L A I N F A
N C I A D E J E S Ú S
Recensión bibliográfica sobre la obra de Benedicto
XVI
Carlos ESCUDERO FREIRE
Introducción
He leído con
la atención debida el libro de Benedicto XVI sobre la infancia de Jesús (Mateo
1-2 y Lucas 1-2). Los dos evangelios de la infancia utilizan fuentes muy
distintas, con relatos y escenas cuya finalidad
teológica es también muy diversa. Como conozco mejor la obra lucana, sólo
voy a hacer la recensión de Lucas 1-2. Seguro que algún experto en Mateo 1-2
nos obsequiará con otra reseña.
Uno de los
criterios a tener en cuenta para entender mejor el contenido teológico de estos
pasajes es que Lucas escribe estas escenas en forma de dípticos (de dos en dos) para contraponer y
diferenciar mejor el papel de Juan y el de Jesús en la historia de la
salvación. Lucas presenta a Juan como el último profeta del Antiguo Testamento,
y a Jesús como Mesías, pero con unos títulos que desbordan totalmente las
previsiones y los anuncios del Antiguo Testamento sobre él.
1. “La
Ley y los profetas llegaron hasta Juan, a partir de ahí se anuncia el reinado
de Dios” (Lc 16,16).
Ahí se produce un corte, una verdadera ruptura, porque Jesús no viene a
completar la Antigua Alianza, sino a iniciar algo radicalmente nuevo y definitivo: la llegada del reinado de
Dios. Querer mezclar y hacer componendas entre el Antiguo y
Nuevo Testamento llevaría a la ruina de ambos.
2. “Nadie
echa vino nuevo en odres viejos, porque, si no, el vino nuevo revienta los
odres; el vino se derrama y los odres se echan a perder. No, el vino nuevo hay
que echarlo en odres nuevos” (Lc 5,37-38).
Sería bueno también recordar que, aunque el Mesías había sido anunciado
de distintas maneras y por diversos profetas, el contenido de estos anuncios
difiere cualitativamente de los títulos y prerrogativas con que está adornado
Jesús, no sólo después de la resurrección; estas prerrogativas le pertenecen ya
desde su concepción y nacimiento.
·
Así el título Santo,
aplicado sólo a Yahvé en el AT, se le atribuye también a Jesús en Lucas
1,35;
·
el de Señor,
propio de la resurrección, Lucas se lo aplica a Jesús en muchos pasajes de
su Evangelio; también se lo atribuye en el Evangelio de la infancia (Lc 1,17;
2,11).
·
El título Hijo
de Dios, con el que culmina la cristología de la Anunciación (Lc
1,35), es trascendente y está de acuerdo con las primeras palabras de Jesús (Lc
2,49), donde Jesús contrapone su Padre celeste a su padre terrestre, José.
·
El título de Mesías,
siguiendo el linaje de David y con la connotación de poder y dominio
sobre todas las naciones de la tierra, es rechazado frontalmente por todos los
evangelistas: el mesianismo de Jesús es de servicio y solidaridad con
los más pobres y necesitados, no de dominio y poder.
Estas contraposiciones entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y entre
Juan Bautista y Jesús, tienen que ser examinadas con rigor, para entender
adecuadamente la teología del Evangelio de la infancia de Lc.
ANUNCIO A ZACARÍAS: Lc 1,5-25.
Lc, después
de un pequeño prólogo a toda su obra (Lc 1,1-4), comienza el Evangelio de la
infancia con el anuncio de la concepción y nacimiento de Juan Bautista (Lc 1,5-25). Antes de
examinar algunas afirmaciones de Benedicto XVI sobre el contenido de esta
narración, comprobemos las circunstancias que la rodean.
1. Esta escena nos introduce
en un ambiente marcadamente sagrado:
Zacarías es sacerdote (Lc 1,5).
Mientras presta su servicio sacerdotal, entra en el santuario
a ofrecer el incienso, pero la muchedumbre del pueblo está fuera (Lc
1,8-10). Es decir, Zacarías se encuentra en lugar sagrado, celebrando uno
acto de culto sagrado, que sólo podían celebrar los sacerdotes: está
en el lugar oficial de las manifestaciones divinas. El pueblo, que no
cuenta para nada, permanece fuera, haciendo su propia oración. Zacarías,
en claro contraste con el pueblo, representa lo sagrado; el pueblo, lo
profano, lo que pertenece a su vida cotidiana. Pues bien, en este
ambiente sagrado es donde se le aparece el ángel del Señor a Zacarías y le
anuncia el nacimiento de Juan, a pesar de que él es mayor, y su esposa Isabel
mayor y estéril. Anuncia también el carácter profético de Juan y afirma
que será precursor de Jesús, el Señor (Lc 1,11-17).
Zacarías, a
pesar de ser sacerdote y de estar inmerso en el ámbito de lo
sagrado, se muestra incrédulo ante el anuncio del ángel.
2. “¿Qué
garantía me das de eso? Porque yo ya soy viejo y mi mujer de edad avanzada” (Lc 1,18).
Lo que podría considerarse como una simple objeción de Zacarías ante
el anuncio del ángel, requerida por el género literario de anuncios, aquí
se convierte en falta de fe en el mensaje divino, porque Zacarías
conocía sin duda otras concepciones del Antiguo Testamento, similares a la que
le había anunciado el ángel: anuncio del nacimiento de Isaac (Gén 18,10-14);
anuncio del nacimiento de Samuel (I Sam 1). Por eso esta incredulidad ante
el anuncio del ángel lleva consigo un castigo ejemplar:
3. “Pues mira, te vas a quedar mudo y no podrás
hablar hasta el día en que eso suceda, por no haber dado fe a mis palabras, que
se cumplirán en su momento” (Lc 1,20).
La conclusión es clara: Zacarías, sacerdote, celebrando un acto sagrado
en el santuario, no tiene fe, no se fía del mensaje del Señor.
Puesto que él aparece como el último sacerdote del Antiguo Testamento,
antes de la concepción de Jesús, el castigo de quedarse mudo tiene carácter simbólico: Lucas hace
enmudecer a toda la casta sacerdotal, porque hacer gala de lo
sagrado para distinguirse y distanciarse del pueblo, encumbrarse, ser
objeto de honores y celebrar ritos sagrados, sin tener fe;
es un verdadero fraude. Al salir del santuario ya no pudo comunicarse de manera
normal con la multitud que estaba fuera, sólo por señas. De hecho Zacarías
volverá a hablar después del nacimiento de su hijo Juan, pero no como
sacerdote, sino como profeta por la
irrupción del Espíritu Santo sobre él.
4. “Zacarías,
su padre, lleno de Espíritu Santo, profetizó: Bendito sea el Señor Dios de
Israel”… (Lc 1,67-68).
Así pues, Lucas, desde la primera página de su Evangelio, afirma que el
sacerdocio del Antiguo Testamento ya no tiene nada
que comunicar al pueblo, a pesar de la tradición sagrada secular
y del respeto que esta institución le merecía a la gente. Fiarse de Dios es
lo fundamental, y la fe no está relacionada con el sacerdocio, sus ritos y los
lugares sagrados.
Benedicto XVI pasa por alto estas conclusiones sobre lo sagrado y la
falta de fe del sacerdote Zacarías, y, sobre todo, llama la atención que
considere sacerdote a Juan Bautista en este relato. Escribe: “el
sacerdocio de Juan Bautista va hacia Jesús”; “en Juan todo el sacerdocio de la
Antigua Alianza se convierte en una profecía de Jesús” [1]. Y más adelante: “Juan
que 'se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno' (Lc 1,15),
vive siempre, por así decirlo, 'en la Tienda del Encuentro', es sacerdote no
sólo en determinados momentos, sino con su existencia entera, anunciando así el
nuevo sacerdocio que aparecerá con Jesús” [2].
Con este tipo de afirmaciones, la exégesis se resiente a causa de ideas
preconcebidas, porque ni Juan Bautista aparece en esta narración como sacerdote,
ni anuncia ningún sacerdocio de Jesús, que nunca aparece como
sacerdote en la obra lucana. Llenarse de Espíritu Santo ya en el vientre
materno” (Lc 1,15) se refiere a la condición profética de
Juan, que “irá por delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías…
preparándole al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17). Juan aparece,
pues, como el último profeta del Antiguo Testamento, “con el espíritu y
poder de Elías”. Así es también presentado por su padre Zacarías en el Benedictus:
“A ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor, a
preparar sus caminos”. (Lc 1,76).
Benedicto XVI se apoya en el hecho de que “no beberá ni vino ni
licor” (Lc 1,15) para afirmar que Juan es sacerdote [3], pero esta afirmación no
se refiere a su sacerdocio, sino a su vida austera en el desierto,
privándose de bebidas alcohólicas, en sintonía con su vestimenta y alimentos: “Juan
iba vestido con pelo de camello, con una correa de cuero a la cintura y comía
saltamontes y miel silvestre” (Mc 1,16). Su voz profética, desde el
desierto, constituye un claro desafío a los sacerdotes y al templo.
La afluencia masiva para recibir el bautismo de Juan en el Jordán indica
claramente que el templo, con todo lo que representaba, ya estaba
desprestigiado en esta época. Pero los mayores ataques contra el templo y
los sacerdotes no vinieron de Juan Bautista, sino del mismo Jesús. Los
profetas fueron anunciando la reforma
del culto; Jesús, su abolición.
En el anuncio de la concepción
de Jesús, como contrapunto y contraste dialéctico, captaremos todo lo
afirmado con mayor claridad, porque la historia de Jesús corre paralela a la de
Juan Bautista en el Evangelio de la infancia; este paralelismo es antitético,
es decir, de contraste y confrontación, y resalta de manera muy plástica las
prerrogativas de Jesús, y otros aspectos relevantes del Evangelio.
Este paralelismo nos lleva a descubrir en Jesús una personalidad misteriosa y
compleja: no hay personaje alguno en el Antiguo Testamento que se le pueda
aproximar; nos quedamos, pues, sin puntos de referencia. La figura de Jesús con
sus prerrogativas desborda también cualitativamente la de Juan Bautista. De
hecho, Lucas afirma que con Jesús empieza algo radicalmente nuevo y en
su Evangelio lo va resaltando de diversa forma.
LA ANUNCIACIÓN: Lucas 1,26-38.
Veamos, pues,
los rasgos más característicos del anuncio de la concepción y del nacimiento de
Jesús (Lc 1,26-38). Al leer detenidamente esta narración, lo primero que salta
a la vista de manera global es que la escena de Zacarías y Juan Bautista tiene
como paralelo la de Isaac, y la de otros personajes importantes del Antiguo
Testamento, cuyos hijos nacieron de madres estériles y de padres de edad
avanzada. La narración de Jesús, por el contrario, apunta directamente, a
través del Espíritu creador, a la creación de Adán, realizada
directamente por Dios. Esta primera creación ha fracasado, y Jesús aparece
como la nueva creación, es decir,
con él se realiza un nuevo comienzo. Este paralelismo juega a favor de
Jesús, nacido también de Dios (de su Espíritu), y principio, no sólo de una
nueva creación, sino también de una nueva
humanidad [4]. El
paralelismo que Lucas establece con Adán [5] exime a
Jesús de pertenecer al Antiguo Testamento, y
para él cesa la obligación de someterse a los ritos, leyes y lugares sagrados
que han ido apareciendo a lo largo de la historia de Israel. Otra cosa es que
sus padres, como buenos judíos, hayan cumplido con Jesús los ritos que ordenaba
la Ley mosaica.
Benedicto XVI
prescinde de detalles importantes, dignos de resaltar en esta narración. Por
eso vamos a detenernos, en primer lugar, en aquellos aspectos significativos
que establecen una clara contraposición entre lo sagrado y lo profano.
1. El ángel Gabriel, al aparecerse a María, lo hace en Nazaret,
población desconocida en el Antiguo Testamento, y por tanto no ligada a las
promesas mesiánicas. Además, Nazaret se encuentra en Galilea, provincia
alejada del poder político-religioso de las más importantes instituciones
judías, cuyo centro era Jerusalén (Judea). No hallamos nada de carácter
sagrado en esta escena: no hay sacerdotes intermediarios, ni templo, ni
ofrenda ritual, como en el caso de Zacarías. María está en su casa y allí tiene
lugar el anuncio del ángel. Es una doncella [6] sin renombre, una
desconocida, pero es la agraciada del Señor. Así, por pura gracia, iniciativa y
gratuidad de Dios, María queda integrada en lo trascendente; irrumpe de
manera directa y con fuerza en la historia de la salvación, inaugurada por
Jesús como reinado de Dios, quedando José, padre del niño, y de la
estirpe de David, en un discreto segundo plano. El anuncio del nacimiento de
Jesús aparece así enmarcado en el desarrollo de una vida normal, en el
devenir de lo cotidiano y sin
relieve especial alguno: lo sagrado no aparece aquí por ninguna parte.
