demasiado con el afán pecador de poder,
derivado de esa necesidad de valer que constituye a todos los hombres, a la que
Pablo llamaba "afán de justificación" y en la que, según él, fracasan
todos los hombres, paganos o religiosos, a menos que acepten "dejarse
valer" por la fe en ese Amor impotente de Dios, que ama a los pecadores en
lugar de ejercer su omnímodo poder contra ellos (cf. Rom. 5,5). Eso que Juan
XXIII, hablando de la Epístola a los Romanos, calificó como meollo del
cristianismo.
Y
en este contexto histórico y psicológico humanamente comprensible por la dureza
de la realidad, pero teológicamente necesitado siempre de reforma para la
llamada del Evangelio, las reformas de la Iglesia se fueron haciendo cada vez
más difíciles, casi imposibles. En la medida en que "reforma"
implicaba asimilación al Crucificado, despojo y renuncia al poder, toda reforma
resultaba imposible o se falsificaba. Y por eso los movimientos de reforma (que
muchas veces nacieron también dentro de una lógica del poder) quedaban fuera de
la Iglesia y se convertían en heréticos. Quizás es que la renuncia al poder es una de esas cosas de las que el evangelio
dice que "no son posibles a los hombres, sólo son posibles para Dios"
(cfr Mc. 10, 27). Si esto lo dice el Evangelio de la renuncia a la riqueza,
cuánto más, cuantísimo más, vale de la renuncia al poder, que es en definitiva
el objetivo secreto o público de toda riqueza.
4. VENTAJAS DE ESTA SITUACIÓN PARA LA MUJER
Y
por eso, en esta situación, tuvo que suceder lo que fue posible percibir tras
el Vaticano II: en la Iglesia eran las mujeres las más sinceramente dispuestas
a la conversión y a la reforma. Posiblemente porque eran las
que tenían menos poder del que desprenderse. Y se pudo ver que lo que los
varones decían y predicaban teóricamente sobre la reforma de la Iglesia, no
éramos nosotros, sino las mujeres, quienes lo llevaban a la práctica
generosamente y sin subterfugios teóricos. Se pudo ver esto muchas veces. No
siempre, porque no estoy diciendo de ninguna manera que las mujeres sean
inmunes a la tentación del poder (aunque mucho más sutil y menos burda que la
de los machos); pero en la iglesia estaban simplemente, menos expuestas a ella.
Y
por eso, porque apenas tiene poder, es la
mujer la mayor fuerza reformadora de la iglesia de hoy. Por eso se las teme
y se procura controlarlas cada vez más, y en algunos lugares de América Latina
se ha llegado a prohibir a las religiosas que estudien teología, con la excusa
oficial de que es "sólo para los candidatos al sacerdocio", pero
quizá con la intención inconfesada de mantenerlas en una
minoría-de-edad-de-formación, mucho más fácil de manejar.
5. PELIGROS DEL CAMBIO
Yo
temo por eso que -sociológicamente hablando- la reivindicación del sacerdocio
de la mujer se convierta hoy por hoy en una entrada de la mujer en el juego del
poder eclesial. Y, consiguientemente, en una hábil esterilización de sus posibilidades vivificadoras evangélicas. Si
yo fuese un alto cargo eclesiástico deseoso de mantener el actual estado de
cosas, me inclinaría a abogar por el sacerdocio de la mujer, por esa habilidad
política que intuye con razón que es mucho mejor tener aliados que
interpeladores. Y si Roma se opone a ese sacerdocio, quizás esté haciendo a
largo plazo el servicio inapreciable de mantener vivas en la iglesia las
posibilidades de reforma evangélica, a pesar de los pesares.
Esto
vale, como acabo de decir, sociológicamente hablando. Desde el punto de vista
teológico, me parece que el acceso de la mujer al ministerio es cuestión
vinculada a otras dos más urgentes y que quizá sólo están hoy iniciadas: una teología del Espíritu (el ruah femenino
como contrapunto al logos masculino) y una profunda renovación de toda la
teología del ministerio eclesiástico,
la cual requiere infinidad de estudios exegéticos e históricos sobre el tema
que, en la iglesia católica, quizás están sólo comenzando.
Y
porque, en estas líneas, se trata sólo de un apunte personal, quisiera
cimentarlas mejor con una larga cita de Urs von Balthasar. Es, desde luego, muy
larga. Pero es una de esas páginas que nunca deberían perderse para la
teología: "Por el modo como la iglesia se retrata en la narración de la
pasión, es claro que ha reconocido que en este punto no existe inmediato
'seguimiento de Cristo'. La negación de Pedro
y la huida de los demás tiene sobre sí una necesidad profética (Mt. 26,31s) y
fue predicha por el mismo Señor (Jn. 16,32). Pero no obsta en absoluto a que,
al obrar así, los discípulos se coloquen ante el mundo en la picota, ya que
descubren su infidelidad, su cobardía y su inestabilidad... Todo lo que Pedro
emprende en el contexto de la pasión va errado: su deseo de que el Señor no
sufra: al proceder así, hace de 'Satanás', por abrigar planes humanos y no
divinos, situándose muy próximo a Judas (Mt. 16 23; cf. Lc 22,31); sus
protestas de que él no traicionará aun cuando todos los demás traicionarán: la
suya será la negación más fuerte (Mt. 26,34 par.); su disponibilidad para
defender al Maestro contra los atacantes: si saca la espada mundana, a espada
morirá (Jn. 18,1 1; Mt. 26,52): al curar a Malco, toma Jesús partido contra
Pedro (Lc 22,51); su sentido de responsabilidad, que le lleva a seguir de cerca
los acontecimientos: ese mismo puesto de observación es el que le lleva a
fallar lamentablemente (Mc. 14,66ss, par.). Sólo le queda un modo de estar
cerca, y es alejarse para llorar amargamente, más por sí mismo que por el
Señor. Los demás huyen aturdidos. Y el discípulo que en Marcos pierde su única
vestimenta para poder escapar (Mc. 14,52) constituye la contrapartida
paradójica y simbólica de Jesús despojado de sus vestidos: lo que para Jesús es
algo, que él mismo hace que suceda por obediencia, es para aquí un despojo
imprevisto.
Tras
desaparecer los varones y los jefes de la Iglesia, aparece la Iglesia de las mujeres, grupo firme que 'de lejos' 'le acompaña'
y 'cuida de él'. Marcos (15,41) habla de 'muchas',
además de las tres que cita por sus nombres. A la hora de dar tierra a Jesús
estarán presentes, y luego serán los primeros testigos de la Resurrección.
Estarán 'observando', contemplativamente. Su compasión no será activa ni
adoptarán siquiera el papel activo de llorar 'como las plañideras de Jerusalén,
cuyos llantos rechaza Jesús (Lc. 23, 28s). Los únicos personajes activos son un
hombre extraño a todo lo que sucede, a quien le hacen cargar con la cruz (Lc.
23,26), y los dos 'malhechores', con quienes el Jesús crucificado forma una nueva comunidad de condenados a muerte.
Ahora están por delante de los elegidos.
En
comparación con todo esto, el relato de Juan produce la impresión de ser una
explicación mistérica: bajo la cruz, y a diferencia de la ausente Iglesia
ministerial, está una Iglesia del amor,
representada sobre todo por la Madre dolorosa y por el 'discípulo amado', a
quien Jesús encomienda a su Madre: núcleo visible de Iglesia fiel que luego (en
la pregunta que escucha Pedro: ¿me amas más que éstos?) se difuminará en el
seno de la iglesia petrina para seguir siendo a pesar de todo un resto
inexplicable para Pedro (21,22s)" (2). Hasta aquí von Balthasar.
La
Iglesia no debería olvidar nunca la simbólica teológica de esta escena del
Gólgota, donde Pedro niega, donde los apóstoles y discípulos huyen
mayoritariamente, y donde sólo las mujeres están allí presentes en gran número,
y sólo uno "de fuera" conlleva el peso del madero. En este apunte
sólo he querido decir que estoy cada vez más convencido de que la hora de este mundo es la hora del
Gólgota. Y que por eso no deseo que, tras la huida "responsable"
de nosotros los varones a la hora del prendimiento de Jesús, desapareciera
también esa "iglesia de las mujeres, grupo firme que de lejos le acompaña
y cuida de El... núcleo visible de iglesia fiel que luego se difuminara' en el
seno de la iglesia petrina para seguir siendo un resto inexplicable [y ¡tan
inexplicable!] para Pedro". A lo mejor, reivindicar hoy el sacerdocio de
la mujer es pedir que las mujeres bajen
del Gólgota, cuando lo que habría que pedir es más bien que los discípulos,
los apóstoles y Pedro suban al Gólgota.
Esto
es lo que temo del acceso de la mujer al ministerio en su configuración actual.
Y esto es lo que me gustaría presentar modestamente a los obispos canadienses
que, en el pasado Sínodo, reivindicaron dicho acceso. Seguramente nuestros
puntos de vista no se contraponen. Pero es muy importante que se complementen.
Notas:
(1)
Remito a lo más interesante que yo conozco sobre el tema, y que son las dos
obras de Alexandre FAIVRE: Naissance d'une Hiérarchie. Les premières étapes du
cursus ecclésial, Paris 1977. Y Les laïcs aux origines de l'Eglise, Paris 1984.
(2)
"El misterio pascual", en Mysterium Salutis III/2, pp. 215-217
(Subrayados míos).
José
Ignacio González Faus
Teólogo.
Cristianisme
i Justicia
Amerindia.
https://eukleria.wordpress.com/2013/04/10/contra-el-sacerdocio-de-la-mujer
Febrero de
2014.
Jesús atraía discípulos y llamó a algunos para ir con él y
anunciar el Reino de Dios. Convocó a
los Doce apóstoles y a otros 72 discípulos. También a las “santas mujeres”, que
lo ayudaban con sus bienes. A ellas se les apareció, resucitado, antes que a
los Doce. Jesús era un hombre carismático, que estableció pocas normas. Habló
de la vocación al celibato, pero no lo
impuso. Entre los convocados estaba Simón Pedro, cuya suegra curó.
Al crecer la comunidad primitiva, se hizo necesario
establecer normas. No había Internet y las Iglesias locales siguieron
tradiciones diferentes. En el tema del celibato podemos hablar de dos grandes
áreas: la Iglesia de Occidente, centrada en Roma, y la Iglesia de Oriente, en
Constantinopla. En Oriente, la tradición fue ordenar a hombres casados. Los que
sentían la vocación de célibes eran los monjes.
