domingo, 26 de marzo de 2017

Novedades sobre el sacerdocio

S A C E R D O CI O,   C E L I B A T O …
2ª  parte.

Recopilación de textos. PR. Marzo de 2017.

….
CONTENIDO: 2ª parte.
8.       Todos sacerdotes como Jesús, X. Pikaza
9.       Contra el sacerdocio de la mujer, J. I. González
2ª parte: Celibato
10.   Celibato en la historia de la Iglesia, I. Pérez
11.   Jaque mate al celibato obligatorio J. J. Tamayo
12.   Celibato opcional, Movimiento para el celibato opcional
13.   Celibato y misericordia, R. González
14.   Crisis de la vida religiosa, papa Francisco
3ª parte: Diaconizas
15.   Diaconado femenino, Emilia Robles
16.   No quieren ser diaconizas, A. Aradillas
Conclusión
17.   Jesús fue laico, J. Miranda
Aparecida 209-210.

CONTENIDO: 1ª parte.
Presentación: Un nuevo culto centrado en el Reino, PR.
CONTENIDO: 1ª parte
1.       Urgente renovación del clero, M. Velásquez
2.       Sacerdocio y CEBs, E. Hoornaert
3.       Por una Iglesia sin clérigos, J. Pérez
4.       Movimiento de Sacerdotes casados, E. Hoornaert
5.       Clericalismo, J. M. Castillo
6.       Curas para promoción personal J. M. Castillo
7.       ‘El hábito no hace el monje’, P. Mallo
8.       El sacerdocio en la carta a los Hebreos, J. Housset


 9.  LA  NOVEDAD  DE  JESUS,  TODOS  SOMOS  SACERDOTES, Xavier  Pikaza.


Presento, por primera vez, las síntesis que he hecho de la primera parte (Páginas 1 a la 118) y de la segunda (119 a 223) del libro La novedad de Jesús. Todos somos sacerdotes, Xabier Pikaza, Ed. Nueva Utopía, Madrid 2014). Cumplo así mi propósito y es pero reporte satis facción, luz y voluntad renovadora a los que las están esperando y a cuantos las lean por primera vez. Benjamín Forcano.

A MODO DE PREÁMBULO
Des de siempre se nos ha hablado del sacerdocio común, como algo propio de todos los cristianos. Pero, ha servido de bien poco. Es el sacerdocio, que es el de Jesús, y que representa una mutación sustancial con respecto al sacerdocio del pueblo judío y de otras culturas del Antiguo Oriente, es el único existente en la Iglesia católica, pero ha pasado a ser exclusivo de los hoy llamados clérigos .
El sacerdocio de Jesús no necesita de templos, ritos y sacrificios, ni de especiales intermediarios entre Dios y los hombres; es distinto y se condensa en el amor que rige y mueve toda s u vida, no en otro tipo de sacrificio externo, violento, oficiado por intermediarios sagrados.
Hay que volver al origen y retomar el Evangelio, porque nos hemos alejado de él, otorgando el título de sacerdotes, únicamente a una élite,- la clase clerical-, contrapuesta al laicado y erigida s obre él como una categoría superior, con poderes que la elevan sobre el resto de los fieles.
Admitir que la Iglesia se compone de dos categorías: una clerical y otra laical, con des igualdad entre ambas, es introducir algo contrario a la condición y dignidad sacerdotal de todo cristiano, fundadas en el sacerdocio de Jesús. En el Vaticano II, aparecen aún dos eclesiologías, no armonizadas. Así, en LG 10 se dice: “El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque su diferencia es esencial, no sólo gradual, sin embargo se ordena el uno para el otro, porque ambos participan, del modo suyo propio, del único sacerdocio de Cristo”.
Es el único texto donde se señala que la diferencia es esencial, pero sin fundamentar en qué y por qué. El sacerdocio de Jesús se comunica y opera en todos según lo que es. Y así se caminó en la primitiva Iglesia. Asignar a un “grupo” -los hoy clérigos - una participación singular y específica de ese sacerdocio hasta el extremo de establecer una diferencia esencial, es un invento posterior. El Vaticano II recalca en mil partes la posesión y comunión de todos en el sacerdocio de Jesús y en virtud de ella queda descartada toda desigualdad, discriminación o subordinación. El sacerdocio “jerárquico” no responde al sacerdocio de Jesús ni tiene sentido en la primitiva Iglesia. Será, a lo más, una de las tareas o servicios que producirá y designará la comunidad sacerdotal, pero nunca en el sentido de transferirle un valor o dimensión nueva que le de plenitud en el obispo y en menor grado en el presbítero.
El sacerdocio de Jesús es laical en él y en consecuencia está en todos, y creará en las comunidades cuantas funciones, tareas, carismas o servicios (ministerios) sean necesarios. Es bueno cuestionar ciertos procedimientos eclesiásticos, que no encajan ni de lejos con la praxis y enseñanza de Jesús y también con la manera de ser y obrar de la Iglesia primitiva. El tema de la excomunión aplicada y comentada estos días a personas cristianas, no hay por donde reconocerlo confrontado con el Evangelio y el vivir de los cristianos del comienzo.
Como he dicho, ilustra sobremanera y sugiere modos de obrar distintos el estudio que un buen y reconocido biblista como Xabier Pikaza acaba de hacer: “La novedad de Jesús: todos somos sacerdotes”. Estudio sereno, riguroso, super-documentado y que ayuda a poner en su lugar el poder abusivo de la clase clerical. En este momento de crisis y de inevitable y creativa renovación según propugna el Papa Francisco, se necesitan estudios así, para entender, aclarar y estimular propuestas que seguramente a muchos van a sorprender. Los caminos, que ahí se abren al futuro y que hay que ensayar y crear son innovadores, fecundos seguramente, si sabemos asumirlos responsablemente. Nada tienen que ver con el capricho, la indisciplina, o la rebeldía instintiva u otros motivos que algunos puedan imaginar. Surgen y hay que crear nuevas soluciones.
Paz y bien.
(Cfr. Xabier Pikaza, La novedad de Jesús: todos somos sacerdotes, Nueva Utopía, Página 224).


1ª parte: VOLVER AL COMIENZO
Reemplazar el sacerdocio jerárquico por el sacerdocio de Jesús, que es el de todos

INTRODUCCION
La razón del tema es clara. Nos encontramos, tras dos mil años de historia, con que el tema del sacerdocio cristiano ha entrado en gravísima crisis: los llamados a continuar con la figura tradicional del sacerdocio no responden ni llegan y, al mismo tiempo, la escasez de los existentes y el envejecimiento de la mayor parte, ponen al des cubierto una brecha que amenaza el modelo eclesiológico bipolar Clérigos/Laicos.
Puede que la ausencia de vocaciones sea un factor importante en es te fenómeno. Pero, independientemente de él, se muestra otro aspecto que considero radical para es clarecer lo que está pasando y alumbrar un nuevo futuro: ¿Se trata simplemente de una crisis vocacional o más bien de un retomar el Evangelio y ver si el sacerdocio de Jesús, propio de todo cristiano, se ha mantenido en su recorrido histórico en lo que de verdad es o se lo ha reemplazado por otro, que lo trastrueca profundamente?
Dada la preponderancia absoluta que la figura del sacerdote, tal como la conocemos hoy, ha adquirido por siglos en la cristiandad, a muchos les parece más que temerario cuestionar esta figura y suscitará -de ello no tengo duda- asombro, dudas y protestas inacabables.
No es mi tención entrar a describir la peculiar personalidad del clérigo, que le lleva a renunciar a la propia autonomía y libertad para cumplir incondicionalmente la norma del sistema clerical establecido, sino ver si la figura clerical dominante responde al nuevo sacerdocio de Jesús, con las consecuencias que esto conlleva para sus seguidores.
Esto supone, primero de todo, fijar el significado original del sacerdocio jesuánico y comprobar si, a lo largo de la historia, lo hemos sabido mantener o nos hemos apartado de él. Puedo adelantar que el estudio arroja luz en el sentido de que, a partir del siglo III, esa figura primordial fue adquiriendo rasgos y cualidades, que lo sustraían a la comunidad y se la reservaba a una minoría, como categoría superior al margen de la comunidad.
El inicio y el recorrido histórico nos traen hasta el mundo de hoy y entonces podemos confrontar si el retrato actual del sacerdote concuerda o no con el del comienzo.

EL SACERDOCIODE JESUS

  1. El sacerdocio como poder en el tiempo de Jesús
En las diversas culturas del Antiguo Oriente, existían los sacerdotes. Eran intermediarios entre Dios y los hombres (el mismo “patriarca” o rey del clan, que eran sacerdotes, estaban en simbiosis con Dios); suscitaban su poder y lo controlaban en lugares y fiestas determinadas; eran creadores de santidad ritual y especialistas en sacrificios.
Dentro del pueblo judío, siglos antes de Jesús, aparecen también santuarios y grupos sacerdotales (levitas), especialistas en sacrificios. El Código Sacerdotal (libros Levítico y Números) hablan del Sumo Sacerdote como autoridad máxima, representante de Dios y delegado del Rey persa, quien una vez por año tiene que penetrar en el “Sancta Sanctorum” (lo más Sagrado) del templo para interceder por el pueblo.
Hasta la conquista romana (64 a. C) se mantiene esta situación y, a partir de ella, las funciones se dividen: un Gobernante romano con poder civil y un Sacerdote con autoridad religiosa.

  1. Jesús fue un laico
Metido Jesús en su vida pública, se lo conoce y actúa él como un laico, en la línea de los profetas y de los pretendientes mesiánicos, de los sanadores carismáticos y de los sabios populares. En el punto culminante de su vida, Jesús sube a Jerusalén y se enfrenta con los sacerdotes. Sube a Jerusalén, pero no para “legalizar” sus ritos y someterse a la autoridad de los Sumos Sacerdotes, sino para mostrar que el templo ya no tiene valor s agrado para el pueblo.
A muchos sacerdotes actuales, les sorprenderá que se diga de Jesús que fue un laico. Considero de gran utilidad sintetizar lo que el citado Xavier Pikaza desarrolla sobre es te punto (Cfr. La novedad de Jesús: todos somos sacerdotes, pp. 13-31).
“El sacerdocio de Jesús coexiste en El desde su condición de laico. El Hijo del hombre, humano a cabalidad, no se atribuyó títulos de honor, pues títulos y honores los tenían otros (sacerdotes y rabinos, presbíteros, pontífices y obispos -inspectores), sino que actuó como un simple ser humano, sin tareas oficiales, ordenaciones jurídicas, ni documentaciones acreditativas. No se llamó sacerdote, ni recibió las sagradas órdenes, sino que fue un judío marginal, de origen galileo y de extracción campesina, obrero de la construcción (albañil o carpintero) sin tierras propias.
Jesús tuvo la certeza de que el tiempo se había cumplido y que Dios le impulsaba a proclamar la llegada del Reino, que él  debía empezar ofreciendo a los enfermos, marginados y excluidos de Israel, para abrirlo después por medio de ellos a todos los hombres y mujeres, siempre a partir de los pobres. Se sintió Mesías enviado de Dios Abba, creador y amigo de los hombres, pero no quiso hacerse rey con poder político, ni fue sacerdote o guerrero sagrado, sino que pareció y actuó simplemente como un hombre, anunciando salud para los enfermos, plenitud para los pobres y reconciliación para todos. Así lo dijo y lo vivió sin cátedras, templos, palacios, en el “bazar” abierto de la calle y el camino.
Jesús, pues, era un laico o seglar, sin estudios ni titulaciones especiales, al interior de las tradiciones de Israel (en una línea profética), pero fuera de las instituciones poderosas de su entorno (templo, posible rabinato). Creía que Dios era Padre de todos los hombres, creó un movimiento de sabiduría singular, curación integral y comunión entre los marginados de su entorno, a quienes iba despertando, acompañando y animando, pues ellos eran destinatarios y herederos del Reino de Dios, que es vida para los enfermos y hartura para los hambrientos y expulsados de la sociedad establecida (Cf. Mt 5,3; 11,5; Lc 6,20; 7,22).
Era un marginal y, como tal, es taba convencido de que sólo en el margen (fuera de las instituciones del sistema), podía plantarse la obra de Dios, la nueva humanidad porque el Reino pertenece a los pobres; no empleó métodos de reclutamiento y separación clasista, no adiestró a un posible grupo de combatientes, ni fundó una agrupación de especialistas de la ley ni un resto de “puros” frente a la masa perdida. No apeló al dinero, ni a las armas, ni educó un plantel de funcionarios, sino que vivió directamente en el bazar abierto de la vida.
Habló con imágenes que todos podían entender y actuó con gestos hacia los excluidos y necesitados que todos podían asumir. Compartió la comida a campo abierto con aquellos que venían a su lado y mostró un cuidado especial por los niños, enfermos y excluidos de la sociedad.
No fue un soñador cándido, ajeno a la sociedad (un simple contra-cultural), pero tampoco un hombre del orden social o religioso. No se lo podía asemejar a los fariseos, que daban primacía a la ley; él colocaba el servicio y el amor a los pobres por encima de las normas nacionales. No fue un hombre del sistema, pero tampoco un outsider utópico. Fue profeta mesiánico y hombre carismático, al margen de la buena sociedad, pero supo ponerse en el centro de la gran plaza de la vida y promover la convivencia, desde un amor a Dios, que hace posible el perdón y la libertad entre hombres. La religión no era a su juicio, un sistema de organización sagrada, sino una experiencia directa de comunicación gratuita con Dios y entre los hombres.
Dos eran sus principios:
-          Creía en Dios y en su nombre actuaba.
-          Fue amigo de los pobres. Ellos fueron los primeros destinatarios de su mensaje.
Quiso ser universal des de las zonas campesinas donde habitaban los humildes. En su mensaje cabían todos, por encima de las leyes de separación nacional, social o religiosa. Se rodeó de seguidores y amigos, algunos de los cuales dejaban casas y posesiones para estar con Él. Convocó a doce discípulos especiales, los hizo mensajeros del nuevo Israel y los mandó a anunciar la llegada del Reino, sin que tuvieran autoridad administrativa o sacral alguna (no eran sacerdotes) sino como corazón de la nueva humanidad reconciliada.
Presentó su causa ante el gran Sanedrín, sin armas, pero los sacerdotes, secuestradores del Dios del Templo, le acusaron ante Pilato, y pensaron que condenándole a muerte acallarían su voz y destruirían su utopía mesiánica, que era peligrosa, por universal e igualitaria. Murió entre otros dos “bandidos”. Su delito fue amar y anunciar un Reino universal, pues el amor es peligroso para el sistema del templo y del imperio.
De manera que, en el comienzo real de la Iglesia, están los pobres, a cuyo servicio debían ponerse los Doce y los restantes seguidores. Dentro de su movimiento mesiánico, sin una filosofía especial, sin una fórmula social particular, sin un programa económico o político, militar o religioso, aparecía él simplemente como un hombre amigo de todos y, en especial, de los pobres y excluidos: “Por aquellas fechas vivió Jesús, un hombre sabio… autor de hechos extraordinarios y maestro de gentes que gustaban de alcanzar la verdad. Y, aunque condenado por Pilato a morir en la cruz, las gentes que le habían amado anteriormente, tampoco dejaron de hacerlo después. Y hasta el día de hoy no ha des aparecido la raza de los cristianos, así llamados en honor de él” (Flavio Josefo).
Sólo en este fondo de amor se puede entender a Jesús, profeta galileo marginado, en contacto directo con los excluidos, dentro de una sociedad dominada por un imperio implacable (cuyo César se proclamaba rey divino), mientras parecía que el Dios nacional y/ o judío, secuestrado por los jerarcas del templo, callaba. Jesús murió fracasado, pero su fracaso mostró que era verdad lo que había vivido y anunciado. Algunos de sus seguidores des cubrieron que él estaba vivo y así reiniciaron el más prodigios o de los caminos mesiánicos de la historia”.