2. Llama también la atención que el
ángel le diga a María: “Alégrate, favorecida, el Señor está contigo”
(Lc 1,28). Así se refleja la alegría asociada siempre a la
venida y al encuentro con Jesús. También se refleja esa alegría mesiánica
en el anuncio del nacimiento de Jesús; el ángel les dice a los pastores: “Tranquilizaos,
mirad que os traigo una buena noticia, una gran alegría”… (Lc 2,10). Favorecida,
es lo mismo que agraciada; entre tantas mujeres israelitas que
habrían podido ser elegidas como madre de Jesús, Dios, por iniciativa propia,
escoge gratuitamente a María sin mérito especial alguno. Era una joven normal
de su tiempo, desposada con José; eso sí, una gran desconocida para la clase
dirigente y dominante de Israel que esperaba la venida del Mesías con un
esplendor y grandeza inusitados, y, por supuesto, con una manifestación
apoteósica en el templo, lugar sagrado por excelencia. María proclamará
proféticamente esta predilección de Dios por ella en el Magnificat:
“Proclama mi alma la grandeza del Señor, Se alegra mi espíritu en Dios mi
Salvador, porque se ha fijado en la insignificancia de su sierva” (Lc
1,46-48). Y en el mismo himno Lucas afirma: “Derriba del trono a los
poderosos Y exalta a los insignificantes” (Lc 1,52). Esta idea de que Dios
elige a la gente sencilla, a los que no cuentan para los grandes de este mundo,
es recurrente en el Evangelio de Lucas. María escucha el anuncio de Gabriel: “Pues
mira, vas a concebir, darás a luz uno hijo y le pondrás de nombre Jesús. Será
grande, se llamará Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David
su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá
fin” (Lc 1,31-33).
3. El título principal de este pasaje es Hijo del Altísimo.
¿Qué alcance tiene? Está claro que Hijo del Altísimo se contrapone al
título de Juan, profeta del Altísimo (Lc 1,76). ¿En qué sentido? Tanto
H. H. Oliver [7], como R. Laurentin [8] afirman la
superioridad mesiánica de Jesús sobre el carácter profético de Juan,
ya que Jesús nunca aparece como profeta en el Evangelio de la infancia de
Lucas. Pienso que el mismo Lucas, en el versículo 33, contexto inmediato en que
se encuentra el título Hijo del Altísimo (Lc 1,32), da la
respuesta adecuada: se trata del título
mesiánico que corresponde a Jesús, y que es superior a la
condición profética de Juan. Lo mismo pasa con el título grande,
aplicado a Juan (Lc 1,15) y a Jesús (Lc 1,32): grandeza profética de Juan y
grandeza mesiánica de Jesús. Estos títulos no son trascendentes.
4. Terminado el anuncio, María pone una objeción [9]: “¿Cómo sucederá eso
si no vivo con un hombre? El ángel le contestó: El Espíritu Santo bajará sobre
ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que va a nacer
será llamado Santo, Hijo de Dios” (Lc 1,34-35). En
este anuncio de Gabriel se encuentra la cristología más avanzada de toda la
obra lucana. Los títulos abiertos a la trascendencia se deben a la irrupción
del Espíritu Santo sobre María (Lc 1,35): son los títulos Santo e Hijo
de Dios en sentido trascendente. La novedad radical respecto al Antiguo
Testamento no estriba en que Jesús aparezca como Mesías, en la línea de
la grandeza de David, sino en que se le atribuya el título Santo, sólo
aplicado de Yahvé, y que aparezca como Hijo de Dios en sentido
misterioso, estricto y trascendente [10]. No hay ningún personaje
de la Antigua Alianza con estos títulos. La irrupción del Espíritu Santo sobre
María está relacionada con estos títulos trascendentes, aplicados a Jesús, que
señalan y marcan un nuevo comienzo. Jesús, pues, desborda los
anuncios y previsiones sobre el Mesías del Antiguo Testamento. En Lc 2,49,
Jesús había llamado a Dios: “mi Padre”, contraponiendo y sobreponiendo
esta paternidad, a la paternidad natural de José: “¡Mira con qué angustia te
buscábamos tu padre y yo” (2,48). Hay también una conexión teológica
innegable con Lc 10,21-22. El versículo 22 dice así: “Mi Padre me lo ha
enseñado todo. Quién es el Hijo, lo sabe sólo el Padre. Quién es el Padre, lo
sabe sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Lc 10,22).
Este versículo trata, pues, de manera directa sobre el conocimiento único y
recíproco entre el Padre y el Hijo. Podemos, por eso, afirmar que el
conocimiento exclusivo que Jesús, el Hijo, tiene de su Padre entraña una
relación profunda, única y misteriosa con él, en sentido trascendente.
María recibe
este secreto, lo guarda en su corazón, y lo acepta por la fe, es decir, se
fía de Dios, ya que todavía no está capacitada para comprender la
profundidad del misterio de su hijo. Es decir, María es presentada como
creyente: acepta los acontecimientos que se van a desencadenar sobre
la personalidad y la misteriosa condición de su hijo. Ésta es su grandeza y
en esto se diferencia de Zacarías. El padre de Juan, sacerdote, no
cree en el anuncio del Señor (Lc 1,18-20); María, por el contrario, acepta el
mensaje de Dios y responde al ángel: “Aquí está la esclava del Señor;
cúmplase en mí lo que has dicho” (Lc 1,38).
Su confianza
en Dios es total; cree que “para Dios no hay nada imposible” (Lc 1,37),
y por eso da su consentimiento al anuncio de Gabriel. Ésta es la verdadera
grandeza de María, haber sido la primera creyente en el misterio de Jesús;
por eso la primera bienaventuranza del Evangelio de Lucas es para ella
(Lc 1,45) [11]. “Entró en casa de
Zacarías y saludó a Isabel” (Lc 1,40). Zacarías queda en un discreto
segundo plano, y, en la escena, que tiene una riqueza teológica importante, las
protagonistas son las dos mujeres, María e Isabel [12]. María saludó a Isabel,
y su hijo “dio un salto en su vientre” (Lc 1,41). Isabel, “llena de
Espíritu Santo, proclama a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu vientre!” (Lc 1,41-42). Y un poco más abajo sale de
su boca la primera bienaventuranza: ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo
que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45).
EL OBJETO DE NUESTRA FE, como la de María, es
Jesús, su persona, su actividad y su mensaje. El
reinado de Dios se identifica con él.
Benedicto XVI
no distingue con nitidez entre los títulos mesiánicos y los trascendentes de
Jesús (Lc 1,32-35). Parece darle a los títulos mesiánicos un mayor realce
del que en realidad tienen. Tampoco establece ningún contraste entre lo
sagrado de la escena de Zacarías, y lo profano, inaugurado por María
en la escena de la Anunciación. Nadie se lo podría pedir, siendo él, en este
momento, “Pontifex Maximus”; detenta, por tanto, todo el poder
sagrado en su persona. Tampoco nadie espera de él que cambie de
opinión en el tema de la virginidad de María, ya que, desde el siglo IV,
y, sobre todo desde el s. V, Concilio de Calcedonia (451), la Iglesia
oficial y la teología tradicional durante siglos han venido afirmando que María
no concibió por medio de varón, como toda mujer que ha sido madre, sino por
obra del Espíritu Santo. Por eso, una vez examinada la posición de Benedicto
XVI sobre la virginidad de María,
quiero ofrecer una respuesta sencilla y lo más completa posible sobre este
tema, ante las dudas de muchos cristianos que están desorientados por lo que
escuchan en reuniones, círculos privados, opiniones aisladas, etc., sin saber
cómo explicar y poder aceptar lo que va siendo normal en la teología más
avanzada de nuestro tiempo, es decir, que la concepción de Jesús se ha realizado por obra de varón, como
sucede en el caso de cualquier otra persona.
CONCEPCIÓN VIRGINAL DE MARÍA
Benedicto
XVI, en el apartado que titula: El nacimiento virginal, ¿mito o verdad
histórica?, p. 57, contiene algunas afirmaciones que, a mi juicio,
convendría matizar. Refiriéndose a la Anunciación, afirma: “Es la obediencia de
María la que abre la puerta a Dios. La Palabra de Dios, su Espíritu, crea en
ella al niño. Lo crea a través de la puerta de su obediencia… De este modo se
produce una nueva creación, que, no obstante, se vincula al “sí” libre de la
persona humana de María” [13]. Dos veces habla de la
obediencia de María, cuando lo más correcto es hablar de la fe de María, que
renglones más abajo es proclamada “dichosa por haber creído” (Lc 1,45).
Tampoco contrapone la fe de María, a la incredulidad del sacerdote Zacarías.
Con él enmudece el sacerdocio del Antiguo Testamento.
Más adelante,
Benedicto XVI escribe: “Karl Barth ha hecho notar que hay dos puntos en la
historia de Jesús en los que la acción de Dios interviene directamente en el
mundo material: el parto de la Virgen y la resurrección del sepulcro, en el que
Jesús no permaneció ni sufrió la corrupción. Estos dos puntos son un escándalo
para el espíritu moderno. A Dios se le permite actuar en las ideas y los
pensamientos, en la esfera espiritual, pero no en la materia. Esto nos estorba” [14].
·
Lo primero que nos sorprende es que se equiparen dos acontecimientos, la
resurrección de Jesús y la virginidad de María que tienen poco que
ver entre sí: mientras que la resurrección centró el interés, por una
necesidad vital de las primeras comunidades cristianas, la virginidad de
María ni se plantea en este primer estadio de las comunidades cristianas.
Además, Karl Barth habla de la historia de Jesús, y el hecho de la
resurrección no pertenece a la historia, ya que no hubo testigos
oculares; hay que hablar más bien del misterio de la resurrección, que
pertenece a la meta-historia; habla también de la resurrección del
sepulcro, pero los relatos sobre el sepulcro vacío, que van
surgiendo en diversos lugares, tienen como finalidad expresar la fe en la
resurrección. Además, una cosa es que Dios pueda actuar en la materia
y, otra es que lo haya hecho.
·
Por lo demás, en la Anunciación no se habla de parto virginal, sino
de “concepción virginal”. Por eso, no podemos admitir esta
afirmación tajante de Benedicto XVI: “estos dos puntos -el parto
virginal y la resurrección real del sepulcro- son piedras de toque de la fe…
Por eso la concepción y el nacimiento de Jesús de la Virgen María son un
elemento fundamental de nuestra fe y un signo luminoso de esperanza” [15]. La resurrección de
Jesús sí es piedra de toque o fundamento de nuestra fe; la concepción y el
parto virginal de María, no. Lo veremos a continuación.
CONCEPCIÓN Y NACIMIENTO DE JESÚS POR OBRA DE VARÓN.
1. En
relación con la concepción virginal de
María, conviene saber que las comunidades cristianas
primitivas no se presentaron este problema. Les fue totalmente ajeno. Pablo,
que escribe sus cartas a partir de unos veinte años desde la muerte de Jesús,
no habla de virginidad de María; escribe: “Pero cuando se cumplió el
plazo envió Dios a su hijo, nacido de mujer” (Gál 4,4).
2. Es verdad que Mateo y Lucas
usan fuentes hebreas distintas sobre la infancia de Jesús y, para algunos
teólogos, sólo coinciden en que María concibió sin obra de varón, por
la acción del Espíritu Santo. Al comentar Lc 1,35, ya hice ver que la
actividad del Espíritu Santo en María está relacionada, no con la virginidad,
sino con las prerrogativas de su hijo, al que se aplica el atributo Santo,
exclusivo de Yahvé, y del que se afirma que es Hijo de Dios en sentido
trascendente.