En Occidente, al comienzo hubo cierta variedad, pero desde el siglo III fue
creciendo la tendencia a ordenar célibes.
Los papas y los
concilios de Occidente urgieron esta obligación, que no todos cumplían. Con
la Reforma protestante se inicia otro estilo. Los pastores pueden casarse, no
sólo antes de la ordenación, como en Oriente, sino también después. La
“ordenación” adquirió diversas modalidades, algunas cercanas a la nuestra, como
la anglicana, otras más distantes. Pero el enfrentamiento
entre católicos y protestantes hizo del celibato una bandera
incuestionable, como si se tratara de un dogma de fe.
¿Podría la Iglesia modificar esta
norma? Es obvio que sí, en primer lugar
porque no es una ley universal. Aunque la mayoría de las Iglesias de Oriente
integran la Iglesia Ortodoxa, algunas se unieron al obispo de Roma, al papa. En
la Argentina tenemos a los Melquitas, Armenios, Maronitas y Ucranianos, con
obispos propios. Los sacerdotes nos presentan a su mujer y a sus hijos.
¿Desearía la Iglesia modificar
esta norma? En parte, sí. Desde Pío XII, si un pastor se hace católico y
desea ser sacerdote, se lo puede ordenar, estando casado. En los últimos años,
varios centenares de sacerdotes anglicanos ingresaron al catolicismo. El papa
Benedicto estableció un régimen especial para ellos, donde puedan conservar su
estilo tradicional.
Otra modificación fue introducida
en el Concilio (1965) para la ordenación de diáconos casados. No son sacerdotes, pero pueden predicar y
bendecir matrimonios. El papa Pablo VI tenía en estudio un proyecto para
ordenar sacerdotes a hombres casados en territorios de misión, donde fueran
necesarios.
Se han dado muchas razones para la
vocación al celibato, como la dedicación exclusiva (que se puede dar en varias
profesiones), o la consagración espiritual (que también realiza el sacerdote de
Oriente). Creo que la más fuerte es el deseo de vivir como vivió Jesús, dedicado
a los pobres y afligidos. Esto es muy personal y hay que sentir el deseo
con fuerza para emprender ese camino.
12 . JAQUE MATE AL
CELIBATO OBLIGATORIO, Juan
José Tamayo.
“Es, pues, necesario, que el obispo sea intachable, fiel a su esposa
(otras traducciones: “hombre de una sola mujer) sobrio, modesto, cortés,
hospitalario, buen maestro, no bebedor ni pendenciero, sino amable, pacífico,
desinteresado, ha de regir su familia con acierto, hacerse obedecer por sus
hijos con dignidad; pues si no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo se va a
ocupar de la Iglesia de Dios?”
Este texto no es de ningún movimiento cristiano progresista actual que
reivindique la supresión del celibato de los sacerdotes. Pertenece a la Primera
Carta a Timoteo -del Nuevo Testamento-, escrita quizá a finales del siglo I,
época en la que la mayoría de los obispos y sacerdotes estaban casados. El celibato
no aparece como un mandato o condición necesaria que impusiera Jesús de Nazaret
a sus seguidores y seguidoras. La actitud fundamental era la renuncia a los
bienes y su reparto entre los pobres, pero nada relacionado con la
sexualidad. Tampoco se exigió la continencia sexual a los dirigentes de las
primeras comunidades, ni, posteriormente, a los obispos, presbíteros y
diáconos. Era una opción libre y personal. El ejercicio de los carismas y
ministerios al servicio de la comunidad no requería llevar una vida célibe.
En la Primera Carta a los Corintios, escrita el año 52 de la era común,
Pablo de Tarso va todavía más allá y reivindica su derecho a casarse como el
resto de los Apóstoles: “¿No tenemos derecho a hacernos acompañar de una esposa
cristiana como los demás hermanos del Señor y Cefas?” (1Cor 9,4-6). No existe,
por tanto, una vinculación intrínseca entre el celibato y el ministerio
sacerdotal.
La primera ley oficial del celibato obligatorio para los sacerdotes se
promulgó explícitamente en el II Concilio de Letrán en 1139 -implícitamente
ya lo había hecho el II Concilio de Letrán en 1123-, apelando a la necesidad de
la continencia sexual y a la pureza ritual para celebrar la eucaristía.
Estamos, por ende, ante una tradición tardía, ajena a los orígenes del
cristianismo y, por supuesto, a la intención de su fundador Jesús de Nazaret.
Durante mucho tiempo se creyó que la ley de la continencia sexual de los
clérigos tenía su origen en el Concilio de Elvira, de principios del siglo IV,
y en el Concilio de Nicea (año 325). Hoy, sin embargo, es opinión muy extendida
entre los especialistas que los documentos atribuidos a Elvira no pertenecen al
mismo, sino a una colección que data de finales del siglo IV, y que en Nicea no
parece que se tratara continencia de los sacerdotes (Cf. E. Schillebeeckx, El
ministerio eclesial. Responsables en la comunidad cristiana, Cristiandad,
Madrid, 1983, pp. 150ss).
El actual Código de Derecho Canónico, promulgado por Juan Pablo II en el
Palacio del Vaticano el 25 de enero de 1983, se aleja de los orígenes y sigue
la tradición represiva posterior en el canon 277: “Los clérigos están obligados
a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y,
por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de
Dios, mediante el cual los ministros pueden unirse mejor a Cristo con un
corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los
hombres”. A los sacerdotes les pide prudencia en el trato con personas
-mujeres, se entiende- que pueden poner en peligro la obligación de guardar la
continencia.
El cambio es abismal: de la libertad de elección a la imposición de la
vida celibataria, del libre ejercicio de la sexualidad a la abstinencia sexual,
de la vida en pareja a la vida solitaria. La disciplina eclesiástica represiva
impera sobre la experiencia liberadora del cristianismo primitivo. El Código de
Derecho Canónico suplanta al Nuevo Testamento y su autoridad termina por
imponerse. ¡El cristianismo al revés!
¿Qué ha sucedido en el catolicismo romano para que se haya producido esta
involución? ¿Cuáles son las razones de dicho cambio?
-
Una primera fue la pureza legal,
que prohibía las relaciones sexuales de los sacerdotes antes de la celebración
de la eucaristía para así poder celebrarla limpiamente.
-
Influyó también la incorporación del dualismo platónico a la antropología cristiana: la
consideración negativa del cuerpo como algo a mortificar y de la carne como
obstáculo para la salvación y la consideración del alma como la esencia del ser
humano que había que salvar en detrimento del cuerpo. Conforme a esta
antropología dualista, se reconocía a la vida célibe una “plusvalía” sobre la
vida matrimonial. Camino, de san José María Escrivá de Balaguer es bien
explícito al respecto: “El matrimonio es para gente de tropa, no para los
grandes oficiales de la Iglesia. Así, mientras comer es una exigencia para cada
individuo, engendrar es exigencia para la especie, pudiendo desentenderse las
personas singulares. ¿Ansia de hijos?... Hijos, muchos, y un rastro imborrable
de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo de la carne (máxima 28).
-
La tercera razón fue la
demonización de la mujer, a la que se calificaba de tentadora, lasciva,
libidinosa, pasional, sensual y de llevar al varón a la perdición. Y eso no se
aplicaba solo a determinadas mujeres de vida poco ejemplar, sino que se creía
estaba inscrito en la propia naturaleza femenina. Algunos Padres de la Iglesia
definieron a la mujer como “la puerta de Satanás” y “la causa de todos los
males”.
Hoy hay un clima generalizado, dentro y fuera del catolicismo, favorable
a la supresión de la anacrónica ley del celibato. Veintiséis mujeres enamoradas
de sacerdotes han escrito al papa pidiéndole derogarla por el “devastador
sufrimiento” que “despedaza el alma” de ellas y de sus compañeros sacerdotes En
el vuelo de vuelta a Roma, tras su visita a Jordania, Palestina e Israel, el papa
Francisco afirmó que el celibato “es un don para la Iglesia”, por el que
muestra “un gran aprecio“, pero que “al no ser un dogma de fe, siempre está la
puerta abierta”.
En similares términos se pronunció monseñor Pietro Parolin pocos
días después de ser nombrado secretario de Estado del Vaticano por Francisco en
declaraciones al diario El Universal, de Venezuela, de donde era nuncio:
el celibato obligatorio de los sacerdotes -dijo- “no es un dogma de la Iglesia
y se puede discutir porque es una tradición eclesiástica”. Estos
pronunciamientos no suponen ninguna novedad, ya que responden a algo sabido y
compartido tanto por defensores como por detractores de dicha tradición
eclesiástica.
Es hora, creo, de pasar de las palabras a los hechos, de las
declaraciones propagandísticas al cambio de normativa. Es hora de dar el jaque
mate al celibato obligatorio y de declarar el celibato opcional. De lo
contrario, los escépticos ante la intención de Francisco de reformar la Iglesia
tendrán un argumento más para seguir siéndolo.
Conviene recordar que la incompatibilidad en el cristianismo, al menos en
el cristianismo de Jesús de Nazaret, no está entre el amor a Dios y la
sexualidad, entre el amor divino y el amor humano. En absoluto. La oposición
está entre el amor a Dios y el amor al dinero, conforme a la máxima
evangélica: “Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y querrá
al otro, o bien se apegará a uno y despreciará a otro. No podéis servir a Dios
y al Dinero (Mateo 6,24). Si se ama al Dinero, Dios está de más.
Habría que leer a Eduardo Galeano para des-demonizar el cuerpo, perderle
el miedo y reconocerle en su verdadera dimensión placentera y festiva: “La
Iglesia dice: el cuerpo es una culpa. La ciencia dice: el cuerpo es una
máquina. La publicidad dice: el cuerpo es un negocio. El cuerpo dice: yo soy
una fiesta”. Es una razón más para oponerse a normas que imponen
comportamientos represivos que hacen (más) infelices a las personas.
Juan José Tamayo es profesor de la
Universidad Carlos III de Madrid y autor de Invitación a la utopía
(Trotta, 2012) y Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica
(Fragmenta, 2013).
13 .
CELIBATO OPCIONAL, Movimiento por
el Celibato Opcional.
Extracto de la
reflexión publicada por Moceop (Movimiento por el Celibato Opcional) en torno a
la pederastia
y la necesidad de
acometer profundas reformas en la institución vaticana.
"SON NECESARIOS Y URGENTES unos replanteamientos o reformas
de un calado profundo”.