  1. El testimonio de Pablo: La Iglesia sacerdotal, muchos ministerios.
El grupo que más próximamente seguía a Jesús, nunca se sintió un “cuerpo sacerdotal exclusivo” sobre el resto de los creyentes. Nos lo cuenta Pablo, que escribió sus Cartas a los 20 años de la muerte y pascua de Jesús. Todos, según él, constituyen una Iglesia sacerdotal que crea y des arrolla muchos ministerios.
Necesitamos releer sus enseñanzas (Corintios, Romanos, Gálatas…) para recuperar este sacerdocio frente a otras posteriores interpretaciones. Tres cosas claras recalca Pablo:

a)       El Cristo mesiánico, cuerpo entero de la Iglesia
Según Pablo, el Cristo mesiánico es como un CUERPO donde todos son miembros de todos, sin cabeza superiora ni cuerpo subordinado. Dicho cuerpo despliega diversos carismas, unificados por el amor.
-          Unos, vinculados a la PALABRA: Profecía, Enseñanza, Consuelo.
-          Otros, vinculados a la ACCION: Diaconía (asistencia comunitaria), Participación (entrega de los bienes a favor de los demás), Presidencia (dirección de los asuntos comunes), Acción Misericordiosa (ayuda personal humana).
Entre todos los carismas hay comunicación y encuentro y por ellos todos los cristianos son unos ministros de los otros. El carisma de la PRESIDENCIA viene reseñado como el último y a nadie de quienes lo ejercen se le llama obispo o presbítero, ni se lo concibe como sacerdote.
Pablo invierte, además, una experiencia religiosa de tipo jerárquico, que era dominante en el entorno helenista. Cada cristiano debe servir a los demás, especialmente a los que conforme al honor del entorno eran menos honrados; para la Iglesia son los más importantes los que menos tienen, pueden y saben.
Allí donde la Iglesia posterior se siente afirmando la unidad del Cuerpo desde una jerarquía sagrada, de tipo episcopal o presbiteral, definida como signo de Dios o su Cristo, ella podrá ser platónica o romana, pero no paulina o cristiana.
La novedad descubierta por Pablo es que en el Cuerpo eclesial no hay jerarquías superioras, que se imponen, ni funciones exclusivas de varones (o mujeres) pues todos han sido llamados al servicio mutuo. El contexto social romano y helenista frenó esta novedad y así ha quedado en la Iglesia católica hasta tiempos actuales.

b)       Actualidad de Pablo: superar el jerarquismo sacral y la exclusión de las mujeres.
Estamos en los comienzos del tercer milenio, conocemos el peso de los condicionamientos helénico-romanos, que hoy podemos revisar y superar. El Cuerpo mesiánico es para todos encuentro igualitario en Cristo, superando el jerarquismo sacral y la exclusión de las mujeres.
Pablo habla de mujeres (Evodia y Sintique) y de grupos de colaboradores donde predominan las mujeres (Tebe, Prisca, Aquila, María, Junia, Trifena y Trifosa, Pérsida…). Mujeres que se han es forzado por la causa de Jesús pero sin que en ningún momento las designe como inferiores o subordinadas al varón, están a su mismo nivel, al igual que él son “atletas” del Evangelio, portadoras del mensaje de Jesús. Estas mujeres son apóstoles (testigos de Jesús, servidoras de la comunidad y dirigentes (presidentes) de iglesias domésticas, como sucede también en otras comunidades cristianas. Sus ministerios han brotado de manera normal, según las necesidades apostólicas y organizativas de la Iglesia, por iniciativa de Pablo y de sus iglesias conforme al carisma del Espíritu Santo.
Todavía por entonces no se ha implantado en la Iglesia el patriarcalismo, que triunfará con las Cartas Pastorales (escritas por discípulos de Pablo) imponiendo una estructura de poder que es, en principio, extraña al Evangelio.

  1. Sucesores de Pablo, comienza el patriarcalismo
Conocemos las Cartas de la Cautividad (Colosenses y Efesios) y las Cartas Pas torales (1 y 2 Timoteo y Tito), escritas por discípulos de Pablo, entre el 70-90 d.C. El mismo autor Xabier Pikaza resume así las innovaciones que s e introdujeron: “Es tas Cartas expresan un esquema jerárquico de organización social no fundada en los pobres y excluidos, sino que responde a una casa-familia rica, con buen amo, mujer, hijos y criados. (Cf. Ef. 2,21; 4,12.16.29). (Ídem, pg. 75).
“Aunque el carisma paulino pervive en ellas, sus autores tienen miedo de la libertad cristiana (quizás por temor al gnosticismo). Por eso, apelan a la autoridad, tanto en línea de tradición (mantener lo dado), como de organización (obedecer a presbíteros, obispos) para establecer las iglesias como grupos honorables, con orden y limpieza administrativa, siguiendo el ejemplo del buen judaísmo (retorno a un tipo de ley, que Pablo había superado) y el testimonio del imperio romano, sistema eficiente de personas y pueblos…
Se vuelve primordial un tipo de organización parecida a la que existe en el entorno. Los presbíteros-obispos, padres de la casa eclesial, acogen a los que vienen y enseñan a todos, son servidores de la palabra/oración. Lógicamente, las Pastorales no promueven la misión (no hay apóstoles) ni la experiencia directa de Jesús (no hay profetas), sino que mantienen el depósito de la fe, la buena doctrina de la tradición, por unos ministros bien estructurados” (Ídem, págs. 90-91).
Podemos subrayar que en este tiempo comienzan a profesionalizarse las tareas del Evangelio y se asumen los principios de honor social, que Jesús había superado expresamente realizando seguramente la mayor inversión de la historia cristiana.

  1. Reinterpretación de los ministerios desde una perspectiva sacral
En la Iglesia primitiva los diversos ministerios en ningún momento se identifican con un tipo de “sacerdocio”, propio del culto judío o pagano. El sacerdocio de Jesús se entiende de una forma nueva y como tal se aplica a la Iglesia entera. No esperemos que Pedro, Santiago, Juan o la Magdalena se presenten como sacerdotes, con elementos del antiguo Israel y del entorno helenista y romano.
Pero, es a partir del s. III d.C. que la Iglesia ha reinterpretado sus ministerios desde una perspectiva sacral, con elementos del antiguo Israel y del entorno helenista y romano. De este modo, los fieles llegan a perder s u “carácter” sacerdotal y se vuelven meros laicos.

a)       El ritual y sacerdocio de Jesús se identifica con su propia vida.
La Carta de los Hebreos sabe a heterodoxa, en cuanto rechaza el ritual de Jerusalén con su templo y sacerdotes y presenta el sacerdocio de Jesús como nuevo y más antiguo que el mismo de Jerusalén, tal como aparece con Melquisedec antes del ritual del Levítico y del Templo.
Hay entonces cristianos helenistas que rechazan y superan el templo con sus sacerdotes y no muestran ninguna nostalgia por la destrucción del templo (año 70 d. C) sino que esperan la reconstrucción final en el verdadero templo y sacerdocio de Jesús. Retornar al sistema sacral es una equivocación. Hebreos dice que hay que vivir el sacerdocio de Jesús sin templo ni sacerdotes superiores, con un nuevo sacerdocio.
La institución sacerdotal de Aarón (templo, culto y ritos de Jerusalén) desaparece y llega el nuevo sacerdocio de Jesús (Heb 9,11-12). Desaparece el rito externo con su violencia sacrificial y emerge la vida personal, gratuita, que Jesús regala a Dios ofreciéndola a favor de los humanos. Culmina así su camino penetrando en el templo de los cielos y queda sin sentido la liturgia de Israel (Heb 10,4-9). El único “sacrificio” es la vida. En esa línea, Jesús sí que es sacerdote, al expresar en su humanidad el ser divino y vivir en amor hacia los demás: “No olvidéis de hacer el bien y ayudaros mutuamente. Estos son los sacrificios que agradan a Dios” (Heb 13,14).
Todos los creyentes, por la ofrenda de nuestra vida, quedamos integrados en el sacerdocio de Jesús. Todo intento de aplicar este sacerdocio a la función sacral de unos jerarcas (obispos o presbíteros) que se llamarían sacerdotes, carece de sentido.
El texto de los Hebreos condena, paradójicamente, el orden levítico con sus sacerdotes y sacrificios especiales. Pero, una parte de la Iglesia cristiana, en contra de los Hebreos, ha recuperado y expresado el simbolismo sacral del templo de Jerusalén (y la sacralidad greco-romana) en su organización y liturgia, en línea del Antigua Testamento. Ha llegado, pues, el momento de volver a la letra y espíritu de Hebreos, que es tanto como asumir el carácter existencial y comunitario del sacerdocio de Jesús. La comunidad profesa una espiritualidad sacerdotal no reservada para algunos miembros superiores o especiales de la Iglesia.
Y esta misma enseñanza aparece en (1 Pedro y Apocalipsis): el sacerdocio es un don del pueblo entero, todos los cristianos auténticos son sacerdotes, todos forman el Reino, esperando la llegada de la nueva Jerusalén: “Todos los miembros de la comunidad, fieles al testimonio de Jesús y dispuestos a entregar la vida en la lucha final de la historia, se vuelven sacerdotes de este gran “sacrificio” que es el amor que se mantiene firme en medio de la persecución” (X. Pikaza, Ídem, p. 108).

  1. Las gran inversión
Grupos de cristianos, después del 150, intentaron separar el cristianismo de su base israelita. La Iglesia reaccionó defendiendo su origen israelita, su independencia y sus propios ministerios sacralizados.
“En ese contexto la Iglesia sufrió una re-sacralización judía, una jerarquización helenista y una organización imperial romana. De esa manera, a partir del 200 dC., la Iglesia se estructuró y expandió como cuerpo social y religioso, con un sacerdocio nuevamente “elitista”, de unos pocos, mientras que el judaísmo rabínico se centraba en las tradiciones laicales de la Misná…
Los cristianos apelaron pronto a una visión jerárquica del gobierno reinterpretando su culto en una línea sacral, de manera que sus sacerdotes aparecerán como un orden superior de humanidad, en contra de la experiencia de Jesús y de la primera Iglesia que vinculó el nuevo sacerdocio a la comunidad cristiana.
Dentro de una visión ontológica de la realidad y de la Iglesia, los de arriba (obispos, presbíteros) se presentarán como signo de Dios, en contra del Evangelio, que supo des cubrir a Dios en los últimos del mundo, en los pobres y excluidos de la sociedad. Esta jerarquización se vincula con la filosofía griega y el imperio romano en cuyo entorno se introdujo el cristianismo. Mientras el judaísmo rabínico rompía sus relaciones con el helenismo para recuperar su matriz semita (hebrea, aramea), el cristianismo asumía desde la perspectiva de Jesús la filosofía jerárquica griega (platónica y estoica) y un tipo de organización romana (sacralizando así la autoridad).
Esta fue la gran inversión. Ella pudo “salvar” al cristianismo (evitando el riesgo de disolución gnóstica del Evangelio), pero lo hizo a costa de un elemento muy importante del mismo evangelio, que es la identificación del sacerdocio con la vida cristiana, es decir, con el amor comunitario abierto a Dios” (X. Pikaza, Ídem, 112-115).

  1. Bautismo y Eucaristía
En línea con lo dicho, conviene encuadrar el origen y significado del BAUTISMO y EUCARISTIA como dos de los signos laicales primordiales de pertenencia a la Iglesia.

a)       Bautismo.
Muy pronto los discípulos, tras la expresión pascual de Jesús, bautizaban a los creyentes, indicando que “morían” para servir a la vida. El bautismo en agua fue la primera institución (signo) visible de los seguidores de Jesús.
El bautismo era un RECUERDO del bautismo de Jesús donde él recibe la misión de ponerse al servicio de los hermanos. En ese momento, Jesús se dispone a proclamar el triunfo de la vida de Dios a través del perdón y de los excluidos del sistema.
El bautismo aparece como un rito vinculado a la VIDA, al alcance de todos, signo de la salvación realizada por Cristo. Habiéndose cumplido la espera, Dios por medio del Espíritu, revela su obra en el rito entendido como don de Dios y compromiso al servicio de los demás: para realizar en el mundo lo mismo que Jesús.
Como el agua es un rito UNIVERSAL, símbolo de un nuevo nacimiento en amor e igualdad. Es también un rito SECULAR, plenamente LAICAL, que puede realizarse por cualquiera de los creyentes y no por un grupo especializado de sacerdotes (que no existían). Jesús no fue al templo de Jerusalén a bautizarse ni a pedir permiso a los sacerdotes para poder bautizar. En la comunidad de los suyos, todos eran “sacerdotes” al estilo suyo, y todos podían bautizar.

b)       Eucaristía
La eucaristía es una experiencia, vivida entre los discípulos, como COMIDA COMPARTIDA y RECUERDO de la vida de Jesús.
-          Comida tenida en el campo con sus seguidores y con el pueblo, sin ningún rito.
-          Comida que les recordaba la cena de des pedida de Jesús, la última, con sus palabras: “Cuando os reunáis, haced esto en memoria de mí”, palabras dirigidas a ellos como representantes de la totalidad de los que le habían de seguir.
-          Comida que les servía para unirse, vincularse, recordar que él es taba vivo, después de haber muerto por anunciar el Reino, y acrecentar entre ellos el conocimiento, el amor y la unidad como cuerpo mesiánico.
-          Comida normal, al uso cotidiano del lugar, sin ser preparada por un cuerpo de sacerdotes ni liturgos especiales. A partir de los años 40, se había hecho un modelo universal, pero ajeno al modelo del sacerdocio de los sacerdotes de Jerusalén.
-          Comida, y no rito sacrificial para ser repetido por sacerdotes profesionales. San Pablo, en ningún momento habla de quién debe presidir esa “comida” integrada por el Pan y el Vino. Le preocupa cómo se vive y cómo ayuda a los que en ella participan. La regulación de la presidencia está ausente. Preside, dentro de la casa familiar, uno u otro, hombre o mujer, sin aludir para nada a un ordo de sacerdotes que se atribuyera tal tarea como propia. Cómo entra más adelante el modelo patriarcal, lo explica con claridad y rigor Xabier Pikaza.


2ª parte: LA IGLESIA DE JESUS UNA SOCIEDAD DE IGUALES

Señala en forma prospectiva el camino abierto, para que sea recorrido por lo que debe ser el estilo de vida de la Iglesia con sus ministerios mesiánicos.

De la majestad de la catedral a la sencillez de la plaza pública.

A. EMPEZAR DE NUEVO: COEXISTENCIA DE DOS ECLES IOLOGÍAS
El Vaticano II quiso volver a sus orígenes, anteriores al siglo XI, (Iglesia gregoriana 1073-1085) y aun antes del siglo III para recuperar las cosas como fueron al principio. De esa herencia vivimos hasta el Vaticano II. Pero el concilio no pudo incluir armónicamente (Lumen Gentium 1964; Gaudium et Spes 1965) las dos visiones de Iglesia. De hecho, aparece dominante una eclesiología de comunión, pero en el plano jurisdiccional y práctico se hace más explícita una eclesiología jerárquica.
-          En el primer modelo: “Iglesia = Pueblo de Dios”, lo primero es la iglesia sacerdotal y, dentro de ella a su servicio, se instituyen los ministerios.
-          En el segundo, se parte de un grupo al que el mismo Cristo habría instituido como “dirigentes sacerdotes” (apóstoles, obispos…) para regir la Iglesia. Dicho grupo posee por encima del pueblo el poder s agrado, ha dominado y ha hecho que nada cambiase. Se ha seguido hablando de iglesia de comunión pero en realidad ha dominado la eclesiología del sacerdocio jerárquico, que es la que se admite y repite s in más.
El problema de fondo es que se ha descartado la identidad del sacerdocio de Jesús, propia de toda la Iglesia, y de los ministerios que le pertenecen. Se trata, por tanto:
-          De reconstruir una experiencia y piedad sacerdotal, propias de todos los cristianos, no exclusiva de clérigos. Ni el Papa ni los Obispos son más sacerdotes que un “simple” cristiano.
-          Sólo cuando los ministerios se los vea como tareas de todo el pueblo de Dios se podrá hablar de renovar esos ministerios, en la línea de un servicio evangélico y comunitario. Y sólo así surgirán vocaciones nuevas, de varones y mujeres, casados o solteros, de servicios eclesiales.

B. LA NOVEDAD CRIS TIANA: un nuevo templo, el amor y comunión de los creyentes.
Los primeros grupos cristianos se relacionaban desde la memoria de Jesús crucificado, aceptando, en parte, la forma organizativa de las casas y las sinagogas, y en las que se vinculaban por amor, gratuitamente, desde los pobres.
Su misma comunión les hace ser cristianos, identificados en una misma fe. Les congregaba el amor de Dios y la esperanza de su Reino, tal como se había manifestado en Jesús. Ninguno de los ministros, que había en sus grupos, se arrogaba un poder sacerdotal sobre los otros, pues ese “poder” pertenecía a todos. La esencia de su vida cristiana era una experiencia de comunicación creyente, personal y social, una forma de vida compartida sin apelar al dinero, no un dogma ni una espiritualidad intimista.
La fe en Cristo y de unos en otros, los libra y los hace vivir dando la vida los unos a los otros: “Su misma comunión eclesial, les hace ser cristianos” (Pg. 127), sin que previamente sean cristianos y luego tengan que reunirse. El sistema judío, helenista y romano heredado, cumplió su función, pero ha ido perdiendo consistencia y hoy se impone retornar al primer momento de la Iglesia, que vuelve a vincularnos con los pobres: los expulsados y fracasados de la historia.
Pasamos así de una estructura jerárquica a un movimiento de comunicación inmediata de la vida, que infunde un impulso de amor en lo social, que los organiza entre sí con una diversidad de servicios y no como un orden de doble categoría: superiores y más altos unos e inferiores y subordinados, otros.
Surge un nuevo templo donde compartir experiencias y enriquecerse unos a otros desde el anuncio del Reino de Dios. “Salir de la catedral para situarse en la plaza de la vida” (Págs. 129-130) y convivir espontáneamente con los expulsados del sistema, sin tener que pasar por el control de los sacerdotes o maestros de la Ley. Ni estructura Imperial ni Templo sino Dios, sin intermediarios superiores, en reconocimiento de la vida de los otros y aportando la propia, para des cubrir de esa manera al Dios de los pobres. S implemente, vivir amándose mutuamente, en una comunión donde caben y tienen la Palabra los más pobres.
No se necesitaban, por tanto, modelos de poder centralizado para acoger, cultivar y regalar la vida como Jesús, para cultivar la presencia de Dios y construir un nuevo Templo: la misma creación era el Templo de Dios. “El orden de la catedral viene de fuera, como una dictadura que se impone sobre la piedra y la madera muerta, “obra de las manos” de los hombres; la Iglesia de Jesús es el “edificio nuevo” que se identifica con el mismo amor y comunión de los creyentes, que van creando su propia humanidad (Pg.131).