3. Las
mitologías antiguas, desde Egipto hasta Mesopotamia, para destacar la
grandeza de un personaje ilustre, afirmaban que dicho personaje había nacido de
la unión sexual entre su madre y un dios. Esto se afirma de algunos
faraones en Egipto, de emperadores asirios y de grandes guerreros como
Alejandro Magno. También se aplica a algunos emperadores romanos como a Octavio
Augusto. En la Palestina del tiempo de Jesús y en Asia Menor se conocían estas
tradiciones mitológicas, y Lucas, pagano, de formación helenista, y que
escribe para paganos, la utiliza también para resaltar la grandeza y
excepcionalidad de Jesús. Eso sí, en la narración de la Anunciación no hay
vestigio alguno de la relación sexual de María con ningún dios. Se trata de
la fuerza y el poder creativo del Espíritu Santo, que interviene en su seno,
para indicar que Jesús desde su
concepción tuvo la plenitud de ese Espíritu, y aparece así, con
atributos sorprendentes, como la nueva creación (Lc 1,34-35). La
referencia a la primera creación y al poder creador del Espíritu de Dios resulta
aquí determinante (Gén 1,1-2).
4. Este
planteamiento teológico no niega que Jesús haya nacido, como los demás seres
humanos, por concurso de un varón, en este caso de José. Con frecuencia
encontramos en los evangelios pasajes con un marcado contraste, pero el hecho
de ponderar la grandeza o excelencia de uno de esos dos términos no anula la
realidad o el contenido del otro. Es evidente que en la escena de la
Anunciación se establece un claro contraste entre nacido de varón y nacido
del Espíritu. Predomina nacido del Espíritu, por las prerrogativas con
que viene adornado Jesús, el Hijo de Dios, pero no se niega la realidad
del primer término, es decir, la paternidad de José.
A manera de
ejemplo, para clarificar este contraste en la Anunciación, leemos en el
Evangelio de Lucas que una mujer dijo a voz en grito: “¡Dichoso el vientre
que te llevó y los pechos que te criaron! Pero Jesús repuso: Mejor: ¡Dichosos
los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen!” (Lc 11,27-28). Es
evidente que Jesús no niega la primera bienaventuranza referida a su
madre, pero le da más importancia a la segunda. María cumplió con creces esta
segunda bienaventuranza, fiándose totalmente de la palabra de Dios en la
escena de la Anunciación.
Algo
semejante encontramos en el Prólogo del Evangelio de Juan. Hablando el
cuarto evangelista de la Palabra, escribe:
“Vino a su casa, pero los suyos no la recibieron. Pero a los que la recibieron,
los hizo capaces de ser hijos de Dios. A los que le dan su adhesión, y éstos no
nacen de linaje humano, ni por impulso de la carne, ni por deseo de varón, sino
que nacen de Dios” (Jn 1,11-13). Aquí también se afirma que “nacer
de Dios” es más importante que “nacer de varón”. En otro pasaje,
Juan afirma lo mismo de otra manera. En conversación con Nicodemo, Jesús
afirma: “Te aseguro que si uno no nace de nuevo no podrá gozar del reinado
de Dios” (Jn 3,3). En el contexto (Jn 3,4-8) se asegura que este segundo
nacimiento está relacionado con “nacer del Espíritu”. El Espíritu,
creador de algo nuevo, con carácter definitivo, aparece constantemente
en los evangelios.
En relación con el dogma de la virginidad de María,
que se puede aplicar también a otros dogmas, es conveniente aclarar algunos
términos: En cuanto a la virginidad de María sostenida en los primeros
concilios de la Iglesia, hay que decir, ante todo, que en esos concilios se
discutieron fundamentalmente verdades, sobre todo, las relacionadas con los
títulos y las prerrogativas de Jesús que evidentemente implicaban
también a María. Estas verdades se debatieron con pasión y con ardor, y siempre
hubo vencedores y vencidos. Los vencedores se llamaron a sí mismos ortodoxos,
y a los vencidos les pusieron la etiqueta de heterodoxos o herejes. Los
ortodoxos proclamaban los dogmas, y a los así llamados herejes se les
condenaba o anatematizaba, y eran separados de la comunión de esa Iglesia
triunfante. Pasados algunos siglos de la historia de la Iglesia, el concepto
de hereje se fue ampliando, y muchos eran torturados por orden de la Santa
Inquisición, o mandados al patíbulo, el más frecuente el de la hoguera.
Muchos siglos después, algunas de
estas herejías dejaron de ser tales ¡porque estaban
más conformes con los puntos centrales de los evangelios!
Así las cosas, conviene afirmar lo siguiente: En los evangelios y el
resto del Nuevo Testamento no hay
dogmas, es decir, no hay verdades derivadas de una teología
especulativa que, a su vez, se apoya en conceptos y argumentos filosóficos,
tomados de la filosofía clásica griega, sobre todo de Aristóteles, y de las diversas
filosofías contemporáneas a los escritos del Nuevo Testamento, entre las que
destaca la influencia del estoicismo. También influyeron en la
elaboración de los dogmas las circunstancias históricas concretas, casi
siempre las de carácter político-económico, que condicionaron incluso el
comienzo y la finalización de algunos concilios [16]. Los argumentos sacados
de los Evangelios o del resto del Nuevo Testamento y del Antiguo, son con
frecuencia inconsistentes, por estar distorsionados o sacados de contexto.
Como contrapunto, y, dado el avance de la teología en el siglo XX y en lo que
va del XXI, algunos de los dogmas que han ido surgiendo a lo largo de la
historia de la Iglesia, han sido sometidos a revisión, por la poca consistencia
que tenían, al no encontrar un apoyo serio en el Nuevo Testamento, o al chocar
frontalmente contra las tendencias teológicas más actuales y renovadas [17].
LO SAGRADO Y LO PROFANO
La
Anunciación y el marcado contraste con Zacarías, en lo tocante al tema de lo
sagrado, podríamos resumirlo así:
- En
la Anunciación, que tiene como centro la concepción de Jesús con
sus prerrogativas trascendentes, no
hay vestigio alguno de lo sagrado. Tanto el lugar, la casa de
María, como la ciudad, Nazaret, como la región, Galilea, están lejos de los
lugares y las instituciones sagradas de Israel. María es a su vez una joven
sencilla, de linaje desconocido, pero es la escogida gratuitamente por Dios. Nos
encontramos, pues, en el terreno de lo secular, de la vida normal, de lo
profano.
- El contraste con Zacarías no puede ser mayor. En el anuncio al
padre de Juan lo sagrado brilla con todo el esplendor: el anuncio del
ángel a Zacarías tiene lugar en el templo; él es sacerdote, y estaba prestando
su servicio sacerdotal junto al altar; era una ceremonia sagrada: ofrecía el
incienso. Este contraste alcanza su culminación cuando percibimos que, en medio
de este ambiente sagrado, Zacarías no tiene fe.
- María, por el contrario, fuera
de todo ambiente sagrado, haciendo su vida normal y sin llamar para
nada la atención, acepta el mensaje de Gabriel, da su consentimiento y es
proclamada dichosa por haberse fiado de Dios. La grandeza de María está
en su fe, y la fe es un acto humano libre de adhesión a Dios, y no pertenece al
terreno de lo sagrado. María es la primera creyente en Jesús, pero, aunque
su vida diaria discurre en la rutina y la normalidad, tendrá que seguir
renovando, día a día, su fe ante el desconcierto causado por su propio hijo,
debido a su misteriosa personalidad. En esta escena tan importante de la
Anunciación ha intervenido directamente Dios, con una revelación gratuita y
trascendente, y ha tomado partido, no por el ámbito de lo sagrado, sino
de lo profano, de lo cotidiano, de lo secular.
MARÍA VISITA A ISABEL. EL NACIMIENTO DE JUAN: Lucas 1,39-66.
1. Visita a Isabel
En la siguiente narración, en la que María visita a Isabel, todo encaja
de nuevo en el ámbito de lo profano, de lo cotidiano y de la normalidad.
A pesar de que María va a la casa de Zacarías, éste queda relegado en la
escena. Todo sucede entre María, su
prima Isabel y los dos niños que están en el vientre de sus madres. Pero la
presencia de Jesús en el seno de María hace que Isabel se llene de Espíritu
Santo y llame dichosa a María por haber creído (Lc 1,41-45). No hay
templo ni mediación alguna sacerdotal. El Espíritu se ha presentado de
nuevo al margen de lo sagrado. Jesús
posee la plenitud del Espíritu de Dios, y lo
derrama aquí sobre Isabel con sola su presencia. El evangelio de
Lucas seguirá insistiendo en este hecho, porque con Jesús aparece siempre el
influjo del Espíritu Santo, en él y en las personas que lo circundan y le
prestan su adhesión. Ni el templo ni los sacerdotes contemporáneos de Jesús
podían proporcionar el don del Espíritu, porque a esos sacerdotes les
faltaba la fe, como a Zacarías, y realizaban actos de culto llenos de
ritos, pero vacíos de contenido. María proclama luego el Magnificat y,
terminado este himno, volvió a su casa (Lc 1,56).
A continuación, Lucas narra el nacimiento de Juan Bautista
(Lc 1,57-66). Cuando van a circuncidarlo le quieren poner el nombre de su
padre, Zacarías. Interviene la madre diciendo que se va a llamar Juan.
Como los acompañantes insistían en que ninguno de los parientes se llamaba así,
preguntaron a su padre por señas cómo quería que se llamara. Él, tomando una
tablilla, escribió: “su nombre es Juan”. Todos se maravillaron y sólo
entonces se desató su lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Se había
cumplido lo anunciado por el ángel, y Zacarías, lleno de Espíritu Santo,
profetizó… (Lc 1,67). En su propia casa, sin ritos ni ceremonias, desaparece el sacerdote de la
escena, y, por iniciativa de Dios, surge
el profeta. Zacarías entona el Benedictus. Avanzado el himno,
habla de la misión de su propio hijo: “Y a ti, niño, te llamarán profeta del
Altísimo, porque irás delante del Señor, a preparar sus caminos” (Lc 1,76).
2. Juan
Juan aparece, pues, como profeta, y su misión es ir delante del
Señor, a preparar sus caminos. Este es uno de los pasajes importantes del
Evangelio de la infancia en que Lucas aplica el título de Señor, propio
de Yahvé, a Jesús, antes de que éste naciera. Esta escena termina hablando de
Juan: “El niño iba creciendo y su personalidad se afianzaba; vivió en el
desierto hasta que se presentó a Israel” (Lc 1,80).
Estas afirmaciones excluyen el carácter sacerdotal de Juan: vivió en el
desierto, lejos del templo y de todo contexto sagrado, y desde el
desierto comienza su misión de precursor de Jesús. Es decir, Juan vive en
el desierto, alejado de todo el aparato religioso y sagrado de su
tiempo. Ya no se habla más de él en el Evangelio de la infancia. Lucas lo
vuelve a poner en escena con una introducción solemne (Lc 3,1-2), y afirmando
que “le llegó un mensaje de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto” (Lc
3,3). De nuevo, por iniciativa divina, se establece línea directa entre Dios y
Juan, sin ningún tipo de mediación sagrada, y en el desierto. Aunque el
desierto tenga reminiscencias bíblicas, el lugar no es sagrado. El bautismo
administrado por Juan tampoco tenía carácter sagrado. Lo realizaba
recorriendo toda la comarca del Jordán “para que se arrepintieran y se les
personaran los pecados” (Lc 3,3-4).
NACIMIENTO DE JESÚS: Lucas 2,1-20.
1. El censo romano
Esta sencilla y grandiosa escena sobre el nacimiento de Jesús, su
significado profundo, y sus principales destinatarios, discurre por los
caminos de la vida normal de María y José, sometidos, como toda la
nación judía, al decreto del emperador Augusto. A su vez, este decreto imperial
sitúa la narración del nacimiento de Jesús, no dentro del estrecho marco del
judaísmo, sino dentro del panorama
universal representado por el Imperio romano. De este modo, Jesús queda
insertando en el marco de la historia universal.
Benedicto XVI sitúa perfectamente el marco histórico y teológico del
nacimiento de Jesús (pp. 65-71). Incluso da los detalles fundamentales de la
inscripción de Priene, año 9 a. C., sobre el Emperador Augusto en una
fusión de divinidad-humanidad (pp. 66-67); y destaca la pax augusta (pp.67-68).
A continuación se refiere al censo para cobrar los impuestos (pp. 68-70), y,
aunque históricamente, este censo está en discusión, teológicamente
se acomoda a la profecía de Miqueas 5,1-3, sobre el nacimiento de Jesús en
Belén (pp. 71-72). Luego se refiere a la abundante datación histórica,
relacionada con el comienzo de la vida pública de Jesús (Lc 3,1s), (pp. 70-71).