- En lugar de depositar la culpa únicamente en los pederastas, en desviaciones debidas a la mentalidad
secular actual o en pretendidas aplicaciones incorrectas del Vaticano II;
en vez de buscar en el anticlericalismo, el origen de todo este alboroto y
la crisis de credibilidad consiguiente, deberíamos buscar en las
propias estructuras eclesiales y en la forma de organizar las
comunidades de creyentes las raíces profundas a sanear.
Todo
lo demás no es sino ignorar los signos de los tiempos y no afrontar los cambios
urgentes que la iglesia necesita. Una estructura patriarcal, autoritaria, cerrada,
machista no cumple aquellas características que la mayoría de edad de
la humanidad ha hecho imprescindibles para tener un mínimo de autoridad moral y
credibilidad ante los seres humanos de hoy.
- Temas tan
decisivos para la felicidad de los seres humanos como la sexualidad no pueden seguir siendo tratados con el lastre
de la historia y al margen o en contra de los avances de la modernidad
(psicología, antropología, derechos de la persona...).
Una
estructura
tradicional, conservadora, cerrada a los avances y aferrada a doctrinas
trasnochadas (dualismos, maniqueísmos…), no acometerá la necesaria reforma de
la enseñanza católica sobre la sexualidad; y no podrá enfrentarse con
creatividad a los retos actuales. Un grupo de dirigentes obligatoriamente
célibes y celosos guardianes del orden y de la jerarquía sagrada difícilmente
podrán transmitir alguna buena noticia en este campo.
- La masculinización del ministerio presbiteral y de los puestos de
responsabilidad en la Iglesia católica es uno de los
rasgos que van contracorriente de la historia y hacen de nuestra iglesia
un raro ejemplar entre las sociedades actuales. Media humanidad queda
excluida de tareas directivas, de reflexión y de decisión. La incorporación
de la mujer a la reflexión teológica se encuentra con unas
dificultades especiales y una no fácil acogida. Una estructura que margina
la perspectiva y la presencia femenina de los niveles en que se analiza,
evalúa y se decide el rumbo de la comunidad de creyentes, carece de
autoridad moral para dirigirse hoy a la humanidad.
Una iglesia que excluye a la mujer de la
animación y presidencia de las celebraciones se está perdiendo la riqueza de
una de las dos perspectivas básicas de la vida humana.
OTRO MODELO DE SER-VIVIR-EXPLICAR LA IGLESIA
Inevitable y responsablemente, todo lo que
antecede debería encaminar a la Iglesia católica en bloque por la senda que ya muchos pequeños grupos y comunidades luchan
por hacer realidad en su día a día, sin grandes pretensiones aunque
buscando la fidelidad en las cosas sencillas: una reforma profunda y sencilla a
la vez.
-
Una iglesia que se replantea en profundidad su
actitud ante el sexo y ante la mujer.
Y, en consecuencia, acaba con la discriminación femenina, incorpora a todas las
tareas de dirección a mujeres y acaba con toda imposición de un estado de vida
(celibataria) a sus dirigentes.
-
Una iglesia
comunidad de iguales, en la que conductas como la pederastia estarían más
expuestas a ser enjuiciadas sin corporativismo; y en la que se eliminaría una
de sus raíces más importantes: formar y alimentar una casta dirigente, con
grandes dosis de represión, oscurantismo y autoritarismo.
-
Una iglesia
más fraterna e igualitaria, más participativa y democrática en todos los
campos y decisiones; una iglesia comunidad que acabe con el clérigo como el eje
de toda la actividad de la iglesia; y, en consecuencia, con una presencia mayor
de las comunidades en la vida eclesial a todos los niveles.
-
Un modelo de iglesia que busque más la justicia en una actitud crítica frente a
la ley, el dogma y la estructura jerárquica; y menos en la obediencia y en el
cumplimiento fiel de la ley, de la norma, del canon, del dogma, de la doctrina,
de la rúbrica.
-
Una iglesia
en que las tareas y ministerios sean decididas por cada comunidad, según
las necesidades propias y de la sociedad a que atender y servir; y en la que
esos servicios o ministerios sean encomendados a personas de cualquier sexo o
estado de vida, con la única condición de ser considerados preparados y dignos
por la propia comunidad.
-
Una iglesia
que tenga como apuesta fundamental el Reinado de Dios, su justicia y
solidaridad, su sencillez y su compromiso; y ande menos enredada entre los
poderosos de este mundo y más cercana e identificada con las esperanzas y
reivindicaciones de quienes peor lo pasan y son víctimas de nuestro modo de
vida."
12/05/2014
14 .
MISERICORDIA Y CELIBATO,
Rufo González.
Esta es la mejor inspiración para todos, incluida la
institución eclesial: el amor del Padre, expresado en la vida y en las palabras
de Jesús. Claramente la ley del celibato
no se inspiró en este amor. La Bula nos orienta: “Para ser capaces de
misericordia, debemos en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de
Dios” (Mv. 13). A la escucha de Jesús, la encarnación más fiable de la
misericordia del Padre. Mirar su conducta y seguirla es la mejor actitud
cristiana.
EL CELIBATO OBLIGATORIO PARA EL MINISTERIO CARECE DE INSPIRACIÓN
BÍBLICA
Más aún, la inspiración bíblica lo contradice.
Es la pareja quien refleja la imagen del Dios-Amor: “Dios creó al hombre, varón
y mujer, a imagen suya” (Gn 1, 27). “No es bueno que el hombre esté solo; voy
hacerle una compañera” (Gn 2, 18). En este sentido humano de la Biblia, se
inspiró Jesús para no exigir a sus apóstoles, ni siquiera recomendar la
soltería o celibato. Jesús constata el hecho de diversas clases de solterías,
entre las cuales aparecen los “que se hacen eunucos por el reino de Dios” (Mt
19,11-12). Ni lo alaba ni lo denigra. Es una posibilidad que algunas
personas pueden elegir, pero que no es exigida para ningún servicio eclesial.
Se trata de cristianos que encuentran su realización trabajando por el Reino de
Dios, y por propia voluntad deciden no casarse. No está en la mente de Jesús
exigir celibato para tarea alguna por el Reino. Los apóstoles estarían casados.
De Pedro consta por casualidad. Para los judíos casarse y tener hijos era
voluntad de Dios creador: “creced y multiplicaos” (Gn 1, 28). El clan familiar
se ocupaba de dar en matrimonio a sus hijos.
Que no es “ley del Señor”
claramente lo dice Pablo: “Sobre las vírgenes no tengo precepto del Señor” (1
Cor 7,25). Más aún, el autor de las Cartas Pastorales, atribuidas a Pablo, da
un criterio para elegir supervisor (epíscopo, obispo) de las comunidades
cristianas, perdido con esta ley: “que gobierne bien su propia familia” (1Tim
3, 4). Para quien decide no casarse, Pablo les aconseja: “si no se pueden
contener, que se casen, pues es mejor casarse que abrasarse” (1Cor 7, 8-9).
Esto es orientación bíblica. Por tanto, más valiosa que la norma eclesial. Dios
no quiere que el ser humano esté “reprimiendo” su naturaleza habitualmente. La
represión no produce “alegría ni serenidad”.
EL PROGRAMA DEL JUBILEO DEBE VIVIRSE CON LOS OBISPOS Y
PRESBÍTEROS CASADOS
“En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de
abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias
existenciales… ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el
mundo hoy!… En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas,
a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a
curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la
indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide
descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para
mirar las miserias, las heridas de tantos hermanos privados de la dignidad, y
sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen
sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra
presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el
nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia…” (Mv. 15).
DE LA TEORÍA A LA PRÁCTICA
Comparemos esta palabra del Papa, inspirada en la misericordia
divina, con el testimonio de un sacerdote canario, biblista, profesor
universitario. Invito a obispos y presbíteros en activo a abrir el corazón a la
experiencia de este hermano, muy similar a la de muchos miles, dispersos por la
vida. Es de una carta de Juan Barreto a su obispo, Ramón
Echarren (+):
-
Trato
vejatorio: “El trato recibido es vejatorio empezando por los
procedimientos humillantes… en los trámites para obtener la secularización…
Nada importa la experiencia, la preparación, los años de dedicación, ni
siquiera la disponibilidad explícita. ¿Sabes, en términos económicos, la
cantidad de horas, de recursos humanos de los que se prescinde tan ligeramente?
Si obtienen la secularización, se los tolera en la comunidad, pero según la
práctica vigente, y lo sabes tanto como yo, se los discrimina. Son sospechosos
de por vida. No podrán, si no es por la benevolencia de algún obispo, ni dar
clases de religión… Traidores, renegados, otros Judas son las expresiones al
uso… y hay que oírlas cuando caen sobre uno para darse cuenta del peso brutal
de cada una de ellas. Como pecadores públicos se les trata para público
escarmiento. No podrán ni celebrar su boda en público”.
-
Silencio
clamoroso: “Con todo y con ser tantos -ahí están las cifras- el
silencio es clamoroso. Compañeros con los que habíamos trabajado toda la vida,
¿qué digo?, hermanos con los que habíamos convivido durante tantos años. No
existen. Sin más. Son una vergüenza pública de la que no se habla para que no
cunda el (mal) ejemplo. Para mí este silencio es el auténtico escándalo”.
-
Historias
que no quitan el sueño a nadie: “Son miles los que han dado el paso. Y
muchos son también los que han quedado atrapados en situaciones donde no les es
posible ni retroceder ni avanzar. No quiero hurgar en esa otra herida
escondida, aunque sangrante, de tantos dramas humanos en tantas historias
ocultas o semiocultas, pero callarlo ahora sería igualmente hipocresía. Esas
historias no quitan el sueño a nadie, al parecer, porque todo sigue igual en la
fachada… Da la impresión de que no interesan los dramas personales ni la verdad
que nos hace libres, sino la aparente blancura del muro que esconde tantas
miserias. No hablo de perversiones ni de pecados, sino de sufrimientos
ocasionados por situaciones insostenibles y del envilecimiento consiguiente de
los dones de la vida que son los dones de Dios”.
-
El hombre
para la ley: “¿Qué ha pasado? ¿Que se ha levantado un viento de
corrupción en la iglesia? ¿Que han fallado los métodos de educación? ¿Es el
hombre el que ha fallado o es la ley la que no es adecuada?… ¿Es el hombre para
la ley o la ley para el hombre? No hablamos de una ley fundacional,
constitutiva del ser o no ser del ministerio… Es tabú este tema. Y esto es, lo
repito, escandaloso. Ese tic del silencio es el que creo reconocer… El proceder
es el siguiente: todo está perfecto, nada hay que cambiar, las disfunciones se
deben a problemas de educación, quizá a una vida de piedad en quiebra (falta de
oración, etc.), a una vida afectiva no madura (falta de experiencia de amistad,
etc.) Conclusión: el fallo está en la persona, no en la ley…”.