  1. Una red amor y comunión: la nueva catedral.
El principio del cristianismo supuso en el siglo I que Jesús estableciera una forma nueva de comunicación, expresada en el Sermón de la Montaña, que como “mano invisible” divina, se fue expandiendo desde abajo; se dio un tipo de intercambio personal y social que antes no existía. Esta experiencia se vinculaba a Jesús, presente espontáneamente en múltiples gestos y contactos, promovidos y organizados por la experiencia del Señor resucitado en la plaza de los acontecimientos diarios y no por una jerarquía más alta.
La Iglesia crece en espacios donde la vida se comparte libremente y con amor. Es a vida no es una catedral, (sin alma) construida, sino una red de conexiones que se hacen y recrean incesantemente. El espíritu de Jesús daba unidad aes a red de relaciones sociales.
Mirada así, la Iglesia más que una catedral (con un Papa, unos obispos y unos sacerdotes-presbíteros controlando desde fuera) es como un bazar en el que se da la experiencia de hombres y mujeres que se aman, poseídos por el espíritu de Cristo, en comunión múltiple de vida. O, mirada des de dentro, es el “templo vivo donde cada una de sus piedras (cada creyente) crece y comparte con los otros un organismo nunca imaginado de comunicación y vida personal. De esa manera, sin catedrales ni posiciones de privilegio, Jesús hizo de s u Iglesia un edificio de piedras vivas, un cuerpo mesiánico” (Págs. 134-135).

  1. Salir de la catedral para des cubrir, en medio de los pobres, el Evangelio.
Jesús no encerró a sus seguidores en una catedral, ni los trató como menores, sino que los miró como libres y responsables, reyes de sí mismos, como hijos de Dios-Padre, y contando con ministerios no jerárquicos. El Nuevo Testamento no conoce ministerios “sacerdotales” de un orden superior, sino ministerios fraternales, propios del sacerdocio universal de Cristo en línea de servicio: presidir, (presbiterado), supervisar (episcopado), y que ponen en crisis el modelo que culmina con el Papa y los obispos que él nombra, alejados de la fraternidad y del Evangelio.
Papa, Obispos y Presbíteros son sacerdotes por pertenecer a la comunidad sacerdotal de la Iglesia, a la que sirven y de la que reciben la Palabra y el Sacramento. Esta comunidad cristiana es fruto del amor infinito de Dios , que nada imponen y no de un orden de poder papal o episcopal que se ejerce al estilo de la filosofía griega y del imperio romano, que se configura de arriba a abajo, con la dignidad de unos hombres más altos y sabios, que son los que gobiernan: “En este sentido, la “potestad ” (suprema, plena, universal e inmediata) de la Iglesia (representada por el Papa) es el amor compasivo, universal con que s e aman los creyentes, en apertura a todos los hombres, de manera que podemos decir que el mismo amor es “Obispo” y Papa” (amigo/a, hermano/hermana…) de la Iglesia (Pg. 139).
La unidad y autoridad cristianas residen en la comunión multiforme de los creyentes. Lo que de verdad ayuda a realizar sus objetivos no es el poder ni otro tipo de consenso y presencia.

C. LA REVOLUCIÓN CRISTIANA S E REALIZA FUERA DEL PODER
La conversión (revolución) cristiana ha de hacerse desde fuera del poder, no como suele hacerse en la vida económica y política de los pueblos. En la Iglesia de Jesús, no es que el Papa y los Obispos puedan regalar nada a la comunidad (más autonomía) sino que actúan para que todos puedan amarse en libertad, y organizarse por sí mismas, manteniendo dialogal y ministerialmente la comunión entre ellas.
La autoridad es de los oprimidos y expulsados, lo que significa que la Iglesia tiene puesto su corazón en los pobres y entregándose y amando a ellos manifiesta que posee el amor de Dios y revela la verdad del Evangelio. De esta manera, la unión en el amor mutuo se presencializa el amor de Cristo entre los hombres y da a entender que lo primero es: cultivar la libertad y comunión del Evangelio y no cambiar las instituciones o las verdades definidas de la fe.

  1. ¿Celebración de un nuevo concilio?
La celebración de un nuevo concilio Vaticano III, que asegure nuevas estructuras de la jerarquía, que solucione desde arriba el tema del celibato, ordenación de las mujeres, poderes de los obispos, función del Papa…, tras saber que las mayoría de los obispos han sido nombrados en una línea sacral y fundamentalista, no s ería representativo de la Iglesia ni de la dinámica del Evangelio ni participarían como conviene las otras Iglesias.
Lo primero y más importante es que las Iglesias busquen caminos desde abajo, mientras sirven a los pobres, aprendiendo a compartir los sufrimientos de los expulsados y abrir con ellos un camino de libertad. El celebrar lo tienen los pobres, con autoridad propia, que los constituye en concilio permanente. Entonces, el concilio deja de ser un acto separado, y se convierte en un lugar donde unos y otros regalan y comparten la vida. Un concilio demostrado en la vida diaria, con formas concretas de presencia y servicio a los pobres, con la oferta de la Palabra y el Pan, de dignidad y comunión de amor.
“Por coherencia histórica y evangélica, los dirigentes de la Iglesia deben volver al lugar donde es tuvo Jesús y los primeros cristianos: entre los hambrientos y marginados del imperio antiguo y así redescubrir y recrear la catolicidad del Evangelio” (Págs. 146-147).
Lo que une a la Iglesia no son dogmas ni leyes, ni unas jerarquías superiores, sino la mutación evangélica mostrada en el amor mutuo y en el pan compartido, y en el perdón que brota des de los mismos pecadores perdonados. Así surgió y operó la declaración fundacional del primer concilio de Jerusalén: “Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros…” (Hechos 15,28).
Des de esa comunión, puede haber funciones diversas (1 Corintios 12,14). El Dios de Jesús habla a cada uno, en su intimidad, pero en común con otros. Potenciar la vida de comunidad para no caer en el individualismo ni en manipulaciones impositivas, requiere que las comunidades celebren por sí mismas, como derecho propio, el bautismo y la eucaristía, abriendo la puerta a nuevos creyentes. La eucaristía misma, celebrada por la comunidad en el nombre de Jesús, hace posible el surgimiento de una comunidad, con dones diferentes, pero todos al servicio del mismo cuerpo eclesial.

  1. Sacerdocio común, nuevos ministerios
“Puede que, en general, los “jerarcas” actuales de la Iglesia sean personas sacrificadas y de gran altura moral. Pero la institución del poder sagrado no responde al evangelio. Los sacerdotes muy legales de Jerusalén condenaron a Jesús, pretendidamente mesiánico. Pero muchos seguidores de aquel, han vuelto a establecer un tipo de sacerdote semejante al anterior” (Págs. 150-151).
Conviene, pues, distinguir una autoridad de funcionarios pendientes del funcionamiento y producción de la máquina-sistema, esclavos a sueldo, de otra que busca el encuentro directo, abierto a todos, especialmente a los carentes de dignidad y expulsados del sistema. Esta autoridad, testigo del Reino, regala vida y está al servicio de la comunidad.
-          La organización de la burocracia sacerdotal que ha configurado la historia de Europa, alzándose como clase elegida, inviolable, nobleza espiritual, de halo divino no es la que corresponde al Nuevo Testamento y, en consecuencia, no puede seguir recibiendo honores de casta superior. A partir de la ilustración (siglo XVIII) sobrevienen las ciencias y el capitalismo, que se añaden a un pasado cristiano, con un pres ente de globalización neoliberal.
-          En este proceso, la Iglesia católica, a partir de la ruptura del protestantismo, intensificó su unificación jerárquico-burocrática, destacando el sentido universal (católico) del Evangelio, pero quedaba convertida en sistema que no salvaguardaba la libertad de personas y comunidades.
El cambio cultural y la dinámica del evangelio han puesto en crisis estos modelos de autoridad. El ministro católico del futuro, como creyente que forma parte del pueblo sacerdotal, realizará su tarea en servicio de la comunidad en la línea de Cristo. Esta visión se está gestando ya en diversos lugares y formas, sin que los más interesados por la Iglesia oficial, no logren verlo. Es te camino no olvida el pasado, pero no se encierra en él.
Frente a este futuro, se pueden diseñar tres tipos de ministerios, insuficientes:
-          El del clérigo, que aparece al lado de la catedral o de la nobleza medieval o barroca, llamado a extinguir y que pronto será objeto de museo, ajeno al Evangelio.
-          El del clérigo, que sigue funcionado como si los lacios fueran clientes de una jerarquía de la que reciben servicios espirituales.
-          El del clérigo que, al ritmo actual del mercado, trata de cuidar y programar su oferta para aumentar sus ventas.

  1. La autoridad del sacerdocio común: el mensaje y vida de Jesús
Tal como hemos ido viendo, el ministerio cristiano no es un poder de sistema, separable de los fieles; no es un honor añadido a los ministros; ni es una habilidad para atraer más clientes, sino que es la vida misma de los fieles. No hay nada ni nadie por encima de los fieles, constituidos en verdad definitiva con su amor mutuo y su comunión con la Palabra y el Pan.
En el principio, pues, está el “sacerdocio común”, que el mensaje y vida de Jesús ofrece a todos los que quieran escucharle, por lo que “en la iglesia no hay lugar para consagrados especiales, ni sedes santas, ni santos lugares, o personas, ropas, canciones o colores ofrecidos a Dios por ser distintos. No hay para Jesús un mundo de Dios por arriba, sino que el mundo de abajo (pobres y expulsados) es presencia de Dios (Págs. 160-161).
Todo en la iglesia es mundano y laical y, a la vez, sagrado, expresión de su misterio. Y la misión cristiana consiste en cultivar la vida de Dios en este mundo. A la Iglesia, para ser lo que Jesús le ha confiado, le basta con la Palabra y el Amor mutuo, al estilo de Jesús. Le sobran los edificios, y planes burocráticos; le sobra el capital, el activismo y la propaganda de mercado, y le basta con la vida misma de los fieles.
En un segundo momento, y desde ese sacerdocio común, se podrá hablar de ministerios especiales al servicio de la misión y comunión cristiana.

C. LO PRIMERO DE TODO EL SACERDOCIO DE BASE
Unida por la Palabra y el pan, la iglesia expresa su identidad en el camino concreto de la finitud y fragilidad de la vida humana, del nacimiento y muerte de los hombres. Celebrar la presencia de Dios en este espacio de fragilidad supone que, a diferencia de una visión jerárquica y s agrada de los ministros, los bautizados pueden proclamar y compartir el pan por sí mismos, cumpliendo con las palabras de Jesús: “Donde estén dos o tres reunidos en mi nombre… allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20).
La tradición posterior invirtió la experiencia de Jesús. Ahora, es momento de recuperar el sacerdocio de base. Aun cuando no sea oficial, “siempre que un grupo de cristianos se reúna, de buena fe, en nombre de Jesús, escuche su palabra, e invoque su memoria en el Pan y en el Vino compartidos, podemos y debemos afirmar que existe eucaristía, encarnación sacramental de Dios, por Cristo, Iglesia” (Pg. 164).
Lo primero en la iglesia es el sacerdocio de base. Y “la gran iglesia, sólo puede entenderse en forma de comunión de comunidades autónomas, que aprenden a celebrar por sí mismas, es cogiendo para ellos sus propios ministros” (Pg. 165).

  1. Los nuevos ministros
“Los nuevos ministros bastará con que sean hombres o mujeres de comunidad que, por vocación personal, carisma del Espíritu y aceptación comunitaria, quieran y puedan servir a la iglesia, sin dejar por ello su vida secular… Y lo serán durante el tiempo en que la misma comunidad les confíe su tarea al servicio del Reino” (Pg. 168).
Es tos ministros deben saber discernir y decir la Palabra de Jesús, pues la Iglesia no tiene más capital que esa palabra de libertad que es cuchan y expanden para compartir la vida en común. Des de ese compartir Palabra y Pan, la liturgia no es un rito separado de la vida, sino el gesto central de la misma, que nos lleva a superar la visión egoísta de la economía y del mercado.
En sentido estricto, aunque pueden ser uno o varios los celebrantes, los celebrantes son todos los cristianos que comulgan entre sí al comulgar a Cristo. Los cristianos, a diferencia de otras teorías, ofrecen la misma vida hecha palabra que engendra y educa, cura y acoge. Dar la palabra significa que se deja espacio al otro, para que todos seamos juntos.

  1. La Iglesia, presente entre los excluidos, como red de comunidades
La iglesia trabaja dentro del sistema económico actual, donde aparece la vida más amenazada, introduciéndose como Dios en la historia y expresar su amor gratuito en el amor que los hombres tienen y comparten. De esta manera, manifiesta la vida de Dios, que triunfa sobre la muerte en espera de la resurrección: “Jesús no fue un reformador de instituciones, ni quiso crear un orden nuevo de ritos.
Des arrolló la creación, partiendo des de abajo, de los pobres y por eso fue asesinado por los representantes del sistema político-religioso… El tiempo de ciertas instituciones de tipo sagrado y de poder social, creadas posteriormente, se están acabando y desde la raíz del Evangelio, han de surgir nuevas comunidades que empalmen con la primera comunidad del siglo I después de Cristo” (Pg. 174). “El cambio ha comenzado y aunque no es de esperar que lo promueva la cúpula clerical, es te cambio debe ser cristiano, evangélico, en el sentido más intenso de es te término” (Pg. 176).
Se trata de abrir el Evangelio a todos los humanos, con superación de la institución actual, pero sin abandonar a cada uno a la improvisación y al grupo a la anarquía, sino vivir el encuentro de la Palabra y Pan con espacio y camino para todos. Por tanto, ni jerarquía sin comunidad, ni comunidad sin jerarcas; ni cristianos sin institución ni cristianos con instituciones fuertes sin libertad; ni angelismo, ni improvisación, ni imposición jerárquica con sumisión de los fieles, ni pura anarquía.
Como en el principio, podemos compaginar la variedad de tendencias y grupos, que brotan del mensaje de Jesús y de su Pascua, en autonomía y comunión: “Las Iglesias se unieron como red de comunidades que se saben vinculadas por un mismo Jesús” (Pg. 10).

  1. Sólo quedan fuera, los que pretenden ser única Iglesia
La gran Iglesia sólo rechazó a ciertos grupos judeo-cristianos que intentaron cerrar el mensaje y vida de Jesús en unas estructuras legales de tipo nacional (sólo para ellos), negándose a recibir en su comunión de Cristo a los paganos. Sólo quedaron fuera de la Iglesia los que quieren ser única Iglesia: se expulsan a sí mismos, los que expulsan a otros porque piensan y comen de distinto modo. En la gran iglesia cristalizó la mutación evangélica, expresada en el pacto eucarístico de las diferentes iglesias, cada una con sus ministros y proyectos de Evangelio, pues la misma Pascua les llevaba a la unidad “carnal” de los creyentes, un camino que sigue abierto a todos (Cfr. Pg., 183).
La Eucaristía es un momento central de la vida, que vincula a los creyentes en torno a una mesa, en diálogo de afecto y palabra, por encima de diferencias ideológicas y sociales. Es comida y compromiso de entrega personal por los demás como Jesús, en gesto que se abre a todos los humanos.

  1. La Eucaristía, Cena abierta a todos
Sin dejar de profesar la Divinidad del Cristo y s u presencia misteriosa en los creyentes, la Eucaristía invita a quienes quieran dialogar, por ser una Cena abierta a todos los que quieran participar en ella, situándose así en cualquier lugar del mundo, al servicio de la humanidad entera; es una comida que se comparte y disfruta entre todos.
“El principio universal de la “nueva evangelización” es que tengamos pan y vino, cereal y zumo para todos y que existan, de un modo especial, ámbitos de encuentro hechos de palabra fraterna y comunicación universal directa” (Pg. 189). La comida compartida, propia de todos los hombres, queda como signo de comunión, hoy que andan tan divididos, para que puedan sentarse a la mesa de la realidad compartiendo un amor y una esperanza. Ser y sentirse católicos supone hacerse universales, acogiendo los valores de otros, respetando su identidad social y religiosa, sin querer convertirlos, ofreciéndoles aquello que la Iglesia más valora, la eucaristía.
La tradición cristiana sabe que el único Dios real es el Amor, revelado como don de sí. Por encima de la Ley, que enaltece y desiguala, está el amor generoso, pues da gratuitamente lo que tiene. La idolatría del Capital nace de la envidia que nos enfrenta a unos con otros, máxima miseria que nos impide saber lo que es amor en gratuidad, centro del ministro cristiano del amor.

  1. Sobre el principio del Amor, se asientan todos los ministerios
Dios, que ha creado todo por amor, sin pedir nada a cambio, se ha hecho carne en nosotros, para continuar dándose gratuitamente. El capital del amor no busca seguridades, ni ganancias, se entrega sin más seguridad que la res puesta de los amados. Sobre ese fondo del amor, se asientan todos los ministerios. El Pan compartido es el símbolo del regalo que de sí mismo hace cada uno a los demás, para que vivan sin competencia ni violencia agresiva. Cada vez más, surgen personas y grupos pequeños que se sienten llamados a vivir el Amor-Pobreza de Dios, en un des pliegue gratuito de la vida, colaborando a que la iglesia, como institución, deje de operar como un sistema que le procure riqueza y seguridad: “Tras siglos de historia, con brillantes concilios y leyes, organizaciones y doctrinas muy precisas, la Iglesia tiene que desandar ese camino, para situarse de nuevo ante el Dios de Jesús, en gesto de pobreza radical” (Pg. 199).
Las comunidades de la Iglesia deben renunciar a los métodos y formas del capital en todo lo que implica edificios, poderes legales, y ventajas económicas, sociales e ideológicas, rompiendo el sistema y regalando sus bienes a los pobres. Así caminarán con los pobres, en generosidad de amor y podrá hablar en nombre de ellos y hacerse fermento y código de humanidad. Abierta así, la Iglesia no tendría necesidad de buscar unos ministros separados de la vida. Desde ese fondo surgirán “vocaciones ministeriales” de servicio evangélico. La Iglesia sólo es verdadera y rica en la medida en que se disuelve como institución en línea de sistema, en favor de los pobres.
Como comunión que es de personas, la Iglesia se alza frente al sistema capitalista con el Amor compartido, utopía de humanidad, anunciando como los primeros ministros el Evangelio, creando comunidades liberadas frente a los riesgos del capital. De esta manera, la iglesia no necesitará buscar dinero para “pagar” a sus ministros (seminario, sostenimiento,…) sino que, como comunidad de Jesús, actuando confiadamente tendrá personas dispuestas, voluntarias y delegadas de las comunidades al servicio del Evangelio.
El cristianismo sin huir de este mundo refugiándose en la interioridad, está dentro de la historia al servicio de la comunión personal de los hombres, gratuitamente, pues nada produce para vender. Su propósito es ser eficiente en clave de gratuidad.