Me parece, pues, acertado lo que escribe en esta sección: “Jesús no ha nacido y
comparecido en público en un tiempo indeterminado, en la intemporalidad del
mito. Él pertenece a un tiempo que se puede determinar con precisión y a un
entorno geográfico indicado con exactitud: lo universal y lo concreto se tocan
recíprocamente” [18]. Es verdad que va a
nacer en Belén, ciudad de David, pero el marco de su nacimiento está
configurado por los paganos, representados aquí por el emperador Augusto y el
Imperio romano, indicando Lucas, de este modo, que Jesús no viene a
restablecer el reinado de David, sino que su misión se extenderá hasta los
confines del mundo (Hechos 1,8).
2. Nacimiento
en Belén
A continuación aparece José,
sólo para indicar que, como cabeza de familia, toma con él a su esposa, que
estaba encinta, y que se dirigen a Belén, ciudad de David, porque José
era “de la estirpe y familia de David” (Lc 2,4). Jesús queda, pues,
simbólicamente entroncado con la familia de David, pero no va a nacer colmado
de honores en la ciudad santa, Jerusalén, sino en medio de una
pobreza severa y rodeado de gente pobre, los pastores.
El amplio comentario de Benedicto XVI sobre el nacimiento de Jesús [19], a mi manera de ver,
deja mucho que desear. No podría ser de otra manera, ya que este relato de
Lucas encierra uno de los pilares más
sólidos que fundamenta la Teología de la liberación, y bien
sabemos que el cardenal Ratzinger fue durante 25 años el incansable fustigador
de esta teología, censurando con dureza a muchos teólogos y sus escritos. No
obstante, vamos a discurrir por su comentario, antes de ofrecer el punto de
vista de la Teología de la liberación sobre este pasaje, que
tanto nos puede interpelar y enriquecer.
·
Benedicto XVI, comentando “no había sitio para ellos en la posada”, primero
saca las conclusiones de una breve elucubración teológica, y luego afirma:
“Esto debe hacernos pensar y remitirnos al cambio de valores que hay en la
figura de Jesucristo, en su mensaje. Ya desde su nacimiento, él no pertenece a
ese ambiente que según el mundo es importante y poderoso” [20].
Estoy de
acuerdo con esta afirmación, que se me antoja tímida y aislada, dado los
comentarios que hace sobre otros textos de esta misma escena. Así, comentando
que “María puso a su niño recién nacido en un pesebre”, y siendo este texto
parte de la señal dada por el ángel a los pastores, se limita a afirmar
que está en consonancia con la tradición de las grutas que había en estos
parajes (p. 74). Al comentar “María envolvió al niño en pañales”, afirma que se
trata de “una referencia anticipada de la hora de su muerte” (p. 75). En esta
misma página, recurre a la interpretación alegórica de San Agustín, que
no tiene nada que ver con este texto (p. 75). Luego, con diversas citas del
Antiguo Testamento, afirma que “el pesebre sería de algún modo el Arca de la
Alianza, en la que Dios, misteriosamente custodiado (por dos querubines) está
entre los hombres” (p. 76). Está claro que esto es una sublimación de lo
que representa el pesebre.
·
Benedicto XVI habla a continuación de los pastores y afirma: “Jesús nació
fuera de la ciudad, en un ambiente en que por todas partes en sus alrededores
había pastos a los que los pastores llevaban sus rebaños. Era normal por tanto
que ellos, al estar más cerca del acontecimiento, fueran los primeros llamados
al pesebre” (pp. 78-79). Benedicto XVI, a quien tanto le gustan las
elucubraciones teológicas, despoja a los pastores de la profunda
carga teológica que tienen en este relato. Un poco más abajo, para enmendar
un tanto la plana, afirma: “ellos -los pastores- representan a los pobres de
Israel, a los pobres en general: los predilectos del amor de Dios” (p. 79). De
acuerdo, pero ¡qué trabajo le ha costado llegar a esta breve constatación, por
lo demás incompleta! Al final vuelve a recurrir a Augusto para poner de relieve
la pax romana, pp. 84-85; la contrapone a la paz de Jesús que el mundo
no puede dar (Jn 14,27), y termina con esta afirmación certera: “Augusto
pertenece al pasado; Jesucristo en cambio es el presente y es el futuro: “el
mismo ayer y hoy y siempre” (Heb 13,8, p. 85). En el último párrafo de esta
sección (p. 86) habla de la señal dada por el ángel a los pastores, “encontraréis
a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”, y, como veremos,
la despoja también del fuerte y profundo contenido teológico que encierra.
·
Estando en Belén, “le llegó a María el tiempo
del parto y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó
en un pesebre, porque no encontraron sitio en la posada” (Lc 2,7). Jesús
fue, pues, hijo primogénito de
María, ya que tuvo otros hermanos como nos consta en Lc 8,19-21 [21].
COMENTARIOS
Como la
Navidad está cerca, y la teología que se contiene en la revelación celeste es
exigente, nos interpela y nos llama al compromiso cristiano, ofrezco otra reflexión sobre el nacimiento
de Jesús.
1.
La centralidad de Jesús
La persona de Jesús se convierte en el centro de esta narración y
aparece como novedad radical y
definitiva. En un buen número de pasajes Lucas nos manifiesta
que los nuevos tiempos, inaugurados por Jesús, son precisamente nuevos,
porque con Jesús llegan a su cumplimiento las promesas
fundamentales del Antiguo Testamento. Ésta es la razón principal por la que el Antiguo
Testamento, época importante de salvación, ha llegado a su fin. Sólo está en
vigor lo nuevo, lo definitivo, inaugurado por Jesús. Ya hemos
comprobado que, en torno al “hoy” de Lc 2,11, palabra clave en su Evangelio,
se encuentran unos títulos o
atributos de Jesús trascendentes,
que establecen un claro contraste con su condición de debilidad
humana.
·
“Lo envolvió en pañales y
lo acostó en un pesebre” (Lc 2,12) es la señal
de pobreza y debilidad,
dada por el ángel, para que los pastores reconozcan al niño. A través
del nacimiento de Jesús en un pesebre, por no tener sitio en una
posada, intuimos la condición de María y José, como gente normal y
corriente. A la aldea de Belén, ciudad de David, habría ido mucha gente a
empadronarse, y sólo los pudientes pudieron pagar los precios excesivos para
pernoctar en las pocas posadas que había.
·
Pero este hecho tiene además un significado real
y teológico para el recién nacido: nació pobre entre los pobres (los pastores). Esta
narración del nacimiento de Jesús constituye un contraste nítido y claro con
las celebraciones de la Navidad en las distintas catedrales, templos y
basílicas de todo el mundo cristiano: ministros sagrados, ornamentos con
bordados primorosos, ritos y ceremonias ampulosas, vasos sagrados
deslumbrantes, entradas y salidas hieráticas de los ministros, lámparas
artísticas, incienso… Todo esto agrada y entusiasma a la gente, pero tiene muy
poco que ver con la sobria narración evangélica, y puede distraernos de lo
esencial de esta celebración. A través de los siglos, se han ido celebrando
casi imperceptiblemente estas ceremonias grandiosas, olvidando el mensaje
central del nacimiento de Jesús, porque la suntuosidad de lo sagrado
ha ido absorbiendo, casi sin darnos cuenta, la realidad cotidiana, sencilla
y profana de la vida de María y José y del crudo nacimiento de Jesús en
un estado de pobreza dura. Pero para entender todo esto con mayor claridad,
examinemos la revelación celeste que el ángel de Señor hace a los pastores.
·
La revelación celeste (Lc 2,8-12) nos manifiesta, de manera desconcertante, el alcance
de esta escena, porque los principales destinatarios del nacimiento de
Jesús son los pastores, gente marginada y despreciada en ese tiempo. En
Lc 2,11 encontramos también el término griego sêmeron (hoy).
Ya hemos visto que no es un simple adverbio de tiempo; tiene una carga
teológica profunda, ya que el tercer evangelista lo usa en once ocasiones y,
con su uso, se refiere siempre al nuevo
comienzo, relacionado con Jesús y su misión, así como a su nuevo
modo de actuar. El pueblo llano o sencillo aparece también aquí como
destinatario de la revelación celeste.
Así pues, el ángel del Señor comunica el mensaje celeste a
los pastores. Este mensaje habla de las prerrogativas con que viene
adornado Jesús y encierra una señal desconcertante y de difícil
interpretación. Se trata, pues, de una revelación del mismo Dios sobre la identidad de Jesús. El contenido
de este mensaje, el primero sobre la persona de Jesús ya presente en
nuestra historia, reviste una importancia extraordinaria. Hay que destacar
de inmediato que los pastores, al entrar en contacto con la divinidad, “se
asustaron mucho” (Lc 2,9). Por eso el ángel les dijo: “no temáis” (2,10).
Así, y de manera tan sencilla, se nos presenta un cambio radical entre el
Antiguo y el Nuevo Testamento: cesa el temor en contacto con la
divinidad. A través de Jesús, el encuentro con Dios va a resultar
normal, porque Jesús de manera inequívoca nos va a revelar a Dios como
Padre a lo largo de toda su vida. Pero hay más. El temor normal en la época
anterior, se va a convertir ahora en gozo profundo: “Os traigo una buena
noticia, una gran alegría” (Lc
2,10). Se trata de la alegría causada por la venida de Jesús, y por los nuevos
tiempos que él inaugura. Se acabó la época de un Dios lejano que infundía
temor y hasta terror. En Jesús, Dios se manifiesta cercano, por eso el que se
adhiere a Jesús ya no tiene motivos para el temor, sino para rebosar de
alegría.
En este pasaje Lucas utiliza el verbo “evangelizar” (Lc 2,10), que significa traer o
anunciar una buena noticia. Lo más importante es que esta buena noticia
se identifica con el nacimiento de Jesús. Es decir, Lucas establece una
clara identidad entre esta buena noticia y la persona de
Jesús. Es el momento de recordar que en Lc 4,18 se utiliza este mismo
término evangelizar, aplicado a la actividad liberadora que Jesús
va a llevar a cabo durante su vida pública. Así pues, tanto la persona de Jesús, como su
actividad liberadora quedan
señaladas como la buena noticia en
favor de los marginados y oprimidos, representados en este pasaje por los
pastores, pobres entre los pobres. Por eso éstos están presentes
al aplicarse Jesús a sí mismo la cita importante de Isaías (Lc 4,18): “El
Espíritu del Señor descansa sobre mí… Me ha enviado a dar la buena
noticia (evangelizar) a los pobres…, a poner en libertad a los oprimidos”
(Isaías 61,1-2).
El término evangelizar, con la carga teológica que comporta, lo
volvemos a encontrar en los versículos que cierran las escenas de Nazaret y Cafarnaún,
en las que Jesús presenta el programa de su mensaje y actividad. Es
importante constatar que aquí el término evangelizar está relacionado
explícitamente con el reinado de
Dios. Este reinado encierra características de novedad
absoluta. Jesús, enviado por Dios Padre, tiene el privilegio de inaugurarlo
y proclamarlo. El gentío quería retener a Jesús en Cafarnaún, pero él les dijo:
“También a las otras ciudades tengo que dar la buena noticia
(evangelizar) del reinado de Dios, pues para eso he sido enviado” (Lc
4,43). La buena noticia es, pues, que Jesús ya está proclamando el
reino de Dios. Esta proclamación y su realización constituyen el
centro de su misión.
2.
Los títulos atribuidos a
Jesús
Veamos ahora el contenido de los
títulos atribuidos a Jesús por la revelación celeste: “Hoy, en la ciudad
de David, os ha nacido un Salvador:
el Mesías, el Señor” (Lc 2,11). La revelación celeste atribuye a Jesús unas
prerrogativas que llaman poderosamente la atención. Dos de estos atributos
pertenecen exclusivamente a Dios en el Antiguo Testamento: Salvador y Señor.
El otro título, Mesías, es propio de Jesús y está relacionado con su
misión terrestre. Por otra parte, la señal dada por Dios a los pastores es
desconcertante: “Un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc
2,12). Esta señal resulta paradójica y desconcertante, al compararla con
los títulos atribuidos al recién nacido.
·
Jesús, Salvador
El título de Salvador lo emplea sólo Lucas entre los sinópticos.