-
Nos hemos
lavado muy bien las manos…: “Se necesita la confesión ante notario
del propio reo para que quede constancia de que no es la ley, sino la
fragilidad humana de cada una de las personas responsables de la situación. Con
la confesión de la culpa va pareja la asunción de la pena. Y todos tan
tranquilos… Se ha excluido del ministerio a un veinticinco por ciento…, se los
ha condenado al ostracismo eclesial, y, si algún reticente vacila en firmar, se
lo empuja fuera para que no enturbie la conciencia. Con admirable
imperturbabilidad organizamos semanas de oración por los hermanos separados,
semanas de fe y cultura para captar creyentes, semanas por las vocaciones… y no
nos cansamos de advertir -siempre a “los otros”- que hasta las prostitutas los
precederán en el Reino de los cielos. Nos hemos lavado bien las manos…”.
-
Paradigma
de ceguera e hipocresía: “Según mi entender, el modo de
afrontar el tema es paradigma de ceguera e hipocresía escandaloso. Es su
carácter sintomático lo que le da dimensión inquietante… No fue por
planteamientos teóricos por los que me casé con Carmen. Lo hice porque nos
queríamos ¡Eso es todo! No pensé que, en mis circunstancias, esa nueva
situación me impidiese por sí misma, prestar a la comunidad el servicio que
estaba prestando. Todo lo contrario”. (CURAS CASADOS. Historias de fe y
ternura. R. Alario y Tere Cortés, coord. Moceop. Albacete 2010, pág. 177-179).
Noviembre
de 2016.
15 . FRANCISCO
LAMENTA
"HEMORRAGIA" DE RELIGIOSOS
EN LA
IGLESIA CATÓLICA
José
Manuel Vidal, enero de 2017. RV.
"Estamos frente a una 'hemorragia' que debilita la vida consagrada y
la vida de la propia Iglesia. Los abandonos en la vida consagrada nos
preocupan". Fue uno de los mensajes que el papa Francisco lanzó a los
participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación para los Institutos de
Vida consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.
El Papa explicó, además, las causas
de esta "hemorragia", que se debe a varios factores:
-
el primero de
ellos es "el contexto social y cultural" actual. "Vivimos en una
sociedad donde las reglas económicas sustituyen a las morales" y en la
que "la
dictadura del dinero y del beneficio propugna una visión de la
existencia en la que quien no es rentable es marginado".
-
En segundo
lugar, Bergoglio criticó que cada vez haya más jóvenes que se dejen seducir por
"la
búsqueda del éxito a cualquier precio, del dinero fácil y del placer
fácil".
-
El tercer
factor, prosiguió, se encuentra "en el interior de la propia vida consagrada",
donde en ocasiones se dan situaciones que ponen en peligro la fe como "la rutina,
el cansancio,
el peso de la gestión de las estructuras, las divisiones internas y la
búsqueda del poder", entre otras.
El Papa también expresó su aprecio por el trabajo que realizan al servicio
de la vida consagrada en la Iglesia y destacó la importancia del tema -fidelidad
y abandono- que eligieron para reflexionar sobre las dificultades del momento
presente: «El tema que han elegido es importante. Podemos decir que, en este
momento, la fidelidad es puesta a prueba; lo demuestran las estadísticas que
han examinado. Estamos ante una ‘hemorragia' que debilita la vida consagrada y
la vida de la misma Iglesia. El abandono en la vida consagrada nos preocupa. Es
verdad, que algunos dejan por un acto de coherencia, porque reconocen, después
de un discernimiento serio, que nunca tuvieron la vocación; pero,
otros con el pasar del tiempo faltan a la fidelidad, muchas veces sólo pocos
años después de la profesión perpetua ¿Qué ha sucedido?».
Son «numerosos los «factores que condicionan la fidelidad -en éste que es
un cambio de época y no sólo una época de cambio, en el que resulta difícil
asumir compromisos serios y definitivos» señaló el Santo Padre,
reflexionando, en particular, sobre tres de ellos: el contexto social y
cultural, el mundo juvenil y las situaciones de contra-testimonio en la vida
consagrada.
1.
Empezando
por el primer factor, «que no ayuda a mantener la fidelidad», es decir, el de
la actualidad social y cultural, el Obispo de Roma señaló que impulsa lo provisorio, que puede
conducir al vivir a la carta y a ser esclavos de las modas, alimentando el
consumismo, que olvida la belleza de la vida sencilla y austera, y que provoca
un gran vacío existencial, con un fuerte relativismo, con valores ajenos al
Evangelio: «Vivimos en una sociedad donde las reglas económicas sustituyen las
reglas morales, dictan leyes e imponen sus propios sistemas de referencia en
detrimento de los valores de la vida; una sociedad donde la dictadura del
dinero y del provecho propugna una visión de la existencia que descarta al que
no rinde. En esta situación, está claro que uno debe dejarse evangelizar antes,
para luego comprometerse en la evangelización».
2.
En el
segundo punto dedicado al mundo juvenil,
recordando que no faltan jóvenes generosos, solidarios y comprometidos en
ámbito religioso y social, el Papa se refirió asimismo a los desafíos que
afronta la juventud y alentó a contagiar la alegría del Evangelio: «Hay jóvenes
maravillosos y no son pocos. Pero, también entre los jóvenes hay muchas
víctimas de la lógica de la mundanidad, que se puede sintetizar
así: búsqueda de éxito a cualquier precio, del dinero fácil y del placer fácil.
Esta lógica seduce también a muchos jóvenes. Nuestro compromiso no puede ser
otro que el de estar a su lado, para contagiarlos con la alegría del Evangelio
y de la pertenencia a Cristo. Hay que evangelizar esa cultura si queremos que
nos jóvenes no sucumban».
3.
En el
tercer factor, «que proviene del interior
de la vida consagrada, donde al lado de tanta santidad no faltan
situaciones de contra-testimonio», el Santo Padre reiteró la centralidad de
Jesús, en la misión profética de los consagrados: «Si la vida consagrada quiere
mantener su misión profética y su fascinación y a seguir siendo escuela de
fidelidad para los cercanos y los lejanos (cfr. Ef. 2,17) debe mantener el frescor
y la novedad
de la centralidad de Jesús, la atractiva de la espiritualidad
y la fuerza de la misión, mostrar la belleza del seguimiento de Cristo e irradiar
esperanza y alegría».
En su denso discurso, el Papa puso de relieve asimismo la importancia de la
vida fraterna en la comunidad, alimentada en la oración, la Palabra, los
Sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación. Sin olvidar, la cercanía a
los pobres y la misión en las periferias existenciales, contemplando siempre al
Señor y caminando según el Evangelio y alentando la preparación de
acompañadores cualificados en la vida consagrada y el discernimiento.
16 . LA RESTAURACIÓN DEL
DIACONADO FEMENINO,
Alberto de Mingo.
PROCONCIL
- Feb de 2017.
admin 14 febrero, 2017.
Estimado amigo/a:
En la revista Vida Religiosa (Web,
14/02/2017) podemos leer un interesante artículo: "La restauración del
diaconado femenino" de Alberto de Mingo, redentoristay profesor de
Teología Bíblica en la Universidad Alfonsiana de Roma.
En el siguiente enlace se puede
acceder al artículo completo.
<https://vidareligiosa.es/la-restauracion-del-diaconado-femenino/>
Roguemos para que el trabajo de la
comisión sea fructífero y derive en bien para las iglesias locales y para la
Iglesia Universal.
Seguiremos profundizando sobre este
tema. Agradecemos comentarios y sugerencias.
Un abrazo fraterno. Emilia Robles.
CONTENIDO
1.
Una comisión de
estudio
2.
Diaconizas en
el Nuevo Testamento
3.
Diaconizas en
los siglos 2 y 3
4.
Diaconizas en
el Oriente y el Occidente en los siglos posteriores.
5.
Estaban
ordenadas las diaconizas
6.
La restauración
del diacono permanente
7.
Beneficios
pastorales de la ordenación diaconal de las mujeres
Alberto de
Mingo, CSsR, redentorista y
profesor de Teología Bíblica. Nos propone un artículo interesante, arriesgado y
fundamentado. La realidad y la reflexión teológica están pidiendo resituar la
presencia de la mujer en la sociedad y la Iglesia. Hay que volver a la
Escritura, leerla en la sana tradición de la comunión y dejar que dé vida en el
compromiso de la mujer para transformar el mundo. Queda mucho por hacer. El
papa Francisco ha abierto la reflexión, estamos en proceso. Veremos.
1. UNA COMISIÓN DE ESTUDIO
El 12 de mayo de
2016, durante una audiencia con 900 religiosas reunidas para la asamblea trienal
de la Unión Internacional de Superioras Generales, una de las religiosas
preguntó al Papa: “En la Iglesia existe el ministerio del diaconado permanente,
pero sólo está abierto a varones casados y no-casados. ¿Qué impide que la
Iglesia incluya mujeres entre los diáconos permanentes, como sucedía en la
iglesia antigua? ¿Por qué no se crea una comisión oficial que estudie la
cuestión?”.
El papa Francisco
contestó que había consultado el tema tiempo atrás con un “buen y sabio
profesor”, que le había dicho que no estaba claro cuál era el rol histórico de
las diaconisas y, sobre todo, “si tenían ordenación o no”. “¿Poner en marcha
una comisión para estudiar la cuestión?” –Se preguntó en voz alta– “Creo que
sí. Le haría bien a la Iglesia aclarar
este punto. Estoy de acuerdo, voy a hablar para hacer esto. Acepto la
propuesta” (1).
Dicho y hecho. El
dos de agosto se creó la Comisión de Estudio sobre el Diaconado Femenino,
formado por seis hombres y seis mujeres; entre ellos, dos españoles: Nuria
Calduch, barcelonesa, profesora de Teología Bíblica en la Universidad
Gregoriana de Roma y miembro de la Pontificia Comisión Bíblica; y Santiago
Madrigal, riojano, profesor de Teología Dogmática en la Universidad Pontificia
Comillas de Madrid.
Los doce miembros
están presididos por el arzobispo Luis Ladaria, también español –mallorquín-,
secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Las labores de la
Comisión empezaron en septiembre de 2016 (2).