D. RECREAR Y PENSAR LA MISIÓN DE LA IGLESIA
Obviamente, la misión de la Iglesia no es comercial a modo de conquista o negocio, ni puede presentarse como a veces ha ocurrido, como empres a espiritual que produce bienes morales y los vende en el gran mercado del mundo: “El tiempo de la “empres a clerical” acabó y nuestra tarea es recrear y pensar la misión de la Iglesia, en línea evangélica, desde la libertad y comunión de Cristo… En esta línea, la crisis de los seminarios constituye una bendición pues nos sitúa ante la exigencia de potenciar el ministerio de un modo cristiano, no artificial, desde la vida misma de las comunidades” (Págs. 206-207).
El mundo entero se ha convertido en una empresa productora ramificada en mil empresas menores, pero gobernadas por el mismo capital-mercado. La Iglesia en cambio es una Comunidad de comunidades caracterizada por su capacidad de ponerse al servicio de la comunión. Vive en ella la gratuidad creadora de Jesús, que ofrece una experiencia compartida de gratuidad personal.
Las empresas productoras son necesarias, pero fácilmente por su dinámica acaban mercantilizándose y pierden su identidad. La iglesia, que trabaja en términos de recibir, compartir y entregar la vida libremente, se presenta como portadora de los siguientes ministerios:
-          Suscitadora de amor, en plena gratuidad, para bien de todos.
-          Promotora del “nacimiento” humano en profundidad en sí mismo (bautismo) y en los demás (eucaristía).
-          Creadora de humanidad entre quienes están fuera del orden establecido (cojos, mancos, ciegos, pobres, expulsados, sobrantes…) haciéndoles capaces de ver y andar, de acogerse y darse unos a otros.
Es tos ministerios pueden realizarse sin medios económicos, pues quienes los realizan cuentan con la vida misma, y contribuye a expandirla ente quienes carecen de ella. “La misión de Evangelio de la Iglesia quiere abrir un camino de humanidad para todos sobre el mundo, en actitud de pura gracia, pues sólo la gracia es capaz de transformarlo todo” (Pg. 212).
“Frente a la globalización del sistema, que se impone por fuerza en el mundo, se abre así el amor de comunión gratuita para todos los humanos. Es te amor no destruye los mecanismos del sistema en cuanto tales (mediaciones económicas, organismos políticos, reglas del mercado), pero quiere y puede convertirlos, poniéndolos al servicio de la gratuidad y comunión humana.
En este contexto, apoyándonos en la gracia de Jesús, he pres entado el sacerdocio y los ministerios de la Iglesia como experiencia y camino de encarnación y comunión pascual, sobre las normas del mercado, en esperanza de resurrección” (Págs. 222-223).





 10 .  CONTRA  EL  SACERDOCIO  DE  LA  MUJER,  José  I.  González.


CONTENIDO
-          Situación eclesial actual
-          Razones históricas de esta situación
-          Peligros teológicos de esta situación
-          Ventajas de esta situación para la mujer
-          Peligros del cambio


Supongo que el título de este apunte decepcionará profundamente. Sobre todo porque, además, yo debo reconocer que, teológicamente, no he estudiado el tema. Y que los argumentos que suelen aducir los exegetas contra la validez de algún pasaje neotestamentario que parecía opuesto al acceso de la mujer al ministerio eclesial, son argumentos cada vez más serios y más dignos de atención.
¿Por qué, pues, un título tan tajante? Por una especie de atención al "hoy" de la historia de salvación. Por esa práctica del discernimiento que no decide la acción apelando a principios generales con pretendida igual validez para todo momento y lugar, sino que busca y escucha la voluntad de Dios para cada hora y cada situación concreta. Esto me parece lo característico de toda praxis cristiana; y esto es lo que guía la breve reflexión de esta nota.

1. SITUACIÓN ECLESIAL ACTUAL
Hay, algo que quizá no se ha dicho nunca al tratar del sacerdocio de la mujer. Algo sobre nuestro momento eclesial que quizá resulte decisivo para el tema. Y es lo siguiente: las mujeres constituyen en estos momentos el estamento eclesiástico menos contaminado por el poder. Por eso ha sido también el estamento, más cercano a los pobres y por ello, seguramente, el más cercano a Dios. El ministerio eclesial, hoy por hoy, está demasiado travestido en poder "sagrado". Y digo esto a nivel estructural, sin perjuicio de que luego, a nivel personal, muchos ministros ejerzan su función con admirable espíritu, y estilo, de servicio. Pero la tentación del poder, del protagonismo, de la "carrera", está demasiado presente estructuralmente.
Ha ocurrido aquí en la iglesia, una evolución parecida a la del significado de la palabra en la sociedad civil: casi nadie sabe hoy que las palabras "ministerio" y "ministro" significan literalmente servicio y servidor. Nadie lo diría, ¿verdad?, cuando tiene uno que acudir a un Ministerio del Gobierno o tiene que dirigir una instancia al "excelentísimo Señor ministro".

2. RAZONES HISTÓRICAS DE ESTA SITUACIÓN
Pues en la Iglesia ha ocurrido algo parecido por una larga y complicada evolución histórica que no se puede desarrollar aquí(1). Razones simplemente prácticas fueron llevando a concentrar en una sola persona lo que al principio habían sido diversas funciones contrapesadas: "apóstoles, profetas, doctores, capacidades de curación o de ayuda, cargos de gobierno” (1 Cor. 12,28). (Fruto de esa concentración es la dificultad actual para crear hoy en la Iglesia ministros nuevos. Ahí está el fracaso de la reinstauración del diaconado: simplemente es que no hay tarea para ellos; o se trata de una tarea tan auxiliar y tan mínima que no parece requerir una ordenación ministerial).
Pero sigamos aludiendo a la evolución histórica: épocas de crisis y de dificultad, o de necesidad de reforma, aconsejaron concentraciones de autoridad que, de circunstanciales, se convirtieron en definitivas. Como esas situaciones no tenían demasiada justificación evangélica, se recurrió al Antiguo Testamento, reinstaurando toda una terminología de "poder sagrado" cuya dinámica (como ya es sabido) acabó llevando incluso al poder político. Se recurrió igualmente a la visión neoplatónica de las jerarquías del ser, de las que debían ser reflejo las jerarquías de la tierra. Reaparecieron entonces palabras como "sacerdote" y "pontífice" (puente), que el Nuevo Testamento había evitado deliberadamente para referirse a los servicios de la iglesia. El necesario ejercicio de la autoridad se facilitó mucho al identificarlo con un ejercicio de poder. Se facilitó, pero también se falsificó: porque el evangelio de Jesús había tenido la audacia de dificultar el ejercicio de la autoridad al separarla en buena parte del poder y acercarla cada vez más al servicio. Y este punto era muy importante para Jesús, porque con él creía revelar la identidad de un Dios que, siendo la "autoridad máxima", se ha relacionado con los hombres renunciando a todo poder divino y prefiriendo resultar perdedor con la libertad que salir triunfador con su Poder. A este Dios es al que los cristianos solemos llamar "el único Dios vivo y verdadero". Esto es el abc de los que creemos, y yo quisiera creerlo profundamente.

3. PELIGROS TEOLÓGICOS DE ESTA SITUACIÓN
Digo que quisiera creerlo profundamente, porque no es fácil de creer. Y la dificultad de esta fe radica en que -por un lado- nadie niega la necesidad de autoridad para toda comunidad, laica o religiosa. Pero -por otro lado- esto no es razón para que olvidemos que la autoridad conecta demasiado con el afán pecador de poder, derivado de esa necesidad de valer que constituye a todos los hombres, a la que Pablo llamaba "afán de justificación" y en la que, según él, fracasan todos los hombres, paganos o religiosos, a menos que acepten "dejarse valer" por la fe en ese Amor impotente de Dios, que ama a los pecadores en lugar de ejercer su omnímodo poder contra ellos (cf. Rom. 5,5). Eso que Juan XXIII, hablando de la Epístola a los Romanos, calificó como meollo del cristianismo.
Y en este contexto histórico y psicológico humanamente comprensible por la dureza de la realidad, pero teológicamente necesitado siempre de reforma para la llamada del Evangelio, las reformas de la Iglesia se fueron haciendo cada vez más difíciles, casi imposibles. En la medida en que "reforma" implicaba asimilación al Crucificado, despojo y renuncia al poder, toda reforma resultaba imposible o se falsificaba. Y por eso los movimientos de reforma (que muchas veces nacieron también dentro de una lógica del poder) quedaban fuera de la Iglesia y se convertían en heréticos. Quizás es que la renuncia al poder es una de esas cosas de las que el evangelio dice que "no son posibles a los hombres, sólo son posibles para Dios" (cfr Mc. 10, 27). Si esto lo dice el Evangelio de la renuncia a la riqueza, cuánto más, cuantísimo más, vale de la renuncia al poder, que es en definitiva el objetivo secreto o público de toda riqueza.

4. VENTAJAS DE ESTA SITUACIÓN PARA LA MUJER
Y por eso, en esta situación, tuvo que suceder lo que fue posible percibir tras el Vaticano II: en la Iglesia eran las mujeres las más sinceramente dispuestas a la conversión y a la reforma. Posiblemente porque eran las que tenían menos poder del que desprenderse. Y se pudo ver que lo que los varones decían y predicaban teóricamente sobre la reforma de la Iglesia, no éramos nosotros, sino las mujeres, quienes lo llevaban a la práctica generosamente y sin subterfugios teóricos. Se pudo ver esto muchas veces. No siempre, porque no estoy diciendo de ninguna manera que las mujeres sean inmunes a la tentación del poder (aunque mucho más sutil y menos burda que la de los machos); pero en la iglesia estaban simplemente, menos expuestas a ella.
Y por eso, porque apenas tiene poder, es la mujer la mayor fuerza reformadora de la iglesia de hoy. Por eso se las teme y se procura controlarlas cada vez más, y en algunos lugares de América Latina se ha llegado a prohibir a las religiosas que estudien teología, con la excusa oficial de que es "sólo para los candidatos al sacerdocio", pero quizá con la intención inconfesada de mantenerlas en una minoría-de-edad-de-formación, mucho más fácil de manejar.

5. PELIGROS DEL CAMBIO
Yo temo por eso que -sociológicamente hablando- la reivindicación del sacerdocio de la mujer se convierta hoy por hoy en una entrada de la mujer en el juego del poder eclesial. Y, consiguientemente, en una hábil esterilización de sus posibilidades vivificadoras evangélicas. Si yo fuese un alto cargo eclesiástico deseoso de mantener el actual estado de cosas, me inclinaría a abogar por el sacerdocio de la mujer, por esa habilidad política que intuye con razón que es mucho mejor tener aliados que interpeladores. Y si Roma se opone a ese sacerdocio, quizás esté haciendo a largo plazo el servicio inapreciable de mantener vivas en la iglesia las posibilidades de reforma evangélica, a pesar de los pesares.
Esto vale, como acabo de decir, sociológicamente hablando. Desde el punto de vista teológico, me parece que el acceso de la mujer al ministerio es cuestión vinculada a otras dos más urgentes y que quizá sólo están hoy iniciadas: una teología del Espíritu (el ruah femenino como contrapunto al logos masculino) y una profunda renovación de toda la teología del ministerio eclesiástico, la cual requiere infinidad de estudios exegéticos e históricos sobre el tema que, en la iglesia católica, quizás están sólo comenzando.
Y porque, en estas líneas, se trata sólo de un apunte personal, quisiera cimentarlas mejor con una larga cita de Urs von Balthasar. Es, desde luego, muy larga. Pero es una de esas páginas que nunca deberían perderse para la teología: "Por el modo como la iglesia se retrata en la narración de la pasión, es claro que ha reconocido que en este punto no existe inmediato 'seguimiento de Cristo'. La negación de Pedro y la huida de los demás tiene sobre sí una necesidad profética (Mt. 26,31s) y fue predicha por el mismo Señor (Jn. 16,32). Pero no obsta en absoluto a que, al obrar así, los discípulos se coloquen ante el mundo en la picota, ya que descubren su infidelidad, su cobardía y su inestabilidad... Todo lo que Pedro emprende en el contexto de la pasión va errado: su deseo de que el Señor no sufra: al proceder así, hace de 'Satanás', por abrigar planes humanos y no divinos, situándose muy próximo a Judas (Mt. 16 23; cf. Lc 22,31); sus protestas de que él no traicionará aun cuando todos los demás traicionarán: la suya será la negación más fuerte (Mt. 26,34 par.); su disponibilidad para defender al Maestro contra los atacantes: si saca la espada mundana, a espada morirá (Jn. 18,1 1; Mt. 26,52): al curar a Malco, toma Jesús partido contra Pedro (Lc 22,51); su sentido de responsabilidad, que le lleva a seguir de cerca los acontecimientos: ese mismo puesto de observación es el que le lleva a fallar lamentablemente (Mc. 14,66ss, par.). Sólo le queda un modo de estar cerca, y es alejarse para llorar amargamente, más por sí mismo que por el Señor. Los demás huyen aturdidos. Y el discípulo que en Marcos pierde su única vestimenta para poder escapar (Mc. 14,52) constituye la contrapartida paradójica y simbólica de Jesús despojado de sus vestidos: lo que para Jesús es algo, que él mismo hace que suceda por obediencia, es para aquí un despojo imprevisto.
Tras desaparecer los varones y los jefes de la Iglesia, aparece la Iglesia de las mujeres, grupo firme que 'de lejos' 'le acompaña' y 'cuida de él'. Marcos (15,41) habla de 'muchas', además de las tres que cita por sus nombres. A la hora de dar tierra a Jesús estarán presentes, y luego serán los primeros testigos de la Resurrección. Estarán 'observando', contemplativamente. Su compasión no será activa ni adoptarán siquiera el papel activo de llorar 'como las plañideras de Jerusalén, cuyos llantos rechaza Jesús (Lc. 23, 28s). Los únicos personajes activos son un hombre extraño a todo lo que sucede, a quien le hacen cargar con la cruz (Lc. 23,26), y los dos 'malhechores', con quienes el Jesús crucificado forma una nueva comunidad de condenados a muerte. Ahora están por delante de los elegidos.
En comparación con todo esto, el relato de Juan produce la impresión de ser una explicación mistérica: bajo la cruz, y a diferencia de la ausente Iglesia ministerial, está una Iglesia del amor, representada sobre todo por la Madre dolorosa y por el 'discípulo amado', a quien Jesús encomienda a su Madre: núcleo visible de Iglesia fiel que luego (en la pregunta que escucha Pedro: ¿me amas más que éstos?) se difuminará en el seno de la iglesia petrina para seguir siendo a pesar de todo un resto inexplicable para Pedro (21,22s)" (2). Hasta aquí von Balthasar.
La Iglesia no debería olvidar nunca la simbólica teológica de esta escena del Gólgota, donde Pedro niega, donde los apóstoles y discípulos huyen mayoritariamente, y donde sólo las mujeres están allí presentes en gran número, y sólo uno "de fuera" conlleva el peso del madero. En este apunte sólo he querido decir que estoy cada vez más convencido de que la hora de este mundo es la hora del Gólgota. Y que por eso no deseo que, tras la huida "responsable" de nosotros los varones a la hora del prendimiento de Jesús, desapareciera también esa "iglesia de las mujeres, grupo firme que de lejos le acompaña y cuida de El... núcleo visible de iglesia fiel que luego se difuminara' en el seno de la iglesia petrina para seguir siendo un resto inexplicable [y ¡tan inexplicable!] para Pedro". A lo mejor, reivindicar hoy el sacerdocio de la mujer es pedir que las mujeres bajen del Gólgota, cuando lo que habría que pedir es más bien que los discípulos, los apóstoles y Pedro suban al Gólgota.
Esto es lo que temo del acceso de la mujer al ministerio en su configuración actual. Y esto es lo que me gustaría presentar modestamente a los obispos canadienses que, en el pasado Sínodo, reivindicaron dicho acceso. Seguramente nuestros puntos de vista no se contraponen. Pero es muy importante que se complementen.

Notas:
(1) Remito a lo más interesante que yo conozco sobre el tema, y que son las dos obras de Alexandre FAIVRE: Naissance d'une Hiérarchie. Les premières étapes du cursus ecclésial, Paris 1977. Y Les laïcs aux origines de l'Eglise, Paris 1984.
(2) "El misterio pascual", en Mysterium Salutis III/2, pp. 215-217 (Subrayados míos).

