ESPIRITUALIDAD, RELIGIOSIDAD
POPULAR Y
RETORNO DE
LAS CREENCIAS, Pedro Pierre
Para
El Telégrafo, martes 29 de enero 20013.
El
tiempo de las religiones patriarcales ha terminado y aparecen nuevas
espiritualidades, nuevas devociones y nuevas creencias. A lo mejor no son tan
nuevas, sino que la búsqueda, el encuentro y la celebración del Misterio están
tomando nuevas formas, nuevas expresiones y nuevos símbolos. Se termina la era
de la agricultura tradicional con sus culturas y sus religiones. Ya hemos
entrado en la cultura del conocimiento y de la comunicación electrónicos. Por
eso las nuevas generaciones están dejando las Iglesias tradicionales que no
responden a sus búsquedas religiosas y a su sed espiritual. Son cambios
normales ya que el tiempo ni la historia se detienen; los que se quedaron en el
pasado se están transformando en huellas de tiempos idos.
Esta
situación obliga a las personas, los grupos, las instituciones y los pueblos a
actualizarse, transformarse y crear desde las nuevas culturas expresiones
religiosas que responden a la nueva realidad y los nuevos desafíos. Por eso se
escucha y se lee que “No hace falta creer en Dios para vivir y luchar por la
fraternidad”, “Seguir a Cristo sí, pero en las iglesias no”, “Prefiero una
religión a la carta”, “Vamos hacia una espiritualidad laica sin dogmas, sin
creencias, sin dioses”… y cuantas cosas más. Todo esto nos exige ir a lo
esencial de cada religión, de cada creencia y de cada persona.
La espiritualidad como
identificación humana
La
multiplicación de las creencias y de las expresiones religiosas manifiesta la
búsqueda espiritual de las personas. La espiritualidad no pertenece a ninguna
religión o institución. Es la característica del ser humano: estamos habitados
por una dimensión que nos sobrepasa. No nos sentimos llamados a la
autodestrucción ni a la soledad sino a la fraternidad y la creatividad. También
descubrimos que el Misterio de la Vida y del Amor es más grande que nosotros
pero anida adentro de nosotros y de nuestro mundo. Si decimos que “no hay otro
mundo”, nos apropiamos de la espiritualidad o mejor dicho ella se apropia de
nosotros y no delegamos a nadie la capacidad de definirla ni expresarla, sino
que creamos nuestras propias manifestaciones personales y colectivas.
Pueden
desaparecer las grandes instituciones, sus dogmas, sus jerarquías, sus cultos,
pero quedan el núcleo que las provocó: la espiritualidad. ¿Vino Jesús para
fundar una religión o una Iglesia tal como la conocemos? Más bien vino para que
acontezca el Reino de Dios. Las primeras generaciones de sus seguidores se
organizaron en Comunidades y en Iglesias para continuar la construcción del
Reino que Jesús había iniciado. ¿Por qué nuevas generaciones de cristianos no
pudieran continuar la construcción del Reino comenzado por Jesús mediante
nuevas expresiones culturales y cultuales, nuevos símbolos y ritos, acordes con
los tiempos actuales y venideros? La espiritualidad que nos dejó Jesús es
ponernos del lado de las victimas de todos los sistemas políticos, económicos,
ideológicos y religiosos, para construir la fraternidad universal, descubrir en
ella la presencia viva del Misterio de la Vida y del Amor y celebrarlo
creativamente.
La religiosidad popular es el
sacerdocio del pueblo de los pobres
La
religiosidad popular se ha desarrollado generalmente fuera de las instituciones
religiosas y a veces contra ellas. Un claro ejemplo es la aparición en México
hace casi 500 años, de Nuestra Señora de Guadalupe. La “madre de Dios y de los
Dioses indígenas” aparece no a un sacerdote ni a un obispo, sino a un indígena
pobre; no habla castellano, sino náhuatl, o sea, el idioma de los vencidos; no
quiere un lugar en la catedral de México, sino el espacio donde se veneraba una
divinidad indígena; no viste flamantes vestimentas españolas ni corona imperial
sino que asume los colores y símbolos de los vestidos indígenas, etc.
A
lo largo de la colonización española y católica, el pueblo de los pobres supo
desarrollar espacios religiosos y expresiones espirituales propios para
expresar sus creencias según sus intuiciones y sus culturas. Era su manera de
resistir las imposiciones coloniales de la “civilización occidental y
cristiana”. En su visita a Perú, en el año 1984, el papa Juan Pablo dijo en
Cusco, capital de la civilización inca, que “bien podía ser liberadora la
religiosidad popular”. La religiosidad popular es el camino del pueblo sencillo
para llegar a Dios y es también el camino de Dios para llegar al pueblo
sencillo: eso es el sacerdocio de los bautizados, en este caso el sacerdocio
del pueblo de los pobres.
No
faltan las desviaciones; por eso los obispos latinoamericanos reunidos en
Puebla, México, en 1979, advirtieron que las devociones religiosas deben
relacionarse con el ejemplo y mensaje de Jesús y transformar las personas, las
instituciones y las estructuras dominadoras. En ese mismo documento dijeron que
“los pobres nos evangelizan”: son nuestra escuela y universidad, como decía
monseñor Leonidas Proaño.