El tercer evangelista estaba impregnado de la cultura greco-romana, por lo que
es probable que conociera la célebre Inscripción de Priene, referida a
César Augusto, en la que se descubre un paralelismo innegable con la narración
del nacimiento de Jesús de su Evangelio. En la narración del nacimiento de
Jesús, el tercer evangelista ha recurrido al género literario de los
anuncios imperiales para
que sus destinatarios paganos comprendieran que Jesús es el único Salvador y
Señor.
En efecto, Lucas nombra exclusivamente a César Augusto, prototipo de
emperador divinizado, en el marco de la cronología del nacimiento de
Jesús (Lc 2,1). Pero hay un contraste significativo: los títulos de salvador
y señor, atribuidos a Augusto por decreto imperial -Inscripción de
Priene-, corresponden a Jesús, no por decreto de ningún tipo, sino por revelación
directa de Dios (Lc 2,9-11). Por otra parte, el tiempo de paz, asociado al
nacimiento del emperador Augusto, para Lucas es el tiempo de la benevolencia
divina para con el género humano, a causa del nacimiento de Jesús: “¡Gloria
a Dios en lo alto, y paz en la tierra a los hombres que Dios tanto ama!” (Lc
2,14). Este texto se refiere sin
duda a la paz mesiánica que
llegará a las personas que se abran a la acción de Dios a través de
Jesús.
Pero lo más importante es que el título de Salvador corresponde al
nombre mismo de Jesús, dado por el ángel en la Anunciación (Lc
1,31). Que en el nombre de Jesús
está ya indicada su misión es evidente si recurrimos a la etimología hebrea
Yeshua (Jesús), que es la abreviación de Yehoshua: “Yahvé es salvación”. Además
Lucas, que era pagano y escribe para ellos, está anticipando el tema de la
salvación destinada a todas las naciones, propio del libro de Hechos de los
Apóstoles.
Así pues, la revelación celeste atribuye a Jesús el título de Salvador.
El trasfondo de los anuncios imperiales y la comparación
implícita entre César Augusto y Jesús le confieren a este título y a la
actividad que representa carácter universal. Jesús desde su nacimiento
aparece como Salvador, también de los paganos.
Personalmente, me parece que esta situación se puede aplicar al mundo de
hoy. El así llamado Occidente cristiano ha dejado masivamente de ser cristiano.
Sus dioses son el dinero, el consumo desenfrenado, y el bienestar
refinado a toda costa. No importa que a su lado haya gente sin techo y
pasando hambre. Este primer mundo ignora a la mayor parte de la
humanidad, postrada, oprimida y humillada por la pobreza y todo tipo de
marginación, a la que los ricos y poderosos la han sometido. Probablemente a
estos marginados, oprimidos y excluidos por los poderosos y opulentos, está
destinada en un futuro inmediato la liberación, proclamada y
realizada por Jesús y por sus seguidores, de parte de Dios.
·
Jesús, el Mesías
Otro título de Jesús en Lc 2,11 es el de Mesías. En la escena de
la Anunciación, Lucas ya había subrayado dicho título a través de la
profecía de Natán, que alude explícitamente a David como antepasado de
Jesús: “Éste -Jesús- será grande, lo llamarán Hijo del Altísimo, y el
Señor Dios le dará el trono de David su antepasado”… (Lc 1,32-33). En
la narración del nacimiento, el evangelista hace alusión a Belén como ciudad de
David (Lc 2,4). Es más, en el versículo 11 que estamos comentando, están
asociados el término Mesías y la expresión en la ciudad de
David.
Es evidente que el título de Mesías encierra un carácter particularista, ya que
está relacionado solamente con el pueblo de Israel. Además, el título de
Mesías, aplicado a Jesús, no responde a las expectativas del pueblo y de
sus dirigentes, que esperaban una manifestación espectacular del Mesías con
carácter político y guerrero en el Templo. Un Mesías con poder
político-religioso, capacitado para derrotar y expulsar a los romanos y
devolverle a Israel el poder y esplendor de antaño, teniendo como punto de mira
el reinado de David, paradigma de la grandeza de Israel. Esta perspectiva, que
no era la de Jesús, constituyó su gran tentación mesiánica durante
toda su vida pública (Lc 4,1-13).
·
Jesús, el Señor
El último título que encontramos en Lc 2,11, y que ayuda a comprender la
personalidad de Jesús, es el de Señor, en griego Kyrios. Este
título es propio de Jesús resucitado, por eso se halla profusamente en
el libro de Hechos de los Apóstoles, pero Lucas también lo atribuye a Jesús
durante su vida pública, y hace ver que Jesús ya era Señor desde su
nacimiento.
Las primeras comunidades cristianas reconocen e invocan a Jesús como Señor.
Lucas transfiere a Jesús el título Kyrios, propio de Yahvé, en una
especie de síntesis teológica. Con este procedimiento literario-teológico el
evangelista nos indica que, a partir de su nacimiento, las prerrogativas
propias de Dios pertenecen también a Jesús.
Llegados a este punto, conviene señalar que en el Antiguo Testamento Kyrios,
más que un título, era el nombre
mismo de Yahvé. Que Lucas emplea el procedimiento literario-teológico
ya reseñado, el de aplicar Kyrios, el nombre de Yahvé, a Jesús, parece
cosa manifiesta, porque en el Evangelio de la infancia (Lc 1-2) Kyrios aparece
en algunos pasajes aplicado a Dios y en otros se refiere a Jesús. De esta
manera, Lucas nos hace ver que las prerrogativas de Dios en el Antiguo
Testamento pertenecen ahora a Jesús desde su nacimiento (Lc 2,11), algo
impensable e inaudito, a no ser por la revelación celeste. Por
eso Jesús, adornado con estos atributos divinos, aparece como novedad
absoluta, e inaugura los nuevos tiempos. El cumplimiento de las
promesas del Antiguo Testamento en Jesús desborda con creces la perspectiva y
el contenido de dichas promesas.
Aunque Jesús era ya Kyrios desde su nacimiento, comenzó a
manifestar y a ejercer las prerrogativas propias de este título a partir de la
resurrección. Las comunidades cristianas comprendieron también que Dios había
transferido a Jesús no sólo su nombre de Kyrios, sino también todas las
prerrogativas que este nombre entrañaba: influjo sobre la historia de la humanidad y
dominio sobre el universo.
Jesús resucitado, libre ya de los límites espacio-temporales, está presente en
la historia de salvación del nuevo pueblo de Dios, que es la humanidad
entera. Es decir, su nueva forma de vida junto al Padre, sin límites
espacio-temporales, le permite estar en contacto con los que creen en él y con
la gente de buena voluntad en cualquier tiempo y lugar.
Jesús, como Señor que es, está presente en la historia humana, no
para someternos ni esclavizarnos, sino para dignificarnos, abriéndonos un horizonte de trascendencia. Los seres humanos
somos los protagonistas de nuestra propia historia. Jesús, presente en ella,
por medio de su Espíritu nos va concediendo capacidad de amar, abriéndonos así
radicalmente a las necesidades de los demás. También nos infunde sabiduría y
fortaleza para que actuemos con honestidad y justicia sin desfallecer. De esta
manera contribuimos a devolverles a los marginados, oprimidos y excluidos de la
sociedad la dignidad que nunca tuvieron o que, en algún momento, les fue
arrebatada por los jefes y los poderes económicos, políticos y religiosos de
nuestro tiempo.
Así pues, los
títulos de Salvador y Señor de Lc 2,11, al mismo tiempo que equiparan
las prerrogativas de Jesús a las de Dios, indican también quiénes son los
destinatarios de su misión terrestre: todos
los pueblos de la tierra. El título de Mesías, aunque se
refiere de manera directa al pueblo de Israel, al estar en conexión con los de Salvador
y Señor, trasciende también ese ámbito. No ha habido ningún
personaje ni profeta del Antiguo Testamento con los títulos y prerrogativas que
son propios de Dios. El hecho de que las promesas de la Antigua Alianza se
fueran a realizar en Jesús, el Mesías, tampoco hacía prever la hondura, el
misterio y la trascendencia de su personalidad. Por eso es correcto hablar de novedad
absoluta, al referirnos a Jesús. La revelación celeste, hecha a
los pastores, nos indica, como veremos en breve, que el Mesías no
viene sólo para Israel, sino también para los paganos. Su misión va a ser
universal y eficaz. La universalidad le viene dada por los títulos de Salvador
y Señor. La eficacia queda vinculada al hecho de que Jesús, desde su
nacimiento, recibe la transferencia de los atributos y prerrogativas propios de
Yahvé, en relación con la salvación-liberación del género humano.
Jesús se
presenta, pues, como novedad radical
y propuso un mensaje totalmente innovador para la sociedad en que
vivió. Debido a ese mensaje y a su realización, Jesús chocó frontalmente con
las autoridades político-religiosas de su tiempo. Los creyentes, que le hemos
prestado nuestra adhesión, debemos reflexionar sobre su mensaje en profundidad,
para trasladarlo, adaptarlo, e intentar dar respuesta a los acuciantes
problemas de muchas personas de nuestra sociedad. La confrontación que se pueda
originar con las autoridades religiosas o civiles por ser fieles al
Evangelio, no nos debe preocupar, a tenor de la última Bienaventuranza: “Dichosos
los que viven perseguidos por su fidelidad, porque ésos tienen a Dios por rey” (Mt
5,10).
3.
Los pastores,
destinatarios privilegiados del nacimiento de Jesús: Lucas 2,8-12.
La revelación celeste hecha por el ángel del Señor (Lc 2,8-12),
interpreta de manera desconcertante el nacimiento de Jesús, al indicar quiénes
son los destinatarios primordiales de este nacimiento, así como los títulos
divinos con que está adornado el recién nacido. Ya hemos reflexionado sobre los
títulos divinos.
·
Señal paradójica
¿Qué nos dice, pues, este relato sobre los pastores y el pueblo llano en
estrecha relación con ellos? (Lc 2,10). Dios mismo proporciona una señal
desconcertante como garantía de lo anunciado (Lc 2,12), que resulta
paradójica, sobre todo, si la cotejamos con los títulos trascendentes
atribuidos al recién nacido por la misma revelación: Salvador y Señor (Lc
2,11). El texto que nos atañe dice así: “En las cercanías -de Belén donde había
nacido el niño (Lc 2,4-7)- había unos pastores que pasaban la noche a la
intemperie velando el rebaño por turno. Se les presentó el ángel del Señor, la
gloria del Señor los envolvió de claridad y se asustaron mucho. El ángel les
dijo: Tranquilizaos; mirad que os traigo una buena noticia, una gran alegría
que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un
Salvador: el Mesías, el Señor. Y os doy esta señal: encontraréis un niño
envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,8-12).
Este es el texto de Lucas que incluye la revelación celeste y sus
principales destinatarios, los pastores, a los que se les da una señal para
que reconozcan al recién nacido. Para comprender el alcance de esta
revelación, habrá que preguntarse quiénes
son los pastores y a quiénes representan en este relato. Por
otra parte, puesto que ya hemos analizado los títulos que corresponden a
Jesús desde su nacimiento y la señal dada por Dios, brota espontánea esta
pregunta: los pastores y la señal dada por Dios, ¿están en consonancia
con las prerrogativas atribuidas a Jesús? Enseguida veremos que el hecho
de que los pastores sean los destinatarios directos de la revelación celeste
produce sorpresa y desconcierto, pero es Dios mismo quien se dirige a ellos
para hablarles sobre el niño. Hay otros textos importantes en el Evangelio de
Lucas -entre los que destaca Lc 4,18-21, al que ya hemos aludido- por los que
se puede comprobar que el contenido de esta manifestación celeste está
anticipando y otorgándole credenciales divinas a Jesús, y a su actividad y
mensaje durante su vida pública.
¿Quiénes son y a quiénes representan, pues, los pastores en esta
narración? Es verdad que hay una tradición bíblica favorable a los pastores,
que refleja el honor debido a los patriarcas o al mismo David, porque todos
ellos fueron pastores. Dios mismo ha sido considerado pastor de Israel [23]. Nuestro texto, sin embargo, no recoge
estas tradiciones. El contexto inmediato, otros pasajes de Lucas, en clara
conexión con los pastores, y el horizonte de su propio Evangelio están a favor
de la interpretación peyorativa
de los pastores. La historia, la sociología y otras fuentes, contemporáneas a
Jesús, vienen en nuestra ayuda.