José Ignacio González Faus
Teólogo. Cristianisme i Justicia

Amerindia. https://eukleria.wordpress.com/2013/04/10/contra-el-sacerdocio-de-la-mujer





Febrero de 2014.
Jesús atraía discípulos y llamó a algunos para ir con él y anunciar el Reino de Dios. Convocó a los Doce apóstoles y a otros 72 discípulos. También a las “santas mujeres”, que lo ayudaban con sus bienes. A ellas se les apareció, resucitado, antes que a los Doce. Jesús era un hombre carismático, que estableció pocas normas. Habló de la vocación al celibato, pero no lo impuso. Entre los convocados estaba Simón Pedro, cuya suegra curó.
Al crecer la comunidad primitiva, se hizo necesario establecer normas. No había Internet y las Iglesias locales siguieron tradiciones diferentes. En el tema del celibato podemos hablar de dos grandes áreas: la Iglesia de Occidente, centrada en Roma, y la Iglesia de Oriente, en Constantinopla. En Oriente, la tradición fue ordenar a hombres casados. Los que sentían la vocación de célibes eran los monjes. En Occidente, al comienzo hubo cierta variedad, pero desde el siglo III fue creciendo la tendencia a ordenar célibes.
Los papas y los concilios de Occidente urgieron esta obligación, que no todos cumplían. Con la Reforma protestante se inicia otro estilo. Los pastores pueden casarse, no sólo antes de la ordenación, como en Oriente, sino también después. La “ordenación” adquirió diversas modalidades, algunas cercanas a la nuestra, como la anglicana, otras más distantes. Pero el enfrentamiento entre católicos y protestantes hizo del celibato una bandera incuestionable, como si se tratara de un dogma de fe.
¿Podría la Iglesia modificar esta norma? Es obvio que sí, en primer lugar porque no es una ley universal. Aunque la mayoría de las Iglesias de Oriente integran la Iglesia Ortodoxa, algunas se unieron al obispo de Roma, al papa. En la Argentina tenemos a los Melquitas, Armenios, Maronitas y Ucranianos, con obispos propios. Los sacerdotes nos presentan a su mujer y a sus hijos.
¿Desearía la Iglesia modificar esta norma? En parte, sí. Desde Pío XII, si un pastor se hace católico y desea ser sacerdote, se lo puede ordenar, estando casado. En los últimos años, varios centenares de sacerdotes anglicanos ingresaron al catolicismo. El papa Benedicto estableció un régimen especial para ellos, donde puedan conservar su estilo tradicional.
Otra modificación fue introducida en el Concilio (1965) para la ordenación de diáconos casados. No son sacerdotes, pero pueden predicar y bendecir matrimonios. El papa Pablo VI tenía en estudio un proyecto para ordenar sacerdotes a hombres casados en territorios de misión, donde fueran necesarios.
Se han dado muchas razones para la vocación al celibato, como la dedicación exclusiva (que se puede dar en varias profesiones), o la consagración espiritual (que también realiza el sacerdote de Oriente). Creo que la más fuerte es el deseo de vivir como vivió Jesús, dedicado a los pobres y afligidos. Esto es muy personal y hay que sentir el deseo con fuerza para emprender ese camino.





 12 .  JAQUE  MATE  AL  CELIBATO  OBLIGATORIO,  Juan  José  Tamayo.


“Es, pues, necesario, que el obispo sea intachable, fiel a su esposa (otras traducciones: “hombre de una sola mujer) sobrio, modesto, cortés, hospitalario, buen maestro, no bebedor ni pendenciero, sino amable, pacífico, desinteresado, ha de regir su familia con acierto, hacerse obedecer por sus hijos con dignidad; pues si no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo se va a ocupar de la Iglesia de Dios?”
Este texto no es de ningún movimiento cristiano progresista actual que reivindique la supresión del celibato de los sacerdotes. Pertenece a la Primera Carta a Timoteo -del Nuevo Testamento-, escrita quizá a finales del siglo I, época en la que la mayoría de los obispos y sacerdotes estaban casados. El celibato no aparece como un mandato o condición necesaria que impusiera Jesús de Nazaret a sus seguidores y seguidoras. La actitud fundamental era la renuncia a los bienes y su reparto entre los pobres, pero nada relacionado con la sexualidad. Tampoco se exigió la continencia sexual a los dirigentes de las primeras comunidades, ni, posteriormente, a los obispos, presbíteros y diáconos. Era una opción libre y personal. El ejercicio de los carismas y ministerios al servicio de la comunidad no requería llevar una vida célibe.
En la Primera Carta a los Corintios, escrita el año 52 de la era común, Pablo de Tarso va todavía más allá y reivindica su derecho a casarse como el resto de los Apóstoles: “¿No tenemos derecho a hacernos acompañar de una esposa cristiana como los demás hermanos del Señor y Cefas?” (1Cor 9,4-6). No existe, por tanto, una vinculación intrínseca entre el celibato y el ministerio sacerdotal.
La primera ley oficial del celibato obligatorio para los sacerdotes se promulgó explícitamente en el II Concilio de Letrán en 1139 -implícitamente ya lo había hecho el II Concilio de Letrán en 1123-, apelando a la necesidad de la continencia sexual y a la pureza ritual para celebrar la eucaristía. Estamos, por ende, ante una tradición tardía, ajena a los orígenes del cristianismo y, por supuesto, a la intención de su fundador Jesús de Nazaret. Durante mucho tiempo se creyó que la ley de la continencia sexual de los clérigos tenía su origen en el Concilio de Elvira, de principios del siglo IV, y en el Concilio de Nicea (año 325). Hoy, sin embargo, es opinión muy extendida entre los especialistas que los documentos atribuidos a Elvira no pertenecen al mismo, sino a una colección que data de finales del siglo IV, y que en Nicea no parece que se tratara continencia de los sacerdotes (Cf. E. Schillebeeckx, El ministerio eclesial. Responsables en la comunidad cristiana, Cristiandad, Madrid, 1983, pp. 150ss).
El actual Código de Derecho Canónico, promulgado por Juan Pablo II en el Palacio del Vaticano el 25 de enero de 1983, se aleja de los orígenes y sigue la tradición represiva posterior en el canon 277: “Los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios, mediante el cual los ministros pueden unirse mejor a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres”. A los sacerdotes les pide prudencia en el trato con personas -mujeres, se entiende- que pueden poner en peligro la obligación de guardar la continencia.
El cambio es abismal: de la libertad de elección a la imposición de la vida celibataria, del libre ejercicio de la sexualidad a la abstinencia sexual, de la vida en pareja a la vida solitaria. La disciplina eclesiástica represiva impera sobre la experiencia liberadora del cristianismo primitivo. El Código de Derecho Canónico suplanta al Nuevo Testamento y su autoridad termina por imponerse. ¡El cristianismo al revés!
¿Qué ha sucedido en el catolicismo romano para que se haya producido esta involución? ¿Cuáles son las razones de dicho cambio?
-          Una primera fue la pureza legal, que prohibía las relaciones sexuales de los sacerdotes antes de la celebración de la eucaristía para así poder celebrarla limpiamente.
-          Influyó también la incorporación del dualismo platónico a la antropología cristiana: la consideración negativa del cuerpo como algo a mortificar y de la carne como obstáculo para la salvación y la consideración del alma como la esencia del ser humano que había que salvar en detrimento del cuerpo. Conforme a esta antropología dualista, se reconocía a la vida célibe una “plusvalía” sobre la vida matrimonial. Camino, de san José María Escrivá de Balaguer es bien explícito al respecto: “El matrimonio es para gente de tropa, no para los grandes oficiales de la Iglesia. Así, mientras comer es una exigencia para cada individuo, engendrar es exigencia para la especie, pudiendo desentenderse las personas singulares. ¿Ansia de hijos?... Hijos, muchos, y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo de la carne (máxima 28).
-          La tercera razón fue la demonización de la mujer, a la que se calificaba de tentadora, lasciva, libidinosa, pasional, sensual y de llevar al varón a la perdición. Y eso no se aplicaba solo a determinadas mujeres de vida poco ejemplar, sino que se creía estaba inscrito en la propia naturaleza femenina. Algunos Padres de la Iglesia definieron a la mujer como “la puerta de Satanás” y “la causa de todos los males”.
Hoy hay un clima generalizado, dentro y fuera del catolicismo, favorable a la supresión de la anacrónica ley del celibato. Veintiséis mujeres enamoradas de sacerdotes han escrito al papa pidiéndole derogarla por el “devastador sufrimiento” que “despedaza el alma” de ellas y de sus compañeros sacerdotes En el vuelo de vuelta a Roma, tras su visita a Jordania, Palestina e Israel, el papa Francisco afirmó que el celibato “es un don para la Iglesia”, por el que muestra “un gran aprecio“, pero que “al no ser un dogma de fe, siempre está la puerta abierta”.
En similares términos se pronunció monseñor Pietro Parolin pocos días después de ser nombrado secretario de Estado del Vaticano por Francisco en declaraciones al diario El Universal, de Venezuela, de donde era nuncio: el celibato obligatorio de los sacerdotes -dijo- “no es un dogma de la Iglesia y se puede discutir porque es una tradición eclesiástica”. Estos pronunciamientos no suponen ninguna novedad, ya que responden a algo sabido y compartido tanto por defensores como por detractores de dicha tradición eclesiástica.
Es hora, creo, de pasar de las palabras a los hechos, de las declaraciones propagandísticas al cambio de normativa. Es hora de dar el jaque mate al celibato obligatorio y de declarar el celibato opcional. De lo contrario, los escépticos ante la intención de Francisco de reformar la Iglesia tendrán un argumento más para seguir siéndolo.
Conviene recordar que la incompatibilidad en el cristianismo, al menos en el cristianismo de Jesús de Nazaret, no está entre el amor a Dios y la sexualidad, entre el amor divino y el amor humano. En absoluto. La oposición está entre el amor a Dios y el amor al dinero, conforme a la máxima evangélica: “Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno y despreciará a otro. No podéis servir a Dios y al Dinero (Mateo 6,24). Si se ama al Dinero, Dios está de más.
Habría que leer a Eduardo Galeano para des-demonizar el cuerpo, perderle el miedo y reconocerle en su verdadera dimensión placentera y festiva: “La Iglesia dice: el cuerpo es una culpa. La ciencia dice: el cuerpo es una máquina. La publicidad dice: el cuerpo es un negocio. El cuerpo dice: yo soy una fiesta”. Es una razón más para oponerse a normas que imponen comportamientos represivos que hacen (más) infelices a las personas.

Juan José Tamayo es profesor de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Invitación a la utopía (Trotta, 2012) y Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica (Fragmenta, 2013).



 13 .  CELIBATO  OPCIONAL,  Movimiento  por  el  Celibato  Opcional.


Extracto de la reflexión publicada por Moceop (Movimiento por el Celibato Opcional) en torno a la pederastia
y la necesidad de acometer profundas reformas en la institución vaticana.

"SON NECESARIOS Y URGENTES unos replanteamientos o reformas de un calado profundo”.

  1. En lugar de depositar la culpa únicamente en los pederastas, en desviaciones debidas a la mentalidad secular actual o en pretendidas aplicaciones incorrectas del Vaticano II; en vez de buscar en el anticlericalismo, el origen de todo este alboroto y la crisis de credibilidad consiguiente, deberíamos buscar en las propias estructuras eclesiales y en la forma de organizar las comunidades de creyentes las raíces profundas a sanear.
Todo lo demás no es sino ignorar los signos de los tiempos y no afrontar los cambios urgentes que la iglesia necesita. Una estructura patriarcal, autoritaria, cerrada, machista no cumple aquellas características que la mayoría de edad de la humanidad ha hecho imprescindibles para tener un mínimo de autoridad moral y credibilidad ante los seres humanos de hoy.
  1. Temas tan decisivos para la felicidad de los seres humanos como la sexualidad no pueden seguir siendo tratados con el lastre de la historia y al margen o en contra de los avances de la modernidad (psicología, antropología, derechos de la persona...).
Una estructura tradicional, conservadora, cerrada a los avances y aferrada a doctrinas trasnochadas (dualismos, maniqueísmos…), no acometerá la necesaria reforma de la enseñanza católica sobre la sexualidad; y no podrá enfrentarse con creatividad a los retos actuales. Un grupo de dirigentes obligatoriamente célibes y celosos guardianes del orden y de la jerarquía sagrada difícilmente podrán transmitir alguna buena noticia en este campo.
  1. La masculinización del ministerio presbiteral y de los puestos de responsabilidad en la Iglesia católica es uno de los rasgos que van contracorriente de la historia y hacen de nuestra iglesia un raro ejemplar entre las sociedades actuales. Media humanidad queda excluida de tareas directivas, de reflexión y de decisión. La incorporación de la mujer a la reflexión teológica se encuentra con unas dificultades especiales y una no fácil acogida. Una estructura que margina la perspectiva y la presencia femenina de los niveles en que se analiza, evalúa y se decide el rumbo de la comunidad de creyentes, carece de autoridad moral para dirigirse hoy a la humanidad.
Una iglesia que excluye a la mujer de la animación y presidencia de las celebraciones se está perdiendo la riqueza de una de las dos perspectivas básicas de la vida humana.

OTRO MODELO DE SER-VIVIR-EXPLICAR LA IGLESIA
Inevitable y responsablemente, todo lo que antecede debería encaminar a la Iglesia católica en bloque por la senda que ya muchos pequeños grupos y comunidades luchan por hacer realidad en su día a día, sin grandes pretensiones aunque buscando la fidelidad en las cosas sencillas: una reforma profunda y sencilla a la vez.
-          Una iglesia que se replantea en profundidad su actitud ante el sexo y ante la mujer. Y, en consecuencia, acaba con la discriminación femenina, incorpora a todas las tareas de dirección a mujeres y acaba con toda imposición de un estado de vida (celibataria) a sus dirigentes.
-          Una iglesia comunidad de iguales, en la que conductas como la pederastia estarían más expuestas a ser enjuiciadas sin corporativismo; y en la que se eliminaría una de sus raíces más importantes: formar y alimentar una casta dirigente, con grandes dosis de represión, oscurantismo y autoritarismo.
-          Una iglesia más fraterna e igualitaria, más participativa y democrática en todos los campos y decisiones; una iglesia comunidad que acabe con el clérigo como el eje de toda la actividad de la iglesia; y, en consecuencia, con una presencia mayor de las comunidades en la vida eclesial a todos los niveles.
-          Un modelo de iglesia que busque más la justicia en una actitud crítica frente a la ley, el dogma y la estructura jerárquica; y menos en la obediencia y en el cumplimiento fiel de la ley, de la norma, del canon, del dogma, de la doctrina, de la rúbrica.
-          Una iglesia en que las tareas y ministerios sean decididas por cada comunidad, según las necesidades propias y de la sociedad a que atender y servir; y en la que esos servicios o ministerios sean encomendados a personas de cualquier sexo o estado de vida, con la única condición de ser considerados preparados y dignos por la propia comunidad.
-          Una iglesia que tenga como apuesta fundamental el Reinado de Dios, su justicia y solidaridad, su sencillez y su compromiso; y ande menos enredada entre los poderosos de este mundo y más cercana e identificada con las esperanzas y reivindicaciones de quienes peor lo pasan y son víctimas de nuestro modo de vida."

12/05/2014



 14 .  MISERICORDIA  Y  CELIBATO,  Rufo  González.


Esta es la mejor inspiración para todos, incluida la institución eclesial: el amor del Padre, expresado en la vida y en las palabras de Jesús. Claramente la ley del celibato no se inspiró en este amor. La Bula nos orienta: “Para ser capaces de misericordia, debemos en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios” (Mv. 13). A la escucha de Jesús, la encarnación más fiable de la misericordia del Padre. Mirar su conducta y seguirla es la mejor actitud cristiana.

EL CELIBATO OBLIGATORIO PARA EL MINISTERIO CARECE DE INSPIRACIÓN BÍBLICA
Más aún, la inspiración bíblica lo contradice. Es la pareja quien refleja la imagen del Dios-Amor: “Dios creó al hombre, varón y mujer, a imagen suya” (Gn 1, 27). “No es bueno que el hombre esté solo; voy hacerle una compañera” (Gn 2, 18). En este sentido humano de la Biblia, se inspiró Jesús para no exigir a sus apóstoles, ni siquiera recomendar la soltería o celibato. Jesús constata el hecho de diversas clases de solterías, entre las cuales aparecen los “que se hacen eunucos por el reino de Dios” (Mt 19,11-12). Ni lo alaba ni lo denigra. Es una posibilidad que algunas personas pueden elegir, pero que no es exigida para ningún servicio eclesial. Se trata de cristianos que encuentran su realización trabajando por el Reino de Dios, y por propia voluntad deciden no casarse. No está en la mente de Jesús exigir celibato para tarea alguna por el Reino. Los apóstoles estarían casados. De Pedro consta por casualidad. Para los judíos casarse y tener hijos era voluntad de Dios creador: “creced y multiplicaos” (Gn 1, 28). El clan familiar se ocupaba de dar en matrimonio a sus hijos.
Que no es “ley del Señor” claramente lo dice Pablo: “Sobre las vírgenes no tengo precepto del Señor” (1 Cor 7,25). Más aún, el autor de las Cartas Pastorales, atribuidas a Pablo, da un criterio para elegir supervisor (epíscopo, obispo) de las comunidades cristianas, perdido con esta ley: “que gobierne bien su propia familia” (1Tim 3, 4). Para quien decide no casarse, Pablo les aconseja: “si no se pueden contener, que se casen, pues es mejor casarse que abrasarse” (1Cor 7, 8-9). Esto es orientación bíblica. Por tanto, más valiosa que la norma eclesial. Dios no quiere que el ser humano esté “reprimiendo” su naturaleza habitualmente. La represión no produce “alegría ni serenidad”.


EL PROGRAMA DEL JUBILEO DEBE VIVIRSE CON LOS OBISPOS Y PRESBÍTEROS CASADOS
“En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales… ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy!… En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias, las heridas de tantos hermanos privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia…” (Mv. 15).