2. DIACONISAS EN EL NUEVO TESTAMENTO
Al final de la
Carta a los Romanos, San Pablo presenta a la comunidad cristiana de Roma a Febe, persona de confianza del Apóstol:
“Os recomiendo a nuestra hermana Febe, diácono (diákonos) de la iglesia de
Cencreas. Recibidla en el Señor, como corresponde a creyentes, y ayudadla en lo
que necesite de vosotros, pues también ella ha sido benefactora de muchos,
entre ellos de mí mismo” (16,1-2).
Cencreas era una
localidad cercana a Corinto, en Grecia; Febe era diácono de la comunidad
cristiana de esta ciudad. Se dice también que era ‘benefactora’ (prostátis), un
título que da a entender que ayudaba con sus bienes a la Iglesia. Era, pues,
una mujer con recursos económicos que se había puesto al servicio de la misión,
probablemente ofreciendo también su casa para la celebración de la eucaristía
(recordemos que en este momento la Iglesia no tiene templos, la comunidad se
reúne en casas privadas). Febe fue la portadora de la Carta a los Romanos, la
más importante epístola de San Pablo (3).
Existe otro texto
en el Nuevo Testamento en el que se podría estar hablando de mujeres diáconos: “De la misma manera,
los diáconos deben ser hombres respetables, de una sola palabra, moderados en
el uso del vino y enemigos de ganancias deshonestas. Que conserven el misterio
de la fe con una conciencia pura. Primero se los pondrá a prueba, y luego, si
no hay nada que reprocharles, se los admitirá al diaconado. Que las mujeres
sean igualmente dignas, discretas para hablar de los demás, sobrias y fieles en
todo” (1 Timoteo 3,8-11).
¿Son estas
“mujeres” esposas de los diáconos varones o diaconisas? Algunos padres de la
Iglesia, como san Clemente de Alejandría o san Juan Crisóstomo,
interpretaron este texto en el sentido de ‘diaconisas’, pero ambas lecturas son
posibles (4).
3. DIACONISAS EN LOS SIGLOS II y III
El primer informe
sobre el cristianismo escrito por un no-cristiano es la carta al emperador
Trajano de Plinio el Joven, entonces gobernador de la provincia de Bitinia, en
la orilla Sur del Mar Negro (año 112). En ella, Plinio menciona que para su
pesquisa, torturó a dos cristianas,
ambas esclavas, que eran diaconisas (5).
Se han conservado
otros testimonios sobre la actividad de las diaconisas durante estos siglos de
persecución. Uno de los textos más impresionantes se encuentra en Didascalia Apostolorum, un libro del
siglo III que estuvo perdido durante mucho tiempo hasta que fue redescubierto
en el siglo XIX. Encontramos allí estas instrucciones para los obispos: “Por
tanto, obispo, designa tres operarios de justicia como asistentes que colaboren
contigo en la salvación. Aquellos que te plazcan de entre todos, debes elegir y
nombrar diáconos: un hombre para la realización de la mayoría de las cosas
necesarias, pero una mujer para el servicio de las mujeres. Pues hay casas a
las que tú no puedes ir, ni puedes enviar un diácono a sus mujeres, debido a
los paganos, pero puedes enviar una diaconisa. También porque en muchas
otras materias se necesita el oficio de una mujer diácono. En primer lugar,
cuando las mujeres bajan al agua [para ser bautizadas], deben ser ungidas
por una diaconisa con el óleo de la unción; […] pues no es adecuado que
las mujeres sean vistas por hombres […]. Que sea un hombre quien pronuncie la
invocación de los divinos nombres sobre el agua y cuando la que está siendo
bautizada salga del agua, que la diaconisa la reciba, la enseñe e
instruya sobre cómo mantener intacto el sello del bautismo en pureza y
santidad. Por esta causa decimos que el ministerio de la diaconisa es
especialmente necesaria e importante. Pues nuestro Señor y Salvador también fue
servido [en griego, diakonein] por mujeres ministras, María Magdalena, y María
la hija de Santiago y madre de José, y la madre de los hijos de Zebedeo, junto
con otras mujeres. Y tú también tienes necesidad del ministerio de una diaconisa
para muchas cosas; pues se necesita una diaconisa para ir a las casas de los
paganos en las que haya mujeres creyentes y visitar a las que están enfermas y
servirlas en lo que sea necesario y bañar a las que han empezado a recobrarse
de la enfermedad” (Capítulo XVI) (6).
Este texto permite
hacernos una idea de la figura de la
diaconisa en la iglesia de las catacumbas. Era peligroso o imposible para
un hombre entrar en ciertas casas para hablar con sus mujeres, pero las
diaconisas podían penetrar más fácilmente en estos espacios domésticos para
atender pastoralmente a las mujeres y niños de una familia en la que un hombre
no-cristiano ejercía su autoridad.
Otra situación que
requería el ministerio del diaconado femenino era la administración del bautismo. Durante los primeros siglos, este
sacramento se administraba siempre por inmersión y tanto hombres como mujeres
se introducían desnudos al agua (7). El pudor exigía que las mujeres fueran
bautizadas por mujeres y no por hombres; las diaconisas ejercían este
ministerio litúrgico, pero también se encargaban de instruir a las bautizadas
en la vida cristiana. Otra función importante era la atención a las enfermas,
que podría haber incluido la unción.
4. DIACONISAS EN ORIENTE Y OCCIDENTE EN LOS SIGLOS POSTERIORES
El final de las
persecuciones -con la promulgación del Edicto de Milán en el año 313- no supuso
el final del diaconado femenino, como atestigua este canon del Concilio de
Calcedonia, celebrado en el año 451: “Una mujer no debe recibir la imposición
de manos como diaconisa antes de los
cuarenta años de edad, y entonces sólo tras severo examen” (8).
Una importante
fuente de información sobre las diaconisas de este período son las inscripciones funerarias. Se han
descubierto numerosas tumbas con lápidas que dejan claro que la mujer enterrada
en ella es una diaconisa. Sirva como ejemplo este texto, que pertenece a un
sepulcro encontrado en Capadocia (Turquía) y procede del siglo VI: “Aquí yace la diaconisa María, de pía y bendita memoria,
que siguiendo las palabras del apóstol, educó niños, acogió huéspedes, lavó los
pies de los santos y compartió su pan con los necesitados. Recuérdala, Señor,
cuando vengas en tu Reino” (9).
Concilios locales
celebrados en Occidente a inicios de la Edad Media empiezan a dar cuenta del
malestar del clero masculino con las diaconisas y algunos decretan su
supresión. El diaconado de las mujeres fue interrumpido en Occidente en el
siglo V. En Oriente, subsistió hasta el siglo
XII o XIII. Aun hoy, se siguen celebrando en Iglesia Ortodoxa las fiestas de varias santas diaconisas, como
Melania, Olimpia, Xenia, Radegunda, Platonia, etc.
5. ¿ESTABAN ORDENADAS LAS DIACONISAS?
Existe una
amplísima documentación sobre las diaconisas durante los primeros siglos de la
Iglesia. Nadie puede, en buena fe, cuestionar que existieron; la duda está
-como mencionó el papa Francisco- en si estaban ordenadas, si realizaban todas
las competencias del diaconado masculino y si se las consideraba miembros del
clero al igual que los diáconos varones. Esta es una cuestión complicada,
porque durante los primeros siglos, la teología sacramental no estaba aun
totalmente desarrollada y la cuestión de
la ordenación no se planteaba con la precisión que se ganó en siglos
posteriores.
Existe un texto en
el que se habla de la ordenación de mujeres diaconisas mediante la imposición
de manos, invocación del Espíritu Santo y celebración solemne
presidida por el obispo en presencia del presbiterio, elementos propios del sacramento
del Orden: ‘las Constituciones Apostólicas’. ‘Las Constituciones Apostólicas’
es un libro, compuesto probablemente en Siria, que transmite supuestas
instrucciones de los doce apóstoles. Estas enseñanzas en realidad no proceden
de los apóstoles, sino que reflejan prácticas eclesiásticas de la época en la
que se compuso el libro, el siglo IV. En él, podemos leer:
“Acerca de las diaconisas Bartolomé ordena: Obispo, imponle las manos, estén
presentes contigo el presbiterio, los diáconos y las diaconisas, y di: ‘Dios
eterno, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Creador del hombre y de la mujer,
que llenaste de espíritu a Miriam, a Débora, a Ana, y a Juldá, que no has
considerado una indignidad que tu Hijo unigénito naciera de una mujer, que en
la Tienda del Testimonio y en el Templo ordenaste guardianas de tus santas
puertas, ahora también dirige tu mirada sobre esta sierva propuesta para el
diaconado, dale el Espíritu Santo, purifícala de toda mancha de la carne y del
espíritu, para que realice con dignidad la obra que le es confiada para gloria
tuya y alabanza de Cristo. Por medio de Él, a ti gloria y adoración en el
Espíritu Santo por los siglos. Amén’” (VIII, 19-20) (10).
Los más críticos
con la ordenación diaconal de las mujeres afirman que no hay pruebas
irrefutables, que demuestren más allá de toda duda que las diaconisas de la
Iglesia Antigua estaban ordenadas en el sentido sacramental. Phyllis Zagano, profesora de la
Universidad Hofstra (Nueva York), una mujer que ha dedicado su vida a
investigar sobre el diaconado femenino y que ha sido elegida miembro de la
Comisión de Estudio convocada por el Papa, ha escrito que: “Existen argumentos
más fuertes de la Escritura, historia, tradición y teología de que las mujeres
pueden ser ordenadas diáconos de que las mujeres no pueden ser ordenadas
diáconos”. Esta autora defiende la tesis de que “La restauración del diaconado
femenino es necesaria para la continuidad de la vida apostólica y el ministerio
de la Iglesia Católica Romana” (11).
6. LA RESTAURACIÓN DEL DIACONADO PERMANENTE
Desde principios
del siglo II, la Iglesia se ha organizado con una triple jerarquía. Cada
diócesis es regida por un único obispo, asistido por presbíteros y diáconos. La
función del diácono es ayudar al obispo, especialmente en los servicios
caritativos de la comunidad (diákonos en griego quiere decir servidor), pero
también en otras funciones tanto litúrgicas como formativas.
Al comienzo de la Edad Media, el diaconado
permanente -tanto masculino como femenino- fue suprimido en Occidente; sólo quedó el diaconado temporal como paso
previo a la ordenación presbiteral (reservado por tanto sólo a los varones). El
Concilio Vaticano II recomendó la
restauración del diaconado permanente: “… se podrá restablecer en adelante
el diaconado como grado propio y permanente de la Jerarquía. Corresponde a las
distintas Conferencias territoriales de Obispos, de acuerdo con el mismo Sumo
Pontífice, decidir si se cree oportuno y en dónde el establecer estos diáconos
para la atención de los fieles. Con el consentimiento del Romano Pontífice,
este diaconado podrá ser conferido a varones de edad madura, aunque estén
casados, y también a jóvenes idóneos, para quienes debe mantenerse firme la ley
del celibato” (Lumen Gentium, 29).