Para los contemporáneos de Jesús, los pastores eran gente peligrosa, siempre dispuesta al
atropello. Por eso eran menospreciados y estaban totalmente marginados por la
sociedad de su tiempo [24],
ya que no tenían derechos civiles ni religiosos. Eran considerados como
delincuentes habituales, dispuestos siempre al robo y al pillaje, por lo que no
merecían confianza alguna [25]. De aquí que no pudieran
testimoniar en juicio. En este sentido, eran equiparados a los recaudadores
de impuestos, considerados por los judíos como gente pagana e
indeseable. Éstos tampoco podían testimoniar en juicio [26].
Para Lucas y las comunidades cristianas primitivas,
con las que compartía la fe en Jesús, esta gente pobre y despreciada, de
manera especial por los dirigentes del pueblo, es precisamente la elegida por
Dios para recibir la revelación celeste sobre el recién nacido, como
destinatarios privilegiados. A ellos va dirigido en primer lugar este
mensaje de Dios, llamado buena noticia, y por eso destinado a
causar gran alegría. Estamos tratando uno de los puntos que conforman el
corazón del Evangelio y que fundamentan la
Teología de la liberación tan denostada y combatida por el
Vaticano desde su nacimiento, allá por los años sesenta [27]. Los pastores
pertenecían sin duda a la amplia y variada categoría de los pobres de Yahvé.
Los fariseos además los despreciaban porque, dada su vida nómada, no podían
observar las prescripciones de la Ley [28].
Hay un contraste manifiesto entre la sociedad judía del tiempo de Jesús,
con sus complicados mecanismos socio-económicos, con criterios selectivos y
excluyentes por parte de los jefes del pueblo, dado el tenor de vida de esta
clase dirigente, por una parte, y el proyecto definitivo de Dios en Jesús, por
otra, que, a través de una revelación celeste, escoge y señala a los pastores
como destinatarios privilegiados del
Evangelio. Este contraste resulta desconcertante y hasta escandaloso.
Los pastores, prototipo de la gente marginada, vilipendiada y menospreciada,
son precisamente los elegidos por Dios para recibir los primeros, de manera
directa, la buena noticia del nacimiento de Jesús. Éste, adornado de
prerrogativas divinas, viene a devolverles la dignidad perdida a los pastores,
y a las clases marginadas, oprimidas y explotadas de todos los tiempos, a
quienes los pastores representan.
Hemos visto que los pastores eran una clase social
completamente marginada y despreciada. Ahora vamos a conocer otro aspecto
importante. Por no cumplir la Ley, eran excluidos del pueblo de Dios,
eran considerados no-pueblo. En la práctica eran tenidos como paganos
o gentiles. Los dirigentes religiosos también consideraban a los recaudadores
como gente excluida del pueblo de Israel. Por colaborar con los romanos,
cobrando sus impuestos y enriqueciéndose con la extorsión que practicaban
habitualmente, eran considerados pecadores públicos. Así pues, tampoco
ellos formaban parte del pueblo elegido. Lucas, que era pagano, de
manera velada, sutil e irónica está afirmando que Jesús viene en primer
lugar para ofrecer su salvación-liberación a los gentiles. Por otra parte,
al añadir (…) “una gran alegría que lo será para todo el pueblo” (Lc
2,10), está considerando también al pueblo de Israel como destinatario
de la revelación y salvación que ha venido a traer Jesús, aunque en un segundo
plano [29].
Por lo comentado hasta ahora, en esta escena la revelación celeste y
el nacimiento de Jesús tienen lugar en un ámbito marcadamente profano; no
hay atisbo alguno de ambiente sagrado. Sin duda alguna, se trata de una revelación
divina, gratuita y trascendente, por provenir de Dios, pero la categoría de
sagrado no se puede aplicar a Dios. Lo sagrado ha sido creado por el ser humano
para hacerse intermediario entre lo divino y lo humano. Así
van surgiendo en todas las religiones los sacerdotes, personas
sagradas, intermediarios entre Dios y el pueblo, con un variado escalafón
entre ellos; se levantan templos y santuarios para realizar los
sacrificios, las ofrendas y los diversos actos de culto con una enorme variedad
de ritos. En la revelación celeste de esta narración, no aparece ningún intermediario con carácter sagrado.
Dios se comunica directamente con los pastores que, como hemos visto, era
la clase más menospreciada y marginada de su tiempo. Lo sagrado está
completamente ausente de esta escena. Por lo demás, el niño acostado en
un pesebre en el escenario y ambiente de los pastores, dista de lo sagrado como
el cielo de la tierra; se trata de un lugar y de un ambiente marcadamente
profanos.
·
El mensaje celeste
Llegados a este punto es importante conocer el mensaje que el ángel del
Señor -Dios mismo-, transmite a los pastores: “Tranquilizaos; mirad
que os traigo una buena noticia, una gran alegría, que lo será para todo el
pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el
Señor. Y os doy esta señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado
en un pesebre” (Lc 2,10-12).
Los pastores se asustaron al
contactar con lo divino -mentalidad del Antiguo Testamento-, y el ángel
los tranquiliza. A partir de la venida de Jesús, podemos ponernos directamente en contacto con Dios sin
miedo alguno, y sin necesidad de intermediarios sagrados.
A continuación les dice que les trae una buena noticia, motivo de una gran alegría. La palabra Evangelio
significa buena noticia, y, al proclamarla en el nacimiento de
Jesús, Lucas está identificando la persona de Jesús con el Evangelio. Allí
donde está Jesús, su persona devuelve la dignidad perdida a la gente marginada,
atropellada y oprimida por los ricos y las clases dirigentes político-religiosas.
El Evangelio sólo se convierte en buena noticia si causa la liberación a los
excluidos, oprimidos y sometidos. La presencia de Jesús y su actividad así
lo demuestran, ya que durante toda su vida pasó haciendo el bien: “Me
refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo,
que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios
estaba con él” (Hechos 10,38).
Además, como hemos visto, en este pasaje se le aplican a Jesús
prerrogativas divinas, es decir, se le atribuyen dos títulos que en el
Antiguo Testamento pertenecían sólo a Yahvé: Salvador y Señor [30]. Por otra parte, la señal dada, para que los pastores reconozcan
al niño, es desconcertante y paradójica si la cotejamos con esos
títulos. Lo acabamos de decir: sólo a Yahvé, Dios de Israel, se le atribuían
esas dos prerrogativas, y ahora se transfieren a Jesús. No olvidemos que
el Evangelio de la infancia contiene la cristología más desarrollada de toda la
obra lucana, porque es lo último que él añade a su Evangelio que empezaba en el
capítulo tercero.
Por lo demás, los pastores, de evangelizados por el ángel, se convierten en evangelizadores
(Lc 2,15-20): la gente se admiraba de lo que decían los pastores; sólo “María
conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior” (Lc 2,19).
Esto le iba a dar la posibilidad de ir comprendiendo mejor y aceptando la
personalidad misteriosa y desconcertante de su propio hijo, y poder revelarla
en su momento. Por eso María es, sin duda alguna, una de las fuentes del
Evangelio de la infancia. Lucas luego ha tratado esta y otras fuentes, que ha
tenido en sus manos, con la libertad teológica que le es característica.
Conclusiones
1. No hay vestigio alguno de lo
sagrado en toda esta narración del nacimiento de Jesús. La relación se
establece con la esfera de lo celeste o lo divino, pero ya hemos visto
que este ámbito es gratuito e inalcanzable, por ser trascendente;
no pertenece a lo que nosotros entendemos por sagrado. Así pues, lo
secular, lo profano, la vida normal, sacada a veces de la rutina cotidiana por
acontecimientos y avatares imprevistos, es decir, la vida tranquila y
cotidiana de María y José, condicionada en esta escena por el edicto
imperial, ha ido marcando el rumbo de sus vidas de manera natural y
progresiva. En su vida pública, el contacto con su hijo, Jesús, les ha ido
apartando, poco a poco, del ámbito sagrado y cerrado del judaísmo, para
compartir, después de la resurrección, la adhesión a Jesús con gentes de todas
las razas y naciones, movidos por el Espíritu Santo, que terminó echando por
tierra todas las barreras sagradas del judaísmo.
2. Probablemente el Dios de Israel ya estaba cansado de tantos intermediarios sagrados, pero sin fe, y de tantos actos
de culto vacíos de contenido, y quiso que con Jesús se fuera estableciendo una
relación fluida entre lo celeste y lo terrestre sin que esta relación quedara
lastrada por sacerdotes descreídos, por gran número de lugares sagrados,
por templos en los que se ofrecían mecánicamente un sinfín de sacrificios de
animales, y por múltiples y variados actos de culto, celebrados siempre en lugares
sagrados.
3. Otra conclusión manifiesta: los grandes de este mundo, los ricos y
poderosos no son precisamente los más capacitados para aceptar y vivir el
Evangelio. Los privilegiados del
reinado de Dios son los pobres, los marginados, los excluidos y
despreciados por la sociedad, los oprimidos, la gente sencilla, el pueblo
llano. El Evangelio, al mismo tiempo que libera al ser humano de la
marginación, explotación u opresión a las que con frecuencia se ve sometido, a
su vez lo capacita para elegir con libertad una vida sencilla que pueda dar en
rostro a “los valores” del mundo este. Así, de persona marginada
y oprimida, una vez liberada, puede convertirse en persona liberadora,
contribuyendo a devolver a otros la dignidad maltrecha o perdida. Este plan de
Dios, por lo novedoso, gratuito, desconcertante y paradójico, choca
frontalmente contra “los valores establecidos” de la sociedad en
general, y por gran parte de la Alta jerarquía en particular, ya que esos
valores son con frecuencia idénticos. Es inaudito y desconcertante que lo
débil de este mundo sea revestido de la fortaleza y sabiduría de Dios para
llevar adelante sus planes. No hay duda de que el Evangelio va contra
corriente al afirmar que la gente sencilla, el pueblo llano, los sin
nombre son los privilegiados del reinado de Dios (Lc 10,21-22). Son,
en efecto, los elegidos por Dios gratuitamente para adherirse a Jesús, y
luego llevar a cabo la salvación de Dios por medio de su Hijo. Ésta es la gran
paradoja y la novedad radical de Jesús y de su Evangelio: en lo
débil, en lo que no cuenta para este mundo, se manifiesta la benevolencia, la
sabiduría y el poder de Dios (I Cor 1,20-29). Jesús de Nazaret, que
rechazó como tentación el poder religioso, y el político-económico, él mismo
es la benevolencia, la sabiduría y el poder de Dios para la
humanidad.
4. Ya hemos hecho alusión al paralelismo entre Lc 2,8-12 y Lc 4,18-21 y
contexto. Quizás sea conveniente profundizar un poco más, para comprobar mejor
la estrecha relación que existe entre estos dos pasajes. En Lc 2,10-11 el Evangelio se identifica con la
persona de Jesús desde su nacimiento. Dios mismo anuncia esta buena
noticia a los pastores. En la escena de Nazaret (Lc 4,18-21) el
Evangelio se identifica con el mensaje y la actividad liberadora de
Jesús. Él mismo anuncia esta buena noticia a los pobres y oprimidos,
destinatarios directos de su mensaje y actividad: “El Espíritu del Señor
descansa sobre mí…. Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres… a poner
en libertad a los oprimidos”… (Lc 4,18).
·
Una vez que hubo leído el texto de Isaías,
con un breve comentario Jesús se lo aplica a sí mismo: “Hoy, en vuestra
presencia, se ha cumplido este pasaje” (Lc 4,21). De nuevo resuena este HOY
que indica el nuevo comienzo. Es evidente, pues, que el Evangelio es
y significa buena noticia, en primer lugar, para las clases oprimidas y
marginadas de la sociedad. Jesús ha sido enviado para liberar a estas personas
de toda clase de injusticia, que pesa como una losa sobre ellas, y para
devolverles sus derechos, la dignidad, y la alegría de volver a sentirse
personas libres. Sin libertad, inherente a todo ser humano, y sin los
derechos fundamentales que le pertenecen, se vive en una situación
infrahumana. Jesús entabló una lucha sin cuartel, siempre con medios
pacíficos, para devolverle a todo ser humano la libertad y la dignidad
que le pertenecen. El reino de Dios se construye con personas libres,
porque somos hijos de Dios, hermanos de Jesús, y hermanos unos de
otros; no con personas esclavas.