DE LA TEORÍA A LA PRÁCTICA
Comparemos esta palabra del Papa, inspirada en la misericordia divina, con el testimonio de un sacerdote canario, biblista, profesor universitario. Invito a obispos y presbíteros en activo a abrir el corazón a la experiencia de este hermano, muy similar a la de muchos miles, dispersos por la vida. Es de una carta de Juan Barreto a su obispo, Ramón Echarren (+):
-          Trato vejatorio: “El trato recibido es vejatorio empezando por los procedimientos humillantes… en los trámites para obtener la secularización… Nada importa la experiencia, la preparación, los años de dedicación, ni siquiera la disponibilidad explícita. ¿Sabes, en términos económicos, la cantidad de horas, de recursos humanos de los que se prescinde tan ligeramente? Si obtienen la secularización, se los tolera en la comunidad, pero según la práctica vigente, y lo sabes tanto como yo, se los discrimina. Son sospechosos de por vida. No podrán, si no es por la benevolencia de algún obispo, ni dar clases de religión… Traidores, renegados, otros Judas son las expresiones al uso… y hay que oírlas cuando caen sobre uno para darse cuenta del peso brutal de cada una de ellas. Como pecadores públicos se les trata para público escarmiento. No podrán ni celebrar su boda en público”.
-          Silencio clamoroso: “Con todo y con ser tantos -ahí están las cifras- el silencio es clamoroso. Compañeros con los que habíamos trabajado toda la vida, ¿qué digo?, hermanos con los que habíamos convivido durante tantos años. No existen. Sin más. Son una vergüenza pública de la que no se habla para que no cunda el (mal) ejemplo. Para mí este silencio es el auténtico escándalo”.
-          Historias que no quitan el sueño a nadie: “Son miles los que han dado el paso. Y muchos son también los que han quedado atrapados en situaciones donde no les es posible ni retroceder ni avanzar. No quiero hurgar en esa otra herida escondida, aunque sangrante, de tantos dramas humanos en tantas historias ocultas o semiocultas, pero callarlo ahora sería igualmente hipocresía. Esas historias no quitan el sueño a nadie, al parecer, porque todo sigue igual en la fachada… Da la impresión de que no interesan los dramas personales ni la verdad que nos hace libres, sino la aparente blancura del muro que esconde tantas miserias. No hablo de perversiones ni de pecados, sino de sufrimientos ocasionados por situaciones insostenibles y del envilecimiento consiguiente de los dones de la vida que son los dones de Dios”.
-          El hombre para la ley: “¿Qué ha pasado? ¿Que se ha levantado un viento de corrupción en la iglesia? ¿Que han fallado los métodos de educación? ¿Es el hombre el que ha fallado o es la ley la que no es adecuada?… ¿Es el hombre para la ley o la ley para el hombre? No hablamos de una ley fundacional, constitutiva del ser o no ser del ministerio… Es tabú este tema. Y esto es, lo repito, escandaloso. Ese tic del silencio es el que creo reconocer… El proceder es el siguiente: todo está perfecto, nada hay que cambiar, las disfunciones se deben a problemas de educación, quizá a una vida de piedad en quiebra (falta de oración, etc.), a una vida afectiva no madura (falta de experiencia de amistad, etc.) Conclusión: el fallo está en la persona, no en la ley…”.
-          Nos hemos lavado muy bien las manos…: “Se necesita la confesión ante notario del propio reo para que quede constancia de que no es la ley, sino la fragilidad humana de cada una de las personas responsables de la situación. Con la confesión de la culpa va pareja la asunción de la pena. Y todos tan tranquilos… Se ha excluido del ministerio a un veinticinco por ciento…, se los ha condenado al ostracismo eclesial, y, si algún reticente vacila en firmar, se lo empuja fuera para que no enturbie la conciencia. Con admirable imperturbabilidad organizamos semanas de oración por los hermanos separados, semanas de fe y cultura para captar creyentes, semanas por las vocaciones… y no nos cansamos de advertir -siempre a “los otros”- que hasta las prostitutas los precederán en el Reino de los cielos. Nos hemos lavado bien las manos…”.
-          Paradigma de ceguera e hipocresía: “Según mi entender, el modo de afrontar el tema es paradigma de ceguera e hipocresía escandaloso. Es su carácter sintomático lo que le da dimensión inquietante… No fue por planteamientos teóricos por los que me casé con Carmen. Lo hice porque nos queríamos ¡Eso es todo! No pensé que, en mis circunstancias, esa nueva situación me impidiese por sí misma, prestar a la comunidad el servicio que estaba prestando. Todo lo contrario”. (CURAS CASADOS. Historias de fe y ternura. R. Alario y Tere Cortés, coord. Moceop. Albacete 2010, pág. 177-179).

Noviembre de 2016.



15 .  FRANCISCO  LAMENTA  "HEMORRAGIA"  DE  RELIGIOSOS
EN  LA  IGLESIA  CATÓLICA

José Manuel Vidal, enero de 2017. RV.

"Estamos frente a una 'hemorragia' que debilita la vida consagrada y la vida de la propia Iglesia. Los abandonos en la vida consagrada nos preocupan". Fue uno de los mensajes que el papa Francisco lanzó a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación para los Institutos de Vida consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.
El Papa explicó, además, las causas de esta "hemorragia", que se debe a varios factores:
-          el primero de ellos es "el contexto social y cultural" actual. "Vivimos en una sociedad donde las reglas económicas sustituyen a las morales" y en la que "la dictadura del dinero y del beneficio propugna una visión de la existencia en la que quien no es rentable es marginado".
-          En segundo lugar, Bergoglio criticó que cada vez haya más jóvenes que se dejen seducir por "la búsqueda del éxito a cualquier precio, del dinero fácil y del placer fácil".
-          El tercer factor, prosiguió, se encuentra "en el interior de la propia vida consagrada", donde en ocasiones se dan situaciones que ponen en peligro la fe como "la rutina, el cansancio, el peso de la gestión de las estructuras, las divisiones internas y la búsqueda del poder", entre otras.
El Papa también expresó su aprecio por el trabajo que realizan al servicio de la vida consagrada en la Iglesia y destacó la importancia del tema -fidelidad y abandono- que eligieron para reflexionar sobre las dificultades del momento presente: «El tema que han elegido es importante. Podemos decir que, en este momento, la fidelidad es puesta a prueba; lo demuestran las estadísticas que han examinado. Estamos ante una ‘hemorragia' que debilita la vida consagrada y la vida de la misma Iglesia. El abandono en la vida consagrada nos preocupa. Es verdad, que algunos dejan por un acto de coherencia, porque reconocen, después de un discernimiento serio, que nunca tuvieron la vocación; pero, otros con el pasar del tiempo faltan a la fidelidad, muchas veces sólo pocos años después de la profesión perpetua ¿Qué ha sucedido?».
Son «numerosos los «factores que condicionan la fidelidad -en éste que es un cambio de época y no sólo una época de cambio, en el que resulta difícil asumir compromisos serios y definitivos» señaló el Santo Padre, reflexionando, en particular, sobre tres de ellos: el contexto social y cultural, el mundo juvenil y las situaciones de contra-testimonio en la vida consagrada.

1.       Empezando por el primer factor, «que no ayuda a mantener la fidelidad», es decir, el de la actualidad social y cultural, el Obispo de Roma señaló que impulsa lo provisorio, que puede conducir al vivir a la carta y a ser esclavos de las modas, alimentando el consumismo, que olvida la belleza de la vida sencilla y austera, y que provoca un gran vacío existencial, con un fuerte relativismo, con valores ajenos al Evangelio: «Vivimos en una sociedad donde las reglas económicas sustituyen las reglas morales, dictan leyes e imponen sus propios sistemas de referencia en detrimento de los valores de la vida; una sociedad donde la dictadura del dinero y del provecho propugna una visión de la existencia que descarta al que no rinde. En esta situación, está claro que uno debe dejarse evangelizar antes, para luego comprometerse en la evangelización».

2.       En el segundo punto dedicado al mundo juvenil, recordando que no faltan jóvenes generosos, solidarios y comprometidos en ámbito religioso y social, el Papa se refirió asimismo a los desafíos que afronta la juventud y alentó a contagiar la alegría del Evangelio: «Hay jóvenes maravillosos y no son pocos. Pero, también entre los jóvenes hay muchas víctimas de la lógica de la mundanidad, que se puede sintetizar así: búsqueda de éxito a cualquier precio, del dinero fácil y del placer fácil. Esta lógica seduce también a muchos jóvenes. Nuestro compromiso no puede ser otro que el de estar a su lado, para contagiarlos con la alegría del Evangelio y de la pertenencia a Cristo. Hay que evangelizar esa cultura si queremos que nos jóvenes no sucumban».

3.       En el tercer factor, «que proviene del interior de la vida consagrada, donde al lado de tanta santidad no faltan situaciones de contra-testimonio», el Santo Padre reiteró la centralidad de Jesús, en la misión profética de los consagrados: «Si la vida consagrada quiere mantener su misión profética y su fascinación y a seguir siendo escuela de fidelidad para los cercanos y los lejanos (cfr. Ef. 2,17) debe mantener el frescor y la novedad de la centralidad de Jesús, la atractiva de la espiritualidad y la fuerza de la misión, mostrar la belleza del seguimiento de Cristo e irradiar esperanza y alegría».

En su denso discurso, el Papa puso de relieve asimismo la importancia de la vida fraterna en la comunidad, alimentada en la oración, la Palabra, los Sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación. Sin olvidar, la cercanía a los pobres y la misión en las periferias existenciales, contemplando siempre al Señor y caminando según el Evangelio y alentando la preparación de acompañadores cualificados en la vida consagrada y el discernimiento.




 16 .  LA  RESTAURACIÓN  DEL  DIACONADO  FEMENINO,  Alberto  de  Mingo.


PROCONCIL - Feb de 2017.
admin 14 febrero, 2017.

Estimado amigo/a:
En la revista Vida Religiosa (Web, 14/02/2017) podemos leer un interesante artículo: "La restauración del diaconado femenino" de Alberto de Mingo, redentoristay profesor de Teología Bíblica en la Universidad Alfonsiana de Roma.
En el siguiente enlace se puede acceder al artículo completo. <https://vidareligiosa.es/la-restauracion-del-diaconado-femenino/>
Roguemos para que el trabajo de la comisión sea fructífero y derive en bien para las iglesias locales y para la Iglesia Universal.
Seguiremos profundizando sobre este tema. Agradecemos comentarios y sugerencias.
Un abrazo fraterno. Emilia Robles.


CONTENIDO
1.       Una comisión de estudio
2.       Diaconizas en el Nuevo Testamento
3.       Diaconizas en los siglos 2 y 3
4.       Diaconizas en el Oriente y el Occidente en los siglos posteriores.
5.       Estaban ordenadas las diaconizas
6.       La restauración del diacono permanente
7.       Beneficios pastorales de la ordenación diaconal de las mujeres

Alberto de Mingo, CSsR, redentorista y profesor de Teología Bíblica. Nos propone un artículo interesante, arriesgado y fundamentado. La realidad y la reflexión teológica están pidiendo resituar la presencia de la mujer en la sociedad y la Iglesia. Hay que volver a la Escritura, leerla en la sana tradición de la comunión y dejar que dé vida en el compromiso de la mujer para transformar el mundo. Queda mucho por hacer. El papa Francisco ha abierto la reflexión, estamos en proceso. Veremos.


1. UNA COMISIÓN DE ESTUDIO
El 12 de mayo de 2016, durante una audiencia con 900 religiosas reunidas para la asamblea trienal de la Unión Internacional de Superioras Generales, una de las religiosas preguntó al Papa: “En la Iglesia existe el ministerio del diaconado permanente, pero sólo está abierto a varones casados y no-casados. ¿Qué impide que la Iglesia incluya mujeres entre los diáconos permanentes, como sucedía en la iglesia antigua? ¿Por qué no se crea una comisión oficial que estudie la cuestión?”.
El papa Francisco contestó que había consultado el tema tiempo atrás con un “buen y sabio profesor”, que le había dicho que no estaba claro cuál era el rol histórico de las diaconisas y, sobre todo, “si tenían ordenación o no”. “¿Poner en marcha una comisión para estudiar la cuestión?” –Se preguntó en voz alta– “Creo que sí. Le haría bien a la Iglesia aclarar este punto. Estoy de acuerdo, voy a hablar para hacer esto. Acepto la propuesta” (1).
Dicho y hecho. El dos de agosto se creó la Comisión de Estudio sobre el Diaconado Femenino, formado por seis hombres y seis mujeres; entre ellos, dos españoles: Nuria Calduch, barcelonesa, profesora de Teología Bíblica en la Universidad Gregoriana de Roma y miembro de la Pontificia Comisión Bíblica; y Santiago Madrigal, riojano, profesor de Teología Dogmática en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid.
Los doce miembros están presididos por el arzobispo Luis Ladaria, también español –mallorquín-, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Las labores de la Comisión empezaron en septiembre de 2016 (2).

2. DIACONISAS EN EL NUEVO TESTAMENTO
Al final de la Carta a los Romanos, San Pablo presenta a la comunidad cristiana de Roma a Febe, persona de confianza del Apóstol: “Os recomiendo a nuestra hermana Febe, diácono (diákonos) de la iglesia de Cencreas. Recibidla en el Señor, como corresponde a creyentes, y ayudadla en lo que necesite de vosotros, pues también ella ha sido benefactora de muchos, entre ellos de mí mismo” (16,1-2).
Cencreas era una localidad cercana a Corinto, en Grecia; Febe era diácono de la comunidad cristiana de esta ciudad. Se dice también que era ‘benefactora’ (prostátis), un título que da a entender que ayudaba con sus bienes a la Iglesia. Era, pues, una mujer con recursos económicos que se había puesto al servicio de la misión, probablemente ofreciendo también su casa para la celebración de la eucaristía (recordemos que en este momento la Iglesia no tiene templos, la comunidad se reúne en casas privadas). Febe fue la portadora de la Carta a los Romanos, la más importante epístola de San Pablo (3).
Existe otro texto en el Nuevo Testamento en el que se podría estar hablando de mujeres diáconos: “De la misma manera, los diáconos deben ser hombres respetables, de una sola palabra, moderados en el uso del vino y enemigos de ganancias deshonestas. Que conserven el misterio de la fe con una conciencia pura. Primero se los pondrá a prueba, y luego, si no hay nada que reprocharles, se los admitirá al diaconado. Que las mujeres sean igualmente dignas, discretas para hablar de los demás, sobrias y fieles en todo” (1 Timoteo 3,8-11).
¿Son estas “mujeres” esposas de los diáconos varones o diaconisas? Algunos padres de la Iglesia, como san Clemente de Alejandría o san Juan Crisóstomo, interpretaron este texto en el sentido de ‘diaconisas’, pero ambas lecturas son posibles (4).

3. DIACONISAS EN LOS SIGLOS II y III
El primer informe sobre el cristianismo escrito por un no-cristiano es la carta al emperador Trajano de Plinio el Joven, entonces gobernador de la provincia de Bitinia, en la orilla Sur del Mar Negro (año 112). En ella, Plinio menciona que para su pesquisa, torturó a dos cristianas, ambas esclavas, que eran diaconisas (5).
Se han conservado otros testimonios sobre la actividad de las diaconisas durante estos siglos de persecución. Uno de los textos más impresionantes se encuentra en Didascalia Apostolorum, un libro del siglo III que estuvo perdido durante mucho tiempo hasta que fue redescubierto en el siglo XIX. Encontramos allí estas instrucciones para los obispos: “Por tanto, obispo, designa tres operarios de justicia como asistentes que colaboren contigo en la salvación. Aquellos que te plazcan de entre todos, debes elegir y nombrar diáconos: un hombre para la realización de la mayoría de las cosas necesarias, pero una mujer para el servicio de las mujeres. Pues hay casas a las que tú no puedes ir, ni puedes enviar un diácono a sus mujeres, debido a los paganos, pero puedes enviar una diaconisa. También porque en muchas otras materias se necesita el oficio de una mujer diácono. En primer lugar, cuando las mujeres bajan al agua [para ser bautizadas], deben ser ungidas por una diaconisa con el óleo de la unción; […] pues no es adecuado que las mujeres sean vistas por hombres […]. Que sea un hombre quien pronuncie la invocación de los divinos nombres sobre el agua y cuando la que está siendo bautizada salga del agua, que la diaconisa la reciba, la enseñe e instruya sobre cómo mantener intacto el sello del bautismo en pureza y santidad. Por esta causa decimos que el ministerio de la diaconisa es especialmente necesaria e importante. Pues nuestro Señor y Salvador también fue servido [en griego, diakonein] por mujeres ministras, María Magdalena, y María la hija de Santiago y madre de José, y la madre de los hijos de Zebedeo, junto con otras mujeres. Y tú también tienes necesidad del ministerio de una diaconisa para muchas cosas; pues se necesita una diaconisa para ir a las casas de los paganos en las que haya mujeres creyentes y visitar a las que están enfermas y servirlas en lo que sea necesario y bañar a las que han empezado a recobrarse de la enfermedad” (Capítulo XVI) (6).
Este texto permite hacernos una idea de la figura de la diaconisa en la iglesia de las catacumbas. Era peligroso o imposible para un hombre entrar en ciertas casas para hablar con sus mujeres, pero las diaconisas podían penetrar más fácilmente en estos espacios domésticos para atender pastoralmente a las mujeres y niños de una familia en la que un hombre no-cristiano ejercía su autoridad.
Otra situación que requería el ministerio del diaconado femenino era la administración del bautismo. Durante los primeros siglos, este sacramento se administraba siempre por inmersión y tanto hombres como mujeres se introducían desnudos al agua (7). El pudor exigía que las mujeres fueran bautizadas por mujeres y no por hombres; las diaconisas ejercían este ministerio litúrgico, pero también se encargaban de instruir a las bautizadas en la vida cristiana. Otra función importante era la atención a las enfermas, que podría haber incluido la unción.