Siguiendo este
mandato, el papa Pablo VI restauró en
1967 el diaconado permanente mediante la Carta Apostólica Sacrum diaconatus
ordinem (12). La cuestión que se plantea hoy es si esta restauración del
diaconado permanente puede ampliarse para incluir a las mujeres -casadas o célibes.
El documento de la
Comisión Teológica Internacional, ‘El diaconado: evolución y perspectivas’
-publicado en el año 2002-, es el documento oficial más amplio dedicado al
estudio del diaconado femenino hasta la fecha y su lectura resulta
imprescindible para cualquier persona interesada en este tema (13). Después de
larga consideración, tanto de datos históricos como de argumentos teológicos,
concluye así: “En lo que respecta a la ordenación de mujeres para el diaconado,
conviene notar que emergen dos indicaciones importantes de lo que ha sido
expuesto hasta aquí:
- Las diaconisas de las que se hace
mención en la Tradición de la Iglesia antigua -según lo que sugieren el
rito de institución y las funciones ejercidas- no son pura y simplemente
asimilables a los diáconos;
- La unidad del sacramento del Orden, en la distinción
clara entre los ministerios del obispo y de los presbíteros, por una
parte, y el ministerio diaconal, por otra, está fuertemente subrayada por
la Tradición eclesial, sobre todo en la doctrina del concilio Vaticano II
y en la enseñanza posconciliar del Magisterio. A la luz de estos elementos
puestos en evidencia por la investigación histórico-teológica presente,
corresponderá al ministerio de discernimiento
que el Señor ha establecido en su Iglesia pronunciarse con autoridad sobre
la cuestión.
La cuestión de la
ordenación de las mujeres, dictaminaba la Comisión Teológica Internacional hace
quince años, está a la espera de un pronunciamiento del Magisterio de la
Iglesia.
En 2009, el papa
Benedicto XVI modificó el derecho canónico para aclarar la diferencia entre
diáconos y presbíteros. Sólo estos últimos pueden considerarse sacerdotes que
actúan “en la persona de Cristo” (in persona Christi) (14). Esta distinción
despeja un importante obstáculo a la ordenación diaconal de las mujeres: una
razón que se esgrime en contra de la ordenación sacerdotal de la mujer es que
el presbítero y el obispo, por el hecho de actuar in persona Christi, deben
ser varones para mejor reflejar a Jesús, que era varón. Este argumento
no puede aplicarse para negar la ordenación diaconal a las mujeres. (Jesús era
‘judío’; consecuencia según la misma lógica: los sacerdotes deben ser judíos!).
Importantes
teólogos y hombres de Iglesia se encuentran hoy a ambos lados del debate sobre
la ordenación diaconal de las mujeres: el Cardenal Kasper, muy próximo al
papa Francisco, se ha mostrado a favor (15); el Cardenal Müller, presidente de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, se ha pronunciado en contra de que
pueda conferirse a las mujeres cualquier tipo de ordenación (16). En la
Comisión de Estudio, hay personas que se han manifestado a favor, otras en
contra y otras que no se han pronunciado públicamente en ninguna de las dos
direcciones.
7. BENEFICIOS PASTORALES DE LA ORDENACIÓN DIACONAL DE LAS MUJERES
Personalmente,
pienso que la ordenación diaconal de la mujer sería un paso adelante para la
Iglesia Católica. Según los evangelios, algunas mujeres “habían seguido a Jesús
y lo habían servido [en el texto griego, se utiliza aquí el verbo diakonein]
desde que estaba en Galilea y habían subido con él a Jerusalén” (Marcos 15,40).
Hoy son millones las mujeres católicas consagradas al cuidado a los enfermos, a
la educación de los niños y al acompañamiento de los ancianos; a la administración
de obras de misericordia; al estudio y docencia de la Teología; y a tantas
antiguas y nuevas formas de servicio eclesial. Algunas de ellas presiden la
liturgia de la Palabra y la distribución consiguiente de la comunión en lugares
donde no llegan los sacerdotes. Desde los tiempos de Jesús hasta el presente, ha habido siempre mujeres que han ejercido
la diaconía como servicio -estuvieran ordenadas o no.
La formalización
del servicio de las mujeres mediante la ordenación diaconal daría visibilidad pública
a algo que es ya real y abriría al mismo tiempo nuevos caminos. Las diaconisas
podrían predicar homilías; celebrar bautizos y bodas; así como participar
en los órganos de gobierno de la
Iglesia como miembros del clero. Con la incorporación de mujeres cualificadas y
probadas, la Jerarquía católica se enriquecería enormemente y el Pueblo de Dios
estaría mejor servido, tanto en la celebración de los sacramentos -con hombres
y mujeres en torno al altar- como en el ejercicio cotidiano de las obras de misericordia.
Las reuniones de
la Comisión comenzaron el pasado mes de septiembre. Recemos para que sus trece
hombres y mujeres disciernan la voluntad del Espíritu Santo para nuestros días
y allanen el camino a la decisión que el Papa debe tomar.
Miembros
de la Comisión de Estudio
Núria Calduch Benages, española, miembro de la Pontificia Comisión Bíblica y
profesora de la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma).
Francesca Cocchini, italiana,
profesora de la Universidad La Sapienza (Roma) y del Instituto Patrístico
Augustinianum (Roma).
Piero Coda, italiano,
presidente del Instituto Universitario Sophia (Loppiano, Italia) y miembro de
la Comisión Teológica Internacional.
Robert Dodaro, estadounidense,
presidente del Instituto Patrístico Augustinianum (Roma).
Santiago Madrigal, español,
profesor de eclesiología de la Universidad Pontificia Comillas (Madrid).
Maria Melone, italiana,
presidente de la Universidad Pontificia Antonianum (Roma).
Karl-Heinz Menke, alemán,
profesor emérito de Teología dogmática de la Universidad de Bonn y miembro de
la Comisión Teológica Internacional.
Aimable Musoni, ruandés,
profesor de eclesiología de la Pontificia Universidad Salesiana (Roma).
Bernard Pottier, belga,
profesor del Instituto de Estudios Teológicos de Bruselas y miembro de la
Comisión Teológica Internacional.
Marianne Schlosser, alemana,
profesora de la Universidad de Viena y miembro de la Comisión Teológica
Internacional.
Michelina Tenace, italiana,
profesora de Pontificia Universidad Gregoriana (Roma).
Phyllis Zagano,
estadounidense, profesora de la Universidad Hofstra (Nueva York).
Presidente de la Comisión: Arzobispo Luis Ladaria, español, Secretario de la
Congregación para la Doctrina de la Fe.
Notas.
1 La noticia apareció en numerosos medios de
comunicación. Por ejemplo en:
https://es.zenit.org/articles/el-papa-acepta-crear-una-comision-que-estudie-el-diaconado-femenino/
(Consultado el 20 de enero, 2017).
2 El nombramiento de la comisión fue anunciado el 2 de
agosto. Cfr.
http://es.radiovaticana.va/news/2016/08/02/el_papa_crea_comisión_de_estudio_sobre_diaconado_de_mujeres/1248798
(Consultado el 20 de enero, 2017). Las reuniones se iniciaron en septiembre de
2017, pero poco se ha sabido de su desarrollo desde entonces.
3 He comentado sobre las mujeres en torno a San Pablo en
mi artículo: Alberto de Mingo, San Pablo y las mujeres: Moralia 26 (2003) 7-29.
4 Clemente de Alejandría, Stromata 3.12; Juan Crisóstomo,
Homilías sobre Primera Carta a Timoteo 11.11. He consultado las versiones
on-line ofrecidas por www.newadvent.org (Consultado el 20 de enero, 2017).
5 Epístola 10,96. El texto, que se conserva en latín, usa
la palabra “ministrae”, que significa “diaconisas”.
6 Traducción mía del inglés. Tomado de la traducción al
inglés de Hugh Connolly, disponible en:
http://www.earlychristianwritings.com/text/didascalia.html (consultado el 20 de
enero, 2017).
7 Hipólito de Roma, La Tradición Apostólica, Sígueme,
Salamanca 1986, 75.
8 Canon 15.http://www.earlychurchtexts.com/public/chalcedon_canons.htm
(consultado el 20 de enero, 2017).
9 Ute E. Eisen, Women Officeholders in
Early Christianity: Epigraphical and Literary Studies, Liturgical Press,
Collegeville 2000, 166.
10 Wilhelm Ültzen (editor), Constitutiones
Apostolicae: textum graecum recognovit, praefatus est, annotationes criticas et
indices subiecit, Sumptibus Stillerianis 1853, 219. Disponible en:
http://books.google.com
11 Phyllis Zagano, Holy Saturday. An
argument for the restoration of the female diaconate in the Catholic Church,
New York: Crossroads 2000, edición electrónica. Otras
obras de la autora: Phyllis Zagano (ed.), Women Deacons? Essays with Answers,
Liturgical Press, Collegeville 2016; Phyllis Zagano, Women in Ministry:
Emerging Questions on the Diaconate, Paulist Press, Mahwah 2012; Phyllis Zagano
- Gary Macy - William T. Ditewig, Women Deacons: Past, Present, Future, Paulist
Press, Mahwah 2011.
12 Disponible en:
http://w2.vatican.va/content/paul-vi/la/motu_proprio/documents/hf_p-vi_motu-proprio_19670618_sacrum-diaconatus.html
(Consultado el 20 de enero, 2017).
13 Disponible en: http://www.vatican.va /roman_curia/
congregations/cfaith/cti_documents/rc_con_cfaith_pro_05072004_diaconate_sp.html#CAP%CDTULO_I
(Consultado el 20 de en enero, 2017).
14 “El canon 1009 del Código de derecho canónico de ahora
en adelante tendrá tres parágrafos, en el primero y en el segundo de los cuales
se mantendrá el texto del canon vigente, mientras que en el tercero el nuevo
texto se redactará de manera que el canon 1009 §3 resulte así: ‘Aquellos que
han sido constituidos en el orden del episcopado o del presbiterado reciben la
misión y la facultad de actuar en la persona de Cristo Cabeza; los diáconos, en
cambio, son habilitados para servir al pueblo de Dios en la diaconía de la
liturgia, de la palabra y de la caridad’.” Carta Apostólica Omnium in mentem.
http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/apost_letters/documents/hf_ben-xvi_apl_20091026_codex-iuris-canonici.html
(Consultado el 20 de en enero, 2017).