¡Cuidado
cuando se quiere arrebatar a los pobres su religiosidad popular con objetivos
financieros u opresores! El sacerdocio de los bautizados es, según el Concilio
Vaticano 2°, primero y el sacerdocio ministerial ordenado está a su servicio.
Esta misma religiosidad popular tiene que iniciar el gran salto cultural en el
que nos encontramos para actualizarse y poner “el vino nuevo -de su
religiosidad- en jarras nuevas” de la cultura del siglo 21.
Nuevas creencias desde las
entrañas de las culturas ancestrales
Las
culturas ancestrales son indígenas, africanas y asiáticas. Hacia ellas se
dirigen nuevos viajeros y nuevas carabelas en pos de una nueva humanidad y
nuevas utopías. “No me buscarías, decía el africano san Agustín, si ya no me
hubieras encontrado”. Hoy Dios tiene nombres múltiples y cada uno de ellos nos
revela una parte de su misterio y de su bendición. No se trata de echar por la
borda lo válido que tenemos, pero sí tenemos que dejar lo que nos ancla al
pasado y nos impide de construir la nueva humanidad que nos exigen los tiempos
modernos.
Habrá
que ser atentos a los “signos de los tiempos” y discernir qué creer, a quién
seguir y cómo vivir y amar en fidelidad a los nuevos tiempos. El Misterio de la
Vida y del Amor se deja encontrar a los que no se cansan de buscarlo y que
quieren tocarlo del dedo en comunidad. Estas nuevas creencias serán
liberadoras, es decir, construirán personas dignas y alegres, engendrarán
relaciones fraternas y creativas, erigirán estructuras participativas y
equitativas, generarán solidaridad internacional y protección de medio
ambiente.
El
Bien Vivir indígena ya tiene sus ritos y sus creencias. Está escondido en todas
las sangres de este continente y en cada uno de sus habitantes. Su
espiritualidad es de comunión y armonía entre personas, con la naturaleza y con
el Dios Padre y Madre. Las fiestas y tradiciones africanas nos abren a una
dimensión menos racionalista y materialista y más intuitivas, corporales y
femeninas. Su espiritualidad nos conduce a lo íntimo, lo gozoso y lo gratuito.
Las tradiciones asiáticas nos adentran en el misterio de cada persona, puerta
abierta hacia la divinidad; su espiritualidad es interior y universal.
¡Cuántas
riquezas religiosas están a la mano! ¡Felices los tiempos que vivimos! Ya es
tiempo de cosechar “las semillas del Verbo” que fructifican en muchas
civilizaciones, en muchas religiones y en muchos grupos que asedian el Misterio
de la Vida y del Amor para que se deje encontrar y gozar. Nadie tiene la
exclusividad de este Verbo y sí, todos podemos alcanzar algunas de sus palabras
en las espiritualidades, devociones y creencias de hoy para iluminarnos y
animarnos los unos a los otros hacia logros de Vida más plena y de fraternidad
más real. ¡Abramos las puertas de nuestros corazones, de nuestras Iglesias, de
nuestras devociones, de nuestros ritos y rituales para no quedarnos en un
pasado que ya murió, sino construir un futuro que sea nuestro en nuestra casa
común y nuestro único hogar!
Por una campaña electoral más
“espiritual”
Lo
espiritual debe ser también un tema de campaña. Lo material nos está ahogando,
lo racional no nos llena el corazón, lo patriarcal se está yendo por la puerta
de atrás, lo electrónico no es humanizador de por sí… ¿Por qué no se insiste
más en lo cultural para que sea generador de humanidad, feminidad y
espiritualidad? Lo espiritual exige respetar la dignidad y los derechos de las
personas, los pueblos y la naturaleza. No hay espiritualidad sin fraternidad ni
justicia social. “No basta rezar” para que caigan del cielo soluciones
milagrosas: Dios no hace las cosas que nos toca realizar nosotros con nuestras
manos unidas y nuestras luchas mancomunadas.
En
esta campaña electoral, un pastor evangélico se enfrasca en un moralismo que no
encaja con las propuestas del Reino diseñado por Jesús de Nazaret. Un magnate
reza Padrenuestros para ganar votos y tratar de juntar en vano billetera
internacional y poder político nacional: ¿no será tomar en vano el nombre de
Dios, es decir, querer poner a Dios al servicio de nuestros intereses
mezquinos? Unos “Guerreros de Madera” se amparan del título de cristiano con él
que, particularmente en lo social, poco tienen que ver. Otros llevan cruces y
medallas para llegar al inconsciente de la gente, como si fuera ingenua. Otros
van a misa para darse un baño de agua bendita, sin pensar que “reconocemos a
Dios en el partir el pan y Dios nos reconoce también en el partir el pan”, no
solamente el pan de la palabra, sino también el pan de la amistad y el pan del
compartir equitativo.
Lo
espiritual encaja con el Bien Vivir indígena, la compasión rebelde de los
cristianos, la armonía festiva de los negros, la comunión íntima y universal de
los asiáticos y la nueva cultura de la Vida y de la fraternidad. ¡Cuidado con
ser espiritualistas y no ver más la tierra, que es tierra nuestra y de Dios a
la vez!
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