4. DIACONISAS EN ORIENTE Y OCCIDENTE EN LOS SIGLOS POSTERIORES
El final de las persecuciones -con la promulgación del Edicto de Milán en el año 313- no supuso el final del diaconado femenino, como atestigua este canon del Concilio de Calcedonia, celebrado en el año 451: “Una mujer no debe recibir la imposición de manos como diaconisa antes de los cuarenta años de edad, y entonces sólo tras severo examen” (8).
Una importante fuente de información sobre las diaconisas de este período son las inscripciones funerarias. Se han descubierto numerosas tumbas con lápidas que dejan claro que la mujer enterrada en ella es una diaconisa. Sirva como ejemplo este texto, que pertenece a un sepulcro encontrado en Capadocia (Turquía) y procede del siglo VI: “Aquí yace la diaconisa María, de pía y bendita memoria, que siguiendo las palabras del apóstol, educó niños, acogió huéspedes, lavó los pies de los santos y compartió su pan con los necesitados. Recuérdala, Señor, cuando vengas en tu Reino” (9).
Concilios locales celebrados en Occidente a inicios de la Edad Media empiezan a dar cuenta del malestar del clero masculino con las diaconisas y algunos decretan su supresión. El diaconado de las mujeres fue interrumpido en Occidente en el siglo V. En Oriente, subsistió hasta el siglo XII o XIII. Aun hoy, se siguen celebrando en Iglesia Ortodoxa las fiestas de varias santas diaconisas, como Melania, Olimpia, Xenia, Radegunda, Platonia, etc.

5. ¿ESTABAN ORDENADAS LAS DIACONISAS?
Existe una amplísima documentación sobre las diaconisas durante los primeros siglos de la Iglesia. Nadie puede, en buena fe, cuestionar que existieron; la duda está -como mencionó el papa Francisco- en si estaban ordenadas, si realizaban todas las competencias del diaconado masculino y si se las consideraba miembros del clero al igual que los diáconos varones. Esta es una cuestión complicada, porque durante los primeros siglos, la teología sacramental no estaba aun totalmente desarrollada y la cuestión de la ordenación no se planteaba con la precisión que se ganó en siglos posteriores.
Existe un texto en el que se habla de la ordenación de mujeres diaconisas mediante la imposición de manos, invocación del Espíritu Santo y celebración solemne presidida por el obispo en presencia del presbiterio, elementos propios del sacramento del Orden: ‘las Constituciones Apostólicas’. ‘Las Constituciones Apostólicas’ es un libro, compuesto probablemente en Siria, que transmite supuestas instrucciones de los doce apóstoles. Estas enseñanzas en realidad no proceden de los apóstoles, sino que reflejan prácticas eclesiásticas de la época en la que se compuso el libro, el siglo IV. En él, podemos leer: “Acerca de las diaconisas Bartolomé ordena: Obispo, imponle las manos, estén presentes contigo el presbiterio, los diáconos y las diaconisas, y di: ‘Dios eterno, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Creador del hombre y de la mujer, que llenaste de espíritu a Miriam, a Débora, a Ana, y a Juldá, que no has considerado una indignidad que tu Hijo unigénito naciera de una mujer, que en la Tienda del Testimonio y en el Templo ordenaste guardianas de tus santas puertas, ahora también dirige tu mirada sobre esta sierva propuesta para el diaconado, dale el Espíritu Santo, purifícala de toda mancha de la carne y del espíritu, para que realice con dignidad la obra que le es confiada para gloria tuya y alabanza de Cristo. Por medio de Él, a ti gloria y adoración en el Espíritu Santo por los siglos. Amén’” (VIII, 19-20) (10).
Los más críticos con la ordenación diaconal de las mujeres afirman que no hay pruebas irrefutables, que demuestren más allá de toda duda que las diaconisas de la Iglesia Antigua estaban ordenadas en el sentido sacramental. Phyllis Zagano, profesora de la Universidad Hofstra (Nueva York), una mujer que ha dedicado su vida a investigar sobre el diaconado femenino y que ha sido elegida miembro de la Comisión de Estudio convocada por el Papa, ha escrito que: “Existen argumentos más fuertes de la Escritura, historia, tradición y teología de que las mujeres pueden ser ordenadas diáconos de que las mujeres no pueden ser ordenadas diáconos”. Esta autora defiende la tesis de que “La restauración del diaconado femenino es necesaria para la continuidad de la vida apostólica y el ministerio de la Iglesia Católica Romana” (11).

6. LA RESTAURACIÓN DEL DIACONADO PERMANENTE
Desde principios del siglo II, la Iglesia se ha organizado con una triple jerarquía. Cada diócesis es regida por un único obispo, asistido por presbíteros y diáconos. La función del diácono es ayudar al obispo, especialmente en los servicios caritativos de la comunidad (diákonos en griego quiere decir servidor), pero también en otras funciones tanto litúrgicas como formativas.
Al comienzo de la Edad Media, el diaconado permanente -tanto masculino como femenino- fue suprimido en Occidente; sólo quedó el diaconado temporal como paso previo a la ordenación presbiteral (reservado por tanto sólo a los varones). El Concilio Vaticano II recomendó la restauración del diaconado permanente: “… se podrá restablecer en adelante el diaconado como grado propio y permanente de la Jerarquía. Corresponde a las distintas Conferencias territoriales de Obispos, de acuerdo con el mismo Sumo Pontífice, decidir si se cree oportuno y en dónde el establecer estos diáconos para la atención de los fieles. Con el consentimiento del Romano Pontífice, este diaconado podrá ser conferido a varones de edad madura, aunque estén casados, y también a jóvenes idóneos, para quienes debe mantenerse firme la ley del celibato” (Lumen Gentium, 29).
Siguiendo este mandato, el papa Pablo VI restauró en 1967 el diaconado permanente mediante la Carta Apostólica Sacrum diaconatus ordinem (12). La cuestión que se plantea hoy es si esta restauración del diaconado permanente puede ampliarse para incluir a las mujeres -casadas o célibes.
El documento de la Comisión Teológica Internacional, ‘El diaconado: evolución y perspectivas’ -publicado en el año 2002-, es el documento oficial más amplio dedicado al estudio del diaconado femenino hasta la fecha y su lectura resulta imprescindible para cualquier persona interesada en este tema (13). Después de larga consideración, tanto de datos históricos como de argumentos teológicos, concluye así: “En lo que respecta a la ordenación de mujeres para el diaconado, conviene notar que emergen dos indicaciones importantes de lo que ha sido expuesto hasta aquí:
  1. Las diaconisas de las que se hace mención en la Tradición de la Iglesia antigua -según lo que sugieren el rito de institución y las funciones ejercidas- no son pura y simplemente asimilables a los diáconos;
  2. La unidad del sacramento del Orden, en la distinción clara entre los ministerios del obispo y de los presbíteros, por una parte, y el ministerio diaconal, por otra, está fuertemente subrayada por la Tradición eclesial, sobre todo en la doctrina del concilio Vaticano II y en la enseñanza posconciliar del Magisterio. A la luz de estos elementos puestos en evidencia por la investigación histórico-teológica presente, corresponderá al ministerio de discernimiento que el Señor ha establecido en su Iglesia pronunciarse con autoridad sobre la cuestión.
La cuestión de la ordenación de las mujeres, dictaminaba la Comisión Teológica Internacional hace quince años, está a la espera de un pronunciamiento del Magisterio de la Iglesia.
En 2009, el papa Benedicto XVI modificó el derecho canónico para aclarar la diferencia entre diáconos y presbíteros. Sólo estos últimos pueden considerarse sacerdotes que actúan “en la persona de Cristo” (in persona Christi) (14). Esta distinción despeja un importante obstáculo a la ordenación diaconal de las mujeres: una razón que se esgrime en contra de la ordenación sacerdotal de la mujer es que el presbítero y el obispo, por el hecho de actuar in persona Christi, deben ser varones para mejor reflejar a Jesús, que era varón. Este argumento no puede aplicarse para negar la ordenación diaconal a las mujeres. (Jesús era ‘judío’; consecuencia según la misma lógica: los sacerdotes deben ser judíos!).
Importantes teólogos y hombres de Iglesia se encuentran hoy a ambos lados del debate sobre la ordenación diaconal de las mujeres: el Cardenal Kasper, muy próximo al papa Francisco, se ha mostrado a favor (15); el Cardenal Müller, presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se ha pronunciado en contra de que pueda conferirse a las mujeres cualquier tipo de ordenación (16). En la Comisión de Estudio, hay personas que se han manifestado a favor, otras en contra y otras que no se han pronunciado públicamente en ninguna de las dos direcciones.

7. BENEFICIOS PASTORALES DE LA ORDENACIÓN DIACONAL DE LAS MUJERES
Personalmente, pienso que la ordenación diaconal de la mujer sería un paso adelante para la Iglesia Católica. Según los evangelios, algunas mujeres “habían seguido a Jesús y lo habían servido [en el texto griego, se utiliza aquí el verbo diakonein] desde que estaba en Galilea y habían subido con él a Jerusalén” (Marcos 15,40). Hoy son millones las mujeres católicas consagradas al cuidado a los enfermos, a la educación de los niños y al acompañamiento de los ancianos; a la administración de obras de misericordia; al estudio y docencia de la Teología; y a tantas antiguas y nuevas formas de servicio eclesial. Algunas de ellas presiden la liturgia de la Palabra y la distribución consiguiente de la comunión en lugares donde no llegan los sacerdotes. Desde los tiempos de Jesús hasta el presente, ha habido siempre mujeres que han ejercido la diaconía como servicio -estuvieran ordenadas o no.
La formalización del servicio de las mujeres mediante la ordenación diaconal daría visibilidad pública a algo que es ya real y abriría al mismo tiempo nuevos caminos. Las diaconisas podrían predicar homilías; celebrar bautizos y bodas; así como participar en los órganos de gobierno de la Iglesia como miembros del clero. Con la incorporación de mujeres cualificadas y probadas, la Jerarquía católica se enriquecería enormemente y el Pueblo de Dios estaría mejor servido, tanto en la celebración de los sacramentos -con hombres y mujeres en torno al altar- como en el ejercicio cotidiano de las obras de misericordia.
Las reuniones de la Comisión comenzaron el pasado mes de septiembre. Recemos para que sus trece hombres y mujeres disciernan la voluntad del Espíritu Santo para nuestros días y allanen el camino a la decisión que el Papa debe tomar.

Miembros de la Comisión de Estudio
Núria Calduch Benages, española, miembro de la Pontificia Comisión Bíblica y profesora de la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma).
Francesca Cocchini, italiana, profesora de la Universidad La Sapienza (Roma) y del Instituto Patrístico Augustinianum (Roma).
Piero Coda, italiano, presidente del Instituto Universitario Sophia (Loppiano, Italia) y miembro de la Comisión Teológica Internacional.
Robert Dodaro, estadounidense, presidente del Instituto Patrístico Augustinianum (Roma).
Santiago Madrigal, español, profesor de eclesiología de la Universidad Pontificia Comillas (Madrid).
Maria Melone, italiana, presidente de la Universidad Pontificia Antonianum (Roma).
Karl-Heinz Menke, alemán, profesor emérito de Teología dogmática de la Universidad de Bonn y miembro de la Comisión Teológica Internacional.
Aimable Musoni, ruandés, profesor de eclesiología de la Pontificia Universidad Salesiana (Roma).
Bernard Pottier, belga, profesor del Instituto de Estudios Teológicos de Bruselas y miembro de la Comisión Teológica Internacional.
Marianne Schlosser, alemana, profesora de la Universidad de Viena y miembro de la Comisión Teológica Internacional.
Michelina Tenace, italiana, profesora de Pontificia Universidad Gregoriana (Roma).
Phyllis Zagano, estadounidense, profesora de la Universidad Hofstra (Nueva York).
Presidente de la Comisión: Arzobispo Luis Ladaria, español, Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Notas.
1 La noticia apareció en numerosos medios de comunicación. Por ejemplo en: https://es.zenit.org/articles/el-papa-acepta-crear-una-comision-que-estudie-el-diaconado-femenino/ (Consultado el 20 de enero, 2017).
2 El nombramiento de la comisión fue anunciado el 2 de agosto. Cfr. http://es.radiovaticana.va/news/2016/08/02/el_papa_crea_comisión_de_estudio_sobre_diaconado_de_mujeres/1248798 (Consultado el 20 de enero, 2017). Las reuniones se iniciaron en septiembre de 2017, pero poco se ha sabido de su desarrollo desde entonces.
3 He comentado sobre las mujeres en torno a San Pablo en mi artículo: Alberto de Mingo, San Pablo y las mujeres: Moralia 26 (2003) 7-29.
4 Clemente de Alejandría, Stromata 3.12; Juan Crisóstomo, Homilías sobre Primera Carta a Timoteo 11.11. He consultado las versiones on-line ofrecidas por www.newadvent.org (Consultado el 20 de enero, 2017).
5 Epístola 10,96. El texto, que se conserva en latín, usa la palabra “ministrae”, que significa “diaconisas”.
6 Traducción mía del inglés. Tomado de la traducción al inglés de Hugh Connolly, disponible en: http://www.earlychristianwritings.com/text/didascalia.html (consultado el 20 de enero, 2017).
7 Hipólito de Roma, La Tradición Apostólica, Sígueme, Salamanca 1986, 75.
8 Canon 15.http://www.earlychurchtexts.com/public/chalcedon_canons.htm (consultado el 20 de enero, 2017).
9 Ute E. Eisen, Women Officeholders in Early Christianity: Epigraphical and Literary Studies, Liturgical Press, Collegeville 2000, 166.
10 Wilhelm Ültzen (editor), Constitutiones Apostolicae: textum graecum recognovit, praefatus est, annotationes criticas et indices subiecit, Sumptibus Stillerianis 1853, 219. Disponible en: http://books.google.com
11 Phyllis Zagano, Holy Saturday. An argument for the restoration of the female diaconate in the Catholic Church, New York: Crossroads 2000, edición electrónica. Otras obras de la autora: Phyllis Zagano (ed.), Women Deacons? Essays with Answers, Liturgical Press, Collegeville 2016; Phyllis Zagano, Women in Ministry: Emerging Questions on the Diaconate, Paulist Press, Mahwah 2012; Phyllis Zagano - Gary Macy - William T. Ditewig, Women Deacons: Past, Present, Future, Paulist Press, Mahwah 2011.
12 Disponible en: http://w2.vatican.va/content/paul-vi/la/motu_proprio/documents/hf_p-vi_motu-proprio_19670618_sacrum-diaconatus.html (Consultado el 20 de enero, 2017).
13 Disponible en: http://www.vatican.va /roman_curia/ congregations/cfaith/cti_documents/rc_con_cfaith_pro_05072004_diaconate_sp.html#CAP%CDTULO_I (Consultado el 20 de en enero, 2017).
14 “El canon 1009 del Código de derecho canónico de ahora en adelante tendrá tres parágrafos, en el primero y en el segundo de los cuales se mantendrá el texto del canon vigente, mientras que en el tercero el nuevo texto se redactará de manera que el canon 1009 §3 resulte así: ‘Aquellos que han sido constituidos en el orden del episcopado o del presbiterado reciben la misión y la facultad de actuar en la persona de Cristo Cabeza; los diáconos, en cambio, son habilitados para servir al pueblo de Dios en la diaconía de la liturgia, de la palabra y de la caridad’.” Carta Apostólica Omnium in mentem. http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/apost_letters/documents/hf_ben-xvi_apl_20091026_codex-iuris-canonici.html (Consultado el 20 de en enero, 2017).
15 http://www.americamagazine.org/issue/kasper-proposes-women-deacons
16 https://zenit.org/articles/women-deacons-a-perspective-on-the-sacrament-of-orders/.



 17 .  NO  QUIEREN  SER  DIACONIZAS,  Antonio  Aradillas.


RD.