·
Sabemos por los evangelios que Jesús puso todo su
empeño en devolverles la libertad y la dignidad a las personas sometidas
o esclavizadas de su entorno. Querer alcanzar o recuperar la libertad perdida,
es un requisito importante para integrarse conscientemente en el reino de
Dios. Al contrario que Jesús, las diversas religiones de la humanidad
-incluido el cristianismo cuando funciona como una religión más-, a través de
muchos de sus dirigentes, y multiplicando leyes y normas, han sometido las
conciencias de sus respectivos creyentes en nombre de Dios, impidiendo así que
mucha gente alcanzara la libertad y la responsabilidad inherentes
a toda persona adulta.
·
Así pues, el Evangelio se identifica con la
persona, actividad y mensaje de Jesús. Queda también claro que los
primeros destinatarios de esta buena noticia son los pobres, los
oprimidos, los explotados, en una palabra, los menospreciados por los dirigentes
y las clases acomodadas de la sociedad, porque estos “seres abyectos” no
cuentan en absoluto para ellos. Para Dios sí cuentan, y son seres
privilegiados, porque a través de Jesús les ha llegado este mensaje de
liberación tan esperado. Dios lo ha querido así, y así lo ha revelado: por
medio de una revelación celeste a los pastores, en Lc 2,10-12; por medio
del mismo Jesús en Nazaret, en Lc 4,18-21. Estos dos pasajes, con un contenido
teológico y humano tan profundo, no hacen sino anticipar, como programa,
y ratificar, como compendio, la actividad liberadora de Jesús durante su
misión terrestre. Nos encontramos, pues, ante una novedad absoluta y
radical, la del cambio cualitativo de valores que comporta el
reinado de Dios, proclamado y llevado a cabo por Jesús. La teología de
la liberación hunde, pues, sus raíces en estos pasajes fundamentales del
Evangelio.
LA CIRCUNCISIÓN DE JESÚS: Lucas 2,21
“Al cumplirse
los ocho días, cuando tocaba circuncidar al niño, le pusieron de nombre Jesús,
como lo había llamado el ángel antes de su concepción” (Lc 2,21). Benedicto XVI
afirma que Pablo alude a este rito al escribir: “Cuando se cumplió el tiempo,
envió Dios a su hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los
que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción” (Gál
4,4s.) [31]. Efectivamente, Jesús
queda incorporado al pueblo de Israel,
pero habría que especificar que la circuncisión obliga al cumplimiento de la
Ley mosaica, y que Jesús en su vida pública se desentiende de ella o la
contraviene con su conducta y enseñanza: el precepto del sábado, las
tradiciones de Israel, los alimentos impuros, comer con gente indeseable, la
abolición del culto y del templo… El motivo es que, en tiempo de Jesús, la Ley
mosaica atentaba contra los valores y derechos esenciales de las
personas. Pero Jesús colocó al ser humano en el centro de su actividad y
mensaje. Por eso sabemos que las comunidades cristianas primitivas, siguiendo
las enseñanzas y el quehacer de su Maestro, abolieron la circuncisión,
declarando que para ser cristiano, no había que pasar por el judaísmo (Hch
10,1-11,18; Hch 15). Es decir, este rito religioso y sagrado, que obligaba al
cumplimiento de la Ley mosaica, queda abolido. Como dice Pablo con frecuencia,
no estamos bajo la Ley, sino bajo el influjo del Espíritu de Dios.
La presentación de Jesús: Lucas 2,22-32.
Benedicto XVI
afirma que este segundo episodio es más complejo, porque encierra tres acontecimientos:
la “purificación” de María, el “rescate” del hijo primogénito… y la
“presentación” de Jesús en el templo (p. 87). Todo esto está mandado por
la Ley del Señor (Lc 2,22). Luego Benedicto XVI analiza a fondo las leyes del
Antiguo Testamento que tenían que ver con estos acontecimientos [32]. Pero reconoce que lo
singular de esta narración es que no habla del rescate de Jesús, sino de su
“presentación” (p. 89). En efecto, el tercer evangelista aprovecha esta
prescripción legal para poner de relieve el hecho de la presentación.
Benedicto XVI vuelve a insistir en que “sobre el acto del rescate prescrito por
la Ley, Lucas no dice nada” (p. 89). Luego, afirma que “para Lucas es esencial
precisamente esta primera entrada de Jesús en el templo como lugar del
acontecimiento” (p. 89), para terminar afirmando que “a este acto cultual, en
el sentido más profundo de la palabra, sigue en Lucas una escena profética” (p.
90). Vamos a ver, sin embargo, que Lucas no hace alusión a ningún acto cultual,
y menos en sentido profundo.
En la
presentación, nos encontramos con una pequeña narración, seguida por un himno.
En la narración destacamos lo siguiente:
1. Simeón es un israelita piadoso, pero vive al margen del templo y de sus funciones, porque
no es una persona sagrada.
2. Este personaje cobra importancia cuando Lucas afirma que “el Espíritu
Santo estaba con él, que lo había avisado que no moriría sin ver al Mesías, y
que fue al templo impulsado por el Espíritu”. Es decir, el templo
queda en un segundo plano, como algo circunstancial, y Lucas centra el episodio
en el tema del Espíritu. La
presencia de Jesús hace que irrumpa el Espíritu de Dios, y Simeón, bajo su
influjo, habla como profeta.
3. Aunque María y José habían ido al templo para cumplir la Ley de Moisés,
no se habla del rito de la presentación de Jesús; la presentación
queda desdibujada y pierde su importancia ante la profecía de Simeón sobre el niño. No se narra,
pues, acto de culto alguno. Como este himno encierra temas importantes de la
teología lucana, sería bueno terminar esta sección con una reflexión sobre su
contenido.
Este
pequeño himno (Lc 2,29-32), puesto en los labios de Simeón, es
el pasaje con mayor alcance universal de
todo el Evangelio de Lucas.
Con el ahora, que lo encabeza, subraya Lucas el comienzo de la
novedad mesiánica. Según tu promesa, relaciona al niño que tiene en sus
brazos con el cumplimiento de las promesas de Dios. El anciano profeta, guiado
por el Espíritu Santo, descubre en este niño “al salvador de todos
los pueblos” [33], y lo proclama, ante
todo, “luz para alumbrar a las naciones” (los gentiles), y sólo
luego lo considera también “gloria de su pueblo, Israel”. El estrecho
horizonte judío se ensancha desde los comienzos de la vida de Jesús. Esta
profecía se abre al universalismo de Hechos de los Apóstoles: “Recibiréis
el Espíritu Santo… para ser mis testigos en Jerusalén… y hasta los confines de
la tierra” (Hch 1,8).
La
experiencia de las comunidades cristianas primitivas, recogida en el libro de
Hechos, ha sido dura y polémica, porque los judíos han ido rechazando la
salvación de Jesús. Por eso la apertura a los gentiles tiene carácter polémico,
de confrontación, porque históricamente es fruto del rechazo de los
judíos. Pablo y Bernabé, de hecho, se dirigieron en primer lugar a los judíos,
pero, al ser rechazados por éstos, empezaron a anunciar el mensaje de la
salvación de Dios a los paganos:
4. “Era menester anunciaros primero a vosotros el mensaje de Dios; pero
como lo rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que vamos
a dedicarnos a los paganos” (Hch 13,46).
Lucas, que
era pagano, y que además había vivido de manera intensa y dramática esta
situación, presenta a Jesús en primer
lugar como salvador de los paganos; a continuación, también
de Israel: “luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo, Israel” [34].
En la obra
lucana y en las cartas de Pablo el tema del Espíritu le gana la batalla al
de la Ley mosaica. Aquí se establece línea directa entre el Espíritu Santo
y Simeón, y el rito de la presentación desaparece de la escena. El
tema de lo sagrado una vez más cede el paso a la comunicación del
Espíritu de Dios que no depende de intermediarios. Es la fuerza de lo
divino frente a lo sagrado. Lucas va dejando cada vez más claro que con
Jesús y con el Espíritu de Dios estamos en el horizonte del Nuevo Testamento, ámbito
de lo secular y profano, no del Antiguo, ámbito de lo sagrado.
Simeón,
sosteniendo al niño, afirma que será “signo de contradicción”. Se trata
de la actitud que se toma ante Jesús. En el mismo Evangelio, el pueblo está
pendiente de sus labios, mientras que los jefes del pueblo, desde el
comienzo de su vida pública, buscan la manera de quitarlo de en medio. Un
buen comentario de este pasaje lo hace el mismo Jesús cuando recibe a dos
emisarios de Juan; después de hacer alusión a las palabras de Lc 4,18, y de
curar a los que lo necesitaban, afirma: “¡Dichoso el que no se escandalice
de mi!” (Lc 7,23). Escandalizarse de Jesús es rechazarlo. Luego le
dice a María: “una espada te traspasará el alma”.
Benedicto XVI
comenta acertadamente: “La teología de la gloria está indisolublemente unida a
la teología de la cruz” [35]. A continuación, Lucas
nos presenta a una mujer piadosa, que ante la presencia de Jesús, profetiza,
atribuyéndole al niño “la liberación de Jerusalén”. El horizonte es el
judío, pero Lucas hace ver que también las
mujeres se benefician del contacto con Jesús. Aquí presenta a Ana como
profetisa.
Por último,
Benedicto XVI habla de la escena que cierra el Evangelio de la infancia (Lc
2,41-52), y la titula: “Jesús en el
templo a los doce años” (p. 125). Destaca que la obligación de la familia
era llevar los hijos al templo, a partir de los trece años. A veces se
adelantaba la edad para que se acostumbraran a cumplir con la Torá. El
niño se queda en Jerusalén, en el templo, y los padres se dan cuenta de que no
está con ningún miembro de la caravana, y deciden volverse a Jerusalén. “A
los tres días” lo encuentran en el templo, sentado entre los doctores,
respondiéndoles y preguntándoles (Lc 2,46). Benedicto XVI admite que los
tres días puede ser lenguaje simbólico y referirse al periodo entre la muerte y
la resurrección de Jesús (p. 128). Recalca la importancia del templo
para Israel y para la Sagrada Familia desde la infancia de Jesús (p.
126-127), pero creo que exagera cuando afirma: “Jesús no está en el templo por
rebelión a sus padres, sino justamente como quien obedece, con la misma
obediencia que lo llevará a la cruz y a la resurrección” (p. 129). Además,
Jesús no va a la cruz por obediencia al Padre, lo arrastran a la cruz los
sacerdotes y los jefes del pueblo, porque lo consideran una persona subversiva,
un malhechor y un blasfemo. El Padre, resucitando a Jesús, confirma su
actividad y su mensaje durante su vida pública.
Ante el
reproche de María: “Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira
con qué angustia te buscábamos tu padre y yo!” (Lc 2,48), Jesús le
responde: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo ocuparme de lo que
pertenece a mi Padre?” (Lc 2,49). Benedicto XVI comenta así este
pasaje: “En esta respuesta hay sobre todo dos aspectos importantes. María había
dicho: “Tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Jesús la corrige: yo estoy
en el Padre. Mi padre no es José, sino otro: Dios mismo”
[36]. El texto no dice que José no sea su padre. Aquí hay una manifiesta
contraposición entre tu padre, en labios de María, y mi Padre, en boca
de Jesús. Es decir, Jesús no niega que José sea su padre terrestre, pero, a
esta paternidad, contrapone otra paternidad, para él más importante: con la
expresión mi Padre, referido a Dios, se está proclamando Hijo de
Dios, como en la Anunciación (Lc 1,35), y como en el pasaje de Lc 10,22: “Mi
Padre me lo ha enseñado todo; quién es el Hijo lo sabe sólo el Padre; quién es
el Padre lo sabe sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
Quiero
terminar, poniendo de relieve que Benedicto XVI, comentando La infancia de
Jesús, en algunas ocasiones afirma que Jesús es Dios. En esta
narración, hablando de que Jesús crecía no sólo en edad, sino también en
sabiduría, y ponderando el misterio que encierra su persona, escribe: “Se
manifiesta concretamente que él es verdadero hombre y verdadero Dios, como lo
formula la fe de la Iglesia” [37]. El credo de algunos
concilios así lo formula, pero en el
Evangelio de Lucas nunca encontramos esa afirmación. Lucas sí habla de
Jesús como el Hijo de Dios, que, en algunos pasajes, tiene sentido
trascendente.