15
http://www.americamagazine.org/issue/kasper-proposes-women-deacons
16
https://zenit.org/articles/women-deacons-a-perspective-on-the-sacrament-of-orders/.
17 . NO
QUIEREN SER DIACONIZAS,
Antonio Aradillas.
RD.
Tal y como, pese a todo, todavía siguen subiendo los índices
en la bolsa de valores del machismo eclesial y de sus congéneres, resulta
explicable que por ahora no sean muchas las mujeres a las que les entusiasme
enrolarse en el colectivo de las vocacionadas a recibir la ordenación del
diaconado. Con honradez, lealtad, amor a la Iglesia y sentido de la realidad,
la mayoría de las mujeres están convencidas, y así lo atestiguan, que, tanto en
la forma, como en el fondo, del proyecto del diaconado femenino, se enclaustran
más o menos furtivamente intenciones
ajenas a proyectos muy elementales de la promoción integral de la mujer,
que ella misma demanda, en responsable respuesta a los problemas del mundo en
la actualidad.
Es tanta, tan palpable y evidente, a la vez que
perseverante, la actitud mantenida por la Iglesia oficial, con la generosa
aportación de argumentos humanos y divinos, como para que los temores de los
colectivos femeninos religiosos, en la variedad de sus versiones, coincidan en
el convencimiento de que de su diaconado enmascare su presencia y actividad en la
Iglesia, como asistenta de obispos y presbíteros, pero no como colaboradora de verdad, y en idénticos, o mayores,
compromisos pastorales y ministeriales.
Gracias sean dadas a Dios, son ya -y serán muchas más -, las
mujeres que estudian ciencias teológicas, y además viven o intentan vivir las
realidades terrenales a la luz de las mismas y tanto como lo hicieron, y lo
hacen, los hombres. Pensar en que su nueva condición de diaconisa contribuiría
tan solo o fundamentalmente, a dignificar, a hacer perdurable y rentable su
situación de monaguilla, acólita, "señora de la limpieza",
serviciaria del templo y, con votos o sin ellos, administrativa, a las órdenes
de la jerarquía eclesiástica, varonil por definición y por cánones, no facilita
recorrer los nuevos caminos "vocacionales" dentro de la Iglesia, tal
y como felizmente les ocurre en la totalidad de actividades y de profesiones,
equiparadas con el hombre.
A estas, y a otras mujeres instruidas en materias
religiosas, no se les oculta que el
término "diakonía" en la configuración teológico-pastoral de la
verdadera Iglesia de Cristo, supera
en valor y en dignidad a otros conceptos como el de obispo, sacerdote,
presbítero o clérigo en general. Sin "diakonía", es decir, sin
disponibilidad, capacidad y ejercicio al servicio del pueblo, y de quienes lo
componen, con misericordiosa prevalencia para los pobres y más
necesitados, no es Iglesia la Iglesia, por muchas mitras, báculos, anillos,
procesiones, tratados de escolástica, "Años Santos", confesonarios y
liturgias con los que algunos, aún "en el nombre de Dios", lo
declaren y lo dogmaticen.
El esquema de vida y de actividad eclesiástica se refleja en
el capítulo dedicado a las "diaconisas" en la historia de la primitiva Iglesia, sobre todo,
oriental, en cuyo ritual destaca la entrega del anillo y de la corona sobre la
cabeza, por parte del obispo, con el rito de una falsa "ordenación
sacramental" y consiguiente esfuerzo de apariencias y
"queiotonía" , en alguna de las cuales se manifiesta y pone de
relieve con claridad obsesivamente misógina, que "no deben enseñar, ni ser
charlatanas, ni estar ociosas, ni dejarse deslumbrar y seducir por falsos
maestros"
Sería ciertamente intranquilizador tener que interpretar que
la falta de decisión episcopal por aceptar y hacer viable la posibilidad del
diaconado femenino, respondiera a negativas
retrógradas, hoy insoportables e incongruentes, pero apuntaladas por
teólogos y pastoralistas "antifranciscanos", a quienes les da la
impresión de que tal cambio en la estructura y disciplina eclesiástica
equivaldría a entreabrir las puertas del sacerdocio femenino.
Con diaconisas o sin ellas, a la mujer, por mujer, no se les
puede seguir cerrando los accesos al ejercicio del ministerio sacerdotal, en igualdad de condiciones que el hombre.
Tal cerrazón y negativa son un atropello y una anomalía antirreligiosa y
antisocial, que pregona a todos los vientos el machismo de una institución,
además de Estado, como la Iglesia, con las incidencias tan negativas y nefastas
que ello comporta para el desarrollo integral, de la humanidad. Alardear de
"cristiana" una Iglesia como la católica, antifeminista por
definición y praxis constitucional, ronda y sobrepasa los límites de la
consternación.
Publicado por Iglesia de a pie para IGLESIA DE A PIE - Ecuador por la paz y la reivindicación el
8/24/2016.
18 . J E S Ú S
F U E L A I C O, Miguel
Miranda.
Cochabamba. Julio 26 de 2006.
CONTENIDO
Introducción
1.
Yo, católico laico, no me lo
imagino
2.
Reivindicación de la laicidad y
de lo laico
3.
El escándalo de ver a los
Herodes y Caifás defendiendo la fe
4.
La única contradicción real:
Ricos contra pobres
-
Necesaria lectura crítica de la
realidad del país
-
Evangelizar como Jesús, desde
los ojos de los pobres
INTRODUCCIÓN
¿Se imaginan a Jesús defendiendo privilegios de poder para su grupo? ¿Se
imaginan a aquel campesino de Nazareth -que proclamó la inminente llegada del
Reino (1)- defendiendo ahora privilegios de hecho para su institución en un
orden sociocultural colonial como el que sigue vigente en nuestro país?
¿Se imaginan a ese sencillo aldeano
-medio carpintero, medio “hacelotodo”, un “sin tierra” ciertamente- convocando
en largas homilías a “defender la fe”, una “fe” en abstracto, sin defender
igualmente el derecho de los pobres
a la tierra? ¿Se imaginan que ese Nazareno -que un día proclamó lo que hoy
conocemos como Reforma Agraria para los pobres (Cf. Lc. 4, 14-21)- más
preocupado en defender espacios de poder que en defender los derechos de los
humildes, como el acceso a la tierra? ¿Se imaginan a ese campesino de Nazaret
defendido por los terratenientes y los sectores políticos ultraderechistas,
como los que defienden hoy a la Iglesia Católica boliviana?
¿Se imaginan que ese humilde profeta
galileo pueda aparecer hoy en Bolivia y “ponerse a tiro” para campañas
mediáticas de sectores ultra conservadores de la sociedad boliviana contra un
gobierno con rostro popular (aunque no por ello inmune a fallas y “meteduras de
pata” como las de su terco ministro de educación “empujador de congresos sin
consenso”, contra viento y marea)?
1. YO, CATÓLICO LAICO, NO ME LO IMAGINO
A propósito del acalorado “debate”
-debate evidentemente “montado” por los medios masivos de comunicación
dominados por sectores de poder en Bolivia- conviene que los cristianos
-católicos o no, aquellos que, desde lo más profundo de nuestro ser y de nuestra
fe en ese Galileo proclamado Hijo de Dios, tratamos de encaminar nuestra vida
personal y social- digamos nuestra palabra. Es necesario que lo hagamos, pues
nuestra fe y compromiso vividos en medio de esta magnífica historia que
construye nuestro pueblo -más allá de los poderosos de turno, incluidos los del
MAS, o a pesar de ellos inclusive- no parece ser necesariamente bien expresada
en las palabras de jerarcas que convocan a abstractas “defensas de la fe” o de
curas condecorados por antiguos dictadores, cuya “catolicidad” huele más a un
sectarismo que trasnochadamente reivindica un vetusto régimen de cristiandad.
3. REIVINDICACIÓN DE LA LAICIDAD Y LO LAICO
Jesús
fue laico. Tan laico como desacreditado,
perseguido y asesinado por los que detentaban el poder religioso-civil de su
tiempo. Es necesario traer a luz esta memoria, en un momento en que se manosea
tan grotescamente lo laico y la laicidad.
En contraposición a quienes de manera
aberrante refieren un origen “marxista” a la palabra laicidad (2) la palabra laico viene de un vocablo griego que
significa “el que es del pueblo”, sin
privilegios. Y esto tan hermoso es ser laico: ser del pueblo llano, de
a pie, tan simple como la señora que vende en las calles sus caramelitos para
sobrevivir. ¿Hay en ello algo irreligioso o una actitud agresiva contra los
valores religiosos? Parece que no.
Las primeras comunidades cristianas, en
los primeros siglos de nuestra era, fueron
acusadas de “ateas”. No sería por casualidad sino por su estilo de vida, su
manera desinstitucionalizada y popular de vivir lo religioso, en absoluta
libertad -y por tanto a veces en contra- del sistema dominante que, para
legitimarse, se apoyaba en fastuosos aparatos religiosos institucionalizados.
Un ejemplo privilegiado lo constituye la carta
a Filemón, en la que se manifiesta de manera sencilla un desconocimiento
del sistema esclavista por la manera de vivir fraterna en la comunidad
cristiana.
Con el largo proceso de clericalización y el crecimiento en fastuosidad institucional que siguió a la
Iglesia a partir del Siglo IV, la laicidad, como auténtica forma de vivencia
cristiana pasó un segundo o último orden. En el régimen de cristiandad, la
Iglesia acabó más dependiente de sus privilegios que le ataban al poder
imperial. Es pertinente reconocer que en nuestros países latinoamericanos aún
persisten, en la sociedad, la cultura “nacional” y las estructuras de poder,
rasgos inequívocos de este modelo social-eclesial.
Fue el Concilio Vaticano II que, en su propósito de situar a la Iglesia de manera
realista y fraterna en las sociedades modernas- reivindicó la laicidad como una forma legítima de ser Iglesia (Cf.
La. Constitución Gaudium et Spes -“Las alegrías y las esperanzas”-, el N° 76,
por ejemplo).
Nuestras iglesias en América Latina
recuperaron y desarrollaron, en un comienzo, las líneas maestras del Concilio
con un dinamismo y creatividad que ahora parece que olvidamos. Por eso, ahora
que en nuestro país se suscita este falso debate por “la defensa de la fe
católica”, es necesario que los laicos católicos expresemos nuestra palabra.