Tal y como, pese a todo, todavía siguen subiendo los índices en la bolsa de valores del machismo eclesial y de sus congéneres, resulta explicable que por ahora no sean muchas las mujeres a las que les entusiasme enrolarse en el colectivo de las vocacionadas a recibir la ordenación del diaconado. Con honradez, lealtad, amor a la Iglesia y sentido de la realidad, la mayoría de las mujeres están convencidas, y así lo atestiguan, que, tanto en la forma, como en el fondo, del proyecto del diaconado femenino, se enclaustran más o menos furtivamente intenciones ajenas a proyectos muy elementales de la promoción integral de la mujer, que ella misma demanda, en responsable respuesta a los problemas del mundo en la actualidad.
Es tanta, tan palpable y evidente, a la vez que perseverante, la actitud mantenida por la Iglesia oficial, con la generosa aportación de argumentos humanos y divinos, como para que los temores de los colectivos femeninos religiosos, en la variedad de sus versiones, coincidan en el convencimiento de que de su diaconado enmascare su presencia y actividad en la Iglesia, como asistenta de obispos y presbíteros, pero no como colaboradora de verdad, y en idénticos, o mayores, compromisos pastorales y ministeriales.
Gracias sean dadas a Dios, son ya -y serán muchas más -, las mujeres que estudian ciencias teológicas, y además viven o intentan vivir las realidades terrenales a la luz de las mismas y tanto como lo hicieron, y lo hacen, los hombres. Pensar en que su nueva condición de diaconisa contribuiría tan solo o fundamentalmente, a dignificar, a hacer perdurable y rentable su situación de monaguilla, acólita, "señora de la limpieza", serviciaria del templo y, con votos o sin ellos, administrativa, a las órdenes de la jerarquía eclesiástica, varonil por definición y por cánones, no facilita recorrer los nuevos caminos "vocacionales" dentro de la Iglesia, tal y como felizmente les ocurre en la totalidad de actividades y de profesiones, equiparadas con el hombre.
A estas, y a otras mujeres instruidas en materias religiosas, no se les oculta que el término "diakonía" en la configuración teológico-pastoral de la verdadera Iglesia de Cristo, supera en valor y en dignidad a otros conceptos como el de obispo, sacerdote, presbítero o clérigo en general. Sin "diakonía", es decir, sin disponibilidad, capacidad y ejercicio al servicio del pueblo, y de quienes lo componen, con misericordiosa prevalencia para los pobres y más necesitados, no es Iglesia la Iglesia, por muchas mitras, báculos, anillos, procesiones, tratados de escolástica, "Años Santos", confesonarios y liturgias con los que algunos, aún "en el nombre de Dios", lo declaren y lo dogmaticen.
El esquema de vida y de actividad eclesiástica se refleja en el capítulo dedicado a las "diaconisas" en la historia de la primitiva Iglesia, sobre todo, oriental, en cuyo ritual destaca la entrega del anillo y de la corona sobre la cabeza, por parte del obispo, con el rito de una falsa "ordenación sacramental" y consiguiente esfuerzo de apariencias y "queiotonía" , en alguna de las cuales se manifiesta y pone de relieve con claridad obsesivamente misógina, que "no deben enseñar, ni ser charlatanas, ni estar ociosas, ni dejarse deslumbrar y seducir por falsos maestros"
Sería ciertamente intranquilizador tener que interpretar que la falta de decisión episcopal por aceptar y hacer viable la posibilidad del diaconado femenino, respondiera a negativas retrógradas, hoy insoportables e incongruentes, pero apuntaladas por teólogos y pastoralistas "antifranciscanos", a quienes les da la impresión de que tal cambio en la estructura y disciplina eclesiástica equivaldría a entreabrir las puertas del sacerdocio femenino.
Con diaconisas o sin ellas, a la mujer, por mujer, no se les puede seguir cerrando los accesos al ejercicio del ministerio sacerdotal, en igualdad de condiciones que el hombre. Tal cerrazón y negativa son un atropello y una anomalía antirreligiosa y antisocial, que pregona a todos los vientos el machismo de una institución, además de Estado, como la Iglesia, con las incidencias tan negativas y nefastas que ello comporta para el desarrollo integral, de la humanidad. Alardear de "cristiana" una Iglesia como la católica, antifeminista por definición y praxis constitucional, ronda y sobrepasa los límites de la consternación.

Publicado por Iglesia de a pie para IGLESIA DE A PIE - Ecuador por la paz y la reivindicación el 8/24/2016.


 18 .  J E S Ú S   F U E   L A I C O,  Miguel  Miranda.

Cochabamba. Julio 26 de 2006.

CONTENIDO
Introducción
1.       Yo, católico laico, no me lo imagino
2.       Reivindicación de la laicidad y de lo laico
3.       El escándalo de ver a los Herodes y Caifás defendiendo la fe
4.       La única contradicción real: Ricos contra pobres
-          Necesaria lectura crítica de la realidad del país
-          Evangelizar como Jesús, desde los ojos de los pobres


INTRODUCCIÓN
¿Se imaginan a Jesús defendiendo privilegios de poder para su grupo? ¿Se imaginan a aquel campesino de Nazareth -que proclamó la inminente llegada del Reino (1)- defendiendo ahora privilegios de hecho para su institución en un orden sociocultural colonial como el que sigue vigente en nuestro país?
¿Se imaginan a ese sencillo aldeano -medio carpintero, medio “hacelotodo”, un “sin tierra” ciertamente- convocando en largas homilías a “defender la fe”, una “fe” en abstracto, sin defender igualmente el derecho de los pobres a la tierra? ¿Se imaginan que ese Nazareno -que un día proclamó lo que hoy conocemos como Reforma Agraria para los pobres (Cf. Lc. 4, 14-21)- más preocupado en defender espacios de poder que en defender los derechos de los humildes, como el acceso a la tierra? ¿Se imaginan a ese campesino de Nazaret defendido por los terratenientes y los sectores políticos ultraderechistas, como los que defienden hoy a la Iglesia Católica boliviana?
¿Se imaginan que ese humilde profeta galileo pueda aparecer hoy en Bolivia y “ponerse a tiro” para campañas mediáticas de sectores ultra conservadores de la sociedad boliviana contra un gobierno con rostro popular (aunque no por ello inmune a fallas y “meteduras de pata” como las de su terco ministro de educación “empujador de congresos sin consenso”, contra viento y marea)?

1. YO, CATÓLICO LAICO, NO ME LO IMAGINO
A propósito del acalorado “debate” -debate evidentemente “montado” por los medios masivos de comunicación dominados por sectores de poder en Bolivia- conviene que los cristianos -católicos o no, aquellos que, desde lo más profundo de nuestro ser y de nuestra fe en ese Galileo proclamado Hijo de Dios, tratamos de encaminar nuestra vida personal y social- digamos nuestra palabra. Es necesario que lo hagamos, pues nuestra fe y compromiso vividos en medio de esta magnífica historia que construye nuestro pueblo -más allá de los poderosos de turno, incluidos los del MAS, o a pesar de ellos inclusive- no parece ser necesariamente bien expresada en las palabras de jerarcas que convocan a abstractas “defensas de la fe” o de curas condecorados por antiguos dictadores, cuya “catolicidad” huele más a un sectarismo que trasnochadamente reivindica un vetusto régimen de cristiandad.

3. REIVINDICACIÓN DE LA LAICIDAD Y LO LAICO
Jesús fue laico. Tan laico como desacreditado, perseguido y asesinado por los que detentaban el poder religioso-civil de su tiempo. Es necesario traer a luz esta memoria, en un momento en que se manosea tan grotescamente lo laico y la laicidad.
En contraposición a quienes de manera aberrante refieren un origen “marxista” a la palabra laicidad (2) la palabra laico viene de un vocablo griego que significa “el que es del pueblo”, sin privilegios. Y esto tan hermoso es ser laico: ser del pueblo llano, de a pie, tan simple como la señora que vende en las calles sus caramelitos para sobrevivir. ¿Hay en ello algo irreligioso o una actitud agresiva contra los valores religiosos? Parece que no.
Las primeras comunidades cristianas, en los primeros siglos de nuestra era, fueron acusadas de “ateas”. No sería por casualidad sino por su estilo de vida, su manera desinstitucionalizada y popular de vivir lo religioso, en absoluta libertad -y por tanto a veces en contra- del sistema dominante que, para legitimarse, se apoyaba en fastuosos aparatos religiosos institucionalizados. Un ejemplo privilegiado lo constituye la carta a Filemón, en la que se manifiesta de manera sencilla un desconocimiento del sistema esclavista por la manera de vivir fraterna en la comunidad cristiana.
Con el largo proceso de clericalización y el crecimiento en fastuosidad institucional que siguió a la Iglesia a partir del Siglo IV, la laicidad, como auténtica forma de vivencia cristiana pasó un segundo o último orden. En el régimen de cristiandad, la Iglesia acabó más dependiente de sus privilegios que le ataban al poder imperial. Es pertinente reconocer que en nuestros países latinoamericanos aún persisten, en la sociedad, la cultura “nacional” y las estructuras de poder, rasgos inequívocos de este modelo social-eclesial.
Fue el Concilio Vaticano II que, en su propósito de situar a la Iglesia de manera realista y fraterna en las sociedades modernas- reivindicó la laicidad como una forma legítima de ser Iglesia (Cf. La. Constitución Gaudium et Spes -“Las alegrías y las esperanzas”-, el N° 76, por ejemplo).
Nuestras iglesias en América Latina recuperaron y desarrollaron, en un comienzo, las líneas maestras del Concilio con un dinamismo y creatividad que ahora parece que olvidamos. Por eso, ahora que en nuestro país se suscita este falso debate por “la defensa de la fe católica”, es necesario que los laicos católicos expresemos nuestra palabra.
Los laicos -profundamente creyentes en el Dios de Jesús de Nazaret- existimos en este país y en este mundo. Y creemos que no hace falta grandes privilegios jurídicos o socioculturales para vivir en este mundo nuestra fe cristiana con un apasionado compromiso por los valores del Reino. Existimos laicos que -más allá de un ingenuo apoyo o rechazo al actual gobierno- nos sentimos seguidores de Jesús de Nazaret junto a este hermoso y sufrido pueblo que hace, en definitiva, la historia según los ojos de Dios.
Los grandes cuestionamientos al sistema neoliberal que sólo trajo más miseria y muerte para los pobres; las grandes luchas contra los dogmas de la “idolátrica religión del mercado” (3) (p.e. “No hay otra historia que ésta que se llama globalización neoliberal”) se han dado y se siguen dando desde los sectores sociales más empobrecidos y críticos. Con esos sectores apostamos nuestra fe y nuestro compromiso cristiano, no en abstractas “defensas de la fe” que huelen más a “defensa de privilegios” en un orden sociocultural vetusto. Nuestro pueblo luchador y amante de la vida es para nosotros lugar teologal y teológico, lugar de encuentro con el Dios de la historia, que desde tiempos antiguos empuja la lucha de los humildes hacia su liberación.
Laicidad no es laicismo. Lo laico no es agresividad contra los valores más profundos que defienden la vida, entre ellos, los valores religiosos. Todo lo contrario. Como muchos documentos del Concilio Vaticano II y otros documentos más recalcitrantemente “oficiales” de nuestra Iglesia lo afirman (4), laicidad significa un orden social, cultural y político que permite la convivencia tolerante y fraterna entre las infinitamente variadas y diferentes formas de sentir y vivir el misterio de Dios en la historia. ¿Por qué nuestros pastores no se pronuncian para aclarar estas aberrantes y groseras formas de tratar lo laico en este bochornosa campaña mediática de los sectores conservadores?
La sospecha y hasta cierta hostilidad hacia las religiones no es necesariamente hostilidad hacia el Dios de la Vida, el Dios bíblico, que defiende el derecho de los pobres contra el saqueo por parte de los poderosos. Todas las religiones como producto humano que son (5) en frecuentes ocasiones han propiciado, legitimado y hasta defendido crímenes contra los pobres. Ante ello, las voces que se han levantado en gran medida lo han hecho defendiendo la vida de los humildes. ¿No es ésta la misma defensa que hizo Jesús en su tiempo y por ello mismo fue acusado de “peligroso” por las clases dominantes?
A nosotros los que profesamos públicamente una fe se nos debe advertir permanentemente eso de que “el espíritu sopla donde quiere”. Cuidado que -como bellamente se narra en el libro de Job- pretendiendo defender a Dios acabemos blasfemando y más bien los discursos rayanos en la increencia aparezcan reivindicados como auténtico discurso a favor del Dios de la Vida, pues defiende la vida de los pobres. Si a Jesús no le dio empacho de sostener que las prostitutas y pecadores precederán en el Reino a los “religiosos” de su época, hoy podemos encontrar -no hablo necesariamente de los jerarcas que ahora ocupan el gobierno- verdaderos testimonios proféticos del Dios de la Vida en los “ateos” que tanto temen y satanizan los oligarcas y ciertos “defensores de la fe”.

4. EL ESCÁNDALO DE VER A LOS HERODES Y PILATOS DEFENDIENDO “LA FE”
Nos escandaliza ver que muchos de nuestros principales pastores de manera ingenua o lúcida -ellos juzgarán su propia conciencia- estén siendo manipulados por campañas mediáticas de sectores sociales y políticos ultraconservadores, aquellos sectores que no quieren perder sus privilegios y su poder en la detentación de la propiedad de las tierras, de los medios de producción y de las decisiones de orden público en el país. Son aquellos mismos oligarcas -cómplices de los que masacraron al pueblo alteño y paceño en octubre del 2003- los que ahora aparecen en la prensa “defendiendo” la fe cristiana.
Periódicos y canales televisivos que años atrás hicieron cerrada defensa de programas políticos que no sólo empobrecieron al país sino que culminaron en genocidio, ahora se ven repletos de edulcoradas defensas de la Iglesia Católica. ¿No es este un hecho bochornoso para quienes pretendemos ser seguidores de ese Nazareno crucificado y resucitado?

5. LA ÚNICA CONTRADICCIÓN REAL: RICOS VS. POBRES.

  1. Necesaria lectura crítica de la realidad del país
¿Más o menos clases de religión en las escuelas? ¿Más poder para que los CEILs tomen decisiones en la designación de maestros de religión y para los “colegios de convenio”? ¿Más o menos privilegios para que ciertos sectores de la Iglesia Católica -u otras Iglesias con parecido síndrome de voluntad de poder- tengan posibilidad de imponer sus doctrinas en temas como la familia, la legislación sobre el aborto, etc.?... A la hora de ser coherentes con nuestra fe, en definitiva ese no es el problema.
El problema va más allá. Las clases de religión en sí mismas no son garantía apodíctica de un aporte al crecimiento espiritual de la sociedad boliviana. Es necesario examinar la calidad de ellas. Y muchas veces la calidad de las clases de religión está condicionada por la manera como se las hace. En la mayoría de las ocasiones, cuando las clases de religión suponen un uso del poder y los privilegios eclesiales, lo que provocan es efectivamente lo contrario a lo que pretenden. Y con no poca frecuencia observamos sutiles formas de chantaje con los privilegios católicos frente a los sectores humildes. Si creen que miento, pueden venir a visitar mi barrio, Villa Sebastián Pagador, en Cochabamba, y ver cómo en ciertas ocasiones en el Colegio “de convenio” que aquí existe, las religiosas o profesores de religión exigen a los alumnos que muestren la “hojita dominical” de la misa para demostrar que efectivamente fueron a misa. ¡Y eso lo hacen en un medio social con altísimo grado de diversidad confesional, cultural y eclesial! O hacen enarbolar la bandera vaticana al lado de la boliviana, o hacen cantar himnos marianos en un contexto de alta presencia protestante y evangélica. La gente les tiene que aguantar porque ellas tienen la sartén por el mango en el colegio. Y, claro, también porque traen “obritas” con muchos dólares por medio. ¿Contribuirán estos hechos al crecimiento espiritual de nuestros niños y niñas? Lo dudo mucho.
Por tanto, el problema no es defender espacios privilegiados para “anunciar” el evangelio. Esta visión forma parte de la estrechez de mirada en que hemos caído los cristianos en el país. El problema es leer adecuadamente las contradicciones socio-económicas de Bolivia y del mundo. Las contradicciones más profundas en nuestra sociedad no están determinadas por mayor o menor “aceptación” convencional de valores en abstracto. La contradicción real y verdadera es aquella misma que en el Éxodo y los Profetas del Antiguo Testamento se ha descubierto: la existencia de ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más numerosos y más pobres. Esta contradicción -que escuelas de sociología crítica afirman que representa la clave en la estructuración de la sociedad- es la matriz del pecado social que tanto denunciaron nuestros profetas latinoamericanos cuya sangre -como la de Espinal, Romero y Ellacuría- aún está fresca.

  1. Evangelizar como Jesús, desde los ojos de los pobres
Más clases de religión o menos clases de religión -muchas veces con esos chantajillos que hemos relatado- no se dirigen necesariamente a evangelizar a los pobres (y sobre todo dejarnos evangelizar por ellos), en sentido de que despierten en su dignidad de hijos e hijas de Dios, se hagan más conscientes de su realidad de opresión, se organicen y levanten su palabra y sus acciones para reconstruir esta sociedad boliviana cuyas estructuras económicas, jurídicas y políticas no reflejan -en definitiva- los valores del Dios de Jesús, sino más bien el afán de poder y de rapiña de los ricos.
Nuestra historia latinoamericana y boliviana tiene demasiados ejemplos para comprobar que la evangelización realizada desde el poder en muchas ocasiones sólo ha provocado más muerte y desestructuración social. No se puede evangelizar cristianamente sino es desde la simplicidad y desde lo llano, como el pueblo, junto con el pueblo, ese “laos” en el que palpita y actúa la misteriosa presencia del Dios liberador. Sólo podemos evangelizar como Jesús, desde los ojos de los pobres.

Humilde y fraternalmente llamamos a nuestros principales pastores a recuperar ese espíritu profético y hablar con claridad al pueblo. Oramos por ellos -y por todos nosotros y nosotras- para que ello se haga efectivo en este momento en que nuestras iglesias tienen tanto que aportar al proceso de cambio estructural en el país.

Notas:
(1) Es decir, un tiempo en el que reinarán de manera efectiva e irrevocable los valores del Dios bíblico: la fraternidad, la justicia que privilegia a los pobres y el amor expresado en acciones efectivas que construyen la vida.
(2) Cf. La referencia a declaraciones del presidente del Concejo Nacional de Profesores de Religión, en el artículo de Bolpress titulado "Nobleza eclesial e Iglesia Católica no son lo mismo” de fecha 26 07 06.
(3) Como han venido a denominar en bien fundamentados estudios socioteológicos algunos intelectuales y pastores reunidos en torno al Departamento Ecuménico de Investigaciones en Costa Rica, o en el Centro Cristianismo y Justicia, en Cataluña.
(4) Cf. Discurso del Papa Juan pablo II Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, lunes, 12 enero 2004.
(5) Y ello lo afirmamos con la misma sencillez con que decimos que ello no merma para nada nuestra valoración por la revelación divina que ellas reivindican.
Miguel Mirando es católico laico y teólogo-educador.
Publicado por Carismatico Ec para IGLESIA DE A PIE - Ecuador por la paz y la reivindicación el 8/04/2015.


C O N C L U S I Ó N


Los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, forman el pueblo de Dios y participan de las funciones de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en el Iglesia y en el mundo: Son “hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia”. Su misión propia y específica se realiza en el mundo, de tal modo que con su testimonio y su actividad contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio.”
(Documento de Aparecida 209-210).

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