Por lo
escrito hasta aquí, en cuanto a la recensión del libro de Benedicto XVI, La
infancia de Jesús, podríamos hacer este resumen:
1. Es un libro cómodo de leer y uno se siente tranquilo al leerlo, ya que
no hay un solo comentario que inquiete al lector o lo ponga delante de los problemas
lacerantes de nuestro tiempo; Benedicto XVI demuestra una gran
erudición y conocimiento de las Escrituras. La teología que encierra su libro
tiene normalmente presente, como trasfondo, el statu quo de la Iglesia jerárquica, y hace
interpretar erróneamente algunos textos importantes, o bien, omite el
comentario de otros pasajes que podrían llevar a una seria confrontación entre
el Evangelio y el statu quo de la Iglesia jerárquica, al que hemos
aludido.
2. De hecho, nunca ofrece la confrontación dialéctica entre los
dípticos de Juan Bautista y los de Jesús, porque a través de esta
contraposición, se pone de manifiesto la
supremacía de lo profano, referida a María y a Jesús, frente a la
decadencia de lo sagrado, relacionada con el sacerdocio de
Zacarías. María acepta el mensaje del Señor, a pesar de lo novedoso, fe de
María frente a la incredulidad del sacerdote Zacarías; otra contraposición pone
de manifiesto la novedad radical de Jesús, que aparece como la nueva
creación, frente a la desaparición de las principales instituciones
sagradas del Antiguo Testamento. Jesús las va declarando obsoletas, a lo
largo del Evangelio de Lucas. Sólo queda en pie el profetismo, ya que
Juan aparece como el último profeta de la Antigua Alianza; hay también
un marcado contraste entre los atributos trascendentes de Jesús, frente
a las prerrogativas proféticas de Juan.
3. Benedicto XVI presenta a Juan
Batista, en primer lugar como sacerdote, y afirma que su sacerdocio ilumina
y anuncia el nuevo sacerdocio de Jesús. La teología especulativa y
deductiva, desde el statu quo al que hemos aludido, lo lleva a
recabar de los textos el apoyo a este sacerdocio de Juan, para iluminar,
desde el Antiguo Testamento, el sacerdocio de Jesús, y el sagrado sacerdocio
de la Iglesia, que se va desmoronando lentamente; ni Juan fue sacerdote, ni Jesús
aparece como sacerdote en el Evangelio de Lucas. La falta de
fe de Zacarías, traducida en falta de identidad y convicción en
bastantes sacerdotes de la Iglesia de hoy, así como la vida rutinaria en el
ejercicio de su ministerio, no entusiasman ni impresionan a la juventud de
nuestro tiempo, que, en gran medida, está dando las espaldas a la Iglesia
jerárquica.
4. En el relato de la escena del nacimiento de Jesús, Benedicto
XVI no saca las conclusiones que emanan de esos textos: no ve, o no quiere ver
que los títulos trascendentes de Jesús producen sorpresa y
desconcierto, al confrontarlos con los pastores y la señal de pobreza que
el ángel les ha dado, porque los pastores representan a los marginados y
excluidos de todos los tiempos. La conclusión es clara: el
nacimiento de Jesús es buena noticia y alegría, en primer lugar, para
todos los excluidos de la sociedad, porque Dios así lo ha querido y
revelado. A Benedicto XVI, en su libro, La infancia de Jesús, le falta
garra para interpelar a la gente, porque prescinde de los serios y acuciantes
problemas que en nuestros días están agobiando y asfixiando a tantas personas y
familias. Estos problemas concretos y lacerantes son los que
tienen que interpelar al Evangelio para tratar de entender qué habría hecho
Jesús de vivir entre nosotros. Esta teología, de carácter inductivo y muy
concreta, que coloca siempre a Jesús en el centro, va impactando a muchos
seguidores de Jesús en nuestro entorno, a personas creyentes y no creyentes, y
a gente de buena voluntad, que se dejan llevar por el Espíritu, y ponen su
propias vidas y sus recursos a favor de los más pobres y desfavorecidos. Ésta
es la Teología de la liberación
que no puede estar presente en el comentario de Benedicto XVI por razones
obvias.
5. En lo referente a la virginidad de María, comprendemos
la coherencia de Benedicto XVI, pero los argumentos convergentes que hemos
esgrimido a favor de la paternidad de José tienen una fuerza
innegable. Lo que no podemos admitir es la afirmación de que la virginidad
de María es fundamento de nuestra fe, equiparándola explícitamente al tema
de la resurrección de Jesús.
NOTAS
[4] Consulta a este
respecto, C. Escudero Freire, Jesús y el poder religioso, Nueva Utopía,
Madrid 2003, 205-219.
[5] De hecho la genealogía
de Jesús en el Evangelio de Lucas es de carácter ascendente: empieza en Jesús
para terminar en Adán, el de Dios (Lc 3,23-38), mientras que la
genealogía, en el Evangelio de Mateo, es de carácter descendente, y no empieza
en Adán, sino en Abrahán, y termina en Jesús (Mt 1,1-16).
[6] Benedicto XVI en La
infancia de Jesús, p. 32, habla de virgen en este versículo
(Lc 1,27). La palabra griega “parthenos” puede traducirse por virgen,
pero también significa doncella, mujer joven. De hecho, la Nueva Biblia
Española la traduce por joven.
[9] No estudiamos esta
narración de manera exhaustiva, pero convendría recordar que está redactada con
el así llamado género literario de anuncios. Uno de los elementos de
este género literario es la objeción del protagonista. Consulta, C.
Escudero Freire, Devolver el Evangelio a los pobres, Sígueme, Salamanca
1978, 70-77.
[10] A este respecto,
consulta, C. Escudero Freire, Jesús y el poder religioso, Ed. Nueva
Utopía, 205-209.
[12] Lucas da un relieve
especial a algunas mujeres en relación con Jesús y el reinado de Dios
que él inaugura y proclama. La Jerarquía católica, por el contrario, durante
siglos ha ignorado a la mujer en la tarea y responsabilidad de la
evangelización con todo lo que ello supone, y la ha relegado en las diversas
instituciones eclesiásticas, prescindiendo de su calidad, riqueza y
sensibilidad. El patriarcado, que se ha ido formando durante
siglos, sigue siendo inexorable, y hoy, cuando la mujer tiene acceso a todas
las instituciones culturales, políticas y económicas, sigue discriminada por
la Iglesia jerárquica. Es un verdadero pecado histórico y esta
Iglesia lo está pagando con creces. Lo malo es que también lo está pagando la
Causa de Jesús, el Reinado de Dios.
[16] A este respecto,
consulta, Castillo, J.M., La humanización de Dios, Ensayo de Cristología, Trotta,
Madrid 2009; en las páginas 162-180, estudia la teología política de la
Iglesia antigua, hace ver cómo el “Cesaropapismo” dejó su huella indeleble
en la teología, y tiene un interesante excursus sobre los principales
concilios cristológicos, empezando por el de Nicea y siguiendo por el de
Calcedonia, claves en la cristología tradicional.
[17] Así el dogma de la Trinidad
no se encuentra en los evangelios; los argumentos aportados en esos concilios,
echaron mano de los conceptos filosóficos de naturaleza y persona,
siguiendo a Aristóteles y a su escuela. El dogma de la transustanciación,
que explicaba la presencia real de Jesús en la eucaristía, es decir, que la
sustancia de pan se convertía por las palabras de la consagración en la carne
de Jesús… hoy ya no se enseña. El credo constantinopolitano nos
parece hoy, en algún punto, un acertijo: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero
de Dios verdadero, engendrado, no creado… Por último, los evangelios
nos hablan de la resurrección de Jesús, pero no nos dicen cómo resucitó.
¿Cómo se puede, pues, afirmar sin ningún apoyo en los evangelios, que María
está en cuerpo y alma al cielo? Y ¡qué decir del dogma de la
infalibilidad pontificia! Basta con saber que la Sagrada o Santa
Inquisición, que torturó y mandó al patíbulo a demasiada gente, fue
aprobada y promovida por muchos papas, ya que, para vergüenza de la Iglesia
jerárquica, estuvo en vigor varios siglos.
[21] Esta escena es de la
triple tradición: cf. Mt 12,46-50; Mc 3,31-35. Benedicto XVI, La infancia de
Jesús, 77-78, desarrolla toda una teología sobre Jesús, primogénito,
con textos del Antiguo Testamento y de Nuevo: su condición después de la
resurrección, que no vienen al caso.
[22] C. Escudero Freire, El
Evangelio es profano, El Almendro, Córdoba 2012 43-47
GRATIS 2012 43-47
[23] Salmo 23,1; 80,2. Estos
salmos recogen la idea de que Dios gobierna a su pueblo; la idea de pastorear,
en el sentido de gobernar, se encuentra también aplicada a algunos reyes de
Israel: 2 Sam 7,7; Jer 2,8.
[25] C. Stuhlmueller, Evangelio
según Lucas, Comentario Bíblico “San Jerónimo”, III, Madrid 1972, 319.
[27] Lucas nos ofrece otros
dos pasajes que completan este texto: Lc 4,18-19, al que ya hemos hecho
alusión, y Lc 7,18-23; estos textos se refieren a la liberación llevada a término
por Jesús durante su vida pública: sus obras y su mensaje. En ellos encontramos
el término “evangelio”, buena Noticia, o el verbo “evangelizar”,
proclamar la buena Noticia, como en este pasaje del nacimiento de de Jesús.
[28] G. Leonardi, L’infanzia
di Gesù nei vangeli di Matteo e di Luca, Padova 1975, 211.
Los fariseos, abusando de la enorme autoridad que tenían sobre el pueblo,
“habían hecho creer a la gente que para estar a bien con Dios había que hacer
como ellos, introduciendo así en sus conciencias un sentimiento de culpa y de
inferioridad que les permitía dominarlos. Pero con toda su observancia de las
reglas religiosas eran amigos del dinero, y explotaban a la gente sencilla con
pretexto de piedad (Mt 23,25-28; Mc 12,40; Lc 11,39; 16,14)”; J. Mateos, Nuevo
Testamento, Madrid 1987, 15.
[29] M. Coleridge, Nueva
Lectura de la Infancia de Jesús, Ed. El Almendro, Córdoba 2000, 146, nota
29, afirma, en contra de la opinión de varios autores -entre los que se encuentran
K. Renstorf, y H.H. Oliver- que el “panti tô laô” -“a todo el pueblo”- de
Lc 2,10, no es verosímil que se refiera a los gentiles. Cuando “aparece el
singular “laós” en la narrativa lucana, se refiere a Israel,
especialmente si se trata de la expresión “pâs hó laós” (Lc 3,21; 7,29;
8,47; 18,43; 19,48; 21,38; 24,19)”.
[30] Para examinar estos dos
títulos con mayor detención y comprobar la dialéctica que se estable entre
ellos, los pastores y la señal recibida, consulta, C. Escudero Freire, La
revelación celeste: Los pastores y el pueblo. Contrastes entre los títulos
atribuidos a Jesús, y la señal dada por Dios, Isidorianum, 2004, 120-138.
[33] El término griego no es
aquí “sôtêr” -salvador-, sino “sôtêrion” -salvación-; estamos
ante el típico uso del abstracto por el concreto, ya que este título está
relacionado con las metáforas de luz y gloria, aplicadas en el
versículo 32 a Jesús. La conexión con el título de salvador (sôtêr), dado
por Dios a Jesús con motivo de su nacimiento, queda patente (Lc 2,11).
[34] Lc 2,32: luz para
alumbrar a las naciones, tiene como trasfondo a Is 42,6, y 49,6; aunque las
dos citas contienen la expresión luz de las naciones, el texto de Isaías
49,6 tiene la ventaja de estar citado en dos pasajes importantes de Hch: 1,8 y
13,47, que contienen explícitamente el tema de la salvación
(sôtêria). Por eso Lucas en este episodio anticipa el tema fundamental de
su segundo libro, Hechos de los Apóstoles: la apertura dialéctica del
cristianismo a los paganos. Consulta también, como trasfondo, Is 25,7;
40,5: el Mesías-luz librará a los gentiles de las tinieblas, símbolo de
todo tipo de opresión.
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Del
“Equipo Diakonía”:
“Publicamos un estudio de recensión crítica sobre el libro de Benedicto XVI
«La infancia de Jesús», a cargo del especialsta en evangelios de la infancia
Carlos ESCUDERO FREIRE. (Su libro «Devolver el Evangelio a los pobres», de
Sígueme, Salamanca 1978, 560 pp, está en línea en Scribd). Está puesto en el número 428 de la RELaT”.
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