Los laicos -profundamente creyentes en
el Dios de Jesús de Nazaret- existimos en este país y en este mundo. Y creemos
que no hace falta grandes privilegios jurídicos o socioculturales para vivir en
este mundo nuestra fe cristiana con un apasionado compromiso por los valores
del Reino. Existimos laicos que -más allá de un ingenuo apoyo o rechazo al
actual gobierno- nos sentimos seguidores de Jesús de Nazaret junto a este
hermoso y sufrido pueblo que hace, en definitiva, la historia según los ojos de
Dios.
Los grandes cuestionamientos al sistema
neoliberal que sólo trajo más miseria y muerte para los pobres; las grandes
luchas contra los dogmas de la “idolátrica religión del mercado” (3) (p.e. “No
hay otra historia que ésta que se llama globalización neoliberal”) se han dado
y se siguen dando desde los sectores sociales más empobrecidos y críticos. Con
esos sectores apostamos nuestra fe y nuestro compromiso cristiano, no en
abstractas “defensas de la fe” que huelen más a “defensa de privilegios” en un orden sociocultural vetusto. Nuestro
pueblo luchador y amante de la vida es para nosotros lugar teologal y
teológico, lugar de encuentro con el
Dios de la historia, que desde tiempos antiguos empuja la lucha de los
humildes hacia su liberación.
Laicidad no es laicismo. Lo laico no es
agresividad contra los valores más
profundos que defienden la vida, entre ellos, los valores religiosos. Todo
lo contrario. Como muchos documentos del Concilio Vaticano II y otros
documentos más recalcitrantemente “oficiales” de nuestra Iglesia lo afirman
(4), laicidad significa un orden social, cultural y político que permite la convivencia tolerante y fraterna entre
las infinitamente variadas y diferentes formas de sentir y vivir el misterio de
Dios en la historia. ¿Por qué nuestros pastores no se pronuncian para aclarar
estas aberrantes y groseras formas de tratar lo laico en este bochornosa
campaña mediática de los sectores conservadores?
La sospecha y hasta cierta hostilidad
hacia las religiones no es necesariamente hostilidad hacia el Dios de la Vida,
el Dios bíblico, que defiende el derecho de los pobres contra el saqueo por
parte de los poderosos. Todas las religiones como producto humano que son (5)
en frecuentes ocasiones han propiciado, legitimado y hasta defendido crímenes
contra los pobres. Ante ello, las voces que se han levantado en gran medida lo
han hecho defendiendo la vida de los humildes. ¿No es ésta la misma defensa que
hizo Jesús en su tiempo y por ello mismo fue acusado de “peligroso” por las
clases dominantes?
A nosotros los que profesamos
públicamente una fe se nos debe advertir permanentemente eso de que “el espíritu sopla donde quiere”.
Cuidado que -como bellamente se narra en el libro de Job- pretendiendo defender
a Dios acabemos blasfemando y más bien los discursos rayanos en la increencia
aparezcan reivindicados como auténtico discurso a favor del Dios de la Vida,
pues defiende la vida de los pobres. Si a Jesús no le dio empacho de sostener
que las prostitutas y pecadores precederán en el Reino a los “religiosos” de su
época, hoy podemos encontrar -no hablo necesariamente de los jerarcas que ahora
ocupan el gobierno- verdaderos testimonios proféticos del Dios de la Vida en
los “ateos” que tanto temen y satanizan los oligarcas y ciertos “defensores de
la fe”.
4. EL ESCÁNDALO DE VER A LOS HERODES Y PILATOS DEFENDIENDO “LA
FE”
Nos escandaliza ver que muchos de
nuestros principales pastores de manera ingenua o lúcida -ellos juzgarán su
propia conciencia- estén siendo manipulados
por campañas mediáticas de sectores sociales y políticos ultraconservadores,
aquellos sectores que no quieren perder sus privilegios y su poder en la
detentación de la propiedad de las tierras, de los medios de producción y de
las decisiones de orden público en el país. Son aquellos mismos oligarcas
-cómplices de los que masacraron al pueblo alteño y paceño en octubre del 2003-
los que ahora aparecen en la prensa “defendiendo” la fe cristiana.
Periódicos y canales televisivos que
años atrás hicieron cerrada defensa de programas políticos que no sólo
empobrecieron al país sino que culminaron en genocidio, ahora se ven repletos
de edulcoradas defensas de la Iglesia Católica. ¿No es este un hecho bochornoso
para quienes pretendemos ser seguidores de ese Nazareno crucificado y
resucitado?
5. LA ÚNICA CONTRADICCIÓN REAL: RICOS VS. POBRES.
- Necesaria lectura crítica de la
realidad del país
¿Más
o menos clases de religión en las escuelas? ¿Más poder para que los CEILs tomen
decisiones en la designación de maestros de religión y para los “colegios de
convenio”? ¿Más o menos privilegios para que ciertos sectores de la Iglesia
Católica -u otras Iglesias con parecido síndrome de voluntad de poder- tengan
posibilidad de imponer sus doctrinas en temas como la familia, la legislación
sobre el aborto, etc.?... A la hora de ser coherentes con nuestra fe, en
definitiva ese no es el problema.
El
problema va más allá. Las clases de religión en sí mismas no son garantía
apodíctica de un aporte al crecimiento espiritual de la sociedad boliviana. Es
necesario examinar la calidad de ellas. Y muchas veces la calidad de las clases
de religión está condicionada por la manera como se las hace. En la mayoría de
las ocasiones, cuando las clases de religión suponen un uso del poder y los
privilegios eclesiales, lo que provocan es efectivamente lo contrario a lo que
pretenden. Y con no poca frecuencia observamos sutiles formas de chantaje con
los privilegios católicos frente a los sectores humildes. Si creen que miento,
pueden venir a visitar mi barrio, Villa Sebastián Pagador, en Cochabamba, y ver
cómo en ciertas ocasiones en el Colegio “de convenio” que aquí existe, las
religiosas o profesores de religión exigen a los alumnos que muestren la “hojita
dominical” de la misa para demostrar que efectivamente fueron a misa. ¡Y eso lo
hacen en un medio social con altísimo grado de diversidad confesional, cultural
y eclesial! O hacen enarbolar la bandera vaticana al lado de la boliviana, o
hacen cantar himnos marianos en un contexto de alta presencia protestante y
evangélica. La gente les tiene que aguantar porque ellas tienen la sartén por
el mango en el colegio. Y, claro, también porque traen “obritas” con muchos
dólares por medio. ¿Contribuirán estos hechos al crecimiento espiritual de nuestros niños
y niñas? Lo dudo mucho.
Por
tanto, el problema no es defender espacios privilegiados para “anunciar” el
evangelio. Esta visión forma parte de la estrechez de mirada en que hemos caído
los cristianos en el país. El problema es leer adecuadamente las contradicciones
socio-económicas de Bolivia y del mundo. Las contradicciones más
profundas en nuestra sociedad no están determinadas por mayor o menor
“aceptación” convencional de valores en abstracto. La contradicción real y
verdadera es aquella misma que en el Éxodo y los Profetas del Antiguo
Testamento se ha descubierto: la existencia de ricos cada vez más ricos a costa
de pobres cada vez más numerosos y más pobres. Esta contradicción -que
escuelas de sociología crítica afirman que representa la clave en la
estructuración de la sociedad- es la matriz del pecado social que tanto
denunciaron nuestros profetas latinoamericanos cuya sangre -como la de Espinal,
Romero y Ellacuría- aún está fresca.
- Evangelizar como Jesús, desde los
ojos de los pobres
Más
clases de religión o menos clases de religión -muchas veces con esos
chantajillos que hemos relatado- no se dirigen necesariamente a evangelizar
a los pobres (y sobre todo dejarnos evangelizar por ellos), en sentido
de que despierten en su dignidad de hijos e hijas de Dios, se hagan más
conscientes de su realidad de opresión, se organicen y levanten su palabra y
sus acciones para reconstruir esta sociedad boliviana cuyas estructuras
económicas, jurídicas y políticas no reflejan -en definitiva- los valores del
Dios de Jesús, sino más bien el afán de poder y de rapiña de los ricos.
Nuestra
historia latinoamericana y boliviana tiene demasiados ejemplos para comprobar
que la evangelización realizada desde el poder en muchas ocasiones sólo ha
provocado más muerte y desestructuración social. No se puede evangelizar
cristianamente sino es desde la simplicidad y desde lo llano, como el pueblo,
junto con el pueblo, ese “laos” en el que palpita y actúa la misteriosa
presencia del Dios liberador. Sólo podemos evangelizar como Jesús, desde
los ojos de los pobres.
Humilde y fraternalmente llamamos a
nuestros principales pastores a recuperar ese espíritu profético y hablar con
claridad al pueblo. Oramos por ellos -y por todos nosotros y nosotras- para que
ello se haga efectivo en este momento en que nuestras iglesias tienen tanto que
aportar al proceso de cambio estructural en el país.
Notas:
(1) Es decir, un tiempo en el que
reinarán de manera efectiva e irrevocable los valores del Dios bíblico: la
fraternidad, la justicia que privilegia a los pobres y el amor expresado en
acciones efectivas que construyen la vida.
(2) Cf. La referencia a
declaraciones del presidente del Concejo Nacional de Profesores de Religión, en
el artículo de Bolpress titulado "Nobleza eclesial e Iglesia Católica no
son lo mismo” de fecha 26 07 06.
(3) Como han venido a denominar
en bien fundamentados estudios socioteológicos algunos intelectuales y pastores
reunidos en torno al Departamento Ecuménico de Investigaciones en Costa Rica, o
en el Centro Cristianismo y Justicia, en Cataluña.
(4) Cf. Discurso del Papa Juan
pablo II Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, lunes,
12 enero 2004.
(5) Y ello lo afirmamos con la
misma sencillez con que decimos que ello no merma para nada nuestra valoración
por la revelación divina que ellas reivindican.
Miguel Mirando es católico laico y teólogo-educador.
Publicado por Carismatico Ec
para IGLESIA DE A PIE - Ecuador por la paz y la reivindicación
el 8/04/2015.
C O N C L U S I Ó N
“Los cristianos que están
incorporados a Cristo por el bautismo, forman el pueblo de Dios y participan de
las funciones de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Ellos realizan, según su
condición, la misión de todo el pueblo cristiano en el Iglesia y en el mundo:
Son “hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en el
corazón de la Iglesia”. Su misión propia y específica se realiza en el mundo,
de tal modo que con su testimonio y su actividad contribuyan a la
transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los
criterios del Evangelio.”
(Documento de Aparecida 209-210).
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